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Capítulo 5

Pasé la noche en vela, llorando, dejando mis lágrimas en la almohada. Mi mejor amiga estaba muerta. Aún recuerdo la última vez cuando salimos de compras, terminamos comprando muchos vestidos y zapatos de piso muy bellos. O también el otro día cuando el chico de la cafetería me escribió su numero en una servilleta arrugada, ese día Camil no paraba de echarme carrilla, diciendo, que seremos novios, nos casaremos y tendremos muchos hijos, y que una de mis hijas se llamará como ella. Sin embargo jamás le marqué al chico de ojos mieles, pues, al poco tiempo terminé mudándome y dejándolo como otro de mis pretendientes.

Incluso, Camil, ella estuvo conmigo en todo momento, en las buenas y en las malas, como el día en el cual mi gato se murió atragantado con un hueso en el cogote. Ese día lloré todo el día, horas después termine enterrándolo en el jardín de mi mamá, claro, ella se molestó, imagínense tener un cadaver en su jardín.

Hace algunos instantes él portarretratos yacía roto en el piso, la foto salió de él, arrugada en incluso con manchas indefinidas, ese día Camil y yo habíamos ido a la playa juntas, claro, también mis padres, así que decidimos tomarnos una foto en cuanto pisamos la arena.

La habitación se encontraba sumida en una oscura penumbra, sabía que Dalila había tirado mi portarretratos e incluso había matado a Camil.

Las sabanas solo me cubrían la mitad de mi cuerpo, dejándome el rostro y los brazos descubiertos, mi rostro estaba sucio y pegajoso debido a las lágrimas. Mi laptop estaba apagada, acomodada a un lado mío, pero no muy cerca, lo suficientemente alejada.

A Dalila no la había visto, ni siquiera ha intentado comunicarse conmigo, pero sabía que su presencia estaba aquí, mirándome llorar, como cada minuto que pasaba más destrozada quedaba, burlándose de mí estado.

Mis padres incluso no se han preocupado por mi, lo último que escuche fueron sus pasos dirigiéndose hacia sus cuartos y por último la puerta de su habitación cerrarse. Tampoco les he contado sobre la presencia de Dalila, a ellos ni a Susan, para que, es más, sé que ellos no me creerían.

Suspiré pesadamente, me sentía cansada, levanté la sabana, para poder salir de mi cama, en un par de horas más saldrá el sol, así que, rápidamente entré a mi baño.

Mis pies descalzos chocaban con el azulejo sintiéndolo como una paleta fría, también con un poco de polvo, ayer se me olvidó hacer aseo en mi cuarto.

Miré por el espejo, mi reflejo es un total asco, las ojeras oscuras se encontraban debajo de mis ojos, estos estaban rojos e hinchados, mi cabello es un total desastre, enredado y por sin ningún lado, mi pijama, la parte de mi blusa tiene varias arrugas pronunciadas como si momentos antes la hubiera tirado al suelo y la hubieran pisoteado.

Recargué mis manos en el borde del lavamanos, la porcelana, al tacto es bastante fría, mis nudillos apretaban contra este volviéndolos blancos, miré hacia las llaves plateadas, la boquilla del lavabo solo goteaba, estas caían provocando un sonido muy agudo, levanté mi vista hacia el espejo que tengo enfrente.

Letras enormes con sangre estaban escritas en él.

"ASESINA"

Las gotas de sangre al final de cada letra escurrían hasta llegar al borde del final del espejo, simulando un camino, mire por detrás de mi hombro y Dalila se encontraba sonriéndome, de nuevo mostraba sus ojos blancos.

—Yo no soy una asesina —murmuré, mi voz era un poco rasposa.

Ella sólo negó con la cabeza.

— ¡Maldita sea! —grité a todo pulmón. De la repisa que estaba detrás de mí, tome una fragancia —.No soy una asesina, joder, estoy harta —estrellé la botella contra el espejo, en el objeto se formaron grietas, pero las letras seguían escritas.

Mi mano dolía, ardía, además sentía algunos vidrios encajados en mi palma, también la fragancia se había roto, y el alcohol que contenía, se adentraba en mis cortadas y ardía aún mucho peor.

—¡Estoy harta! —volví a gritar, llorando, me desplomé contra el suelo, mis rodillas dolieron al sentir el impacto. Lleve mis manos hacia mi cabello, jalándolo hacia atrás, sintiendo la desesperación a flote. Todo este maldito caos estaba volviéndome cada día más loca. —Tú la mataste, Dalila, maldito monstruo.

Con mis puños, golpee el piso, ya no sentí el dolor, solo lo sentía en mi pecho, que cada vez se oprimía más y más. Me acosté en el piso, llorando y balbuceando cosas sin sentido, mi cabello caía por mi cara, mi mano aún sangraba y esta había dejado unas pequeñas manchas en el piso. Miré hacia las paredes del baño, sangre escurría por ellas, y el olor a hierro y sal inundó mis fosas nasales.

Mi madre entró al baño, al verme se arrodilló junto a mí, sus brazos me rodearon, sintiendo su calor fluir hacia mi cuerpo.

— Emily, ¿qué has echo? —ella recargó su rostro hacia el mío. Su voz se escuchaba preocupada y a la vez con pánico. Sabía que en este punto ella tenía miedo de mi.

Dalila la mató...Dalila es un monstruo.

—¿A quién?

Dalila la mató...Dalila es un monstruo...Dalila la mató...Dalila es un monstruo...Dalila la mató...Dalila es un monstruo —no paraba de repetir las mismas palabras.

— Emily —ella se separó un poco de mi, con sus manos llevó varios mechones de mi cabello por detrás de mis orejas, permitiéndole ver mi rostro a cada detalle —.Por Dios, tu mano, ¿que ocurrió?

Dalila la mató...Dalila es un monstruo — no prestaba atención, sentía que había un enorme hueco en mi pecho, que dolía.

— Emily —mi madre me sacudió por los hombros —.Tenemos que curar tu mano —volvió a preguntar, insistiendo.

La mire a los ojos, lucían angustiados. Pase mi mirada hacia mi padre, que lucía con el cabello despeinado y con su bata de dormir a cuadros de color azul marino y blanco.

Susan estaba peinada con una trenza, pero esta ya casi no tenía forma y con su pijama de color turquesa. Ellos al igual que mi mamá, estaban angustiados, Susan se mordía su uña del dedo meñique a la vez daba pequeños golpecitos con su pie derecho contra el suelo, era una maña suya al estar tan nerviosa.

No omitía palabra alguna y ellos tampoco lo hacían.

—Emily —ella volvió a captar mi atención, con su voz delicada, como el pétalo de una rosa.

—Dalila mató a Camil.

—¿Qué estás diciendo? —ella negó con la cabeza, no creyéndose lo que le acababa de decir.

—Dalila mató a Camil —volví a repetir firme pero en un susurro ronco.

—Mentirosa —susurró ella.

Yo negué con la cabeza.

—Si no me crees pregúntaselo —miré por encima de su hombro —.Está detrás tuyo.

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