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Capítulo 22



Mis pies se dirigían hacia algún lugar en específico, no sabia a cuál, pero ellos sí lo sabían, solo mis ojos vagaban hacia mis zapatos, los cuales estos daban pequeños pasos. La casa estaba en total silencio, como si nadie habitara en esta espantosa casa.

Miré mi vestido que contenía algunas arrugas, esto es espantoso, mamá me castigará de eso no hay duda alguna, la última vez me dejó sin cenar. La madera rechinaba al bajar los escalones, anunciando lo vieja y podrida que se encontraba.

Levanté mi vista, analizando en qué lugar me encontraba, era el sótano. Mis manos vagaron hacia un farol que de nuevo se encontraba encima de una mesita, lo encendí con una vela que aún tenía una chispa de fuego, no le faltaba mucho para que la cera se terminara.

Mis pies de nuevo caminaron solos, dirigiéndose hacia el bosque, mi corazón latía con excitación, me sentía ansiosa. El aire resoplaba entre los árboles, las hojas viejas del suelo se movían levemente de un lado para el otro.

Caminé alrededor de siete minutos con treinta segundos. De pronto mis pies se detuvieron anunciándome que había llegado a mi destino.

Una cabaña

Mi cabeza giró hacia ambos lados, vigilando que nadie me estuviera observando, sonreí y me adentré a la cabaña. Esta se encontraba en muy malas condiciones, algunas partes estaban cayéndose, las plantas crecían por dentro de la cabaña, los escarabajos caminaban entre las paredes ya desgastadas.

Adentro permanecía en una penumbra, apenas si la luz de la luna alumbraba algunas partes. Suspiré, sacudí un poco mis zapatos intentando quitar un poco la tierra, pero esto solo ya era una costumbre mía.

Caminé un poco, el corazón me latía con entusiasmo mis manos sudaba y mi sonrisa se hacía más ancha de lo normal a tal grado que creo que me llegaba a las orejas. Fui levantando el farol de a poco a poco, alumbrando lo que estaba frente a mí. Primero sus pies, luego su vestido, pecho y por último su rostro.

Amelia

Estaba en una silla sentada, con los ojos cerrados, su cabeza hacia atrás, sus manos estaban amarradas detrás de su espalda junto con sus pies atados a cada pata de la silla. Sus brazos se encontraban con hoyos, algunos con manchas de sangre fresca y otros oscuros demostrando que la sangre ya estaba seca. Su vestido lucia sucio y roto, su cabello enmarañado y cortado de algunas partes.

—Llegué amiga —susurré feliz —.No te traje comida, lo siento —dije simulando tristeza comencé a caminar alrededor de Amelia, alumbrando mejor su aspecto con el farol.

Su rostro lucia débil, sucio, tenía ojeras debajo de sus ojos. Sus labios estaban resecos y pálidos, tenía una rajada que iniciaba al final de sus labios y terminaba al inicio de sus orejas.

—Ya casi termino contigo —me agaché un poco, detrás de ella, quedando a la altura de su oído —. Y pronto serás mi bella marioneta.

Amelia abrió sus ojos.




Abrí los ojos incorporándome al mismo tiempo, mi respiración era irregular, mi vista de poco a poco vago a todo mi alrededor, analizando en donde me encontraba. Estaba en la cocina.

Miré frente a mi, mi plato con sandia picada permanecía a lo lejos, junto con un tenedor, como si esto fuera lo que iba a comer antes de dormir, todo estaba en silencio.

Imágenes de los ojos de Amelia con algunas venas rojas vinieron a mi mente como flash. 

—Caray Emily, ¿te volviste a quedar dormida? —la voz de mi madre me sorprendió, provocando que pegara un leve brinco.

Solo fue un sueño. Todo fue tan real

—Te he dicho mil veces que la mesa es para comer no para dormir —ella agitó su cabeza en señal de negación. Sus tacones resonaron haciendo eco en mis oídos. Se dirigió hacia la alacena sacando un vaso de esta.

—¿Cuanto tiempo llevo aquí? —murmuré con voz adormilada. Mi madre se giró, mirándome y luego hacia el reloj de la pared que se encontraba aún lado del refrigerador.

—Como 30 minutos —ella sacó agua del grifo, llenando su vaso para después tomarla.

—¿Y papá?

—Abajo, lavando un poco de ropa —ella enjuagó su vaso, lo secó y volvió a dejarlo donde lo tomó —.¿Cómo te sientes?

—Bien —susurré, acerqué mi plato con sandia, tomé el frío tenedor y me dispuse a comerla. Ella tomó asiento frente a mi. Un silencio algo incómodo se propagó, después de unos minutos viéndome comer decidió romper el silencio.

—Emely, quiero comprenderte hija, pero si tú no pones de tu parte, no podré hacerlo —mi madre intentó colocar su mano sobre mi brazo, pero yo sé lo impedí apartándome bruscamente. Fruncí el ceño.

—¿De mi parte? —pregunté incrédula —.Siempre pongo de mi parte mamá, pero tú eres la que no pone de su parte, nunca estás conmigo, si no estás con papá, estás de compras por toda la ciudad.

—Emily...

—¿Sabes cuantas veces me he sentido sola? —ella permaneció en silencio —.Claro, no tienes ni la menor idea, no sabes nada de mi.

»Me mandaste al psicólogo, sin siquiera saber el por qué, ese día, sentí que me tachaste de loca, nunca me comprendiste, ocupaba de un cariño tuyo, solo eso, y tu que hacías ¿eh?, te largabas a malgastar el dinero de mi padre.

—Se que he cometido errores, pero eso no te da el derecho a faltarme el respeto —ella soltó un suspiro de frustración, yo en cambio, solté algunas lagrimas reprimiendo mi enojo —.Perdón Emily.

Sin más que decir se levantó de su silla corriendo hacia su cuarto.

—Mamá...—intenté llamarla pero ella no me escuchó, como siempre sucede.

Cómo piensa arreglar las cosas, si a la primera sale corriendo.

Seguí comiendo de mi sandía, no entendía nada de lo que me estaba pasando, mi mente originaba pequeños sueños, como si fueran reales, pequeños recuerdos.

Ha pasado una semana desde que Sebastian murió, aún recuerdo su funeral, fue lo peor, ya no podía llorar, no sabia si mis lagrimales se habían secado o estaba cansada de tanto hacerlo. Aún recuerdo cómo su ataúd bajaba de poco a poco, frente a mis ojos, todas las personas lloraban.

Susan siempre permaneció a mi lado abrazándome y diciendo que todo iba a estar bien. Yo solo me limitaba a asentir con la cabeza.

La madre de Sebastian ya no lloraba, solo permanecía en silencio, con la mirada perdida, sin llena de vida, traía un pañuelo en su mano, su padre aún lloraba y a veces se arrodillaba agarrándose su cabello, jalándolo hacia atrás.

Cuando todo terminó, solo corrí encerrándome en mi cuarto, caminando de un lado a otro, no sabia ya en que pensar, solo me sentía enojada, triste, deprimida. Me senté en el suelo a gritar y golpear el mismo con mis puños.

El timbre me sacó de mis cavilaciones, provocando que brincara sobre mi silla. Mi madre bajo rápidamente de su cuarto, se arregló el vestido y abrió la puerta.

—Buenas tardes —mi madre saludó con cortesía.

—Buenas tardes —mi padre apareció detrás de mi madre, exaltándola un poco debida a su repentina aparición.

—Buenas tardes señores, soy el detective Bason —el señor de barba semi-crecida mostró su placa de identificación —.¿Ustedes son los señores Cooper?.

Mis padres asintieron con la cabeza.

Susan bajó las escaleras lentamente intentando hacer el menor ruido posible para que mis padres no la sorprendieran.

—¿Aquí se encuentra la señorita Emily Cooper?

—Claro, es nuestra hija —mi padre respondió —.¿Ocurre algo con ella?.

—Venimos a investigar sobre el homicidio de Sebastian Baker — dijo —.Y su hija es un testigo primordial en la investigación.

Mis padres se giraron lentamente, posando sus ojos en mi, miré a Susan que ella mantenía su boca un poco abierta, sorprendida.

Dalila apareció a mi lado, me giré a mirarla, sabría que todos me miraban y no tenían idea de lo que hacia, pero no me importó. Ella me sonrió.

¿Lista para mentir?

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