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Capítulo 18



5 de Septiembre, 1:00 pm.

Ha pasado una semana desde que Susan volvió del hospital, ella sigue actuando raro, cuando es la hora de comer, come lo más rápido que sus dientes le permiten masticar, da las gracias y se encierra en su cuarto.

Cuando quería preguntarle solo evadía el tema, negaba con la cabeza y decía que todo estaba bien. Por otro lado mis padres decían que posiblemente era parte de la adolescencia, tal vez tenía las hormonas alborotadas. ¿Como pueden estar tan despreocupados?

Sebastian y yo, paseamos una vez por el parque, le platiqué sobre el comportamiento de mi hermana, a lo que él me respondió que no la dejara sola, que ella me necesitaba y debía ayudarla.

Dalila ya no la he visto, la última vez fue cuando ella salió enojada de mi habitación diciendo que iría a hablar con alguien.

Las personas que el otro día que vi en la planta baja, tampoco ya no las vi, me alegro por eso, aún recuerdo que tuve una pesadilla, donde sentía que me arrastraban entre el pasillo, tomándome por los tobillos mientras yo intentaba de aferrarme al suelo de madera, recuerdo que dejaba la marca de mis rasguños en el piso, incluso mis dedos sangraron de la fuerza que hacía. Y cuando desperté me dolían mis dedos incluso mis tobillos.


Caminaba por el pasillo, directo a mi cuarto, cruzando la puerta de la habitación de Susan, esta se encontraba abierta, pero no quería interrumpir a mi hermana de lo que estuviera haciendo. Eso siempre la pone de mal humor. Suficiente tenía con su comportamiento tan inoportuno.

Pero la voz de ella me detuvo en seco, suspiré, caminé hacia su cuarto. Susan se encontraba sentada en su cama, con la manta cubriéndole de su regazo a sus pies. Ya no traía sus gafas puestas, estas estaban en su buró. Era medio día así que aún entraba un poco de sol por la ventana.

—Susan...—la llamé, ya que ella se encontraba mirando hacia sus manos que temblaban un poco. Su labio inferior temblaba, pero lo intentaba ocultar mordiéndolo entre sus dientes.

—Emily, yo te creo —ella susurró, yo sacudí un poco mi cabeza al no entender lo que decía. Su voz se escuchaba pastosa.

—¿Cómo dices?

—Te creo, ahora sé que si existe la niña que vive aquí —mi hermana comenzó a morderse su uña de su dedo índice de la mano derecha. Quedé perpleja.

—¿Qué pasó? —me acerqué a ella, sentándome a su lado.

—Ese día, tenía ganas de ir al baño, hacía mucho calor, así que aproveché para mojarme un poco el cuello —Susan relataba ese día cuando yo estaba en sesión con el psicólogo. Después miró a ambos lado temiendo de que Dalila nos escuchara —.Cuando me agaché para tomar agua y mojarme un poco el cuello, al levantarme, me encontré con una niña —pasó saliva duramente —.Su cabello era negro, caía por los laterales de su cara, sus ojos eran blancos y su piel pálida, me giré, quería salir corriendo, pero desapareció. Después de unos segundos las luces comenzaron a parpadear.

A Susan se le rozaron un poco los ojos, sus manos temblaban, recargó un poco su espalda en la cabecera de la cama, abrazó sus piernas posando su mejilla en una de sus rodillas.

—Las luces cesaron de pronto, volví a mirar hacia el espejo, y unas letras en color rojo estaban escritas en él, las cuales decían; «esta no será la última vez que me veas Susan» Y después me dio el ataque de asma.

Ella sollozaba entre sus piernas, temblaba, se veía muy débil, nunca antes la había visto así, ella siempre se mostraba fuerte, ella siempre era la que me cuidaba, ahora yo tengo que cuidarla.

Me acerqué a mi hermana, rodeándola por los hombros, abrazándola.

—Tranquila Susan, yo te cuidaré —murmuré en voz baja intentando tranquilizarla.

—Se supone que yo debo de cuidarte —Susan reprochó dejando escapar un jadeo.

—Ahora es mi turno —afirmé.

Esa noche me quedé en su cuarto, ambas terminamos cansadas, solo una vez mi hermana se despertó teniendo una pesadilla, yo solo la abracé tranquilizándola, susurrándole que solo era una pesadilla que no era real.

***

Ahora me encontraba en mi habitación, acostada, mirando hacia el techo, pensando en todo lo que estaba pasando.

Pero esa paz cesó. Dalila apareció aún lado mío, enseñándome su diario, era mi turno. Bufé fastidiada.

Se lo arrebaté, abrí en las siguientes páginas, de donde me había quedado. Me incorporé dejando el diario en mi regazo. Miré a Dalila que ella estaba de pie delante mío, sonrío sin mostrar los dientes.

Gruñí enojada sabiendo que no se marcharía.

«Después de no escribir por un largo tiempo, ahora he venido con algo nuevo. Hace un mes iba caminando con mi madre, necesitábamos traer pan para la cena.

Yo traía varias bolsas de verduras y frutas y mi madre unas cuantas más. Sin querer choqué con un joven, provocando que las bolsas se cayeran de mis manos y que las manzanas rodarán junto con las peras. Mi madre no se dio cuenta ya que ella buscaba el pan a unos cuantos metros de mi.

El joven, se agachó disculpándose por ser tan torpe y ayudándome a recoger las frutas, cuando me entregó las bolsas y levantó la mirada quede hipnotizada ante sus ojos. Eran bastantes claros, color mieles.

Pasaron los días y ambos estábamos conociéndonos más, todo esto era a escondidas de mi padre, si se enterara seguro me tacharía de niña fácil.
Cuando él veía la oportunidad me cortaba una flor del jardín del Conde Richardson sabiendo el lío en el que se metía. Eso era lo que más me gustaba de él.

Pero todo eso se desmoronó, cuando lo vi con otra chica. Él le compró un ramo de flores, ella sonreí cuando el chico la tomaba de la mano, y de vez en cuando le plantaba un beso en la mejilla. Estaba enojada, él me mintió, se burló de mí, y yo ilusa pensaba que me quería. Ese fue la última vez que lo vi sonriendo.

Al día siguiente lo encontraron en un callejón, bañado en sangre, su boca estaba cocida, sus ojos también permanecían cocidos, su cuerpo sin vida alguna. Sus manos estaban atadas detrás de su espalda, con cortadas.
Ese día había disfrutado verlo sufrir, haciéndole daño, escuchaba sus gritos de súplicas y súplicas, quería que parara pero no lo haría, hasta que en un segundo quedó inmóvil y sus gritos ahogados ya no se escucharon jamás.

Su nombre era: Maxwell

Cerré el diario, miraba a todos lados de la habitación, incluso a Dalila, que ella permanecía quieta en su lugar.

Y mi mente vagó en una persona que puede ocurrirle lo mismo.

—Sebastian —susurré. Dalila se echó a reír, mientras todo se tornaba frío. Sentí una presión en mi pecho, y su risa no cesaba.

—Juguemos un rato con Sebastian —y eso fue lo último que mis oídos escucharon antes de caer en una penumbra.






N/A

Hola mis queridos lectores.

Siento mucho la demora en actualizar.

Tal vez unos ya no se acuerden de la historia. Tal vez unos ni se acuerden de mí. Pero yo creo que son muy fieles y aún se acuerdan de Dalila.

Quería agradecerles todo lo que han echo por mi, sin ustedes Dalila no tendría 22k de vistos. Muchísimas Gracias.

Esta es la primera historia que llega a ese número tan alto. Mi bebe está creciendo (llora).

Muchas Gracias por tomarse un momento de su valioso tiempo en leer la historia, en sus votos y comentarios tan positivos. No sé cómo agradecerles por todo su apoyo y positivismo. Mil Gracias.

¡Son los mejores lectores del mundo!.

Errores ortográficos se corregirán después.

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