Capítulo 15
Capitulo dedicado para:
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(Espero les guste y disfruten mucho el capitulo).
Sebastian y yo caminábamos entre los pasillos del establecimiento. La psicóloga solo gritó que nos largáramos, y que ya no volviéramos. Ella estaba roja, tal vez por la furia, o porque mis manos casi la matan, probablemente ambos.
—Sebastian...
—No lo digas...—susurró entre dientes. Me tomó de la mano, sintiéndola cálida. Doblamos la esquina pasando por más consultorios.
—Pero...
Sebastian se giró, me tomó por los hombros, sus ojos se posaron en los míos, estos lucían tristes, preocupados.
—No permitiré que te taches por loca, escúchame Emily, no es tu culpa, no se lo que pasó, no sé qué causó que te comportaras así, pero yo sé que esa no eras tú —él pasó sus pulgares por mis mejillas, dándole suaves masajes. Yo le brindé una de mis mejores sonrisas. Él se acercó a abrazarme, sintiéndome protegida, con su mano derecha acarició mi cabello, mientras yo acariciaba su espalda con ambas manos.
Me paré de puntitas, para susurrarle algo al oído.
—Muchas gracias por todo —reí ante el pensamiento que se me cruzó por la mente —.Por cierto, tienes la cremallera abajo.
Sebastian se separó de golpe, su cara cambió a un color rojo por la vergüenza.
—Perfecto Emily, acabas de arruinar el momento —se giró para discretamente arreglarse el pantalón, pero antes verificó que no haya nadie entre los pasillos. Yo solo reí cuando de nuevo se giró hacia mi.
—Debiste de haberte metido al baño —pasé mi cabello por detrás de mis orejas.
—Nadie me vio —él se cruzó de brazos.
—Oh, si claro, excepto las cámaras —señalé hacia la esquina, donde perfectamente había una cámara encendida.
—Mi dignidad está por los suelos —miró a la cámara indignado. —.Ademas ¿tu que hacías viendo mis partes íntimas? —preguntó, yo abrí mi boca para responder pero de está solo salían balbuceos, al ver que yo no respondía el puso cara de pervertido.
—Agh, basta pervertido —Ambos terminamos riendo, algunas personas pasaron mirándonos enojados por el escándalo, pero no le dimos importancia —.Por cierto, ¿y mis padres?
Sebastian me observó, su sonrisa se borró. Pasó una mano por su cabello soltando un pequeño suspiro, yo solo lo observaba, esperando que nada malo haya pasado pero mis esperanzas terminaron cuando habló por fin.
***
Salimos corriendo al estacionamiento del edificio, después de que Sebastian me dijo que mi hermana estaba en el hospital, mis padres salieron corriendo a emergencias, Susan sufrió un ataque de asma.
Si, ella tiene asma desde los cinco años, duró teniendo ataques hasta los diez. Yo aún recuerdo solo algunos. Durábamos horas en el hospital, mientras ella permanecía acostada en la cama, con nebulizaciones incluso le llegaron a poner una inyección debido a lo fuerte que eran estos.
—¿Tienes una moto? —al llegar Sebastian se colocó el casco que posaba encima de su moto, tomó uno de color negro, pasándomelo. La moto en sí, era hermosa, una RS Shadow 2010, en color negro.
—Si, me la regalaron en cuanto cumplí los 16 años, ¿te gusta? —yo me coloqué el casco, en cambio Sebastian se montó en ella.
—Si, es muy bonita —dije. Él sonrió. Me monté en ella pero dejé mis brazos a mis costados. ¿Tenía que abrazarlo de la cintura?, bueno no es que alguna vez no lo haya echo, pero no era muy común hacerlo —.¿Tengo que abrazarte?
—Bueno, a menos que no quieras morir, si —él encendió la motocicleta.
—Esta bien —suspiré. Rodeé su cintura con mis brazos, aunque no lo podía ver juraba que tenía una sonrisa dibujada en el rostro. El me tomó de las manos, jalándome más hacia él, apegándome más. Mi corazón dio un vuelco al sentir lo fuerte que era su pecho, se aceleró a mil por hora, eso nunca me había pasado, bueno excepto en cuarto de primaria, cuando Tim me dio un beso en la mejilla, pero esto era súper diferente y para ser honesta, me encantaba.
Sebastian quitó el freno, aceleró y emprendimos nuestro camino.
Al ingresar al estacionamiento del hospital Ashbrook Equine, salí corriendo por las escaleras de la entrada , Sebastian venía pisándome los talones. Me detuve en seco en las puertas de vidrio, las empujé y caminé tranquilamente para no resbalarme o que me llamaran la atención por ser mal educada y correr.
Llegué con la recepcionista, una mujer no mayor a los 40 años, su cabello era oscuro y tenía un corte en afro, sus chinos lucían definidos, su piel era trigueña, usaba un uniforme en color azul con algunos bordes en rosa pastel.
—Buenas tardes, ¿puede darme informes sobre la joven Susan Cooper?
Ella asintió, revisando en su computadora, miré a ambos lados, cerciorándome que mis padres no se encontraban por ningún lado.
—La señorita Cooper se encuentra en la habitación 25, en el tercer piso, a mano derecha.
—Gracias.
—Un placer.
Sebastian me tomó de la mano, jalándome a unos elevadores.
—Caray Emily, eres rápida —jadeaba el ojiazul, mi pecho se movía de arriba hacia abajo, también estaba jadeando. Las puertas del elevador se abrieron y unas tres personas bajaron con ropas muy limpias y en buen estado.
—Hace dos años practicaba atletismo —murmuré, ingresamos al elevador, yo apreté el botón que indicaba al piso tres. En un instante nos encontrábamos buscando la habitación 25 —.Y también hubo competiciones, pero nunca asistí.
—¿Por qué? —preguntó, levantó su ceja poblada y negra, del lado izquierdo.
—Bueno, la verdad no lo sé, tenía pánico, supongo —me encogí de hombros, restándole importancia.
En cuanto llegué a la habitación, mamá me miró con lágrimas en los ojos, la puerta se encontraba abierta. Corrí hacia ella estrechándome en sus brazos.
—¿Como ocurrió? —pregunté. Ella negó con la cabeza, sollozando —.Hacia mucho que no sufría de un ataque —y era cierto, Susan no sufría uno, desde hace cinco años.
—No lo sé —ella se separó secando sus lágrimas —.Tu padre se encontraba pagando la cita al psicólogo. Cuando tu hermana regresó del baño, su semblante era pálido, solo así de pronto, su respiración se hizo irregular, le costaba respirar, a lo que me di cuenta que era un ataque le grité a tu padre, él regresó corriendo, la cargó y la llevamos rápido a urgencias.
—¿Qué dijeron los médicos? —observé a Susan, ella estaba acostada, con nebulización, sus manos eran temblorosas, sus ojos lucían cristalinos, nos miraba atenta a las dos, en especial a mi.
—Dijeron que fue un susto lo que provocó el ataque, el ataque fue fuerte por lo que tuvieron que darle la inyección y después nebulizaciones —yo solo asentí con la cabeza.
—Y papá, ¿dónde está?.
—El tuvo que irse, pero regresa en un par de horas, creo que hubo un problema en el trabajo —se giró hacia Sebastian —.Gracias por traer a Emily, y gracias por todo lo que haz hecho por ella.
—La quiero, y haría cualquier cosa por ella — Sebastian sonrió, mirándome a los ojos, para después regalarme un guiño.
Las horas pasaron, Susan se había recuperando, no quizo hablar de lo que sucedió así que mamá no quiso insistirle, mi padre llegó justamente dos horas después. El doctor dijo que al día siguiente en la mañana daría de alta a Susan, quería mantenerla en observación, por si otro ataque le ocurría.
—Emily será mejor que vayas a descansar un poco — mamá estaba sentada, aún lado de Susan, ella tenía sus ojos cerrados, era mejor que descansara un poco.
—No pienso irme —dije firme. Papá se levantó de los sillones, me tomó por los hombros mostrándome una cálida sonrisa.
—Obedece Emily por favor, necesitas descansar, nosotros nos quedaremos con tu hermana y mañana temprano voy por ti y te traigo para que la veas.
Yo suspiré al ver su rostro suplicando, asentí lentamente con la cabeza. Sebastian se paró a mi lado, me susurró que él me llevaría a mi casa. Por lo cuál yo asentí agradecida.
Me acerqué a Susan y le planteé un beso en la frente. Me despedí de mis padres y después salimos de aquel hospital. Caminando al estacionamiento.
—Te había dicho lo hermosa que te vez hoy —el comentario de aquel chico me sacó desprevenida, mis mejillas tomaron color y mi corazón comenzó a palpitar de nuevo rápidamente.
—Gracias —susurré, más apenada no podía estar.
Sebastian ladeó un poco su cabeza, sonrío de lado. Yo solo lo miré esperando que hablara. El estacionamiento estaba casi vacío, excepto por unos tres carros que aún permanecían ahí. El río al observar mi ceño fruncido.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunté, él se acercó a mí, a pasos lentos pero firmes. Posó sus manos en mi cintura, acercó sus labios a mi oído, acariciándolo con estos, lo que provocó escalofríos por todo mi cuerpo, para después murmurar:
—Esta será la mejor noche de mi vida.
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