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Capítulo 11



24 de Agosto, 8:00 am.



Abrí lentamente los ojos, mi pulso estaba en calma, sentía mi corazón retumbar en mi pecho la luz segadora del hospital molestó a mis ojos por lo que tuve que volver a cerrarlos, llevé mi mano izquierda hacia mi frente sintiéndola fría. Mi nariz percibía el olor a medicina y al olor natural de sabanas limpia, mi cabeza dolía, me sentía mareada y con la boca seca y mi nariz tenía un tubo respiratorio.

Sigo viva.

Abrí de nuevo mis ojos, haciendo un intento para que no me dolieran, mis ojos se acostumbraron de poco a poco a la luz, aún así sentía un ligero calambre en ellos. Miré hacia ambos lados, encontrándome con una cabellera castaña clara, su mano estaba sobre la mía, su frente estaba apoyada entre su mano y la mía, sus cabellos caían sobre nuestras manos.

—¿Susan? —Mi voz sonó débil y adormilada. Ella se movió un poco, parpadeó un par de veces y me miró, sus ojos se agrandaron, poniéndose un poco llorosos.

— Emily, despertaste —Se llevó una mano a la boca y salió un sollozo inaudible —.Pensé...pensé...te vi tirada y...no vuelvas a asustarme —Su voz era entrecortada debido a los sollozos.

—No lo haré —Susurré. Susan se levantó, me abrazó fuertemente después se quitó sus lentes limpiándose las lágrimas.

—Nuestros padres están en la cafetería, están cansados, iré a avisarles que ya despertaste —Susan intentó levantarse pero yo se lo impedí.

—¿Cuánto tiempo tengo aquí? —Me dolía todo el cuerpo y mucho más el cuello.

—Una semana.

¡¿Acaso dijo una semana?!

Ella se acercó a darme un beso en la frente, yo le sonreí. Susan cruzó la puerta en busca de nuestros padres.

Pero esta volvió a ser abierta, y un chico entró por ella.

Sus ojos me examinaron, la calidez en ellos como siempre solía mirarme.

—Caray Emily, luces fatal —Sebastian sonrió burlesco, metiendo sus manos en los bolsillos de sus tejanos

—No tenías por qué echármelo en cara —Reí ante su comentario —.Y me siento peor, ¿puedes darme un poco de agua?, estoy secándome.

El sonrío, se acercó hacia la cama, sentándose en la silla donde estaba Susan anteriormente, tomo mi mano, donde un pedazo de cinta blanca estaba debajo de mi muñeca. Tomó el vaso con su mano, soltando un poco la mía y me lo entregó amablemente. Lo llevé a mis labios tomando pequeños tragos, sintiendo como el líquido resbalaba por mi garganta.

—No lo vuelvas a hacer —Su expresión había cambiado, sustituyéndola por preocupación y su tono ya no era burlesco, todo lo contrario, era serio —.Emily, me asustaste —Él retiró el vaso de mi mano, colocándolo a un lado de él y de nuevo volvió a sujetar mi mano con fuerza.

—¿Qué no vuelva hacer, qué cosa? —Fruncí el entrecejo, la verdad no recordaba nada. Sebastian cruzó sus dedos con los míos y con sus nudillos acarició la parte de arriba de mi palma, su tacto era tibio a comparación de la mía que seguro estaba fría.

—Emily, tu hermana me platicó que te encontró tirada en el piso, con los brazos en tu cuello. Ella dijo que escuchaba golpes en tu habitación, como si algo se estuviera estrellando contra la pared. Ella quiso entrar, pero tenía seguro, corrió escaleras abajo por la llave del cuarto, cuando entró, te encontró tirada en el piso, con tus manos sobre tu cuello y una cuerda enrollada a él —Sebastian paró de hablar, apreté mi mano contra la suya, mi cabeza dolió con la nueva información, las imágenes de Dalila llegaron a mi mente, recordando cómo me ahorcaba, pero no recordaba que traía una soga, o tal vez si, tenía tanto miedo que probablemente no observé la soga entre sus manos —.Emily, ella... Susan creyó que habías muerto, pero tu pulso se sentía muy débil, llamó a la ambulancia y por eso estás aquí.

—Sebastian —Él me miró directo a los ojos —Dalila, ella...

Pero fui interrumpida por mis padres que entraron corriendo al cuarto del hospital.

Sebastian me sonrió, soltó mi mano lentamente levantándose de la silla.

Mi madre me abrazó y a su vez repartía besos por toda mi cara.

—Mi niña, estás bien —Mi madre paró de darme besos, con su mano, la cual llevaba adornada con un anillo de oro en el dedo de en medio, acarició la parte lateral de mi cabeza.

—Emily, cariño, ¿te encuentras bien?—Mi padre me sujetó la mano.

—Yo lo siento, yo no sabía lo que hacía —Tragué duro, mi madre me sonrió dulcemente a la vez que mi padre. Lucían cansados, con los ojos un poco rojos y unas ojeras provenientes y sus ropas un poco arrugadas.

—Cariño, eso ya fue pasado, lo importante es que estás bien —Dijo mi padre, yo asentí con la cabeza, él dirigió su vista a Sebastian, que se encontraba de pie, recargado en uno de los muros blancos con sus manos en sus bolsillos —.Gracias por estar aquí con ella.

Sebastian asintió con la cabeza sonriendo. A mí me alegraba el hecho de que mi padre no le disgustaba la presencia de Sebastian. Mi madre le dio un ligero codazo en la parte lateral de las costillas.

—Te dije que era un buen chico —Susurró mi madre, para que sólo la escuchara mi padre. Pero seguramente Sebastian la escuchó, porque engancho más su sonrisa, me miró levantando amabas cejas intercambiando el movimiento entre ellas.

Un doctor mayor de 40 años entró en la habitación con un portapapeles en su mano, lucía muy tranquilo, su rostro era adornado por una ligera barba, sus cejas eran un poco pobladas.

—La paciente ya despertó, soy el doctor Allen —Dijo él, mis padres se hicieron a un lado, el doctor se colocó al lado de mi —.Es una buena noticia —Me miró con sus ojos cafés, luego los dirigió hacia el aparato de ritmo cardíaco —.Tu pulso está en orden, tu presión también, todo en orden, excelente. ¿Cómo te sientes?

—Con dolor de cabeza y me duelen los brazos y piernas. ¿Qué pasó?

—Bueno es normal, ya que entraste en coma.

—¿En coma? —Me removí inquieta entre las sábanas.

—Si —El doctor Allen asintió lentamente —.Sufriste un golpe severo en la cabeza y la falta de oxígeno a él, por lo que entraste en coma

—¿Cuándo podré irme de aquí? —Intenté relajarme, el doctor colocó su pluma en el bolsillo de su bata, se colocó el portapapeles debajo de su brazo izquierdo.

—Bueno supongo que hasta mañana se te dará el alta, esta noche y lo que resta del día te mantendremos en observación.

El doctor sonrió por última vez, antes de salir corriendo a otra emergencia por un paciente.

En la tarde mis padres se quedaron conmigo, pero estuve insistiéndoles en que se marcharan a descansar un poco, Susan asintió ofreciéndose a quedarse para cuidarme en lo que restaba el día. Mis padres dijeron que iban rápido a la casa y regresaban antes de lo que cante un gallo y yo los tranquilicé diciéndoles que estaría bien.

—Tengo que irme pequeña —Sebastian me acarició el dorso de mi mano, lo bueno es que Susan no estaba aquí, tuvo que ir a la cafetería y no escucharía las palabras de Sebastian y mucho menos vería como me sonrojaba. Él se acercó a darme un beso en la frente —.Ah por cierto, la comida del hospital sabe asquerosa, en especial las gelatinas viscosas y ¡duh!—Yo me reí ante su comentario —.Descansa.

Se despidió de mi y salió por la puerta, a los cinco minutos ingresó mi hermana con un café y un pastelito de chocolate.

—¿Ahora me contarás? —Susan se sentó en la silla que había sido ocupada por Sebastian.

—¿Ya compraste tu pastelito? —Pregunté, intentando evadir el tema.

Susan asintió, se cruzó de brazos frente a mí, apoyando sus codos en la cama

—Entonces... —Insistió mirándome severamente, a veces odiaba cuando me dirigía este tipo de miradas, entonces tenía que decirle las cosas sí porque sí.

—¿Qué cosa? —Intenté hacerme la confundida, ella bufó molesta. Su rostro parecía cansado, su cabello estaba alborotado. Mi respiración se aceleró un poco debido al miedo recorrer por mi sistema. Él aparato cardiaco comenzó a acelerarse un poco más.

—Tranquilízate Emily, sólo quiero saber el motivo — Ella me sonrió, demostrando que podía contarle y confiar en ella.

El ambiente se tornó frío, y el aparato de a poco a poco, marchaba a su ritmo normal.

—Yo... —Aclaré mi garganta, eliminando el nudo que comenzaba a formarse en mi garganta —.¿Me creerás?

—Claro que sí —Susan pasó su mano por mi brazo, frotándolo un poco por un intento en tranquilizarme. Ella me entendería o eso pensaba, pero si le decía la verdad, posiblemente me crea, o tal vez, me creerá demente.

—Dalila...ella lo hizo.

Susan frunció el ceño, al escuchar un nombre diferente, se mordió el labio inferior ligeramente, sabía que estaba pensando que decir, buscando las palabras correctas en su mente. Mi vista captó algo junto a la puerta.

—¿Quién es Dalila? —Susan escaneó mi rostro, comprobando si decía la verdad o le estaba jugando una broma de mal gusto, la miré a los ojos directamente.

—La niña que vive en nuestra casa —Miré de nuevo hacia la puerta —.Y la que está parada junto a la puerta.

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