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Capítulo 10


                                                                                                                                                         17 de Agosto, 8:00 pm

Ha pasado una semana después del suceso con el columpio. Sebastian se puso como loco, bueno paranoico, comenzó a dar vueltas en frente de mí, después con sus manos jalaba su cabello hacia atrás y por ultimo corrió a su casa a vomitar el desayuno.

Lo siento.

Por mi parte, miré por última vez el columpio, ya no se movía y Dalila ya no estaba en él.

En el transcurso de la semana, mamá consiguió un trabajo de medio turno, en la tienda de cosméticos en el centro comercial, Susan compraba más y más libros, Dalila ya no había aparecido, bueno, su presencia, pero en mi habitación seguían pasando cosas raras, como por ejemplo; las luces se apagaban, en el armario se escuchaban rasguños y en la cocina se caían platos, ah casi lo olvidaba y los pasos que se escuchaban en el pasillo exactamente fuera de mi puerta. Antes pensaba que eran mamá o papá para cerciorarse que no me escapara por las noches pero cuando abría la puerta no había nadie por lo que me provocaban escalofríos y unas enormes ganas de correr al baño y arrojar todo lo de la cena, debido a los nervios.

Sebastian y yo íbamos camino hacia la feria de Holmes Chapel, no ha sido fácil, tuvimos que tomar el bus y lo peor fue que nos tocó parados, estaba llenísimo de gente, tuve que luchar por no morir aplastada en el intento de conseguir un asiento. Pero jamás conseguí uno libre.

—Creo que aun tengo el aroma impregnado del señor obeso come hamburguesas—Sebastian olfateó un lado de su brazo –.Asqueroso, no volveré a viajar en bus.

—Claro, puedes ir caminando y tener suerte que no te revienten los pies o en casos extremos que te asalten —dije, el sólo me miró fulminante. Y yo en repuesta me encogí de hombros

Yo crucé mis brazos abrazándome un poco, aún era temprano, pero en momentos se venían ráfagas de viento, lo que me provocaban escalofríos. La gente se subía a todo tipo de juegos mecánicos, desde el gusanito, hasta la montaña rusa. Los niños solo corrían hacia los juegos y sus padres detrás de ellos cuidándolos, otros incluso lloraban al ver que su billetera estaba casi vacía y sus hijos no paraban de subirse a las atracciones.

—Por fin—Sebastian interrumpió mi momento de ensoñación, cuando miré a una pareja de novios, tomándose un helado sentados en una banca, platicando cómodamente, pensé en Sebastian, viéndome él y yo como esa pareja. No eran muy grandes, la joven era muy bonita con su largo cabello pelirrojo —.La casa de madame Bailey.

El local era pequeño, pero lo adornaba por fuera un gran letrero con el nombre de La Casa de Madame Bailey en letras cursivas, la pintura estaba desgastada, lo más probable es que no tuvo el deseo de repararla ya que la feria solo estaría por un mes.

Sebastian tocó la puerta, esperando a que alguien abriera, a mí me sudaban las manos de los nervios y me temblaban las rodillas. Sebastian actuaba como si nada, con sus manos metidas en sus tejanos desgastado de color azul.

Una señora de más de 40 años abrió la puerta, vestía con una falda larga morada y una blusa blanca, llevaba consigo varias joyas de plata, su cabello era lacio y un poco encrespado, en su cabeza traía atada una pañoleta morada con algunos piedras decoradas, está solo cubría la parte superior, un grueso delineado cubría sus ojos y no olvidemos el color rosa que traía en sus labios.

—¿Que quieren chiquillos?—Su voz no era tan agradable, se notaba la amargura en su personalidad.

—Información—Sebastian sonrío. La bruja lo miró interesada —.Valiosa información.

Con ese tono de voz parecía como un detective secreto.

Ella asintió con la cabeza, se metió al local y nosotros la seguimos. El local era obscuro, un foco alumbraba poquito y algunas velas ayudaban a la luz, el ambiente tenía un olor pocoagradable, olía a alcohol y fragancias asquerosas.

La bruja caminó llegando a una mesa redonda, jaló la silla y se sentó en ella.

Tenía repisas en las paredes pero todas estas estaban llenas de polvos de colores, recipientes con líquidos sospechosos y uno que otro cráneo como "decoración".

—¿Qué clase de información? —La bruja junto sus manos por encima de la mesa, levantando una de su cejas.

—Sobre la leyenda de Holmes Chapel —Respondí, ella me miró un segundo.

—Hay muchas, niña, la del campanario, la del puente maldito, la casa abandonada...

—Sobre el diario de Dalila —La interrumpí, pero cuando la nombré, las llamas de las velas se encendieron aún más y después se regresaron a su tamaño. La bruja echó una mirada de soslayo hacia mí y luego hacia Sebastian.

—¿Un fantasma? —Madame Bailey preguntó. Yo asentí —.Bien te la diré, pero te saldrá caro.

—¿Cuánto es el precio? —Pregunté. Ella se llevó uno de sus delgados dedos a su barbilla, pensativa.

—10 euros.

—Eso es un robo bruja —Se quejó Sebastian, yo lo miré y le di un codazo en su abdomen, él me regresó la mirada sin entender. La bruja le lanzó un gruñido —.Que sean tres euros.

—¿Eso es todo lo que tienen? —Preguntó Madame Bailey, incrédula.

—Usted está en lo cierto Madame, entonces, ¿acepta?

—Sólo quiero saber sobre el diario —Dije, madame Bailey lo pensó un segundo y después asintió no muy convencida.

—Bien, trato, pueden tomar asiento —Sebastian y yo nos acercamos a la mesa, sentándonos enfrente de ella —.¿Qué quieren saber?

—¿Qué pasa cuando uno lee el diario? —La bruja me miró un segundo.

—Llamas a Dalila—Suspiró.

—¿Cómo hago para deshacerme de ella?—Volví a preguntar, mis dedos temblaban y se enredaban entre ellos.

—Tienes que leer todo el diario—Respondió —.Lo único que desea Dalila es que alguien lea su diario y la comprendan.

—Pero, todo lo que leo se hace realidad —Ella me miró un segundo, las velas comenzaron a apagarse una por una, solo quedaron la mitad encendidas.

—Esa es la parte de la maldición, escucha, debes de leer todo el diario, hasta el final, no importa lo que veas o pase, termínalo y cuando lo acabes, te desmayarás, después despertarás como si todo hubiera sido un sueño, todo volverá a la normalidad. Tu romperás la maldición —Madame Bailey se relamió los labios, yo la miré incrédula, soporté unos cuantos escritos pero ¿todo su diario? eso era un suicidio, soportar sus actos, verlos, sólo yo.

—¿Y si no funciona?—Sebastian me tomó de la mano por debajo de la mesa, al principio me asustó un poco pero después sentí calma, sabía que contaba con su ayuda.

—Es la única manera, no hay otra. Cuando comienzas con algo entonces tú tienes que terminarlo —Yo solo asentí con la cabeza. Saqué el dinero, pero Sebastian se adelantó pagándole los tres euros —.Suerte niña.

— Me llamo Emily, madame —Ella asintió.

Nos levantamos dispuestos a marcharnos, conforme caminábamos a la salida las velas se iban apagando por sí solas, quedando sólo el foco alumbrando.

Después de unos 45 minutos de caminata, por fin había llegado a mi destino. Mi casa. Sebastian por su parte se fue a su casa. Le entregué el dinero, pero él no lo acepto, yo insistí, pero aún así no lo acepto, él se marchó, no sin antes decirme, "descansa, pequeña".

Yo, al escucharlo, me sonrojé y salí corriendo a mi casa.

Corrí a mi habitación, dispuesta a hablar con Dalila, tenía que terminar de leer su diario, tenía que acabar con todo esto. Le puse pestillo a mi puerta, para que nadie entrara.

—Dalila —La llamé, pero no obtuve respuesta—Dalila, quiero leer tu diario —En un parpadear de ojos vi el diario sobre mi cama y Dalia parada a un lado. Ella sonrió, se acercó al diario y lo tomó con sus manos.

—Si quieres leerlo, un trato a cambio me darás —Mi respiración se detuvo, todo comenzó a dar vueltas, sintiéndome mareada, apostaría que en cualquier momento podría caerme.

—¿Qué...clase...de trato? —Mi voz se escuchó temblorosa y eso provocó a Dalia que soltara una pequeña risa burlesca.

—Sé mi títere —Ella me extendió su libro, si yo aceptaba podría leerlo y acabar con ella, pero si soy su títere, ella podría hacer lo que sea conmigo.

—No Dalila, si me usas, matarás a más personas.

Ella asintió —Estás en lo cierto.

Ella se acercó a mí, con sus manos tomó mi cuello, apretándolo, impidiendo el paso de mi respiración.

—Dalila, por...favor —Supliqué entre dientes. Ella me miraba y la presión en mi cuello aumentaba.

Llevé mis manos a mi cuello, intentado retirar la suyas pero no tocaba nada, sólo mi piel, como si no hubiera nada, solo un vacío. ¿En realidad aquí acabaría todo? ¿Dalila me mataría? Ella me miró, arrugando su frente, sus ojos se volvieron blancos, su cabello empezó a enmarañarse y yo con mis manos rasguñaba mi cuello intentando pararla pero sencillamente era inútil, me ardía, debido a mis uñas rasguñándolo y juraba que ya estaba rojizo.

Ya no aguantaba más.

Y de pronto, todo se volvió oscuro.

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