Capítulo 1
1 de Agosto, 6:30 pm.
Hace un par de días, mi familia y yo nos acabábamos de mudar a un nuevo vecindario en Holmes Chapel. Mi madre siempre había soñado en vivir a Inglaterra, por lo contrario, yo no quería abandonar Manhattan.
Pero un día papá llego saltando de alegría ya que en su trabajo lo habían transferido a Holmes Chapel. Mi hermana y yo, rogábamos por no irnos de la ciudad pero como siempre la suerte no estaba de nuestro lado.
—¿Ya puedo salir? —esta era la cuarta vez que pedía el permiso para salir a conocer el pueblo. Toda la mañana me la pasé rogándole a mamá.
—No —era la cuarta vez que mi madre me lo negaba. Ella estaba rebanando algunas zanahorias para la sopa de esta noche.
—Por favor —Susan despegó sus ojos de aquel libro de literatura romántica, del cual tanto ama y ha leído más de una vez.
—Emily no insistas, cuando mamá dice no, es no —Susan es más grande que yo, por dos años. Y más "madura".
—Pero...
—¡Ya basta! —mi madre golpeó la mesa con su puño, provocándome pegar un salto de alarma —.Emily tienes quince años y no es adecuado que una niña ande sola por todo Holmes Chapel.
—En Manhattan me dejabas salir —contesté molesta, me crucé de brazos mirando el suelo, a veces odiaba el hecho de ser tan berrinchuda, pero no podía evitarlo.
—Si pero en Manhattan lo conocíamos perfectamente y aquí no —mamá soltó un soplido, segundos después siguió cortando las zanahorias en perfectos cubitos, el cuchillo chocaba contra la tabla de cortar y a veces rechinaba contra esta.
—Emily, ¿por qué mejor no buscas un libro y comienzas a leer? —Susan volvió a dirigir su vista a aquel libro de pasta dura, importándole poco lo que suceda a su alrededor.
—No me gusta leer —me levanteé de aquel sillón, duro para mi gusto, dispuesta a subir las escaleras molesta.
—Entonces deberías jugar con tus muñecas —Susan rió por lo bajo.
—Eres imposible —subí las escaleras corriendo encerrándome en mi pequeño mundo. Mi habitación.
Susan y yo somos completamente diferentes, ella es más sencilla y adora los libros, siempre intenta llevarme la contraria, mamá siempre dice orgullosa que debería de seguir su ejemplo. En cambio, yo, soy un poco más rebelde y no me gustan los libros, soy testaruda y caprichosa. Antes la castaña y yo nos divertíamos horas jugando a las muñecas, pero eso cambió cuando llegó John, el nuevo novio de Susan, y gracias a él esa diversión acabó, aparte, ya estaba grande así que algún día debería dejar las muñecas.
Caminé hacia mi cama, pero al dar el cuarto paso escuché un crujido por parte de la madera, me detuve en seco, repetí el paso y lo volví a escuchar. Me agaché, ensuciando un poco mis jeans pero eso era lo de menos, golpeé un poco la madera con mi puño, se escuchaba eco, como un pequeño tambor.
Con mis uñas intento desprenderla, al principio me fue difícil, pero después logré sacar el trozo consiguiendo que una astilla se enterrara en mi dedo y un poco de polvo salga, provocándome un estornudo. Llevo mi dedo hacia la luz blanquecina que desprendía el foco, logrando captar la pequeña astilla para así correr hacia el tocador por unas pequeñas pinzas y por fin sacarla de mi dedito. Regresé hacia el lugar de donde saqué la madera dejándome caer contra mis rodillas.
Mis ojos captaron un libro en el fondo, con la pasta dura, lo tomé entre mis manos, la textura es rasposa y polvorienta. Soplé un poco en la portada, su color era café oscuro, tiene algunos adornos bordados, tal vez son margaritas o incluso girasoles, pero debido a lo desgastado no logro descifrar que son.
Coloqué el pedazo de madera en su lugar provocando un leve sonido como de golpeteo. Me pongo en pie, camino hacia mi cama leyendo el título en mi cabeza, cada paso que doy parece eterno y la madera rechina. Eso sucede cuando tu padre consigue una casa tan antigua.
—Mi pequeño diario —leí en un susurro, temiendo que mi madre me escuche. Que al pensarlo es una tontería ya que ella está en la primera planta.
Lo abrí en la primera página pero un letrero en letras negras con una perfecta caligrafía captaron mi atención como todo el libro.
—Te lo advierto. No lo leas, si quieres sobrevivir —fruncí el ceño a tal advertencia, pero eso solo me incitaba a leerlo. Le di vuelta a la página encontrándome con una fecha y debajo un largo texto.
—28 de septiembre de 1835 —la habitación se encontraba en total silencio, solo sentía una pequeña ráfaga de viento colándose por esta, provocándome ligeros escalofríos —.Mi nombre es Dalila, tengo tu misma edad, 15 años, este diario me lo regaló mi padre, la verdad es que no me interesa mucho el regalo, ese señor me encerró en un manicomio por más de tres años, creyendo que estaba loca, cosa que no era cierto.
»Mi vida ahí fue un total infierno, todos lo días comía sopa y de tomar, agua del grifo, cada vez que nos portábamos mal o nos atrasábamos con nuestro tratamiento, nos sometían a la sala de castigos; esa sala, era una tortura, te daban electro shock, no muy fuertes, tampoco no querían matarte pero si lo suficiente para que aprendieras la lección, por otra parte, te bañaban con agua helada y después te azotaban con enormes varas de madera. Ese castigo era para los más pequeños. Solo estuve en ese cuarto dos veces y cada una fue una verdadera tortura, con cada electro shock sentía que moriría. Pero rápidamente las enfermeras la detenían dejándome inconsciente.
Te preguntarás ¿por qué me encerraron en ese lugar? Mi madre me encontró matando a mi perro, le hice una cortada en el cuello, dejando que se desangrara y después lo metí en una tina con agua, dejando que está se pintara de un color carmesí, después procedí a sacarle los ojos. Mi vestido terminó lleno de su sangre y mi madre me sacó a empujones de la habitación de baño, gritándome que era un monstruo, una asesina, un error.
Cerré el libro de golpe al escuchar a Susan golpear la puerta con su puño, despertándome de mi ensoñación, imaginándome como Dalila mató a su perro. El libro lo deje aún lado mío, encima de mi cama.
—Emily, abre —Susan seguía dando golpes en la puerta con su puño, en cambio, yo, solo me quedé quieta en mi lugar, no podía moverme, sólo miraba la puerta de madera que ligeramente vibraba —.Emily, si no abres, mamá te castigara.
En un impulso salí corriendo hacia aquella puerta, logrando abrirla.
—¿Qué estabas haciendo? —la entrometida de mi hermana cuestionó con los labios fruncidos.
—Nada...—abrí un poco más la puerta —.Leyendo un libro —señalé hacia mi cama sin mirar atrás. Mi hermana dirigió su vista detrás de mí, hacia el interior de mi cuarto.
—No hay nada —Susan me miró con el ceño fruncido.
—¿Que? —miré hacia mi cama y efectivamente ya no estaba el libro —.El diario ahí estaba.
—Estas loca —Susan negó varias veces con su cabeza, agitando su melena castaña clara, me miró con sus ojos verdes, sobre sus lentes. Hace tres años esos lentes ocupaban su rostro, pero solo los usaba para leer —.En fin, dice mamá que te pongas un abrigo, saldremos a pasear por la ciudad.
—Esta bien...
—Ah, y que no tardes —mi hermana dio media vuelta, caminando unos cuantos pasos para después bajar trotando por las escaleras.
Yo solo cerré la puerta de mi habitación, me recargué en ella, dejando escapar un bufido. Con la miraba busque por todo el cuarto, haciendo un esfuerzo por buscar aquel libro pero no había rastro de este.
La habitación cayó en una repentino silencio, solo podía escuchar mi respiración, e incluso los crujidos de los muebles debido a la antigüedad.
—Vamos Emily, no tienes por qué asustarte —me alenté a mí misma. Cerré un poco los párpados. ¿En verdad me estoy volviendo loca? O ¿algo más sucede con ese libro?
—Claro que si...
Abrí los ojos, al escuchar una voz susurrándome en mi oído, como un ligero soplido, en esa parte sentía frío y la piel se me ponía de gallina.
Pero lo peor de todo, estaba sola en mi habitación.
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