
07- Alterar
Seguíamos en la misma situación, Dalia parecía estar bien y de pronto la encontrabas discutiendo o simplemente charlando "sola". Ya no representaba problema para nosotros, aunque habíamos recibido unas quejas por parte de los padres temerosos de que Dalia fuese a hacer algo a sus hijos. No le dábamos importancia a eso, Dalia podía causar miedo pero no era dañina, según los maestros, a pesar de su enfermedad seguía siendo una de las mejores alumnas a las que le dieron clases, aunque se había vuelto más parlanchina no causaba mayor problema... O por lo menos así era hasta que nos hablaron de urgencia en la escuela: Dalia había tenido un accidente que al llegar nos confirmaron que no era exactamente un accidente, sino un episodio. De pronto se puso a gritar: «¡Ya cállate, no lo haré, nadie sabrá de ti. Cállate, cállate, cállate, cállate!» mientras golpeaba su cabeza contra el escritorio. Sus compañeros en vez de ayudarla entraron en pánico y corrieron junto con la maestra que no supo hacer otra cosa que huir. Dalia terminó golpeándose hasta quedar inconscientez pero fueron tan fuerte los golpes que se le hizo una herida, tuvo que ser trasladada al hospital.
Después de saber eso tuve que ir a la clínica, pero no sin antes asegurarle a la directora que hablaríamos sobre el incidente una vez resuelto.
Llegué al hospital apresurado, el historial clínico de Dalia estaba ahí por lo cual no hubo muchas preguntas, la habían atendido rápido me estaban esperando para poder darla de alta. Le dieron tres puntadas en la frente, se le veía fatal pero ella aseguraba estar bien.
Firmé los papeles del alta y mi madre logró que en el trabajo le dieran la tarde libre, yo llevé a mi hermana a casa y mamá fue a la escuela a terminar la plática pendiente.
Pasaron dos horas, mi madre llegó devastada al hogar, Dalia había sido expulsada de la escuela. La directora había recibido demasiadas quejas sobre mi hermana por parte de los padres de familia, los alumnos tenían miedo a una reacción violenta de ella y los maestros no sabían que hacer en caso de una crisis, lo mejor fue darla de baja. Nos sentamos en familia, se sentía algo roto dentro de todos, los tres lloramos juntos. Mi hermana no paraba de pedir perdón.
—No te disculpes jamás, no es culpa tuya, hermana —puntualicé con impotencia, mamá nos abrazó a ambos.
—Vamos a salir de esto, bebés... Estaremos bie —nos aseguró, eso me recordó cuando éramos niños pequeños y había problemas en casa. Pero esta vez el problema no se iría, requería más que un simple esfuerzo.
Pensamos que tardaría mucho en llegar otra crisis, pero apenas dos días después de que Dalia se abrió la frente, vi gotas de sangre en el piso. Seguí el rastro, iban de su habitación al baño, toqué la puerta esperando que todo estuviese bien:
—Dalia, ¿por qué hay sangre en el piso? —No hubo respuesta, volví a tocar la puerta—. ¿Dalia? Sé que estás ahí, dejaste sangre por todo el lugar. —De nuevo no dijo nada, empecé a desesperarme—. ¡Dalia, abre ya! —grité y toqué con tanta fuerza que mi madre se levantó asustada. Dalia seguía sin responder así que intentamos abrir con un cuchillo, pero no funcionaba, empecé a patear la puerta para intentar tirarla pero Dalia abrió de pronto.
—¡¿Qué hiciste?! —le pregunté asustado al verla, estaba con la cara empapada en sangre
—Yo no lo hice —afirmó, tocando la herida en su frente. Mi madre se apresuró a envolver a Dalia en una toalla y tuvimos que llevarla a urgencias nuevamente.
Volvieron a suturarle la herida incluso le cortaron las uñas para evitar que se volviera a sacar las puntadas. Nos recomendaron llevarla al hospital psiquiátrico para que la vigilaran mejor, pero no estábamos seguros de hacerlo si al final ella terminaba igual.
Regresamos a casa, Dalia insistía que ella no había hecho nada, que alguien más le había hecho eso con intención de dañarla. Ahora no solo teníamos que cambiar la puerta del baño sino que teníamos que buscar ayuda para Dalia. Empezamos a buscar diferentes psicólogos, psiquiatras incluso curanderos, pero nada tenía efecto en ella.
Los meses pasaron y nada cambiaba. Dalia seguía hablando sola y teniendo episodios, a veces nos despertaban un ruido como si alguien estuviera martillando la pared, pero era Dalia dándose golpes.
Derryl la visitaba a menudo y le llevaba libros para que pudiese mantenerse ocupada, lo cual agradecíamos mucho. Los vecinos le daban tareas simples y ella se sentía bien ayudándolos, pero todo era temporal.
Nuevamente empecé a tener pesadillas. Soñaba que me miraban a través de la ventana, me despertaba asustado y seguro de que había corrido la cortina, pero siempre la encontraba abierta, a pesar de que me aseguraba de cerrarla antes de dormir.
Soñaba con la misma persona que Dalia me había descrito, la soñaba decirme que Dalia le pertenecía, que no podía salvarla. Yo estaba convencido de que Mariana era la respuesta a todo porque en cada sueño se me atravesaba el cuaderno viejo con su nombre.
—Dalia, necesito que me digas porque se suicido Mariana —le exigí sin que ella se lo esperara de pronto una mañana. Me miró con pánico, luego desvío la vista.
—¿Para que necesitas saber? —intentaba no verme a los ojos.
—Porque necesito respuestas, algo anda mal.
—Yo no lo sé, Leonardo. Ella solo lo hizo sin dar motivos —respondió tajante.
Respiré profundo, si quería respuestas no las iba a obtener de Dalia así que hice una exhaustiva búsqueda con vecinos, amigos e incluso Internet.
Una semana después iba decidido a encontrar respuestas y para eso necesitaba encontrar a la madre de Mariana, ya que su padre se había mudado a otra ciudad. Viajé hasta el otro extremo de la localidad, no podía creer hasta donde había parado la madre de Mariana, lo había perdido todo, hasta si misma.
—Buenas tardes —saludé, al verla sentada fuera de su casa, si es que se le podría llamar así. Ella me miró extrañada por unos segundos.
—¿Qué quieres? —preguntó en un tono hostil.
—Soy Leonardo, no sé si me recuerde, hermano de Dalia... —Entonces su rostro cambió, esbozó una sonrisa.
—Sí, sí recuerdo. ¿Cómo está tu hermana? —quiso saber, mientras me invitaba a pasar. El lugar olía a cigarro y humedad.
—No tan bien... —empecé a contarle todo lo que había pasado en los últimos meses, su cara cambió de intriga a horror con cada acontecimiento.
—No puedo creer, pobre de Dalia... Ella fue como una sobrina para mí, ya sabes Mariana y ella eran inseparables... Pero no entiendo en qué puedo ayudarte, Leo, viniste tan lejos ¿para qué?
—Dora, necesito ayuda, quiero saber si aún conserva el cuaderno de flores amarillas de su hija. —La mujer hizo una mueca de estar pensando.
—Sí, creo que sí. Ven. —Caminé tras ella hasta una habitación, era escalofriante, todas las cosas de Mariana estaban perfectamente ordenadas como si fuese el cuarto donde ella había muerto. La señora buscó entre los cajones y me lo entregó en la mano.
—Pero sigo sin entender para qué lo necesitas.
—Quiero conseguir uno igual para Dalia, quizá le ayude a mejorar —mentí, Dora no me creyó del todo pero aún así me dejó ver cuaderno.
—No he visto que vendan nada igual. De hecho este lo compramos por accidente.
—¿Cómo?
—Sí, ¿recuerdas cuando fuimos a la playa con Dalia? Mientras paseábamos encontramos una venta de jardín, las chicas insistieron en ir, todo lo que vendían eran cosas de mujercitas... Mariana tomó una mochila, aquella que está sobre la silla y dentro venían dos cuadernos. Insistimos en regresarlos, pero la persona que lo vendía ya no quería tener nada, resulta que las cosas eran de su hija que había muerto en un accidente —platicó Dora mientras lloraba abrazando un suéter de Mariana—. A veces creo que eso nos trajo la mala suerte que hizo morir a mi bebita…
—Disculpe que pregunte eso, pero ¿por qué lo hizo?
—No dio motivos, Leonardo —reconoció mientras lloraba con fuerzas sin poder calmarse—. Solo nos pidió perdón a través de una carta. —Me quedé en silencio hasta que la mujer estuvo tranquila. Sabía lo terrible que debía sentirse.
Intenté buscar información sobre el cuaderno con la mirada, pero no tenía ni siquiera marca.
—Si quieres llevatelo —ofreció—. Me duele desprenderme de el, pero si eso ayudara a Dalia supongo que haré un esfuerzo. —Yo agradecí el gesto.
»Leonardo, es tarde y este barrio es peligroso, mejor ve antes que te pase algo. —Nos despedimos con melancolía y yo seguí mi camino.
No abrí el cuaderno, tenía miedo. Sentía una terrible presión en el pecho al tenerlo cerca. Lo guardé rápidamente en la mochila y fui a casa, llegando Dalia estaba esperándome:
—¿Dónde estabas? —me preguntó casi molesta.
—Fui con una vieja amiga. —Ella me miró dudando.
Esperamos a mi madre para cenar los tres juntos, la cena no tuvo nada de especial. Todos comimos casi en silencio y apenas terminamos nos fuimos cada uno a nuestras habitaciones.
Cuando me armé de valor, de mi mochila saqué ese cuaderno, al tocarlo sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo y de nuevo esa sensación de ser observado. Lo abrí y vi con detalle cada hoja, leí cada palabra, pero no era nada importante, era como especie de diario en el que Mariana solo hablaba de Dalia, chicos, clases y la relación de sus padres... Pensé que mi subconsciente me había traicionado, pero noté que ese cuaderno tenía hojas arrancadas... Empezaba a darme por vencido sin embargo inconscientemente hice algo que me dio la respuesta: Acaricié la tapa del cuaderno y noté algo extraño, empecé a observar más de cerca bajo la luz de la lámpara y no estaba equivocado, había sido alterado.
Bajé con cuidado a buscar un cuchillo, intentando no llamar la atención de mi familia y lo conseguí, regresé al cuarto y empecé a desvelar el misterio. Con cuidado inserté el cuchillo en un costado de la tapa, y cuando esta estaba lo suficiente abierta como para ver en medio noté unas hojas perfectamente acomodadas. No quería alterar el cuaderno porque no sabía si Dora me lo pediría después así que me tomé mi tiempo en intentar sacar las hojas sin dañar la superficie. Lo logré.
Estaba temblando, sudando y con el corazón acelerado, antes de leer el contenido volví a pegar la tapa para que no se notara que había sido dañada, aunque no creía que alguien se imaginara que había algo oculto. Quedó una marca pequeña en el cuaderno y eso me preocupaba por Dora, pero me preocupaba más lo que había escrito en aquellas hojas amarillosas, estaban demasiado viejas, parecían haber sido puestas a propósito para que nadie las leyera... O por el contrario, estaban ahí esperando ser descubiertas.
Suspiré y empecé a leer o más bien lo intenté porque estaban escritas en otro idioma, era latín. Cerré mis ojos con fuerzas pensando que todo había sido en vano, pensando que quizá yo estaba enloqueciendo al igual que mi hermana; estaba desesperado por respuestas que buscaba en el cuaderno de una chica muerta. Mi mente estaba al límite.
Me dejé caer en la cama, agotado, estaba empezando quedarme dormido cuando escuché claramente que corrían la cortina, me levanté de un salto para confirmar que no era mi imaginación, la cortina estaba abierta. Sentí tanto miedo que salí de la habitación, apenas entré a la cocina y Dalia estaba sentada, me esperaba.
—¿Qué encontraste? —me preguntó sin ninguna expresión en su rostro.
—¿De qué hablas? ¿Cómo sabías que iba a bajar?
—Porque Elizabeth me lo dijo. ¿Qué encontraste en el cuaderno? —insistió.
—No sé de qué hablas —mentí, de pronto Dalia parecía más cuerda que nunca y eso me aterraba. Quizá Dalia no era Dalia.
—No quieras engañarme, Elizabeth lo ve todo. —Me sentí acorralado, me senté al lado de mi hermana mientras buscaba las palabras adecuadas que nunca llegaron.
—No encontré nada, solo unas hojas en lo que creo es latín, algunos dibujos extraños y no sé, en realidad... ni siquiera sé que estoy buscando.
—Entonces detente. Lo que sea que buscas estás cerca de encontrarlo, pero no creo que te guste. Aléjate ya —me aconsejó mi hermana, su mirada transmitía miedo.
—¿Me estas amenazando? —le pregunté confundido.
—No. Te lo estoy advirtiendo, no hay nada que puedas hacer, no puedes salvarme.
—¡¿De qué?! —me alteré y desperté a mi madre que se asomó por la puerta a pedirnos bajar la voz.
—Así déjalo, Leonardo. Buenas noches —finalizó Dalia, luego se fue a dormir.
—Está bien, me alejaré. Descansa —respondí mientras caminaba, pero solo era para calmarla, no iba a detenerme a entender lo que sea que sucedía... Ni siquiera sabía porque esa idea se había clavado en mi cabeza, erra como si alguien me manipulara a continuar.
Al día siguiente me tocó trabajar, estuve concentrado y en cuanto fue la hora de irme prácticamente huí, pero no fui a casa fui directo a la universidad al departamento de filosofía. Busqué a un maestro que había conocido, por suerte el universo coincidió conmigo para que él tuviera un tiempo libre y hablar
—Hola, Señor Ross Green... ¿Cómo ha estado?
—¿Leonardo Ezquer? Bien, me alegra verte. ¿A qué se debe tu visita?
—Necesito su apoyo, quiero traducir este texto de aquí. Es muy importante para mí entender que dice. —El maestro sonrió y extendió su mano para recoger las hojas.
—Parecen muy antiguas e interesantes. Préstamelas hoy y en mi tiempo libre te las traduciré sin problema. Mañana te las regresó —concluyó sonriendo. Por eso busqué a ese hombre, era un “comelibros”. Si algo le interesaba podría dejar de comer por leer.
—Claro que sí, muchas gracias —me despedí pronto porque él tenia una clase que impartir.
Llegué a casa y notaba a Dalia más extraña de lo normal, insistía demasiado en saber que había hecho después del trabajo, pero no le dije.
Al día siguiente en cuanto salí del trabajar conduje hasta la universidad, ahí estaba el señor Ross Green esperándome.
—Ezquer, le tengo lo que pidió. —Yo sonreí—. Aunque a decir verdad, no sé en que se está metiendo...
—Ni yo —admití—. ¿Es algo malo?
—Supongo que depende. ¿De dónde sacó esto?
—Las tenía mi hermana.
—Pues tenga más vigilada a su hermana, hay cosas que es mejor evitar... Por cierto no pude identificar de que libro son o fueron, no sé si usted sepa. Son cosas bastante interesantes.
—No, yo no sé... Solo las encontré.
—Hay cosas que lo mejor es no saberlas, pero lo dejo a su criterio. Si después averigua me gustaría saber más. —El maestro me dio las hojas traducidas y me regresó las hojas viejas, después de eso se fue. Yo me quedé solo con la traducción y la sensación de ser observado por alguien o algo.
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