
Dagón (parte final)
No me atrevo a describir con detalle sus rostros y sus cuerpos, ya que el mero recuerdo me produce mareos. Mas grotescos de lo que podría concebir la imaginación de un Poe o de un Bulwer, eran detestablemente humanos en general, a pesar de sus manos y pies palmeados, sus labios espantosamente anchos y anchos y fláccidos, sus ojos abultados y vidriosos, y demás rasgos de recuerdo menos agradable. Curiosamente, parecían cincelados sin la debida proporción con los escenarios que servían de fondo, ya que uno de los seres estaba en la actitud de matar a una ballena de tamaño ligeramente mayor que el. Observé, como digo, sus formas grotescas y sus extrañas dimensiones; pero un momento después decidí que se trata de dioses imaginarios de alguna tribu pescadora o marinera; de una tribu cuyos últimos descendientes debieron perecer antes que naciera el primer antepasado del hombre de Piltdown o de Neanderthal. Aterrado ante esta visión inesperada y fugaz de un pasado que rebasaba la concepción del mas atrevido antropólogo, me quede pensativo mientras la luna bañaba con misterioso resplandor el silencioso canal que tenia ante mi.
Entonces, de repente, lo vi. Tras una leve agitación que delataba su ascensión a al superficie, la entidad surgió a la vista sobre las aguas oscuras. Inmenso, repugnante, aquella especie de Polifemo saltó hacia el monolito como un monstruo formidable y pesadillesco, y lo rodeo con su brazos enormes y escamosos, al tiempo que inclinaba la cabeza y profería ciertos gritos acompasados. Creo que enloquecí en ese entonces.
No recuerdo muy bien los detalles de mi frenética subida por la ladera y el acantilad, ni de mi delirante regreso al bote varado... Creo que canté mucho, y que reí intensamente cuando no podía cantar. Tengo el vago recuerdo de una tormenta, poco después de llegar al bote; en todo caso, sé que oí el estampido de los truenos y demás ruidos que la naturaleza profiere en sus momentos de mayor irritación.
Cuando salí de las sombras, estaba en un hospital del San Francisco; me había llevado allí el capitán del barco que norteamericano que había recogido mi bote en medio del océano. Hablé de muchas cosas en mis delirios, pero averigüe que nadie había hecho caso de las palabras. Los que me habían rescatado no sabían nada sobre la aparición de una zona de fondo oceánico en medio del Pacifico, y no juzgué necesario insistir en algo que sabía que no iban a creer.
Un día fue a ver a un famoso etnólogo, y lo divertí haciéndole extrañas preguntas sobre la antigua leyenda filistea en torno a Dagón, el Dios-Pez; pero enseguida me di cuenta de que era un hombre irremediablemente convencional, y deje de preguntar.
Es de noche, especialmente cuando la luna se vuelve gibosa y menguante, cuando veo a ese ser. He intentado olvidarlo con la morfina, pero la droga solo me proporciona una sensación transitoria, y me ha atrapado en sus garras, convirtiéndome irremisiblemente en su esclavo. Así que voy a poner fin a todo esto, ahora que he contado lo ocurrido para información o diversión desdeñosa de mis semejantes. Muchas veces me pregunto si no será una alucinación, un producto de la fiebre que sufrí en el bote a causa de la insolación, cuando escapé del barco de guerra alemán. Me lo pregunto muchas veces; pero siempre se me aparece, en respuesta, una visión monstruosamente vivida. No puedo pensar en las profundidades del mar sin estremecerme ante las espantosas entidades que quizá es este instante se arrastran y se agitan en su lecho fangoso, adorando a sus antiguos ídolos de piedra y esculpiendo sus propias imágenes detestables en obeliscos submarinos de mojado granito. Pienso en el día que emergerán de las olas, y se lleven entre sus garras de vapor humeantes a los endebles restos de una humanidad exhausta por la guerra... en el día en que se hunda la tierra, y emerja el fondo del océano en medio del universal pandemonio.
Se acerca el fin. Oigo ruido en la puerta, como si forcejearan en ella un cuerpo inmenso y resbaladizo. No me encontraran. ¡Dios mío, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!
FIN
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