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Episodio 9


—Dagan.

Su nombre fue lo primero que dije al despertar bruscamente. Escudriñé rápidamente a mí alrededor. La suave superficie de mi cama y la calidez de mi recámara detuvo mi corazón por un segundo.

Bajé la mirada y noté que aún llevaba puesto el disfraz de Daenerys. Parpadeé, confundida. Prontamente busqué mi teléfono y ahogué un grito. Era la una de la tarde.

Aturdida por la situación, obligué a mi mente a recordar lo que había sucedido la noche anterior. Fui a la fiesta con Dagan Elek, tuve una confrontación para nada amistosa con el profesor Pierce y...

Al recordarlo, mi cuerpo se estremeció de miedo. Wyatt Pierce se atrevió a besarme a la fuerza y Dagan lo mandó al infierno de inmediato.

Mordisqueando el pulgar con impaciencia, rebobiné todavía más los sucesos hasta que llegué a un punto extraño. El amanecer se miraba hermoso desde el borde de la grieta de la Falla de San Andrés y poco después, llegó el profesor, pelearon verbalmente y casi caí al vacío, pero Dagan salvó mi vida por tercera vez de una manera inexplicable.

Y lo último que supe fue que el profesor se lanzó al abismo y Dagan se despidió de mi de una manera rara antes de que me desmayara. Probablemente me trajo a casa a hurtadillas.

Dios. Necesitaba hablar con él urgentemente.

Ni bien coloqué los pies en la alfombra, cuando todo dio vueltas y tuve que sentarme nuevamente para recuperar el equilibrio.

En eso, la puerta se abrió y entraron mis padres con el rostro teñido de preocupación, acompañados de Koray. Genial. Hasta mi perro estaba preocupado, se le notaba en sus ojitos negros mirándome con angustia y sin mover la cola.

—Por fin despertaste, ¿Cómo estuvo la fiesta? —mamá fue la primera en preguntar.

—Bien, nada del otro mundo—sonreí nerviosamente— ¿a qué hora me trajo Dagan? No recuerdo absolutamente nada.

Mis padres se enviaron miradas perplejas.

—¿Dagan? —inquirió papá, mirándome con desasosiego, y yo asentí, bostezando— ¿Quién es él?

Parpadeé.

—Mi novio, papá. Dagan Elek—contesté, arrugando la nariz ante semejante chiste—no jueguen, mejor díganme a qué horas me trajo a casa.

—¿Te encuentras bien, cariño? ¿Bebiste mucho en la fiesta? —mamá puso la palma de su mano sobre mi frente, pero se la aparté con irritación.

—Voy a darme una ducha y luego iré a ver a Dagan—anuncié.

Pensé que, la aparente amnesia de mis padres se debía a que estaban un poco molestos con Dagan por haberme traído muy tarde y deseé hablar con Brianna para ponerla al tanto de todo.

Guardé en una bolsa de plástico negra el disfraz y me duché fugazmente. Bajé a desayunar-comer y en cuanto terminé, salí corriendo en dirección a la casa de Dagan Elek en busca de una muy buena explicación.

A mitad de camino, llamé a Brianna. Contestó a los tres intentos.

—¿Brianna?

—Hola, Luna, ¿Qué tal?

—¿Cómo está Maggie?

—Muy bien, ¿por qué? —respondió con extrañeza.

—Pues ayer no asististe a la fiesta de Halloween porque Maggie enfermó—le recordé con rigidez—y pensé que seguía enferma.

—Luna, ¿de qué rayos hablas? —su voz se tiñó de preocupación absoluta.

—Oh, vamos. Me dejaste plantada ayer en plena fiesta y tuve que estar con Dagan—gruñí, molesta.

—¿Dagan? ¿Fiesta? —la confusión fingida en sus palabras incrementó mi cólera—Luna, ¿estás bien? Tú odias Halloween y, por ende, decidimos no ir, ¿recuerdas?

—Hoy todos se están comportando como idiotas—espeté y colgué.

A grandes zancadas, conseguí llegar a la casa de Dagan, la cual estaba ligeramente silenciosa, más de lo normal. Cuadré los hombros y golpeé tenuemente la puerta, dispuesta a enfrentar al profesor Pierce sin miramientos, con tal de conseguir respuestas.

Nadie abrió.

Eché un vistazo por las ventanas y fruncí el ceño. No lograba ver nada.

—Jovencita, ¿Qué haces espiando ahí?

Salté del susto al escuchar a una mujer detrás de mí. Giré sobre mis talones y encaré a la anciana sonriente que pasaba por la acera con un bastón de apoyo.

—Estoy buscando a mi amigo que vive aquí, pero parece que no está—dije.

El rostro alegre de la señora palideció.

—Esa casa lleva abandonada muchos años, jovencita. Debiste haber confundido la dirección.

—No—reiteré, cada vez más asustada con la amnesia palpable de cada persona con la que había hablado ese día—Dagan Elek y Wyatt Pierce se mudaron hace unos meses a esta casa, yo misma he venido un par de veces a visitarlos.

—Infortunadamente debo insistir en mi respuesta, jovencita. Desde que ocurrió ese fatídico homicidio de la familia que residía aquí, nadie más ha querido mudarse—explicó, comenzando a caminar lejos de mí—te sugiero que vayas a casa y bebas un té para relajarte.

Apreté los puños y observé a la anciana perderse de vista para continuar con mi escrutinio.

A los diez minutos, caí derrotada sobre el porche polvoriento. Saqué el móvil y marqué el número de Dagan.

«El número que usted marcó no existe, favor de verificar su marcación...»

Un escalofrío delirante estremeció mi piel.

Lo llamé quince veces y quince veces oí esa grabación. ¿Cómo que el número telefónico de Dagan no existía?

Revisé las llamadas y mensajes, y para mi horror; descubrí que no había rastros de él.

¿Qué estaba pasando?

Quise quedarme un momento a reflexionar, pero no tenía tiempo para ello, ¡Tenía que encontrar a Dagan lo antes posible! Si bien, tal vez había abandonado la casa y por alguna razón pidió anonimato ante su paso por estos lares, empero no podría escapar de mí tan fácilmente.

Llegué corriendo a la parada de autobús y llamé a Brianna para comunicarle que iría a su casa en unos minutos y que, aunque estuviera indispuesta, eso no impediría hablar con ella.

—Estás asustándome, lo digo en serio—dijo, consternada.

—La que me está asustando eres tú. No recuerdas a Dagan Elek, el roba perros que quiso quedarse con Koray hace unos meses y que se convirtió en nuestro verdugo en la preparatoria—chillé. Algunos pasajeros voltearon a verme, pero no me importó.

—Prepararé té y hablaremos seriamente, Luna.

Colgamos al mismo tiempo.

Trasbordé a otro autobús y en el camino, la pasé escrutando las calles, en caso de que Dagan estuviera escondiéndose en algún rincón. No tuve éxito y deprimida, bajé del transporte y caminé hacia la casa, o, mejor dicho, mansión de Brianna Morgan. Su familia era la única que podía darse ese lujo de vivir en la casa más grande de todo Desert Hot Springs sin verse engreídos, ya que eran todo lo contrario pese a ser millonarios.

Saludé al guardia de seguridad al tiempo que abría las verjas para dejarme entrar.

La puerta estaba abierta y Brianna esperaba por mí con una sonrisa en sus labios justo al pie de la escalinata, que estaba al fondo del pasillo que daba a la entrada principal.

—A mi habitación—dijo y la seguí.

Contando esa visita, era la sexta vez que la visitaba, puesto que ella era la que siempre se la vivía en mi casa y a ninguna de las dos le molestaba ese hecho.

Brianna abrió ambas puertas de roble y entramos a su hermosa recámara. La decoración era peculiar y un poco minimalista, pero al mismo tiempo vintage. Lo que más admiraba de ella era que, a pesar de que sus padres no sabían que sentía atracción por las chicas, mi amiga portaba con orgullo una gigantesca bandera LGBT en el techo de la habitación. Sus progenitores tenían la idea de que su hija simplemente apoyaba a esa comunidad, más no que fuera parte de ella.

—Ahora sí, cuéntame que ocurre—se sentó al borde de la cama King Size con una taza humeante con té que agarró de la pequeña y elegante mesita de cristal, donde había una bandeja con una tetera, otra taza humeante y galletas. Afuera había calor, pero adentro el aire acondicionado enfriaba deliciosamente la estancia.

—Dagan Elek—sentencié, y escrudiñé su rostro en busca de alguna reacción positiva. Brianna tenía expresión neutra y perpleja, incluso arqueó una ceja con escepticismo—esto es serio, Brianna.

—Por eso mismo estoy asustada—increpó—no conozco a nadie con ese nombre tan «racial».

Puse los ojos en blanco.

—Si mis padres, los de mi vecindario y tú, me están jugando una mala broma, juro que se arrepentirán—mascullé.

Brianna chasqueó la lengua y dejó la taza en su sitio para analizarme de pies a cabeza con sus insolentes ojos azules. Esa mirada solo la hacía cuando se preparaba para lanzar su veneno a los que odiaba.

—¿Crees que nos prestaríamos para fastidiarte? —siseó con dureza— ¿en especial yo? Soy tu mejor amiga, Luna Powell, jamás en la vida te haría una mala broma y mucho menos para asustarte.

Cubrí mi rostro con las manos, sintiéndome miserable. No comprendía la magnitud del problema hasta ese instante. Brianna tenía razón. Acaso la loca era yo, no ellos.

Pero, ¿Cómo era posible que Dagan Elek había desaparecido completamente de la mente de los demás y no de la mía?

—Tienes que ayudarme—alargué mis manos para sujetar las suyas—requiero febrilmente de ti, Brianna. Quiero descartar la idea de estar volviéndome loca y que todo haya sido solo obra de mi imaginación.

—Cálmate—presionó sus manos con las mías—solo dime lo que debo hacer y te ayudaré.

Comencé por contarle absolutamente todo acerca de Dagan Elek, desde nuestro primer encuentro hasta el último; metiendo con lujo de detalles a Wyatt Pierce y su estúpido comportamiento en la fiesta de Halloween. Brianna escuchó cuidadosamente mis palabras sin objetar nada. Sus ojos azules se entornaban cada que mencionaba las hazañas de Dagan que nos había puesto en disputas. Y cuando concluí, noté que algo en ella había cambiado, un pequeño brillo de reconocimiento y un rayo de esperanza.

—Dios, me duele la cabeza—se quejó—aunque no sé bien de lo que estás hablando, se me vinieron a la mente imágenes de esos sucesos, ¿eso es normal? Fue como un Déjà Vu.

—Es porque realmente pasó—insistí—por eso quiero encontrar a Dagan para que me expliqué por qué nadie recuerda su existencia, excepto yo.

—Ese tal Dagan Elek, si realmente existe, le daré una patada en las bolas por haberse atrevido a llamarme «pelos de césped». Menudo imbécil—siseó y yo reí.

—La relación que tenían era exactamente a la de perros y gatos.

—Me cuesta creer que, realmente fuiste capaz de asistir a la fiesta de Halloween y yo no recuerde nada—hizo pucheros.

—Se suponía que iríamos juntas, pero Maggie ocupó mi lugar y tuve que aceptar ir con Dagan.

Brianna resopló, derrotada por mi acusación y luego sonrió.

—Bueno, ¿qué hacemos? Podríamos ir al instituto a indagar si hay algún papel escondido que acredite su existencia, ¿no crees? Por más que haya desaparecido, debió dejar rastro.

—Pero, ¿Cómo explicas tu amnesia y la de mis padres?

—Es lo que vamos a averiguar, Luna. Tranquila—se incorporó con emoción—esto es como una película de misterio y suspenso.

Aparte de que no podía parar de pensar en él, la desesperación de no localizarlo me estaba consumiendo por dentro y el hecho de que dos días atrás había aceptado que Dagan me gustaba, no podía creer que había desaparecido de mi vida así sin más.

Brianna insistió en ir en uno de los coches de sus padres con el chofer y ante mis protestas de ir en autobús, perdí. Dentro del vehículo, el calor insoportable no se sentía, incluso comimos helado rumbo a la escuela con las canciones favoritas de ella de fondo.

—Espéranos en la esquina—dijo Brianna al chofer cuando bajamos.

La institución estaba hecha un desastre por la fiesta de anoche y estaba abierta por motivos de limpieza. Los adornos estaban rotos o esparcidos por el suelo, sin decir que los pobres señores de intendencia luchaban con las bolsas gigantes de basura. Brianna reía entre dientes al echarle un vistazo a las marcas de labial en algunos casilleros, e incluso en la puerta del baño de hombres. No quise imaginarme en donde más encontraríamos marcas de ese tipo.

—Parece que fue la mejor fiesta de sus vidas—se burló Brianna.

Angustiada, caminé rápidamente hacia la oficina del director. Sabía que no iba a ser tan fácil colarme al interior, pero debía intentarlo.

Giré el pomo de la puerta y milagrosamente cedió. Asomé la cabeza por el umbral, pero estaba prácticamente vacío. Cerré despacio y me deslicé por el cubículo hasta un fichero metálico con varias gavetas donde contenían los documentos de todos los estudiantes, sin excepción.

Tenía suerte que ese mueble no contaba con una llave, por lo que lo abrí con las manos temblorosas.

Busqué inmediatamente las carpetas con los apellidos que iniciaban con «E» de los alumnos de mí mismo grado. Saqué los únicos cinco folders manila y los esparcí en el escritorio con rapidez.

"Evans Charles, Edwards Elliot, Eaton Robert, Earls Sean, Eccleston Nathan..."

Ningún Elek.

Maldita sea.

Metí las carpetas en su lugar y contuve las ganas de desatar una rabieta.

Golpeé el escritorio con el puño y sin pensarlo dos veces, tomé asiento en la silla giratoria del director y encendí la PC. Si no había información en físico, tenía que haber algo en la página oficial y privada de la preparatoria, incluso de Wyatt Pierce.

Afortunadamente no tenía contraseña. El director era tan simple como para asegurar una computadora que solamente él tenía acceso.

Entré a la página y escribí su nombre de completo: Dagan Hagen Elek Horst.

«No hay resultados...»

Borré el nombre y escribí el de Wyatt Pierce.

«Wyatt Ellsworth Pierce, docente, clase de Artes. 29 años, originario de Toronto, Canadá» Junto a su descripción, había una foto suya adjunta en donde sonreía como imbécil.

—Te encontré, maldito embustero—carraspeé. Mandé imprimir esa hoja y la guardé en mi bolsillo del pantalón.

Acomodé todo como estaba y eché a correr por el pasillo. Encontré a Brianna comiéndose un chocolate de una de las máquinas expendedoras de bocadillos.

—Vámonos. Conseguí algo de información.

Rumbo a la casa de mi amiga, le enseñé la hoja.

—Su rostro me suena—musitó y entornó los ojos—Dios, esto es prueba de que no estás loca. Ni si quiera tenía idea de que hubiera un nuevo profesor de Artes. O bueno, no logro recordarlo.

—Ojalá tuviera una fotografía de Dagan—me lamenté—de él no hallé nada de información y es fundamental que sepas como es para que, si te lo cruzas, me avises de inmediato.

—Pase lo que pase, mantén este papel oculto—señaló la hoja recién impresa—esto es lo único que puede defender tu salud mental, Luna y encontrar las respuestas que necesitas.

Asentí mecánicamente. Ella tenía razón.

—¿A dónde las llevo, señoritas? —preguntó el chofer.

—Al nuevo Spa, por favor—ordenó Brianna.

—Eh...

—No quiero oírte inventar una excusa ridícula. Jamás has querido acompañarme a mis sesiones de exfoliación—riñó—y ahora es el momento indicado para que visites el nuevo Spa. Necesitas relajarte por un rato.

—Pero...—balbuceé y ella alzó la mano para callar mis protestas.

—No acepto peros.

Por lo tanto, en contra de mi voluntad, fui llevada al nuevo Spa de los Morgan a las afueras de la ciudad para relajarme. A decir verdad, secretamente había deseado visitar ese magnífico lugar sin verme una aprovechada frente a los padres de Brianna.

Ni bien había puesto el pie en aquel piso de azulejos, cuando un sinfín de jóvenes se apiñaron a mi alrededor como hormigas. Brianna se burló al ver la expresión que puse al ser despojada de mi ropa sin escrúpulos. Tuve suerte de que una vez entrando a la estancia, no había rastro de presencias masculinas. Tenía entendido que esa clase de sitios estaba dividida por sexos.

Con solamente ropa interior y una bata esponjosa de baño muy elegante, fuimos llevadas hasta el área de las famosas aguas termales que salía directamente de la tierra. A Dagan le hubiera encantado ver eso.

—No hay nadie aquí—observé, deslizándome a la burbujeante agua en ropa interior. Dejé la bata en una de las sillas junto con Brianna. Ella nadó hasta el otro extremo, llamándome con las manos.

—Dejamos estrictamente estipulado que, cuando alguno de nosotros se nos ocurriera visitar nuestros negocios, sea los Spa o los hoteles, los encargados conseguirían aislar una pequeña sección solo para los dueños, o sea, mis padres y yo—explicó con una sonrisita—y aunque no vengamos juntos, podemos traer a nuestras amistades y se seguirá el mismo protocolo.

—¿Maggie ha venido? —quise saber.

—En algunas ocasiones—se ruborizó—pero como trabaja en el hotel principal que administran directamente mis padres, ella no puede pedir muchos permisos para vernos—se miró un mechón de cabello verde y resopló—oye, estoy pensando en teñírmelo de azul, ¿Qué opinas?

—Deberías dejarlo descansar—sugerí—por lo menos unos meses y luego lo tiñes.

En resumen, el cabello de Brianna, por más que se lo tiñera varias veces de verde, se le deslavaba muy rápido y eso provocaba que se le viera muy maltratado después de mojarlo.

—Tengo productos para el cabello—dijo—además, volverá a crecer.

—Lo sé, pero deja que salga un poco la raíz.

—Odio ser pelirroja—se sumergió por unos segundos y al salir, me lanzó agua a la cara—me tocó tener el peor color natural del mundo. Tuve suerte de no nacer pecosa como suelen ser las pelirrojas naturales.

—Las pelirrojas de Escocia son las que comúnmente nacen con pecas en todo el rostro—suspiré—ni si quiera he visto el color natural de tu cabello y tampoco en fotos—fruncí el ceño—y tus padres no son así, ¿de dónde lo sacaste?

—Mi bisabuela materna fue pelirroja—puso los ojos en blanco—nació en Nueva York, pero tiene ascendencia extranjera, y puede que tenga sangre escocesa.

Continuamos conversando con normalidad por varias horas. Después de relajarnos en las aguas termales, nos condujeron hacia el área de masaje y posteriormente, a unas sillas muy cómodas, donde nos aplicaron diversas cremas en el rostro y en las extremidades.

—Nos exfoliarán la piel—anunció Brianna al ver mi expresión perpleja.

Dejé que hicieran conmigo lo que creían conveniente.

Aproximadamente cuatro horas más tarde, la sesión completa terminó. Sentía un ligero cosquilleo en la piel y sin mencionar la suavidad que había adquirido. Me sentía renovada. En el Spa cenamos gustosamente el menú principal: Bistec ahumado, puré de papas, verduras al vapor y frutas exóticas para degustar. Y para beber cualquier soda de nuestra preferencia.

Ya había caído la noche y el Spa quedaba lejos de mi casa y también de la parada de autobuses. Busqué automáticamente la hoja con la información de Wyatt Pierce y suspiré aliviada.

Mi teléfono estaba muerto, por lo que no sabía si mis padres habían llamado y Brianna no me preguntó si quería que me llevara a casa, sino que tomó uno de mis brazos y tiró de mí, rumbo al coche con el chofer.

—Mañana tenemos que seguir con la investigación—dijo al empujarme al interior—y no quiero que tus padres vayan a castigarte si llegas tarde, así que, te guste o no, te llevaremos a casa.

Reí.

—No iba a oponerme.

—Yo sé que sí—estrechó los ojos, acusadoramente—te conozco bastante bien.

Y era cierto. Brianna Morgan me conocía mejor que nadie.

A las ocho de la noche, estuve en casa. Mis padres estaban sentados en el porche y por sus expresiones de mezquindad, discutían. Brianna apretó mi antebrazo y volteé a verla.

—Bajaré contigo y no te asesinarán, vamos—le oí decir con determinación.

Por segunda vez en el día, no me opuse a su idea. Nos deslizamos fuera del coche y caminamos hacia la puerta, en donde enseguida ellos volvieron el rostro para vernos.

—¡Luna! —mamá corrió a estrecharme entre sus brazos.

—Lo siento, me robé a Luna por varias horas porque quería que fuera a visitar el nuevo Spa de mis padres en las afueras de la ciudad—explicó Brianna con una amplia sonrisa.

—¿Estuvieron juntas todo el tiempo? —quiso saber mi padre.

—Sí. Tuvimos una sesión completa de relajación, ¿no es así, Luna?

—¡Claro! Estaba un poco estresada y decidimos tener una tarde de chicas—añadí, esbozando la mejor sonrisa del mundo.

—Nos preocupamos mucho cuando saliste corriendo a buscar a un tal Dagan Elek—se lamentó mi madre y me tensé.

—Fue un error. Es un personaje de una serie—apresuré a decir y Brianna parpadeó—debí soñarlo y por eso estaba confundida.

—Menos mal, cariño—papá acarició mi cabeza y se dirigió a Brianna— ¿no quieres pasar a beber café?

—Gracias, señor Powell, pero por esta vez debo declinar la oferta—respondió ella, sin dejar de verme con nerviosismo—será en otra ocasión. Hasta luego.

La observé correr al coche y marcharse.

Yo no deseaba hablar con nadie que no fuera Dagan Elek.

Necesitaba verlo, escucharlo e incluso discutir con él y su petulante arrogancia y superioridad estúpida. Y sin darme cuenta, me encontré sonriendo como una idiota tras pensar en él.

—Llamamos a tu teléfono y mandaba a buzón—salí de mis pensamientos gracias a la queja de papá. Él estaba detrás de mí.

—No fue mi intención. Olvidé cargarlo—froté mis brazos y la suavidad de la piel me estremeció—no volverá a ocurrir, ¿de acuerdo?

Entré a casa y saludé a Koray cuando este corrió a darme la bienvenida.

Subí a cargar el teléfono y me lancé a la cama sin dejar de pensar en Dagan Elek y en sus ojos zafiro.

Las respuestas a mis preguntas las tenía él.

Aún era temprano, pero gracias a la sesión de exfoliación y relajación en el Spa de Brianna, mi cuerpo estaba adormecido. Me puse la pijama y a los pocos minutos concilié el sueño.

Amanecí, por primera vez en la vida, tumbada en el suelo con la cara contra la alfombra y mis almohadas esparcidas a mi alrededor. La sábana estaba entre mis piernas y sentía la garganta reseca. Probablemente aspiré el polvo del suelo en toda la noche.

Molesta, me puse en pie y puse en orden la cama antes de notar que estaba amaneciendo. El sol estaba a escasos segundo de salir y una extraña sensación invadió mi interior. El recuerdo del amanecer del día anterior inundó mi mente. Gracias a Dagan, comprendí que hay más belleza en las pequeñas cosas de la vida y que da la propia naturaleza, pero que nadie se atreve a darse cuenta porque vive cegado por lo superficial.

Dios. Tenía que encontrarlo.

Los domingos solían ser aburridos, puesto que mis padres se la pasaban haciendo limpieza en la casa o buscaban alguna manera de pasar el tiempo y hacer muchísimo ruido con cualquier utensilio o artefacto que hallaban.

Bajé a robar un bocadillo mañanero luego de desenchufar mi teléfono, el cual había quedado conectado toda la noche. Pésimo error.

Encontré mensajes de Brianna de anoche, entre los que me habían enviado mis padres y los respondí, explicándole que, como nadie sabía de Dagan, tuve que improvisar para no parecer loca con la afirmación de su existencia; ya que ella se confundió al oírme decir que él era un personaje de una serie.

A las siete en punto, saqué a pasear a Koray; no sin antes dejar una nota con mayúsculas en donde anunciaba mi salida matutina.

No obstante, mientras le daba una vuelta al vecindario, el suelo comenzó a vibrar sobre mis pies: primero despacio y después fuerte. Grandes sacudidas violentas. No era un sismo, era un terremoto. Los gritos de las personas se escucharon con claridad al paso de los segundos. Todos salieron de sus casas con el rostro congestionado de sueño y horror. Abracé a Koray porque había comenzado a llorar y a ponerse nervioso.

Tuve que agarrarme a un poste de luz para no perder el equilibrio. El terremoto no desistió. Todo continuaba temblando, incluso escuché como caían cosas o partes de algunas casas y postes de luz lejanos y no faltaba mucho para que el que yo aferraba con miedo también cayera y ocasionara problemas con la luz.

El terremoto emitía crujidos bestiales en el suelo y las estructuras más viejas colapsaron sin miramientos. Abrazando a mi perro, cerré los ojos. Me hallaba paralizada y sin poder moverme por cuenta propia.

Cuando cesó, no me atreví a abrir los ojos. Permanecí abrazando a Koray y al poste de luz que, milagrosamente había quedado intacto, pero se tambaleaba peligrosamente de un lado a otro.

—¡Luna! —el grito de mi madre, revuelto con el de más personas, aturdió más mis sentidos.

Los brazos de mis padres consiguieron protegerme antes de que mis piernas, que parecían de gelatina, se doblaran. Abrí los ojos y rompí a llorar junto con ellos.

—¿Estás bien? ¿No te pasó nada? —preguntó mi padre con un nudo en la garganta. Negué con la cabeza.

—Estoy bien—me tembló la voz y sorbí por nariz— ¿y ustedes?

—También. Despertamos cuando comenzó lentamente y al ver que no estabas y tampoco Koray, bajamos corriendo a buscarte en la calle; y no podíamos avanzar de tan fuerte que fue el terremoto—explicó papá con incertidumbre—tu mamá no se rindió y en medio del caos, logró caminar.

Hubo un par de réplicas suaves a los pocos segundos y sonó una alarma escalofriante, anunciando posibles terremotos similares en ese lapso.

Las casas que se derrumbaron eran muchas y la gente lloraba de histeria. Incluso alcancé a escuchar a un sujeto gritar con un megáfono que la calle siguiente tenía un enorme cráter y que era peligroso seguir aquí.

—Debemos marcharnos a Nueva York—interpuso mi padre—aquí no es seguro.

—¿Qué? ¿Y qué hay de mi escuela? ¿Y Brianna? —balbuceé.

—Después de lo que pasó, nadie irá a clases, cariño. Incluso hay probabilidades que el instituto haya sufrido graves daños como la vez pasada, pero mucho mayor—me calmó mi madre, pero mi desesperación incrementó.

—Debo llamarle a Brianna—palpé mis bolsillos y saqué el móvil. Pero desgraciadamente no había señal y en cuanto hubiera, se saturaría por todas las personas.

En eso, patrullas y bomberos hicieron sus rondas por todo Desert Hot Springs. Un camión de bomberos aparcó cerca de la calle y con una bocina, dieron indicaciones.

«Por favor, evacúen la ciudad. Lleven lo poco que puedan de pertenencias, pero salgan rápido de la ciudad. Tenemos noticias sobre lo sucedido...»

Nunca en la vida fui aficionada de participar ni ser el centro de atención en un grupo número de personas, pero esa vez fue la excepción.

—¿Qué fue lo que sucedió? —grité por encima de las voces. El bombero volteó a verme.

«Parece ser que esto es obra de la Falla de San Andrés. No es un hecho, pero podría ser el inicio de la catastrófica serie de terremotos que tanto se ha temido por años, es por eso que deben evacuar de inmediato.»

Tras haber dicho eso, la gente se volvió loca y comenzó a movilizarse.

Abracé a Koray y corrí con mis padres hacia la casa, la cual, afortunadamente, estaba en buen estado.

—Guarden en sus maletas lo necesario—ordenó mamá con frialdad—los quiero a todos en la puerta en quince minutos.

Nos distribuimos rápidamente. Llevé a Koray conmigo en lo que colocaba la maleta sobre la cama y lanzaba ropa al azar al interior. Ropa interior, ropa deportiva, para frío, pijamas, el cargador de mi teléfono, laptop, audífonos, un libro, desodorante, mi cartera, calcetas y perfume. Cerré la primera sección y en la segunda metí mis tenis, botas, pantuflas, sandalias y la fotografía donde salía con Brianna.

Bajé las escaleras y agarré los recipientes de comida y agua de Koray, lista para marcharme con él atado a la correa.

Papá fue el segundo en bajar con su maleta y se llevó la de él y la mía al coche fugazmente, junto con las cosas del perro. Mamá fue la última y percibí lágrimas en sus ojos. La abracé y me plantó un beso en la frente. La observé sacar todo lo comestible de la nevera y cerrar con llave la puerta principal. Salimos por atrás y papá encendió el motor.

—Solo será por unas semanas—dijo mamá. Había demasiado anhelo en su voz, como si ella también quisiera creerse sus palabras.

Todo fue tan rápido, que cuando vine a darme cuenta, ya nos dirigíamos a la carretera, al igual que cientos de coches con familias hundidas en la histeria, que como nosotros, no podían avanzar por la larga fila de residentes deseando escapar de la ciudad.

—¡Luna! —la voz de Brianna me desconcertó. Miré a todas partes y la vi en el coche de enfrente. Bajé el cristal y estiré mi mano para tocar la suya.

—¡Brianna! —titubeé, al borde de las lágrimas.

Las dos nos echamos a llorar como niñas pequeñas.

—¿Están todos bien? —preguntó el señor Morgan desde el interior del vehículo. El chofer los llevaba y Brianna tuvo que soltarme para que su padre pudiera vernos.

—Sí, ¿y ustedes? —contestó mi madre, limpiándose con un pañuelo la cara.

El señor Morgan era muy apuesto, pese a su edad y su esposa lo era más, pero, aunque tenían un porte elegante, eran personas muy humildes y simpáticos.

—También, ¿a dónde se dirigen?

—Tenemos pensado ir a Nueva York, pero no estamos seguros aún—esta vez fue mi padre quién respondió.

—Vaya, es una coincidencia. Nosotros también pensábamos ir a refugiarnos en uno de nuestros departamentos—coincidió el señor Morgan y Brianna sonrió ampliamente— ¿por qué no nos vamos juntos en nuestro avión privado que nos espera en Los Ángeles?

—Eh, no queremos causar molestias...—balbuceó mi madre.

—No es ninguna molestia—la madre de Brianna se inclinó también a la ventana—Luna ha sido una excelente amiga para nuestra hija y es lo menos que podemos hacer.

—Además, vamos al mismo destino, ¿no? —vaciló el señor Morgan—iremos juntos hasta Los Ángeles y mandaré a un chofer para que lleve su coche hasta Nueva York mientras nosotros vamos en el avión, ¿de acuerdo?

Mis padres se enviaron miradas perplejas.

—De acuerdo—dije, con una sonrisa tímida.

—¡Esa es mi chica! —canturreó Brianna.

Por lo tanto, fuimos escoltados por la familia Morgan en todo el trayecto.

El tiempo normal para llegar a Los Ángeles era de una hora con cuarenta y cinco minutos más o menos, pero por el embotellamiento de los coches, llegamos luego de tres exhaustivas horas. Los Morgan nos hicieron señas para seguirlos y aparcamos en una cafetería.

Todos moríamos de sueño y hambre. Y era la primera vez que miraba a los padres de Brianna con ropa deportiva y no formal, pero claro, el terremoto había sido en horas tediosamente tempranas.

—Nosotros traemos de comer, no se preocupen—dijo mamá, ruborizada y tratando de aplacar su cabello enmarañado.

—Insistimos. El susto todavía lo tenemos dentro, vamos—agregó el señor Morgan con cortesía.

Brianna y yo optamos por entrar primero a la cafetería con el fin de estirar las piernas. En las noticias del establecimiento se hablaba de la catastrófica mañana del terremoto en Desert Hot Springs y los que bebían su café estaban anonadados.

—Aquí también se sintió—dijo uno—fue fuerte, no me quiero imaginar a esa pobre gente.

Bajé la mirada y sentí que mis rodillas temblaban, recordando el suceso.

—¿Podría hablar más bajo? Nosotras acabamos de escapar de ahí—gruñó Brianna al sujeto que había hablado, al tiempo que colocaba su brazo sobre mis hombros.

El hombre iba a replicar, cuando entraron nuestros padres.

Elegimos una mesa apartada para deleitarnos con un delicioso café y panecillos, en lo que preparaban el desayuno, que, por cierto, iba a ser pagado por los Morgan. Y comprendí que Brianna les había heredado la testarudez, ya que mis padres protestaron cuando supieron que era una invitación.

—¿Y cómo está Maggie? —le pregunté a mi amiga en un susurro.

—Ella está bien—respondió de la misma manera—da la casualidad que justamente ayer en la noche viajó a Texas a arreglar unos asuntos del hotel y mis padres le dieron un descanso hasta nuevo aviso, al igual que todos nuestros empleados.

—Me alegro—resoplé, mirando por la ventana.

—Te prometo que vamos a seguir investigando a Dagan Elek y al otro.

Volteé a verla y entorné los ojos. Maldita sea. El papel.

Busqué en mis bolsillos y recordé que llevaba puesta un pijama en vez de la ropa de anoche.

—Me quiero morir—mascullé.

—¿Qué? ¿Por qué?

—El papel donde tenía información de Wyatt Pierce quedó en mi pantalón y lo dejé en casa—apreté los puños—soy una idiota.

El desayuno estuvo listo y el estómago se me cerró por la angustia. Apenas y probé los riquísimos waffles con arándanos.

Al cabo de una hora o más, el señor Morgan logró contactarse con sus empleados y dio muchísimas órdenes, una de ellas fue mandar a un chofer de confianza para llevar nuestro coche hasta Nueva York en lo que nosotros nos íbamos en su avión privado.

Tenía que admitir que, ser amiga de Brianna Morgan tenía muchas ventajas y comodidades.

—Bien, entonces vamos al aeropuerto porque ahí nos esperan—alardeó el padre de mi amiga—justo allá estará el chofer que se hará cargo de llevarle el coche.

Nos tomó aproximadamente treinta y cinco minutos estar en el aeropuerto. Ahí nos cruzamos con los empleados de Los Ángeles que tenían los Morgan y nos ayudaron a trasladar nuestro equipaje al avión, el cual era un Jet privado, mejor dicho.

Con algo de vergüenza, dejé que Brianna me empujara a entrar primero a ese majestuoso medio de transporte. Todo era espectacular dentro. El color blanco le daba un toque más elegante. Había asientos que, a simple vista se miraba que gozaban de comodidad y al lado opuesto yacía un sitio especial para recostarse por completo.

Dios.

—Ven, vamos a mi área personal—Brianna se apoderó de mi mano y caminamos a la cola del Jet, donde había una cortina de por medio—aquí es donde suelo estar cuando viajamos.

Corrió la cortina y parpadeé. Era igual al sitio de adelante, pero los dos únicos asientos eran color piel, la igual que el sitio para recostarse. Enfrente había una TV pantalla plana y una pequeña nevera. Y a nuestros costados las ventanillas.

Escuché las voces de mis padres y volteé a verlos. Ellos también hicieron la misma cara de sorpresa que yo.

—Ellos tienen un mini bar con licor, y bocadillos exóticos, así que yo pedí una nevera llena de bocadillos—comentó ella, abriendo la nevera. Y sí, ahí dentro se escondía un sinfín de manjares.

Las cuatro horas con cincuenta y cuatro minutos de vuelo no fueron tan notorias porque mi mejor amiga decidió ver la saga de El Señor de los Anillos para matar de una manera heroica el tiempo y devorándonos el contenido de la nevera sin miramientos. Lo bueno que más al fondo estaban los sanitarios.

En lo que a mis padres concernía, también la pasaron muy bien con los señores Morgan. Comiendo y conociéndose un poco más.

A las cuatro de la tarde, aterrizamos en el aeropuerto de Nueva York.

—Pónganse ropa abrigadora, hace bastante frío. Estamos a cinco grados bajo cero—anunció el señor Morgan, abriendo una de sus maletas.

—Había olvidado el clima de aquí—dije y me acerqué a ponerme un abrigo. Brianna me siguió.

El frío abismal nos azotó la cara al bajar. Mi cuerpo se había acostumbrado al cálido clima de Desert Hot Springs que no podía tolerarlo sin tiritar. Calándome en los huesos, sentí que mis mejillas ardían de tanta frialdad. Alcé la vista al cielo nublado y pude jurar de que estaba a punto de nevar.

—Los llevaremos a su casa, no se apuren—acotó Brianna al ver nuestros rostros fatigados.

Gracias a mi madre, teníamos todavía a nuestra disposición el departamento en el que solíamos vivir antes; ya que de ser lo contrario, no hubiéramos tenido a donde ir. El departamento era legalmente nuestro y se lo habíamos dejado a cuidar a un amigo de papá.

—Llamaré a Steve—dijo mi padre. Él era su amigo.

Liberamos a Koray de la pequeña jaula especial que consiguieron los Morgan para él y se encogió del frío. Lo cargué para tranquilizarlo porque amenazaba con tener un ataque de nervios ahí mismo.

El chofer de Brianna llegó, metimos las maletas y abordamos.

En el transcurso, papá se la pasó hablando con el tal Steve y luego soltó un suspiro de alivio al colgar.

—Todo en orden—dijo y a continuación, le dio la dirección al chofer.

Regresar a mi antiguo hogar causó revuelo en mi interior. Me despedí de mi mejor amiga y de sus padres, quienes nos dejaron anotado la dirección de donde iban a estar alojados, prometiendo venir a visitarnos en unos días.

No quería alejarme de Brianna, pero todos necesitábamos descansar después de un día tan atareado.

Abrimos la puerta del departamento y el olor a polvo y encerrado inundó nuestras fosas nasales, haciéndonos toser. Koray estornudó un par de veces mientras olfateaba.

Subimos las escaleras y abrí mi vieja recámara: todo estaba como la había dejado. La cama era más pequeña, había peluches llenos de polvo y casi nada interesante. Quise acostarme a dormir, pero primero teníamos que limpiar.

Tenía apenas casi dos años de haber dejado el departamento, pero parecía que fueran décadas. De seguro era porque logré acoplarme bastante bien en California.

A las ocho de la noche con exactitud, caímos exhaustivamente al suelo de tanto cansancio. Hicimos limpieza a conciencia y lo único que anhelábamos era dormir. Koray se las arregló para buscar un buen lugar y no molestó en toda la noche. Mis padres y yo, nos turnamos para ducharnos con un poco de agua caliente y después nos fuimos a dormir.

La calefacción no servía, por lo que dormir con más de tres frazadas y abrigos no fue suficiente para nadie.

Desperté antes del alba con los pies helados y las orejas a punto de convertirse en hielo. A regañadientes, asomé la cabeza por la ventana, en busca del hermoso amanecer, pero lo único que vi fueron enormes rascacielos cubriendo el panorama y mucho smog.

Arrugué la nariz y regresé a la cama.

¿Ahora como daría con el paradero de Dagan?

¿Y si él volvía y no me encontraba?

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