Episodio 8
Tal como Dagan Elek había prometido, apareció frente a mi casa justamente a la hora que yo salía para ir a la preparatoria. Como la cuatrimoto quedó abandonada en el estacionamiento del instituto, decidí que, por última vez, subiría a la motocicleta de ese demente. Saludó a mis padres con bastante amabilidad e incluso se comportó como un caballero al ayudarme a subir.
Puse los ojos en blanco al ponerme el casco y afianzar las correas de mi mochila sobre los hombros antes de abrazarlo de la cintura.
Y cuando llegamos, inmediatamente captamos la atención de la mayoría de compañeros de clase y de otros salones.
Casi salté del vehículo en movimiento de no ser por él.
—Cálmate. No es un delito llegar con un amigo a la escuela por la mañana—dijo al desmontar.
—Lo sé, pero tú y yo no somos «amigos» —reiteré con veneno y corrí hasta mi pobre cuatrimoto abandonada. Le sacudí el polvo y dejé el casco en el asiento. Dagan se acercó a mí.
—Finjamos serlo—propuso, encogiéndose de hombros. Volteé a verlo con el ceño fruncido— ¿o acaso en serio te mueres por ser mi amiga realmente? —arqueó una ceja.
—Eres irritable y te quiero lejos de mí—gruñí.
Lo insoportable del asunto era que hasta la semana entrante volvería a tener a Brianna conmigo y Dagan regresaría a su aula correspondiente para que solamente tuviera que verlo una hora, tres días a la semana y no todo el día sin descanso.
Él saludó a todos en el salón con confianza y se sentó en el asiento de mi mejor amiga otra vez sin una pizca de vergüenza.
Desde que Dagan Elek irrumpió en mi tranquila vida, no había tenido ni un solo momento de paz. De alguna manera, él me tomó como su pasatiempo favorito por casualidad. Si no se me hubiera ocurrido aceptar la propuesta jocosa de limpiarle su residencia a cambio de una buena cantidad de dinero, no lo habría conocido antes de tiempo y solo así no sería su conejillo de indias preferido; puesto que, habiendo infinidades de féminas que suspiraban por él tan solo de verlo sonreír o parpadear, eligió fastidiarme a mí.
—¿Ya elegiste a tu pareja de disfraz, Dagan?
Sacudí brevemente la cabeza al escuchar a Polly Anderson dirigirse a él con la voz melosa. Y crucé los dedos para que no se le ocurriera abrir la boca de más en ese momento. Si todos se iban a enterar que ambos íbamos a ir en pareja, tenía que ser el mero día, no antes.
—Lamento decepcionarte, pero en efecto, sí. Ya conseguí pareja—contestó Dagan cortésmente para no ser grosero, gesto que admiré—pero descuida, búscame si pasan tu canción favorita y bailaré contigo.
Miré de reojo a Polly y casi vi salir corazones de sus ojos ante tanto entusiasmo.
A decir verdad, ¿desde cuándo él se había vuelto tan popular, si la mayor parte del tiempo estaba solo como un esquizofrénico y odiando a las personas en silencio?
Las clases continuaron; y lo único que yo deseaba era que llegara la hora del almuerzo para reunirme con Brianna. Estar lejos de ella provocaba ansiedad en mí.
Como mañana era la famosa fiesta de Halloween, no teníamos clases, solo era cuestión de asistir al festejo por la noche, por lo que todos estaban emocionados, excepto yo, por supuesto.
Regresé a casa sintiéndome cansada. Tener a Dagan por más de una hora, era desgastante. Él absorbía mis energías.
—¿Qué tal estuvo tu día? —preguntó mamá al verme llegar. Aparté los ojos de los suyos porque conocía perfectamente bien esa mirada quisquillosa.
—No, mamá, no te hablaré de Dagan y mi relación con él—resoplé, dirigiéndome a la escalera donde Koray me recibió muy feliz.
—Pensé que tener a tu primer novio te pondría eufórica, pero más bien parece que sufres estando con él—comentó, siguiéndome.
—¡No sufro! Simplemente que hoy no fue mi día y quiero descansar, ¿sí? —quise cerrarle la puerta en la cara, pero me contuve. Ella entró a la recámara con perplejidad.
—¿Quieres hablar sobre eso? —se sentó al borde de la cama al verme hundir la cara en la almohada.
—Mamá, ¿qué hay de comer? —esquivé el tema exitosamente.
—Solo porque tienes pésima cara, lo dejaré pasar, pero quiero que hablemos si algo anda mal con ese chico.
—No hay nada negativo, lo juro—sonreí forzadamente—mañana quiero que me ayudes a maquillarme, ¿de acuerdo? Soy un desastre con el maquillaje.
—¿Él vendrá a vestirse aquí?
—No tengo idea.
—Se supone que son novios y se disfrazarán como pareja, por lo que es normal que estén de acuerdo en donde van a ponerse el vestuario—dijo con escepticismo.
—Es mi primera relación y ya quieres que sepa todo—repliqué con nerviosismo—cometeremos errores, sí, eso es lo normal, ahora déjame sola.
Mamá parpadeó y se ruborizó, dándose cuenta que era cierto. Y aunque Dagan no fuera realmente mi novio, yo era inexperta en ese tema y campo. Tenía suerte de que todo era una farsa, porque de ser verdad, a estas alturas ya estaría nuevamente soltera por no saber manejar la relación.
En silencio, la vi marcharse y llevándose a Koray consigo.
Rápidamente alcancé mi mochila y saqué apresuradamente el móvil para llamarle a Dagan.
El muy tonto atendió la llamada luego de cientos de intentos.
—¿Vendrás a disfrazarte a mi casa? Mi mamá ve sospechosa la indecisión de ambos—fui al grano.
—¿Luna?
Aquella voz me desconcertó. Era el profesor Pierce. Era él. Su perfecta voz era inconfundible.
—¿Profesor Pierce? —titubeé.
—Dagan acaba de salir, olvidó su teléfono en casa—me informó con rigidez— ¿necesitabas algo? ¿estás bien?
Mordisqueé la uña de mi pulgar con desesperación. ¿Qué excusa le diría?
—No, dígale a Dagan que lo llamé, eso es todo. Que se comunique conmigo cuando vuelva.
—Claro, pero, ¿estás segura que no pasa nada y estás bien? —insistió.
—Sí, desde luego. Por favor, pásele el recado por mí.
—Creí que el asunto de las formalidades fuera de la preparatoria había quedado claras—vaciló. Y yo retuve el aliento.
—Me cuesta un poco tutearlo—reí nerviosamente.
—Si se te dificulta, no hay problema—añadió suavemente—la relación profesor-alumna continuará y también la confianza, señorita Powell.
En eso, se alcanzó a escuchar un portazo a través del auricular y fruncí el ceño ante el silencio repentino. Quizá Dagan había regresado de alguna parte y el profesor Pierce le pasaría el teléfono enseguida.
Pero no fue así.
La llamada se cortó abruptamente.
Intenté llamarlo de vuelta, pero el teléfono estaba apagado.
¿Y si estaban discutiendo? ¿Y si Dagan se puso furioso al ver que el profesor había respondido su móvil?
Tragué saliva. No había manera de salir de ascuas, a menos que fuera a su casa a comprobar que todo estaba en orden antes de que pasara alguna desgracia con ellos dos; pero, ¿Con qué excusa saldría a la calle?
Además, ¿por qué me importaba tanto saber lo que estaba sucediendo con ellos? Es decir, Wyatt Pierce era simplemente mi atractivo profesor de Artes y Dagan un mezquino chico problemático que me tenía harta con sus cambios de humor y actitud.
Casi diez minutos después, y en contra de lo que, alguna vez fueron mis instintos (antes de conocer a Dagan, por supuesto), tomé mi teléfono, cartera y abrí la ventana. No había nada debajo que amortiguara la caída, pero si la rama de un árbol seco que rasgaba tenuemente la pared de mi habitación a dos metros. Si lograba alcanzarlo, me balancearía hacia abajo y saltaría antes de llegar al suelo.
No obstante, fue la peor idea de mi vida. La rama se partió en dos y me precipité hacia el asfalto sin miramientos.
Y, a decir verdad, cerré los ojos y automáticamente preparé mi cuerpo para el impacto. Estaba segura que algo dentro de mí se quebraría en varios pedazos y lo lamentaría.
El golpe de la caída jamás llegó, incluso sentí algo suave y fuerte debajo de mí.
—Con esta, ya son dos veces que te salvo la vida, «ridícula».
Lejos de que estuviera aliviada de ver que Dagan sostenía mi cuerpo como un saco de algodón, quise asesinarlo con la mirada al abrir los ojos y ver su rostro sonriendo de manera arrogante.
—Nadie te pidió ayuda—forcejeé para que me bajara. Lo hizo con mucho gusto y se sacudió las manos.
—¿Se puede saber qué hacías escapando por la ventana del segundo piso de tu casa? —preguntó, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.
Me sonrojé.
¿Cómo iba a decirle que pretendía escapar precisamente para ir a verlo a él, sin sonar como una loca?
—Llamé a tu teléfono—le informé, sacudiéndome el polvo inexistente de mi ropa, ya que no quería verlo a la cara—y contestó el profesor Pierce. Escuché ruidos extraños a través del auricular, esperé unos segundos y luego la llamada se cortó—alcé un poco la cabeza para mirarlo con desdén, él no parpadeó y tuve que señalar la ventana y enviar su atención a otra parte que no fuera mis ojos—pensé que estaban discutiendo y...
—¿Querías ir a cerciorarte si seguíamos vivos? —se burló.
—Preocuparse es de humanos. No lo tomes a personal—musité—a mí me preocupa mucho la vida de las personas, en especial a las que conozco de cerca.
—Ya veo—ya no se rio, pero continuó sonriendo de manera arrogante.
—¿Y tú por qué estás aquí? —inquirí, desafiándolo con la mirada.
—Wyatt me pasó tu recado y heme aquí—extendió los brazos.
—Con un mensaje bastaba.
—Pues de no haber venido, en este momento estarías lisiada o muerta, Luna—agregó con incertidumbre—eres muy impredecible. Intenta cuidar más de ti misma, por favor.
Eso sí que fue un golpe bajo. En todo caso, Dagan tenía razón. Yo no solía pensar mucho en mi seguridad personal y tenía que aceptar que, de no ser por su presencia inesperada, quizá estaría muerta o paralítica para toda mi vida.
—Gracias—grazné.
Dagan me miró de manera sospechosa, acompañado de su típica sonrisa que hacía sobresalir su hoyuelo en la mejilla.
—Ya, olvidemos el asunto y dime lo que querías decirme por teléfono—instó.
El sol abrasante estaba sobre nosotros y no faltaba nada para que mis padres se dieran cuenta que no me hallaba dentro de la casa.
—Mañana ven temprano para vestirnos juntos e irnos a la fiesta—balbuceé.
Dagan frunció el ceño.
—¿Por qué?
—No lo sé—me encogí de hombros—según mi madre, eso hacen los novios y, además, te recuerdo que tú tuviste esa estúpida idea de fingir ser pareja, Elek.
Dagan se frotó el puente de la nariz, pensativo.
—Bien, mañana temprano iré por los disfraces y a eso de las cinco de la tarde vendré, porque la fiesta, según sé, comienza a las ocho en punto—arribó de pronto.
—De acuerdo, entonces en eso quedamos—sonreí forzosamente y di un paso en dirección al patio trasero.
—¿Acaso no ves que tus padres se darían cuenta que saltaste de la ventana si entras por la parte de atrás, a sabiendas que, supuestamente te encontrabas en tu habitación? —la voz de él me detuvo en seco.
—No tengo otra opción. Entrar por enfrente es mucho peor—sisé.
—Te ayudaré a subir a la ventana, acércate.
—¿Cómo lo harás? —me acerqué a él, incrédula.
—Sé escalar cualquier superficie—dijo y a continuación, echó a correr hacia el árbol que estaba junto a mi ventana con rapidez, y con tal agilidad, logró llegar a una rama gruesa que estaba a dos metros por encima del suelo. Boquiabierta, parpadeé. Ahora comprendía la razón de la buena complexión de Dagan. Desgraciado. Se estaba luciendo ante mi poca resistencia y malos hábitos—dame la mano.
Extendió la suya hacia a mí. Titubeante, tragué saliva antes de afianzar mi mano con la de él. De un tirón, Dagan me subió hasta la rama y quedé sentada sobre sus piernas, pero pareció no darse cuenta.
—Sube a mi espalda—ordenó.
—¿Por qué? —me tembló la voz. La altura comenzaba a darme vértigo, sin contar el calor insoportable y la posibilidad de que mis padres nos pillaran.
—Confía en mí, Luna—Dagan bajó la mirada hacia a mí. Sus pupilas estaban dilatadas pese a la luz del sol, haciendo que sus ojos zafiro se tornaran como el color del cielo.
Ensimismada, asentí torpemente y obedecí con horror. Logré abrazar su espalda, cerré los ojos unos segundos mientras el aire despeinaba mi cabello y cuando los abrí, me di cuenta que ya estábamos en el alféizar de mi ventana. Dagan había entrado de un solo salto al interior de mi recámara.
Ni si quiera pude agradecérselo porque volvió a saltar precipitadamente al exterior, dejándome perpleja. Anonadada, me asomé para ver si estaba bien y lo vi corriendo rumbo a su casa.
¿Qué había pasado?
Me abracé a mí misma y alejé el horripilante pensamiento de haberlo visto sumamente atractivo de cerca. Jamás había estado en aquella situación.
Antes de Dagan Elek, ningún chico se me había acercado de esa manera.
De hecho, nadie del sexo opuesto se interesó en mí, aunque Dagan estaba lejos de querer algo sentimental conmigo, no podía ignorar el hecho de que, siempre aparecía en el mejor momento para brindarme su ayuda, de mala gana, pero lo hacía.
Brianna lo hacía de mil amores, pero como ahora estaba con Maggie, nuestra amistad, para ella, quedaba en segundo plano y no la culpaba. Mi amiga era feliz y eso me ponía eufórica de alegría.
Esa tarde apenas y comí. No cené absolutamente nada y subí a recostarme muy temprano. Koray decidió pasar la noche conmigo, atento a mis movimientos pese a tener sueño.
Concilié el sueño hasta muy altas horas de la madrugada y desperté antes del alba. Mi estómago se retorcía, pero no era hambre. Sentía extraño mi cuerpo y mi mente no dejaba de pensar en esos ojos zafiro que me miraron con intensidad el día anterior.
Tenía que aceptar que Dagan Elek comenzaba a gustarme y me odiaba por ello. Él solamente estaba fingiendo ser mi amigo y también novio. No había razón para gustarme en lo absoluto.
Es decir, tampoco es que fuera tan guapo: su cabello era azabache y rebelde, jamás se acomodaba, su piel era idéntica a la porcelana, la nariz la tenía un poco grande, y sus ojos color zafiro con pestañas gruesas y rizadas no eran la gran cosa. Tampoco sus cejas pobladas y bien definidas y sus labios rosas, perfectamente angulosos para besarlo podían hacerme bajar la guardia...
Sacudí la cabeza. ¿En qué demonios estaba pensando? Mi mente divagó en mis cinco minutos de demencia. Eso era todo.
Dagan Elek era un dolor de cabeza; no más. Él era perverso. Era oscuridad y peligro absoluto.
Él no era digno de atracción, sino de perversión y perdición.
Para olvidarme de esas ideas y pensamientos pecaminosos, fui al sanitario a hacer mis necesidades, cepillé mis dientes y bajé a la cocina para desayunar antes que mis padres. El amanecer apenas estaba abriéndose paso, pero yo era la única atacando la nevera a esas horas. Koray se reunió conmigo a los diez minutos, puesto que, el pobre quizá despertó y al no verme, optó por buscarme. Lo vi estirarse y bostezar en el sofá.
Saqué el pan de la tostadora y le unté mermelada de zarzamora. Serví una taza de café y llevé ese manjar hasta el sofá. Encendí la TV con el volumen moderado y junto a Koray desayuné animadamente.
Iba a mitad de mi pan, cuando escuché el ronroneo peculiar que tanto conocía surcar a toda velocidad la calle y alejarse con extremada rapidez. Me estremecí y luego se erizó absolutamente toda mi piel al pensar en él. Era Dagan, no había duda.
Verifiqué el reloj de la cocina: 6:30 am.
Quizá se dirigía a recoger los disfraces en la ciudad vecina, Palm Springs.
Koray comenzó a llorar mientras movía la cola desesperadamente.
—Vamos, te sacaré al baño, pero antes iré por mi abrigo.
Subí por una sudadera, ya que en Desert Hot Springs solía hacer un poco frío por las mañanas, pero era mínimo y demás, tenía pereza de ponerme el sujetador. Le puse la correa a Koray, guardé la llave y teléfono en mis bolsillos, lista para salir.
El aire matutino azotó mi rostro y eso extrañamente me reconfortó. No frecuentaba hacer esos paseos por la mañana con el perro porque siempre mis padres lo hacían por mí, pero era relajante.
Koray hizo sus necesidades en varios sitios apartados de la casa. Algunos vecinos me saludaron tras irse al trabajo. Halloween, como no era una festividad que valiera la pena celebrar, pero lo hacían de todos modos, a nadie les otorgaban el día libre en las oficinas, excepto a los estudiantes.
Tomé asiento en la acera de mi hogar con Koray a mi lado, como todo mi fiel protector diminuto.
—Por el amor de Dios, nos diste un susto de muerte.
Di un respingo al igual que mi perro cuando mamá irrumpió la tranquilidad del silencio de manera violenta. Papá bostezó detrás de ella.
—Te dije que quizá había salido con el perro—susurró mi padre, ahogando otro bostezo. Sus ojos estaban llorosos por el sueño.
—Desde que está de novia con ese chico extraño, Luna se comporta diferente—siseó ella, como si yo no estuviera presente.
—No tiene nada que ver con Dagan. No podía dormir más y saqué al baño a Koray—espeté, de mal humor. Toda la tranquilidad se fue al carajo.
—Pensamos que algo te había ocurrido—mi madre corrió a abrazarme.
—Exageran demasiado, ¿no creen? Ya no tengo ningún respiro—esa era la única vez que podía quejarme de lo lindo y la aproveché—tener un novio no significa que voy a casarme con él mañana o que tendré hijos pronto. Relájense, en especial tú, mamá.
Mis argumentos la dejaron lívida. Papá, que era el menos implicado en ello, se le esfumó el sueño y me envió una mirada fulminante.
Y tardíamente entendí la razón de su mirada. Si no medía mis palabras o no me disculpaba con mi madre, podría lamentarlo después.
—Mamá—apresuré a decir con suavidad—tienes que entender que a veces puedo tener ciertos cambios de humor porque soy una adolescente y no por tener novio, ¿de acuerdo? Y pido disculpas a lo que hice. Debí dejarles una nota antes de salir y no preocuparlos.
Alcancé a percibir una pequeña sonrisa en los labios de papá.
Mamá me abrazó efusivamente, dando por zanjado el mal entendido.
Como desayuné algo ligero, a eso del mediodía mi estómago demandó alimento con una serie de gruñidos. Ataqué la nevera como si no hubiera comido en días y vi películas para aligerar los nervios. No quería que llegara la hora en la que Dagan vendría para disfrazarnos.
Le comenté a mis padres que a eso de las cinco de la tarde él estaría aquí para ponernos los atuendos y no tomarlos por sorpresa.
Era irónico que, cuando quieres que el tiempo pase rápido, este se tarda más de lo habitual, pero si es al contrario y deseas que no llegue determinada hora, los astros se encargan de que los minutos duren quince segundos y en cuestión de nada, ocurre el suceso que querías evitar.
Dagan Elek hizo acto de presencia a las cinco en punto cuando yo acababa de salir de la ducha y lo supe porque desde la regadera escuché el ronroneo de su motocicleta. Y a los dos minutos, mamá entró a mi habitación a apresurarme.
Me puse ropa cómoda y bajé a saludarlo con el estómago revuelto. Enseguida me arrepentí de haber comido mucho.
Él también se había duchado recién y estaba vestido como siempre: de negro de pies a cabeza.
Alzó la cabeza al escucharme descender de la escalera con mi madre pisándome los talones.
Mi padre se hallaba frente a Dagan, observándolo detenidamente.
—H-Hola—balbuceé e internamente me reprendí. Y él esbozó una sonrisa pícara, haciéndome ruborizar.
—Hola—se acercó a mí con confianza y besó mi mejilla como quién no quiere la cosa— ¿quién nos ayudará a vestirnos?
—Nosotros—dijeron mis padres al unísono.
Fue cuestión de segundos lo que sucedió un segundo después. Papá se quedó con Dagan en la sala, cerrando de antemano las puertas y las cortinas; y mamá subió conmigo a mi habitación con el disfraz correspondiente.
Tenía entendido que el personaje de Daenerys Targaryen tenía infinidades de vestuarios, pero el que habíamos elegido era uno de gala, o al menos eso parecía. Era un vestido negro, largo, y hacía la finta de tener un abrigo adherido al mismo, con toques plata. Las botas de tacón a juego me causaron vértigo al ponérmelas. Y el dragón se miraba totalmente llamativo sobre mi hombro.
—¿Te pondrás esta peluca? —mamá entornó los ojos al ver la rubia cascada de cabello falso en la cama.
—El personaje tiene el cabello muy claro, mamá.
Y tuve que mostrarle la fotografía de la actriz para que se diera una idea.
A regañadientes, colocó la peluca sobre mi cabeza y eché un vistazo al reflejo del espejo.
No. Mi piel era morena clara y no lucía bien con ese contraste. Había sido una mala opción.
—Iré sin la peluca—determiné, cruzándome de hombros—después de todo, no es un concurso de disfraces.
Mamá sonrió.
—Sí, luce esos rizos oscuros con orgullo, mi niña—besó mi frente y comenzó a peinarme delicadamente.
Aproximadamente treinta minutos después de arreglarme el cabello de manera similar al personaje, me senté en el tocador con ella detrás de mí. Las trenzas tenues enmarcaron mejor mi rostro.
Llevó su estuche de maquillaje y sacó lo necesario. Como yo no me maquillaba, no tenía idea para qué servía cada cosa.
—Que se vea natural—le recordé.
Y sí, después de casi una hora batallando en que me quedara lo más apropiado, logré sentirme satisfecha.
Minutos más tarde, luego de mi sesión de «selfies», papá subió con la frente perlada en sudor y agrandó los ojos al verme.
—Te ves radiante.
—Gracias, papá, ¿y Dagan?
—Ah, en un momento regresa. Recibió una llamada.
Y para darle más sentido a sus palabras, el rugido del motor de la motocicleta nos sobresaltó.
—Bien, solo me queda esperar a que vuelva—me encogí de hombros con indiferencia, pero por dentro, temía ante la posibilidad de dejarme plantada.
Bajé a la sala para matar el tiempo. Koray me ladró un par de veces cuando me vio con el disfraz y después se colocó en mis pies con la vista en la puerta, como si él también estuviera en la espera de Dagan Elek.
Chasqueé la lengua al ver el reloj: 7:50pm.
—Tal vez se arrepintió—dije a nadie en particular.
—Su casa está a dos minutos, tranquila. Además, no lo ayudé en vano a ponerse esa ropa, cariño—carraspeó papá, mirando furiosamente la puerta.
A las ocho en punto, el sonido de un claxon llamó nuestra atención.
—¿Será él? —preguntó mi madre, mirándome.
—No lo sé. Dagan tiene una motocicleta—salté del sofá y asomé la cabeza a través de la ventana.
Palidecí.
Era Dagan en el coche del profesor Pierce. Bajó del vehículo y logré verlo en su totalidad. Se me hizo agua la boca verlo vestido de manera tan atractiva. Incluso se miraba más guapo que el actor que encarnaba a Jon Snow.
Retrocedí alarmada cuando llamó a la puerta.
No pude descifrar lo que la mirada de Dagan significó. Él frunció el ceño y luego sonrió en dirección a mis padres sin atreverse si quiera a decirme que me miraba bien. De pronto, sentí que me miraba ridícula y pensé en cancelar la cita, pero la sonrisa emocionada de mi madre hizo que desistiera de esa idea. Ella parecía estar contenta de que yo tuviera novio, aunque fuese una farsa, claro, pero no tenía por qué saberlo.
Me despedí de ellos y salí con Dagan a la calle sin dirigirle la palabra. Abrió la puerta del copiloto solo porque mis padres nos observaban y luego dio vuelta en U para llegar lo antes posible al instituto. Desde lejos se alcanzaba a escuchar suavemente la música y las luces.
En el camino, él no dijo nada y yo tampoco; pero noté la tensión que albergaba en sus movimientos, en especial en sus mandíbulas, las cuales las apretaba a cada segundo.
Aparcó en el estacionamiento trasero gracias a que los lugares más cercanos a la salida ya estaban ocupados. Nos deslizamos fuera del auto y suspiré.
La música era ensordecedora y las luces también; y eso que aún estábamos afuera. Me estremecí de solo pensar en cómo sufriría mi organismo en el gimnasio, en donde se hallaba la cúspide del alboroto.
Atrás, adelante y junto a nosotros, las parejas o grupos de amigos reían y se halagaban entre sí sus disfraces, incluso nos felicitaron por tan peculiar idea, y hubo uno que otro que se burlaron de mí por no usar el cabello que correspondía, pero los ignoré.
Eso sí, mis compañeras de clase, al vernos entrar los dos, se quedaron boquiabiertas. Estuve a nada de mandar al carajo a Dagan y a su comportamiento mezquino.
Los pasillos estaban abarrotados de alumnos con disfraces que impedían verles el rostro y se escuchaba risas, música, locura y euforia por todas partes. Lo más extraño es que apenas estaba comenzando.
Nos abrimos paso por fin al gimnasio donde estaba la música y todo estaba a oscuras, pese a las luces de colores que me cegaron por completo al entrar.
—¿Quieres beber algo? —gritó Dagan en mi oído por encima de la música.
—Da igual, estaré en las bancas—respondí de la misma manera.
Ni si quiera me importó alejarme de él. Abriéndome paso a empujones, atravesé la pista de baile rumbo a mi objetivo: las bancas; las cuales no estaban del todo vacías. Ahí estaban los chicos y chicas sin suerte, que solo llegaron a aburrirse más de lo habitual. Elegí el extremo menos congestionado y resoplé, sintiéndome pésima. Saqué mi teléfono y le envié un mensaje a Brianna.
"Estoy en la fiesta, ¿dónde están Maggie y tú?"
Honestamente, recordaba con vaguedad haber quedado con ella para venir juntas, pero ninguna de las dos avisamos, por lo que supuse que vendríamos aparte.
El aparato vibró, anunciando una respuesta.
"Lo siento, Luna, Maggie no se siente bien y no vamos a ir a la fiesta. Mañana hablamos, ¿te parece?"
Alcé las cejas con escepticismo. La tentación de lanzar el teléfono a la pista de baile para que lo destrozaran cruzó mi mente.
Entonces, como mi mejor amiga no iba a hacer acto de presencia, no hallé ningún caso quedarme en esa apestosa fiesta pagana y me levanté bruscamente, decidida a ir a casa; pero alguien se sentó a mi lado con total elegancia y volteé a verlo, pensando en que se trataba de Dagan, empero, no fue así.
Wyatt Pierce, el profesor.
—Hola—se inclinó a mí para que su voz fuera escuchada en medio de la estruendosa música— ¿qué hace aquí tan sola, señorita Powell?
Advertí que en su mano había un vaso de soda que olía un poco a alcohol, pero era apenas perceptible.
—Mi cita decidió plantarme—grité y él se echó a reír.
—Regañaré a Dagan, descuide.
—Pensé que no permitían beber alcohol a la institución—observé, arrugando la nariz y mirando el vaso.
A pesar de que detestaba a las personas que bebían alcohol, el profesor Pierce se miraba adorable con las mejillas sonrosadas y la sonrisa tonta en sus labios, sin mencionar que tenía los párpados entre abiertos.
—No admiten beber alcohol, pero no hay nada escrito en meter de contrabando un poco y pasarla bien—rio.
Él acortó el espacio prudente que había entre nosotros y colocó su brazo izquierdo sobre mis hombros. Parpadeé, confundida. Si alguien nos veía, estaríamos perdidos, así que, sutilmente, le retiré la extremidad mientras le daba un sorbo a su bebida.
—¿Quiere que la lleve a casa, señorita Powell? —susurró.
—Profesor, creo que es mejor que busquemos a Dagan para que lo lleve a descansar. La fiesta acaba de iniciar, pero usted está muy...
Wyatt Pierce se impulsó hacia adelante y me hizo cerrar la boca con sus labios. Es decir, con un beso.
Instintivamente, lo empujé y miré hacia a todas partes, deseando que nadie nos hubiera visto. Y efectivamente, los estudiantes estaban sumergidos en lo suyo, que no fueron testigo de nada.
—Sé que te gusto, Luna Powell—dijo en un ronroneo. Había mandado al carajo el respeto de profesor-alumna y comencé a sentirme incomoda—nuestra diferencia de edad no es grotesca, podríamos intentar salir, ¿Qué opinas?
Y ahí fue el momento exacto en el que Wyatt Pierce dejó de parecerme perfecto.
—No, buenas noches, «profesor»—sentencié y decidida a marcharme, intenté ponerme en pie, pero la mano de él se aferró a mi codo—por favor, suélteme.
Si gritaba, todos mal interpretarían la situación, lo sabía de sobre manera, pero si no lo hacía, era posible que el profesor intentara algo más y como estábamos muy apartados de los demás, no se darían cuenta y nadie me auxiliaría.
Una de sus manos se fue encaminando en dirección a mi muslo y antes de que pudiera objetar o golpearlo, Dagan apareció y me quitó inmediatamente la mano lasciva del profesor de encima y por histeria, abracé a mi pareja de disfraz, feliz de verlo. Me colocó detrás de él para enfrentar a su tío político que se ahogaba de ebrio.
—Tienes diez segundos para largarte a casa y calmarte, Wyatt—ladró Dagan con furia.
—Ya, ya, solo estaba siendo amable con ella—el profesor se echó a reír y tambaleándose, se incorporó. Me encogí detrás de Dagan al verlo marchar con el vaso vacío en su mano.
Y fue solo hasta que lo perdí de vista, me percaté que estaba temblando de pies a cabeza y que Dagan tenía sus brazos a mi alrededor, dándome protección.
Las palabras sobraron en ese instante. Él agarró mi mano y abrió camino al lado contrario de donde se fue el profesor. Llegamos a los pasillos, cruzamos parte del estacionamiento hasta llegar a la cancha más grande del instituto, en donde apenas se escuchaba la música. Había una que otra pareja besándose a lo lejos y los árboles cubrían a otros haciendo quién sabe Dios.
—¿Estás bien? —preguntó, sin soltar mi mano. Íbamos caminando sin rumbo.
Asentí y automáticamente mi cabeza evocó ese mal momento, haciéndome temblar nuevamente.
—Aparte de querer tocarte, ¿Qué otra cosa te hizo ese imbécil? —quiso saber Dagan y negué con la cabeza—Luna, estás temblando, es obvio que te hizo algo más y debes decírmelo—apretó las mandíbulas.
—¿Y qué caso tendría decírtelo? ¿Qué harás al respecto? —espeté, soltando su mano—es tu familia, es un docente y yo solo una estúpida alumna idiota a la que nadie le va a creer.
—Yo si te creo—afirmó con desdén.
—Llévame a casa—supliqué, sintiendo como las lágrimas amenazaban con desbordarse por mis mejillas—no debí venir.
—Te llevaré a casa, siempre y cuando confíes en mí y me cuentes todo—sentenció.
—De seguro tú eres el culpable—sisé, dándole un golpe en el hombro, pero Dagan no se inmutó—le dijiste que me gustaba y él, preso del alcohol, pensó que sería buena idea insinuárseme.
Los ojos de Dagan se abrieron como platos.
—Jamás le mencioné tu atracción hacia él, lo juro.
—No te creo. Yo jamás le di motivos para sospechar que me gustaba.
—¿Él se atrevió a... besarte?
Estaba furiosa y herida, pero eso no evitó que me ruborizara. El profesor Pierce había sido el que primer hombre en besarme.
—Llévame a casa—repetí, cabizbaja.
Ante la extenuante demanda por parte mía, Dagan terminó por aceptar la suplicante necesidad de ir a casa.
Ni si quiera Brianna estaba conmigo para tranquilizarme.
Caminamos hacia el sitio donde habíamos dejado el vehículo, que le pertenecía al profesor Pierce y lo abordamos. No tenía idea de cómo ese hombre se había marchado y tampoco me importaba. Solo quería volver a casa y llorar contra la almohada con Koray a mi lado.
Y de solo pensar en lo que ocurriría cuando mis padres se dieran cuenta que algo había salido mal, el estómago amenazaba en devolver lo que comí horas atrás.
Estábamos a escasos metros de mi casa y suspiré.
—Para. No quiero ir a casa... todavía.
Él aminoró la marcha y metió reversa hacía calles atrás. Detuvo el coche y apagó las luces, quedándonos a oscuras bajo un farol de luz.
Lo escuché suspirar y por el rabillo del ojo lo vi recargar la cabeza en el respaldo del asiento con una mano sobre la barbilla con aire pensativo. Tenía la vista fija al frente, justo en el parabrisas.
La música de la preparatoria se escuchaba y eso provocó una serie de escalofríos a lo largo de mi espina dorsal. Tenía suerte que mañana era fin de semana.
Dagan, al cabo de varios minutos, comenzó a despojarse del incómodo disfraz de Jon Snow; quedando solamente con una camiseta oscura y los pantalones del mismo tono. Lo imité, pero solamente pude quitarme el dragón ficticio del hombro y desatarme las trenzas.
Nuestras respiraciones empañaron brevemente los cristales, pero no nos importó. La seguridad que brindaba ese coche del exterior era más que suficiente.
—Con lo que ha sucedido esta noche, dudo mucho que Wyatt vuelva a impartir clases el lunes—comentó Dagan sin mirarme—y no comprendo cómo fue que metió alcohol a la institución y para qué lo hizo.
No dije nada. Lo escuché en silencio.
—Si algo llegase a ocurrir, Luna, yo estaré de tu lado, ¿de acuerdo? —volteó a verme y recargué la sien derecha en el frío cristal de la ventana sin atreverme a devolverle la mirada—si hay necesidad de acusarlo legalmente a las autoridades por su comportamiento indebido, seré el primero en denunciarlo.
—Lo único que haré es dejar su clase y alejarme de él—dije, con cierto temblor en la voz.
—Me cambiaré a tu salón hasta que terminemos el curso escolar—interpuso y lo miré, perpleja.
—Brianna no puede estar en el que era tu salón, Dagan, es injusto.
—Podemos llegar a un acuerdo en dirección—afirmó.
—¡No necesito la lastima de nadie y mucho menos de ti! —increpé, perdiendo la cabeza. Abrí la puerta y bajé rápidamente.
Dagan descendió también y rodeó el vehículo para acercarse a donde yo estaba.
—¿Podrías dejar de ser tan obstinada y no actuar por instinto?
—¿Podrías dejar de fastidiarme y dejarme sola?
Eché a andar rumbo a casa con él siguiéndome como una sombra. Tropecé un par de veces por culpa de las estúpidas botas de tacón y recuperé el equilibrio sin ayuda de nadie. Tenía dignidad debajo de las suelas del calzado, pero logré caminar con la frente en alto hasta una calle antes de mi hogar, en donde vislumbré las luces encendidas. La hora de mi teléfono anunciaba las nueve y media de noche.
De pronto, la mano de Dagan se deslizó con suavidad hacia mi brazo en cuanto dejé de caminar, debatiéndome internamente en entrar o no a casa.
—¿Por qué no vamos a dar una vuelta y regresamos más tarde? Tus padres sospecharán que algo pasó—murmuró. Su idea era tentadora. Yo no podría fingir una vez más frente a mis progenitores y menos ante algo tan perturbador—te invitaría a mi casa, pero seguramente ahí está Wyatt, así que pensemos en algo mejor.
—¿Y qué tienes en mente?
—¿Quieres ver de cerca la grieta de la Falla de San Andrés? No está muy lejos—propuso con una sonrisa peculiar. Aquel gesto era nuevo en él. Era una sonrisa diferente a las que yo conocía, incluso el hoyuelo de su mejilla lo hacía ver como un chico normal siendo amable.
—Jamás me he acercado a lo suficiente, no sé si sea buena idea—mordí el interior de las mejillas con aire dubitativo.
—Conozco esa zona como la palma de mi mano—tiró de mi brazo hacia el coche.
—¿Nos vamos a internar en el desierto?
—Efectivamente—les quitó el seguro a las puertas y subimos.
—¿Podrás ver el camino?
Dagan no contestó y puso el auto en marcha con una sonrisa lobuna.
Asimismo, abroché el cinturón de seguridad a mi cuerpo mientras él se encaminaba a la carretera principal. Algunos coches pasaban rebasándonos con la música a tope y otros iban más lentos que nosotros.
Tenía que aceptar que Dagan estaba siendo de gran ayuda ante los sucesos descabellados y que, después de todo, podía confiar un poco en él.
A determinada distancia, él giró a la derecha, saliéndonos deliberadamente de la carretera y puso las luces más altas del coche para poder alumbrar mejor el camino de terreno irregular. La arena del desierto dificultaba tediosamente la marcha, pero, aun así, no pude negar que el panorama era misterioso y excitante. Solo éramos nosotros dos en medio del enorme y majestuoso desierto a las diez de la noche. Las luces de la ciudad se miraban hermosas desde lejos y el aire cálido era, en cierto punto, reconfortante. Abrimos los cuatro cristales y dejamos que el oxígeno entrara en nuestro organismo. Aunque era curioso que la arena no azotara mi cara o se enrollara en mi cabello, quizá se debía porque Dagan no iba a una velocidad excesiva.
—Se admira mejor de noche—dije, eufórica.
—A veces vengo con mi motocicleta en la madrugada y veo el amanecer en lo alto de alguna montaña—comentó él, mirando con atención el camino.
—¿En serio? —pregunté, maravillada. Pese a que llevaba poco tiempo viviendo en Desert Hot Springs, nunca me pasó por la cabeza ver el amanecer o atardecer en alguna montaña del desierto con alguien o simplemente sola.
—Sí, desde que me mudé, decidí que haría ese ritual cada que me sintiera deprimido, molesto o simplemente aburrido—se encogió de hombros.
—¿Y cuántos amaneceres has visto?
—Casi todos desde que vine aquí—contestó fríamente.
—Entonces has estado sintiéndote mal desde tu mudanza—susurré.
—No eres la única con problemas, Luna—rio—también a los mejores les pasa desgracias.
—Eres un tonto—reí.
—¿Ya te sientes mejor?
—Sí, gracias.
—Pues te sentirás aún mejor cuando veas lo fabulosa que es la grieta de cerca—aceleró un poco más y volví a sonreír.
Dagan no parecía el tipo de chico que hacía cosas "buenas" para alegrar a una persona en particular. Probablemente me consideraba una amiga de verdad. Su comportamiento era más extraño de lo habitual.
Veinte minutos de camino aproximadamente y paramos cerca de una zona rocosa o montañosa que se elevaba en la oscuridad y que con los tenues faros de luz del coche se iluminaba a penas el inicio de la misma.
La temperatura descendió drásticamente y un aire gélido nos saludó al momento de bajar del vehículo. Dagan se acercó y tomó mi mano con confianza. En circunstancias pasadas, lo habría mandado a por un tubo, pero ahora su cercanía infundía seguridad en mi cuerpo.
Los tacones se hundieron en la arena, pero gracias a él, caminé con menos dificultad.
—Lo que ves frente a ti, no es una montaña—dijo, sin detenernos—es exactamente la parte lateral de la grieta y vamos a escalarla.
—¿Es seguro que estemos aquí? Podría haber cámaras monitoreadas por el gobierno y en un segundo, enviarían personas con armas a fusilarnos—de solo pensar en esa posibilidad, sentí vértigo.
—Tienes una enorme imaginación—se burló—aunque esa idea no podemos descartarla, pero he venido muchas veces y no hay nada de qué preocuparse, puesto que, después de todo, no estamos infringiendo las leyes norteamericanas. Estamos aquí para apreciar esta bella calamidad de la naturaleza.
Fruncí el ceño. Había olvidado que Dagan estaba a favor de la erradicación de la humanidad a manos de la propia naturaleza.
Trepamos a ciegas por el alto borde de la grieta. Él iba adelante, ayudándome a alcanzar huecos e impulsándome hacia arriba con facilidad. Cuando toqué la cima, Dagan yacía sentado, observando algún punto de aquel sitio grotesco y aterrador. Me invitó a sentarme junto a él y me horroricé. Estábamos literalmente al borde del precipicio de la grieta de la Falla de San Andrés sin ningún tipo de soporte de seguridad. Si nos inclinábamos hacia adelante sin precaución, sería nuestro fin.
Tomé el brazo de Dagan como rehén y lo aferré a mi pecho como apoyo moral.
El aire nos despeinaba, pero a mí lo que me importaba era la altura en la que estábamos. Mis pies oscilaban por encima de la negrura del abismal hueco. No había manera de salvarnos si en caso resbalábamos y nadie sabría de nosotros jamás.
—¿Acaso no es espectacular? —gritó Dagan, haciendo eco en su voz hasta lo más profundo.
—Lo es, pero no es seguro quedarnos aquí por mucho tiempo.
—Quiero que veas el amanecer desde este punto. El cielo se ve como un escenario asombroso y el sol el protagonista más increíble dando su mejor espectáculo solo para nosotros dos.
—Era fanático de la naturaleza, ¿no es cierto, Dagan?
—Si los humanos se dieran cuenta de la suerte que tienen al tener estas maravillas gratis, comprenderían el valor de lo que realmente tienen en vez de empeñarse en acabar con este regalo tan exquisito que es el planeta tierra.
—¿Por qué hablas en tercera persona? También formas parte de la raza humana.
Dagan volvió el rostro para verme. La oscuridad no fue un obstáculo para sentir la intensidad de sus ojos zafiros atravesándome el alma.
—Tal vez, pero estoy consciente del daño brutal cometido hacia el mundo y, por ende, no me siento parte de la sociedad.
Asentí, sin saber por qué.
Las palabras de Dagan tenían, en cierto punto, sentido.
Y como si mi cerebro quisiera agregarle un poco de demencia a la situación, de mis labios salieron una pregunta estúpida sin pensar.
—¿Dónde están tus padres, Dagan?
Si bien no estábamos tampoco en tregua, fue como lanzarle un litro de gasolina al fuego.
—¿Qué tienen que ver ellos en este momento? —respondió con otra pregunta. Su voz fue dura.
—Tú conoces a los míos y tengo curiosidad por saber de los tuyos.
—¿Acaso no te dio una pista de su paradero cuando supiste que Wyatt es mi tutor legal y tío político? —arrojó una pequeña roca al abismo y no se escuchó el golpe final.
—No.
Mentira. Por supuesto que pensé muchísimas opciones para que Dagan hubiera sido adoptado por un pariente político.
—Mis padres murieron hace algún tiempo—contestó ásperamente y suspiró—ni si quiera los conocí como para decir que los recuerdo. Tal vez yo era demasiado pequeño y por ello no tengo ni la más mínima idea de sus rostros.
—Yo... lo siento mucho—titubeé. Con la mano que me quedaba libre, le acaricié el brazo que continuaba aferrado a mi pecho.
—¿Por qué lo sientes? —soltó una risa oscura y sin humor—no los recuerdo y no siento dolor ni tristeza.
—¿Sabes cómo murieron?
—Por supuesto—dijo, y noté el cambio de actitud rápidamente. Él cuadró los hombros con firmeza y con singular alegría habló de ese tema: —perdieron la vida haciendo lo que más les gustaba. Trabajando a favor de la naturaleza.
Parpadeé.
—¿Tus padres eran biólogos o algo así?
Sin embargo, Dagan cerró la boca y sacudió la cabeza.
—Cuidaban la naturaleza, eso es todo—concluyó secamente.
El silencio, lejos de ser incómodo, fue tranquilo y sereno. Pese a la irascibilidad efímera de Dagan, disfrutamos de estar callados durante bastante tiempo.
Revisé la hora en el móvil y asombrosamente ya era pasada la media noche.
—Parece que veremos el amanecer juntos—arribé, apoyando la mejilla en su hombro sin sentirme cohibida. Él se había ganado mi confianza en pocas horas. Ya no podía dudar de sus buenas intenciones.
—Asumo que ya no tienes miedo de caer o ser fusilada por la Nasa—bromeó.
—A estas alturas, solo quiero ver el amanecer y olvidarme un poco de mi vida—suspiré.
Tiempo después, el sueño se fue apoderando de mí. El hombro de Dagan ya no era suficiente para sostenerme, necesitaba una superficie más grande y él se dio cuenta.
—Espera, traeré la otra parte de mi disfraz para que te acomodes—dijo e hizo el ademán de alejarse, pero lo anclé a mi lado—el coche está a unos metros.
—No, estoy bien—ahogué un bostezo—no me dejes sola.
—Vuelvo en un minuto—prometió.
Dudé. Si él bajaba por esa ropa, me quedaría sola en la cúspide del precipicio, con los pies colgando.
Lo liberé y me abracé a mí misma. Lo extraño fue que, al percibir su ausencia, sentí una sensación de absoluta soledad.
Tiempo atrás llegué a la conclusión de que comenzaba a gustarme Dagan Elek y que jamás recibiría la misma atracción de vuelta, pero ahora no estaba tan segura. Él se estaba portando muy bien.
A su regreso, colocó las pieles falsas de animales del disfraz de Jon Snow sobre el borde y la mitad de ella sobre su regazo.
—Recuéstate aquí—señaló sus piernas—así estarás más segura.
Titubeando, obedecí. Miré al cielo y parte de la cara de Dagan desde un ángulo distinto al de siempre. Sus mandíbulas firmes y perfectas me hicieron alucinar por un segundo. Ni si quiera las estrellas del cielo fueron lo suficientemente bellas como lo era él en aquel preciso instante.
Bajó la mirada a mí y fingí observar la luna.
—Te despertaré cuando sea el momento del amanecer.
—De acuerdo—cerré los ojos, deseosa de no dormir y apreciarlo a través de mis pestañas, pero como el día anterior no dormí bien, enseguida quedé inconsciente sobre el regazo de Dagan Elek. Sus manos emanaban una calidez exquisita, las cuales quedaron apoyadas a la altura de mi vientre y cabeza.
Soñé algo anormal: escuchaba voces que decían palabras muy raras, difíciles de entender y por más que intentaba abrir los ojos, era imposible. La voz de Dagan también se escuchaba, pero con fiereza y se negaba a soltarme. Y más que un sueño, parecía una pesadilla.
—Luna, ya es hora—escuché su voz hablarme con suavidad.
Ordené a mis sentidos a despertar a la fuerza y por fin abrí los ojos. Me incorporé a regañadientes y lo miré.
—Tranquila, despacio—tenía sus manos sobre mi cintura para estabilizarme—no te muevas bruscamente o podrías caer—señaló el abismo y me estremecí—mejor mira hacia allá.
Seguí su dedo hacia el frente y parpadeé. Dios.
El cielo estaba teñido de rosa, naranja, negro y celeste al mismo tiempo, como si fuera una pintura en óleo. En el horizonte, se abría paso los rayos del sol dándonos los buenos días.
Él tenía razón: observar el amanecer a la intemperie podía curarte hasta la peor depresión del momento.
Abrí la boca para comentar cuan bellísimo era, pero una tercera voz nos interrumpió desde atrás.
—Haz roto tu promesa, Ripper estúpido.
Era el profesor Pierce y no había rastro de alcohol en su organismo; de hecho, estaba bien duchado y con ropa diferente. Estaba de pie a unos cuantos metros de nosotros sobre el borde y se dirigió a Dagan con un término que me heló la sangre. Ripper significaba literalmente «destripador».
Dagan se puso en pie a la defensiva y se las arregló para ponerse como escudo entre Wyatt Pierce y yo.
—¿Qué pensaste al traerla aquí? —siseó el profesor con amargura.
—La asustaste ayer en la fiesta, imbécil, ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué la abandonara después de que la molestaste? —vociferó Dagan con los puños apretados—ella estaba horrorizada.
—Yo le atraigo—rio con sorna—pensé que quería que la besara.
—No hables de mí como si me conocieras—espeté, mirando al profesor por encima del hombro de Dagan—sí, eres atractivo, pero jamás deseé que me besaras sin mi consentimiento.
—Oh, cierra la boca, pequeña ingenua—elevó los ojos al cielo—mi problema en este momento es con este idiota, no contigo.
—¿Para qué estás aquí? —rugió mi compañero de clase con odio hacia el docente.
—Acabemos con esta farsa ahora mismo—el profesor avanzó hacia nosotros y tragué saliva. Si iniciaban una pelea, los tres moriríamos al caer a la grieta—ella es un impedimento a nuestro cometido, ¿no te das cuenta? Te estás involucrando mucho con esta fémina.
—Nada me alejará de la misión—gruñó Dagan—Luna es mi amiga.
—Matarla facilitará las cosas—Wyatt Pierce sonrió maquiavélicamente y acto seguido, saltó a una altura increíble y sobrehumana y aterrizó detrás de mí—es una pena que te cruzaras en nuestro camino, eras buena estudiante y pudiste haber hecho algo bueno para este planeta en proceso de extinción.
Con una sola mano, me tomó del cuello del vestido y entorné los ojos al sentir que mis pies no tocaban el suelo y oscilaba todo mi cuerpo sobre la negrura del precipicio sin miramientos.
—¡No! —el grito de Dagan precipitó la tarea de Wyatt al soltarme y dejar que cayera hacia lo profundo de la Falla de San Andrés. Cerré los ojos, aceptando mi maldito final.
Sin embargo, ocurrió lo mismo que hacía unos días atrás cuando intenté escapar por la ventana de la recámara del segundo piso.
Dagan evitó mi caída por segunda vez y caímos del otro lado de la grieta sin ningún rasguño. Él había saltado del otro lado al segundo que comencé a caer.
Era imposible.
—No te muevas de aquí, ¿está bien? Me encargaré de él.
Y dicho eso, saltó nuevamente hasta donde estaba Pierce. La distancia era enorme, pero no fue problema para Dagan. Agilidad, súper poderes o yo me había vuelto loca. No había más explicaciones ante el comportamiento de ambos.
—La salvaste—canturreó Pierce—y esa ha sido tu sentencia de muerte, Dagan. Voy a bajar a notificar sobre este suceso y después volveré con Ripper's más especializados que tú, que se encargarán de exterminarte a ti y a la frágil e inútil humana con la que has entablado una «amistad».
Un segundo más tarde, vi como Wyatt Pierce, el profesor de Artes, se lanzó al interior de la negrura de la grieta. Horrorizada, asomé la cabeza y no oí nada más que silencio.
Sin previo aviso, comenzó a temblar a nuestro alrededor. El suelo inestable emitió un crujido y retrocedí, alarmada. Dagan se impulsó para saltar de mi lado y me agarró de la mano. Echamos a correr lejos de la grieta mientras todavía vibraba la arena bajo nuestros pies.
—Wyatt tiene razón. Dejé que nos involucráramos demasiado—masculló cuando el sismo cesó—debí haber mantenido un perfil más bajo y hostil para alejar a cualquier ser humano.
—¿De qué diablos hablas? El profesor te llamó Ripper y eso significa «destripador»—exigí saber, hiperventilando—y luego se arrojó al vacío, ¡Qué está sucediendo, Dagan!
—Voy a llevarte a tu casa y quiero que me prometas que olvidarás todo esto—agarró mis hombros y acercó su rostro al mío. Tenía las pupilas dilatadas—no quiero borrarte los recuerdos porque eso los atraería fácilmente a ti.
—¿Qué? ¿Quiénes? Explícame que ocurre—chillé, asustada.
—Lo único que tienes que saber es que fue un placer ser tu amigo, Luna Powell—sonrió con un poco de tristeza. ¿Se estaba despidiendo? —hiciste que viera este mundo menos detestable por unos meses, gracias, en serio. Y lamento no haber disfrutado más tus tontas peleas.
—Hablas como si fuera una despedida y que estuvieras a punto de cometer un crimen.
—Ese es, prácticamente mi trabajo, Luna—dijo con severidad y de pronto, sentí mis piernas flaquear y una oscuridad nebulosa invadió mis sentidos.
Perdí la conciencia cuando él deslizó la palma derecha de su mano frente a mi rostro.
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