Episodio 6
<<Capítulo dedicado a ROMÁN SOREIRA >>
El año estaba terminándose en un abrir y cerrar de ojos. Todavía le resultaba increíble a mi cerebro darse cuenta que en tan solo unos meses más, presentaría mi examen de ingreso en la universidad y posteriormente, ser una universitaria.
El Halloween era de las pocas festividades que no celebrábamos en mi familia y no porque tuviéramos algo en contra, sino por el simple hecho de tener raíces mexicanas. El día de muertos era una celebridad exótica para los norteamericanos de sangre pura y mamá no quería que yo perdiera esa tradición, aunque mi nacionalidad fuera estadounidense por nacimiento. Papá no se oponía, puesto que se acostumbró y desde que se casó con mi madre, él comenzó a empaparse de México para ganar más puntos en su matrimonio.
Faltaban cuatro días para Halloween y la fiesta que hacía la preparatoria para rendirle culto también, sin embargo, decidí no asistir, como en todas las escuelas que cursé a lo largo de mi corta vida.
El 31 de octubre (Halloween) se disfrazaban de cualquier cosa y tocaban a las puertas por golosinas; en cambio, el día de muertos era diferente. El 1 y 2 de noviembre les rendíamos tributo a nuestros seres queridos que nos abandonaron y, por ende, les hacíamos un hermoso altar, pero como en Estados Unidos no vendían las cosas necesarias, teníamos que apañárnoslas con lo que podíamos.
—Respeto tus costumbres y tradiciones, Luna, pero no puedes faltar a la fiesta de Halloween. La escuela lleva planeándola desde el inicio del verano.
Brianna seguía intentando sin éxito, persuadirme.
Las instalaciones de la preparatoria estaban adornadas de papeles de color naranja y negro, con monstruos, fantasmas y telarañas de material de utilería. Aparté de un manotazo la araña gigante que pusieron en medio del pasillo justo a la altura de mi rostro.
—Lo lamento. Yo celebro el día de muertos y no una fiesta pagana como Halloween—dije y al ver su expresión herida, agregué: —sin ofender.
—Tienes que venir solo un rato. Quiero que nos disfracemos de algo original y glamuroso.
Y a juzgar por la emoción nuevamente en su voz, reparé en que no la ofendí en lo absoluto, solo avivé su determinación de convencerme.
—El profesor Pierce estará en la fiesta, Luna.
Puse los ojos en blanco.
—No me interesa. Mi «crush» con el profesor Wyatt quedó en el pasado—sisé.
Brianna resopló y tomó mi brazo con ímpetu.
—De acuerdo—dijo—entonces tienes que venir para darle una lección al homúnculo. Con un disfraz, podremos hacerle maldades sin que sepa que somos nosotras.
—Has perdido la cabeza—me lamenté—no desperdiciaré mi viernes solo para tener que verlo. Habías logrado sembrar la semilla de duda en mí sobre asistir o no a la fiesta, Brianna, pero con lo que acabas de decir, definitivamente no vendré.
—Oh, vamos. Piénsalo, ¿acaso no quieres fastidiarlo? ¿hacerle pagar todos los ridículos que te ha hecho pasar frente al profesor Pierce? —aguijoneó.
Maldita sea.
Odiaba que Brianna supiera hasta mis más oscuros secretos con solo mirarme. Ella tenía razón. Puede que Dagan Elek y yo estuvimos muy distanciados en las últimas semanas: ninguna riña, o mirada desdeñosa, nada; pero eso no quitaba que quisiera darle una paliza. Además, también deseaba desquitarme con él porque no pude reunir la información suficiente de la tierra hueca como para confrontarlo. Boté en alguna parte algunos libros descargados y prometí mentalmente jamás tomarle atención en sus estúpidos comentarios en clase.
—No pienso disfrazarme de algo común—musité, dándome por vencida. Mi amiga sonrió ampliamente.
—Hola, soy Cosmo—comenzó a decir, señalándose a sí misma con el pulgar y entorné los ojos al tiempo que dirigía su dedo índice hacia mi persona—y tú Wanda. Y... ¡Seremos los padrinos mágicos!
—¿Tienes algún tipo de obsesión con ellos? —increpé, atónita.
—No, pero mi cabello es verde. Y amo a Cosmo—argumentó con confianza—así que quiero que por esa noche tú seas Wanda. Créeme, nadie esperará nuestros disfraces. Es algo muy original.
—Pero Wanda tiene el cabello rosa y yo ya te he repetido hasta el cansancio que no me lo teñiré de ese color—bufé, echándome a andar, en dirección a la clase de Artes.
—Venden tintes temporales—rodeó mis hombros con el brazo—y con solo enjuagarte el cabello, el color se va así de rápido—chasqueó los dedos y yo reí.
—Harás que mis padres se desconcierten, en especial mi madre.
—Confía en Cosmo, por favor.
—Cosmo es idiota, ¿lo olvidas?
—Pero con Wanda hacen una pareja perfecta—vaciló—andando, que llegaremos tarde a la clase de Artes.
El señor Pierce nos había dejado de tarea un dibujo hecho de nosotros mismos de nuestro monstruo favorito en un lienzo. Desde luego que no tenía un monstruo favorito y busqué en internet alguno que fuera más fácil de dibujar en un estúpido lienzo con pinturas vinílicas.
Elegí al «chupacabras».
Sí, una criatura muy extraña y no muy conocida, solo en América Latina.
La descripción más común del chupacabras es la de una criatura parecida a un reptil, de piel coriácea o escamosa, de color gris verdoso y de espinas afiladas o plumas a lo largo de la espalda. Se describe como un animal de poco más de 1 metro de altura, y que al estar de pie o saltar guarda cierta similitud con un canguro. Una descripción menos común del chupacabras es la de una raza extraña de perro salvaje. Esta variante es descrita comúnmente como carente de pelo y con una columna vertebral pronunciada, de cuencas oculares inusualmente profundas, colmillos y garras. Se dice que el chupacabras vacía completamente de sangre (y en ocasiones de órganos) a sus víctimas, normalmente a través de tres agujeros en forma de un triángulo invertido, aunque hay relatos que citan uno o dos agujeros.
Incluso tuve la divertida idea de persuadir a Brianna para vestirnos de esa bestia, ya que ella quería algo que a nadie más se le ocurriera.
Como soy pésima dibujando, pintando y coloreando, cree una nueva especie de monstruo reptiliano. No obstante, dejé mi mal hecho trabajo en el escritorio del docente cuando este fue pidiéndolo uno a uno.
Dagan fue el último en pasar a dejarle el suyo y ninguno de los dos nos dirigimos la mirada.
Llevábamos un mes sin mirarnos o pelear. Yo opté por ignorarlo después de hacerme una amenaza de muerte «amistosa» cuando le pregunté sobre la tierra hueca.
Su demencia estaba atrapándome deliberadamente y tenía que alejarme de él si no quería terminar afectada mentalmente por el misterio y la oscuridad que lo rodeaba.
Por el rabillo del ojo, alcancé a percibir su mirada discreta cuando tomó asiento en su lugar en la parte de atrás.
Brianna hizo que reaccionara cuando agarró mi brazo.
—¿Por qué dibujaste al chupacabras?
—¿Por qué dibujaste a Edward Cullen en vez de un verdadero vampiro? —repliqué, y me mordí la lengua para no echarme a reír.
Ruborizada, se cruzó de brazos y frunció el ceño.
—Busqué en internet «vampiros» y ese actor fue el primero que salió en el buscador; así que lo dibujé—explicó con desdén—el profesor pidió un monstruo, más no «cómo» debería ser su aspecto, ¿no?
—Bien, jóvenes, ¿ya todos colocaron su tarea aquí? —el señor Pierce situó la palma de su mano sobre los lienzos. Todos contestaron afirmativamente al unísono, menos Dagan, por supuesto. Se alcanzó a escuchar un suspiro agobiante de su parte—a ver, vamos a hacer una dinámica—miró el reloj de pulsera que llevaba en la muñeca—tenemos tiempo, hagan un círculo con sus pupitres.
Obedecimos y formamos un círculo en torno a él.
—Perfecto, ahora, vamos a adivinar qué es lo que dibujó cada quién. Cuando les toque su dibujo, no podrán opinar, eso sería trampa—explicó, eufórico. Brianna palideció y yo reír entre dientes—el que logre adivinar el personaje, ganará un punto extra a la calificación final.
Dagan se sentó junto a mí y fue mera casualidad. Brianna y yo quedamos a sus costados. Que mala suerte.
Tenerlo tan cerca provocó un dolor profundo en mi cicatriz de la cabeza, como un breve recordatorio de lo imbécil que era.
—El primero, es de John...
El «juego» dio inicio. Mis compañeros se mostraron muy interesados porque querían ganarse ese punto extra, por lo que se hizo divertido estar adivinando los horrorosos dibujos de cada uno. Cuando pasó el mío, nadie podía hallarle forma y reí ante sus fracasos.
Entonces, la mano de Dagan se alzó. Su primera participación en la dinámica.
—A ver, Joven Elek—el profesor le cedió la palabra.
—Es un «chupacabras» mal recreado—dijo y volteó a verme hostilmente por primera vez en semanas— ¿o me equivoco, Luna?
—No, no te equivocas—reuní la paciencia necesaria para responderle—pero es injusto que te expreses así de mi dibujo.
—¿Por qué? —se acomodó en el asiento de forma más cómoda. Sus ojos zafiro me perturbaron.
—Porque no tienes esa autoridad, sino el profesor Pierce, además, esto no es un concurso y ya que has adivinado lo que hice, puedes quedarte con tus críticas—concluí, girando mi rostro a otra parte.
Pensé que el ambiente se tornaría más incómodo, pero por caridad celestial, no fue así.
—¿Qué es un «chupacabras»? —preguntó alguien y la atención se centró en esa persona rápidamente.
—Idiota—escuché a Brianna susurrarle a Dagan.
Faltaban unos tres dibujos más para terminar y yo quería salir de ahí. No podía continuar soportando el escrutinio de ese idiota por más tiempo. Mis movimientos se volvieron erróneos por su culpa.
—¿Vendrás a la festividad del viernes? —Dagan se inclinó hacia a mí y habló en un susurro, erizándome la piel.
No respondí.
—Planeo vestirme de «taco», ¿y tú?
Okey. Yo no pude contra eso. Mi mente voló lejos, en un panorama donde Dagan Elek estaba vestido de taco completamente de la cabeza a los pies, mirándose ridículamente exótico.
Solté una carcajada y negué con la cabeza. Inclusive cubrí mi boca con las manos. ¿Un taco? ¿Un disfraz de taco para Halloween?
—Estás demente—repuse. Menos mal el profesor ignoró mi risa y siguió con la dinámica, pero sin dejar de verme de reojo. Junto a Dagan, Brianna tenía los ojos abiertos como platos al observarnos hablar.
—Podrías venir de «Burrito» y complementarnos—propuso. Asombrada por las palabras tan serias que dijo, sacudí la cabeza, buscando el chiste. No. Hablaba en serio. Su expresión lo delataba.
—Voy a disfrazarme con Brianna—dije—ambas vendremos a juego.
—Dile que se vista de «chile», total, el cabello ya lo tiene verde—bromeó. Sí. Dagan Elek estaba bromeando. Hasta vi el fantasma de una sonrisa en sus labios rosas, tan delicados como para ser de chico. Había cierto matiz juguetón en su voz.
—Díselo tú—le lancé la bolita, recuperando la compostura. Me incliné a sacar mi botella con agua para darle un sorbo—no quiero que Brianna piense que me estoy burlando de ella.
Entonces, como si mi sugerencia hubiera sido real, Dagan se volvió hacia Brianna y recargó sus codos en la mesa de ella, ocupando gran parte de su espacio personal. Casi me ahogué con el agua.
—Luna y yo vendremos el viernes con disfraces a juego el viernes, ¿quieres unirte? —le soltó de golpe—portas el cabello color del césped, y el disfraz perfecto para ti sería un chile. Y así nos complementaremos los tres, ¿te apuntas?
—¿Qué? ¿De qué demonios estás hablando? —vociferó Brianna, estirando el cuello para mirarme por encima de la cabeza de Dagan.
—Dagan quiere que me vista de Burrito porque él vendrá de taco—expliqué, rascándome una ceja con rigidez—y...
—No me digas que vas a aceptar. Quedaste en que nosotras haríamos pareja en el disfraz—se quejó.
—Piénsalo, pelos de césped. Serás un chile excepcional—añadió él, con arrogancia y una sonrisita quisquillosa surgió de su boca—el carácter ya lo tienes, y también el cabello.
—Ve a fastidiar a tu abuela, Elek—graznó Brianna y le dio la espalda.
Dagan se encogió de hombros y giró hacia a mí.
—Hagámoslo tú y yo—sentenció.
—¿Por qué yo? Elige a otra chica—hice mueca—hay demasiadas féminas que estarían muy felices por ser tu complemento ese día.
—Me resulta estimulante verte enfadar con rapidez—dijo, ladeando la cabeza. El hoyuelo de su mejilla hizo su aparición sin que él sonriera—si invito a otra chica, aceptará mis desplantes sin discutir y eso es aburrido. Por eso quiero que vengamos juntos de comida mexicana para que nos divirtamos.
—No soy tu payaso personal. Y tampoco tu experimento emocional, Dagan—espeté.
—Tienes hasta el miércoles para pensarlo, Powell—carraspeó y guardó su libreta en la mochila.
Me estremeció escuchar mi apellido salir de sus labios. No solía llamarme así y mucho menos por mi nombre de pila, ya que «ridícula» le gustaba y solo ocasionaba que yo lo odiara un poco más.
La clase llegó a su fin y esta vez tardé en salir del salón. Brianna esperó conmigo a que todos se marcharan.
—¿Todo bien, señoritas? —el profesor se acercó a nosotras con preocupación.
—Sí, todo está bien. En un momento nos retiramos, es que voy a hacer una llamada a mi mamá—dije con una sonrisa.
—Oh, claro. Nos vemos el miércoles—se despidió con la mano y nos dejó solas.
Una vez que el guapo señor Pierce abandonó la estancia, sentí las garras invisibles salir de los ojos de mi mejor amiga.
—Ahora sí, exijo una maldita excusa para lo que ocurrió entre el homúnculo y tú—ladró.
Alcé las palmas de las manos y dejé que mi mochila fuera una débil barrera entre ella y mi dignidad.
—No he aceptado su patética propuesta—defendí mi honor con la barbilla en alto—y tampoco estoy segura de aceptar la tuya. Esa fiesta no es mi estilo.
—Explícame absolutamente todo lo que hablaron.
—Él mismo te lo contó. Quiere que yo sea el Burrito de su Taco y tú nuestro Chile—hice énfasis en lo último.
Sonó terriblemente mal lo que dije y acto seguido, Brianna rio primero y después yo.
—Dios, Dagan Elek es un fastidio. Hace que todo suene mal.
—Le das el mando a tus decisiones, eh. Y no está bien, Luna. Te persuade bastante rápido.
¿Dagan Elek persuadiéndome? Por favor.
—No me está persuadiendo. Y tú tampoco—dije, con un grado elevado de constreñimiento en mi voz—solo deja el tema por la paz. El viernes estaré ocupada con mi familia.
Recogí mi mochila y salí del salón sin esperarla.
Nunca había pensado en disfrazarme para festejar Halloween y este año no sería la excepción; y mucho menos si se trataba de un atuendo inspirado en Wanda de los padrinos mágicos o una estúpida botarga de Burrito.
Mi vida en aquella institución se estaba complicando muchísimo.
Esa tarde, entre tantos pensamientos abrumándome, sopesé la idea de aceptar la propuesta de Brianna y teñirme el cabello de rosa de manera temporal para ser su Wanda y dejar en ridículo a Dagan. Pensé en llamarla, pero era mejor decírselo en persona al otro día.
Sin embargo, a los que tenía que avisar era a mis padres.
—¿Puedo ir a la fiesta de Halloween este viernes por la noche? —busqué el momento indicado justo cuando cenábamos. Papá se encogió de hombros porque era el que menos le afectaba, ya que disfrazarse en esa fecha siempre había sido normal para él; empero mi madre no. Ella me miró con extrañeza—Brianna quiere que tengamos un disfraz a juego. Soy su única amiga de la escuela y se me hace injusto quedarle mal.
—¿Y de qué te vestirías, si en caso te damos permiso? —inquirió mamá, con escepticismo.
—Espera—saqué mi teléfono y busqué una foto de Cosmo y Wanda—de ellos, mira.
Mamá sonrió y se la enseñó a mi padre.
—Supongo que Brianna será el chico de pelo verde, ¿no? —se burló papá. Yo asentí, sonriendo.
—El cabello no voy a teñírmelo, así que no se preocupen—arribé enseguida.
—Una vez en la vida se es joven, cariño—papá salió en mi defensa al ver la expresión conflictiva de mi madre con respecto al permiso—Luna jamás nos ha dado problemas y en esta preparatoria encontró una buena amiga. Será una fiesta de disfraces, nada peligroso, ¿verdad? —volteó a verme y yo asentí frenéticamente con una enorme sonrisa.
Mamá sacudió la cabeza en negación, me entregó el teléfono y luego resopló.
—Te quiero aquí a las once y media de la noche, Luna. Ni un minuto más—declaró con mal humor.
—¡Gracias!
¿Alguna vez se pusieron a pensar que el destino los odiaba y que no eran más que un conejillo de indias al que le gustaba fastidiar por diversión? Bien, pues yo era el conejillo de indias de mi propio destino.
Brianna no llegó el martes a clases. Ni si quiera me envió algún mensaje para explicarme el motivo de su ausencia y yo tampoco quise comentarle sobre el disfraz de Wanda hasta no verla en persona. Ese día estuve sola, merodeando por los edificios y devorando mi almuerzo cerca de la malla de metal que protegía la cancha de futbol y basquetbol. Los coches pasaban de vez en cuando por las calles y a lo lejos se podía observar el desierto, perdiéndose en el abrasador sol.
—Te puedes hacer adicto a un cierto tipo de tristeza—murmuré, recitando la frase de una canción melancólica popular, puesto que, la ausencia de Brianna si me ponía sentimental.
—Hablar sola es un síntoma de esquizofrenia.
—Piérdete, Dagan—gruñí tras escuchar su mezquina voz—quiero estar sola.
—¿Más sola de lo que ya estás? —se burló. No lo miré, pero hizo falta que lo hiciera porque sentí su presencia junto a mí, justo donde Brianna se sentaba cuando almorzábamos y criticábamos personas. En una pequeña roca.
—Ve a molestar a otra persona.
—No es divertido, ya te lo he dicho. Nadie se enfada como tú lo haces—percibí una sonrisa en su voz, pero no volteé a verlo.
—Suficiente tengo con ser el conejillo de indias de mi destino como para que un desconocido quiera volverme también el suyo—grazné y esta vez volví el rostro hacia él.
Quedé petrificada al chocar contra aquellos asombrosos ojos que Dagan tenía. El sol hacía que el penetrante color zafiro de los iris se intensificaran y parecieran más claros de lo que realmente eran. Sabía que se había sentado muy cerca, pero no tanto como para quedar a escasos centímetros de distancia de nuestras narices al mirarnos frente a frente.
Y para mi buena suerte, él no notó mi vergüenza al apartarme deliberadamente.
—¿Ya tienes la respuesta a mi sugerencia del disfraz? —preguntó.
Mordí mi labio inferior y negué con la cabeza.
—Todavía no decido si vestirme con Brianna o contigo.
—Existen habitaciones diferentes, ¿sabes? No es necesario vestirse con otra persona como espectadora, a menos que vayan a aparearse.
—¿Qué? —fruncí el ceño y vi que él tenía una sonrisa torcida en los labios.
—Me refiero a tener sexo.
Parpadeé, cada vez más perpleja.
—Estoy bromeando—puso los ojos en blanco y se rascó el cuello—vaya, intento ser amistoso contigo y recibo el doble de miradas furtivas de tu parte.
Y eso sí que causó gracia. Reí brevemente al presenciar el mal momento que Dagan estaba pasando por mi culpa.
—¿Qué hice para que rieras? —juntó tanto las cejas que estuvieron a punto de besarse entre sí.
—Nada—aclaré mi garganta y lo miré—tengo hasta mañana para contestar a tu propuesta, ¿no? —él asintió—bien, entonces espera a la clase de Artes y ahí hablaremos.
—¿Por qué esperar? Ahí no podremos hablar por el fastidioso de Pierce.
—Tú no quieres formar un vínculo con alguien—le recordé—por lo tanto, no debería afectarte hablar con personas a tu alrededor si tu tirada es ser un ermitaño.
—Solo acepta o rechaza mi oferta de venir conmigo a la fiesta—espetó—no es nada del otro mundo. Sí o No, así de simple.
—Ya te había dicho que no.
—Pero sé que dirás que sí.
—Sí estás tan seguro de mi respuesta, ¿por qué continúas presionándome?
—Para apartar hoy mismo el disfraz de Burrito y no un día antes.
—Mañana en clase de Artes hablamos, Dagan—levantándome de la roca, sacudí mi ropa y revisé la hora en el reloj de pulsera de mi muñeca.
Él también se incorporó.
—De acuerdo, «Luna». Hablamos mañana.
Se dio la media vuelta y se echó andar lejos de la malla de metal.
—Es interesante que me llames «Luna» con más frecuencia—le grité.
Dagan, sin dejar de caminar, contestó de la misma forma.
—Dejaste de llamarme «idiota» primero y creo que es justo respetarnos un poco.
Cuando vine a darme cuenta, dejé de sonreír como una idiota. Dios.
—Debes dejar de hablar con él, Luna, o lo lamentarás—me reprendí entre dientes.
A la salida, pasé por un helado que quedaba un poco retirado de la preparatoria y el doble de casa, pero el calor era insoportable. Necesitaba refrescarme antes de «caminar» hacia mi hogar, imaginando que mis padres dejaban atrás el drama y permitieran que tomara posesión de mi cuatrimoto. Llevaba más de un mes luego del accidente en el desierto y se rehusaban a dejarme conducir.
—Un helado de chocolate, por favor.
—Solo queda de vainilla—respondió la encargada.
—Bien, entonces una malteada de fresa para llevar—sonreí con rigidez.
—Claro, en un segundo.
Impacientemente, esperé. El helado de chocolate era muy escaso cada que el calor aumentaba, todos los niños, adolescentes y adultos de Desert Hot Springs solían venir a acabarlo sin miramientos.
La pequeña cafetería se llenaba a reventar y único que podíamos hacer era pedir nuestro helado o malteada para llevar.
En mi bochornosa espera, barrí con la mirada el lugar abarrotado.
Las voces de distintos tonos se mezclaban con los gritos estruendosos de los infantes, provocando que mis tímpanos desearan estallar y librarse de aquella caótica sinfonía desagradable.
—Aquí tiene—la encargada deslizó el vaso de plástico sin popote hacia a mí.
—Gracias.
Me preparaba para huir de ahí, cuando en mi último escrutinio, vislumbré el perfecto perfil del profesor Pierce. Sí, era él. Nadie más que ese guapísimo hombre tendría unos ojos verdes tan bellos. Estaba sentado en una mesa con alguien. Tuve que acercarme un poco más para ver que se trataba de... ¿Dagan? ¿Dagan Elek?
Ambos charlaban animadamente, sin ningún tipo de irascibilidad de por medio, como mayormente ocurriría en el salón de clases. El señor Pierce vestía diferente, quizá porque no llegaba a trabajar los martes y podía ponerse ropa jovial.
La camisa roja lisa y manga larga le sentaba muy bien a su cuerpo.
Por lo tanto, no comprendía por qué los dos estaban juntos en una cafetería como si fueran «amigos» o familia. Y más extraño: fuera del horario escolar.
Entonces, como la conejilla de indias que era, el destino quiso burlarse una vez más de mí:
Un niño de tal vez unos nueve años, acompañado de otros, pasaron corriendo detrás de mí y consiguieron empujarme con tal fuerza, que no pude meter las manos gracias a la malteada y al impacto. Caí de rodillas al frío suelo de azulejos, esparciendo mi delicioso manjar por todas partes. Las risas de los estúpidos infantes demoniacos surgieron al unísono.
De inmediato, conseguí ponerme en pie, siendo cuidadosa de no resbalar, pero fue inútil. Mi pie derecho se deslizó hacia adelante y pensé que caería nuevamente. Incluso cerré los ojos, esperando otro fatídico golpe y burlas por delante por ser tan cotilla.
Las manos fuertes de alguien me mantuvieron en mi sitio.
—¿Está bien, señorita Powell?
Con el corazón palpitándome a toda velocidad, miré al profesor Pierce peligrosamente cerca. Se hallaba detrás de mí, agarrándome de los hombros.
—Oh, por Dios, ¿se hirió? Traeré el botiquín de primeros auxilios—chilló la encargada al vernos.
—No, estoy bien—titubeé.
—No, te está sangrando la rodilla, mira—el señor Pierce señaló la leve sangre que sobresalía de la tela de mi pantalón. Él mezclaba el "tú" y el "usted" cuando se refería a mí y era muy tierno de su parte, era como si se olvidara que éramos docente-alumna; y que nuestra diferencia de edad no era tan grande para ser amigos.
La encargada corrió a alguna parte y el profesor me acompañó a la mesa donde había estado conversando con Dagan, la cual estaba vacía. Por supuesto. El idiota huyó al verme hacer el ridículo.
—¿Qué fue lo que sucedió? —le oí preguntar mientras doblaba mi pantalón a la altura de la rodilla con seriedad en sus facciones. Él estaba de rodillas en el suelo.
—Unos niños pasaron corriendo y me empujaron—respondí, roja de vergüenza.
—¿Podrías identificarlos para hablar con sus padres ante su comportamiento tan violento?
—No, profesor, estoy bien. Son solo niños traviesos.
—Pero el día de mañana esos mismos niños podrían destruir un país entero por su errónea ideología de la violencia, ¿no crees? Hay que educarlos antes de que se vuelvan adultos sin valores y ética.
La encargada regresó con un trapeador y el botiquín en sus manos.
—Por favor, le pido una disculpa—se lamentó—le haré el reembolso.
—No es necesario—dije.
—Sí, sí es necesario—objetó el profesor Pierce, mirando con desprecio a la chica y cuando volteó a verme, se suavizó su semblante—anda, límpiate la mejilla y el cabello con esto en lo que te revisó la rodilla.
Me obsequió un pañuelo de seda que sacó del interior de su bolsillo de la camisa y con nerviosismo obedecí.
Lo de mi rodilla más que una herida, fue un rasguño. El profesor, después de colocarme una bandita, limpió la malteada de mi ropa con una mueca de severidad. Parecía enfadado, pero no conmigo, sino con los niños o la cafetería en general.
—¿Dagan y usted se ven fuera de clases? —le pregunté. Sabía que tal vez era mal momento, pero quería salir de dudas.
Él se acomodó la camisa y se sentó frente a mí. Se pasó una mano por su cabellera castaña y sus fascinantes ojos verdes rehuyeron los míos.
—Tenemos que hacerlo, señorita Powell.
—¿Por qué? ¿Le da clases extras? —ladeé la cabeza.
—No—él sonrió sin ganas—Dagan Elek es mi sobrino. Yo soy su tutor legal.
Entorné los ojos, incapaz de creerle. Ellos no se parecían en lo absoluto. Wyatt Pierce era perfecto y Dagan era un bicho raro y demente.
—Es imposible. Ustedes no...
—No nos parecemos, lo sé—rio, divertido—aparte que de que somos distintos físicamente, Dagan y yo no somos familia de sangre. Soy su tío político.
—¿Y dónde están sus padres? —quise saber.
—Creo que eso tendrá que decírtelo Dagan, no yo. Es un tema privado, señorita Powell.
—¿Entonces quiere que yo no le mencione nada a Dagan sobre lo que acaba usted de contarme? —alcé las cejas.
—Por supuesto. Si él no ha querido mencionártelo, es porque tendrá sus razones, así que esta conversación debe quedar en secreto.
—Estoy segura que Dagan me vio.
—En efecto, él se marchó cuando caíste.
Los colores se me subieron a la cara. Maldito Elek.
—¿Viven juntos? —interrogué. El profesor se frotó el puente de la nariz, reacio a contestar rápido—es que ya he ido varias veces a la residencia de Dagan y jamás lo he visto a usted.
—¿Has ido a la casa de Dagan? —se mostró sorprendido y al mismo tiempo horrorizado.
—Sí, ¿por qué?
—Por nada, Dagan jamás lo mencionó—carraspeó—y sí, vivimos en la misma casa, pero suelo estar fuera porque me gusta salir a hacer excursiones al desierto o estar en la biblioteca de la ciudad.
La chica encargada regresó con el reembolso y yo me negué a aceptarlo.
—Gracias—gruñó el profesor Pierce al tiempo que le quitaba el dinero de la mano a la joven con arrogancia—vamos, señorita Powell, la llevaré a casa.
Error. Dagan Elek y Wyatt Pierce si se parecían muchísimo en el egocentrismo. Qué lástima.
Y solo porque me dolía la rodilla, acepté la invitación.
Con su ayuda, nos acercamos a la salida. Él cargó mi mochila y me guiñó el ojo al momento de poner el dinero del reembolso en la cajita de donaciones que tenía la cafetería.
Doble error. Wyatt Pierce definitivamente no era como su sobrino.
Afuera, nos dirigimos a un coche antiguo. Era un Audi de los años 90, color vino y en buenas condiciones.
—Es un Audi, ¿no? —pregunté al deslizarme al asiento del copiloto con mi mochila en el regazo. El interior era de piel y parecía un vehículo nuevo.
Él rodeó el coche y subió con elegancia.
—Sí. Es un Audi 100 TDI. El mejor en sus tiempos, por allá de 1990—encendió el motor y este rugió, jubiloso de fuerza—y todavía lo sigue siendo mientras siga con un buen mantenimiento.
—Es fantástico—acaricié el asiento con las yemas de mis dedos. Suave.
—Le iba a comprar uno igual a Dagan, pero en color plata—rio y lo puso en marcha—y como sabrás, quiso una motocicleta.
Le indiqué en donde quedaba mi casa y por segunda vez me causó gracia la cara de sorpresa del profesor.
—No puedo creerlo que casi somos vecinos. Dagan debió decírmelo, pero él no suele hablarme, así que...
—¿Por eso es que en clase hay conflicto entre ustedes?
—Dagan es un chico con un carácter sumamente especial, señorita Powell. Se niega a hacer amigos porque ama la soledad; pero déjame decirte que contigo es diferente.
—¿Conmigo? Él me riñe cada que tiene la oportunidad y se la pasa haciéndome la vida imposible desde que nos conocimos.
—Tal vez le inspiras algo—bromeó—por eso te molesta. Si le fueras indiferente, créeme, Dagan ni si quiera te dirigiría la palabra ni para fastidiarte.
—Él quiere que me disfrace de Burrito porque hará pareja con su disfraz de Taco para la fiesta de Halloween—reí—y mañana le daré la respuesta a su propuesta.
—Acepta—me aconsejó—le harás un gran favor. Te lo digo como su tío, no como el profesor de Artes.
Detuvo el coche frente a mi casa.
—Gracias, profesor Pierce.
—De nada, señorita Powell. La veo mañana.
—¿Sabe? Podríamos ser amigos fuera de la escuela—me animé a decirle semejante propuesta—tengo entendido que no es delito.
—Bien. Seremos amigos, pero en la escuela no, ¿te parece? —esbozó una sonrisa sutil.
—Sí. Podrá tutearme sin reparos en la calle—vacilé—hasta luego.
Bajé del vehículo y me despedí de él con la mano antes de darme la vuelta para entrar al jardín, pero para mí desgracia, mis progenitores esperaban por mí en el porche con el ceño fruncido.
—¿Quién era ese que te trajo a casa? —masculló mi padre.
—¿Qué te pasó en la ropa y en la rodilla? —se horrorizó mi madre.
—Resulta que, como no me permiten usar mi cuatrimoto, fui por una malteada, ya que no soportaba el calor y unos tontos niños me empujaron. Caí, mi estúpida rodilla sufrió grandes daños y por suerte ahí estaba el profesor de Artes, quién me ayudó a limpiarme y se ofreció a traerme a casa—sisé, abriéndome paso entre ellos para entrar a casa.
—¿Él es el profesor de Artes? —mamá silbó y papá le lanzó una mirada desdeñosa con los ojos estrechados.
—Sí—dije.
—Está muy joven. Parece de tu edad.
—Creo que tiene treinta años o menos—me encogí de hombros.
—Pensamos que era ese compañero tuyo y por eso nos enfadamos—dijo papá—y tranquila, mañana llevarás tu cuatrimoto.
—¿Te refieres a Dagan? —él asintió—ese chico jamás me traería a casa por voluntad propia y tampoco lo dejaría hacerlo.
—Así se habla—mamá besó mi frente y me verificó el rasguño—te preparé tu comida favorita, ve a cambiarte, cariño.
Koray me dio la bienvenida en mi habitación y no dejó de saltar o de lamerme los tobillos, pero eso fue después de pasar por su examen de olfateo que duró cinco minutos. Él siempre se daba cuenta cuando pasaba tiempo con personas extrañas a las que no suelo frecuentar.
Y antes de bajar a comer, me digné a llamarle a Brianna por teléfono.
No contestó. Su móvil estaba apagado. Raro en ella.
El miércoles me deleité con el fresco aire mañanero montada en la cuatrimoto. Alcancé a escuchar el ronroneo estúpido de Dagan Elek, pero lo ignoré. Lo más estresante fue que se la pasó conduciendo a la par de mí hasta llegar al instituto. Aparcó detrás de mi vehículo y pisándome los talones, siguió mis pasos hasta mi salón.
—Este no es tu salón—farfullé cuando lo vi con la intención de entrar.
—¿Quién lo decidió? —increpó y estampó una hoja de papel en mi frente al rebasarme en el umbral de la puerta. Depositó su mochila justamente en el pupitre continúo al mío. Brianna alucinaría, no había dudas. Quité el papel de mi cara y le eché un vistazo.
Cambio de salón al alumno Dagan Hagen Elek Horst.
—Dagan Hagen Elek Horst—repetí, incrédula.
¿Qué clase de nombres eran esos? Si ya «Dagan Elek» era extraño, no esperaba que su segundo nombre y apellido también lo fueran.
—¿Se puede saber por qué hiciste este traslado? —arrugué la nariz con el papel en alto, caminando hasta su lugar.
—Alguien de tu salón intercambio sitio conmigo—se encogió de hombros—y pensé que sería buena idea fastidiarte de lunes a viernes.
—Hablaré con el director—estrujé la hoja con mis manos, transformándola en una pelota de papel.
El profesor Eugene entró con su sonrisa rebosante de alegría y tuve que tragarme el coraje. Me senté e ignoré a Dagan lo mejor que pude, pero él no apartó sus ojos color zafiro de mi persona ni un solo momento. Y lejos de que me inquietara su acoso, estaba preocupada por Brianna.
A la mitad de clase, cuando me había dado por vencida en esperarla, apareció en el umbral. Estaba sudando e hiperventilaba.
—Señor, ¿puedo pasar? —preguntó, con la respiración agitada.
—Señorita Morgan, usted ya no pertenece a este salón—dijo el maestro, dejándonos estupefactas.
—¿Qué? —Brianna y yo dijimos al unísono.
—La han cambiado a otro salón—repuso el profesor con el ceño fruncido—pensé que esto había sido idea suya, señorita.
Brianna entornó los ojos y los postró en alguien detrás de mí.
—Tú, gusano infeliz y roba perros—despotricó ella con coraje en dirección a Dagan.
—Por favor, ese vocabulario—interrumpió el docente con severidad. Era la primera vez que mostraba su enfado—si hay algún problema, resuélvanlo en la dirección.
El rostro de Brianna estaba teñido de rojo por la furia y como vi que Dagan permaneció tranquilo en su asiento, me tomé la molestia de agarrarlo del brazo y tirar de él para que se pusiera en pie.
—Vendrás conmigo—ordené y para mi sorpresa, obedeció.
El profesor Eugene nos envió una mirada desaprobatoria al vernos salir de clases. Dagan apartó mi mano con desdén y cuadró los hombros.
—Maldito—Brianna le dio un puñetazo en el estómago; pero él ladeó la cabeza y sonrió, como si fuera normal no sentir dolor después de un golpe en esa área—vaya, tienes abdominales, pero eso no te salva de una nariz quebrada, bastardo.
—Dagan, dijiste que alguien había cambiado de lugar contigo, ¿te referías a Brianna? Ella en ningún momento solicitó su transferencia—abogué por mi amiga.
—Luna, déjame matarlo—vociferó ella detrás de mí. Yo me había situado en medio de ambos.
—Dame una buena explicación—exigí.
—Pensé que, como pelos de césped no había asistió ayer por razones que desconozco, pero teniendo el descaro de dejarte sola y no contestar tus llamadas, lo mejor era mandarla a otro salón y cambiarme al suyo para que no pasaras los recesos en completa soledad, observando las calles con nostalgia—explicó con el rostro inexpresivo.
Ruborizada, desvié la vista a mis pies. Dagan tenía razón en ese punto de su explicación. Mi mejor amiga decidió no ir a clases el día anterior, dejándome abandonada y sin responder a mis llamadas; empero eso no quería decir que él tuviera que hacer eso con ella, porque, a decir verdad, si no quería ser mi amigo, ¿por qué le preocupaba verme sola?
—Tuve mis fuertes razones para faltar ayer, y obvio que no te las daré a ti, sino a Luna—replicó Brianna—y ahora iremos a la dirección a revertir esta estupidez, Elek.
En silencio, nos dirigimos al otro lado del edificio bajo el sol naciente de la mañana.
—Los espero aquí—anuncié cuando estuvimos frente a la puerta del director.
Los observé entrar a la oficina y no pude evita reír. La apariencia de Brianna no contrastaba con la sombría de Dagan. Mi amiga vestía siempre de colores muy llamativos que hacían juego con su cabellera verde y él solo se ponía tonos oscuros, o, mejor dicho, negro. Ya era bastante que lo único que no era oscuro en Dagan fueran sus ojos azul zafiro, su piel y labios rosas. Era guapo, lógicamente, pero su actitud lo hacía ver el chico más horrible del universo.
Al cabo de quince minutos, salieron del cubículo. Dagan con una sonrisa maliciosa y Brianna con los ojos en llamas.
—¿Qué sucedió? —pregunté. Pero él se pasó de largo hacia «nuestro» salón.
—Resulta que no se puede cambiar hasta la próxima semana—se quejó y me echó los brazos encima—perdóname por abandonarte ayer. Maggie me raptó y fuimos al nuevo spa de mis padres a relajarnos. No llevé el teléfono—hizo pucheros—sabes perfectamente que jamás te dejaría sola. Ese idiota se aprovechó del momento y...
Brianna se apartó para mirarme con los ojos estrechados.
—¿Cómo sabe ese inepto que no vine a clases y estuviste sola en nuestro sitio cerca de la malla metálica?
—Sinceramente no sé cómo supo que yo estaba ahí. Solo apareció y volvió a preguntarme si quería disfrazarme de taco.
—Oh, que imbécil. Pero, ¿sabes? Maggie vendrá conmigo como Wanda. Así ya no tienes que serlo tú. Podrás estar tranquila ese día—sonrió.
—Ah, ayer te iba a decir que me dieron permiso mis padres.
—¿Qué? ¡No! —Brianna se dejó caer sobre mí y casi perdí el equilibrio—no es posible.
—Sí, pero, aunque yo no sea Wanda, pienso venir a ver qué tal está—la tranquilicé, aunque si me molestó un poco que Maggie ocupara mi lugar.
—¡Excelente! Pasaremos por ti.
—De acuerdo.
A la mitad del camino, recordamos que, por el resto de la semana, Brianna estaría en el salón de Dagan.
—Solo unos días y de nuevo estaremos juntas—prometió al marcharse en dirección opuesta—ese tiempo servirá para planear la aniquilación del homúnculo.
Regresé sola al salón, deseando que Dagan no hubiera hecho esa canallada.
El profesor Eugene dejó que entrara a su clase a regañadientes. Fui hasta mi asiento y francamente no esperaba ver a Dagan hablando animadamente con un grupo que era de chicos y chicas con los que Brianna y yo no nos llevábamos. De hecho, no éramos amigas de nadie en el salón; y por lo que sabía de Dagan, a él no le gustaba socializar, pero estaba haciendo amistades sin miramientos.
Anoté rápidamente la tarea del pizarrón y sentí un codazo por parte de alguien que estaba a mi costado izquierdo. No era Dagan porque él estaba a mi derecha parloteando.
—Eres amiga del exquisito Dagan Elek, ¿verdad? Te hemos visto hablar con él desde que inició el semestre porque comparten la clase Artes—la voz chillona de mi compañera irritó mis oídos.
—No somos amigos—reiteré.
—Acabo de escuchar que dijo que se había cambiado a nuestro salón porque quería estar más cerca de ti, pero que la tonta de Brianna hizo lo posible para mandarlo de vuelta, ¡Qué horror!
Dejé de escribir y la miré con el ceño fruncido.
Polly Anderson no dejaba de observar a Dagan por encima de mi hombro.
—Lo que ha dicho ese idiota es mentira—apreté el bolígrafo hasta casi romperlo—y te lo demostraré.
Me volví hacia él con la intensión de enfrentarlo, pero aquellos ojos zafiro ya estaban mirándome y me pregunté cómo era posible que irradiara tanta autoridad sin si quiera abrir la boca. De alguna manera dominaba el salón de clases con su sola presencia de pocos minutos. La escasez de sus movimientos intensificaba el aura de poder como si de un campo de fuerza se tratara.
Lo apunté con el bolígrafo, pero fui incapaz de hablar. Fue como si no hallara las palabras para pelear con él.
—Haremos lo posible para que él se quede y Brianna se largue—canturreó Polly nuevamente.
Polly Anderson era la chica que menos me agradaba por el simple hecho de creerse la última Coca-Cola del desierto, cuando en realidad era un grano más de arena que nadie tomaba en cuenta.
—El director opina lo contrario—contradije a Polly, mirándola con cinismo—solo por esta semana Dagan ocupará su lugar. El lunes Brianna tomará posesión de lo que le pertenece.
Di por terminada esa perturbadora conversación y esperé a que el siguiente docente entrara a darnos clases.
No podía salir del ensimismamiento. Tener a Dagan Elek a mi derecha y escucharlo hablar con mucha fluidez y buen genio me desconcertaba; y lo catastrófico era que les había mentido a todos sobre nuestra amistad que, claramente no existía. Él se estaba contradiciendo cada vez más.
Y pronto llegué a una conclusión terrorífica: ¿Y si Dagan planeaba hacerme algo malo y por eso había comenzado su estrategia de ser fingir ser mi amigo solo para que nadie lo pudiese culpar si en caso yo desaparecía? Un espeluznante escalofrío recorrió mi espalda ante esa posibilidad.
—¿Por qué tan callada?
Supe que él me estaba hablando porque era el único que se atrevía a irrumpir mi espacio personal.
—Eres un maldito mentiroso—murmuré—has estado fingiendo ser buen chico frente a estos idiotas cabezas huecas.
—¿Te afecta en algo? —la frialdad en sus palabras no me sorprendió.
—Sí. Tú dejaste en claro que no somos amigos, ¿por qué insistes en hacerles creer a ellos que sí? ¿Qué planeas? —lo acusé, sin mirarlo.
—Es parte de la diversión, Luna—dijo y su aliento cálido me estremeció. No me di cuan cerca se hallaba hasta que sentí el roce de su nariz en mi oreja.
Se alejó de mí sutilmente y solo en ese segundo logré respirar con normalidad.
Horas después, a la hora del almuerzo, Brianna esperó por mí afuera del salón. Alcancé a escuchar como mis compañeros se burlaban de ella y por supuesto, mi amiga se defendió mejor que nunca.
Tomé mi cartera y salí a encontrarme con ella.
—¿Qué hace este homúnculo pegado a ti? —quiso saber, azorada. Miraba detrás de mí con incertidumbre, pero yo no recordaba haber salido con Dagan del salón.
Giré sobre mis talones y lo vi a escasos pasos de mí.
—Voy a desayunar contigo hasta el término de la semana—afirmó con una leve sonrisa torcida, haciendo acto de presencia su hoyuelo en la mejilla izquierda que tanto me inquietaba.
—Roba perros, ahora sí cruzaste la línea de la cordura para siempre—rio Brianna—no vendrás con nosotras.
Me agarró del brazo con la intención de alejarnos de Dagan, pero tal sorpresa llevé al sentir la palma de él deslizarse y cernirse sobre la mía. Hizo que me detuviera en seco y Brianna entornó los ojos.
—¡Suéltala!
—Ella se queda conmigo. Tú ve a comer sola, tal y como Luna lo hizo gracias a tu repentina ausencia—espetó Dagan, claramente irritado, sin soltar mi mano.
No podía creerlo. ¿Qué estaba pasando? Quise soltarlo, pero la enorme mano de Dagan era como una tenaza sobre la mía.
—Esto es incómodo—musité, forcejeando con Dagan—haz el favor de soltarme.
—¿Acaso no quieres que Brianna sienta lo que tú? Te abandonó ayer y no se preocupó por ti—añadió él, buscando una excusa para dejar a mi amiga.
—Sé que es horrible estar sola, pero no por eso voy a ser grosera en dejarla y mucho menos por ti, Dagan. Tú y yo no somos amigos—lo empujé y por fin me liberé—eso lo decidiste tú y lo respeto.
Dagan arqueó una ceja.
—En ese caso, las acompañaré.
Contuve a Brianna para mandar al carajo la presencia de Dagan. Si él quería acosarnos, que lo hiciera.
—Déjalo. Se aburrirá—murmuré en la oreja de ella.
Por motivos peligrosamente desconocidos, él no se aburrió.
Nos dispusimos a hablar de cosas triviales para hacerlo desistir de su cometido, pero no resultó. Aunque lo único bueno de todo es que tampoco participó en la conversación. Solamente nos siguió como guardaespaldas y cada que podía, se situaba a mi lado, lejos de mi amiga.
Como era miércoles, nos tocaba clase de Artes con el profesor Pierce, tío político de Dagan. Ironía de la vida. Además, me vi frustrada porque quise contárselo a ella, pero por él, no pude.
—Te veo en Artes—le dije.
Brianna asintió y se marchó, no sin antes mirar con repugnancia a Dagan.
—¡Eres una persona despreciable, Dagan Hagen Elek Horst!
—Vaya, te aprendiste mi nombre completo con solo leerlo una vez—sonrió, complacido.
—¿Quién no se lo aprendería si está extraño como el dueño?
—Eres la única que lo sabe, excepto por el director, claro—bostezó.
—¿Por qué? ¿Acaso en las listas de los profesores no está completo?
—No.
—¿Es eso posible?
—Sí. Es cuestión de hacer una petición—hizo una mueca, ocultando una posible risa.
—Eres un mentiroso.
—Y tú muy crédula.
Chasqueé la lengua y le volteé la cara.
—Me presento como Dagan Elek porque odio lo demás, ¿contenta?
—Ya veo. Aunque te queda mejor Hagen Horst.
Dagan elevó los ojos al cielo y se adelantó al salón para ir por su mochila.
Y para mi buena/mala suerte, trajo consigo también la mía.
—Gracias—sisé.
—De nada, si quiero divertirme en grande, debo estar a la altura—dijo y a continuación, colocó su brazo sobre mis hombros.
—¿Qué haces? —lo empujé.
—Nos están mirando los de tu salón—carraspeó.
Con más razón rechacé su cercanía.
—Tu fachada de buen chico no durará mucho, Dagan. Lo mejor será que les enseñes tu verdadera personalidad antes de que rompas más corazones—vacilé, observando disimuladamente la expresión dolida de Polly Anderson desde la ventana del salón.
Encontré a Brianna esperándome cerca del salón de Artes y alucinó al verme llegar con Dagan. Menos mal él ya no había puesto nuevamente su brazo sobre mis hombros luego de rechazarlo.
El salón estaba vacío, como de costumbre y agradecí que Dagan se tomara la molestia de entrar y dejarnos a solas en el pasillo.
—Se ha convertido en tu sombra y eso no me agrada—observó Brianna.
—Lo sé. Es muy extraño.
—Antes hacía lo posible por no tener contacto con nadie y ahora parece que pretendiera conquistarte o algo así.
—Ni si quiera lo pienses—me estremecí—eso incluso perturba más que tener que soportar su sola presencia en el salón por más de una hora.
—Y todo esto sucedió porque ayer te abandoné. ¡Lo siento! —consiguió abrazarme con fuerza.
—Tengo que ponerte al tanto de muchas cosas—murmuré— ¿te parece si vas a mi casa a comer hoy?
Brianna esbozó una sonrisa y asintió.
En la clase del señor Pierce, él me saludó con un movimiento de cabeza y una dulce sonrisa al entrar al aula, dejando que Brianna comenzara a sacar conclusiones equivocadas.
El profesor ordenó formar equipo por parejas. Habría estado bien, de no ser porque a último segundo, desistió de esa orden.
—Lo elegiré yo—dijo.
No sabía si Wyatt Pierce quería que yo fuera algún tipo de ángel guardián o ayuda para su sobrino, pero justamente eligió a Dagan Elek como mi pareja, sin permitirme protestar y colocó a Brianna con otra chica. Ambos no salíamos del asombro.
Movimos las sillas hacia nuestros respectivos compañeros. Tuve que acercarme a Dagan, ya que él estaba hasta el fondo y no daba indicios de moverse.
—Coopera un poco—le espeté al situarme frente a él—la silla pesa y tú como un junior esperando a que todo se te dé en las manos.
—Disculpa, ¿dijiste algo? —quitándose los audífonos inalámbricos, me miró perplejo. Era la primera vez que él no parecía tener idea de lo que estaba pasando.
—El profesor nos puso en parejas—dije con impaciencia.
—Ah—guardó los audífonos en su estuche y buscó al docente con la mirada, después me miró— ¿y qué vamos a hacer?
—Todavía no lo ha dicho.
Dos minutos más tarde, el profesor explicó la siguiente dinámica: dibujar a su compañero de equipo a lápiz. Y dicho eso, fue desplazando un bloc de hojas para dibujo en nuestros pupitres con lápices especiales de dibujo de varios números y grosores.
—¿Por qué no hablamos acerca de tu respuesta del disfraz? —Dagan demandó mi atención absoluta y parpadeé, aturdida, puesto que me había quedado observando al profesor.
Hice una mueca.
—Si me dices la verdadera razón por la que quieres ir conmigo, aceptaré—propuse.
—No me creerás si te digo que ahora si quiero entablar una amistad contigo, ¿verdad?
—Por supuesto que no—rodé los ojos.
—Bien. Eres bastante lista como para que yo pueda engañarte—sonrió, haciendo que su hoyuelo saltara a la vista.
—Habla—le ordené.
—Sé que te gusta mi tío Wyatt Pierce, alías «nuestro profesor de Artes» —susurró y yo palidecí. Mi reacción ensanchó su sonrisa maliciosa—y también estoy al tanto de lo que hablaron en la cafetería, después de que caíste con la malteada.
No objeté nada. Estaba lo suficientemente estupefacta como para replicar. Él continuó atacándome.
—Él no sabe de tu estúpido enamoramiento, pero puedo decírselo y no solo a él, sino al director—noté que sus pupilas se dilataban al tiempo que el aire abandonaba mis pulmones—y ya sabrás el tipo de problemas que podría acarrearte.
—No serías capaz de hacer algo así. El profesor y yo no somos nada—logré decir y apreté los puños—además, es algo injusto que quieras perjudicarme y también a él solo por una aceptación a tu ridícula invitación.
—Si piensas que es una ridícula invitación, entonces, ¿por qué no aceptas? —se recargó en el respaldo con aire prepotente.
—Porque no te conozco. Pese a los meses que llevas aquí, no dejas que nadie se te acerque. Peleas conmigo cada que puedes y es sospechoso que de la noche a la mañana quieras ser mi amigo, aun cuando me dejaste claro que no te interesaba nada que tuviera que ver con vínculos—sisé, abrumada.
—A partir de que noté tu enamoramiento enfermizo con el profesor, supe que debía tenerte de mi lado, ya que podrías ser de utilidad alguna vez—dijo, pero su voz sonó más a un ronroneo.
—No logro comprender por qué tu tío decidió hacerse cargo de ti. Eres un demente, Dagan Elek—gruñí.
—¿Irás conmigo a la fiesta del viernes? —la presión de Dagan estaba volviéndome loca, pero no podía arriesgarme a que comenzara a soltar rumores entre el señor Pierce y yo.
Volteé a ver a Brianna. Ella tenía fruncido el ceño y los ojos puestos en el bloc de dibujo de su compañera, quién parecía no haberla dibujado bien.
Suspiré.
No me quedaba más que sacrificar mi dignidad con Brianna.
—Bien, Dagan. Acepto ir contigo a la fiesta de Halloween. Seré el Burrito de tu Taco.
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