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Episodio 5

Había dos cosas de las que estaba completamente segura:

Primera: Dagan era un demente; y

Segunda: Si pasaba más tiempo hablando con él, podría contagiarme la demencia.

Él se refería a la extinción de la humanidad como una época del año que estuviera esperando ansiosamente.

—Si no querías ponerte protector solar, hubiera bastado un «no» de tu parte—farfullé, marchándome de la tranquilidad interrumpida de mi roca.

Pero sorpresivamente, Dagan me siguió.

—No me sigas.

—No lo hago. Voy al mismo sitio que tú—se burló.

Brianna se acercó a nosotros con el ceño fruncido. Sostenía su cámara con las manos temblorosas.

—Esta porquería ya no revela las fotografías—le dio un golpe al aparato y alzó la mirada hacia Dagan y a mí— ¿Dónde estaban?

—Fui a beber agua y a untarme más protector solar—contesté y señalé a Dagan con la barbilla—él me siguió. Me dio un discurso espeluznante acerca del cáncer de piel y el favor que me haría a mí misma si me muriera de eso.

Volteamos a ver a Dagan y él se encogió de hombros, curvando las comisuras de sus labios hacia abajo. Un gesto evasivo.

—Hey, roba perros, no sabemos qué tipo de piedra te hayas fumado antes de venir a Desert Hot Springs, pero esto ya no es divertido—Brianna no midió sus palabras y tampoco la detuve. En estos momentos era cuando su carácter mezquino servía de mucho—asustas a todos con tus comentarios terroristas. Si tanto quieres que muramos, empieza por morirte tú.

—Por primera vez en semanas has dicho algo brillante, pelos de césped—él sonrió de oreja a oreja y le regaló un guiño a mi amiga.

—Tus «encantos» no surten efectos en mí—le aclaró Brianna con una sonrisa maliciosa—no me van los chicos, lo siento.

Aquello sí que desconcertó al gran Dagan Elek. Su mirada ensombrecida destiló estupefacción absoluta ante la confesión de Brianna.

—¿Y cómo piensas reproducirte? Entre hembras no es posible—dijo, perplejo.

—Espera, ¿acabas de decir «hembras» en vez de mujeres? —Brianna balbuceó, presa por la rabia que se apoderó enseguida de ella. Mi amiga era demasiado feminista y cualquier tipo de insulto o insinuación, la enfurecía; y tenía razón. Es decir, ¿hembra? ¿en serio? ¿Qué clase subnormal se refería a una mujer como «hembra»?

—Sí. Hembras—repitió Dagan, con tono jocoso. Se pasó una mano por su cabello azabache y bostezó—lo que sea, es asunto tuyo. Y pensándolo bien, estás haciendo bien en no reproducirte y aumentar la sobrepoblación en el planeta.

Agarré a Brianna del brazo antes que saltara encima de Dagan y destruyera su perfecta cara a golpes.

—¡Maldito! Mi preferencia sexual no tiene nada que ver con la sobrepoblación, bastardo engreído—vociferó Brianna, tratando de que la liberara y ejecutara su plan de desfigurar el rostro de ese idiota.

—Dagan—pronunciar su nombre en frente de él era inusual, jamás lo había hecho, puesto que «idiota» era más cómodo, y tal como él me llamó por mi nombre ese rato y no por ridícula. Él parpadeó, ladeó la cabeza con curiosidad y me miró, atento—discúlpate, por favor. Heriste a mi amiga y eso no lo voy a tolerar. El hecho que odies a las personas, no te da derecho de fastidiarlas, criticarlas y juzgarlas.

—No hice nada inapropiado—repuso, cuadrando los hombros—solamente di mi opinión.

—No lo hagas. Si alguien pide tu opinión, dala, y si no, entonces cállate.

—Bien, no sé en qué momento la "herí"—Dagan hizo comillas con los dedos y se dirigió a Brianna que yacía roja de cólera entre mis brazos—discúlpame por lo que pude haber dicho que te molestara; pero nada me hará cambiar de parecer.

—Supongo que te lo buscaste—dije y solté un suspiro al tiempo que le quitaba las manos de encima a Brianna.

Ella no lo pensó dos veces y le propició un puñetazo en la cara, pero él logró agarrarla de la muñeca, deteniéndola a escasos dos centímetros de su piel. Brianna era más baja de estatura que yo y si Dagan era demasiado alto en comparación de mí, mi amiga se miraba diminuta.

—No actúes por impulsos o lo lamentarás, pelos de césped.

—¡Suéltame! —forcejeó con Dagan, pero él no la liberó.

—La vas a lastimar, déjala—ordené y el idiota sonrió, mirándome con cierta petulancia.

—Cálmala o me veré obligado a someterla en la arena—advirtió. Sus ojos color zafiro brillaron de malicia.

—¿Serías capaz de golpear a una chica? —me horroricé.

—No, pero «pelos de césped» cuenta como chico, ¿no? Le gustan las chicas—vaciló con toda la intención.

Apreté los puños, sintiendo como el descontrol de la rabia hacía de las suyas en mi mal humor. Y actúe sin pensar. Lo único que recuerdo fue que mis pies se movieron por voluntad propia hacia él y uno de mis puños se alzó con la idea de golpearlo en la cara mientras estaba distraído con Brianna, pero luego me fui de espaldas y caí a la asquerosa arena. Sentí un fuerte dolor en la parte posterior de la cabeza y la negrura invadió mi campo visual.

El olor fortísimo del alcohol en mis fosas nasales logró despertarme. Lo primero que vi al abrir los ojos, fueron los de Brianna y luego los de todos mis compañeros del salón, incluido el profesor Pierce. Me miraban con preocupación alrededor de mí. No estaba Dagan entre ellos.

¿Qué había pasado? Recordaba estar a punto de golpear a Dagan Elek tras humillar a Brianna.

Poco a poco me incorporé y alguien me pasó una botella con agua. Inmediatamente una punzada de dolor en la cabeza estremeció mi cuerpo.

—¿Qué pasó? —pregunté a nadie en particular. No vi a Dagan por ninguna parte.

—Pisaste una madriguera y luego caíste de espaldas sobre unas rocas—el profesor contestó a mi pregunta con pesar. En su mirada se hallaba culpabilidad.

—¿Y Dagan? —me sentí tonta por preguntar por él, pero había estado conmigo al momento del accidente.

—Fue por tus padres—contestó Brianna, mordiéndose el interior de las mejillas.

—No, estoy bien—gruñí y me llevé una mano a la cabeza. Los dedos quedaron impregnados de sangre fresca y me di cuenta que tenía sangre seca en la ropa.

—Hemos suspendido la excursión y te llevaremos al hospital—anunció el profesor—esperamos a que despertaras para cerciorarnos de que estabas bien y así moverte sin peligro.

—Oh, vamos, fue solo un golpe. Debemos continuar con esa investigación—dije y por creerme la valiente, intenté ponerme en pie y todo el suelo se movió, haciendo que me sentara—bien, pero no es grave.

—Bébete esto—Brianna empinó la botella en mis labios y terminé el agua rápidamente—lo siento—susurró.

Junté las cejas y me limpié la boca con el dorso de la mano.

—¿Por qué?

—Hice que perdieras el control y te heriste por mi culpa. En serio, lo siento. Debo aprender a no volverme loca por comentarios estúpidos y más si vienen del psicópata de Elek.

Asentí. La violencia jamás había estado por delante en mi vida y ahora más que nunca tenía que desecharla por completo.

El resto de mis compañeros se fueron alejando a medida que pasaba el tiempo, y eso incluyó al profesor. Quedé a solas con Brianna y ella me abrazó.

—¿Por qué Dagan fue en busca de mis padres? —pregunté.

—No tengo idea. Cuando caíste y te desmayaste, no se inmutó, pero al ver la sangre manando de tu cabeza, se asustó—dijo—yo comencé a gritar como loca, llamando la atención del profesor y Dagan se ofreció a ir con tus padres.

—Mi madre sabe que lo odio—dije—solo espero que no se precipite y lo golpee.

—Eso sería fantástico.

Reímos, pero el dolor en el golpe me estremeció otra vez y cerré los ojos.

—No te duermas. Es fatal que lo hagas luego de haberte golpeado la cabeza—Brianna me movió y gemí. Nos hallábamos recostadas dentro de una casa de campaña para doce personas. Era inmensa y no estaba cerrada, todos podían vernos.

El rugido tormentoso hizo que respingara. Dagan había vuelto y el corazón se me aceleró, pero no por él, sino por mis padres.

No transcurrieron ni tres minutos cuando mis padres entraron a la tranquilidad de la casa de campaña a abrazarme. Mamá sollozó al ver la sangre de mi cabeza y ropa.

—Sabía que no era buena idea. Tengo que hablar con el adulto responsable—vociferó mi padre, taladrando mis tímpanos y nos dejó a solas.

—¿Qué te ocurrió? —murmuró mamá, acariciando mi rostro.

—Estoy bien. Pisé una madriguera y caí sobre unas rocas, nada grave—la calmé.

No obstante, la entrada se oscureció tenuemente gracias a que alguien se asomó sin atreverse a poner un pie dentro.

—Largo de aquí, Elek—ladró Brianna detrás de mí.

—Necesito saber cómo está—escuchar su voz me cohibió.

—Bastante has hecho, jovencito—mi madre le envió una mirada mortífera, pero Dagan no se intimidó—deja en paz a mi hija.

—Luna, lamento esto—Dagan hizo caso omiso a la petición de mi madre y se abrió paso dentro de la casa de campaña. Tuvo que entrar casi de rodillas porque era muy alto. Se acercó lo suficiente a mí y se sentó con las piernas cruzadas—no quise enfadarte más de lo necesario.

Mi amiga, mi mamá y yo, nos enviamos miradas perplejas. Ese no era el Dagan Elek que conocía. Se miraba arrepentido y asustado.

—Es la segunda vez que me llamas por mi nombre.

Dagan esbozó una sonrisa y luego rio. Hasta ese momento me dediqué a observarle el hoyuelo que se le hacía en la mejilla izquierda.

Parecía sincero, pero, ¡Vamos!, alguien no cambia su manera de ser de un momento a otro. Dagan Elek estaba siendo amable frente a mis padres para que ellos no levantaran una denuncia en su contra por intento de homicidio.

Las voces de papá y el profesor Pierce captaron nuestra atención. Estaban discutiendo, o bueno, solo mi señor progenitor.

—Fue un accidente—repitió el profesor con angustia.

—Ayúdame a levantarme—pedí a Brianna y a mi madre, pero el que terminó por ayudarme fue Dagan. Para él fue como cargar una bolsa de algodón y me pregunté cómo era posible, es decir, tenía músculos, pero al menos debería hacer alguna mueca o hacerlo con dificultad.

Él me condujo hacia la salida con una mano sobre mi hombro y la otra en mi muñeca, siendo cuidadoso.

—Fue un accidente—increpé, asustando a mi padre. El profesor se llevó la palma de la mano a la frente—nadie tiene la culpa. Pisé una madriguera por error. Eso le pudo ocurrir a cualquiera. No hagas dramas, papá.

—Cielo, nos iremos ahora mismo al hospital, luego atenderé esto—papá empujó a Dagan y miró con odio al docente.

—Brianna, ¿vienes con nosotros? —le preguntó mi madre, pero mi amiga ya tenía su maleta y la mía lista para acompañarnos—eso es, vamos, cariño.

Abordamos el coche de mis padres y sentí los ojos de Dagan mirándome desde el campamento. Por solo un segundo logré verlo sin su expresión ensombrecida y su actitud arrogante, fue como si en serio le hubiese importado mi estado de salud.

Recibí quince puntadas en la cabeza y tres semanas de reposo absoluto.

En esos días, mi mejor amiga no se separó de mí ni un momento. Para ser sincera, agradecí infinitamente su compañía. Koray, mi perro, estuvo muy deprimido desde que me vio volver del hospital con la cabeza vendada.

A la semana y media, se me permitió salir a tomar el aire al jardín en compañía de Brianna y Koray, bajo la supervisión de mamá, que fingió regar las plantas solo para no perderme de vista. Y en esos días, no escuché el ronroneo de la motocicleta de Dagan pasar por la calle.

—Él no ha ido a clases desde la excursión—me informó Brianna a las dos semanas. Dejé de revisar mi teléfono para mirarla.

—¿Qué?

—En serio. Pensé que solo faltaba a las clases de Artes, pero no. Me di a la tarea de investigar en su salón y me dijeron que el chico nuevo llevaba ausente varios días—se encogió de hombros—posiblemente se siente muy culpable por lo que te hizo como para aparecer.

—No lo creo—suspiré— ¿y qué tal el profesor? ¿pregunta por mí? —reí y más cuando ella estrechó los ojos acusadoramente.

—Sabes perfectamente que sí. Cada lunes, miércoles o viernes lo primero que me pregunta es «¿cómo está Luna?» y le respondo lo mismo «está bien, pronto volverá, ¿qué hay de tarea?».

—No le contestes así—le lancé la pelota de Koray a Brianna y él se le fue encima en busca de su juguete.

Ella se levantó de la silla y echó a correr con Koray detrás.

Me metí dos píldoras a la boca y las tragué con un poco de jugo. Tenía que tomarme un frasco enorme de pastillas para el dolor de cabeza y desaparecer cualquier posible coágulo de sangre futuro; aunque fui sometida a una tomografía, y salí limpia de cualquier problema, era necesario cuidarme porque el golpe fue muy fuerte.

Cada que venía Brianna a cuidarme, la felicidad se quedaba conmigo hasta el momento que se marchaba. Estar atrapada tres semanas en casa cuando apenas acababa de pasar las vacaciones de verano era un martirio.

Así fue la siguiente semana que me quedaba para reposar. Un par de días mi amiga no pudo venir a verme por asuntos de negocios de sus padres y prometió compensármelo.

Leí una saga de libros en internet y vi algunas películas pendientes que tenía en netflix, pero el aburrimiento era tedioso, sin decir de la vigilancia de mis padres. Si estornudaba, corrían a verme, si tosía, si iba al baño, ¡todo!

El fin de semana antes de por fin volver a clases, decidí peinarme con el cabello suelto, cubriendo la parte afeitada de mi cabeza y salir a caminar a escondidas de mis padres a eso de las siete de la noche. Brianna acababa de marcharse y Koray quería salir a dar un paseo.

Dejé la música de mi teléfono encendida para no levantar sospechas con mis padres y salirme con la mía. Le puse la correa a Koray y anduvimos por la acera.

A lo lejos alcancé a divisar la casa de Dagan y mordisqueé mi pulgar. ¿Estaría ocupado para recibirme?

Ni si quiera pensé claramente en lo que quería hacer y dejé que Koray me guiara. Fue cómico, pero él me condujo directamente a esa casa donde residía el chico más extraño del planeta con mentalidad psicópata.

Posteriormente, a los quince minutos, me hallaba en la acera de Dagan, observando detenidamente la puerta de su casa. Había una tenue luz que traspasaba las viejas cortinas y deduje que quizá estaba ocupado, pero no conté que Koray se me soltaría de la correa y correría hacia el porche de él.

—Koray, ven acá—sisé.

Correr no me era permitido y me dolió la herida un poco al inclinarme a abrazarlo en la puerta.

—Chico malo—lo reprendí, enfadada, dándole la espalda a la casa.

—¿Nuevo apodo, «ridícula»?

Un halo de luz se abrió paso bajo mis pies y el breve aire de la puerta al abrirse me tomó por sorpresa.

Solté a Koray y este saltó a los brazos de Dagan gustosamente, como si él fuera el dueño y yo la ladrona.

—Eh, yo... —balbuceé en mi defensa y solo recibí una burla por parte de ese idiota—dame a mi perro y me marcharé.

—Yo creo que no—dijo, dio un paso atrás e hizo el ademán de cerrar la puerta, pero entré deliberadamente a su casa antes que la cerrara—sabía que deseabas entrar.

—Entré porque no quiero que vuelvas a robarme a Koray—sisé—ahora dámelo.

—Él no parece querer irse—lo dejó en el suelo y mi perro comenzó a correr de un lado a otro, saltando, ladrando y jugando con un calcetín de Dagan que encontró en alguna parte.

—Koray, vámonos, es tarde—lo regañé, pero me ignoró con éxito.

—Relájate—le oí decir a Dagan, recargándose en la pared. Andaba en pijama y percibí su mirada en mi cabeza— ¿por qué no te sientas? Estoy preparando la cena.

—¿Por qué te comportas tan amable? —le solté de golpe—no me agradan los hipócritas.

—No soy hipócrita, simplemente estoy siendo solidario porque voy a cenar—se encogió de hombros y atravesó la sala.

Asombrada, escaneé los muebles: eran nuevos. No había rastro de los anteriores y la casa se miraba decente, e incluso acogedora. El recuerdo de lo que mi madre me contó semanas atrás de los antiguos dueños rondó por mi mente, pero la deseché.

—Siéntate en donde quieras—dijo Dagan desde la cocina.

Lejos de sentarme, quería largarme con Koray, pero el muy traicionero estaba pasándosela en bomba en aquella casa que no era suya y no dejaba que me acercara a él porque corría hacia Dagan.

Dándome por vencida, tomé asiento en el reluciente sofá nuevo frente a la TV pantalla plasma que estaba encendida, pero con el volumen en cero.

Sin preguntarle, cogí el mando y subí el volumen. Dagan tenía pausada la serie de «Lucifer» en netflix y me di cuenta que nada de lo que viniera de ese chico podía ser bueno.

—Pon lo que te apetezca ver.

Ante su permiso no solicitado, busqué «El extraño mundo de Jack», pero ya no estaba en el catálogo, por lo que me decidí por «El día después de mañana».

Técnicamente esa película trataba de un desastre natural que congelaría parte del planeta y quería ver como reaccionaba Dagan al respecto. Comencé a verla y él no objetó nada. Estaba absorto en la cocina que ni si quiera se percató de mi mirada hasta que Koray me delató.

¿Cómo era posible que me hallara en la casa de Dagan Elek?

—¿Por qué no fuiste a clases todos estos días? —no estaba segura si era buena idea preguntarle directamente, pero la curiosidad era mi peor delirio.

No contestó al instante, por lo que pensé que tal vez no había escuchado mi pregunta.

—Tuve asuntos que atender—su respuesta fue automática, tomándome por sorpresa varios minutos después.

El olor a... ¿tacos?, llegó a mi nariz precipitadamente y se me hizo agua la boca. Tenía años de que no probaba los deliciosos tacos que solía preparar mi abuela, los auténticos de México, no los que vendían aquí. Y el delicioso aroma evocó esos recuerdos preciosos, haciendo gruñir mi estómago.

—¿Tres o dos? —me preguntó Dagan sin mirarme.

—Cuatro—respondí. Él asintió, moviéndose de un lado a otro en la cocina.

Cenamos en el pequeño comedor, cerca de la cocina. Koray nos hizo compañía mientras le dábamos de nuestros tacos. Dagan se comió siete tacos y le regaló uno entero a mi perro. El silencio fue nuestro mejor aliado, pero no por mucho. Él terminó antes que yo y bebió su soda tranquilamente, con sus ojos fijos en mí, impidiéndome masticar con normalidad.

—Esta cena compensa lo que te hice, ¿verdad?

—¿Te refieres a mi cabeza partida? —aguijoneé, dándole un sorbo a mi soda.

—Sí.

—Puede ser. Pero depende de la situación.

Dagan ladeó la cabeza. Noté que esa era una manía de él cuando quería comprender algo antes de la explicación.

—¿El lunes vas a seguir comportándote como un imbécil conmigo o con Brianna?

—Define «imbécil»—chasqueó la lengua, recargando la espalda en el respaldo de la silla sin parpadear.

—En el sentido estricto de la palabra, imbécil es alguien de poca inteligencia y francamente no lo eres, pero te comportas así y no sé por qué. Tienes mal genio, mal carácter y pareces ser fanático del genocidio. Asustas a todos con tus argumentos tétricos y fastidias a cualquiera que se cruce en tu camino sin conocerlos.

—No estoy aquí para socializar—puntualizó—no me interesa entablar algún vínculo emocional con nadie.

—Hablas como si no fueras humano y hubieras venido aquí con una misión en especial—arrugué la nariz.

El cambio en su expresión delató la incomodidad que le provocó mis palabras.

—Deberías irte, tus padres se van a preocupar por ti—se retiró de la mesa y Koray se sentó a mis pies.

Agarré a mi perro con escepticismo y fui hasta la puerta. Dagan me siguió.

—Te acompañaré—se ofreció.

—Puedo sola, gracias—agregué, cortante.

Ante mis exigencias, Dagan ignoró todas mis protestas y me acompañó hasta casa. Iba descalzo. La incertidumbre de su cambio drástico de humor carcomió mi cerebro y lo enfrenté a dos calles de mi casa.

—Realmente eres imposible. Te comportas amable cuando te conviene y eso no lo quiero. Mejor no me dirijas ni si quiera la mirada, Dagan Elek—exclamé, sorprendiéndolo—no quiero un amigo hipócrita.

Entonces él dio en mi talón de Aquiles y supe que sus palabras siguientes estarían teñidas de arrogancia.

—Luna, no seas ilusa, ¿en qué momento dije que tú y yo éramos amigos o algo parecido?, no quiero relacionarme contigo y mucho menos ser tu amigo—dijo con frialdad y sonriendo lobunamente—nadie está a mí altura para crear un vínculo. Fui amable porque parte de lo que te sucedió en el desierto fue mi culpa y quería enmendar mi error. Nada más. Mi actitud hacia a ti o los demás será la misma de siempre.

—Idiota—fue lo que mi boca logró emitir.

—Ridícula—dijo, todavía con su sonrisa bastarda. El hoyuelo en su mejilla izquierda me pareció horrible.

Giré sobre mis talones con Koray pegado a mi pecho, pero me topé con los rostros pálidos de mis padres, mirándome como si hubiera asesinado a alguien. Me volteé para ver a Dagan, y el alma se me cayó a los pies: él no estaba por ninguna parte. Decidió abandonarme con el problema encima.

—¿Dónde estabas? —mamá fue la primera en cuestionarme, y no me dejó responder porque entre los dos me llevaron de vuelta a casa. Mi padre se encargó de llevar a Koray.

—Salí a pasear con Koray. Tenía aburrimiento extremo—me defendí. Y eso ocasionó más ira en ellos.

—¿Qué te costaba esperar dos días más? ¿Acaso no tienes amor propio?

—Mamá, fui a darle la vuelta a la manzana y me senté un rato en la acera a contemplar el cielo. No fui tan lejos.

Mi madre colocó los brazos en jarra.

—No te mandas sola, Luna. Esto es el colmo, ¿quieres que te castiguemos?

—No.

—¡Entonces obedécenos! —gritaron los dos.

Esa noche fue imposible que conciliara el sueño. El dolor de cabeza fue uno de los factores que impidió que durmiera y las tajantes palabras de Dagan, mandándome al demonio. No me dolió, pero si me desconcertó. ¿Por qué era tan estúpido?

Tenía esperanzas en evitar por completo su mirada en el salón de Artes por lo que restaba del año. Si él me hablaba, le contestaría, pero fuera de ello, mantendría mi distancia. Ya no me apetecía reñir con él.

El lunes por la mañana, mamá me llevó a la escuela caminando porque papá tenía que ir a una junta muy temprano y todavía no querían que condujera la cuatrimoto.

Vimos a Dagan pasar con su motocicleta a toda velocidad y fingimos no darnos cuenta para no tocar el tema. Mamá no lo perdonaría jamás. Creo que lo odiaba más que yo.

En el salón todos me preguntaron cómo estaba y Brianna se encargó de protegerme de los cotillos. Algunos quisieron revisar la parte de la herida en donde no tenía cabello, pero mi mejor amiga los amenazó con hacerles calzón chino a cualquiera que se me acercara y solo así pude estar en paz. Claro, Brianna jamás le había calzón chino a nadie, empero era una buena idea de mantenerlos a la defensiva, lejos de mí.

En el receso, la agarré del brazo y nos inmiscuimos al auditorio, que estaba vacío, excepto por algunas chicas.

—Necesito contarte algo que me pasó el viernes.

—Adelante, habla. Que no te cohíba mi burrito con frijoles—bromeó, masticando ese manjar que había comprado la noche anterior con sus padres.

—Tiene que ver con Dagan Elek.

Ella frunció el ceño y su burrito pasó a segundo plano.

—¿Qué pasó? ¿Te fue a buscar para pelear?

Y de pronto, tuve la sensación de estar contándole sucesos que no era importantes. Dagan Elek me desagradaba y si seguía hablando de él, Brianna o cualquiera, comenzarían a pensar que me atraía.

—Eh, no. Hoy pasó haciendo muchísimo ruido con su motocicleta y nos irritó—añadí con severidad, cambiando, sutilmente, la verdad.

—¿Y qué más?

—Eso es todo.

—¿Qué?

—Sí, nos perturbó en la mañana con más petulancia que de costumbre.

—¿Estás segura que solo fue eso? —me miró con escepticismo.

—Muy segura.

—Uhmm, haré como que te creo y terminaré de comer mi burrito—Brianna se encogió de hombros y reanudó la tarea de almorzar.

Faltaban cinco minutos para que la clase de Artes comenzara y no quería si quiera entrar al aula y cruzarme con ese tonto y recordar el mal momento que me hizo pasar con su arrogancia.

—Por esta vez, paso de la clase del profesor Pierce—sentencié.

Brianna me miró como si me hubiese salido una segunda cabeza del cuello.

—¿Por qué? Es tu primer día en tres semanas; ¿no quieres ver a tu adorado Wyatt Pierce? —susurró. En su expresión noté incertidumbre por mi abrupta decisión.

—Por supuesto, pero no me siento «lista» para afrontar la presencia de cierta persona ahí.

—Dagan Elek puede irse al cuerno—espetó ella, haciéndome reír—no temas admirar al profesor solo porque ese homúnculo asista a la misma clase que tú.

—Homúnculo—ahogué una risa nasal. Brianna tenía razón.

—¿Entonces si vienes? —se puso en pie y guardó la basura del burrito en el bolsillo.

No opuse resistencia y ella me guió hasta el salón sin dejar de bromear al respecto sobre su expresión de «homúnculo» tras referirse a Dagan Elek.

Aunque no tenía ninguna mínima amistad con alguno de los chicos del salón de Artes, se apiñaron en torno a mi silla para saludarme y preguntar por mi estado de salud.

—¿Te afeitaron la cabeza? —preguntó un chico llamado John, que era el más parlanchín cuando se trataba de debatir de temas que tenían que ver con el verdadero Arte y no el medio ambiente, ya que para eso estaba Dagan.

—Sí, ¿quieres verlo? —vacilé.

Todos asintieron, emocionados y algunos perturbados.

Levanté la parte trasera de mi cabello justo en la sutura. Se inclinaron a cotillear con mayor ímpetu. El aliento de alguien ocasionó cosquillas en mi cuello.

—Deja de exhibir eso—gruñó Dagan.

Inmediatamente todos se dispersaron, menos Brianna. ¿En qué instante llegó?

—No te incumbe—repuse y solté mi cabello.

El profesor hizo acto de presencia. Al notar que yo estaba ahí, sonrió ampliamente.

—Bienvenida, señorita Powell, ¿Qué tal te encuentras?

—Muy bien, gracias.

—Que gratificante escuchar eso. Me alegro—la sonrisa de sus labios se borró cuando postró la mirada hacia alguien de atrás—bueno, poniéndote al corriente, creo que debes saber que exentaron en la investigación. Revisé lo poco que lograron reunir ese día y sé que pudieron haberlo hecho fenomenal.

—¿Es solo por esa investigación que nos exentó o la materia en particular? —preguntó Brianna.

—Por la investigación. Todavía faltan actividades por hacer—replicó el señor Pierce con vehemencia.

Lo observamos sentarse detrás del escritorio y pasar lista con aire sombrío. Entre los lapsos de silencio, alguien habló, irrumpiendo la tranquilidad, pero era de esperarse. Dagan Elek no podía mantenerse callado.

—¿Por qué no nos habla sobre la teoría de conspiración de la «tierra hueca»?

Puse los ojos en blanco y crucé los brazos sobre el pecho.

—¿Qué es lo que quieres saber? —inquirió el docente con un extraño matiz de severidad y perplejidad en sus palabras.

Todo—carraspeó Dagan y fui capaz de palpar el desdén en su voz.

—Es una «hipótesis», no una teoría. No cuenta con argumentos fundamentados concretos que acredite que pueda llegar a ser cierto—arribó el señor Pierce—pero tampoco quita el hecho de que sea posible.

—Háblenos de ella—insistió Dagan con altivez.

—Puedes buscar información en internet—musité. Volteé hacia atrás para regalarle una mirada de desprecio, pero él ya tenía los ojos sobre mí. La forma en la que Dagan me miró, hizo que el corazón se detuviera por un segundo dentro de mi pecho.

—La clase es de Artes, no del medio ambiente—Brianna salió a mi auxilio.

Quiero creer que ella notó mi desasosiego y decidió ayudarme; pero como era de esperarse, Dagan la ignoró.

—¿Hablará del tema que deseo saber? —inquirió él, con parsimonia.

—En otra ocasión. Por el momento, la clase ha terminado—concluyó el profesor Pierce y con avidez, comenzó a guardar sus cosas en el portafolio.

La clase salió apresuradamente y cogiendo a Brianna del brazo, me uní a la estampida para no tener que verle la cara a Dagan.

En nuestro salón de siempre, terminamos las clases con normalidad y nos marchamos a casa.

Naturalmente, el tema que a Dagan le interesaba saber estaba en internet y era algo ilógico que pensara que el profesor Pierce tenía todas las respuestas a sus preguntas como si se tratara de una biblioteca humana. Las vibras que despedían ambos cada que se enfrentaban en una conversación era, en cierto modo, tenebrosa y extraña. Era como si compitieran en el conocimiento; es decir, peleaban por ver quién de los dos tenía razón o sabían más.

Esa tarde, encendí mi laptop y abrí el buscador. Mis dedos se movieron por si solos y escribieron dos palabras.

«Tierra hueca»

Una infinidad de información saltó a la vista.

La creencia en la Tierra hueca o creencia intraterrestre es una afirmación de que dentro del planeta Tierra existen civilizaciones subterráneas muy evolucionadas de seres llamados «intraterrestres».

Los defensores de esta creencia propugnan que existen dos aperturas, una en cada polo, que son custodiadas y mantenidas en secreto por algunos gobiernos del mundo, así como un sistema de galerías destinado a comunicar lugares distantes a través del subsuelo.

Otras versiones de la creencia afirman que en el interior de la Tierra flota un sol que da vida a una tierra interior y habitada sin noches, con clima tropical y gravedad de 6,7 g. Otras afirman que el movimiento de las placas tectónicas se debe a que la Tierra está aumentando de tamaño. En el centro de las aperturas de cada polo no habría gravedad y el mar se hundiría por una de ellas hasta salir por la otra, lo que serviría de ruta naval y migratoria hacia el interior. De modo afín a otras teorías de conspiración, se sostiene que este conocimiento está oculto debido a una gran conspiración en la que «están involucrados los dirigentes mundiales, la NASA, Google Earth» etc., que conocen perfectamente el tema, pero se han confabulado para ocultarlo.

Otro argumento común entre los creyentes es que la exploración del interior de la Tierra no ha sido significativa, ya que la máxima perforación, realizada en el Pozo Superprofundo Kola en Siberia, es de 12,3 km, el 0,1 % del diámetro terrestre.

Terminé de leerlo con el ceño fruncido.

¿Para qué demonios a Dagan le interesaba ese tema tan increíble e irreal?

Aparte de la hipótesis, esa información iba de la mano de grandes libros de excelentes escritores antiguos como Julio Verne o el sorprendente H. P. Lovecraft. Ellos escribieron historias inspiradas en esa posible «teoría».

Bajé varios PDF en la laptop, junto con las historias de esos escritores para tener más conocimiento sobre el tema.

Al otro día, luego de clases, busqué en donde imprimir los libros y engargolarlos para tenerlos en físico conmigo. Empecé por leer el de Julio Verne «Viaje al centro de la tierra» primero, llevándolo conmigo a la preparatoria el miércoles.

—¿Qué lees? —Brianna me arrebató el engargolado de las manos de camino al salón.

—Viaje al centro de la tierra—respondí.

—Pensé que no eras fanática de la literatura—se burló, hojeando las copias—pero ya veo que tienes algo de tus padres en la sangre.

—Estoy reuniendo información de un tema en específico—recuperé las hojas y las guardé en la mochila, mirando hacia a todas partes.

—¿Un tema en específico? —ella alzó una ceja y yo miré hacia a otra parte, deseando que Dagan no se apareciera detrás de nosotras en cualquier momento—espera... ¿por qué estás investigando esto?

No supe que responder.

—Dime que no tiene nada que ver con el homúnculo—suplicó Brianna.

—Las clases van a comenzar, vamos—tiré de ella por el pasillo.

Cuando tocó ir al salón de Artes, llevé conmigo el libro y decidí leerlo en lo que llegaba el profesor Pierce.

Sin embargo, Brianna me obligó a leerlo desde el inicio porque ella también deseaba ser partícipe de mi exploración sin saber realmente lo que yo deseaba encontrar o saber en esas líneas.

—Julio Verne debió haber estado drogado al escribir esta obra—bromeó ella.

—Tal vez, pero no puedes negar que es muy original.

—Obviamente es original porque nada de lo que escribió tiene sentido.

Alzamos la cabeza hacia el recién llegado y oí a Brianna resoplar.

—Escucha, Elek, créeme que hago un enorme esfuerzo cada dos días para tener que soportar tu horrible cara y egocentrismo por una sola hora, así que intenta no interrumpir nuestra conversación cada que se te antoje. Gracias.

La risa nasal de Daga me irritó.

—Es mi opinión, pelos de césped y puedo darla en cualquier momento; además, ese libro no es más que basura de ficción.

—Por algo es un libro, ¿no? —espeté—no es real.

—No sabía que te gustaba leer esa porquería literaria—añadió con ironía y caminó a su lugar. Cómo no le presté atención, no me di cuenta que solo fue a dejar su mochila para volver a acercarse a nosotras con total confianza, contradiciéndose a sí mismo con sus ácidas palabras de la vez pasada, cuando me dejó en claro que no pretendía hacer amigos, pero parecía que se esforzaba por fastidiarnos y crear algún tipo de vínculo—por ejemplo, ¿qué humano en su sano juicio se lanzaría a ir de lleno hacia la posible «entrada» al mundo subterráneo sin antes cerciorarse de que es seguro y obligaría a su sobrino a acompañarlo sin miramientos? Es decir, el tal Axel estuvo aterrado en toda la osadía y a nadie le importó, ¿acaso eso no es cruel e inhumano?

Agarró las copias sin preguntarme y se sentó en el pupitre continuo al mío, alejado de Brianna.

—Es ficción—le recordé, sulfurada.

—Si dices que es un mal libro, ¿por qué lo leíste? —dijo Brianna con cinismo.

—¿Quién dice que lo leí? —inquirió Dagan sin mirarla. Estaba ocupado echándole un vistazo a las hojas.

—¿Y cómo sabes del tema? —pregunté, ladeando la cabeza justamente como él hacía.

—En internet hay reseñas, resúmenes y todo muy bien explicado. Jamás perdería mi tiempo leyéndolo por completo porque es una barbaridad—dijo con dureza y volteó a verme—está muy alejado de la realidad. Te recomiendo que leas otros libros.

—No necesito tus recomendaciones. Sé perfectamente lo que debo leer—le quité la obra de las manos y la guardé en la mochila.

—Hay otros autores que se acercan un poco más a lo real, Luna—afirmó con seguridad—si tu curiosidad es buena, encontrarás la verdad, pero para eso, tendrás que indagar perfectamente bien y no solo en la web—sus ojos se dilataron y tragué saliva.

—¿A qué te refieres?

—Dame tu número de teléfono y lo hablaremos luego, ¿te parece? —ladeó la cabeza y sonrió con malicia. El hoyuelo travieso apareció en su mejilla izquierda.

—Ella no te dará nada—interrumpió Brianna, cortando nuestro contacto visual.

Parpadeé y oculté el rubor de mis mejillas con el cabello.

Dagan no insistió, pero la sonrisa de bufón se le borró en un segundo. Regresó a su asiento y sacó su móvil, ignorándonos a las dos.

Ni si quiera la presencia del profesor Pierce alegró el resto de mi día. El cambio de actitud e interés en Dagan para conmigo volvía a desconcertarme. Se portó otra vez un poco amable al darse cuenta del entusiasmo de la información de la tierra hueca o mundo subterráneo, como él había mencionado.

A la salida, Brianna tuvo que marcharse lo antes posible porque tenía una comida de negocios muy importante con sus padres y tuve que salir de la institución sola. Mis padres no querían darme todavía la cuatrimoto por miedo a que me mareara y colisionara con otro vehículo y posteriormente muriera de un fatídico accidente. Sí, ellos eran los reyes del drama.

Y lo único que sí me permitieron fue caminar hasta casa.

Eché a andar tranquilamente por la acera en donde llegaba la sombra con la obra en mis manos, leyendo concentrada mientras caminaba.

No lograba discernir la razón demencial por la que me estaba atreviendo a leer una historia que para nada había sido de mi agrado antes. Quizá era por Dagan Elek o porque estaba volviéndome una loca.

—Leer en la calle provocará que tropieces y te partas el cuello, ridícula.

Él apareció en mi campo visual de manera espontánea, pero ya no me sorprendió, puesto que Dagan solía surgir de la nada en los momentos equivocados.

Lo ignoré y seguí caminando.

Instintivamente sentí sus pasos detrás de mí. ¿Acaso estaba persiguiéndome?

—¿No me darás tu número telefónico? —preguntó cómo quién no quiere la cosa.

Puse los ojos en blanco.

—Tienes mi correo—dije.

—Eso no es suficiente. Necesito tu número.

Dejé de caminar y lo encaré, cerrando el libro con brusquedad.

—Hace unos días dejaste claro que no quieres tener amigos—sisé. Él asintió—bien, ¿y por qué me estás acechando ahora mismo?

—El que yo no quiera ser tu amigo, no significa que no quiera obtener tu número de teléfono—me miró con extrañeza.

—Lástima que no le doy mi número a los extraños.

Y como si hubiera sabido en donde estaba mi teléfono, lo sacó de mi mochila y agarró mi mano con sutileza para colocarle la huella y así desbloquearlo.

—¿Qué haces? ¡Devuélvemelo! —quise arrebatárselo, pero fue inútil. Lo sostuvo en lo alto y se burló.

—Anotaré mi número—me dio la espalda y un segundo después, una melodía desconocida surgió de su pantalón—ahora tengo tu número, adiós, ridícula.

Lanzó mi teléfono al aire y tuve que atraparlo antes de que se partiera en pedazos en la acera.

Dagan partió en dirección opuesta, pero no quise si quiera voltear a verlo. Estaba encolerizada. Busqué en la agenda y su nombre fue el primero en aparecer a pesar de que su inicial era con "D".

Abrumada, troté hasta casa, distraída por el pensamiento de que no era normal que un chico de diecisiete años se comportara de esa manera sin descartar la posibilidad de una enfermedad mental.

Luego de una semana sin recibir algún mensaje perturbador de Dagan o un conflicto en el salón con él, terminé por fin de leer el libro de Julio Verne. Y ahora era el turno de «La sombra más allá del tiempo» de H. P. Lovecraft.

—¿Otro libro más para tu exploración? —rio Brianna al verme fruncir el ceño. La supuesta obra de Lovecraft que imprimí resultó no estar completa y todas esas más de cien hojas no eran más que comentarios de otros autores hacia la historia. Y no me di cuenta hasta ese momento. ¡Qué desperdicio de papel y dinero!

—No está completo—dije, derrotada—tendré que buscarlo de nueva cuenta. Solo tiene las primeras diez páginas del libro, lo demás es pura estupidez.

—¿Cuándo me dirás por qué estás leyendo literatura antigua? —cogió las copias y las tiró de un manotazo a un cubo de basura.

—¿Recuerdas que la semana pasada Dagan preguntó acerca de la «teoría» o «hipótesis» de la tierra hueca y el profesor Pierce se negó a contestarle a pesar de que todavía quedaban diez minutos de clase?

—Sí, lo recuerdo. Y hasta la fecha no ha querido tocar el tema, pero, ¿Qué tiene que ver eso con tu locura literaria?

—Es que estos libros tratan un poco de ese tema.

—¿Y? —sus ojos se entonaron como platos, sabiendo, tal vez, mi respuesta.

—Quiero saber cuán importante es para ese idiota saber si hay vida debajo de nosotros.

—Siento que estás desarrollando una obsesión enfermiza con él.

—Desde luego que no, es simple curiosidad—moví la mano de un lado a otro, restándole importancia—soy muy curiosa, y por eso deseo seguirle el juego y descubrir lo que planea. Dagan Elek se trae algo entre manos y como tengo el talento de salirme con la mía, lo averiguaré—alardeé.

—Si tienes el talento de salirte con la tuya, debiste revisar si el documento estaba completo y no pasar pena ajena, ridícula—Dagan se acercó a mí con la obra mancillada de Lovecraft en sus manos. Había manchas de agua en las hojas, señal de que las había recuperado tardíamente de la basura.

Ignorando a sus palabras de eminente molestia, le pregunté:

—¿Por qué tanto interés sobre la tierra hueca, y qué tanto sabes acerca de ella?

Dagan hizo una mueca y le lanzó las hojas del libro a Brianna sin escrúpulos. Mi amiga chilló, asqueada.

—Podría contártelo—le oí decir en un susurro. Tenía una sonrisa encantadora los labios, pero cuya emoción no llegó a sus ojos, señal de que diría algo contrario a su expresión amistosa—pero si lo hago, tendría que asesinarte.

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