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Episodio 4


El rostro de la maldad lo tenía Dagan Elek.

Y estaba cien por ciento segura de que era cierto porque él lograba sacarme de las casillas cada que podía.

Luego de su discurso oscuro acerca del resurgimiento del mundo a raíz de la exterminación parcial de la humanidad, el profesor Pierce simplemente asintió e hizo algunos apuntes en su lista de asistencia y le cedió la palabra a otro chico que pensaba negarse a hacer su ensayo, pero por las palabras estúpidas de Dagan, lo motivaron a hacerlo.

Brianna y yo no supimos si realmente ese idiota tenía planeado usar la psicología inversa para que todos hicieran el ensayo o naturalmente quería fastidiar y como no resultó, tuvo que escribir también el suyo a regañadientes.

—La próxima semana iremos de excursión al Desierto—anunció el profesor antes de que nos dejara salir del salón al finalizar la clase.

—¿Qué? —Brianna se volvió a él con el ceño fruncido—¿por qué?

—Quiero que hagan un trabajo de investigación en donde tomarán fotos de la naturaleza, tanto de los animales y plantas que habitan ahí—contestó el profesor de manera amable y tuve que darle un codazo a Brianna para que no replicara.

—En ese lugar nos vamos a morir de calor—se quejó una chica detrás de mí—además, hay serpientes y otros animales ponzoñosos; sin mencionar los cactus y las choyas.

—Rentaré una camioneta para trasladarnos. Vamos a ir preparados—añadió el profesor con una sonrisa, pero alcancé a percibir cierta rigidez en su postura, señal de que estaba siendo muy paciente y tarde o temprano estallaría.

—¿Haremos equipo o será individual? —pregunté, suavizando el ambiente.

—Por binas o individual—me contestó, ensanchando su sonrisa.

Tomé del brazo a Brianna y tiré de ella fuera del aula antes de que alguien terminara con la paciencia del atractivo profesor.

Tampoco estaba de acuerdo con esa excursión, pero no era necesario ser tan hostil con el docente, ya que él era el que tenía el poder sobre nosotros.

Caminamos hacia nuestro respectivo salón y un ligero empujón me hizo trastabillar hacia adelante con violencia. Gracias a mi amiga, no me fui de bruces al suelo. Ambas volteamos a ver con brusquedad hacia atrás y vislumbramos a Dagan marcharse en la dirección opuesta a nosotras con pasos tranquilos. Y desde otra perspectiva, parecía imposible que él me hubiera empujado, pero yo no estaba tan segura.

—Fue él—siseó Brianna—es el único que haría eso.

—El odio a primera vista existe—suspiré, instándola a caminar.

Al final de las clases, nos dirigimos al estacionamiento y en el camino, Brianna recibió una llamada que la hizo sonreír de oreja a oreja.

—Es Maggie. Vendrá a recogerme.

—Quiero saludarla—vacilé—te haré tiempo para verla.

—¡Acompáñame al sanitario! Debo ponerme guapa—Brianna me tomó del brazo, llevándome corriendo al baño de chicas.

El bronceado de mi amiga la hacía lucir muy interesante, pero su cabello verde—que se había vuelto a teñir—no la beneficiaba mucho en ese momento; pero tenía que ayudarla a arreglarse, ya que tenía una maraña desaliñada en la cabeza.

—Intenta trenzarte de vez en cuando para que tu cabello no se maltrate—le aconsejé mientras la peinaba con los dedos e intentaba desenredar cada hebra con delicadeza y no lastimarla, pero era inútil.

—¿Te pones trenzas? —se burló. La miré en el reflejo del espejo con los ojos estrechados. Brianna rio más.

—A veces. Antes mi cabello era muy rizado, pero hubo un tiempo en el que me lo alaciaba bastante y ahora es una mezcla entre rizado, lacio y ondulado. No sigas mi ejemplo—imploré.

Finalmente, le apliqué lápiz labial y polvo traslucido antes de salir del baño en dirección a su cita con Maggie. A ella no le gustaba maquillarse con exageración, pero por esa vez, dejó que le pusiera rímel, delineador y sombras de cejas porque era una ocasión especial: era el cumpleaños de su novia; y planeaban tener una buena tarde las dos solas.

—Te ves radiante, vamos—le di el visto bueno y me sonrió, ruborizada.

Maggie pasó por ella a los cinco minutos en el mismo coche con el que me llevaron a casa.

—Hola, Luna—me saludó Maggie alegremente. Ella también lucía espectacular.

—Hola, Maggie. Muchas felicidades, por cierto—la saludé con picardía. Ambas chicas se sonrojaron.

—Gracias.

—Te la encargo—señalé a Brianna—y diviértanse.

Se marcharon y vi que la bicicleta de Brianna quedó atada al área de bicicletas con su candado; por lo que no me quedó de otras más que irme también de ahí.

El instituto estaba completamente vacío y no quería quedarme atrapada. Encendí la cuatrimoto, me puse el casco y arranqué.

El sol no quemaba como de costumbre, quizá porque se acercaba el otoño y el clima no tardaba en enfriar. Disfruté el trayecto a casa. No había rastro de Dagan Elek y eso me motivó a respirar con tranquilidad y conducir a mis anchas.

En el transcurso de los días ulteriores no obtuve ningún problema en el camino a casa o a la preparatoria. Dagan Elek pasaba a una buena distancia conduciendo su motocicleta de mí y eso me calmaba. Parecía que al fin había llegado a la conclusión de que nuestros enfrentamientos eran ridículos.

Todo iba bien, hasta que llegó el día antes de la excursión del profesor de Artes.

Brianna y yo hicimos equipo y observamos como el docente formaba a los demás chicos en binas. La mayoría hizo muecas al ver a sus compañeros de trabajo y a otros les dio igual; y solo hubo uno que exigió en hacerlo solo.

Sí. Ese alguien fue Dagan, el mal en persona.

—De acuerdo. Para mañana no olviden traer ropa cómoda, mochilas, botellas con agua, comida y por si acaso, casas de campaña.

—¿Vamos a dormir en el desierto? —preguntó Dagan con una sonrisa extraña en los labios.

—No, pero podría servirnos para descansar—contestó el profesor, enviándole una mirada extraña a Dagan.

A decir verdad, no sé si fui la única en notar algo peculiar o mi mente me jugó una treta: ambos intercambiaron raras miradas y después apartaron la vista a otra parte rápidamente.

Lo más probable era que solo había sido mi imaginación.

De pronto, los murmullos incrementaron a tal grado que se alcanzaban a escuchar todas las conversaciones al mismo tiempo y un chico dijo claramente que era injusto que el profesor nos mandara a comprar casa de campaña a la fuerza.

La mirada del profesor se fijó en ese chico y caminó hasta él con los brazos cruzados.

—En ningún momento pedí que lo compraran—objetó. Su voz sonaba amable, pero se palpaba irascibilidad—tengo las cosas suficientes listas en la camioneta, y solo sugerí que, si tenían una casa de campaña, lo trajeran.

—Para idiota no se estudia—bufó Brianna con aburrimiento.

El salón rompió en risas, menos Dagan, el profesor, el chico, Brianna y yo.

—Si tiene todo lo necesario, entonces, ¿por qué nos pide llevar doble? —cuestionó Dagan.

—Porque es fundamental que sobre y no que falte—dije.

—¿Acaso tienes una casa de campaña? —Dagan se dirigió a mí. Sus ojos color zafiro me taladraron el alma con solo un vistazo. Aparté la vista de él y adopté una expresión neutra.

—Por supuesto, pero la usaré con Brianna.

En eso, lo vi acercarse al profesor con una sonrisa torcida y como quien no quiere la cosa, me señaló con descaro al tiempo que hablaba con él.

—Quiero emparejarme con Luna Powell.

El profesor Pierce me miró y luego posó sus ojos verdes en Dagan con cierta confusión.

—La señorita Powell está emparejada con la señorita Morgan.

—Cambié de opinión. Quiero hacer pareja con ella—repuso.

Boquiabierta, me quedé mirando esa escena. Brianna también se sorprendió, pero actuó más rápido que yo.

—No puede emparejar a este roba perros con Luna, además, yo estoy con ella—espetó, encolerizada.

—Pelos de césped, no te metas—Dagan le dio la espalda y continuó hablando con el profesor.

Salí del ensimismamiento y corrí a meterme en esa conversación para salvarme de la espectral alma de Dagan Elek.

—Me niego a una reubicación. Mi equipo es Brianna Morgan—sentencié—además, él deseaba hacerlo solo y no pienso compartir nada con este individuo.

—Hagan equipo los tres—le oí decir al guapo profesor, que en ese momento me pareció el hombre más horrendo del mundo por sucumbir a los caprichos de ese demonio llamado Dagan Elek.

—Elija a otra pareja para que lo metan a su equipo—insistió Brianna a mi lado.

—Dagan hará equipo con ustedes—afirmó Wyatt Pierce con desdén, tomándonos por sorpresa. El profesor claramente se hallaba irritado y tenía razón, pero estaba siendo injusto—él de todos modos no podía hacer el trabajo solo. Sé que ustedes son capaces de sobrellevar esto.

Pensé en protestar, empero sería inútil. El atractivo hombre ya estaba convencido de que Dagan harían buen equipo con nosotras y no podíamos contradecirlo.

Tomé a Brianna del hombro y la alejé de ellos con el semblante sombrío.

—Déjalo pasar. No tenemos alternativa.

—¿Qué diablos te pasa? Nos acaban de hacer una maldita injusticia.

Ella tenía razón.

—Si nos ponemos a alegar, lo único que vamos a conseguir es que nos reprueben o que nos corran de la clase por irrespetuosas.

—Me voy a quejar de lo lindo con el director.

—¿Escuchaste lo que te dije? —la fulminé con la mirada.

—Sí, pero...

—Yo me haré cargo de mantener a raya a ese idiota.

—No se basa solamente en darle su merecido a ese roba perros, sino que lo metieron a nuestro equipo sin preguntarnos y eso es increíble—siseó y bajó más la voz— ¿todavía sigues viendo atractivo a ese imbécil?

No le contesté.

Agarré mi mochila y salí del salón con mi orgullo herido y la dignidad por los suelos.

No comprendía por qué Dagan deliberadamente decidió que era buena idea hacer equipo conmigo, si minutos atrás había protestado en hacerlo solo. Y no podía ser porque le interesara una casa de campaña, era ilógico.

Regresé a casa con los ánimos en el subsuelo. Mamá se encargó de arreglarme la pequeña maleta y todo lo necesario para la excursión. El desierto estaba solo a unos diez metros pasando la casa de Dagan, por lo que no necesitaba llevar mi cuatrimoto y suponiendo que la camioneta del profesor nos llevaría, no tenía de qué preocuparme.

—Justamente en la mañana estaba emocionada con este trabajo de campo, cariño, ¿por qué ahora ni si quiera quieres levantarte de la cama y ayudarme a empacar? —preguntó mi madre, al tiempo que me daba unos masajes en la espalda.

Enterré mi cara en la almohada y pateé la cama suavemente.

—¡Odio a cierta persona! —grité, pero la almohada ahogó mi voz.

—¿Odias a alguien? ¿Brianna? —mi madre se mostró perpleja.

—No—rodé sobre mi eje y quedé mirando al techo. Ella me apartó un mechón de cabello de la cara—es un chico.

Mamá me lanzó una mirada pícara.

—No es lo que piensas—objeté, con los ojos estrechados.

—Cuéntame lo que ocurre y así entenderé.

—Es un chico nuevo, tanto en la preparatoria como en la ciudad—comencé a explicar—se mudó antes del verano y es tan idiota, estúpido, arrogante y egocéntrico. Lo odio.

—¿Has tenido problemas con él?

—Demasiados. Desde que nos conocimos, he de reconocer—suspiré—y para rematar, se inscribió en la misma clase de Artes que Brianna y yo. Nos hace la vida de cuadritos, en especial a mí.

—¿Quieres que hable con el director para que haga algo al respecto? —el ceño fruncido de mamá solo significaba una cosa: preocupación y cólera. Dios.

—No, mamá. Puedo contra él. No te preocupes, solo necesitaba desahogarme.

—¿Ese chico irá a la excursión?

—Sí.

—¿Por eso estás irritable?

—No. Estoy irritable porque el profesor Pierce lo reubicó a mi equipo con Brianna sin consultárnoslo. Y no entiendo por qué, puesto que ese idiota quería hacer solo el trabajo y de la nada exigió estar con nosotras.

—Es extraño.

—Mucho—reiteré—con él tengo roces todas las mañanas al ir a la escuela o de regreso.

—¿Qué?

—Él tiene una motocicleta y siempre me molesta cuando nos encontramos en el camino. Vive al final de la ciudad, justo donde termina la sección de casas. Si te asomas a la ventana, verás su residencia.

Mamá se levantó y la seguí. Echamos un vistazo a la ventana y le indiqué la casa de Dagan Elek.

—Vaya, por lo que sé, esa casa ha estado deshabitada desde hace muchos años.

—¿Por qué?

—Dicen que ahí ocurrió un fatal crimen—mamá se encogió de hombros—asesinaron a la familia entera y ya nadie quiso vivir ahí.

Entorné los ojos y tragué saliva.

Oficialmente podía decir que Dagan Elek era un demente y el verdadero rostro del demonio. Solo alguien como él podría vivir tranquilamente en una casa donde ocurrieron una serie de asesinatos atroces.

—¿Y cómo se llama ese chico que tanto te perturba? —bromeó.

Elevé los ojos al techo y sacudí la cabeza en negación.

—Dagan Elek «Deigan Alek».

—Es un nombre exótico y misterioso. ¿Y cómo es físicamente? ¿Es guapo? —me codeó.

—¡Basta, mamá! Mejor terminemos de arreglar las cosas—añadí, sulfurada. Sentí mis mejillas ardiendo y opté por no darle la cara a mi madre para que no se diera de mi rubor.

Como el profesor Pierce pidió permiso en dirección para el día entero, nos citó a las nueve de la mañana en la esquina de la institución.

Mis padres fueron a dejarme en el coche para no cargar mi maleta y evitar el cansancio. Estábamos a escasas calles de llegar, cuando escuchamos claramente el rugir de un motor detrás de nosotros y a continuación una motocicleta azul nos rebasó por la derecha a exceso de velocidad.

—Que imprudente—se quejó papá.

Mamá me volteó a ver desde el asiento del copiloto y asentí, dándole a entender de qué se trataba de Dagan Elek.

La camioneta rentada por el profesor Pierce estaba aparcada en la esquina de la preparatoria en donde estaba la mayoría de alumnos apiñados en torno a ella con sus mochilas y vestidos con ropa «adecuada» para el gimnasio.

En lo que a mí concernía, me puse unos Jeans, calcetas, tenis, una playera manga larga de algodón color celeste y una gorra. Y, por si fuera poco, mamá me untó protector solar en todo el cuerpo tres veces.

El frasco de protector solar lo metió en mi mochila junto con repelente de mosquitos; y aunque le dije varias veces que solo sería por unas horas, insistió. Tal vez pensaba que podríamos llegar a dormir en pleno desierto.

Me reuní con Brianna, quien saludó amistosamente a mis padres desde la camioneta y ambas los vimos partir a casa, dejándome a solas con los del salón.

—Vienes completamente preparada—me atreví a decirle al ver que su atuendo era mejor que el mío: Jeans color caqui, camisa manga larga del mismo tono, un pañuelo atado al cuello y un sombrero. En su espalda llevaba una pesada mochila de viaje.

—También tú—me guiñó el ojo y señaló hacia atrás con el pulgar—los demás vienen como para ir al gimnasio.

Reí entre dientes porque era cierto.

—Reacomódense, ¿ya están todos?

La voz del profesor surgió de pronto y pusimos la atención en él.

—Sí—dijimos al unísono.

—Pasaré lista, en cuanto pasen sus nombres, van subiendo—anunció y todos asentimos.

Brianna, Dagan y yo fuimos los últimos en inscribirnos a esa clase, por lo que nuestros nombres estaban al final de la lista; así que esperamos impacientemente, pero lo curioso era que, a pesar de que lo vi pasar con su motocicleta, él no estaba con nosotros.

—Brianna Morgan—el profesor llamó a mi amiga e hizo una mueca de frustración—contigo se terminan los lugares en la camioneta. Sube.

Tanto mi amiga y yo nos desconcertamos.

—¿Qué hay de mí? —titubeé.

—Sí, ¿qué hay de ella? si Luna no va, entonces me quedo—acotó Brianna.

El profesor se quedó pensativo y de la nada se le iluminó el rostro al mirar a alguien detrás de mí.

—Joven Elek, trajo su motocicleta, ¿no es así?

Atónita, retuve el aliento y no moví ningún músculo. Y noté que Brianna también se había quedado horrorizada.

—Sí, ¿por qué? —quiso saber Dagan, pasando junto a mí.

Parpadeé, y vi cómo le ceñía el pants negro deportivo al caminar y la playera azul marino manga larga al mover los brazos para recoger su mochila del suelo. Mi amiga jamás había caído en su hechizo, pero en esta ocasión, ella también quedó hipnotizada. Algo inaudito.

—Ya no hay lugar en la camioneta. Llévate a Luna Powell contigo y síguenos, ¿de acuerdo? —propuso el profesor.

—No voy a subirla a mi motocicleta—ni si quiera me miró al dirigirse a mí de tal manera que pareciera que yo tuviera lepra o sarna como para no tocar su estúpida motocicleta.

—Es una orden—graznó el profesor—lleva a la señorita Powell o la señorita Morgan.

—Prefiero que me coma un coyote—masculló Brianna y Dagan rodó los ojos.

—Si ese es el caso, entonces llevaré a esta ridícula conmigo—Dagan resopló y se acercó a mí—vamos.

Con recelo, observé a Brianna subirse a la camioneta junto al profesor. Cargué mis cosas detrás del idiota de Elek hasta su motocicleta, la cual la había dejado dentro de la preparatoria.

—Te espero aquí—le dije, recuperando el aliento. Mi maleta pesaba el doble que yo y él era demasiado arrogante y egocéntrico como para ofrecerme su ayuda. Pero mi orgullo era todavía más colosal como para pedirle ayuda.

Él ni si quiera se detuvo a escucharme.

A los dos minutos, el ronroneo de su chatarra me avisó que ya era hora de irnos.

Tenía el casco puesto y como era completamente polarizado el cristal, no podía verle la cara.

—Súbete ya, no tengo todo el tiempo—carraspeó. Su voz sonó tenebrosa a través del casco.

—¿Dónde pongo mi maleta?

—Póntela en los hombros.

Y hasta ese momento reparé en la suya, la cual estaba en su espalda.

—Voy a tomar un taxi. Gracias.

—¿Por qué? —alzó la visera del casco y sus ojos color zafiro me miraron.

—¿Acaso eres idiota? No hay espacio para mí sí me subo con mi mochila también.

Dagan apretó los puños en torno al manillar. Y, por consiguiente, descendió con cara de pocos amigos; y deliberadamente, me tomó por las axilas y me levantó del pavimento con facilidad para luego sentarme en el asiento de la motocicleta sin miramientos. Agarró mi mochila y la colocó en mi espalda. Se quitó la suya y la posicionó justo entre mis piernas y al final, él abordó nuevamente su lugar, quedando muy apretados. Y de no ser por su mochila, habríamos quedado sumamente cerca.

—Asunto arreglado—gruñó.

Lo peor no era tener que ir montada casi en la espalda de Dagan en su monstruosa motocicleta, sino ver que la camioneta en donde estaban mis compañeros y el profesor, continuaba aparcada en su lugar, señal de que todos ellos habían sido testigos de semejante escena abrumadora. Pero a Dagan no le importó, o al menos eso pensé, porque puso en marcha el vehículo y paró a la par del profesor que iba en el asiento del conductor.

—Lo sigo—dijo Dagan, haciendo rugir el motor como idiota.

El impulso que provocaba la motocicleta hacia que me agarrara a su espalda simultáneamente. Y cuando la camioneta arrancó, tuve que abrazarme a su espalda lo mejor que pude porque la pesada mochila de él se interponía entre nosotros y también mi seguridad.

El aire azotaba mi cara y me estampaba puñados de polvo y basura. La velocidad era excesiva y solo recé para que se terminara pronto. Estaba decidida a intercambiar lugares con alguien más al momento de volver.

El señor Pierce tomó un camino diferente para llegar al desierto. Decidió seguir las indicaciones por el lado más largo, rodeando la ciudad y metiéndonos de lleno en el peor terreno del mundo.

Los movimientos bruscos hicieron que me prendiera al cuerpo de Dagan como una estúpida garrapata. Por instante pensé que nos volcaríamos o quedaríamos atascados, pero no fue así. Ni si quiera pude disfrutar el camino.

Media hora después, por fin se terminó el polvoriento trayecto. Dagan tuvo que sacudirse mis brazos y piernas que habían quedado acalambradas sobre él. Tomó su mochila, dejó el casco sobre el manillar y se alejó de mí rápidamente.

Brianna corrió a auxiliarme.

—Dios, tu cabello es un desastre—dijo.

La miré con desasosiego. Ella, el resto e inclusive Dagan, tenían el cabello hermosamente en su lugar.

—Soy imán de la mala suerte—chillé, dándole una patada a la llanta de la motocicleta.

Escasos minutos más tarde, recibimos indicaciones del profesor.

Lo que teníamos que hacer era tomarle fotografías a la flora y fauna, anotar sus características y después, en clase, intentaríamos hacer una pintura de un paisaje similar a donde estábamos. Ah, y tomarnos fotos en equipo.

—Primero como un puñado de tierra con una choya antes de tomarme foto con él—alegué, enfurruñada.

—Aquí tengo una choya, ¿quieres comértela? —añadió Dagan junto a mí con alto veneno en sus palabras.

—Idiota—espeté.

—Ridícula—replicó. Y ambos nos enviamos miradas coléricas.

Honestamente no podía lidiar con alguien como él. Lo odiaba; de manera literal.

—No caigas ante las provocaciones del roba perros—Brianna agarró mi mano y me llevó a otra parte lejos de él.

—Es insoportable—rechiné los dientes de coraje.

La dinámica comenzó. Nos repartimos en nuestros grupos y dividimos el área para no confundirnos y abarcar el mismo terreno más de un equipo. Cada uno tomó su mochila para la excursión.

Brianna y yo decidimos por el lado oeste, con Dagan pisándonos los talones. Su aspecto despreocupado era lo que más me intrigaba.

—No pienses que vamos a hacer todo el trabajo nosotras—le advertí.

—Me encargaré de hacer la pintura del paisaje—dijo con petulancia.

Paré en seco y lo miré con ceja arqueada, llena de escepticismo.

—¿Sabes de arte?

—Por supuesto—torció los labios en una sonrisa—así que dense prisa en recolectar fotografías o no obtendremos buena nota.

Encogiéndome de hombros, saqué mi teléfono y tomé algunas fotografías a varias choyas o arbustos raquíticos. Brianna había llevado su cámara instantánea e iba almacenando las fotografías en su mochila de manera directa.

En la excursión, encontramos serpientes de todo tipo, que nos hizo correr como locas lejos de esos animales, seguido por otros más nauseabundos.

Dagan no tuvo otra opción más que ayudarnos a tomarles captura a esas pequeñas bestias.

Encontré una roca de buen aspecto y me senté a beber un poco de agua bajo el angustiante sol. El protector solar estaba dejando de hacer efecto porque numerosas pecas adornaban la piel de mis manos, al igual que el enrojecimiento. Y podía jurar que mi cara estaba también así o peor.

—¿Qué haces? —Dagan se acercó a mí. En sus ojos color zafiro capté curiosidad y no perversidad o egocentrismo.

—Planeo ponerme protector solar.

Unté la crema en mi cara, manos y me arremangué las mangas hasta los codos para untarme también en los brazos, bajo el escrutinio de él.

—¿Quieres un poco? El sol podría causarle erupciones en tu piel—le ofrecí el botecito y él frunció el ceño—anda, todos necesitamos esto si queremos evitar el cáncer de piel.

—Cáncer de piel, eh—dijo y agarró el frasco con interés; pero no se untó nada, simplemente leyó la etiqueta y me lo devolvió—no deberías ponértelo.

—¿Eh?

—La humanidad se acabará en poco tiempo, ¿por qué prolongar lo inevitable? —su voz se hizo profunda y ladeó la cabeza sin dejar de ver mi expresión, la cual era de completa sorpresa—creo que te harías un favor si dejaras que te saliera cáncer a causa de los rayos UV, ¿no lo crees?

—¿Te has vuelto loco? —cerré el frasco de protector solar y lo metí en la mochila— ¿por qué habría de hacerme un favor provocándome una de las peores enfermedades mortales del mundo?

—Si desarrollas cáncer, automáticamente morirías en tres meses aproximadamente, dándote una buena muerte—continuó hablando como si fuera un tema que pudiera tomarse a la ligera—y te salvarías de las catástrofes globales para siempre.

—¿Qué te traes con los problemas ambientales? —afiancé las correas de la mochila sobre mis hombros, lista para largarme y dejarlo solo.

—De manera parcial, la humanidad terminará exterminada, Luna—dijo con severidad. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre y no por «ridícula»—y es mejor que las personas mueran de enfermedades como el cáncer, a que sean pulverizadas de otra manera o por mismos desastres naturales que el mundo crea.

—El cáncer de piel lo crea el sol y viene siendo lo mismo que un desastre natural—le contradije.

—En efecto—asintió—pero si tú misma te expones al sol sin ninguna crema protectora, estarás eligiendo tu propia muerte—esbozó una ladina que erizó los vellos de mis brazos.

Hablar con Dagan Elek era como tener una charla, para nada amistosa, con el propio Lucifer

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