
Episodio 3
Sentía como cada gota de sangre se me subía a la cabeza por cada segundo transcurrido frente a él y con la dignidad mancillada por mi propia idiotez.
Curiosamente, la dirección de ese individuo que quería que le limpiara su casa era la misma del chico de ojos color zafiro que me había robado a Koray meses atrás. Llegué puntual a la citación y quedé lívida en la acera, debatiéndome en marcharme o quedarme a mi tortura. Y cuando decidí hacer lo primero, la puerta se abrió y él salió a recibirme. Su expresión fue idéntica a la mía al vernos: desdén, escepticismo e irritación. Ninguno de los dos estuvimos felices de «reencontrarnos».
—Tú—objetamos al unísono con alto grado de altanería.
—¿Eres el idiota que no sabe limpiar una casa? —espeté.
—¿Y tú la ridícula en cuidar perros como si fueras una entrenadora profesional? —replicó con hostilidad.
Puse los ojos en blanco y acomodé mi cabello detrás de las orejas, preparándome para largarme de ahí cuanto antes.
—¿Qué demonios haces? —se acercó a mí a grandes zancadas y cogió el manubrio de mi bicicleta con fuerza—no te irás sin antes limpiar la casa.
—Suelta mi bicicleta—gruñí y como no obedeció, le di una patada en la espinilla, pero para mi sorpresa, no se inmutó.
—¿Terminaste de hacer tu show? Porque hay una casa que te espera para ser limpiada—dijo con aburrimiento y luego liberó mi medio de transporte—planeaba pagarte con anticipación, pero ahora debo cerciorarme de que harás tu trabajo y no me robarás.
—Oye, idiota, ¿acaso tus padres no te enseñaron a barrer? —sisé, desmontándome de la bicicleta y llevándola al inicio del porche de esa casa.
—No tengo tiempo para hacer el aseo, ridícula—contraatacó tras abrirme paso al interior.
Tosí por la enorme cantidad de polvo y telarañas que había. Asfixiada, corrí hasta el final del pasillo a abrir la puerta trasera.
—Nadie puede sobrevivir en estas condiciones—añadí con repugnancia.
—Apenas me mudé hace un par de meses, ridícula—contestó detrás de mí—hago lo que puedo, pero necesito de la mano femenina.
Volteé a verlo con frialdad.
Su cara atractiva no iba a volver a influir en mí.
—¿Dónde están los utensilios de limpieza, idiota? —cuestioné, quitándome el bolso.
Los próximos cinco días llegué a limpiar esa casa de locos y parecía que ese idiota ensuciaba todo nuevamente a propósito para hacerme trabajar intensamente. Y mientras yo barría, trapeaba y sacudía el polvo, él se encerraba en una de las habitaciones. La residencia estaba amueblada, pero se notaba que eran muebles antiguos, quizá de la familia anterior y por lo que pude notar, ese cretino vivía solo. O probablemente su familia estaba por llegar. No crucé palabras con él, más de lo necesario.
El último día terminé un poco más tarde y estaba exhausta. Dejé los utensilios de limpieza en el armario y me tomé un tiempo para recuperar el aliento.
—Para que veas que a pesar de que me desagrades, soy educado.
Su voz surgió abruptamente de alguna parte y tiré mi teléfono al suelo por el susto.
—Aparte de irritante, torpe. Que mal, ridícula.
Levanté el aparato junto con mi dignidad y lo miré con brusquedad. Él sostenía una botella de Coca-Cola fría en la mano.
—Gracias—grazné, recibiendo la bebida. La destapé y la saboreé por unos segundos.
—Aquí está tu dinero. Ahora largo de mi casa.
—Aparte de prepotente e idiota, un cínico malagradecido y descerebrado—le arrebaté el dinero y caminé hacia la puerta—ojalá nunca nos volvamos a ver.
De vuelta a casa, tiré la botella del refresco en la basura y subí a darme un baño a conciencia. El dinero que ahorré lo mantenía guardado en un cajón con llave para que mis padres no lo encontraran, así que en cuanto salí del baño, deposité los dos mil dólares con lo demás. En total reuní ocho mil dólares en dos meses. Fabuloso, ¿no?
No podía creer que cinco días estuve limpiándole la casa a ese chico, que resultó ser un soberano imbécil en el sentido amplio de la palabra. Era una lástima que su cara fuera perfecta porque él era realmente diabólico en todos los sentidos.
El sábado por la mañana, mamá me acompañó a comprar nuevas libretas y una mochila nueva a la tienda donde vendían de todo: desde comida hasta motocicletas.
Y como quién no quiere la cosa, pasé a verificar algunos precios de las motocicletas y cuatrimotos. Sonreí entre dientes. Me alcanzaba para comprar cualquiera de las dos y me sobraba para ponerle gasolina varios meses.
—Mamá—llegué hasta ella con una sonrisa muy amplia—quiero comprar una motocicleta o una cuatrimoto.
El rostro de mi madre se ensombreció.
—¿De qué estás hablando?
—Con el dinero que reuní me alcanza y sobra para comprar una de las dos. Ya me cansé de pedalear mucho—hice pucheros—además, es con mi dinero.
—No sé si tu padre estará de acuerdo...
—Lo siento, mamá, no te estaba pidiendo permiso—esbocé una tenue sonrisa—simplemente quería un consejo para decidir cuál comprar. Motocicleta o cuatrimoto.
—En ese caso, la cuatrimoto. Siento que es más segura.
Dos horas después, mi padre estaba enseñándome a conducirla en la calle de la casa. Él llegó a la tienda a ayudarnos a hacer el papeleo, nos cercioramos de que tuviera el tanque lleno y prometió enseñarme rápidamente para que el lunes me fuera conduciéndola sin problemas. Y para el domingo por la noche, ya sabía conducirla a la perfección, aunque me faltaba sacar la licencia de manejo, pero eso lo haría en los días posteriores.
¡Estaba preparada para mi último año de preparatoria!
Para ser honesta, no dormí casi nada. Quizá un par de horas o menos. Mi emoción era tanta porque moría por ir estrenando mi nuevo medio de transporte a la preparatoria. Ni si quiera se lo conté a Brianna; quería que se sorprendiera al verme.
Mi madre optó por comprarme también ropa nueva para estrenar todo. A las seis y media de la mañana ya estaba lista para irme, pero tenía que desayunar primero por órdenes estrictas de la casa.
A las seis cincuenta, abordé mi cuatrimoto y ajusté mi nueva mochila a mis hombros antes de despedirme de mis padres.
—Ve con cuidado, cariño—se despidieron de mí y yo aceleré gustosamente, rumbo al instituto.
Antes de llegar a la escuela, tenía que detenerme ante un semáforo. Anteriormente, con la bicicleta no tan era necesario, pero ahora sí. Me detuve tranquilamente y esperé pacientemente a que cambiara a verde.
Los chicos que iban siempre en bicicleta hacia la preparatoria pasaron admirando mi nuevo bebé con sonrisas pícaras.
Cuando cambió a verde, aceleré y de no ser buena en los reflejos, me habría estampado en la motocicleta color azul de un imbécil que me rebasó por la derecha sin miramientos. Leí su matrícula «DE1999».
Maldiciendo entre dientes tardé un poco en encender nuevamente la cuatrimoto porque se me apagó gracias a ese cretino. Reanudé la marcha con ganas de asesinar a todos. Aparqué en un sitio para coches, aunque la cuatrimoto no era enorme como uno, tampoco podía dejarla en el área de bicicletas. Apagué el motor y guardé la llave en mi bolsillo. Todavía me faltaba comprar el casco.
—¿Es tuya? —un chico me interceptó antes de entrar, señalando la cuatrimoto.
—Sí, ¿por qué?
—Simplemente curiosidad. Está muy bonita—sonrió de manera genuina y luego se alejó de mí.
Perpleja, continué con mi camino. Los edificios estaban restaurados y se miraban mucho mejor que antes. Era ridículo que hubieran esperado un terremoto para hacer una remodelación.
Los de mi clase me dieron cumplidos también y no supe cómo reaccionar, solo sonreí como idiota.
Brianna llegó diez minutos tarde y me saludó alegremente al verme. Se había vuelto a teñir el cabello de verde y lo llevaba más corto, oh, y su piel estaba súper bronceada.
—Parece que alguien estuvo en la playa y se tostó demasiado—se burló alguien de atrás y todos rieron.
—Al menos tengo el dinero de sobra para viajar y no quedarme a perder el tiempo—replicó mi amiga, destrozando al chico con sus palabras. Todos lo abuchearon.
—Te ves fenomenal—le dije con honestidad.
—Gracias, ¿y qué tal tú? También luces muy bien, aunque no cambiaste de look—estrechó los ojos— ¿a qué se debe?
—¡Me compré una cuatrimoto! —chillé de la emoción.
Brianna abrió los ojos como plato, estupefacta.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Trabajando de niñera de perros—reí—y...
Cerré la boca. No estaba segura de que fuera buena idea contarle acerca de cómo le hice el aseo a la casa del ladrón de mi perro por dos mil dólares.
—¿Y...? —inquirió con una ceja arqueada.
—...Y no pude evitar comprármela. Era necesaria para mi vida.
—Tienes que darme un paseo cuando salgamos—me amenazó.
—Por supuesto.
A la hora de almorzar, fuimos a la dirección para anotarnos a la clase de Artes. Anotamos nuestros nombres y salimos con el horario. Solo íbamos a ir los lunes, miércoles y viernes. ¿Por qué no solo martes y jueves?
Y nos tocaba justo después de desayunar. Una pena.
—«Wyatt Pierce»
—¿Qué? —volteé a verla. Estábamos yendo hacia el salón por nuestras mochilas para ir al salón de Artes más temprano que todos.
—Así se llama el profesor. Curioso nombre, ¿no crees?
—Wyatt Pierce—repetí, pensativa.
Pronto recogimos nuestras cosas y corrimos al aula de Artes, la cual estaba vacía todavía porque no terminaba la hora del almuerzo aún y por ser una materia que menos elegían para pasar el rato en el último año, tal vez éramos las únicas.
Brianna se levantó del pupitre al momento de ver pasar a alguien pegar algo en la puerta y se plantó afuera del salón a leer el papel.
—Es la lista, ven.
Corrí hasta ella y leímos los nombres. Solo éramos doce alumnos. Genial.
—Este es otro nombre curioso, mira—Brianna me señaló el último de la lista—ni si quiera podemos saber si se pronuncia tal cual o distinto.
—«Dagan Elek»—susurré—es un nombre muy extraño, ya veremos cómo se pronuncia y qué apariencia tiene el portador.
Recién terminó la hora del desayuno y nos sentamos a esperar. El profesor, menor de treinta años, hizo acto de presencia en el aula. Retuve el aliento al vislumbrar semejante hombre vestido de manera casual. Cabello castaño, barba de tres días, ojos verdes. Dios. Era simplemente sexy. Brianna me dio un ligero golpe en el pie cuando me vio embobada.
—Son las primeras en llegar. Gracias por ser puntuales—dijo el profesor con voz suave y nos regaló una sonrisa.
Sonreí idiotamente sin emitir una palabra.
En lo que él acomodaba su portafolio en el escritorio, Brianna se inclinó a mí para reprenderme.
—Deja de quedarte embelesada, mujer. Es nuestro profesor, compórtate.
—Lo lamento. No había visto hombres como él dando clases—susurré.
Y a medida que avanzaban los minutos, fueron llegando los demás alumnos.
—De acuerdo, comenzaré a pasar lista—anunció el atractivo profesor con simpatía.
Para cuando llegó a mi nombre, alcé la mano y le sonreí. En la última hoja de mi libreta ya tenía escrito el nombre del profesor más de diez veces rodeado de corazoncitos.
—¿Dagan Elek? —preguntó el docente, mirando al salón y pronunciándolo así tal cual el nombre.
—Se pronuncia «Deigan Alek»—le corrigió alguien en la puerta y ni si quiera tuve que verle la cara para saber quién era. La repulsión se apoderó de mí y en cuanto cruzamos miradas, vomité en el suelo, cerca de los pies de Brianna.
De inmediato el profesor se acercó a auxiliarme. Expulsé lo que había ingerido en el receso y también lo que mi madre me dio en la mañana, mezclado con bilis.
—Qué asco, aparte de ridícula, eres una asquerosa—lo escuché decir, deslizándose entre los pupitres, muy lejos de mí.
—Más respeto—gruñó el profesor cuando dejé de vomitar— ¿estás bien? ¿quieres que te lleve a la enfermería?
—No, estoy bien. Iré por el trapeador—carraspeé.
—Señorita Morgan—se dirigió a mi amiga con preocupación—llama al de intendencia para que limpie aquí. Llevaré a la señorita Powell a la enfermería.
Sentí que flotaba en las nubes al momento que el profesor me tomó de la cintura y de la mano con cuidado. Condujo mi cuerpo hasta la enfermería y no se apartó de mí hasta que terminaron de examinarme. Al parecer simplemente vomité porque me cayó mal algo que comí y solo necesité de una píldora para el malestar estomacal, agua y una fruta para reanimarme.
—Quédate aquí un poco más, llamaré a tus padres para que pasen a recogerte—dijo él.
—No, ya me siento bien. Necesitamos volver a clases—me senté en la cama de la enfermería con una sonrisa.
—De acuerdo, si te sientes mal nuevamente, házmelo saber—sentenció y yo asentí.
Regresamos al salón de la misma manera. Ya estaba limpio y Brianna me esperaba con impaciencia.
—En estos veinte minutos que quedan de clase, haremos una sencilla dinámica para conocernos mejor...
Se fueron presentando uno a uno, nombre completo, edad, hobbies, de donde eran originarios y qué era lo que deseaban estudiar después de la preparatoria. Brianna dejó en claro que lo que más deseaba es vivir en otra parta lejos de Desert Hot Springs porque no soportaba que sus padres se sintieran atados por sus empresas y que le daba igual cualquier cosa que le genera dinero. Fue mi turno, pero por indicaciones del profesor, tuve la consideración de quedarme callada.
—Mi nombre es Dagan Elek, tengo dieciocho años. Soy de Washington, acabo de transferirme aquí. Me apasiona leer en mis tiempos libres y conducir mi motocicleta; y por el momento no tengo en claro lo que estudiaré en la universidad—recitó el idiota mecánicamente. No parpadeó y se mantuvo con aire tajante y arrogante al hablar. Se sentó por decisión propia, sin esperar algún tipo de pregunta por parte del docente. Pésima educación.
La clase culminó más rápido de lo que pensé y pedí una disculpa a la clase por haber vomitado. Por supuesto que aceptaron mi disculpa, en su mayoría, excepto el patán del nuevo estudiante.
—Tienes suerte de que te hayan agarrado de favorita—tuvo el valor de plantarse frente a mí al instante que el profesor abandonó el aula junto con los demás, menos Brianna; y tuve que mirarlo hacia arriba porque era realmente alto—de ser lo contrario, te habrían expulsado, «ridícula». Espero sea la primera y última vez que me haces perder la clase.
—Escucha, idiota, no te metas conmigo o lo lamentarás—lo amenacé—vomité al ver tu mezquina cara aparecer por la puerta.
—Apártate de mi camino, ridícula—me empujó, no muy fuerte, pero sí lo suficiente para hacerme trastabillar y pisar por accidente a Brianna, quién miraba boquiabierta y con inmensa furia al tal Dagan Elek. Y conocía perfectamente bien la mirada de mi amiga.
—Lo mataré—siseó y la agarré del brazo con fuerza antes de que corriera a taclearlo.
—Déjalo. Es un idiota.
—¿Cómo puedes dejarlo pasar? Te maltrató. Además, ¿te diste cuenta que es el mismo imbécil que te robó a Koray?
—Sí, por eso vomité. Me dio náuseas verlo aparecer.
—Si quieres nos salimos de la clase de Artes.
—No. Lo enfrentaré, no te preocupes.
Pero Brianna me miró acusadoramente.
—No quieres salirte por el profesor, ¿verdad?
—En parte—reconocí, ruborizada—y también porque quiero humillar a ese bastardo.
Al término de la jornada escolar, Brianna me acompañó hasta el estacionamiento a admirar mi nueva adquisición. Me dolía tenuemente el estómago y le entregué las llaves para que me llevara a casa.
—Es una hermosura, por supuesto que te llevo a casa—bromeó, montándose deliberadamente en la cuatrimoto.
Ayudó a subirme detrás de ella y abracé su mochila.
—¿Sabes conducirla? —pregunté.
—Claro que sí, vámonos y sujétate.
Brianna encendió el motor y fue en reversa poco a poco, no obstante, el rugido de otro motor nos sobresaltó a las dos, deteniéndonos abruptamente. Volvimos el rostro hacia atrás y vimos una motocicleta color azul. El dueño de ella llevaba un casco del mismo color.
—Fuera del camino o podrían romperse el cuello—bramó Dagan Elek con arrogancia.
Brianna perdió los estribos y le gritó un sinfín de groserías. Y en lo que a mí respectaba, me limité a enseñarle el dedo corazón al momento de marcharse.
—Es un bastardo engreído—masculló mi amiga al dar la vuelta en U para salir del instituto detrás de él.
Alcancé a leerle la matrícula «DE1999». Ya lo suponía. Él había sido el que casi me asesina en la mañana al rebasarme por la derecha como si se encontrara en el parque.
Brianna condujo a una distancia razonable, observando a lo lejos como el nuevo estudiante llegaba a su casa al final de la ciudad en pocos segundos, con un enorme camino de polvo dejando a su paso.
Una vez que aparcamos en la acera de mi casa, ella se despidió de mí sin quedarse a saludar a mis padres, puesto que tenía que volver a la preparatoria por su bicicleta.
—Me causa conflicto que regreses por tu bicicleta.
—De todas maneras, tu estomago está delicado, así que no te preocupes. Nos vemos mañana.
Giré sobre mis talones hacia la puerta de mi casa.
El día fue fantástico y pesado al mismo tiempo. Si tan solo el nuevo ciudadano de la ciudad no se hubiera inscrito en la preparatoria a la que yo asistía, habría sido excelente. El profesor de Artes era un hombre guapísimo. Jamás me había interesado alguien, pero era extraño que me fijara en alguien mayor. Él tenía mucha jovialidad y tanto su apariencia y actitud me resultó estimulante con solo verlo.
—Te tengo una sorpresa—papá salió de algún punto de la sala con algo oculto detrás.
Dejé la mochila en el sofá y sonreí cansadamente.
—¿Qué es? —fingí un poco de emoción para no destrozarle el corazón luego de que yo no me sentía de ánimos para sorpresas.
—¡Ábrelo!
Me extendió una caja envuelta en papel de regalo de buen tamaño y la tomé en mis manos. Escrudiñé a mi alrededor en busca de mi madre, pero no la vi por ningún sitio.
—Tu mamá fue a hacer las compras. Abre la caja—me instó, emocionado—sé que el color azul es tu favorito, pero solo había en color celeste pastel, espero te guste.
Fruncí el ceño y lo abrí.
Era lo que necesitaba con urgencia. Sabía que papá resolvería ese detalle cuanto antes. Saqué mi nuevo casco para la cuatrimoto y me lo probé. Era color celeste pastel con algunos adornos negros. Perfecto.
—¡Gracias, papá! —lo abracé—me encanta.
—La otra semana iremos por tu licencia de conducir—me guiñó el ojo—ahora seguiré preparando la comida porque tu madre ya no debe tardar y quiere que esté listo todo cuando venga.
La exhaustividad de mi organismo, gracias al horripilante momento en el salón de Artes, originó unas inmensas ganas de dormir en el momento que me recosté en la cama. Koray entró corriendo a hacerme compañía.
La temperatura había aumentado y el calor era insoportable. Cerré las ventanas y encendí el aire acondicionado de mi recámara en el grado más bajo.
Asimismo, al otro día que fui a clases, tuve cuidado de no cruzarme con ese idiota en su motocicleta, pero fue imposible. Teníamos que tomar el mismo camino hacia la escuela y si me desviaba, llegaría tarde por su culpa. En el mismo semáforo del día anterior, reduje la velocidad sin apagar el motor. Escuché el ronroneo del motor de su motocicleta detrás de mí.
Preparé mi estrategia para avanzar al segundo que cambió a verde y aceleré bruscamente. Y tal fue mi mala suerte... se apagó el motor de la cuatrimoto y quedé como tonta a mitad de la calle. Intenté encenderla varias veces, pero no funcionó. ¿Qué le pasaba? Maldita sea.
Y como si todo quisiera salirme mal, el semáforo cambió a rojo y los coches del sentido opuesto arrancaron.
En eso, se escuchó el rechinido de unas llantas en el asfalto y cerré los ojos, esperando cualquier impacto, aferrándome a mi cuatrimoto con fuerza.
—¡Eres insoportable! —la voz de Dagan surgió cerca de mi oreja y acto seguido, me sacó de la cuatrimoto con tal facilidad y agilidad que me quedé perpleja cuando me dejó del otro lado de la calle, junto a su propia motocicleta.
Lo vi caminar hacia mi vehículo y como si tratara de una simple caja de cartón, comenzó a empujarla con una sola mano. Giró el rostro hacia a mí, me regaló una gélida mirada con sus sorprendentes ojos zafiro que me hicieron retroceder y encogerme ante tanta frialdad.
Los coches lograron pasar con normalidad cuando la cuatrimoto quedó sobre la acera.
—Debí haber dejado que te arrollaran. ¡Qué pérdida de tiempo! —vociferó en mi dirección. Se acomodó el casco y montó en su motocicleta con irascibilidad.
—¡No te pedí ayuda, idiota! —le grité al verlo marchar como un demente.
Sacudí el polvo de mi ropa y me tomé un momento para tranquilizarme. Reanudé la marcha con nerviosismo.
El resto de las horas no dejé de pensar en lo ocurrido una y otra vez. Tenía que reconocer que, gracias a ese cretino, yo todavía vivía. Y también pensé en la posibilidad de que tal vez entrenaba muy duro su cuerpo para haber podido mover la cuatrimoto con una sola mano sin esfuerzo y llegar a mí tan rápido, como si hubiera estado conmigo todo el tiempo.
—Estás decaída, ¿qué sucede?
Miré a Brianna y me encogí de hombros.
—Dagan Elek, eso sucede.
Mi amiga puso cara de asombro y su expresión se mostró escéptica.
—¿Qué te hizo ahora ese ladrón de perros? —farfulló.
Deslicé mis manos a mi cabello y sacudí la cabeza, irritada.
—Tengo que cambiar de camino de ahora en adelante. No puedo permitir cruzarme con ese tipo y salir sin ninguna herida mental.
Brianna golpeó su pupitre con el puño.
—No me digas lo que hizo, iré a buscarlo en cada aula de la preparatoria y le daré una paliza.
Pensé que bromeaba, pero se levantó precipitadamente a mitad de la clase y salió del salón corriendo. Horrorizada, la seguí sin importarme los regaños del profesor Eugene. Mi amiga tenía un carácter explosivo y no sabía hasta donde podía llegar sus impulsos.
A decir verdad, por un lado, era reconfortante contar con alguien como ella, pero por el otro, era desconcertante.
La encontré cerca de los baños corriendo de un lado a otro con fiereza.
—Roba perros, no huyas, ¡Pagarás caro por molestar a mi amiga! —gritó tras desaparecer detrás del edificio donde estaba el salón de Artes.
En medio de mi agonía por detenerla, rompí a reír.
» Roba perros «
Buen apodo para alguien que en serio quería apoderarse de mi perro en un momento crítico.
—Si te vas a quedar riendo como tonta mientras tu amiga «pelos de césped» quiere golpearme, terminaré lo que evité hace unas horas; ridícula.
La voz de Dagan me erizó la piel. ¿En qué maldito momento apareció detrás de mí?
Salté hacia adelante y lo encaré. Sus fríos ojos, idénticos al color del zafiro, se mostraron más hostiles en cuando se cruzaron con los míos.
Y en vez de replicarle algo con astucia, me quedé en blanco.
—¿Sabes? —se inclinó a mí con una sonrisa torcida. Era la primera vez que lo miraba sonreír en el poco tiempo que lo conocía, pero no era una sonrisa amable, sino más bien egocéntrica e irónica—tus rasgos no son comunes aquí, dime, ¿eres latina?
—¿Acaso te interesa saberlo? —contestó Brianna por mí. Ella corrió hasta colocarse justo en medio de nosotros.
Dagan se irguió y cuadró los hombros al verla, dando un paso hacia atrás. Se le borró la sonrisa estúpida enseguida y adoptó la misma severa y fría expresión de siempre.
—Mejor me largo—dijo con aburrimiento. Se alejó por el lado contrario a nosotras a grandes zancadas. Y hasta el momento me di cuenta que su atuendo era similar al día anterior: playera manga larga, Jeans y tenis oscuros. ¿A quién se le ocurría vestir así en un lugar donde el calor prevalecía más que el frío?
—Siento que ustedes se han visto más veces de las que me has contado, Luna—siseó Brianna con incertidumbre.
—¿Por qué piensas eso? —regresamos al salón en donde nos observaba con enfado el profesor Eugene.
—Porque olfateo una tensión entre ustedes.
Reí histéricamente.
—¿Tensión? Claro que no. Nos detestamos—puntualicé.
Brianna no insistió en el tema y yo me relajé. A la salida, pedí permiso de marcharme antes de que nos dejaran ir a casa para inmiscuirme sin tener que verle la cara al idiota motociclista roba perros.
Tuve éxito y estuve en casa pronto.
La idea de ver nuevamente al profesor Pierce de Artes me emocionaba, pero eso también significaba ver a Dagan Elek y de solo pensar en él se me revolvía las entrañas.
Su atractivo descomunal hacía que lo detestara muchísimo.
La buena suerte estuvo de mi lado porque el trayecto a la escuela fue lo más tranquilo. No hubo ronroneo de su escandalosa motocicleta ni nada por el estilo. Incluso la mañana se tornó cálidamente agradable. Quería que la clase de Artes se adelantara y saludar al profesor.
—Luna, deja de mover tu pie—espetó Brianna—ya casi es hora de la clase de Artes, cálmate. El maestro no se irá a ninguna parte.
Estábamos almorzando afuera del salón y casi no disfruté mi sándwich.
—Buen día, señoritas.
El profesor Pierce nos saludó amigablemente del otro lado del edificio al dirigirse a la dirección.
Sonriendo tontamente, tomé mi mochila y entré al salón deliberadamente, dejando a Brianna sentada en la banca de afuera. Ella me siguió con exasperación. Pero al poner un pie dentro del aula, inmediatamente miré a Dagan sentado hasta el fondo con audífonos de cascos en sus orejas. Tenía la mirada puesta en su teléfono, por lo que deduje que aún no había percibido nuestra presencia.
Con la frente en alto, busqué mi asiento: el más próximo al escritorio del profesor y Brianna se situó junto a mí.
Los demás alumnos entraron antes que el docente y tomaron sus lugares detrás de nosotras. Pasaron lista con calma y después el guapo profesor nos dejó hacer un ensayo de tres cuartillas ante la importancia de cuidad el medio ambiente y qué hacer en caso de un desastre natural como los terremotos.
—¿Va a contar para la calificación? —preguntó una chica en el fondo.
—Por supuesto—asintió el profesor, un tanto desconcertado por la pregunta.
—Maldita sea, me inscribí a esta clase para no hacer nada—susurró la chica entre dientes y resoplé.
—Puedes salirte si quieres. Estás a tiempo—le espeté con recelo.
La fémina se sorprendió cuando le sugerí lo más lógico de una manera tajante. No solía hablar ni opinar nada al respecto cuando surgían conflictos entre los docentes y estudiantes, pero lo hice por primera vez.
—Chicos, hagan el ensayo, por favor—pidió el profesor con incomodidad.
—Esto es una total pérdida de tiempo. Hacer un ensayo no cambiará nada. El mundo se irá a la ruina tarde o temprano—interrumpió Dagan con mezquindad desde su asiento—los humanos pelean entre sí, dejando a un lado lo más importante para vivir: «el ecosistema» en general. Mientras unos luchan por algunos recursos que hay en determinados territorios, olvidan el sufrimiento de los animales en peligro de extinción o la basura que contamina los mares—la manera en la que se expresó nos dejó helados a los presentes, menos al maestro—y en lo personal, al planeta le falta una buena dosis de veneno para erradicar gran parte de las personas y solo así, la naturaleza volvería a resurgir de las cenizas con mayor potencia.
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