Accedí a regañadientes. Salimos del hospital "abrazados", pero realmente la boquilla del arma estaba firmemente encajada debajo de mis costillas del lado izquierdo.
El frío era abrumador, pero el terror me impedía preocuparme por el tenue congelamiento de mi organismo.
Caminamos algunas calles, alejándonos. El abrazo incómodo de Wyatt estaba volviéndome loca, más cuando pasábamos junto a las personas, puesto que él apretujaba con fuerza el arma sobre mi piel.
—Mis padres están muriéndose en el hospital, no pienso dejarlos solos—susurré con un nudo en la garganta cuando nos detuvimos frente a un vehículo oscuro. Wyatt le quitó la alarma y me empujó hacia adelante para abordar el asiento delantero, pero no obedecí. Giré sobre mis talones para encararlo y él me miró con el ceño fruncido. La pistola no la tenía a la vista porque había gente a nuestro alrededor—es por el virus, ¿no es así?
—Yo no vine por ti para charlar—siseó con cólera—métete al coche y cierra la boca.
Hice lo que me pidió y lo observé correr hacia el otro lado. Abordó también y aseguró las puertas de inmediato sin quitarme la vista de encima, como si planeara darle un golpe y huir, aunque eso no estaba lejos de ser verdad, pero tenía un arma y no podía arriesgarme a ser baleada.
—Abróchate el cinturón—gruñó.
Torpemente obedecí y me hundí en el asiento.
—¿A dónde me llevas? —aventuré a preguntarle—si buscas a Dagan, no tengo idea de su paradero. Nos separamos hace una semana aproximadamente.
Wyatt me miró por el rabillo del ojo cuando comenzó a conducir; pero no respondió.
La verdad es que me preocupaba más el estado de salud de mis padres y el cuidado de mi perro, que mi propia vida en ese momento.
Después de más de una hora enfrascados en el tráfico de Nueva York, Wyatt aparcó en un edificio cercano a Central Park. Deslizó el arma hacia mi campo visual y bajó del vehículo con rapidez. Lo rodeó para abrirme la puerta y agarrarme del brazo con rudeza.
—Camina.
Y otra vez sentí la pistola debajo de las costillas. Maldita sea.
En la puerta del edificio, había dos sujetos a cada lado, montando guardia y al ver a Wyatt, hicieron un gesto con la cabeza y nos abrieron paso al interior. Reconocí el atuendo oscuro: eran Ripper's.
¿Cuántos más habían ascendido?
Entré torpemente con Wyatt pisándome los talones. Había oscuridad absoluta y él no paraba de empujarme. Él se adelantó a presionar el botón de un elevador y las hojas de metal se abrieron al tiempo que lo miraba con desdén.
—Entra—masculló.
—Por favor, déjame regresar con mis padres. Ellos me necesitan—murmuré, deseando que se le ablandara el corazón, pero solo recibí una mueca y mirada de fastidio por su parte.
—Solo entra, maldita sea, Luna—carraspeó.
Al ver lo inútil que era razonar con él, entré al elevador. Wyatt entró después de mí. El espacio era muy reducido, por lo que nuestros cuerpos se rozaban y lo único que yo quería era salir corriendo. Allí dentro no sentí el arma amenazante cerca de mí, por lo que pude respirar un poco mejor.
Subimos alrededor de tres pisos y salimos a un pasillo iluminado, en donde había más hombres y algunos tenían la ropa oscura de Ripper's y otros de color gris, que probablemente eran Hunter's. Observaron mi travesía por ese lugar junto a Wyatt. Lo saludaron con respeto y yo suspiré, aceptando mi destino.
Wyatt abrió una puerta y me instó a entrar sin tocarme.
—Entra y espera adentro sin hacer una locura—espetó, antes de cerrarme la puerta en la cara.
Era una habitación vacía, literal y mal iluminada por una bombilla que parpadeaba en el techo. Además de fría, deprimente y sucia, solo había una silla de madera en muy mal estado, por lo que opté por asomarme al balcón que estaba abierto y dejaba entrar el horrible aire helado del exterior. Las ráfagas gélidas despeinaron mi cabello y apreté el barandal con fuerza. Pensé en gritar, pero sabía que en menos de un segundo entrarían a fusilarme.
Admiré la ciudad iluminada por si era la última vez que la vería y cerré los ojos.
—Alucinante, ¿verdad?
Me di la vuelta a la defensiva de inmediato. Esa voz.
Se me erizó la piel del cuello y miré a todas partes, en busca de ese maldito cretino.
El Kafa.
La estancia estaba vacía, salvo por la silla y por mí. ¿Acaso había sido mi imaginación? Caminé dos pasos lejos del balcón, pero no había nadie. Decidí que debía guardar la calma para no enloquecer y al momento de volverme hacia atrás, me encontré cara a cara con El Kafa. Sus ojos castaños, carecientes de humanidad me sonrieron con demencia.
Su atuendo era ridículamente formal e impecable, como si fuera un neoyorquino de negocios cualquiera. Incluso se había afeitado y peinado diferente para pasar desapercibido. Tuve que admitir que se miraba atractivo. Maldito anciano, no tan anciano.
Lo observé desabrocharse los botones del saco oscuro y aflojarse la corbata con elegancia, y sin dejar de mirarme a los ojos. Quise retroceder, pero mis piernas parecían ancladas al suelo.
—Esta ropa es fenomenal. Le hace justicia a mi alta jerarquía, ¿no lo crees? —esbozó una sonrisa maliciosa.
—¿Por qué está usted aquí? —logré articular, presa del pánico. Tenía que mostrarle respeto, puesto que no tenía planes de morir en ese instante. Mis padres me necesitaban—Dagan no está conmigo...
Aunque él estaba solo en la habitación conmigo, no necesitaba a nadie más para aniquilarme. De hecho, con un chasquido de dedos me haría polvo.
—Claramente sé que no está contigo, de lo contrario, Wyatt no habría podido traerte ante mí—habló con serenidad—y para atraerlo a mi trampa, tenía que raptarte, Luna Powell.
—¿Qué es lo que buscas? —al diablo el respeto—a mi mejor amiga y a mí, nos inyectaste el virus y ahora mis padres están moribundos en el hospital a causa de ello y pronto las demás personas se van a contagiar también—apreté los puños—es lo que querías, ¿no? Además, Dagan jamás caería en una trampa tan obvia.
Entonces él se movió hacia la silla de madera y se sentó con suavidad, cruzándose de piernas. La silla ni si quiera crujió bajo su peso.
—Si tú me ayudas a atrapar a Dagan, prometo salvar a tus padres, haciéndolos inmunes—me regaló una sonrisa torcida—y desde luego que tú también te harías inmune, y no solo a esa enfermedad, sino a todas las que existen y vivirás más que el promedio normal de un ser humano.
—¿De qué estás hablando? —titubeé.
—Compartiré contigo el secreto de Agartha—manifestó—te haré longeva, como nosotros.
—No me interesa nada que venga de ti. Sé perfectamente que quitas vidas inocentes para cometer ese fatal procedimiento que te hace longevo—mascullé.
—Entonces no te importa que en este preciso momento tus padres estén muriéndose, ¿o sí? —amplió más su sonrisa psicópata. Y palidecí.
—¿Qué?
Él chasqueó los dedos y la puerta se abrió precipitadamente.
Wyatt Pierce entró con el rostro petreo, sosteniendo un teléfono móvil en su mano izquierda, mientras en la otra tenía el arma, aunque era tonto que, teniendo poderes sobrenaturales, pensara que una pistola era su única defensa.
—Envié a uno de mis Hunter's a estar al pendiente de tus padres y justamente puso al médico que los está atendiendo al teléfono—le oí decir al Kafa.
Wyatt deslizó su dedo en la pantalla y una voz desconocida surgió de la bocina.
—Lo lamento, pero los señores Powell tuvieron un paro respiratorio y no pudimos hacer nada...
A continuación, escuché todo a través de algún tipo de burbuja alejada de la realidad. Las voces eran difíciles de entender y sentí ganas de vomitar. Retrocedí, intentando sostenerme de algo, pero caí sentada al frío suelo, sintiéndome muy mal.
No. No era verdad. Tenía que ser una mentira.
De pronto, un par de manos rudas me levantaron violentamente del suelo y arrastraron mi débil cuerpo a otra parte. Mi visión no era nítida, y me sentía ebria.
—Recuerda que sí cooperas conmigo, tanto tú y tus padres tendrán una larga vida—murmuró el Kafa en mi oreja cuando se sentó a mi lado. Me habían lanzado al interior de un vehículo para llevarme a algún lado en mi momento de shock—aún puedo salvarlos, solo es cuestión que aceptes.
Lo siento, Dagan, pensé.
—Haz lo que tengas que hacer—balbuceé en cuanto recuperé la voz y la movilidad en mi cuerpo—solo salva a mis padres, por favor.
—Muy bien—el Kafa me guiñó el ojo y se inclinó hacia adelante para tocarle el hombro al conductor—vamos al hospital, Wyatt.
Sentía la cabeza pesada al igual que los párpados. Quería llorar, pero no era el momento. Y no quería demostrarle más debilidad a ese lunático.
En los casi treinta minutos de trayecto, nos detuvimos en el área de urgencias y ninguno de nosotros bajó. El Kafa incluso tuvo el descaro de cerrar los ojos para dormir en lo que sacaban a mis padres de allí. Wyatt de vez en cuando me miraba por el espejo retrovisor con aire amenazante.
Era imposible de creer que meses atrás había estado loca por ese idiota. Ahora sus ojos verdes me causaban repulsión.
—Ya no queda rastro de ese profesor de Artes que conocí el año pasado—dije con fingida decepción. Él juntó las cejas y postró su fría mirada en mí, por medio del retrovisor.
—Jamás lo fui—bufé—era un papel que tenía que desempeñar.
—Habrías sido excelente docente—me encogí de hombros, devolviéndole la mirada. Tenía que tratar de ponerlo de mi parte, aunque sea un poco.
—Cualquier cosa que estés planeando hacer, será inútil, Luna Powell—farfulló—jamás le daré la espalda a mi gente, yo no soy como Elek.
—No te atrevas a hablar de Dagan—me puse a la defensiva.
—Entonces cierra la boca y espera en silencio.
Me crucé de brazos y de repente sentí la mirada del Kafa. Parpadeé, nerviosa y rehuí a cualquier tipo de contacto con él. Casi estuve a punto de apretujarme o fusionarme con la puerta del coche.
Movimientos en el exterior captaron mi atención.
Se me cortó la respiración al vislumbrar como los hombres del Kafa empujaban dos camillas con sábanas blancas cubriendo los cuerpos de mis padres y no lo hacían con delicadeza.
Un nudo en la garganta se me formó y tuve que guardar la calma.
—Vámonos—ordenó el Kafa.
Poniéndonos en marcha, alcancé a ver claramente como uno de los dos coches que nos seguían, se desvió del camino. Y en vez de volver al mismo sitio deprimente, llegamos a otro lugar, lejos del anterior.
—Escóltenla arriba—ordenó el Kafa con frialdad.
—¿Qué es lo que harás? —miré hacia atrás cuando descendí del coche— ¿Dónde está el otro vehículo?
—Vida por vida, Luna Powell—respondió con una leve sonrisa.
Y solo con sus espeluznantes palabras, comprendí. La mitad de sus hombres fueron a buscar a dos personas para arrebatarles la vida y otorgárselas a mis padres.
Antes de que yo pudiera objetar algo, Wyatt y otro de esos sujetos me apresaron de los brazos y me metieron a la fuerza a ese edificio. Ya no había vuelta atrás.
Mi traición a Dagan estaba hecha. Y no podía si quiera desear que algún día me perdonara, porque sería imposible y aparte, muy egoísta de mi parte.
Wyatt no tuvo decencia alguna al lanzarme al suelo sin miramientos, dentro de una recámara amueblada con todo lo necesario para estar cautiva. Cerró la puerta con llave y vi que había una cama, tocador, buró y una puerta, que debía ser el baño.
La luz no parpadeaba, pero era igual de horrible que la otra habitación y al menos en el otro lugar, había un balcón. La estancia estaba prácticamente sellada al exterior, ni una ventana, nada.
Decidí sentarme en el sucio suelo, con la espalda recargada en el borde de la cama para no dormir, ya que los párpados me pesaban y no quería ponerme a merced de ellos.
Le recé a Dios para que Dagan se olvidara de mí y no me buscara jamás. No quería que le hicieran daño y mucho menos a Brianna o a Fulek.
Abracé mis rodillas y solo allí me permití llorar.
Estaba apresada, sola, y con miles de cosas en la mente. Pensamientos negativos.
Sin embargo, al cabo de un rato, la puerta se abrió un poco y no me moví. Y tras unos segundos, se volvió a cerrar. Que extraño.
Y cuando pensé que solo había sido obra de mi imaginación, el sonido de unas pisadas pequeñas me alertó, seguido de un ladrido muy familiar.
Entorné los ojos y bajé la mirada a Koray, mi perro chihuahua.
Gustosamente corrió a lamerme y lo abracé, rompiendo a llorar de nueva cuenta; pero, ¿quién había ido por él? ¿y por qué?
La verdad es que no me importaba. Lo acuné entre mis brazos y me devolvió los ánimos.
Hubo mucho silencio durante un largo rato. Ni si quiera Koray se atrevía a ladrar y podía sentir claramente el miedo en su pequeño cuerpecito que no paraba de temblar, incluso dormido. Apenas y dormí un par de horas por estar alerta a cualquier ruido.
—Levántate.
Abrí sorpresivamente los ojos y mi perro saltó a la defensiva contra Wyatt; pero no ladró, simplemente le enseñó los dientes y se interpuso entre nosotros.
—¿Dónde están mis padres? —fue lo primero que pregunté, obedeciendo e incorporándome de inmediato del suelo.
—El Kafa mandó por ti. Vamos.
Con solo mirar a Koray a los ojos, Wyatt lo hizo echarse en un rincón y me dio un leve empujón para que caminara fuera de la habitación. Ya había amanecido, pero me asustaba el hecho de que el idiota el Kafa hubiera dejado morir a mis padres tras echarse para atrás en su trato de atrapar a Dagan.
Bajamos un piso por la escalera y entramos a lo que parecía ser una cocina, en donde olía bastante bien. Mi estómago se retorció por el hambre.
—Aquí la humana, señor—le oí decir a Wyatt detrás de mí antes de desaparecer por el umbral, dejándome sola
Divisé al Kafa con un mandil junto a la estufa, cocinando alegremente, como si se tratara de un día normal e ignorando que era un psicópata genocida.
—Toma asiento, Luna Powell, el desayuno está casi hecho—dijo, sin voltear a verme, puesto que estaba de espaldas. No tenía el saco puesto, pero si la camisa oscura arremangada hasta los antebrazos y el pantalón de vestir. Su cabello oscuro estaba tenuemente húmedo, señal de que se había duchado. Maldito idiota.
No me moví del sitio y crucé los brazos sobre el pecho, mirándolo con desprecio. Tuve que ignorar el dolor estomacal a causa de los calambres por falta de alimento.
—Tendrás que comer si quieres que se cumpla el trato que hicimos—canturreó el Kafa, mirándome por encima del hombro—y también darte una ducha y ponerte ropa limpia, a mí me gusta que todo esté limpio; y eso incluye también a mis invitados.
—¿Lograste salvar a mis padres? —me di por vencida.
—Siéntate y hablaremos—suavizó más su voz, pero sabía que había incrementado más el veneno en ella: señal de que estaba a punto de perder la "paciencia".
Sulfurada, tomé asiento y recargué las manos en el comedor. ¿Cómo había conseguido ese sitio?
Era un edificio con departamentos, pero al parecer, lo habían adaptado como una enorme casa sin separación.
Cinco minutos más tarde, me causó escalofríos ver al Kafa acercarse a mí y sentarse en la misma mesa que yo para desayunar. Hizo omelette con jamón, café y té. Vaya.
—La comida de aquí es deliciosa—dijo, deleitándose con su porción. Sus ojos castaños no dejaron de observarme.
Solo porque moría de hambre, comí mirando a mi plato, sintiendo su mirada encima en todo momento.
—¿Por qué estás actuando tan «amable» conmigo? Nos odiamos—repuse al término del desayuno y me encontré con sus ojos.
—Ambos tenemos intereses que nos unen, Luna Powell y, por ende, debemos cooperar, ¿no lo crees?
—Tú metiste a mis padres en ese problema—le recordé—y ahora me estás manipulando para atrapar a Dagan. Eso es jugar sucio, ¿sabías?
Él esbozó una sonrisa aterradora, pero por mi bien, no bajé la mirada y le devolví el gesto.
—¿Quieres ver el procedimiento para traer a la vida a tus padres? —inquirió, elevando una ceja con arrogancia.
Fruncí el ceño.
—¿Quieres que vea como le arrebatas la vida a otros para salvarlos?
Encogiéndose de hombros, el Kafa recogió los platos y asintió.
—Puedes verlo de la manera que quieras, pero es la única opción que tienes, claro, si deseas a tus padres de vuelta y que los tres sean inmunes a cualquier enfermedad para vivir mucho tiempo.
Guardé silencio.
—Wyatt te escoltará de vuelta a tu habitación para que te asees. Lamento no haberte dado un cepillo de dientes y dentífrico antes, pero te las arreglarás esta vez—chasqueó los dedos mientras lavaba los trastes y alguien apareció en el umbral—llévatela.
No dejé que Wyatt me tocara y caminé con él detrás hasta mi celda. Adentro había ropa de mi talla en la cama, y era color negro, incluso los tenis y calcetas, sin mencionar la ropa interior.
—En el baño hay todo lo que necesitas—masculló Wyatt—no tardes.
Koray se acercó a mí con temor y después dejé que entrara al baño conmigo a montar guardia en lo que hacía mis necesidades y me bañaba.
Al salir, me vestí rápidamente y encontré un peine en el tocador. Ni bien había terminado de desenredar el cabello, cuando Wyatt entró sin avisar.
Volví a abandonar a mi mascota para seguirlo.
Usamos el elevador, pero en vez de subir, bajamos hasta el último piso. No. Error. Hasta el sótano.
Había más hombres ahí vigilando con ropa oscura: Ripper's. Y ninguno tenía armas porque confiaban en sus habilidades de pelea, solo Wyatt.
Nos abrieron paso a un pequeño cubículo alumbrado con velas y no con bombillas. Era muy escalofriante el ambiente. Estaba muy fresco, a pesar de la calidez de las velas.
—Señor—dijo Wyatt—aquí está Powell.
—Retírate—le espetó el Kafa.
Sentí la ausencia de mi falso profesor de Artes y comencé a caminar hacia donde había una especie de puerta que era más bien una cortina blanca. La deslicé a un lado y entorné los ojos.
Estaban las camillas con mis padres encima, cubiertos con las sábanas blancas del hospital, y junto a ellos, una pareja de desconocidos, completamente desnudos. Aparté la vista y me centré en el lunático que manipulaba algo en las manos mientras me daba la espalda. A cada extremo, vi más Ripper's a la defensiva, cuidándolo.
Quería llorar porque en parte, sabía que eran los cadáveres de mis padres los que yacían allí y no ellos durmiendo.
—¿Qué harás? —se me formó un nudo en la garganta.
El Kafa se dio la vuelta y noté que tenía guantes de látex en las manos y lentes de aumento sobre la nariz. Me sonrió muy animado. Yo sentí náuseas.
—En Agartha estamos más avanzados que ustedes, hablando de sabiduría, desde luego, porque en tecnología nos ganan—respondió, haciendo una mueca con lo último—sin embargo, lo que tenemos a nuestro favor es la longevidad o casi inmortalidad.
—¿Me vas a explicar el proceso y cómo lo lograron? —titubeé.
—No, solo observarás. Si te lo digo todo, tendré que asesinarte—humedeció sus labios, sonriéndome.
—La verdad no comprendo por qué aún no lo has hecho.
—¿El qué? —arqueó una ceja.
—Matarme.
—Ah, tampoco te creas tan especial. Simplemente que odio los cabos sueltos y tú eres el más irritante—se encogió de hombros—en fin, solo observa.
Se inclinó hacia un costado y extrajo una jeringa con un líquido burbujeante en su interior, listo para ser inyectado en alguien.
—¿Qué es eso? —quise saber, antes de que tomara el brazo de la desconocida.
—Es suero virgen del líquido extraído del núcleo, que moviliza la sangre coagulada y...—se quedó quieto y dejó de hablar, dándose cuenta que estaba a punto de decirme más de la cuenta—solo tienes que saber que es sacado del núcleo y ya. Ahora, ayúdame a sostenerle el brazo a la pareja.
Con las manos temblorosas, agarré la extremidad de la fémina, la cual, curiosamente, no estaba helada y observé como hundía la aguja en la piel.
—Traigan los recipientes—ordenó el Kafa a los Ripper's. Dos de ellos se movilizaron y colocaron a cada lado de las cabezas de mis padres, dos cilindros de cristal de unos cuarenta centímetros de largo y diez de ancho—y la «aspiradora».
Parpadeé. ¿Me estaba tomando el pelo?
Enseguida se me vino a la mente la aspiradora que solía usar mi madre para limpiar la casa, pero esa idea se esfumó de inmediato al ver que la «aspiradora» a la que él se refería, era un artefacto muy extraño, que tenía un tubo muy largo y era transparente en su totalidad.
Los otros Ripper's aventuraron a sostener a la mujer para que quedara en posición sedente, es decir, sentada.
El Kafa ordenó a que le abrieran la boca a la pobre víctima y le introdujo el tubo hasta el fondo de su garganta. Encendió la «aspiradora», la cual emitió una luz roja y pensé que le sacaría la comida o algo asqueroso, pero en vez de eso, un líquido plateado, pero más que líquido, parecía ser gaseoso.
De repente, la mujer abrió los ojos e intentó apartarse. Di un paso atrás, asustada. ¿No se supone que estaba muerta?
—¡Está viva! —chillé.
—Por supuesto. Si matábamos a los desconocidos, no servirían de nada—acotó el Kafa, rodando los ojos.
—¿Y por qué le inyectaste ese suero para movilizar la sangre coagulada?
—Mentí—se burló—ese líquido del suero se lo inyecté a tus padres, lo que le pusimos a esta mujer es adrenalina pura, puesto que estaba desmayada.
—No quiero seguir viendo esto...
—¿Quieres que solamente viva tu madre? —me miró con suspicacia. La pobre mujer continuaba retorciéndose y siendo sometida por los Ripper's mientras le sacaban la vida.
—¿Qué quieres decir?
—Tu padre ha sido un cerdo y creo que no merece una segunda oportunidad.
—¿Acaso ahora eres un juez justo? —inquirí, irritada. Pero tenía razón.
—Sabes que tengo razón—leyó mi mente y sonrió abiertamente—decide ahora mismo. No tengo todo el tiempo.
—¿Cómo quieres que decida? ¡Son mis padres! Yo no puedo decidir eso—carraspeé.
—Estás diciendo por tu madre, hazlo también por tu padre—espetó el Kafa cuando la mujer dejó de moverse y el contenido en la aspiradora se llenó, cambiado el color de la luz a verde. Los Ripper's la dejaron caer como una bolsa de papas al suelo. Su cuerpo colisionó con la base metálica de la camilla. Estaba muerta.
Alcancé a verle la piel amarillenta y levemente arrugada. Dios.
Con un chasquido de dedos, se movilizaron los Ripper's para agarrar a mi madre de manera hostil.
—Yo la agarraré, aparten sus manos de ella—gruñí. Y ellos solamente obedecieron cuando el Kafa les hizo una seña.
Suavemente tomé a mi mamá de los hombros, sintiendo lo helada que estaba su piel y la rigidez. Me mordí los labios para reprimir el llanto y la senté, cuidadosamente para que la sábana cubriera el resto de su cuerpo.
El Kafa se dio a la tarea de desmontar el enorme tubo y colocarle uno más corto que tenía una mascarilla y una boquilla.
—Abre su boca.
Obedecí.
En el momento que la «aspiradora» hizo contacto con ella, comencé a sentir que su cuerpo se suavizaba y que la calidez volvía. Alcancé a verle el pecho subir y bajar con lentitud.
—¿Ya decidiste? —me preguntó el Kafa al verme llorar por ese milagro aterrador.
Asentí, ensimismada.
Mi madre era la única que tendría una segunda oportunidad. Ella jamás nos hizo daño y merecía ser feliz.
Apreté las mandíbulas, mirando el cuerpo de mi padre y después al Kafa.
—Solo a mi madre—sisé—por mí, quema el cadáver del que fue alguna vez mi padre.
El Kafa me miró con sorpresa.
—Me encanta tus agallas, Luna Powell.
No respondí ante su elogio. Y en cuanto el proceso concluyó, el cuerpo de mi mamá convulsionó para luego respirar agitadamente.
—¿Qué pasa? —pregunté con histeria.
—Tardará en acoplarse. Recuéstala.
Hice lo que me ordenó, y sentí las bruscas manos de un par de Ripper's en mis brazos.
—¡No me toquen! —vociferé, mirando al Kafa— ¡Diles algo!
—Llevenla a su habitación y vigilen que no salga de ahí.
—Espera, ¿Qué? ¿por qué? —forcejeé.
—Escucha, Luna Powell, si tú no quieres traer de vuelta a tu padre, lo comprendo, pero yo necesito tener a un humano aliado aquí—dijo sin ningún tipo de remordimiento en su voz—así que...
—¿Vas a devolverle la vida aún en contra de mi decisión? —mascullé, horrorizada, él asintió—¡Maldito degenerado!
—Tranquila, ni si quiera recordará que fue tu padre—me guiñó el ojo antes de que fuera arrastrada fuera de ahí.
Desde un principio no debí confiar en él. ¿En qué demonios estaba pensando al hacer un trato con ese psicópata? Pero la verdad era que no tuve otra opción por cual luchar. El Kafa me había amenazado.
Luego de que los Ripper's me llevaran con Wyatt para ser llevada a mi celda, me concentré en hallar la llave del departamento que había quedado en la ropa sucia. Busqué en todos los cajones que tenía a la vista y las encontré junto a una liga para el cabello. Apresuré a guardarlas en el bolsillo y hacerme una cola de caballo para poder pensar bien en un plan para escapar. Si ese idiota tenía pensado en revivir a mi padre para que fuese su marioneta, había muchas probabilidades de que hiciera lo mismo con mi madre y todo con el fin de herirme.
Tenía dos enormes obstáculos en ese momento: Koray y la puerta asegurada con llave.
De pronto, vi a mi perro acercarse a una esquina de la estancia y posteriormente, el sonido de sus dientes al masticar. Estiré un poco el cuello para ver qué era lo que estaba comiendo y alcé las cejas al ver los dos tazones que tenía croquetas y agua. Al menos no eran tan salvajes como había pensado.
Algo menos de qué preocuparme.
Como no podía discernir si ya era de tarde, noche u otra vez de mañana, decidí dormir un poco, y esta vez sobre la cama, estirada a mis anchas. Koray me hizo compañía después de comer.
Jamás en la vida había sentido el sueño tan pesado. Era como si mi cerebro se negara a despertar y continuar sumido en la inconsciencia a la fuerza. Incluso comencé a tener pesadillas y, aun así, tampoco podía abrir los ojos.
Algo estaba pasando.
No era normal.
El corazón comenzó a palpitarme con fuerza, negándome a sucumbir a cualquier cosa que ese loco estuviera haciendo conmigo mientras me tenía confinada en mi propia mente.
Y cuando pensé que duraría para siempre, mis ojos se abrieron de golpe y por instinto, obligué a mi cuerpo a incorporarse bruscamente. El corazón latía dolorosamente dentro de mi pecho, casi como si quisiera salírseme de tanta adrenalina. Escudriñé de lleno a mi alrededor y el alma se me cayó a los pies.
Estaba en mi habitación, es decir, en el departamento de mis padres. Mi perro estaba mirándome con preocupación desde la cabecera y se acercó con temor. Le acaricié la cabeza y este lloriqueó, asustado.
—No pasa nada—lo calmé, pero yo era la que necesitaba calmarme.
Me puse en pie y por un segundo, pensé que todo había sido una pesadilla, pero al verme en el espejo del tocador, sentí un estremecimiento devastador. Tenía la ropa que el Kafa había dejado en ese lugar para mí y eso quería decir que, efectivamente, manipularon mi mente para no despertar en lo que me trasladaban de contrabando al departamento.
Distraídamente, metí la mano en el bolsillo del pantalón para sacar las llaves y las saqué, junto con una hoja de papel doblada en un cuadrito.
La desdoblé y leí, con la respiración cortada:
«Cuento con tu absoluta cooperación, Luna Powell. Tu madre despertará al atardecer y no menciones a tu padre, modifiqué la mente de ella para que solo recuerde que los abandonó hace mucho tiempo. Te adjunto un número telefónico para que me llames en cuanto Dagan Elek se ponga en contacto contigo. Y no intentes ocultarlo, lo sabré de todas formas y será peor para ti. No hagas que me arrepienta de haber ayudado a tu madre. Y recuerda: si cumples con el trato, también serás como yo, longeva. KAFA.»
Memoricé el número y destruí esa maldita nota.
Salí al pasillo y corrí rápidamente hasta la recámara de ella, donde la encontré profundamente dormida en su cama, totalmente radiante. No había rastro de enfermedad. Sonreí involuntariamente y le besé la frente, conteniéndome de llorar.
Bajé a la cocina y puse manos a la obra con la deliciosa cena que tenía en mente preparar para mamá.
Koray no se despegó ni un segundo de mi lado.
Y mientras preparaba de cenar, le recé a Dios para que Dagan no me buscara. Si él se mantenía alejado, el Kafa no le haría daño y yo tampoco me vería obligada a traicionarlo de manera descarada.
A eso de las siete de la noche, subí a ver si mamá había despertado.
—¿Cariño?
Escuchar su voz inundó mi pecho de alegría.
—Hola, mamá, ¿Qué tal te sientes? —le pregunté con suavidad. Ella sonrió.
—Bien, solo que algo mareada—frunció el ceño—¿cuánto dormí?
—Todo el día, ya hice de cenar, ¿quieres bajar o subo la cena?
Mamá bostezó y estiró los brazos con pereza.
—Cenemos en la cama hoy—rio.
—Está bien—le acaricié la mano—enseguida traigo la cena.
Ella asintió y bajé corriendo.
Cenamos resguardadas en la comodidad de su cama, charlando de cosas banales y riéndonos de sus chistes malos. Al parecer, el Kafa no solo había borrado de su memoria a mi padre, sino que le brindó cierta felicidad a su nueva vida, omitiendo los últimos sucesos, como mis desapariciones y los problemas en Desert Hot Springs y tenía que admitir que eso me ponía muy feliz. Mamá parecía renovada.
—Y dime, ¿a dónde quieres ir mañana? Tengo muchas ganas de salir a distraerme.
Volteé a verla.
—¿Quieres que tengamos un picnic en Central Park?
—Es una idea fabulosa, pero no he comprado nada para que preparemos las cosas...—intentó levantarse de la cama, y apresuré a agarrarla de la mano, deteniéndola— ¿Qué pasa, cariño?
—La comida no es importante. Podemos comprar algo allá—le acomodé el cabello detrás de la oreja y ella me miró con curiosidad—lo que cuenta es que estemos juntas.
—Estás actuando muy extraña, cariño, ¿pasa algo? —estrechó los ojos.
—No—dije, sintiendo que iba a llorar, por lo que la abracé, ocultando mi rostro en su pecho—simplemente que te amo mucho, mamá.
—Oh, Luna—acarició mi cabeza—yo también te amo. Nunca dudes de ello.
Esa noche dormí con mi madre en su habitación. Koray también formó parte de la pijamada y despertamos algo tarde al día siguiente. Mamá se levantó antes que yo para prepararme el desayuno, puesto que cuando bajé a la cocina, ya tenía todo preparado. El sonido de la TV y el café recién hecho elevó mis ánimos.
—Apresúrate, cariño. Hoy pinta un día excelente para el picnic de improvisto—bromeó.
A eso de las dos de la tarde, salimos del departamento, rumbo a Central Park. Decidimos ir en taxi para no sudar y aprovechar más el tiempo.
En todo el tiempo que estuvimos en allí, no eché de menos a mi padre, ni si quiera un poco. Nos divertimos muchísimo y deseé que el día no se acabara tan pronto.
Transcurrieron aproximadamente quince días de convivencia extraordinaria con mi madre y ya faltaba un solo día para San Valentín, por lo que compramos un pastel y golosinas para pasar esa fecha viendo películas románticas en la TV.
No sabía con exactitud hasta qué punto había modificado el Kafa la memoria de mi madre, pero ella no me preguntó por Brianna, como si no la recordara y yo tampoco la mencioné para preocuparla.
—Deberías tener un novio, cariño. Mañana es día para celebrarlo con tu pareja—suspiró, nostálgica. Me tensé y no por el hecho que tampoco recordara a Dagan, sino que pudiera echar de menos a mi padre de manera inconsciente y recordarlo por accidente—si tu padre no hubiera sido un idiota, no lo habría dejado en aquel entonces y habríamos sido una familia feliz. Lo siento, Luna.
—Mamá, el amor propio es más importante. No te disculpes, ¿sí? Y con lo que respecta a mí, yo todavía no estoy lista para un novio. Pronto haré dieciocho, tengo bastante tiempo—reí nerviosamente.
Quizá mis palabras la tranquilizaron y no insistió más.
Al otro día, perezosamente nos duchamos y solo para quedarnos en pijama. Colocamos el pastel en la mesita del centro junto con las golosinas y cada una agarró su bote de helado favorito, listas para el maratón de películas romántica en Netflix.
«A todos los chicos de los que me enamoré»
Esa fue la primera de muchas que teníamos planeadas ver.
A eso de las nueve de la noche, mamá optó por poner "Mujer Bonita" y yo aproveché a ir al sanitario. Koray me acompañó como todo un guardián de menos de treinta centímetros de alto, quedándose sobre la cama.
Habíamos comprado mascarillas exfoliantes e hidratantes, por lo que decidí que sería buena idea ponérnoslas mientras veíamos las películas y me di a la tarea de ponerme la mía primero. Era una mascarilla hecha a base de carbón para remover las imperfecciones y tenía que dejármela durante treinta minutos.
Sin embargo, al salir del baño, no vi a Koray por ninguna parte y deduje que tal vez había bajado con mi madre, por lo que recogí algunas cosas del suelo, las cuales no recordaba haber visto tiradas antes de entrar al sanitario minutos atrás.
Me incliné a recoger una libreta y un leve mareo me perturbó, yéndome hacia atrás sin miramientos, pero no caí.
Unas gentiles manos me sostuvieron con suavidad y la piel se me erizó con su tacto.
Dios mío, no. Por favor.
Y un segundo después, Dagan Elek rodeó mi cuerpo con sus fuertes brazos desde atrás, atrayéndome a él con calidez. Sentí su aroma y me estremecí.
Alcé la vista a él y me encontré con sus ojos color zafiro, mirándome con anhelo y devoción. Y en cuanto salí del ensimismamiento, salté lejos de él y retrocedí.
—¿Qué haces aquí? —le espeté.
Él frunció el ceño al ver mi reacción. Le dolió la aspereza de mi actitud, pero a mí me dolió más el no haberlo recibido con un abrazo y un beso, tal como merecía.
Y en el reflejo del espejo vi mi rostro oscurecido por la mascarilla. Demonios. Dejé la libreta en la cama y entré al baño a lavarme.
Dagan entró conmigo y cerró la puerta detrás de él.
—Pensé que estarías feliz de verme—le oí decir, muy cerca de mi oreja. Yo continuaba quitándome la mascarilla con rapidez.
Él me hizo favor de pasarme la toalla y sequé mi rostro con irritabilidad y nerviosismo.
No quería mirarlo a los ojos, por lo que intenté abrir la puerta, pero esta no cedió.
—Abre, por favor—pedí.
—Mírame, Luna—ordenó, suavizando mucho su voz—por favor.
Lo miré y se me estrujó el corazón. Noté que estaba dolido por mi frialdad e indiferencia.
—Debes irte—carraspeé, luchando por no abrazarlo y echarme a llorar en sus brazos.
—He venido por ti. Lamento no haberlo hecho antes, hubo muchos problemas y no estaba seguro si estabas aquí porque tu rastro era confuso y...
Alcé la mano para que guardara silencio y cerró la boca, confundido.
—Dagan, márchate. No iré contigo a ninguna parte—dije—estoy muy bien sin ti y sin esa mierda de tu mundo.
—¿Qué? —dio un paso a mí, pero retrocedí, a la defensiva— ¿de qué estás hablando? No estás segura aquí y tampoco tus padres, pero si vienes conmigo, ellos lo estarán...
—Abre la puerta—grazné.
—Lo haré solo si prometes explicarme qué demonios te pasa—masculló.
Asentí, para complacerlo y me obedeciera. Dagan dejó que saliera y enseguida tomé el nuevo teléfono que compré días atrás que estaba en mi tocador. Él me miró con intensidad y se quedó varios segundos mirándome con fijeza y frunció el ceño.
—Si no te marchas, Dagan, yo...
—Es una trampa, ¿verdad? —por fin lo descubrió al verme luchar internamente. Mi labio inferior temblaba y no paraba de sudar.
—¿De qué hablas? —me puse lívida.
—Acabo de leer tu mente—murmuró con preocupación—y vas a llamar al Kafa para atraparme, ¿no es así? Él hizo un trato rastrero contigo. Ahora comprendo.
—Entonces vete, por favor—balbuceé—no quiero hacerlo, pero es mi obligación hacerlo, de lo contrario; él asesinará también a mi madre.
Dagan apretó las mandíbulas.
—Llámalo.
—Espera, ¿Qué? —me tomó por sorpresa.
—Llámalo—repitió con dureza.
—¡Vete! —chillé.
—¿Cariño? —escuché la voz de mi madre desde abajo— ¿estás bien?
Entorné los ojos y me acerqué a la escalera.
—Sí, mamá. Ahora mismo bajo—grité y corrí a cerrar la puerta de la habitación.
—Si estás consciente que tu madre no durará mucho tiempo con esa vida ficticia, ¿verdad?
—¿De qué estás hablando? —sentí náuseas.
—Tu madre no pertenece a Agartha y, por ende, los métodos que usó él para "revivirla" solo será temporal. Ella volverá a morir en poco tiempo, Luna.
Aquello fue como si me hubiesen tirado agua helada a la cabeza.
—Mientes.
—Nunca.
—Llamaré al lunático si no te marchas, Dagan—balbuceé, retrocediendo mientras él caminaba hacia a mí.
—Sé que me amas y no lo harás—afirmó sin detenerse. Él estaba serio y muy seguro de sus palabras.
—¿Leíste mi mente? —le espeté, molesta. Demonios.
Entonces Dagan sonrió. Maldita sea. ¡Me delaté!
Ruborizándome a más no poder, quedé atrapada en la pared y usé el teléfono como escudo, pero él deslizó una de sus manos para quitármelo y con la otra acarició mi mejilla, estremeciéndome.
—Tu cuerpo dice a gritos que me amas, Luna.
—Cállate. Estoy hablando en serio, vete o en serio llamaré a ese sujeto.
—He venido por ti y no me iré sin ti—puntualizó y dando un paso más, terminó con la distancia entre nosotros.
—¿Quieres morir? —mascullé, presa de su escrutinio y cercanía.
—No, quiero besarte justo ahora.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro