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Episodio 15

Cubrí la boca de mi mejor amiga con las manos antes de que soltara un grito a través de la mascarilla tras escuchar a esos intraterrestres hablar de mí como si fuera una verdadera amenaza.

Nuestras respiraciones se aceleraron cuando ellos guardaron silencio.

—¿Escuchaste eso? —preguntó la fémina, agudizando los oídos.

—No escucho nada, ¿qué tal si fue tu imaginación? —se burló su acompañante.

—Como sea—eludió ella—vámonos. Hoy habrá nuevo entrenamiento para nuestros escuadrones. Seguiremos esta charla para después.

Observamos detenidamente la puerta por la que se marcharon antes de volver a respirar como Dios manda. Teníamos muy empañadas las mascarillas y el sudor frío se deslizaba desde nuestra frente hasta el cuello.

—¿A qué demonios se refirieron contigo, Luna? —su voz apagada por la mascarilla me estremeció— ¿por qué te ven como la mayor amenaza?

—Dagan los traicionó después de haberme conocido y piensan que yo tengo algo que ver—me encogí de hombros—y probablemente tengo la culpa porque dejé anotado en un papel lo que hice, con tal de salvarlo a él de la muerte inmediata.

—¿De qué hablas?

—Te lo contaré más tarde, ahora, sigamos.

Reanudamos la marcha en aquellos conductos de ventilación, procurando no hacer el menor ruido, puesto que, los habitantes de Agartha, parecían tener los sentidos muy desarrollados.

—¿Cuál es el plan exactamente? —siseó Brianna detrás de mí. Llevábamos cerca de treinta minutos ahí dentro, buscando una salida.

—Buscar a Dagan Elek.

—¿Y sabes dónde puede estar?

—Por lo visto, Siegrid, la enamorada de Dagan—bufé—logró salvarlo de la pena de muerte, porque de lo contrario, habría ido en mi búsqueda. Así que, quizá él se halle entrenando con los de su gremio.

—Dios, estoy aterrada, Luna. Si nos descubren, nos van a hacer polvo. Aquí nuestros derechos humanos no existen—murmuró.

Tiempo después, encontré una última rendija. Eché un vistazo y mordí mi labio inferior. Había oscuridad absoluta del otro lado. Pero al menos sin nadie a la vista.

—Saldremos. No te quites la mascarilla y cuida bien del tanque—le avisé a Brianna antes de abrir la rendija de un empujón.

Nos sacudimos el polvo y giramos sobre nuestros talones, escudriñando la estancia. Una bodega vacía, o similar a ella, ya que estábamos en un cubículo estrecho, oscuro y sin nada más consigo.

Brianna se movió en la habitación y una luz en el techo nos iluminó.

—Aún me cuesta creer que ya no estemos en casa—le oí decir.

—Agartha es parecida al mundo que conocemos, pero evolucionada y longeva—comenté.

—Oye, mira esto.

Volteé a verla y la vi mirando una pared con curiosidad. Me acerqué y divisé que había una fotografía colgada. Y a juzgar por la nitidez, era reciente.

—¿Acaso tienen cámaras, computadoras, internet y teléfonos? —Brianna se asombró ante la posibilidad. Me encogí de hombros y verifiqué más de cerca esa fotografía.

Por lógica, no se hicieron conocidos los rostros de aquellas «personas», hasta que mi mirada reparó en dos de ellos en particular.

La rubia cabellera de Siegrid Wiebke era la que sobresalía de todos ellos. Ella tenía una leve sonrisa y a su lado, estaba Dagan Elek, con el rostro inexpresivo, como el resto. Se notaba la incomodidad en su semblante y postura. Parpadeé. Y comprobé porque él estaba incómodo: Siegrid tenía su brazo entrelazado con el suyo con mucha posesividad.

La foto era para conmemorar a los nuevos Ripper's de Agartha.

—¿Dagan está ahí? —inquirió Brianna. Asentí— ¿quién es?

—Él.

Deslicé mi dedo sobre su rostro.

Sentí que aquellos ojos color zafiro me devolvían la mirada con tristeza.

—Vaya, ahora veo porqué quisiste venir cuanto antes—se burló— ¿y la rubia oxigenada que lo tiene apresado? ¿es la loca que está enamorada de él?

—Sí—carraspeé.

—Es bellísima, pero a leguas se nota que tiene problemas de inseguridad.

Sin embargo, en medio de nuestra conversación irónica, alcancé a escuchar voces afuera del cubículo y tragué saliva. Cogí a Brianna del codo y apagué la luz. Nos situamos en el rincón más oscuro con las rodillas pegadas al pecho, reteniendo la respiración.

—El Kafa perdonó a Siegrid gracias a que ella logró someter a esa humana y salvarte la vida. Tienes suerte. En otras circunstancias, te habrían lanzado al núcleo sin reparos—dijo alguien del otro lado de la pared. Se escuchó muy cerca, como si hubieran querido estar ahí a propósito.

El corazón me latía con fuerza dentro del pecho.

—Estoy eternamente agradecido con Siegrid por haberme salvado; pero no puedo perdonarla—replicó la otra voz. La cual era tan familiar e incluso dolorosa de escuchar—envió a esa chica de vuelta a la superficie sin permiso y ni si quiera sabe en qué punto del mundo exterior la hizo aparecer. Luna Powell, más que una humana cualquiera, es mi amiga.

Era Dagan. Mi Dagan Elek.

Brianna golpeó mis costillas de un codazo. No me moví.

—Dagan, tus palabras hacen creer que en serio el rumor de que te enamoraste de ella es verdad.

—Fulek, deja de decir estupideces—el tono áspero en su voz me lastimó—jamás me enamoraría de una humana. Va a en contra de nuestra naturaleza. Solo fui amable con ella y viceversa; además, ya no tengo permitido verla ni salir de Agartha hasta dentro de un siglo; de lo contrario, el Kafa terminará con mi vida con sus propias manos—resopló—y por eso, hasta Assan Darik, ese mezquino Hunter, renunció a su puesto por miedo de simpatizar con otros humanos y correr el mismo riesgo que yo.

—¿Eso quiere decir que ya la olvidaste?

Dagan tardó en responder.

—¿Cómo puedo olvidar a alguien que nunca tuve? —inquirió con desdén.

—¿Y aún sigues pensando en que debemos dejar a un lado a los humanos para salvar el mundo?

—Luna Powell me hizo cambiar de opinión para siempre; de eso debes estar seguro. Estaré en contra de los planes de genocidio hasta que me muera.

Hubo un lapso de silencio. Incluso Brianna estaba absorta en la conversación.

—Bien, supongo que puedo estar verdaderamente tranquilo de que no buscarás la manera de salvarla en cuanto liberen el virus.

—No tengo derecho de oponerme—añadió con fiereza—me adelantaré. Recuerda que ahora formo parte de los instructores para entrenar a los nuevos reclutas de Ripper's.

—Iremos juntos.

Se echaron a correr lejos del cubículo.

Dagan Elek por fin definió nuestro vínculo.

Para él no fui más que una criatura extraña con la que aprendió a valorar y sentir afecto hacia un mundo que también dependía del suyo.

Tuve ganas de llorar, pero, ¿por qué?

La traición a nuestra «amistad» no era un motivo suficiente y mi mejor amiga se percató del mar de emociones que estaba desatándose en mi interior.

—Luna, él no supo apreciarte y ahora lo está pagando caro, ¿no lo escuchaste? Lo vetaron de salir a buscarte y se resignó. Es un cobarde.

Sentí sus brazos rodeando mis hombros. Recargué la cabeza sobre el hueco de su cuello y suspiré.

—Ahora es una tarea menos—murmuré, decepcionada—solo importa confrontarlo y obligarlo a que nos devuelva ese virus que pronto lo liberarán.

Tomó tres minutos para que mis pensamientos se aclararan. Acomodé el tanque de oxígeno debajo del brazo y con cautela abrí la puerta.

Asomé la cabeza y miré de un lado a otro. No había nadie. Era un pasillo iluminado que llevaba a varias direcciones.

—Se parece al sitio científico de Maze Runner. Cuando los habitantes logran salir del laberinto y atraviesan pasillos escalofriantes y no saben a dónde dirigirse sin correr peligro—comentó Brianna.

Ignoré su paranoia y comencé a caminar en la misma dirección por donde Dagan Elek se fue.

No pasó mucho para encontrarnos con intraterrestres. Nos dimos la vuelta, ocultando el tanque con nuestros cuerpos y con el cabello, eludir la visión de la mascarilla. Ellos ni si quiera repararon en nosotras. Siguieron de largo.

Eché un vistazo hacia atrás y vi que tenían ropa de entrenamiento: pantalones holgados, una playera y guantes para ejercicio en las manos, todo de color negro. Eso explicaba por qué Dagan amaba ese tono.

Sacudí la cabeza y continué, con Brianna pisándome los talones y aferrada a mi mano.

Con certeza podía decir que ya no tenía idea de lo que debía hacer en ese momento.

La única salida era plantarle cara a Dagan o robar por cuenta propia ese virus, antes de que fuera demasiado tarde.

Recorrimos el lugar por diez minutos hasta que una enorme puerta corrediza de cristal oscuro en donde muchísimas voces hacían eco en el pasillo. Había una segunda puerta en donde estaba restringido el paso y corrimos a ella. No podíamos entrar por aquel sitio.

De cuclillas, nos quedamos frente a una pequeña abertura que daba al otro lado del recinto. Las voces se escucharon con más fuerza y nitidez.

Entorné los ojos al ver a decenas de niños pequeños. Quizá de 10 años más o menos, y todos estaban vestidos de negro con guantes en las manos; y con la mirada gélida. Ninguna sonrisa. Ningún gesto amigable.

—Es mi imaginación, ¿o esos pequeños parecen robots? —siseó Brianna, aturdida.

—Justamente así era Dagan cuando nos conocimos—musité—y por eso la rubia psicópata me odia. Dice que lo hice sonreír por primera vez en mucho tiempo.

—No veo al susodicho en ninguna parte—se inclinó hacia adelante con incertidumbre.

Y tenía razón. Dagan no estaba entre los instructores. Reconocí a los dos intraterrestres que encontramos en los conductos, los que estaban blasfemando de mí. Ambos charlaban con los brazos cruzados con una leve sonrisa fantasma en los labios. Y me pregunté cómo era realmente el mecanismo de emociones de esos seres tan parecidos a nosotros los humanos.

De repente, la voz de Dagan Elek surgió de manera gutural, capturando la atención de los niños y de los demás instructores.

De soslayo advertí su presencia hasta el frente, pero no podía verle bien el rostro, solo el perfil, puesto que se hallaba de espaldas a la puerta de cristal principal.

—Mi nombre es Dagan Elek y yo seré su instructor. Conmigo aprenderán el arte de pelea limpia—comenzó a decir—mi compañero Fulek Stradik será el encargado de monitorear su desempeño y comunicarme si alguno de ustedes no da la talla para enviarlos de vuelta a sus camas, quitándoles el derecho de postularse nuevamente para convertirse en Ripper's de élite—espetó señalando a su amigo, a quién no logré ver porque estaba más lejos de mi campo visual.

Vaya. La arrogancia y ego seguían intactos en la autoestima de Dagan.

—Y ellos, Kathleen y Zamulec Vitel, les asignarán misiones que deberán completar con éxito en el primer período de entrenamiento, ¿les quedó claro? —ladró. Señaló a la pareja idiota de ese rato; que, al parecer, eran hermanos. Hermanos chismosos.

—¡Sí! —gritaron los niños al unísono sin mover un músculo, solo la boca.

—Ahora, agrúpense en equipo de cinco, rápido—aplaudió y el filo iracundo de su voz se incrementó.

—Luna, ¿vamos a estar agazapadas aquí hasta que termine el estúpido entrenamiento de estos tontos? —susurró Brianna, impaciente.

—Necesitamos confrontar a Dagan. No podemos perderlo de vista.

El entrenamiento dio inicio.

Fue aburrido de cierta manera porque fue más teórico que practico. Les enseñaron las técnicas de lucha y varias cosas aburridas.

Tenía muchísimo sueño y Brianna también. Nos recargamos en la ventana con la finalidad de no perder el equilibrio y sin mencionar el hambre extremo. Nuestros estómagos gruñían, pero no era importante. Necesitábamos concentrarnos en el objetivo.

—¡Eso es todo!

El grito de Dagan nos desconcertó. Abrimos los ojos con horror.

Nos miramos entre sí y bostezamos. Nos quedamos dormidas de pie, sobre la ventana, que vergüenza.

—¿Dónde está Dagan? —barrí el enorme espacio que estaba quedándose vacío con rapidez y no lo vi por ningún lado.

—¡Hay otra puerta! —señaló Brianna— ¡Ahí!

Vislumbré la parte trasera de Dagan desaparecer junto con los otros instructores por la otra puerta.

Maldita sea.

Aguardamos a que se vaciara cuando salimos del escondite y entramos por la puerta corrediza de cristal oscuro.

Trotamos hacia el otro extremo y abrimos, pero no contábamos con que habría niños ahí. Volvimos a cerrar bruscamente y nos escondimos detrás de unos anaqueles al percibir a alguien con la intención de regresar al área de entrenamiento.

—Olvidé mis guantes, ahora te alcanzo—di un respingo al escuchar una voz masculina. Era el amigo de Dagan, el tal Fulek.

No respiré y Brianna cerró los ojos, aterrorizada. Si el sujeto volteaba a ver a su derecha, íbamos a estar perdidas. Recogió sus guantes negros del suelo y viró sobre la izquierda, hacia la puerta.

El «chico» era de tez muy blanca, cabello lacio y corto color arena, con algunas ondas al frente, con un físico increíble, al igual que Dagan, pero con menos músculo; de la misma altura y con unos ojos oscuros impactantes, casi irreales. Demonios. Era bellísimo. Sin embargo, sus rasgos eran levemente asiáticos; pero no estaba segura.

Y era obvio. Todo aquel que fuera de Agartha tenía que ser perfecto.

—¿Por qué tardas tanto? —Dagan hizo acto de presencia, tomándome desprevenida. Brianna aferró su mano a la mía con fuerza.

—Percibo dos aromas peculiares que antes no noté—contestó Fulek. Desvió la mirada de Dagan hacia el techo y cerró los ojos, aspirando hondo—¿no lo sientes?

—Yo no tengo el olfato desarrollado como tú—carraspeó Dagan—mis habilidades son diferentes a las tuyas.

Fulek abrió los ojos repentinamente y me encogí.

Dagan ladeó la cabeza. Añoraba verlo hacer ese gesto de perplejidad.

—Maldita sea, Dagan, ¿no lo sientes? —insistió, caminando lentamente por la estancia, acercándose peligrosamente a nosotras, pero mirando al techo con las aletas de su nariz muy abiertas, inhalando el aire tóxico con regocijo.

—No, ¿Qué hueles? —se cruzó de brazos.

—No estoy seguro, pero uno de los aromas que percibo, es idéntico al olor que traías cuando volviste—replicó con fiereza.

—¿A qué te refieres? —titubeó Dagan, mostrando tensión en sus movimientos.

—Olor a humano.

Pero Dagan se acercó a su amigo y le palmeó el hombro.

—Tal vez es por mi ropa, ya sabes que quedó impregnada de olor a humano—se excusó. Estaba nervioso, como si supiera que yo estaba ahí—y al hacer ejercicio, las esferas restantes de olor se rompieron.

—No lo sé, es extraño; ¿y qué me dices del otro aroma?

—Tuve contacto con muchos humanos, Fulek—gruñó—larguémonos ya, muero de hambre.

Dagan cogió de su amigo del brazo y tiró de él hacia la puerta. Ninguno de los dos miró hacia la derecha. Por suerte.

Brianna se dejó caer hacia adelante. Tosió y se agarró el cuello con desesperación. Al principio pensé que se trataba por los nervios del momento, pero luego llegué a la conclusión de que era por el tanque de oxígeno. Verifiqué el aparato y me horroricé. Estaba terminándose el oxígeno. Ella había hallado uno casi vacío.

La desesperación se apoderó de mí.

—Estoy bien—balbuceó ella.

—Claro que no. Voy a compartirte el mío—con manos temblorosas, comencé a quitarme la mascarilla y unas manos detuvieron la acción justo a tiempo.

Brianna entornó los ojos hacia algo o alguien detrás de mí.

Mi amiga tenía las manos sobre su pecho, lo cual era imposible que estuvieran sobre la mascarilla que yo tenía en el rostro.

—Podrá resistir un poco más, levántate—susurraron en mi oreja.

La arrogancia en la voz de Dagan fue como una daga.

Salté del susto, incapaz de creer que en serio estábamos juntos en Agartha.

Incorporándome, él ayudó a Brianna y luego me regaló una fría mirada. Era como si volviéramos a estar al principio de nuestra amistad cuando Dagan era un completo imbécil.

Afianzó su mano a la mía y agarré también a Brianna.

—No debiste volver y mucho menos con pelos de césped—espetó con amargura, llevándonos por la puerta en la que los demás se fueron, dejando atrás la de cristal oscuro.

Brianna frunció el ceño mientras lo escuchaba. Se estaba poniendo muy pálida.

Él verificó cada paso, cada esquina y cada largo tramo de los pasillos antes de hacernos correr.

Pero Brianna soltó el agarre y cayó de rodillas sin dejar de toser.

—Maldita sea—farfulló Dagan, tomándola entre sus brazos—sígueme el paso, Luna. No te alejes de mí.

Por alguna razón, él sabía perfectamente por donde ir sin que nadie más nos interceptara en el camino. Quería agradecérselo, pero la vida de Brianna era más importante. Cuando finalmente salimos al exterior, esperaba sentir la luminosidad del cielo como aquella vez, pero era de «noche» y no había estrellas y mucho menos luna. Los edificios estaban iluminados y los coches extraños pasaban a una velocidad moderada.

—Por aquí—me llamó.

Corrí tras él, abrazando con fuerza el tanque. Brianna llevaba el suyo sobre su estómago.

Se detuvo frente a un vehículo pequeño y volteó a verme.

—Abre la puerta de atrás.

Obedecí.

Deslizó a Brianna al interior y rodeó el coche. Abrí la puerta del copiloto y entré.

Por dentro, era para nada parecido a un vehículo terrestre. No había volante ni palanca y mucho menos pedales. Eran asientos similares a los que hay en los cines y en donde debería ir el tablero y volante, había una pantalla con un enorme mapa digital, que probablemente era de Agartha.

—A casa—dijo Dagan a la pantalla y el vehículo se puso en marcha por sí solo.

Miré por la ventana la maravillosa ciudad subterránea con asombro. Si tan solo pudiera respirar el aire de ahí, habría bajado el cristal para sentir la libertad en los poros.

Al cabo de un rato de travesía, sentí la mirada de Dagan. Parecía nuevamente el mismo de antes: frío y amenazador. Esperé a que hablara primero.

No lo hizo. Y en cambio, sus ojos quemaban mi piel con más intensidad, acorralándome.

—¿Tienes otro tanque de oxígeno terrestre para Brianna? —pregunté, desviando cualquier tema comprometedor. Y tampoco le di el placer de voltear a verlo porque sabía que no iba a poder contra él.

—¿Por qué estás aquí? —repitió. La irascibilidad en sus palabras aumentó.

Temía que, si le devolvía la mirada, terminaría muy afectada mentalmente. Mantuve mi postura un poco más.

Alisé las arrugas de mis pantalones para tener algo con qué distraerme sin la necesidad de verlo a la cara.

—En las noticias comentaron acerca de un nuevo virus que está enfermando a las personas de la zona rural del país—comencé a decir—y no podía estar tranquila sabiendo que ustedes podrían ser los culpables. Creí que el virus que Wyatt robó de la NASA por fin había sido liberado—mordí el interior de las mejillas, con los ojos fijos en mi regazo.

Dagan no replicó al instante. El silencio fue abrumador y fúnebre durante un largo rato.

—La liberación del virus aún está puesto en disputa. El Kafa todavía no decide si hacerlo pronto o esperar más tiempo.

—¿Quién es el Kafa? Siegrid se refiere a él como el presidente de Agartha y tú como un jefe.

—Él es quién decide lo que es mejor en el submundo—repuso—y también es el único que puede ordenar tu glorificación o perdición. Y, por ende, nadie más puede elegir en su nombre los asuntos que impliquen la vida de nosotros.

—El Kafa fue a verme el día que me apresaron—aventuré a mirarlo luego de hablar. Dagan jamás despegó sus ojos de mi persona y parpadeó, sin ninguna expresión—ya no pude saber lo que iba a hacer conmigo porque tu «amiga» Siegrid me ayudó a escapar.

Dagan puso los ojos en blanco.

—Siegrid no te ayudó a huir, Luna; simplemente quería mantenerme a salvo a mí—bufó—ella jamás te habría obligado a escribir esa estúpida nota si en serio hubiera querido ayudarte.

—No me sorprende. La rubia siente una aparente rabia y odio hacia a mí sin ninguna justificación—me encogí de hombros.

Él se pasó una mano por el cabello.

—Tiene la extraña idea de que me atraes muchísimo. Una locura.

—Lo sé, es una locura—me vi obligada a sonreír mientras por dentro quería llorar. Patético.

—En cambio, yo te atraigo a tal punto de que eres capaz de bajar a buscarme, aunque tu vida corra peligro—afirmó con voz suave y sacudió la cabeza.

Ruborizada, no dije nada.

—Sé que te hice pensar que la atracción era mutua y te pido disculpas, Luna—hizo una pausa para pensar más en sus palabras y no herirme más—no debía involucrarme de esa manera contigo. Pensé que la relación que formamos sería de amistad. Debí parar cuando noté que algo andaba mal.

—Sí, debiste parar—musité. La voz me salió quebrada.

Maldición. Parpadeé para alejar posibles lágrimas.

Estaba siendo rechazada por primera vez en mi vida por alguien que ni si quiera era humano. Fantástico.

—Pero no quise hacerlo.

Por el rabillo del ojo, vislumbré que se había inclinado hacia a mí.

—¿Por qué no? —murmuré, inmóvil ante su repentina cercanía.

De pronto, sentí sus dedos cálidos recorrer mi mejilla izquierda con ternura y luego apartarse de la misma manera, dejándome con ganas de más.

Aquella caricia dejó ardiendo mi piel.

Cruzamos miradas instintivamente. Ambos sorprendidos por esa intimidad y silencioso gesto cómplice.

Entonces el coche paró en seco.

Cortamos el contacto visual abruptamente. Él descendió del vehículo y lo imité. Cargó a Brianna y se acercó corriendo a una enorme edificación de cristales de tres plantas. Boquiabierta, caminé sin ver el camino y tropecé. Pero Dagan evitó mi caída con éxito, pero haciendo que Brianna gimiera por el movimiento brusco. La había colocado sobre su hombro.

—Ten cuidado—me reprendió, molesto y acomodó la mascarilla de mi cara.

Los árboles y plantas que rodeaban la residencia eran peculiares. Vagamente tuve el recuerdo de haber visto esa clase de flora en un libro de historia, en donde explicaban el tipo de árboles y plantas que existieron en la prehistoria, pero no quise quedarme afuera a averiguarlo.

Presionando un botón en la pared, la puerta de cristal se deslizó hacia un costado, dándonos acceso al interior.

Las luces se encendieron al pisar una suave alfombra y escudriñé a mi alrededor. Todo se miraba desde dentro. La casa de Dagan era elegante y parecía ser un cubo de cristal. Sorprendentemente sin privacidad. Los demás podrían fácilmente verlo en cualquier área de la vivienda sin miramientos. Por un segundo me sentí expuesta.

—Los cristales son como espejos por la parte de afuera—explicó Dagan detrás de mí. Había colocado a Brianna sobre un enorme sofá y él estaba manipulando unos botones, junto una pintura de óleo en la pared con el rostro serio—no pueden vernos. Es un efecto muy bueno si quieres vivir en casas así. Mis padres pensaron bien en la estructura, así que no te preocupes—dijo, mirándome fugazmente antes de seguir trabajando en aquellos botones raros—bien, en diez minutos podrás quitarte la mascarilla y Brianna podrá respirar con normalidad.

—¿A qué te refieres? —fruncí el ceño, perpleja.

Y como si la propia casa quisiera darme la respuesta, se escucharon claramente el movimiento de las ventanas y puertas, tanto arriba y abajo, que se cerraban. Los conductos de aire empezaron a soltar un extraño aire a nuestro alrededor.

—Aparte de que mis padres hacían trabajos de campo y eran los mejores investigadores de Agartha, también les encantaba experimentar y crear inventos muy avanzados para uso personal—dijo, como si eso respondiera a mis dudas. Se quitó los guantes negros y luego se deslizó la playera negra por encima de la cabeza, dejándome estupefacta. Su torneado cuerpo saltó a la vista y tuve mirar mis pies—ellos perfeccionaron un sistema de filtración.

—¿Filtración? —al diablo con el cuerpo ardiente de Dagan. Necesitaba mirarlo para comprender sobre que hablaba. Y para ese momento, él ya se había despojado de los tenis y calcetas.

—Sí. Hallaron la manera de filtrar el aire de Agartha y hacerlo respirable para los terrestres—continuó, rascándose el cuello con incomodidad—no sé si esperaban tener alguna vez a un ser humano de visita, pero lo dejaron puesto en casa. Aún guardo muchos otros inventos y secretos de mis padres en alguna parte, pero hasta hace unos días decidí probar si servía en serio el filtro porque tenía la corazonada de que vendrías.

Mordisqueé mi pulgar con ansiedad.

—Muchas gracias—fue todo lo que dije.

—Eso sí, no podemos abrir ninguna ventana o puerta porque si una sola hendidura que tenga contacto con el oxígeno de Agartha, las matará—indicó. Se echó la playera al hombro y bostezó—iré a darme un baño. En cinco minutos podrás quitarte la mascarilla y ayudar a pelos de césped.

Dicho eso, abandonó la sala y quedé a solas con Brianna.

Ella, pese a que le costaba respirar, no se desmayó y sonrió a través de la mascarilla. Maldita sea.

—¿Escuchaste todo? —sisé.

Asintió, sin dejar de sonreír.

—¿Incluso en el vehículo?

Volvió a asentir, jubilosa.

Resoplé, llevándome la palma a la frente con fuerza.

Le di la espalda y caminé hacia una de las paredes de cristal con la intención de empaparme de las maravillas de aquel sitio. No parecía creíble estar en una ciudad subterránea, miles y miles de kilómetros por debajo de las verdaderas ciudades terrestres.

—Lamento no haberte creído, Luna—dijo Brianna detrás de mí. Ya no tenía la mascarilla, por lo que el aire ya era respirable.

Me quité la mascarilla y cerré el tanque de oxígeno para no desperdiciarlo.

Tuve que abrazarme a mí misma para permanecer con la seguridad y estabilidad emocional intacta.

—Si me lo preguntas, ese chico siente lo mismo por ti, pero se niega a aceptarlo—susurró con una sonrisa.

—También pensaba eso, pero me equivoqué. Es un sentimiento unilateral. Yo sola hice ilusiones sobre lo que podría pasar entre los dos y me di contra la pared—suspiré—pero no es lo importante en este momento. Ahora debemos pensar en la manera de recuperar ese virus y enviarlo de vuelta a la NASA, de donde no debió salir.

—También son importantes tus sentimientos—gruñó.

—No, es más importante salvar a los nuestros—le contradije.

—¡Al diablo el mundo! Piensa primero en ti y después los demás.

—¿Acaso te has vuelto loca? —espeté—no puedo forzar a Dagan ni a nadie a corresponder mis sentimientos; además, dudo mucho que en serio me guste o esté enamorada de él. Es pasajero—quise convencerla, así como yo misma trataba de convencerme.

—Solo porque no recuerdo nada de mi primer encuentro con Dagan Elek, lo enfrentaría.

Una tos extremadamente falsa nos sobresaltó. Detrás de nosotras estaba Dagan recién duchado con ropa de dormir, que consistía de un pants corto color azul rey que le llegaba a la pantorrilla y una playera manga larga con cuadros negros y azules. Andaba descalzo y su cabello goteaba tenuemente. En su cuello tenía una toalla pequeña.

—¿Quieren comer algo? —preguntó secamente.

Brianna fue la primera en reaccionar. Creo que ella estaba mejor con la mascarilla puesta, porque al menos así podría estar quieta y en silencio.

—Devuélveme mis recuerdos—le ordenó.

—¿Quieres comer algo? —Dagan la ignoró y me miró.

Asentí. Y con un gesto en la cabeza, indicó que lo siguiera.

—¡No me ignores, alienígena!

Negué con la cabeza mientras seguíamos a Dagan hasta la cocina.

Él actuó como si solo estuviéramos nosotros dos, dejando que Brianna parloteara a sus anchas.

—Bien, toma tus tontos recuerdos—dijo Dagan deliberadamente y extendió la mano hacia la frente de ella, asustándola. Y le dio un golpe, haciéndola trastabillar hacia atrás.

—¿Estás bien? —la estabilicé con mis manos sobre sus hombros.

Parpadeó, confundida. Y cuando sus ojos se postraron en Dagan, lo miró con más desprecio.

—Tú, maldito roba perros—siseó, señalándolo con el dedo.

Por un segundo, percibí el fantasma de una sonrisa en los labios de Dagan, pero fue muy rápido.

—Ya veo que recuerdas todo—añadió él, alzando las cejas. Brianna gruñó—ahora déjame preparar algo de comer, pelos de césped.

Mantuve a Brianna sentada en una silla, cerca de la isla de la cocina. Ella deseaba patearle el trasero a Dagan con más ganas. Y me pregunté si había sido buena idea que recuperara sus recuerdos, ya que todos eran mezquinos y llenos de desprecios entre ellos.

Finalmente, Dagan nos alimentó con hamburguesas y soda.

—Espera, ¿aquí, en el quinto infierno, hay esta clase de comida? —inquirió mi mejor amiga, asombrada. Yo también lo estaba, pero no pregunté al respecto.

—Si no quieres comerla, la tiraré a la basura—espetó él, fastidiado.

—Dagan—dije, él resopló.

—Aprendí a prepararlas. Cuando estuve en Desert Hot Springs se volvió mi delirio, eso es todo—añadió, haciendo una mueca hacia Brianna.

—¿Y ya le otorgaste el placer de probar este manjar a esa rubita que te lame los pies y te considera un dios griego? —siseó Brianna con veneno.

Entorné los ojos, horrorizada. Dios.

—Basta, Brianna—golpeé la isla de la cocina con el puño.

—No, déjala que despotrique más—Dagan sonrió con malicia, sin dejar de verla—quiero ver hasta dónde puede llegar la estupidez humana personificada en un solo individuo.

Mi mejor amiga hizo a un lado el plato a medio comer para inclinarse hacia Dagan, quién estaba frente a ella. Él estaba a mi lado. Y la mirada de Brianna anunció una tormenta de problemas que no podría parar si la dejaba continuar.

—¿Por qué actúas como un imbécil? —Brianna le dio el primer golpe bajo, haciendo que él apretara las mandíbulas y estrechara los ojos—sin necesidad de recuperar los recuerdos, sabía que sentías lo mismo por Luna, pero ahora que tengo nuevamente todo dentro de mi mente, es más fácil discernir que eres un completo idiota. Satisfaces a esa rubia tonta y niegas lo que sientes por mi amiga, y lo peor: que ni si quiera tomas en serio a esa tal Ingrid.

—Siegrid—la corrigió él, con los ojos en llamas.

—Como sea. Sabes bien de qué hablo.

—Lo que haga o deje de hacer, no es de tu incumbencia—sentenció Dagan. Estaba poniéndose ligeramente rojo del cuello, señal de que estaba controlándose lo suficiente.

—Oh, desde luego que sí—Brianna lo tomó de la muñeca y aunque él quiso liberarse, ella no cedió—sé un hombre, te diría humano, pero no lo eres, así que hazle fe a tu género masculino y acepta tus sentimientos.

Cubrí mi rostro con la mano y recargué el codo sobre la isla de la cocina, virando la cabeza en dirección opuesta a él, deseando desaparecer. No quería ver el rostro de Dagan.

—Si tienes bien puestos los...

—¡Brianna! —chillé, enfadada.

Retiré la silla y negué con la cabeza. Regresé a la sala para no tener que escucharlos pelear.

Le agradecía a Brianna por preocuparse por mí, pero lamentablemente no sabía usar las palabras correctas para hablar con Dagan y tampoco él daba el brazo a torcer. Eran iguales de tercos y obstinados.

No tuve más remedio que recostarme el sofá más grande con el brazo cubriéndome los ojos.

Ya no escuchaba sus voces. El silencio era tan relajante.

Quizá por la adrenalina y el cansancio que obligué a mi cuerpo pasar para llegar hasta Agartha, hizo que quedara dormida de manera eficaz. No tuve dificultad alguna para dejarme abrazar por la tranquilidad de aquel sitio. No había los típicos sonidos irritantes de la calle o de los coches molestando la calma con el rugir de sus motores.

Abrí un poco los ojos y noté que estaba oscuro. Obligué a mi cuerpo despertar por completo para ver en donde estaba. Era obvio que la sala ya no formaba parte de mi siesta.

Estaba en una habitación con paredes lógicamente de cristal, pero no había luz.

Deslicé una mano en busca de Brianna y toqué su brazo, el cual estaba ligeramente más grueso y con una manga larga...

Entorné los ojos y miré hacia «ella».

Dagan Elek estaba durmiendo en la misma cama que yo con la cara al techo. Su respiración era lenta y tranquila, señal de que no despertaría pronto.

Toqué mi ropa, percatándome que ya no llevaba la misma, sino una más cómoda y enorme, quizá de él.

Demonios.

Estaba segura que Brianna se había encargado de cambiarme la ropa mientras dormía, así que deslicé el cuerpo fuera de la cama y eché un vistazo a través de la ventana de cristal que llegaba desde el suelo al techo.

Estábamos en el tercer piso.

Coloqué la palma de mi mano sobre la superficie fría del cristal y con mi aliento se empañó.

Echaba de menos mi hogar, pero también sentía una inmensa tranquilidad ahí, era raro, ¿no? Más que por salvar la vida humana, era el regocijo de hallarme otra vez con el primer chico que me gustaba, provocando que mi corazón vibrara de emoción.

—Sueño ligero, eh.

La voz de Dagan sonó más gruesa y varonil a causa del sueño.

Lo miré levantarse a través del rabillo del ojo y acercarse prudentemente a donde yo estaba.

—¿Cómo puede ser posible que amanezca y anochezca aquí? —pregunté, mirando el cielo sin estrellas ni luna.

—Es un mecanismo que copiamos de arriba. Todo es ficticio—respondió con suavidad—el cielo «nocturno» es el real. Así es siempre, pero decidimos tener un día, usando el horario humano.

—¿Qué hay de los vehículos y edificios, similares a las ciudades terrestres? —sonreí a medias; ignorando el hecho de que la distancia que nos separaba era nuestros hombros rozándose entre sí.

Él colocó el antebrazo sobre el cristal mientras volteaba a verme.

Reuní el valor y le devolví la mirada.

—Nadie quiere aceptar que su mayor sueño es ser humano y llevar una vida ordinaria—contestó segundos después.

Asentí, sin saber por qué.

—Desde este ángulo podemos ver el amanecer Agarthiano—vaciló, yendo a la cama por almohadas.

—Me parece una buena idea—sonreí—¿cómo prefieres que los llame «Intraterrestres» o «Agarthianos»?

Dagan depositó dos almohadas en el suelo y nos sentamos sobre ellas.

—Preferiría que usaras el segundo término.

—Bien, entonces serán Agarthianos—asentí.

Estuvimos en silencio, admirando el cielo oscuro de Agartha. Los edificios tenían una que otra luz encendida y todo estaba desértico. Otra diferencia con el mundo terrestre, ya que siempre había coches en la madrugada, personas ebrias y muchísimo ruido.

—Faltan quince minutos para el amanecer—le oí decir.

Aguardamos nuevamente. Poco a poco, en la lejanía, un halo de luz emergió, proyectándose hasta el centro del cielo oscuro con rapidez. Era un espectáculo asombroso.

—Humanamente hablando, son las seis de la mañana.

—Es admirable lo que han logrado hacer aquí, Dagan.

—Pocos son los que logran conocer el cielo real y desean no regresar, pero es imposible desertar—dijo—puesto que somos de Agartha y desear vivir entre los humanos es como un acto atroz hacia la comunidad.

—¿Quieres decir que, si tuvieras la intención de abandonar Agartha, te harían daño?

De solo pensarlo, se me erizó la piel.

—En efecto. Me desterrarían, lanzándome al núcleo, así sin más—se encogió de hombros, como si aquello fuera normal.

—¿No existen los derechos aquí? ¿No se rigen por una ley o constitución?

—No. Solo el Kafa tiene la última palabra y de no ser por la ayuda e intervención de Siegrid, ahora mismo estaría muerto—suspiró—por ayudarte, casi me cuesta la vida.

A pesar de que parecía estar culpándome, el tono de sus palabras decía lo contrario.

Esperé a que continuara y acomodé mi cabello detrás de las orejas, cohibida con su mirada.

—Y volvería a hacerlo sin dudarlo, Lu. Te ayudaría a salir ilesa de aquí, aunque luego me lanzaran al núcleo por traición—sonrió ampliamente, regresando a ser el Dagan del que me enamoré locamente y que Siegrid deseaba tener.

Humedecí los labios, con la mente en blanco.

—Van a tener que estar aquí por unos días más—añadió rápidamente y destrozando aquel íntimo momento—en lo que encuentro el tiempo suficiente para llevarlas a la superficie. El nuevo entrenamiento Ripper acaba de iniciar y no puedo faltar a ninguna clase porque soy el principal instructor.

—Escuché que te vetaron como Ripper de élite y ya no podrás ascender a ninguna misión.

—Sí, pero estoy bien con mi nuevo nombramiento. Mi mente está distraída y ya no tendré que hablar con Siegrid; a menos que sea de gran importancia.

—Quisiera que me contaras más de ella, claro, si tú quieres—dije, como quien no quiere la cosa.

Dagan rio.

—Nuestra relación es como la de Brianna contigo. Es como mi hermana.

—Pero ella no te quiere al igual que a un hermano.

—Por supuesto que lo sé. A pesar de la distancia que he puesto, ella no lo entiende y yo ya no tengo la culpa de nada. Siegrid se lastima a sí misma al no darse cuenta de que jamás estaremos juntos—chasqueó la lengua.

—¿Por qué no? Ella es hermosa—quise saber. Él frunció el ceño, mirándome—es curiosidad.

—No me gusta, así de simple. No existe química ni compatibilidad entre los dos—resopló.

—¿Y cómo estás tan seguro que ella sola se lastima? ¿Qué tal si en algún punto de su amistad le regalaste esperanzas sin darte cuenta? —puntualicé y tragué saliva—así como ocurrió conmigo.

—Estás equivocada.

—¿Por qué piensas que lo estoy?

Dagan, en vez de contestar, se incorporó y lanzó la almohada de vuelta a la cama.

—¿Tienes hambre? Puedo cocinarte cualquier cosa que me pidas—evadió el tema.

Y como yo estaba cansada de sus cambios bruscos de humor, solo asentí. Él me ayudó a levantarme.

Hasta ese instante, vi que llevaba puesta ropa similar a Dagan, solo que en color gris.

Más tarde, luego de acicalarnos en los baños, Brianna y yo nos reunimos en la sala, escuchando a Dagan cocinar en la cocina. Mantuve la boca cerrada, ya que seguía molesta con ella por haber comenzado a pelear de esa manera la noche anterior, haciéndome quedar en ridículo.

—Luna, ¡perdóname! No lo haré otra vez—hizo pucheros, rogándome en el sofá. Ella también estaba vestida con ropa similar a Dagan, pero en color blanco.

—De acuerdo, promételo—la miré con severidad. Ella asintió.

—Lo prometo.

El desayuno fue silencioso. Quizá Brianna ya no peleó verbalmente, pero sus ojos en llamas demostraron lo contrario; y Dagan no se quedó atrás. Creo que fue peor la pelea visual que verbal.

Cuando terminamos, ayudé a lavar los trastes mientras Brianna molestaba a Dagan en la sala.

—Si tan solo tuvieran una TV, serían casi tan perfectos como nosotros.

—Aquí no nos llenamos el cerebro de basura—contraatacó él, fatigado—mejor lee un libro, tengo muchos en la estantería que está en el segundo piso. Ve.

Escuché los pasos de ella subir los peldaños de metal.

En eso, la voz del amigo de Dagan sonó a través de los cristales. Dejé los trastes a medio lavar para reunirme con él en la sala.

Pero Dagan corrió hasta mí rápidamente, respirando agitadamente.

—Llévate a Brianna a mi habitación y cierren con pestillo. Por ningún motivo salgan, ¿de acuerdo? —me empujó hacia la escalera—si mi amigo percibe sus aromas, estarán perdidas. ¡Corre!

Subí hecha una loca, tomé a Brianna del brazo y tiré de ella al tercer piso. Nos metimos en la recámara de él, cerrando bruscamente la puerta con el seguro.

—¿Qué pasa? ¿Por qué se escuchó una voz? —preguntó ella.

—Es el amigo de Dagan—palidecí.

—¿El chico bonito que casi nos descubre ayer? —entornó sus ojos azules con horror.

—Sí, pero no hables. Podría oírnos—nos sentamos en la cama con los nervios a flor de piel. Cualquier sonido podría ser perjudicial, más teniendo en cuenta que ese chico contaba con los sentidos muy desarrollados.

—¡Hey, Fulek! ¡Regresa! —gritó Dagan desde abajo, pero a juzgar por su voz desesperada y varios pasos en la escalera, su amigo nos estaba localizando.

—¡Percibo con mayor potencia esos dos aromas! —gruñó Fulek, justo del otro lado de la puerta de la habitación donde estábamos Brianna y yo agazapadas. 

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