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Episodio 14

Fue como si el tiempo se hubiera detenido.

Ver a Dagan abrazando a otra chica con una inmensidad de afecto provocó una decepcionante sensación de derrota en mi interior. Esa chica tal vez era su pareja en Agartha, a la cual tenía que corresponder sin miramientos.

Di un paso hacia atrás, pero colisioné con una superficie suave y fuerte al mismo tiempo. Volví el rostro por encima del hombro para ver contra quién había chocado y palidecí.

En un intento de correr, Assan Darik optó por sujetarme del brazo con rudeza. El rubio irlandés tenía la cara pétrea. Sus fríos ojos color aqua destilaban aberración y ni si quiera parpadeó cuando nuestras miradas se cruzaron. Parecía un témpano de hielo.

—No puede ser, ¡Tú también perteneces a Agartha! —grité, queriendo liberarme de su agarre.

Dagan volteó a vernos inmediatamente y empujó a la chica con los ojos en llamas en dirección a Assan.

—¡Suéltala! —vociferó. Y tras caminar hacia nosotros, la fémina lo detuvo del brazo.

—Cariño, ¿Qué crees que haces? —masculló, irritada. Me miró con desprecio por un segundo antes de posar la vista en Dagan.

Él vaciló.

—No puedo dejar que la toquen—suavizó su voz al dirigirse a ella—Luna no tiene la culpa de nada.

—Assan es el Hunter que me asignaron para poder ascender a verte y ha estado frecuentándose con esa humana—añadió la rubia y sentí como si me hubieran lanzado un balde de agua fría a la cabeza, ya que había pensado que ese irlandés en serio podría haber llegado a ser un amigo de fiar.

—¿Ahora ves cómo se comporta con tal proteger a la sucia humana, Siegrid? —Wyatt metió cizaña con euforia.

—Libérame, imbécil—le espeté a Assan—me largaré a casa, pero déjame ir.

—Me agradas, Luna Powell, pero es mi trabajo. Lo siento—le oí decir a Assan cerca de mi oreja. Sus palabras sonaron muy falsas. Y apretó su agarre, haciéndome gemir de dolor. Estaba segura que sus dedos quedarían marcados sobre mi piel.

Sorpresivamente, Dagan corrió hasta mí y empujó con tal fuerza a Assan, que este salió volando varios metros atrás, liberándome.

Mi cuerpo temblaba y no quería continuar ahí. Aquella no era mi pelea.

Los brazos de Dagan me rodearon los hombros con aire protector y lo escuché gruñir.

—¿Por qué la estás abrazando? —siseó la chica con repugnancia.

—¿Acaso no ves que la estaba lastimando? —increpó Dagan sin soltarme y luego miró a Wyatt—si quieres liberar el virus, hazlo. Pero yo llevaré a Luna a Agartha a apelar un juicio para que ella viva con nosotros y no muera a causa de este genocidio.

Aquello sí que era una completa locura, pero decidí guardar silencio. Detrás de nosotros, vi a Assan acercarse con la mano frotando la parte inferior de su cabeza con una mueca de fastidio.

—Es el colmo, Dagan. Has perdido totalmente la razón—dijo Siegrid, acomodándose el cabello detrás de las orejas—vamos a hacer un trato, ¿bien?

—¿Qué trato? —preguntó Dagan con desconfianza. La tensión en su cuerpo podía sentirlo.

—No vamos a liberar el virus y a cambio, regresaremos todos juntos a Agartha para que el Kafa se haga cargo de la última decisión—planteó Siegrid, mirando de reojo a Wyatt y luego a Assan.

—Está mintiendo—murmuré, presa del pánico.

—Lo sé—respondió entre dientes.

—¿Qué tanto cuchichean? —la manera en la que esa chica se dirigía a Dagan era muy exigente.

—No puedo confiar en ustedes—arribó Dagan.

—Tampoco nosotros en ti—añadió Assan.

—Ahora ya se dieron cuenta que Dagan Elek, uno de los mejores Ripper's, decidió darle la espalda a los de su especie con tal de proteger a una débil humana—aguijoneó Wyatt.

—Prefiero quedarme con ella y proteger el mundo de manera pacífica a crear un genocidio—carraspeó Dagan con rabia.

—Tú no dijiste eso—le tembló la voz a Siegrid—Dagan, por favor, recapacita. Juramos estar juntos, ¿lo olvidas? Formar una familia.

Cerré los ojos ante sus palabras, temerosa de la respuesta de Dagan.

—Siegrid, siempre te dejé en claro que no estaba interesado en ti—contestó él y abrí los ojos para verlo de soslayo—somos mejores amigos, nada más. Nunca te di pie a que pensaras eso, lo lamento

—¿Entonces la eliges a ella? —se tragó las lágrimas— ¿eliges a una asquerosa humana que conoces de poco tiempo?

Dagan apretó las mandíbulas.

—Elijo una nueva oportunidad para los humanos.

No obstante, Dagan afianzó su mano a la mía y le dio una patada a Assan en el estómago y echamos a correr por el pasillo sin detenernos. Detrás de nosotros, Siegrid gritó con todas sus fuerzas, haciendo un eco doloroso en las paredes.

—¡Cúbrete las orejas! —exclamó y obedecí.

El grito se hizo más fuerte y gutural, que hizo vibrar el suelo, impidiendo que corriéramos con normalidad.

Un dolor punzante se alojó enseguida detrás de mis ojos. Paré en seco, incapaz de soportarlo por más tiempo.

—¡Me duele! —gemí y caí de rodillas. Era como si alguien estuviera oprimiéndome la cabeza y golpeando al mismo tiempo los sentidos.

—¡Basta, Siegrid! —le gritó Dagan con furia—haré lo que me pidas, pero deja de hacerle daño.

Escuché los pasos de los demás al apiñarse en torno a nosotros.

Y lo siguiente que sentí fue un dolor más intenso en la base del cuello que me hizo perder el conocimiento a la fuerza.

—¡Luna...!

La voz de Dagan se perdió en la lejanía de la inconsciencia.

Dolía. El pecho y el resto del cuerpo me dolía.

Quise moverme, hablar, gritar y abrir los ojos; pero lo único que conseguí fue sufrir más.

Escuchaba voces murmurando, pero no podía entenderlos. Estaba segura que era una lengua extraña o tal vez mis sentidos no coordinaban del todo bien.

Luché internamente para abrir los ojos y al lograrlo, mi pulso se aceleró al ver en donde me hallaba.

Escudriñé con el corazón desembocado aquella habitación grisácea, no había nada más que una puerta que probablemente estaba a unos diez metros de distancia y una ventana que aparentaba ser un espejo, pero no podía ver mi reflejo en él porque estaba lejos. Intenté mover las piernas y brazos, pero estos estaban sujetos con unas cuerdas. Dios. Me tenían apresada en una superficie incómoda, de pie, oscilando por encima del suelo. Sentí un artefacto sobre mi nariz y boca, que se empañaba a cada exhalación. Era aire helado deslizándose hacia mis pulmones. Alcancé a divisar un tanque de oxígeno a mi costado.

Lo único que podía mover eran los ojos y emitir gemidos en vez de palabras.

Tenía la sensación de que ya no estábamos en Washington.

Súbitamente, la puerta se abrió y cerré los ojos de inmediato, tratando de calmar los latidos de mi corazón.

—Los humanos son más extraños en persona.

La voz era de hombre mayor y parecía haber entrado con alguien más.

—Jamás habíamos dejado entrar a uno de ellos por decisión propia, señor—replicó la segunda voz, la cual era femenina y se palpaba el asco hacia a mí—es sumamente riesgoso mantenerla aquí. El Ripper Elek cometió un error gravísimo al entablar una dudosa relación con la humana y debe pagar por su error.

—No puedes negar que son muy parecidos a nosotros, pero sin habilidades excepcionales y la longevidad, por supuesto—añadió el hombre y sentí una caricia de su parte en mi mejilla. Quise apartarme y gritar por ayuda, pero si quería salir ilesa de esa situación, tenía que calmarme.

Mis sospechas fueron ciertas. Ya no estábamos en Washington y tampoco en Estados Unidos.

Estaba en Agartha, el mundo subterráneo. Y me tenían presa de mi libertad.

—El Ripper Elek no comprendió bien nuestras leyes y reglamentos—siguió fastidiando la mujer con hostilidad—sus padres se sacrificaron por nosotros y él no hace más que ensuciar sus memorias con estos actos aberrantes. ¡Mezclarse con los humanos y tenerles lástima y compasión!

—¿Qué sugiere que haga con el Ripper, según tú? —inquirió el hombre.

—No lo sé, señor. Usted tiene la última palabra—la mujer cambió su tono tajante a dócil.

—Le daremos un castigo al Ripper y mantendremos aislada a la humana aquí mismo hasta que se me ocurra una idea, ¿de acuerdo? —sentenció, la mujer no objetó nada—pon a vigilar esta recámara y que nadie autorizado tenga acceso. Volveré más tarde a ver si está despierta.

Los escuché marcharse y al momento que la puerta se cerró, volví a respirar con normalidad, pero sin atreverme a abrir los ojos, en caso de que alguien estuviera aún dentro. A través de las pestañas, me cercioré de estar completa sola y suspiré.

¿Por qué me habían traído a Agartha? ¿Con qué fin? ¿Dagan estaba siendo torturado al igual que yo?

¡Necesitaba salir de ahí!

Pero por lo que Dagan explicó, yo no sería capaz de sobrevivir en ese ambiente tóxico sin el tanque de oxígeno.

Los intraterrestres podían subir a la superficie sin problemas, pero los humanos perecían al inhalar el oxígeno espantoso del submundo. Estúpida lógica.

Desconocía el tiempo que yacía ahí, empero no podía soportar un minuto más el dolor en todo el cuerpo. Era como si me hubieran molido a golpes antes de colocarme en aquella posición tan humillante, en la que ni si quiera mis pies tocaban el suelo. Como un guiñapo sucio sostenido en el aire y abandonado.

Posteriormente de un largo lapso, en el que me quedé dormida un par de veces, la puerta nuevamente se abrió repentinamente, pero esta vez opté por encarar a quién fuera.

Era la rubia demente que estaba enamorada de Dagan.

Maldita sea.

—Sabía que estabas despierta. Pudiste haber engañado al Kafa, pero a mí no—dijo.

Me intrigaba muchísimo su falta de sensatez. Era hermosa, sin duda; sin embargo, su actitud era asquerosamente horrible. Tenía aires de superioridad y altanería, similar a Dagan cuando lo conocí.

Y como no podía contestarle, puse los ojos en blanco.

—Escucha, Luna Powell—escuchar mi nombre salir de sus labios fue más tétrico que solo oírla hablar—no me interesa que clase de relación crees haber formado con Dagan; porque lo que ocurrió arriba, se queda allá—esbozó una sonrisa maquiavélica—él me pertenece y sé perfectamente que jamás cambiaría de parecer de la nada. Algo le hiciste para que se olvidara de su deber como Ripper de proteger Agartha—se acercó lo suficiente a mi rostro para sentir su aliento mover algunos mechones de mi cabello—y quiero que me lo digas ahora mismo.

Apreté los puños, furiosa.

Aparte de que no podía hablar por la mascarilla de oxígeno, yo no tenía las respuestas que ella deseaba. Mi amistad con Dagan fue espontánea, ninguno de los dos lo planeó.

Él me gustaba, pero la atracción no bilateral; o eso suponía. Dagan jamás dio indicios de gustarle, solo de querer vincularse amistosamente.

—Si te quito esto, morirías en cuestión de segundos—canturreó, colocando una mano sobre la mascarilla.

Sacudí la cabeza para liberarme de su agarre.

—He traído papel y tinta para que contestes—espetó, sacando una pequeña libreta con un bolígrafo antiguo—ahora, di lo que quiero saber. ¿Qué le hiciste a Dagan para que se pusiera en nuestra contra?

Puso el bolígrafo en mi mano y lo empuñé, deseosa de clavárselo en un ojo y huir, pero suspiré con agobio.

«No hice nada. Fuimos compañeros de clase y nuestra amistad surgió con normalidad. Ni si quiera sabía de Agartha o de su misión»

Mi respuesta provocó que frunciera el ceño y agarrará un mechón de mi cabello con fiereza, obligándome a mirar sus fríos ojos grises.

—Mientes—empujó mi cabeza hacia atrás y se alejó de mí con la libreta y el bolígrafo—por tu culpa sentenciarán a Dagan a un juicio frente toda la comunidad. Si llegan a declararlo culpable, lo desterrarán, ¿y sabes lo que significa?

Asentí con la cabeza, asustada.

—En tu mundo, significa algo leve, pero aquí, el destierro es la muerte, estúpida—gruñó con voz temblorosa y llena de veneno—nosotros vivimos cientos de años, somos longevos, y si nos destierran, nos lanzan al núcleo que contiene lava, quitándonos cualquier derecho de suplicar clemencia.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla hasta perderse en mi cuello.

—Hagamos un trato—siseó. Alcé la mirada—te sacaré de aquí a hurtadilla, si aceptas tu responsabilidad en haber influido en Dagan sobre desistir de su misión. Solo así, él podrá ser eximido de culpabilidad. Y tú no podrás volver a acercártele.

Era justo. Si eso salvaba a Dagan, no tenía otra alternativa.

Asentí a regañadientes, siguiéndole el juego macabro a esa demente, pero por el bien del chico que a ambas nos gustaba.

«Yo tengo absolutamente toda la culpa. Dagan Elek jamás habría cambiado de opinión de no ser por mí. Libérenlo de la acusación. Lo manipulé para que olvidara hacia quién estaba dirigida su lealtad. No fue más que un reto y juego de mi parte.

Luna Powell.»

—Excelente. Esto bastará—leyó mi carta suicida con una enorme sonrisa y se acercó a mí—bien, ahora cumpliré con el trato.

Desató mis extremidades sin ser cuidadosa. Caí de bruces al sucio suelo, aferrándome al tanque de oxígeno. Tenía suerte de que era liviano y podía llevarlo entre mis brazos al caminar.

Abrió la puerta sin despejarme los ojos de encima. Apresó uno de mis brazos y tiró con cautela de mí hacia afuera.

Incluso en Agartha tenían sitios recluidos con pasillos oscuros y extensos, iluminados con tenues faroles de luz artificial.

Era extraño que no hubiera ningún guardia vigilando, tal y como aquel hombre ordenó. Pero más imposible de creer era que tampoco estuviera alguien más a la vista. Y deliberadamente, caí en cuenta de una cosa: la rubia estaba llevándome a una trampa mortal muy bien estructurada.

Si luchaba contra ella, había elevadas posibilidades de perder la mascarilla de oxígeno y morir en cuestión de segundos; pero si fingía estar en completa ignorancia, también sufriría graves consecuencias.

Dios.

¿Dónde estaba Dagan?

Paramos de caminar al toparnos con una puerta. La abrió y me empujó para que entrara primero. Había peldaños que ascendían.

Llegamos a otra puerta y obligándome a abrirla, giré la manija y dentro de mi campo visual divisé a muchos intraterrestres caminando en lo que parecía ser una acera.

Entorné los ojos y giré sobre mi propio eje. No había sol, pero había claridad en lo alto del «cielo». Y muchos rascacielos, casas, vehículos extraños, similares a los que conocía. Era una enorme ciudad peculiar. Si no supiera que estábamos en Agartha, bien podría haber pensado que se trataba de alguna ciudad de Estados Unidos.

Siegrid cogió mi codo con fuerza.

—Nadie se ha dado cuenta que portas el tanque de oxígeno. Si haces un movimiento extraño, armarás un escándalo—siseó en mi oreja.

No era posible que nadie se diera cuenta que llevaba una mascarilla en la cara y cilindro con la palabra oxígeno escrito en letras grandes bajo mi brazo.

—Señorita Wiebke, hola.

Un señor de edad madura se detuvo a saludarla con respeto y me ignoró por completo. Siegrid sonrió ampliamente, pero noté nerviosismo en aquel gesto.

Ella instó a mi cuerpo a seguir caminando.

Había tiendas de comestibles, de ropa, y artículos cotidianos. Nada era fuera de lo normal, excepto que ellos no tenían expresiones suaves; como si no conocieran más emociones o gestos dóciles. Podría decirse que quizá solo sonreían cuando de verdad la situación lo ameritaba y no por sentir mero placer al hacerlo.

Recordé cuando conocí a Dagan. Era idéntico a todos ellos, incluso peor. Pero luego, poco a poco, comenzó a sonreír a menudo estando conmigo. Y eso me estremeció. Quizá era cierto lo que Siegrid percibía. Entre él y yo, se había formado un raro vínculo, el cual lo hizo retractarse de su trabajo.

¿Qué tuve yo para que Dagan decidiera cambiar sus ideales?

No obstante, por ir metida en mis pensamientos, tropecé con una grieta y caí bruscamente hacia adelante. Ni si quiera tuve de tiempo de meter las manos para protegerme la cara.

El tanque de oxígeno rodó fuera de mi alcance, al igual que la mascarilla.

En cuestión de micro segundos, algo dentro de mi pecho dio inicio a unas fuertes punzadas de dolor, seguido de ardor incontrolable. Estaba quedándome sin oxígeno.

Siegrid corrió a colocarme la mascarilla con manos temblorosas.

Inhalé bocanadas de aire que se sintieron como estar respirando fuego vivo.

—Vamos—carraspeó ella, ayudándome a levantarme.

—Es... ¡Es una humana! —gritó alguien en alguna parte.

—¡No es posible! ¡Siegrid Wiebke trajo a una humana! —vociferó otro, y esta vez muy cerca de nosotras.

—¡Son órdenes del Kafa! —espetó ella, encolerizada. Les envió una mirada de absoluto desprecio que los hizo retroceder—recuerden que yo soy Siegrid Wiebke y odio a los humanos, pero no puedo ir en contra de las órdenes de nuestro presidente.

Muchos intraterrestres se estaban acercando para ver que estaba pasando.

Tosí y corrí detrás de ella en la primera oportunidad que vimos.

Kafa.

¿Quién era Kafa y qué poder tenía sobre ellos? Un presidente había dicho Siegrid, pero el respeto que todos le reflejaban hacia él era enorme. No podía ser solamente un alcalde de ese lugar. Era más que eso.

Atravesamos callejones, cortamos calles y evitamos a toda costa cruzarnos con más ciudadanos. Aunque no podía creer que estuviera en el submundo, la casi normalidad del panorama me hacía sentir menos horrorizada.

Siegrid paró en seco frente al edificio más alto jamás visto y entró, agarrándome la muñeca. Se las ingenió para meterme en el ascensor y presionó el botón al piso más alto.

Sentí vértigo. ¿Aquí vivía el Kafa o era la salida al mundo exterior?

Quería preguntarle tantas cosas y al mismo tiempo, permanecer en silencio como hasta ahora. La mascarilla aliviaba mi desasosiego al recordarme que era humana y que aquello no era un sueño.

—La familia a la que pertenezco es de un linaje puro de los primeros colonizadores de Agartha—le oí decir cuando nos acercábamos al piso correcto—y, por ende, tenemos por derecho, grandes influencias con el Kafa y quizá, más poder, pero preferimos gozar de lo que ya poseemos.

No sabía cuál era su punto.

—Nos otorgaron el privilegio de tener nuestro propio portal en casa para ir al mundo humano, siempre y cuando tengamos el permiso certificado por el Kafa para ascender y una misión de por medio; ya que, de lo contrario, sería imposible atravesarlo. Esperemos que tú, al ser una humana verdadera, puedas cruzar sin problema—me miró—no garantizo que estarás en el país correcto, pero si en el exterior, donde podrás buscar a los tuyos y olvidarte de nosotros. En especial de Dagan.

Lo último fue más una amenaza que explicación.

Salimos del ascensor y nos dirigimos a una puerta, igual de elegante que el resto del edificio. Tenía facha de hotel, pero era una enorme casa.

Era su habitación.

Y del tamaño de una casa pequeña con un fabuloso balcón donde una corriente de aire—tóxico para mí—se colaba con éxito.

Mantuve la vista en mis pies todo el rato. Siegrid se cambió sin miramientos frente a mí y después indicó que tomara asiento frente a ella.

—¿Puedes hablar? —arqueó una de sus rubias cejas con atención en la mascarilla.

Encogí los hombros.

—Inténtalo.

Despegué los labios, los cuales estaban resecos y agrietados.

—Yo no creo que...

Mi voz sonó apagada por la mascarilla, pero audible. Siegrid sonrió.

—Aprovecharé que mis padres y hermano no están para hablar contigo antes de enviarte a tu mundo—repuso con los brazos cruzados—¿de acuerdo?

Asentí.

—Dagan Hagen Elek Horst—dijo con voz áspera—no tiene un linaje como yo, pero sus padres fueron unos héroes excepcionales, a los que el pueblo entero le rinde tributo cada que es su aniversario. Ellos perdieron la vida protegiendo nuestra existencia—siseó—optaron por suicidarse antes de que tu sucia especie supiera de nosotros, salvaguardando así a Agartha. Akos Elek e Ilonka Horst dejaron huérfano a Dagan, sabiendo que sus muertes jamás serían en vano. Pero cuando él te conoció, todo el sacrificio de sus padres se fue a la basura. Hiciste que tuviera compasión por la raza de los seres que le arrebataron su familia. Y no es justo, Luna Powell.

» Me convertí en su mejor amiga. En alguien en quién él pudiera confiar. Desde que lo vi en el reclutamiento para Ripper's o Hunter's, supe que Dagan era el compañero perfecto para mí. Pero, ¿sabes? Él jamás me regaló una sonrisa genuina ni forzada. Y tampoco mostró irascibilidad para protegerme, así como contigo. Vi en sus ojos algo nuevo. Un brillo especial y no voy a tolerar que te salgas con la tuya. Son de mundos diferentes. Son enemigos por naturaleza. Y sería una abominación querer unirse, cuando sus pueblos están en enemistad desde hace siglos. «

—Reconozco que me atrae Dagan. Ningún otro chico había despertado en mí esa atracción tan abrumadora—dije y tosí. Era incómodo hablar con esa cosa en la cara—pero debes estar tranquila. Él no me corresponde de la misma manera. Hasta hace poco él empezó a ser gentil conmigo. Teníamos peleas estúpidas en la escuela por culpa de su egocentrismo y arrogancia. Pero nos hicimos amigos, en el sentido más inocente de la palabra—tragué saliva. Tenía que convencerla de ello para regresar a casa.

—Dime, ¿él te ha sonreído? —el tono de su voz vaciló. Como si deseara que le dijera que no.

Asentí mecánicamente.

—¿Desde cuándo? —espetó, endureciendo su voz abruptamente.

—No tengo idea. Fue hace poco—titubeé— ¿por qué? ¿Qué tiene de especial su sonrisa?

Su hermosa sonrisa.

Siegrid se levantó del sofá y chasqueó la lengua.

—Nosotros no tenemos el mismo mecanismo de ustedes los humanos para demostrar nuestras emociones. Cuando sonreímos, es porque estamos completamente a gusto con alguien o tenemos un vínculo demasiado afectuoso que nos hace actuar tontamente—me dio la espalda.

—Tú me has sonreído—bufé.

—Por supuesto, pero te sonreí con odio. Mis emociones negativas hacia a ti son grandes.

—¿Y qué es lo que quieres decir con eso de que Dagan me sonrió por voluntad propia?

—¡Él jamás había sonreído desde que perdió a sus padres! —estalló ella, presa de la histeria—sin embargo, te conoció y sonrió por primera vez en mucho tiempo. ¿Qué infiernos le hiciste? ¿Cómo lograste hacerlo sonreír tan rápido? Lo intenté por décadas y no lo logré—sorbió por la nariz— ¿Qué tienes tú que no tenga yo?

—No hice nada, lo juro—insistí, compadeciéndome de su corazón roto.

—Quiero que sepas que, aunque él esté interesado en ti, yo no quitaré el dedo del renglón—masculló, amenazadoramente y se dio la vuelta para enfrentarme con sus gélidos ojos grises destilando dolor—Dagan aún no lo comprende, pero aquí en Agartha, la familia con más poder puede ejercer autoridad para con otros y más si se trata de una unión conyugal. Él será el padre de mis hijos. Formaremos una familia y no quiero que interfieras. No hagas que ensucie mis manos con tu asquerosa sangre, Luna Powell. Por Dagan, soy capaz de todo. Ahora márchate.

Presionó un pliegue de la mesita del centro y del cristal, se fue abriendo un agujero lleno de luz del tamaño de un refrigerador, tanto de ancho como de alto.

—Nunca en la vida espero volver a verte—repudió con odio antes de lanzarme al portal.

Mientras cruzaba al mundo humano, abracé mis rodillas, adoptando posición fetal con los ojos cerrados. Lo que Siegrid acababa de revelarme dejó un vacío en mi interior.

No la excusaba, pero había luchado por décadas por el amor de Dagan y él en lo absoluto le dio una oportunidad. Y tampoco a mí.

¿Por qué pensaban que estaba enamorado de mí?

De lo que si me hacía responsable era de hacerlo recapacitar sutilmente de que la mayoría de personas no éramos culpables del mal uso del gobierno hacia la naturaleza con tal de tener más poder. Si tan solo pudiera hablar una vez más con Dagan, tal vez lograría hacerlo desistir de esa compasión de la que yo era culpable y dejarlo seguir con la misión de erradicarnos por igual.

La luz se extinguió y en su lugar, la luz solar quemó mi rostro en cuanto abrí los ojos.

Había mucho aire y calor. Ya no necesitaba la mascarilla para respirar, por lo que me la quité.

Tuve que sacudir la cabeza para cerciorarme que no era una pesadilla.

Miré a todas partes, dándome cuenta que, efectivamente, me hallaba en otra situación escalofriante.

Ráfagas de aire lanzaron puñados de arena directamente a mi cara y boca. Escupí y grité con cólera.

El árido clima me produjo escalofríos.

Estaba en una explanada de desierto, sin rocas o arboles raquíticos. No era el desierto de Desert Hot Springs, ni ningún otro cercano.

Maldita Siegrid Wiebke. Mintió. Me envió lejísimos.

Buena jugada.

Caminé en línea recta, siendo ignorante hacia qué dirección ir. Y honestamente no me importaba, pero el sol estaba quemándome la piel. Tenía hambre y sed.

Más adelante, luego de un par de horas de caminata interminable, alcancé a ver tres sujetos montados en camellos a unos diez metros.

—¡Hola! ¡Auxilio! —gimoteé, echando a correr hacia ellos.

Los animales retrocedieron alarmados, pero los hombres fruncieron el ceño, enfocándome. Eran hombres adultos, cubiertos de pies a cabeza con binoculares colgándoles del pecho.

Dos de ellos descendieron de los camellos para acercarse a mí con cautela.

—Por favor, ayúdenme. No sé en donde estoy, pero debo volver a Nueva York—hablé atropelladamente y palidecí al darme cuenta que sus rasgos eran asiáticos.

—¿Eres norteamericana? —preguntó uno de ellos, el menos desconfiado.

Asentí, emocionada. Hablaba inglés. Menos mal.

—¿Y qué haces aquí tú sola? Es peligroso estar en medio del desierto sin mapa o brújula—miró a todos lados y después regresó su mirada a mí.

Demonios. Tenía que mentir para que no me fusilaran ahí mismo por estar en territorio ajeno sin permiso.

—Estaba en Nueva York, unos tipos me secuestraron y desperté hace un par de horas aquí—sollocé. En parte, tenía ganas verdaderas de llorar. Mi ropa, rostro y cabello, eran un desastre; y supongo que eso los conmovió porque ese mismo hombre colocó una manta sobre mi cabeza, cubriéndome también los brazos.

—Estás en el Desierto de Gobi, muchacha.

Abrí los ojos más de la cuenta. Me ofrecieron una cantimplora de agua y abalanzándome a ella, dejé que la refrescante agua se deslizara a través de mi garganta con regocijo. Tosí un poco al terminarla y luego se despojaron de su ración de comida.

Acepté, avergonzada. Y devoré ese manjar a grandes bocados.

—Toma, bebe un poco más de agua—el que estaba sobre el camello extendió su cantimplora.

Cuando recuperé las fuerzas, los amables turistas dejaron que subiera con ellos para unirme a su caravana.

Tenía entendido que el Desierto de Gobi era una gran región desértica situada entre el norte de China y el sur de Mongolia. Y para no ampliar mucho la explicación: Siegrid me envió del otro lado del mundo con su estúpido portal.

La historia que tenía que contar para que no me arrestaran en ese sitio era que me habían secuestrado estando en Nueva York y no recordar nada tras aparecer en medio del desierto.

Los sujetos creyeron mi relato y se encargaron de llevarme a China para ayudarme a volver a Norteamérica.

Estuve recluida en la estación de Relaciones Exteriores por varios días, en lo que localizaban a mis padres y me enviaran de vuelta con ellos.

En dos semanas aproximadamente, a punto de ser AÑO NUEVO, corrí por el aeropuerto hacia los brazos de mis padres. Nuestra reunión fue tan emotiva, que varios reporteros nos emboscaron, en busca de respuestas a mi supuesto secuestro; puesto que no comprendían porqué me liberaron sin hacerme daño.

En los primeros días de enero, Brianna consiguió quedarse en el departamento con nosotros para cuidarme. Maggie pasaba de vez en cuando a dejarme delicias turcas con el fin de alegrarme el día, gesto que le agradecía infinitamente.

El asunto de mi padre pasó a segundo plano, prometiendo dejarlo en el olvido, aunque yo planeaba confrontarlo cuando todo estuviera más tranquilo. Los reporteros con frecuencia se quedaban fuera del departamento, esperándome para entrevistas sin sentido. Y Koray tenía que permanecer conmigo en la habitación para no quedarse afónico de tanto ladrarles a esos idiotas.

Mis padres contrataron guardaespaldas para que cuidaran el perímetro de nuestra manzana y así mantenerme bajo seguridad excesiva.

A menudo, terminaba sorprendiéndome pensando en Dagan Elek y en lo que había ocurrido después de mi inesperada partida.

¿Siegrid cumpliría su amenaza de obligarlo a casarse con ella?

¿Assan Darik ya no volvería a fingir ser un irlandés y acecharme?

Y lo más importante, ¿Wyatt y los demás habían desistido de liberar ese virus catastrófico?

Si bien no encontraba la manera de descubrir por cuenta propia las respuestas a todas las interrogantes, tenía que conseguir hablar nuevamente con Dagan o la rubia insolente.

No podía quedarme de brazos cruzados pensando lo peor.

Acaso logré salir ilesa la primera vez, y no esperaba una segunda oportunidad; empero no iba a darme el lujo de esperar el inicio del genocidio radical de la raza humana. En el tiempo aislada en casa, bastó para desear pelear por los míos y no doblegarme ante seres subterráneos.

Comprendí que, perder a una persona, no significa que pierdas al mundo entero.

—Brianna, ¿podemos hablar de algo sumamente importante?

Mi mejor amiga yacía desparramada en el sofá con Koray en su costado, viendo la TV en la sala.

Pausó la película para voltear a verme.

—¿Qué ocurre?

—¿Podemos ir a mi recámara? —supliqué, mirando la cocina en donde estaban mis padres haciendo la cena.

—Claro.

Apagó la TV y subimos. Nos encerramos en la habitación con Koray como testigo.

No sabía por dónde empezar, pero si quería contar con un buen cómplice, debía ponerla al corriente sin que me tomara a loca.

El punto de partida fue refutar mi argumento con una excelente explicación. Al principio se negó en escucharme en cuanto escuchó el nombre de Dagan, pero finalmente, accedió a recibir la información a regañadientes.

—Si en serio piensas que voy a creer una sola palabra de lo que estás diciéndome, estás equivocada, Luna. Te secuestraron y no es necesario que te inventes esa historia fantástica con ese chico invisible.

—¡No estoy mintiendo! Van a soltar un virus peligroso y nos infectaremos hasta morir. Ellos quieren ascender para quitarnos nuestro hogar y debemos detenerlos.

Y de pronto, Assan Darik surcó mi mente.

—Assan Darik pertenece a esa raza intraterrestre—espeté—resultó ser un espía para monitorear lo que yo hacía. Es por eso que insistía demasiado en acercarse.

—Escucha, Luna, ahora estás rebasando el límite de la cordura. Assan Darik, un irlandés que vino de intercambio, ¿un ser mitológico? Por favor—se mostró escéptica y molesta.

—Si aceptas acompañarme, te demostraré que hablo en serio—afirmé con total seguridad.

—¿Acompañarte a dónde?

—A la Falla de San Andrés. Esa es la entrada a la tierra hueca: Agartha.

Brianna resopló. Su cabello verde ya estaba tornándose oscuro porque tenía semanas que no aplicaba los retoques necesarios de tinte y lo andaba amarrado en una cebolla en lo alto de la cabeza.

Estiró el brazo y colocó la palma sobre mi frente.

—No tienes fiebre. ¿Tomaste las pastillas que te recetó el médico para calmar los ataques de ansiedad?

—¡Estoy hablando en serio! —chillé, irritada.

—Llamaré a tu madre, ella sabrá cómo lidiar contigo ahora...

Se acercó a la puerta, pero le bloqueé el paso.

—Ni se te ocurra. Vas a acompañarme, te guste o no.

—Ya te acompañé hace unas semanas junto con Maggie y no resultó bien ese viaje—farfulló, presa de los nervios. Y tenía razón. Dagan se encargó de mantenerla a ella y a Maggie sumidas en un sueño furtivo—aún no recuerdo que sucedió, pero no lo repetiré.

—De acuerdo, bien, pero si en un par de días comienzan a salir noticias acerca de una posible pandemia, será tu responsabilidad—dije con veneno—de todas maneras, iré yo sola a buscar a Dagan hasta Agartha.

El rostro de Brianna palideció al ver mi determinación. Comprendía su situación, empero como mejor amiga, debería apoyarme, ¿no? Al menos yo lo haría por ella si estuviéramos al revés.

Le di la espalda, con la finalidad de preparar una mochila con lo indispensable para el arduo viaje. Y para poder sobrevivir en el mundo subterráneo, tenía que conseguir un tanque de oxígeno con mascarilla, similar a la que me otorgaron allá.

—Desde que nos hicimos amigas, prometí acompañarte a tus aventuras y locuras porque me di cuenta que entendías todo de mí—le oí decir. Reprimí una leve sonrisa sin verla—y sé que quizá termine resguardada en un manicomio contigo, pero lo haré. Voy a ir contigo al fin del mundo, Luna.

Volví el rostro a ella. Sonreía con nerviosismo.

—¡Gracias! Debes preparar tus cosas para el viaje.

—Maggie estará preocupada por mí, ¿Qué excusa le digo? —sacó su teléfono.

—Te diría que fuera con nosotras, pero es peligroso. Dile que estarás conmigo varias semanas y que la verás después, que no se preocupe. Y agrega palabras de amor cursis—bromeé.

En la madrugada, dimos inicio a la elaboración de un magnífico plan con canciones de fondo en Spotify.

Koray nos hacía compañía muy alegre e interesado en nuestros movimientos.

—Vamos a viajar a Phoenix en avión—propuso Brianna—nos ahorraremos tiempo y evitaremos incomodidades.

—Suena bien. Luego rentamos un coche para llegar a Desert Hot Springs.

El vuelo de Nueva York a Phoenix, lo más cercano que hallamos, duraba casi cinco horas. Y si rentábamos algún coche para trasladarnos de Phoenix a Desert Hot Springs, sería de cuatro horas.

—¿Cuándo nos vamos? Para que ahora mismo reserve el vuelo—dijo Brianna, con el teléfono en mano.

—Mañana a primera hora—respondí con determinación.

Brianna consiguió comprar dos vuelos en primera clase a las nueve de la mañana en punto, lo cual nos daba el máximo de tiempo de salir del departamento a las seis en punto para llegar a tiempo al aeropuerto sin interrupciones.

No dormimos en lo absoluto y nos duchamos a las cuatro de la mañana. Alistamos las cosas y nos escabullimos hasta la puerta sin hacer el menor ruido. Koray quedó encerrado en mi habitación para no fuera un obstáculo.

Tuve que asomarme a la ventana para cerciorarme de que los guardaespaldas no estuvieran a la vista, pero ahí estaban, montando vigilancia sin miramientos. Lo raro era que el coche de papá no estaba en su sitio, y como no era de vital importancia, lo ignoré.

—Salgamos por alguna ventana—susurré.

Cambiamos de rumbo y fuimos a la cocina. La ventana era estrecha, pero lo suficientemente amplia para inmiscuirnos con éxito. Lanzamos nuestras mochilas a la calle y yo fui la primera en salir. Ayudé a Brianna y rodamos por la acera. Menos mal estaba oscuro.

—Vamos—le insté.

Echamos a correr calle abajo en busca de un taxi. Unas cinco manzanas más y no hallamos ninguno.

—¿Ese no es el vehículo de tu padre? —preguntó Brianna con perplejidad. Centré la mirada hacia donde ella señalaba con el dedo y entorné los ojos—esa no es tu madre... es... ¡Es Maggie!

Parpadeé. ¿Qué?

—¡¿Qué demonios hace mi novia en el coche de tu padre y a estas horas?! —espetó, enrojeciendo de celos y tuve que sujetarla del brazo.

—Debe haber un error, tal vez se la encontró por casualidad...

Ni si quiera yo sabía por qué ellos dos estaban juntos.

—¡Suéltame! —me empujó tan fuerte que caí sentada en la acera mientras ella corría detrás del vehículo.

A regañadientes, la seguí.

Y sorprendentemente, mi padre y Maggie se desviaron del departamento, yéndose a otra parte.

Entonces Brianna sacó su teléfono y le marcó a la pelinegra sin pensarlo dos veces. Jamás había visto a mi mejor amiga ardiendo de celos y sucumbiendo a sus instintos tan ferozmente.

—¿Dónde estás? —bramó—ajá, ¿en serio? Son las seis de la mañana y es difícil creer que despertaste para ir al baño, Maggie. Dime la verdad, ¿Dónde estás? Se escucha mucho ruido de fondo—esperó a escuchar su explicación y sonrió psicóticamente—¡te acabo de ver trepada en un coche y no cualquier coche! ¡Ibas con el padre de mi mejor amiga!

Mordí el interior de mis mejillas, esperando a que la situación ardiente aminorara. No fue así.

—¡Terminamos! —le gritó y colgó con furia.

—¿Brianna? —susurré.

—Vámonos. Se hace tarde—añadió de manera tajante. Su rostro parecía tener una máscara de piedra sin emoción.

—¿Estás bien? —interrogué. En mi caso, debía estar también llena de coraje, pero era más importante buscar a Dagan que darle una bofetada mi padre, aunque cuando llegara el momento, mi madre se encargaría de darle su merecido.

—He dicho que se hace tarde—repitió con frialdad.

Paró un taxi y lo abordamos.

En el camino al aeropuerto, ninguna de las dos habló. Permanecimos en silencio, observando el amanecer en el horizonte.

El vuelo a Phoenix fue aún más silencioso. Los bocadillos que devoramos en el avión nos dio energía, o al menos en lo que a mí respectaba. Brianna apenas y probó los manjares. Con la mirada perdida, asentía o negaba con la cabeza cuando yo le hablaba. Y finalmente, se durmió a las dos horas.

Permanecí alerta y escuchando música.

Ella me entregó su cartera para que hiciera uso de su dinero en todo momento, por lo que tenía a mi cargo muchísimo dinero y temía perderlo, así que lo aseguré entre mi ropa.

Al mediodía, comí un delicioso sándwich de pierna con mucho queso y puse una película.

Faltaba dos horas, el momento exacto para matar el tiempo con una buena historia.

A las dos en punto de la tarde, aterrizamos.

Brianna continuó con su inmensa tristeza y pese a mis intentos de animarla, solo conseguí irritarla.

—¡Estoy bien, Luna! ¡Carajo, déjame en paz! —exclamó. Varias personas en el aeropuerto voltearon a verla.

—Quédate en Phoenix a descansar—sentencié, controlando el mal humor que Brianna contagió en mí—yo sola iré a buscar a Dagan.

—¿Estás loca? Iremos juntas.

—No te ves bien para viajar nuevamente.

—¿Qué más da? Voy a acompañarte.

Y repentinamente, los televisores del aeropuerto dejaron de emitir tonterías para englobar el canal de noticias internacionales e importantes; captando nuestra atención y la de todos los demás.

«En determinadas regiones rurales de Norteamérica, se han registrado en los últimos días, un número elevado de personas con síntomas similares: mareo, fiebre, tos severa y dolor en las articulaciones. Se sospecha que es un virus que se trasmite por el aire. Epidemiólogos aseguran que se trata de algo viral y no de la gripe aviar evolucionada...»

Dejé de escuchar las noticias para agarrar el brazo de Brianna con fuerza.

—¡Consigamos un coche! —exclamé, arrastrándola conmigo.

No quise sentirme alarmada, pero no podía ignorar el hecho de que, cabía la posibilidad de que en serio se tratara de ese virus catastrófico que guardaban en la NASA y Wyatt lo liberara repentinamente.

Sin comer ni comprar nada para el camino de cuatro horas, emprendimos el segundo viaje hacia Desert Hot Springs con un coche de alquiler.

—Esa noticia del virus provocó escalofríos en todo mi cuerpo—dijo Brianna luego de un rato.

—¿Recuerdas que te comenté sobre eso? Los intraterrestres soltarían un virus para erradicarnos—mascullé sin voltear a verla.

—Luna, cariño, es una simple coincidencia.

—Oh, claro. Pronto sabrás que no miento—aceleré el paso.

Un par de horas más tarde, encontramos una gasolinera a mitad del camino junto con una tienda 24 horas. Aparqué cerca del sanitario y bajamos a estirar las piernas. Aun estábamos a mitad de nuestro destino y el calor comenzaba a ser sofocante.

Brianna fue a comprar bocadillos en lo que yo iba al sanitario a hacer tiempo. Menos mal el tanque de gasolina estaba lleno.

—Estamos cada vez más cerca—bufó Brianna—juro que echo de menos el calor en Nueva York, pero ahora extraño el frío.

—Gracias al terremoto, lograste salir de Desert Hot Springs, de donde pensaste jamás irte, ¿lo olvidas? —le recordé al reincorporarnos a la autopista.

—Parece que fue hace años, pero realmente ocurrió hace poco más de un mes—suspiró.

Quería mantenerla distraída de algo que pudiera hacerla recordar a Maggie.

—Oye...

—¿Por qué aseguras que Assan Darik no es realmente un irlandés de intercambio? —me interrumpió.

Rodé los ojos.

—Ya te lo dije. Es de Agartha, al igual que Dagan Elek. Su trabajo era relacionarse conmigo y tenerme vigilada el mayor tiempo posible—repetí—fingió ser mi amigo. Desde un principio sospeché que había algo raro en él y tuve razón.

—La historia que contaste suena tan irreal. Además, ¿Cómo puedes estar tan tranquila sabiendo que uno de ellos decidió cambiar de parecer solo por ti? —me codeó.

—No fue por mí—el rubor en mis mejillas se hizo presente—le agradé a Dagan y se dio cuenta que yo no tenía culpa de que los gobernantes de los países de máxima potencia estuvieran destruyendo el medio ambiente con tal de conseguir más poder y recursos.

Ella asintió.

—Pues me encantaría recordar a ese Dagan Elek. Aún no concibo que haya hecho algo en mis recuerdos para no saber de él. Es injusto.

—La relación de ustedes dos era como perro y gato. Se detestaban—reí.

—Ya quiero acordarme para decirle nuevas ofensas—canturreó—lástima que no tengas fotos de él, ¿verdad? Para que invente buenos insultos respecto a su apariencia y decírselos en cuanto lo vea.

—Es muy guapo, Brianna. No hallarás material para insultar de acorde a su físico.

—Me parece una falta de respeto que dudes de mi capacidad para destrozar a alguien que es atractivo.

Rompimos a reír.

Tal vez Brianna estaba decidida a olvidar el incidente con Maggie en el tiempo que estuviéramos aquí y por eso su sentido del humor volvía a ser el mismo.

Y por más que me esforzara en no pensar en Siegrid Wiebke y en su advertencia de quedarse con Dagan a la fuerza, era inútil. Había pasado casi un mes desde la última vez que estuve con él y que conocí una parte de Agartha, y muchísimas cosas pudieron haber ocurrido en ese lapso.

La idea de que Dagan y Siegrid fueran pareja oficial a estas alturas, me aterraba, incluso más que el propio virus que acabaría con mi vida.

Bueno, no podía ser egoísta. Obviamente que parte de la iniciativa de ir a buscarlo era para ayudarlo a evitar su anterior cometido y hacer lo posible para que no nos asesinaran, pero también quería estar con él.

—Necesitamos conseguir dos tanques de oxígeno y mascarillas—dije de pronto. Brianna detuvo la canción en su teléfono.

—¿Para qué? —frunció el ceño.

—El oxígeno de Agartha es tóxico para nosotras.

—Debiste mencionarlo antes. Podríamos haberlo conseguido en Phoenix. En Desert Hot Springs con trabajo hay hospital y dudo mucho que aun haya tanques que sirvan, gracias a lo que sucedió.

—En cuanto lleguemos, iremos directamente al hospital y farmacias.

El sol comenzó a bajar, dándole paso al atardecer.

A la distancia, alcanzamos a divisar Desert Hot Springs con algunas luces iluminando la entrada. Continuaba cerrada, pero ya no había ningún policía vigilando. Parecía un pueblo fantasma y abandonado.

—Parece que estamos llegando a un lugar de terror—comentó Brianna—subiendo el cristal de la ventana con desconfianza.

—Recuerda: hospital y farmacias—musité, estacionándome en la entrada de la ciudad con cautela.

Bajamos del vehículo sin dejar de mirar a nuestro alrededor. Nos colocamos las mochilas sobre los hombros y el cielo naranja le dio un toque tétrico al ambiente.

Nos deslizamos debajo de las cintas policiacas y agarré a Brianna de la mano para que no caminara en sitios peligrosos. El suelo estaba agrietado y había cráteres enormes en todas partes.

—Dios, esto es un completo desastre.

—Está cada vez peor. Vayamos al hospital.

Corrimos sobre las aceras, y tuvimos que encender las linternas de nuestros teléfonos para iluminar el camino, ya que comenzaba a ponerse oscuro y los postes de luz no servían.

Entramos con éxito por una ventana rota del edificio hospitalario. Y estaba aún más oscuro y polvoriento. Estornudamos un par de veces, buscando en cada habitación, cada cubículo los tanques, pero no había ninguno.

—En el último piso están las bodegas, ahí debe haber—comenté.

Echamos a correr por la escalera de emergencia.

—¡Saquearon todo! —grité, enfadada. No había ningún aparato especial y mucho menos lo que necesitábamos.

—La farmacia es nuestra última esperanza.

—Vamos—manifesté de mal humor.

Salimos por el mismo lugar en el que entramos. Mi mano rasgó un cristal quebrado y comenzó a sangrar. Restándole importancia al ardor y dolor, limpié la palma en mis pantalones y seguir corriendo detrás de Brianna.

En la farmacia más cercana tuvimos suerte. Media suerte.

Solo había un tanque de oxígeno con una mascarilla. Necesitábamos dos.

—¿Cómo planeas encontrar la supuesta puerta a Agartha en la Falla de San Andrés? —preguntó Brianna y chasqueó la lengua al ver el tanque—necesitamos otro.

—Creo que solo bajaré yo, dadas las circunstancias—abracé el pequeño tanque de oxígeno.

—Estás loca. Estoy aquí y soy parte del equipo.

—Bien, llevaré este tanque al coche, tú sigue buscando otro.

—No planeas dejarme aquí, ¿o sí? —alumbró la linterna del teléfono directamente a mi cara.

—Claro que no. Volveré rápidamente—fruncí el ceño y di media vuelta.

La oscuridad era más densa en el exterior.

Brianna tenía la capacidad de leerme las expresiones, por lo que no pudo verme bien la cara al negar rotundamente que la dejaría; lo cual era cierto. El tiempo que llevábamos ahí hizo darme cuenta que no podía ponerla en peligro y que debía ir yo sola hasta la falla.

Regresé a la entrada de la ciudad y metí el tanque en el asiento del copiloto.

Rodeé la ciudad y me dirigí hasta el sitio a donde Dagan me llevó antes de que todo cambiara. Conduje por veinte minutos en terreno pedregoso y arenoso.

Sin embargo, detrás de mí apareció un vehículo acercándose a toda velocidad y con las luces muy altas.

El sonido del claxon hizo que diera un respingo.

El coche aceleró y yo reduje la velocidad. Maldita sea.

Era Brianna. Solamente ella aceleraría de esa manera en el desierto.

Quedamos a la par y Brianna sacó la cabeza para gritarme con rabia.

—¡Eres una mentirosa! ¡Me dejaste abandonada ese lugar!

—Lo lamento, no quiero que salgas herida—apreté el volante, deseosa de llegar a la grieta.

—Eso hubieras pensado antes de animarme a venir. Soy tu compañera de batalla.

—Pero solo hay un tanque...

—Encontré otro—se encargó de mostrármelo y me relajé—ahora, subiré contigo e iremos juntas.

—Lo lamento—repetí, sintiéndome la peor amiga del mundo.

—Mejor conduce—señaló el camino sin verme.

El lugar se fue haciendo más irregular y los recuerdos de esa noche de Halloween llegaron a mi mente rápidamente. Dagan Elek se comportó tan amable conmigo y llegué a pensar en el posible inicio de una gran amistad o algo más en ese momento.

Detuve el coche y abracé el tanque de oxígeno.

—Tenemos que escalar, vamos.

Brianna imitó mis movimientos y gracias a los faros de luz del vehículo logramos subir la pequeña colina.

—¿Y ahora qué? —preguntó ella, jadeando en cuanto estuvo en la cima—Dios, es tan estrecho y el abismo se ve muy profundo.

—Nos tenemos que lanzar, Brianna—comencé a ponerme la mascarilla sobre la nariz y boca. Ella apresuró a hacer lo mismo.

—Tengo que estar igual de demente que tú para hacerlo—rio nerviosamente.

Me puse en pie, mirando con fijeza la negrura de la grieta y reuniendo el valor suficiente para lanzarme sin miramientos.

—Iré primero—avisé.

—Luna, no creo que sea buena idea. Pensémoslo bien, ¿sí?

—Ya estamos aquí y no volveré atrás.

Apreté los puños hasta el punto de hacerme daño en las palmas y hacer sangrar nuevamente la herida que me había hecho en la ventana del hospital.

Alcé la rodilla hacia adelante y di el paso al vacío.

Sentí como caía a la oscuridad, abrazada del tanque de oxígeno. Quise gritar, pero solo escuché el grito de Brianna detrás de mí. Ella también se lanzó dentro de la grieta.

Cerré los ojos, esperando el impacto.

Nunca llegó.

Parecía que caíamos en un agujero sin fondo.

Y cuando pensé que nos habíamos equivocado de lugar, me precipité en una superficie suave y extraña. Rodé hasta colapsar con una pared y un segundo después, Brianna aterrizó de la misma manera, ahogando su grito.

El aire comenzó a faltarme, tal como aquella vez que se me cayó la mascarilla de oxígeno cuando Siegrid me llevaba a su casa a la mitad de la ciudad de Agartha. Manipulé el tanque para que se activara y aliviada, respiré hondo. Brianna tosió y gateé hacia ella. Le activé el suyo y la oí estremecerse tras un suspiro.

¿Dónde estábamos?

En algún punto, una luz iluminaba tenuemente la estancia, pero no podía estar segura si era una cama o sábanas lo que había amortiguado la caída.

—Encontré un túnel—susurró Brianna.

Miré hacia donde ella indicaba. Era como una rendija de ventilación, en donde cabíamos a la perfección.

Recordé cuando Dagan explicó que, al caer por la grieta, lo primero que habría sería una cámara de desinfección, en donde el aire terrestre se evaporaba y luego el aire tóxico de Agartha se activaba.

Abrimos la rendija y entré primero.

—Es una locura—chilló ella.

—Guarda silencio—sisé.

Varios metros dentro, otra rendija apareció frente a nosotras; pero no era la salida o el centro de ventilación.

Asomándome con desasosiego, alcancé a ver a un par de intraterrestres charlando en una oficina. Dios. Se miraban tan normales. Parecían seres humanos.

Brianna se colocó junto a mí y abrió los ojos como platos.

—¿Ellos son intraterrestres? —murmuró. Asentí.

—Escuchemos.

Nos quedamos en silencio para escuchar la conversación.

—Estoy de acuerdo contigo, Ismail, desde que ese Ripper decidió proteger a los humanos por culpa de esa chica humana adolescente, comenzamos a estar nuevamente en peligro. Sus padres murieron en vano y se volverían a morir al ver en lo que su hijo se ha convertido.

—Pues el Kafa está muy disgustado desde que Siegrid Wiebke la dejó en libertad, burlando cualquier tipo de seguridad—replicó el sujeto con arrogancia—y por ello, mandó a capturarla y dar una recompensa para aquel Ripper o Hunter que la encuentre.

—¿Cuántos se han ofrecido?

—Cientos. Pero, al parecer, no han hallado la manera de traerla. Ni si quiera el Hunter que ascendió con Siegrid quiso continuar cooperando.

—¿Te refieres a Assan Darik?

—Sí, él. Hunter de élite, pero un desperdicio, puesto que dicen que más o menos quedó cautivado por esa humana.

—Ahora estamos más en peligro por esa única humana que con todos los de su raza—bromeó la mujer.

—¿Cuál es el nombre de esa humana? No se me queda.

—Luna Powell. 

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