
Episodio 1
«El calentamiento global ha causado fuerte impacto en el planeta tierra, consecuencia de los diferentes factores críticos que la humanidad ha efectuado al paso de los años. Los glaciales de los polos se están derritiendo porque el sol está cada vez más potente, reduciendo la capa de ozono a una velocidad impresionante, y los rayos UV están generando problemas en la piel de las personas, llegando al grado de reproducir las células cancerígenas en la epidermis.
La razón por la que cientos de especies de animales están en peligro grave de extinción y nadie hace nada al respecto para resarcir el terrible daño que está recibiendo la naturaleza.»
La clase se quedó en completo silencio cuando el CD concluyó con ese fatídico discurso sobre el medio ambiente.
El profesor Eugene cada que podía, por no decir «siempre», nos obligaba a ver el lamentable reportaje de la posible catástrofe mundial que podría ocurrir en un futuro y lo hacía para crear conciencia en nosotros, pero, ¡Vamos!, unos pre adultos de casi dieciocho años no podíamos hacer más por el mundo que ponernos a estudiar y avanzar en la tecnología y así restaurar lo que nuestros antepasados le hicieron al medio ambiente. Pero para nuestro querido profesor de ciencias, ver el mismo vídeo dramático casi todos los días era su manera de contribuir al cambio.
La sensación de aburrimiento embargó mi interior en ese momento con más intensidad, justo cuando, aparentemente, el profesor planeaba regresar el reportaje para repetir su punto de vista que habíamos escuchado una y otra vez en lo que iba del mes.
Y como si todos hubiéramos implorado al cielo un escape, ocurrió un breve sismo que nos desconcertó, haciendo que de inmediato nos levantáramos con nuestras mochilas y corriéramos a la salida del aula, en donde los demás alumnos de la preparatoria peleaban por salir al pasillo. En otras circunstancias habría estado muy asustada por el movimiento sísmico, pero estaba segura que el resto de mi salón agradeció ese incidente y librarse del sermón. En Desert Hot Springs suele haber frecuentes sismos porque estamos cerca de la famosa grieta llamada «Falla de San Andrés», que en cualquier momento podría desencadenar la destrucción absoluta de la ciudad, pero nos tiene sin cuidado, o al menos solo a mí.
La alarma sísmica sonó ya cuando todos nos hallábamos fuera de las instalaciones, justo en el área correspondiente.
—Tengo entendido que las alarmas sísmicas suenan segundos «antes» del sismo, no después, a ese paso, se nos vendrá encima el edificio y por nada colocaron ese aparato inútil—se quejó Brianna Morgan con desdén. Creo que yo era afortunada de poder lidiar con ella, ya que nadie más del salón y mucho menos de la preparatoria, se le acercaban por tener un pésimo humor y un carácter turbulento, difícil de tratar.
Claro, quizá se debía a que yo me había trasladado a la preparatoria de Desert Hot Springs a mitad del semestre el año pasado y Brianna fue la única chica, y estoy aclarando «chica», porque ningún chico amable se ofreció a ayudarme a aclimatarme, solo se me acercaron para fastidiarme. Y ella no, Brianna Morgan fue la más gentil del mundo y le debía mucho. Me dio todos sus apuntes, el horario de clases y las fechas próximas de los exámenes, incluida la lista de tareas del resto del semestre.
—Luna Powell.
Salté del susto cuando Brianna recitó mi nombre cerca de mi oreja con tono amenazador.
—¿Qué pasa? —dije, apartándome un paso de ella porque no dejaba de observarme con sus enormes ojos azules como el océano. Se acomodó sus rizos verdes, sí, verdes. Brianna se había teñido el cabello de verde porque detestaba su tono natural: color rubio fresa, es decir, era pelirroja. Y solo porque sus padres se llevaban bien con el director del instituto, le permitieron llevar ese look tan grotesco hasta que cayera por sí solo. Y las raíces comenzaban a asomarse al inicio de su cuero cabelludo.
—¿Escuchaste lo que dije?
—Sí, estás harta de esa alarma que solo suena cuando todo acabó—reí.
—Bien, como vi que te quedaste mirando a la nada, pensé que estabas en shock o algo por el estilo—chasqueó la lengua y cogió un mechón de mi cabello—en serio, Luna, ¿no te apetece teñírtelo de color rosa chicle? Haríamos juego—se echó a reír, jugando con mi cabello—seríamos como los Padrinos Mágicos. Yo Cosmo y tú Wanda.
No pude evitar reír. Brianna era muy graciosa y eso era algo que solo lo hacía conmigo, porque con las demás personas, se mostraba huraña y frívola.
—Jamás me haría algo así. Mi cabello podrá ser oscuro y sin chiste, pero me gusta así—suspiré—además, combina con mis ojos.
Brianna rodó los ojos.
—Tus raíces latinas hacen que te veas fenomenal—me reprendió—eres la única amiga mitad mexicana, mitad norteamericana que tengo y eso es asombroso.
Nunca me había avergonzado de mis orígenes y no pensaba hacerlo jamás, pero no podía hacer caso omiso a la posibilidad de encajar un poco más en aquella ciudad y preparatoria, aunque tenía entendido que vivían más personas de origen latino aquí por lo mismo que el clima era similar a Latinoamérica la mayor parte del año: cálido y templado.
Mi familia provenía de México por parte de mi madre. Mis abuelos eran mexicanos y emigraron a Estados Unidos. Mamá tuvo la dicha de nacer en tierra norteamericana y obtener los derechos puros de residente del país y cuando falleció la abuela, llevamos sus restos con el abuelo en Monterrey, Nuevo León, México, quién había fallecido poco después de haber emigrado, dejando sola a la abuela en territorio extranjero, pero se la arregló para sobrevivir.
Me nombraron Luna en honor a nuestra lengua latina e hizo contraste con el apellido de mi padre «Powell», y para darle un toque más exótico a mi identidad, el segundo apellido, por parte de mamá, era «Díaz».
Mi nombre completo es Luna Powell Díaz. Extraño, ¿no?
La mayoría de ex compañeros de primaria y secundaria solían llamarme «Lu» para abreviarme mi nombre y los dejaba hacerlo para encajar, pero solamente podía percibir cierto rechazo por parte de ellos por no ser puramente estadounidense.
Nacía y viví toda mi infancia en Nueva York con mis padres, quiénes eran escritores retirados y jubilados, y que de vez en cuando se tomaban la molestia de ayudar a algunos editores de The New York Times por simple ocio. Y como papá deseaba escribir un nuevo libro estando jubilado, decidió que era buena idea mudarnos a un sitio más tranquilo y menos frío. Mi madre se opuso al principio porque estaba al tanto del riesgo con la Falla de San Andrés, pero después accedió, aunque a regañadientes.
Y en estos momentos, me hallaba muy contenta de haber podido entablar una amistad con Brianna Morgan, la chica más extrovertida del mundo, pero también la más asocial porque prefería estar conmigo que intentar crear nuevas amistades.
—Todos pueden retirarse a sus casas. Mañana les estaremos informando si habrá clases o no—anunció el director a través de la bocina escolar.
De inmediato todos comenzaron a avanzar hacia el estacionamiento o a la puerta principal. Estábamos llegando casi al final del semestre y se aproximaban las vacaciones de verano.
Me resultó gracioso la primera vez, al observar a la mayoría de estudiantes llegar con bermudas a clases y luego comprendí que era imposible llevar pantalones de mezclilla por el caluroso clima. Le pedí a mi madre que me comprara pantaloncillos cortos, pero como mi padre se hallaba escuchándonos, se negó a que anduviera «modelando» mis piernas a los chicos. Ese día me irrité demasiado con él, que no le hablé en una semana. Mamá terminó comprándome cuatro pantalones pescadores que me llegaban hasta la pantorrilla como compensación y varias blusas de tirantes.
—¿Quieres que te acompañe a casa? —me preguntó Brianna, casi en súplica.
—Adivinaré—coloqué mi botella de agua en el canasto de mi bicicleta y acomodé la mochila en mi espalda—tus padres organizaron otra comida de negocios en tu casa y no quieres estar presente.
—¡Sí! —asintió con dramatismo—deja que vaya a tu casa, por favor. En unas horas me marcho, lo prometo.
—Está bien, vamos.
Brianna me abrazó con emoción y corrió hasta su bicicleta.
Cuando recién me incorporé a las clases en Desert Hot Springs, al mes exactamente, Brianna comenzó a ir a mi casa después de clases, haciendo que mis padres le tomaran cariño y la vieran como una hija más, puesto que yo no tenía hermanos.
Mi casa estaba a unas diez calles en línea recta del instituto y la de Brianna estaba a las afueras de la ciudad, por lo que a mi amiga le resultaba benéfico ir a la mía un rato y luego llamar a sus padres para que fueran a recogerla.
—Escuché a por ahí que va a haber un nuevo profesor de Artes para nuestro último año en la preparatoria.
—¿Dónde escuchaste eso? —la miré por un segundo antes de frenar levemente al cruzar un boulevard. Íbamos a la par en la bicicleta mientras charlábamos.
—Por ahí—rio—es un secreto.
—De seguro volviste a entrar sin permiso a la dirección, ¿no es así? —la acusé entre risas.
Las mejillas de mi amiga enrojecieron.
—Fue el día que no llegaste. Me sentía sola y decidí turistear un rato—se defendió.
—Oh, claro. Turistear en la oficina del director—me burlé.
—Es tu culpa por no ir y dejarme abandonada—replicó, fingiendo estar ofendida.
—La semana pasada tuve un resfriado horrible y era imposible que yo fuera a clases así. El cambio de clima continúa afectándome a pesar de que ya llevo meses viviendo aquí—expliqué.
—Lo sé, lo sé—soltó una risita de suficiencia—solo estoy bromeando para evadir mi culpa de haberme metido a fisgonear a la oficina del director.
—De todas maneras, esa clase extra no es de mi interés. Incluso puede llegar un profesor joven y sexy y aun así no entraría a su aula.
—Yo no me refiero a tomar clases por si el tipo es ardiente o no, sino para estar relajadas y fingir ser artistas de arte abstracto—bromeó.
Rodé los ojos con una sonrisa y giramos en una esquina para deslizarnos al jardín de mi casa. Koray, mi perro chihuahua comenzó a ladrarnos desde el patio trasero con locura. El coche de mis padres no estaba al frente y deduje que tal vez estaría en la parte de atrás.
Dejamos las bicicletas en la entrada del porche y abrimos la puerta mosquitera y después la de madera. Dentro nos envolvió el riquísimo olor a pollo frito con papas fritas.
—Ya estoy aquí y Brianna también—anuncié, depositando mi mochila en la alfombra de la sala. Brianna me imitó y me siguió hasta la cocina.
—Menos mal que hice bastante pollo—bromeó mi madre, saludándome con un beso y abrazando a Brianna con un plato en la mano—sabía que ibas a venir, querida.
—Lo siento, es que su casa es tan acogedora que me gustaría mudarme con ustedes—vaciló Brianna.
—Cuando menos lo esperemos, lo hará—reí y mi amiga me dio un codazo juguetón, haciendo reír a mamá.
—Ve a llamar a tu padre, hija, está en el patio trasero componiendo el parabrisas del coche—me ordenó mi madre y asentí—y tú, Brianna, ve a lavarte las manos y ayúdame a poner los platos, ¿sí?
Caminé hacia la puerta trasera y salí al patio en donde Koray se me fue encima y comenzó a lamerme las pantorrillas y parte de mi rodilla porque no podía ir más allá a causa de ser tan pequeño. Movía la cola con desesperación y lo cargué, dándole muchos besos.
Hallé a mi padre «arreglando» el parabrisas con el ceño fruncido. Su ropa estaba húmeda de sudor y el resultado de su trabajo no le estaba siendo satisfactorio por su expresión malhumorada.
—Papá, ya vamos a comer—le anuncié sin atreverme a acercarme a él.
—Hola, cariño. ¿A qué hora llegaste? —me saludó sin verme.
—Hace unos minutos. Brianna se quedará a comer.
—Vaya, tenía varios días que no venía—bromeó y se secó el sudor con su playera—enseguida voy.
Nos sentamos los cuatro a comer, luego de que mamá enviara a papá a ducharse fugazmente porque el sol abrasador lo había dejado curtido en sudor y nadie iba a tolerar ese mal olor por más tiempo.
Reímos cuando vimos a mi padre sentarse a la mesa recién duchado y con el rostro ruborizado. Estaba claro que la que mandaba en casa era mamá.
—Señora Powell, le estaba comentando a Luna que este nuevo año que viene, un profesor nuevo dará clases de Artes—Brianna rompió el hielo con rapidez y la atmósfera se relajó al instante—y que sería interesante tomar esa clase, puesto que será nuestro último año en la preparatoria.
—No me interesa mucho las Artes—reconocí, arrugando la nariz.
—Pero es una clase extra que te ayuda con puntos en tu promedio final—insistió Brianna, mirando a mis padres con malicia.
—Podrías intentarlo—dijo mi padre, interesado en los puntos extras a mi promedio—además, ¿Qué pierdes con empaparte un poco de arte? Tú mamá y yo somos escritores, pero a ti no te llama la atención la literatura. Quizá en esa clase descubras tu verdadero talento.
—Quiero ser «Veterinaria». Amo a los animales—negué con la cabeza.
—Brianna, inscríbela en la clase de Artes—susurró mi madre, pensando que yo no lo había escuchado.
—Ni se te ocurra—apunté a mi amiga con la pierna de pollo a medio terminar—o lo lamentarás.
—Piénsalo, será divertido—añadió ella, riéndose.
—Se suponía que esa era una hora libre que tendríamos—le recordé.
No era de mi agrado tener que estar inscrita en las clases que Brianna tomaba solo para que su asocialidad fuera incrementando; pero tampoco podía abandonarla luego de lo que había hecho por mí.
—Inscríbela de todos modos—sentenció mi padre sin mirarme—ella te lo agradecerá al final.
—De acuerdo, Brianna, pero si no me va bien en la clase, tendrás absoluta responsabilidad y culpa—canturree. Y su sonrisa se borró, haciéndome reír.
Para apaciguar ese enfrentamiento de miradas incómodas, mamá retiró los platos y papá propuso mirar unas películas en la TV de la sala, la cual era inmensa y solo buscaba cualquier pretexto para usarla, ya que la había comprado recientemente y la amaba con locura. Él podía pasar días y días viendo películas sin aburrirse por el perfecto HD.
—Preferimos ir a mi habitación a hablar y a avanzar con la tarea, papá—dije, subiendo a hurtadillas la escalera con Brianna pisándome los talones. Habíamos recogido nuestras mochilas cuidadosamente cuando él nos daba la espalda y evitar su mirada de súplica. Koray nos siguió gustosamente hasta mi recámara. Sabía que mamá me regañaría por dejarla a manos de papá y la TV, pero me preocuparía más tarde.
—No tenemos tarea—sonrió Brianna al cerrar la puerta.
—¡Silencio! ¿O quieres sumergirte en una película antigua y aburrida con ellos? —le lancé un cojín al tiempo que me lanzaba a mi cama. Koray intentó subirse conmigo, pero por su tamaño solo consiguió empujar las sábanas con sus patitas y lloriquear. Lo tuve que subir por mi cuenta y él se acurrucó en mis piernas, feliz.
Brianna dejó su mochila en el suelo y le echó un vistazo a la ventana de mi habitación en donde se podía ver parte del desierto en la lejanía.
—Me encanta tu casa.
—No, te encanta en donde está ubicada mi casa—le corregí. Salté de la cama, con Koray en mis brazos y me acerqué a ella—donde tú vives está muy lejos, es por eso que añoras estar en un sitio céntrico.
Y como si el destino quisiera jugarnos una broma, el aire sopló con intensidad y nos lanzó un puñado de arena y/o polvo a la cara. Corrí con suerte de que no me entrara en la boca como a ella.
Instintivamente cerré los cristales con molestia.
—Por esto es que extraño Nueva York y su clima frío—me quejé, sacudiéndome el cabello y limpiándome la cara con un pañuelo. Mi perro también quedó empolvado hasta las orejas y se limpió en la alfombra de mi habitación.
—Algún día nos iremos de aquí, Luna; y viviremos en donde nosotras queramos.
—El tono con el que lo dices es como si no lo vieras posible.
—Yo estoy estancada en este lugar, tú no—me señaló con la barbilla—mírate, tienes sangre mexicana en las venas y puedes ir las veces que quieras a ese país tan hermoso sin problemas. Tus padres en cualquier momento pueden decidir mudarse a otra parte sin nada que los ate, en cambio los míos... ellos planean que nos quedemos aquí para siempre porque les va bien en los negocios hoteleros y de turismo con lo de las aguas termales—suspiró—además, ellos jamás aceptarán que...
Se quedó en silencio y se negó a seguir hablando.
—¿Qué es lo que ellos jamás aceptarán? —interrogué.
Pero Brianna sonrió, negando con la cabeza y advertí que quería llorar.
—Oye, ¿Qué ocurre? ¿Qué pasó? —la abracé automáticamente.
—Nada—volteó a verme y me palmeó las manos, deshaciendo el abrazo—creo que debo irme. De seguro ya se fueron esas visitas. Nos vemos mañana, Luna.
Brianna cogió su mochila y salió casi corriendo de la recámara, dejándome confundida. Ella jamás se había comportado así conmigo. Y parecía que pensaba decirme algo muy importante, pero se arrepintió.
Esa tarde estuve pensativa, hice las tareas adelantadas a medias y le envié mensajes a Brianna para saber si estaba bien, pero no me contestó. ¿Qué le había ocurrido? ¿Por qué se había puesto melancólica?
Por medio de un mensaje general, avisaron a mis padres que sí habría clases.
Así que planeé encararla al día siguiente para abordar el tema que dejamos pendiente en mi habitación, pero para mi sorpresa, Brianna estuvo evitándome todo el día, incluso a la hora de la salida. Ella tomó su bicicleta y se marchó sin esperarme. Lo molesto era que mañana era fin de semana y no la vería hasta el lunes.
Llegué a casa y me rehusé a comer con mis padres. Dejé que Koray me hiciera compañía y me dormí con él toda la tarde.
Quizá Brianna estaba pasando por problemas personales y quería su espacio, aunque, pensándolo bien, ella jamás respetaba mi espacio personal y decidí ir a visitarla al otro día sin avisarle.
—Quedé de ir a casa de Brianna, regreso más tarde—anuncié a mis padres en la puerta.
—¿Irás en bus o en la bicicleta? —preguntó mi padre desde la sala.
—En mi bici...
—Vete en bus. La casa de Brianna está muy lejos.
—Pero...
—Te daré dinero, ven. No quiero que vayas en esa cosa peligrosa por toda la ciudad.
Para llegar a la casa de Brianna tenía que transbordarme en doble bus. Por lo que tomé el dinero extra de papá, aseguré mi bolso cruzado y comencé a caminar por la acera, rumbo a la parada de autobuses que estaba a dos calles de distancia. El sol estaba oculto en las nubes, por lo que el ambiente estaba nublado y delicioso. Llevé uno de mis pantaloncillos pescadores con una blusa sin tirantes y con una buena dosis de protector solar en mi piel, por supuesto.
Abordé el primer bus y me puse los audífonos, escuchando mis canciones favoritas en el trayecto. Sin embargo, cuando me acercaba a la parada del otro bus, alcancé a ver a Brianna con su bicicleta yendo a alguna parte. Bajé precipitadamente y la seguí muy de cerca. Mi amiga ya no tenía aspecto sombrío, de hecho, se miraba radiante. Era como si se dirigiera a una... cita.
¡Eso es! Brianna probablemente iba rumbo a una cita y por eso actuó muy extraño.
Se detuvo justo en la acera de una cafetería pequeña, en donde casi nadie iba, lo cual le sumó más puntos a la extrañeza de su actitud. Aseguró la bicicleta con candado, se alisó el short y se peinó un poco sus rizos verdes antes de entrar. Se miraba muy nerviosa. A grandes, pero cautelosas zancadas, me acerqué a la ventana del establecimiento, pero no lograba ver nada más que mí reflejo.
Rodeé la cafetería y encontré una ventana donde se podía ver un poco el interior. Me costó trabajo divisarla, pero por fin la vi. Brianna se hallaba sentada en una mesa, sola, con la cabeza inclinada hacia abajo porque estaba usando su teléfono. Estaba esperando a alguien. A su cita.
Aguardé cinco minutos más, agazapada como una demente en el cristal y de repente la puerta de la cafetería se abrió. Era una chica pelinegra de casi nuestra edad o un poco mayor, no estaba segura. Y no me habría llamado la atención, de no ser porque el rostro de mi amiga se iluminó de alegría al verla. Fruncí el ceño. ¿Acaso era una prima suya que había llegado de muy lejos a visitarla?
Sin embargo, me tuve que cubrir la boca para no gritar de sorpresa al ver aquella escena, y no es que yo estuviera en contra de ese tipo de personas, sino que no pensé que mi amiga lo fuera.
Brianna, mi mejor amiga, estaba besándose con esa chica pelinegra en los labios y no un simple roce, sino un beso francés muy apasionado.
Me aparté de la ventana y eché a correr a la parada de autobuses sin poder creerlo. Yo estaba atónita y perpleja. No podía creerlo. Brianna era lesbiana. Pero eso no era lo que más me irritaba, más bien el hecho de que ella no me hubiese tenido la confianza de decírmelo. Aunque la entendía. Me conocía de escasos meses y su intimidad no era algo de la que pudiera compartir con alguien que apenas estabas comenzando a tener su amistad.
De regreso a casa, en vez de ponerme los audífonos, opté por continuar pensando en mi amiga con la vista fija en la ventana. Y como no quería llegar a casa todavía, pedí bajar en la parada de la preparatoria. No tenía nada que hacer, más que mantenerme alejada por un par de horas de casa y reflexionar sobre Brianna. Sus padres eran muy estrictos, por no decir dictadores y podría ser que ella temiera demasiado en lo que pudiera suceder si ellos se enteraban de su preferencia sexual.
Me senté en la acera de una casa, a una calle lejos de donde estudiaba y suspiré. Saqué mi teléfono y le envié otro mensaje a mi amiga con la esperanza de que me respondiera. Pero en vez de ello, me llamó directamente.
—¿Sí? —contesté lo más natural.
—Eh, Luna, ¿dónde estás?
—En mi casa, ¿por qué? —mentí.
—¿Por qué no vienes a la cafetería que está en la segunda parada de los autobuses que pasan por tu casa?
—Claro, pero, ¿puedo saber la razón? —me mordí los labios.
—Quiero presentarte a alguien. Anda, corre.
Abrumada, regresé a la parada de autobuses y esperé aproximadamente veinte minutos por el siguiente. Cuando llegué a mi destino, entré a la cafetería con el rostro más inexpresivo del mundo para no levantar sospechas. Brianna me hizo señas con la mano y me acerqué. La pelinegra me escaneó de arriba abajo con sus fríos ojos verdes.
—Hola—saludé y tomé asiento junto a Brianna.
—Gracias por venir—mi amiga me abrazó cariñosamente y noté la mirada ácida de la chica.
—No tenía nada que hacer y heme aquí—me encogí de hombros y miré directamente a su acompañante— ¿y ella quién es? ¿es tu prima? —pregunté con inocencia fingida solo por molestarla.
Brianna se echó a reír con nerviosismo.
—No, Luna, no es mi prima...
—Soy su novia—siseó la pelinegra—me llamo Maggie, y tú debes ser Lou-na.
Pronunció mal mi nombre a propósito, pero en vez de demostrarle mi molestia, sonreí abiertamente.
—Luna—corregí alegremente—y debo admitir que esto me toma por sorpresa. Tenía entendido que a Brianna le gustaban los chicos—miré a mi amiga, ella palideció—me contaste de un chico que fue tu novio antes de que entrara yo a la prepa, ¿no?
—Sí, una relación que pretendo olvidar—asintió Brianna con seguridad en su voz—haber aceptado salir con él fue uno de mis mayores errores.
Escucharla hablar a Brianna de esa manera, suavizó el semblante en la tal Maggie.
—¿Desde cuándo están juntas? —cuestioné.
—Estamos cumpliendo un mes—respondió Brianna con timidez.
—¿Por qué no me lo contaste? Sabes que puedes confiar en mí—le reproché.
—De hecho, planeábamos mantenerlo en secreto—objetó mi amiga con incertidumbre—pero te vimos espiándonos en aquella ventana—señaló en donde había estado hacía un rato agazapada como ladrona y me ruboricé—y pensé que no tenía caso continuar con este secreto si ya nos habías visto besándonos.
—Lo único que desapruebo es que me lo hayas ocultado—suspiré—pero fuera de ello, te felicito. Mereces ser feliz, Brianna. Lo digo en serio.
—Gracias. ¿Quieres pedir algo?
Ese día del sábado me la pasé junto a Brianna y a su novia Maggie. Resultó ser que esa chica tenía veinte años y trabajaba en el negocio de los padres de mi amiga, y que llevaban meses frecuentándose sin atreverse a ser nada, pero las cosas entre ellas fueron fluyendo muy bien y optaron por intentarlo. Y fuera de ellas, solo yo sabía de su relación.
De antemano me asustó un poco la idea de comenzar a ver a Brianna distante de mí porque tenía que estar con Maggie, pero era su felicidad y yo no era nadie para impedírselo. Y todo cobraba sentido. Tenía días que ella no llegaba a mi casa y llegué a pensar que era porque sus padres ya no hacían comidas o cenas de negocios, pero era por su novia.
A las seis de la tarde aproximadamente, me despedí de ambas. Habíamos ido a comer a un restaurante mexicano cercano y después por un helado.
—Si quieres te llevamos. Traigo coche—se ofreció Maggie.
—No es necesario. Puedo irme en bus—afiancé la correa de mi bolso en mi cadera.
—Te llevaremos—gruñó Brianna.
Al final de cuentas, me dieron un aventón hasta casa. Maggie conducía uno de los coches de la empresa de los padres de Brianna, quise preguntar al respecto, pero tal vez no era buena idea.
—Nos vemos el lunes—me despedí animadamente.
—Claro. Al rato nos mensajeamos—dijo Brianna sonriendo.
Maggie simplemente me sonrió y arrancó rápidamente.
Entré a la casa y me dejé caer en el sofá de la sala. Koray me dio la bienvenida y después mis padres aparecieron en mi campo visual. Papá estaba manchado de grasa de coche y mamá estaba cocinando algo en el horno. ¿Era pastel? Olía delicioso.
—Pensamos que te quedarías a dormir—espetó mi padre—creí haber escuchado que dijiste que solo un rato, no medio día, Luna Powell.
—Lo siento. Se me fue el tiempo volando, pero la... —titubeé—...prima de Brianna vino a dejarme en coche.
—Es muy considerada esa chica—el semblante de mi padre cambió totalmente y sonrió—estaré en el patio trasero.
—Estoy preparando pastel, ¿quieres ayudarme a ponerle el betún? —dijo mamá y me levanté de un salto a ayudarla.
Mis ánimos habían vuelto a subir después de aclarar las cosas con Brianna y eso me dejaba muy tranquila.
El lunes por la mañana, incluso amanecí más feliz de lo habitual. Me atreví hasta a cantar en la ducha y de camino a la preparatoria. Algunos compañeros de clase o de otros salones que también iban en bicicleta, voltearon a verme y más de uno estuvo a punto de caerse tras distraerse con mi pésima voz.
Coloqué mi bicicleta en su sitio y riéndome de lo sucedido con ellos, entré al salón de clases donde estaba Brianna esperándome con un leve rubor en las mejillas.
—Parece que amanecimos radiantes hoy—dije.
—Esto debe ser un sueño—extendió los brazos a sus costados y cerró los ojos—lo necesitaba en verdad.
—¿Qué cosa?
—Sincerarme contigo, Luna. No quería continuar ocultándote mi noviazgo con Maggie.
Brianna habló demasiado alto y me encogí en el asiento.
—Habla más bajo, alguien podría escucharte.
Ella abrió los ojos y frunció el ceño.
—Si lo sabe Dios y mi mejor amiga, ¿Qué más da si se entera todo el mundo? —se encogió de hombros y rio.
El resto del día fue más pacífico y divertido. Nunca me había sentido tan feliz en mi vida. ¿Se debía quizá a la felicidad contagiosa de Brianna? No tenía idea, pero me gustaba.
Desert Hot Springs, como anteriormente había mencionado, solía frecuentar mucho lo sismos de baja escala o inclusive los de mayor, dándonos leves sustos.
El sismo de la semana pasada nos salvó de la aburrida clase del profesor Eugene acerca del posible cataclismo y la extinción de la raza humana y el medio ambiente. Pero esta vez fue de mayor potencia.
Nos encontrábamos exactamente en la clase de ese docente e iba prácticamente a ponernos el mismo CD, cuando de pronto, unas sacudidas leves nos sorprendieron y algunos bromearon con que era una señal de la naturaleza para dejar de ver el vídeo una y otra vez. Reímos y ante la mirada enfadada del profesor, callamos abruptamente.
Y todo parecía marchar bien y el sismo había sido muy leve como para salir del edificio, pero no pasaron cinco minutos cuando sentí como bajo mis pies el suelo comenzó a sacudirse incontrolablemente hasta llegar al grado de casi tirarnos de los pupitres. Las lámparas del techo oscilaban con violencia y la estructura del edificio crujían con brusquedad. Los gritos aumentaron a medida que el sismo, o, mejor dicho, terremoto aumentaba su potencia. Brianna fue la primera en reaccionar: me agarró del brazo y tiró de mi hacia la puerta. Nuestros compañeros y profesor incluido nos imitaron en medio del shock. En el pasillo fue un total caos. Todos empujaban, gritaban, caían, lloraban y Brianna no me soltó, a pesar de ser dos centímetros más bajita que yo, eso no impidió que fuera fuerte y ruda al momento de abrirnos paso a la salida, rumbo al estacionamiento.
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