29. Sus ojos no mentían
Seguí a Chris hasta su casa. Él me tomó de la mano y me guio como a una niña pequeña.
Chris me abrió la puerta de la biblioteca a pesar de que esta continuaba con el cartel de cerrado. De alguna manera me sentí privilegiada por ser amiga del dueño de la biblioteca.
Cuando entramos lo primero que sentí fue un gran rechazo invisible. Como si la misma biblioteca quisiera echarme, como si el aire que me rodeara, se volviera denso sólo para decirme que no era digna de estar allí, en ese lugar. Como si algo muy dentro de mí fuera impuro y contaminara un aire sacro que allí habitaba de manera viva. Pero intenté ignorar aquel sentimiento incómodo, que crecía un poco más, cada vez que volvía a aquella biblioteca, porque después de todo, sólo podría tratarse de mi imaginación, siendo estimulada por la sugestión y culpabilidad de saber que me había desviado del camino.
— ¿Christopher, a dónde saliste tan apurado?, estamos en tiempos difíciles para distraerse con cualquier... — el dueño de la voz se detuvo, cuando al traspasar la columna de libros, aparecí ante su visión.
El padre de Chris me miró de manera sorprendida. Como si mi presencia en aquel lugar fuera un acontecimiento extraño y totalmente inusual.
— Amanda — pronunció mi nombre de manera queda cuando el estupor de mi presencia fue liquidado por la sorpresa de mis lágrimas abundantes —. ¿Qué sucedió? — me preguntó con cuidado, pero yo no pude responder, ya que la pregunta fue un detonante para que mi llanto volviera a invadirme.
El padre miró a su hijo de manera preocupada y este le respondió con un gesto que solicitaba apoyo.
— No te quedes en la puerta — intervino de inmediato el padre comenzando a caminar al final de la biblioteca, donde se encontraba la zona que se volvía su hogar.
Yo lo seguí, siendo acompañada por Chris, quien todavía no soltaba mi mano, incluso ante la presencia de su padre.
Nos sentamos en torno a una mesa redonda. Vretiel, aquel era el nombre de su padre, calentó agua en la estufa para preparar un té de hierbas, el cual no tardó mucho en estar listo.
Me extendió la taza llena en su contenido aromático y luego sirvió dos tazas más, una para él y otra para su hijo.
— Gracias — dije mirando el contenido verdoso, conteniendo el llanto, quien amenazaba con atacarme de vuelta.
— No contengas el llanto — dijo Vretiel mientras se sentaba frente a mí, sosteniendo su té en alto de manera solemne. Lo miré fijamente y él hizo lo mismo. Sus ojos irradiaron un brillo que no había visto nunca en otros, era un brillo de inteligencia tan fuerte, que brillaba como ninguno, como si guardara toda la sabiduría de este mundo y del otro —. No vale de nada guardar lo que hace mal.
Mis ojos volvieron a aguarse, pero esta vez con más alivio, como si hubiera recibido el permiso para llorar todo lo que quisiera o necesitara, a pesar, de que sentía que no merecía descargarme, por haber sido una mala hija, sino que merecía sufrir en silencio y cargar con el dolor de la pérdida y de una funesta culpa.
La mano de Chris acarició la mía de manera reconfortante y yo lo agradecí con una sonrisa dolorosa. Su presencia y su contacto me sabía tan cálida y pacífica. Era todo lo que estaba correcto. Pero, ¿por qué en esta situación, teniendo a una persona tan pura como Chris, no podía dejar de pensar en Malcolm, aquel que me había llevado al limbo en el que estaba ahora?
— ¿Qué te lastima, Amanda? — me preguntó Vretiel.
— Mi madre murió... y creo que debería estar con ella ahora... en el lugar de los hechos, despidiéndola... pero... no puedo, no me siento digna — contar lo que me sucedía dentro fue una tarea dificultosa, ya que el llanto no quería abandonarme, al igual que aquel dolor que me abría el corazón.
— ¿Por qué dices no ser digna? — me preguntó Chris.
— Hace unas semanas conocí a un chico... a un mal chico... — revelar aquella información ocasionó una respuesta extraña en mis interlocutores. Los vi removerse incómodos en sus sillas, pero no por eso perdieron interés en mi historia —. No fui lo suficientemente fuerte y cometí errores. En vez de pasar sus últimas horas con mi madre... las desperdicié con él.
Vretriel le envió una mirada acusadora a Chris, como si le estuviera reclamando o regañando por algo que no pudo cumplir. Yo me avergoncé un poco, ya que capté su intercambio de miradas.
Vretiel se inclinó levemente sobre la mesa hasta alcanzar mi cabeza. Sobó mi cabello como un padre tierno y sus ojos me miraron con amabilidad.
— No te lamentes por el pasado, porque ese es un tiempo que nunca vuelve. Es mejor concentrarse en el devenir. Y si no estás conforme con tu pasado, todavía te resta tu futuro para hacer las cosas bien.
— ¡¿Pero qué sentido tiene ahora?! — sentía que algo se agitaba en mi interior —, ella ya no está aquí. ¿De qué me vale cambiar ahora?
— Entonces cambia por los que todavía están.
Negué con la cabeza de manera pesarosa.
— No hay nadie — dije con un nudo pesado en la garganta —. Al morir mi madre me he quedado completamente sola.
— ¿Estás segura? — me preguntó Vretiel y yo lo miré con confusión.
— Sí.
— Estás centrada en ti misma y no miras a tu alrededor.
— No tengo más familia que mi madre.
— No toda la familia se conforma con sangre — me sonrió de manera amable, al igual que Chris, entonces entendí lo que quisieron decirme.
— Pero no es lo mismo... — dije bajando la mirada al suelo. Pero un apretón suave el mano que todavía era sostenida entre los dedos de Chris me hizo dudar.
— Hay personas de las que puedes confiar siempre — agregó Vretiel — y nosotros somos unas de ellas.
Levanté la vista y lo miré con sorpresa. Sus ojos no mentían, estaba diciendo la verdad. Giré la vista, para asegurarme que pensaba Chris al respecto, y al igual que su padre, su mirada me dijo que tenían un cariño por mí que no llegué a comprender del todo, pues, apenas nos conocíamos, pero ellos me brindaron calidez y confianza honesta, como si fuera parte de ellos, como si perteneciera a este lugar.
Sus palabras también me hicieron pensar en Ellie, la conocía desde hacía años y ella nunca me había fallado, siempre había estado en los mejores y en los peores momentos. Era más que una amiga, era una hermana de corazón.
Cuando comprendí que no estaba del todo sola un poco de la presión que sofocaba mi corazón fue liberado. Me sentí más cálida, más liviana, menos oscura. Y de manera inmediata, la presión del edificio pareció aliviarse de manera mágica, como si me aceptara, como si me reconociera como una parte de él.
No pude evitarlo, rodeé a Chris en un abrazo y este me apretó con fuerza. Y al contenerme entre sus brazos, las piezas de mi corazón se fueron uniendo, fueron regresando a su lugar de origen.
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