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10. Una visita estéril

Desperté cuando sentí que algo vibraba sobre la mesita de noche. Era mi celular con un mensaje de un número desconocido.

"¿Cómo te encuentras hoy?, me preocupé mucho ayer, cuando te desmayaste de repente. Chris"

¿Yo me desmayé?, fruncí el ceño e intenté forzar mis recuerdos. Estaba en esa fiesta de libros, luego bajé unas escaleras... recuerdo la puerta, esa enorme puerta, cuando la abrí vi algo que me hizo perder la conciencia, pero no recuerdo que era. ¿Debería preguntarle a Crhis?

"Estoy bien, no te preocupes. ¿Qué pasó ayer?"

La respuesta tardó en llegar.

"Estábamos jugando al hockey de mesa, y de repente te desmayaste. Te llevé hasta tu departamento para que descansaras mejor. Asegúrate de comer bien, no vaya a ser que estés anémica."

Esto era extraño. Estaba segura que yo vi algo, pero mi mente parecía estar bloqueada, como si algo no quisiera que recordara lo que vi. Chris estaba mintiendo...no, seguro fue un sueño o una alucinación al momento del desmayo. Tengo que dejar de pensar en cosas extrañas.

"Estoy bien. Gracias."

Me quedé pensando en la conversación. Estaba segura que bajé al subsuelo y que al abrir esa puerta vi algo, y ¿si todo fue un sueño?... ¡Un momento! ¿Cómo consiguió Chris mi número?, se estaba convirtiendo en mi acosador, al parecer, pero ¿será un acosador peligroso? ¿Qué estoy diciendo? ¡Todos los acosadores son peligrosos!, talvez debería comenzar a poner distancia entre Chris y yo.

— Hoy tengo el día libre, así que creo que podría ir a visitar a mi madre al hospital, ya que hace mucho que no la veo — pensé en voz alta para poder acallar los pensamientos de mi mente. No hacía más que trabajar como burro, así que eran pocos los momentos que tenía libre y no debería desaprovecharlos quedándome en casa sin hacer nada, aunque esa fuera una opción muy atractiva.

Intentaba visitarla todos los domingos, día que tenía libre, pero hacía varios domingos que no la visitaba, y debo confesar que la falta de tiempo no es la única razón por la cual no la visité con frecuencia, es que... cada vez que voy a visitarla, me asaltan unas apremiantes ganas de llorar, obviamente contengo las lágrimas frente a ella, y me las guardo hasta que vuelvo a mi monoambiente. Odiaba que me viera llorar por ella. La mejor forma de ayudarla, era siendo su fortaleza.

Desayuné unas tostadas duras, ya que tenían dos días, pero no quería gastar dinero comprando otras. Cada moneda que gastaba se sentía importante, y parecía que estuviera una moneda más lejos de saldar mis deudas. Luego, me vestí con lo primero que tomé del placar, en un movimiento tan rápido, que apenas tuve la puerta abierta más de tres milisegundos. Sentía que si mantenía al placar abierto algo muy malo saldría de allí. Talvez se trataba de la culpa.

Entré por la puerta e inmediatamente me asaltó un tufillo a antiséptico y esterilidad, que ya me era familiar, pero no por eso dejaba de incomodarme cada vez que venía a este lugar. Caminé por los pasillos blancos, con gente acumulada a los costados, esperando sus turnos para ser sanados. Caminé hasta la sección de internados, y fui a la habitación 304, tan conocido para mí, que realicé el camino hasta ese cuarto de memoria, todos los domingos de los últimos cuatro años.

Antes de entrar a la habitación, me encontré con el doctor Dalton saliendo de la habitación. Cuando me vio, cerró la puerta y con un gesto me indicó que lo acompañara. Nos alejamos unos pasos de la habitación donde estaba mi madre internada, como si no quisiera que ella escuchara lo que tenía para decirme.

— Buenos días, doctor Dalton. ¿Tiene alguna novedad sobre la condición de mi madre? — le pregunté.

— Sobre eso quería hablarte. Han pasado cuatro años desde que fue hospitalizada, y diez desde que se intenta descubrir qué es lo que padece, pero en las condiciones que se encuentra ahora no puedo hacer mucho más.

— ¿Existe otro tratamiento?

— Sí, es un estudio, pero es muy costoso — no necesité que me dijera más para entender, el doctor quería decirme que existían más métodos, pero no estaban al alcance de mi bolsillo.

— Quiero intentarlo — dije, no me importaba cuanto debiera desembolsar, por mi madre daría todo, incluso la vida.

— No es tan fácil, además se trata de un tratamiento experimental, no tenemos ninguna garantía de que vaya a funcionar.

— ¿Cuánto? — eso lo decidiría yo, dependía de mí y de mi madre si quería iniciar ese tratamiento o no.

— Doscientos mil dólares.

Mis palabras se quedaron en mi boca. Era mucho dinero, apenas tenía para pagar mi renta y la hospitalización de mi madre. Me era imposible conseguir una suma de ese calibre.

— Amanda, piénsalo — dijo al ver mi rostro de estupefacción — no tienes que decidirlo ahora. Tómate tu tiempo para pensarlo bien.

— De acuerdo — asentí con mi cabeza —, lo pensaré. Gracias, doctor.

— No hay de qué. Y entra a saludar a tu madre, te extrañó mucho estas semanas que no viniste a verla.

— Sí — dije y el doctor siguió caminando por el pasillo en dirección a otra sala.

Me giré y caminé de vuelta a la habitación de mi madre. Tomé el pomo de la puerta y respiré hondo. Necesitaba calmarme. Mi corazón siempre empezaba a desbocarse cuando se antecedía a que mis ojos encontraran a mi mamá de nuevo. Tenía miedo, tenía angustia.

Giré el pomo y entré.

— Amanda — escuché mi nombre de su boca, y el sonido de su voz fue una puñalada a mi corazón. Mi nombre dicho en un tono tan débil, pero tan alegre al mismo tiempo, era como escuchar el susurro de un fantasma lejano. Tragué saliva para ignorar el nudo que quería formarse en el fondo de mi paladar.

— Hola, mamá. Perdón por no venirte a visitar la semana pasada — dije y me senté a su lado, mirándola cuanto había cambiado en dos semanas. La miré, pero intenté que fuera una vista sutil. No quería que ella se percatara de mi asombro.

¿Cómo una persona puede apagarse tan rápido en tan poco tiempo?, en cada visita veía como eso iba avanzando. Cada día tenía menos color, menos vida, menos alma. Era como si algo la consumiera desde dentro. Como si le fuera comiendo la vitalidad, para irla convirtiendo en un cadáver viviente. Sus ojos cada vez más hundidos, su cabello cada vez más incoloro, su piel más blanca, su cuerpo más débil y su voz más lejana. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía detener que mi madre se convirtiera en una sombra?

— ¿Hablaste con el doctor Dalton? — me preguntó con una sonrisa complicada.

Pensé mi respuesta — No, no lo hice — dije al final.

— Igual no tendría nada para decirte — dijo mi madre al creer en mis palabras —. No importa cuantos estudios me haga, ninguno quiere revelar nada, siempre estoy perfecta...

— Mamá... — intenté interrumpirla para que no siguiera, pero ella no me dio lugar.

— Estuve pensando en ello y llegué a una conclusión.

— ¿Cuál? — le pregunté cuando vi que me miraba con cierta emoción infantil, como si hubiera resuelto un rompecabezas.

— Si los estudios salen todos bien, talvez estoy bien.

— Mamá, no es...

— No, Amanda. Los estudios médicos no mienten, talvez la que miente soy yo, mi cerebro, mejor dicho. Talvez me convencí a mí misma que estoy enferma cuando en verdad estoy totalmente sana.

Ella calló y me miró expectante, con una sonrisa que intentaba trasmitir simpatía. Me pregunté internamente si verdaderamente mi madre se creía lo que acababa de decirme, o sólo intentaba quitarme un poco de peso a mí.

— ¿Entonces qué quieres hacer? — le pregunté.

— Volver a casa — ya lo estaba entendiendo —. Estoy haciéndote gastar dinero por una enfermedad psicosomática, ya verás, volveré a casa y las cosas se solucionarán solas...

— ¡No, mamá! — no podía creerlo, ella al borde de convertirse en una sombra, y sólo podía preocuparse por mí —. No volverás a casa hasta que estés curada.

— Amanda, esto no puede seguir así. Te estoy arruinando la vida, te estoy creando deudas y por mi culpa tuviste que abandonar la universidad...

— No digas eso. Eso no es verdad.

— ¡Sí lo es! — mi madre intentó gritar, pero estaba muy débil como para levantar la voz lo suficiente — No tienes idea lo doloroso que es para una madre ver como ella misma es la ruina de su hija, y no poder hacer nada para remediarlo. No puedo quedarme en esta cama de hospital mientras tú, ahí afuera, estás desperdiciando tu juventud por una madre que seguramente no tenga cura, sé que moriré y no habrá nada que pueda detenerlo... ¡No pierdas tu tiempo conmigo! ¡No pierdas tu tiempo con alguien que ya no tiene caso!... vive por mí...

Ya no lo soporté, las lágrimas escaparon de mis ojos como un torrencial. Un dolor imperioso me asfixiaba el corazón. Me incliné sobre su cama y la tomé de las manos con fuerza.

— Eres lo único que tengo. Te amo, mamá. No puedes pedirme que te abandone. Lucharé todo lo que haga falta para descubrir qué es lo que tienes y gastaré cada día de mi vida para curarte. Te quiero en mi casa sana y con vida, no enferma, dejándote morir — ella me rodeó la cabeza con su brazo delgado, y colocó su frente contra la mía, mientras ambas llorábamos en un desconsuelo irreparable —. No me pidas que te mate.   

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