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20. TAEHYUNG

      El domingo por la mañana me hallaba en una cocina que no era la mía, cortando vegetales para guarnición en compañía de Mihwa, la madre de Jimin.

      —Apartaré esto por aquí, para que puedas llevártelo más tarde —habló, obligándome a echar un vistazo a la pila de tuppers cargados de comida y kimchi dentro de su refrigerador.

      —Mimi no es necesario que hagas esto —respondí, porque aunque adoraba ser un consentido, no me gustaba la idea de que se esforzara tanto en la cocina así fuera una vez por mes.

      —Es necesario, si. Sabes que no me agrada que tú y Yeonjun se la pasen comiendo fideos instantáneos o comida rápida.

      Mihwa tenía casi setenta años, estaba enferma del corazón y su rostro cansado se había evidenciado mucho más en estos meses bajo esas arrugas. No era la misma de antes y aunque esta maravillosa mujer repitiera tantísimas veces que estaba más enérgica que nunca, era obvio que lo decía para no preocuparnos, lo que me hacía sentir peor porque quería cuidarla cada que la visitara, no que ella cuidara de mí.

      Tomé una respiración, apartándome del mesón y agarré sus delgadas manos entre las mías para dejar un beso corto en el dorso.

      —No tienes que preocuparte por eso ¿De acuerdo? —dije en un tono más suave, compasivo.

      —Y tú no tienes que preocuparte por mí —respondió al notarlo de inmediato —. Estás poniendo esa expresión de nuevo. No necesito ver tu cara más de dos segundos para darme cuenta de lo que piensas.

      —Mimi...

      Mi pecho se apretó de repente ¿Cómo no iba a hacerlo? Si luego de adoptarme a los diecinueve años, recién llegado de Daegu junto a un hijo pequeño en brazos, la consideraba prácticamente mi madre.

      —Uh-uh, nada ¿Sabes de lo que debes preocuparte tú realmente? —preguntó, cambiando la posición de nuestras manos para sostenerme ella esta vez.

      —A ver ¿De qué?

      —De conseguir una mujer —decretó y apretó su dedo índice contra mi pecho —. Solo mírate. Estás guapísimo, aún eres joven y honestamente me parece un desperdicio que sigas soltero.

      Aclaré mi garganta, un poco tenso cuando me separé de ella porque ese comentario me agarró desprevenido y rasqué mi nuca dándome un momento antes de responder.

      —Ah. En cuanto a eso, yo...

      —Él ya encontró a una mujer, Mimi —interrumpió, Yeonjun. Apareciendo oportunamente en la puerta.

      —¡Yeonjun! —llamé su atención.

      —¿Qué? —. Encogió sus hombros.

      —¿Por qué estás escuchando conversaciones ajenas?

      Se acercó a nosotros, nada afectado por mi reacción y envolvió a Mimi en un abrazo desde atrás antes de dejar dos besos en su mejilla.

      —Solo escuché por casualidad, papá. En realidad venía a decirles que el tío Jimin tiene lista la carne allá afuera, podemos ir a comer.

      —Oh, está bien amor —. Mihwa caminó unos pasos hasta el mesón, tomó un par de cuencos listos con guarnición y se los acercó a Yeonjun —En ese caso ¿Podrías llevar esto a la mesa en lo que tu padre y yo acabamos aquí?

      Mi hijo asintió obediente, dejándonos solos otra vez y Mimi giró quedando justo frente a mí para cruzarse de brazos.

      —Así que estás saliendo con alguien.

      No respondí enseguida. En su lugar bajé la cabeza, como un niño a quien descubren haciendo algo malo, porque así me sentía después de todo, después de besar a Ninah la noche anterior aunque al principio fue diferente.

      —En realidad es algo complicado —, me limité a murmurar.

      —¿Y eso por qué?

      Por qué tenemos una diferencia de diecisiete años.

      —Porque no sé si funcionará.

      —Mi muchacho... —dijo suave, mirándome ahora ella compasivamente mientras llevaba sus manos hasta mis mejillas —¿En serio te gusta esa mujer?

      Asentí.

      —Entonces inténtalo. Si no lo haces, jamás sabrás si funcionará.



      Después del almuerzo todos nos acomodamos en el sofá de la sala para entretenernos con las fotos viejas que Mimi aún guardaba perfectamente en una caja de madera.

      —Mira Junie, esto fue una semana después de que llegaron a la casa. Estabas tan pequeñito, cielo —dijo ella, acercándole la foto a Yeonjun, quien sonrió en silencio.

      Sonreí también, porque sin siquiera tener que verlo con demasiada atención sabía que se trataba de una en la que ella estaba de cuclillas hacia mi hijo, mientras éste lo miraba, con el brazo extendido en su dirección para darle su juguete favorito. Se los había tomado yo mismo.

      —Tenías como un año y medio en ese entonces —agregué, enmascarando un suspiro y luego Jun me pasó otra fotografía.

      —Mira papá, aquí estan tú y el tío Jimin.

      Hice una pausa para apreciarlo antes de hablar.

      —Woah. Esta era de cuando Jimin aún iba conmigo en la misma carrera, no llevábamos mucho tiempo de ser amigos —dije al vernos estudiando juntos.

      —En esa época aún juraba que sería maestro ¿Me imaginas realmente como uno? —bromeó mi mejor amigo, echando un vistazo a la foto y negué.

      —Se te dan mejor las finanzas.

      Fue después de llegar a Seúl, que gracias a una beca en la carrera de Ciencias de la Educación conocí a Jimin.

      Para cuando tomaron la foto que tenía en las manos, todavía vivía dentro de un departamento extra pequeño, trabajaba medio tiempo y llevaba a Yeonjun a una guardería cercana para asistir a clases. No tenía idea de que meses después mi amigo me presentaría a su madre, ni que acabaría convirtiéndose en la mía.

      Mimi era, sin dudarlo una de las figuras más importantes de mi proceso personal, porque cuando apenas era un muchacho que aprendía por su cuenta a ser adulto y padre a la vez, me acogió en su casa, cuidó a mi hijo, nos dio de comer y con paciencia y sabiduría –al igual que con Jimin– hizo de mí parte del hombre que era a día de hoy.

      Mi corazón se apretó al recordarlo todo pero no fue hasta horas después, cuando la encontré de nuevo en la cocina horneando galletas que me acerqué a ella para envolverla entre mis brazos desde atrás, con los ojos cerrados mientras una explosión de gratitud llenaba mi interior.

      —Las galletas no están listas —dijo acariciando en donde mis manos se cerraban alrededor de ella y sonreí.

      —No vine por las galletas, Mimi.

      —¿Entonces?

      —Vine para darte las gracias por todo. Por mí, por mi hijo, por cuidarnos cuando no tenías la responsabilidad de hacerlo.

      Ella dio media vuelta después de escucharme y nuestros ojos se encontraron, diciendo demasiado pero nada a la vez. Ni siquiera hizo falta en realidad, porque sabía que ella entendía de lo que se trataba.

      —Estás muy sensible hoy —confesó sin embargo, haciéndome soltar una risa fácil.

      —Solo me siento agradecido de tenerte conmigo —respondí.

      Y luego nuestro domingo terminó, entre café, galletas y una Mimi feliz.



      El lunes por la mañana me encontraba hundido en el sillón de mi despacho, discutiendo conmigo mismo acerca de como abordar lo sucedido con Ninah.

      Porque si bien fue un beso, era demasiado consciente de que no se trataba de cualquier beso, ahora habían sentimientos de por medio, tanto los míos como los de ella y tenía que resolver esto de inmediato.

      Me froté los ojos con fuerza, apretandolos hasta ver destellos de luz y no recordar absolutamente nada. Dios, me sentía tan horrible, sobre todo porque el sábado fracasé por completo en controlarme y a pesar del consejo de Mimi en la visita del domingo, sabía que lo correcto era no permitir que esto volviera a suceder.

      El pensamiento me deprimió, haciéndome soltar un pesado suspiro. Pero así odiara la idea, era necesario hablar con ella en lugar de arriesgarnos nuevamente a los dos.

      Me levanté de mi asiento cuando escuché el timbre del receso y salí de mi despacho dispuesto a encontrarla. Tuve que caminar a través de los pasillos más cercanos, esperando dar con ella pero al no tener éxito, bajé a la cafetería en donde apenas entré pude verla.

      Se sentaba con Jungkook, además de otra compañera e inmediatamente supo que me dirigía directo hacia donde estaba, porque la expresión en su cara dijo que me largara. Aún así me mantuve sereno, actué casualmente y luego me detuve justo frente a los tres.

      —Buenos días —hablé.

      —Buenos días, Director kim —respondieron al unísono.

      Entonces mi atención se centró en Ninah, quién de repente tragó duro.

      —¿Señorita Seo, tiene un momento para hablar?

      Jungkook la miró primero, extrañado y luego ella a él para hacerle un ademán indicándole que no pasaba nada.

      —Sí, Director —dijo al levantarse de su silla.

      —Bien, entonces sígame por favor —ordené, dando media vuelta para caminar de nuevo hacia mi despacho. Ninah me siguió el paso en silencio y una vez que nos encerramos, nuestras miradas se encontraron.

      —Es por el beso ¿Cierto?

      Asentí.

      —Sí, tenemos que hablar.

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