19. TAEHYUNG
Envié un mensaje para Ninah, después de estacionar a metros de la casa de Jungkook y me quedé en el auto esperando mientras miraba detenidamente en la pantalla del teléfono móvil nuestra última conversación.
Comencé a odiarme un poco a mí mismo de inmediato, porque luego de hablar difícilmente esa tarde en el despacho, me había prometido jamás cruzar la línea de mi autocontrol cuando se tratara de ella. Sin embargo, al conducir a las tres de la madrugada para llegar hasta aquí, era eso precisamente lo que acababa de hacer.
Genial. Eres la coherencia hecha persona, Taehyung.
Liberé mi culpa en un suspiro, dejándome caer contra el respaldo del asiento y permanecí en silencio durante los minutos que pasaron después, suficientes según mi percepción porque al permitirme ese momento de pensarlo mejor, analicé de nuevo nuestra conversación.
Quizás estaba haciendo una gran cosa de nada.
Porque ¿Qué de malo podría haber en esto? Ella solo me había pedido una oportunidad para hablar e iba a dárselo. Escuchar lo que tuviera que decir, poner un límite más claro si fuera necesario e irme.
Sí eso sería todo, pensé.
Pero tonto de mí, porque cuando levanté la mirada reconocí esa inconfundible silueta acercándose desde la distancia. Era ella y salí del auto, con el corazón latiendo demasiado fuerte en mi pecho. Sin ninguna confianza de poder o siquiera querer contenerme esta vez.
—No creí que fueras capaz de venir —confesó, al detenerse frente a mí.
Y no respondí de inmediato, porque me hallaba demasiado concentrado en su pelo rubio, en su vestido celeste que terminaba con una falda corta, acampanada por el tul que levantaba la tela desde abajo y en sus piernas cubiertas por medias blancas, estiradas hasta sus muslos junto a sus tacones negros.
Honestamente no estaba muy seguro de que fuera consciente pero... Dios se veía tan jodidamente sensual que tuve que apartar la mirada para fingir que no me había visto afectado por su disfraz.
—Yo... quería escuchar lo que tuvieras que decir —dije, con mi voz un poco más profunda de lo normal.
E inmediatamente se estremeció, lo supe porque tomó una respiración como para decir algo pero en su lugar permaneció callada, con los labios entreabiertos y sus ojos negros deslizándose hacia mí.
—¿Aunque estuviera ebria? —bromeó finalmente, dando un paso más cerca. Di otro también.
—No creo que estés tan ebria ahora, no más de lo que según tú podría estar Yeonjun allá adentro.
Ese comentario hizo que me ganara una risa breve.
—Perdón por eso —murmuró apenada, pero le resté importancia. Aún así, lo que dije provocó que de repente fuera consciente de que seguíamos en medio de la calle, porque echó un vistazo hacia atrás, en dirección a la casa de Jungkook, para asegurarse de que nadie nos estuviera mirando.
—Ninah —me atreví a llamarla.
—¿Si? —preguntó, dando media vuelta hacia mí.
—Deberíamos entrar. Hablaremos mejor allí ¿No crees? —sugerí, señalando mi auto y creí que podría negarse pero asintió de inmediato. Así que le abrí la puerta, luego rodeé el vehículo para entrar también y me acomodé en el asiento del conductor.
Durante los siguientes minutos ninguno de los dos dijo nada. Lo que hizo cuestionarme si estaba incomodandola y ese pensamiento me deprimió porque era lo último que querría para ella. Sin embargo tuve que ponerle un poco más de atención para darme cuenta de que solo se sentía tímida, por lo que decidí retomar la conversación.
—Te pintaste el cabello —. Fue lo primero que se me ocurrió, aún encantado con su aspecto.
Ella negó.
—¿No? —pregunté incrédulo.
—En realidad es una peluca —confesó y mi cara de asombro debió ser un poema para ella porque se entusiasmó tanto que su rostro se iluminó e inconscientemente se inclinó demasiado hacia mí —. Se ve muy real ¿Cierto?
Asentí, quedándome quieto de repente para aprovechar e inmortalizar dentro de mi mente cada detalle suyo. Esos ojos negros que fueron protagonistas de mis pensamientos más de una vez, sus pómulos finos teñidos en rosa y esos labios, pintados ligeramente, lo suficiente como para que la tinta no fuera capaz de cubrir el pequeño lunar en el borde superior.
Dios, ¿Acaso había algo de ella que no me gustara?
—Te ves hermosa —murmuré, en una confesión que se me salió desde lo más profundo.
Y de repente fui demasiado consciente de todo. De lo cerca que realmente la tenía, de la reacción en su cuerpo, de mi respiración tan agitada, de cada latido e incluso del roce de mi ropa holgada.
Quería tocarla.
—¿De verdad crees que soy hermosa? —preguntó y asentí.
Pero lejos de sentirse feliz como hace un rato pareció estar decepcionada, lo que de alguna manera me deprimió y me confundió hasta que habló.
—Y si crees que soy tan hermosa, ¿Por qué no puedo gustarte aunque sea un poquito? —. Su voz casi se agrietó en la última palabra e inclinó la cabeza hacia un lado, provocando que impulsivamente la acunara en la palma de una mano.
Y pudo haber terminado allí, pude haberme detenido justo allí pero cuando nos miramos el uno al otro...
A la mierda con todo. Pensé. Entonces me acerqué y la besé.
Mis labios se unieron a los suyos con demasiada delicadeza al principio, porque sentí como si quisiera asegurarme de conocerla antes. Probarla, rozar apenas su piel para memorizar esa sensación primera mientras la adrenalina estallaba dentro mío.
Y Dios... no sabía que necesitaba tanto tenerla de esta manera.
Apresé sus labios, succionando con suavidad, más para humedecerla que para devorarla porque si la tenía así para mí, pretendía tomarme el tiempo que fuera necesario para disfrutarlo. Pero cuando me separé un poco y a ella se le escapó un suave gemido desde lo más profundo de su garganta, me encendí.
La tomé de inmediato e incliné la cabeza profundizando el beso de manera en que nuestras bocas encajaron tan magníficamente, que el movimiento de nuestras lenguas después fue jodidamente embriagador y cuando sentí que sus manos viajaron hasta mi nuca para enredar sus dedos con los mechones de mi cabello, llevé las mías a sus caderas para atraerla a mí.
Besar a alguien nunca se había sentido así, tan glorioso, exquisito o al menos no recordaba que generaran un efecto así en mí.
Podía besar a Ninah tantas veces como me lo permitiera, quería hacerlo. Quería continuar sintiendo el calor de un beso tan intenso como el que nos dabamos, pero había algo más que debía decirle antes de seguir.
Así que me separé apenas, concentrándome en la humedad de sus labios brillando casi a contraluz y luego susurré.
—¿Quién te ha dicho que no me gustas?
Ella sonrió y aunque fue la cosa más linda que había visto tuve que comerme esa sonrisa en otro beso hasta que el sonido de su teléfono móvil nos interrumpió
—Contesta —hablé entre sus labios, sin muchas ganas de dejarla ir y ella se separó para atender. Era Jungkook.
—¿Ninah, dónde estás? —. Escuché la voz amortiguada preguntando desde el otro lado de la llamada.
—Uhm... Tuve que salir afuera porque mi madre me llamó.
—¿Todo está bien?
—Si, todo está bien. Vuelvo en un segundo.
—De acuerdo, pero apúrate porque Jackson trajo un enorme pastel y en un momento me cantarán el Feliz Cumpleaños.
Cortó la llamada y me miró, como si sintiera pena por tener que dejarme, pero despues de esto absolutamente nada podría molestarme.
—Tengo que irme —dijo en un tono suave y me acerqué para darle otro beso, más corto esta vez.
—Está bien. Anda, que Jungkook te espera.
Asintió, quitándole el seguro a la puerta como para salir, pero antes de eso giró de nuevo hacia mí.
—¿Hablaremos de esto después? —preguntó preocupada.
—Lo hablaremos, ahora ve con tus amigos y diviértete.
Entonces sonrió, más tranquila y salió del auto para correr tan rápido como sus tacones se lo permitieron, directo hacia la casa de Jungkook.
Suspiré, dejándome caer por completo en el asiento mientras cada una de mis emociones amainaba y junto a ellas poco a poco fui cerrando los ojos para soñar con medias blancas, faldas celestes y besos mojados.
Mi teléfono sonó una hora después y me sobresalté.
—¿Hola? —dije con la voz ronca cuando atendí.
—Hola papá, ¿Puedes venir a buscarnos de la fiesta? Soobin mezcló un par de cosas y se acaba de vomitar.
—Voy.
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