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10. NINAH

      —¡Hija, la cena está lista! —habló mi madre a lo lejos, y salí de mi habitación para dirigirme al piso de abajo, al comedor en donde estaba esperándome. Me invitó a tomar asiento apenas me vio.

      Esta noche, ella había preparado la mesa llena solo para las dos. No sabía cómo sentirme al respecto, y mientras me sentaba, me pregunté de nuevo si estaba siendo demasiado dura con ella.

      —Pasame el tazón, te serviré —dijo, apretando una sonrisa y se lo acerqué. Me lo devolvió cargado de arroz y cuando lo puse frente a mí, ella escogió con sus palillos las tiras de carne más jugosas del montón para colocarlas encima de mi porción.

      —Gracias, mamá —respondí.

      Tomé entonces mis palillos para enrollar la tira de carne en un poco de arroz con kimchi y luego lo llevé a la boca, cerrando los ojos al disfrutar de mi bocado. Esa explosión de sabor me transportó inmediatamente a los días en que visitaba a mi abuela y sin poderlo evitar se me escapó un murmuro: —Esta delicioso...

      Mi madre soltó una risa fácil, entusiasmada por mi reacción y se sirvió también.

      —Me alegra que te haya gustado. Sé que no soy la mejor cocinando pero usé el libro de recetas de tu abuela para marinar una buena carne y creo que resultó.

      —Deberías usar sus recetas más seguido, te quedó igual, su sazón era muy particular.

      Por un momento bajé la guardia y me permití pensar en que me estaba consintiendo genuinamente, me permití disfrutar de nuestro momento juntas y conversamos animadas. Le pregunté cómo estuvo su día, qué cosas había hecho y cuando quise indagar en cómo se estuvo sintiendo en ese tiempo ella sólo borró la sonrisa que tenía en la cara y se quedó en silencio.

      —Sobre eso... hay algo que quiero contarte —, suavizó su voz.

      —¿Qué sucede? —pregunté tratando de no anticipar nada, pero pude intuir cuando vi su expresión.

      —Ah, cómo lo digo —murmuró para sí misma, indecisa. Aún así la empujé a continuar.

      —Solo dilo...

      Finalmente tragó duro, levantó la mirada y aunque las palabras no salieron de su boca entendí que se trataba de él.

       —Doyoong y yo... retomamos nuestra relación —dijo bruscamente.

      Se sintió como un balde de agua fría y dejé los palillos a un lado, tumbandome contra el respaldo del asiento. Mi estómago se cerró inmediatamente.

      —No puedo creer que estés diciendo eso, mamá.

      —Ayer pasó por la oficina. Me invitó a almorzar y hablamos de todo lo ocurrido, me dijo que estaba arrepentido de todo y...

      —Y tú como siempre le creíste —interrumpí decepcionada.

      —Ninah...

      —Y yo quise creer en ti, mamá. Pensé que hiciste esto porque de verdad querías pasar tiempo conmigo, pero solo es un poco más de lo mismo. Nunca hay algo genuino de ti para mí, nada sin un interés detrás.

      —No Ninah, las cosas no son así. Por supuesto que quiero pasar tiempo contigo, pero quise encontrar el momento perfecto para decirte esto, entiéndeme. Doyoong es la persona con quien quiero estar y quizás un día los tres podamos formar una familia.

      —¿Una familia? —cuestioné horrorizada —. ¿Quieres formar una familia con ese golpeador?

      Me levanté de la mesa y di unos pasos atrás empujando la silla.

      —Hija, no seas tan dura con él, dale una oportunidad... —suplicó.

      Mi madre también se puso de pie e intentó acercarse a mí pero no se lo permití. Me sentía tan molesta, tan indignada. No entendía como podía estar tan cegada por ese miserable. ¿Cómo era capaz de perdonarlo?

      —¿De verdad me estás pidiendo que le una oportunidad? No puedo mamá, no puedo porque a diferencia de ti yo no olvido lo que hizo la última vez.

      —Yo tampoco lo olvido, pero prometió que no ocurriría de nuevo —, intentó convencerme inútilmente. Ese hombre podía pedir disculpas un millón de veces, pero para mí no era más que una bestia queriendo disfrazarse de oveja.

      —Ese hombre es un idiota. Llegó a la casa borracho, hizo una escena de celos por un compañero de trabajo. Golpeó la mesa, la pared ¡Y casi fuiste tú! —, levanté la voz de rabia —¿Y todavía le permites regresar a tu vida? No mereces eso, mamá.

      Hubo un silencio detrás de mis palabras y luego mi madre me miró con la frente en alto, cambiando su postura.

     —No tienes idea de lo que merezco, Ninah —respondió a la defensiva.

      —Has caído tan bajo. Mi padre jamás te hubiera hecho algo así...

      —¡Tú padre ya no está, métete eso en la cabeza! —gritó —. ¡No puedes pretender que me quede toda la vida sola!

      —¡No quiero que te quedes sola, mamá! ¡Quiero a alguien mejor que Doyoong! Entiende tú que ese hombre nunca te hará feliz...

      —¡Tú no sabes nada!

      —¡Tal vez sé más que tú! —respondí.

      Mi madre me dio la espalda con lo último y pude escucharla sollozar.

      —Vete de aquí, Ninah —murmuró, pero no me moví.

      —Mamá...

      —¡Por una vez en tu vida haz lo que te digo! ¡Sube a tu habitación y déjame en paz!

      Me quedé helada cuando giró para gritarme, sus ojos estaban llenos de lágrimas al igual que los míos, pero lo entendía todo. Seguía prefiriendolo. Ella no iba a cambiar de opinión y yo tampoco. Así que subí los escalones rápidamente y la dejé allí sola.

      Al cerrar la puerta de mi habitación me tumbé en la cama, abrazando mi almohada para ahogar el llanto, no supe cuanto tiempo estuve así, pero fue lo suficiente hasta quedarme dormida.



      Todo parecía ir de mal en peor para mí, me sentía triste por la discusión con mi mamá, y extrañaba tanto a Jungkook que a la hora del receso fui directamente a la cafetería para conseguir sus gomitas favoritas porque necesitaba disculparme adecuadamente con él.

      Me dirigí entonces al salón de clases, lo había visto allí antes pero cuando noté su asiento vacío pude intuir que estaba en nuestro lugar de siempre, así que crucé todo el edificio del colegio para ir hasta el patio trasero, en donde lo vi.

      Estaba de espaldas a mí, recostado por el árbol, supe que se fumaba un cigarrillo porque el humo formaba espirales en el aire y me tomé un momento antes de caminar hacia él.

      —¿Vas a pasar todo el día sin hablarme? —pregunté, ubicándome a su lado.

      Jungkook solo me miró de reojo mientras le daba un golpe a su cigarrillo para quitarle el resto de las cenizas.

      —Dijiste que querías estar sola.

      —Si, pero... no tanto tiempo —suavicé mi voz y recosté la cabeza contra su brazo porque no alcanzaba su hombro —. Es que me sentía molesta.

      —¿Molesta por qué? ¿Hice algo malo sin darme cuenta? —. Jungkook se apartó de mí para ponerse enfrente, obligándome a levantar la mirada a su altura.

      —Por supuesto que no, tonto. Me sentía molesta por otra cosa.

      —¿Qué cosa? —preguntó dándole una última calada a su cigarrillo y luego lo tiró.

      —Ya no tiene caso.

      Apreté una sonrisa, pero para mi mejor amigo no fue una respuesta suficientemente buena porque entrecerró los ojos, incrédulo.

      —¿Es eso o no me quieres contar? Cómo lo del Director Kim.

      Negué.

      —De verdad no tiene caso. De hecho si vine aquí fue para disculparme contigo, se que soné algo grosera pero no fue mi intención. Disculpame ¿Si? Traje tus gomitas favoritas.

      —¿Y piensas que te voy a perdonar por un paquete de gomitas? —, cambió el tono de su voz, bromeando y entonces supe que todo estaba bien entre nosotros.

      —No es solo uno —. Levanté el primer paquete frente a él y luego levanté el otro, agitándolos a la par —. Son dos.

      —Está bien, acepto tus gomitas de la reconciliación —dijo y me gané una sonrisa.

      Sonreí también y no pude evitar lanzarme hacia él para darle un abrazo al que correspondió porque hizo lo mismo.

      —Que tonto —bromeé y luego él me dio un beso en la cabeza.

      —Que tonta —respondió y a pesar de no saberlo, me hizo sentir mucho mejor.

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