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CAPÍTULO 6


Nathan no se molestó en ducharse  en los vestidores,  aún con la ropa embarrada y el cuerpo sudado se largó de allí.No iba a quedarse a que lo castigaran porque iban a castigarlo. Lo sabía, y una parte de él no se atrevía a ver a Joie a la cara.

No podía quitare esos ojos dolidos  que se clavaron en él unos  momentos  antes de alejarse y sujetarse el rostro con las manos.

Lo había lastimado. Y Nathan  no sabía  si había sido más  fisico o emocional , pero si las cosas ya no iban bien entre ello eso  definitivamente no ayudaba.

Rayos...

Como si el día no hubiera sido lo suficientemente malo su teléfono comenzó a sonar cuando estaba llegando cerca de su casa,  había tomado un autobús donde alguien le tocó el culo. Por el rabillo del ojo vio un par de chicas soltando risitas. Una apuesta supuso y lo dejó pasar concentrando sus ojos en  la pantalla  de su movil con la esperanza de que fuera Joe pero no.

Era su madre: Elisa.

Llevaba  un par de días  llamándolo insistentemente, la última  vez fue solo para mostrarle  una mariposa-Nathan estaba bastante seguro de que había sido una polilla gigante- pero no quiso discutir con ella. 

Nathan nunca quería discutir con ella. Hasta la había halagado y dicho que le hiciera un boceto de ella, Elisa se había mostrado entusiasta con la idea probablemente le estuviera llamando para mostrarle su trabajo.

  Que los años le habían enseñado a tratarla como si fuea una niña pequeña. Su madre  vivian en su mundo, quien quisiera quitarla de allí  se transformaba en un enemigo.

Normalmente Nathan la dejaría vivir dentro de su cabeza y le seguiría  el juego,  pero ese día no estaba de humor para brindarle "el apoyo familiar" del que lo habían aleccionado en las multiples visitas que había tenido a la clinca Sean.  Que su madre entraba y salía del loquero como de la ducha. O quizas más del loquero que de la ducha.

Como sea. Nathan no se sentía nada  empático ese día.

Lo dejó ir al contestador unas tres veces pero a la cuarta se resignó a responder ya iba bajando en su parada para ese entonces.

—Hola—Le dijo ya llegando a su casa.

Bill y Jack aún estaban en el trabajo, llegaban despues de las ocho, eso si no  iban a a cenar a algún  lugar romatico, entonces llegaban cerca del la medianoche si era que llegaban y no se quedaban trabajando en su matrimonio en alguna  habitación de hotel  para  revivir  la pasión.

Era algo que hacían más a menudo desde que Nathan tenía edad para quedarse solo en casa. 
Sí,   a Nathan a veces le sorprendía que sus  padres aún tuvieran  Tiempo y ganas de seguir motivando su matrimonio. 

En cualquier caso lo que  sea que hicieran parecía que funcionaba. Se veían bien juntos.

—Cariño. Bebito—Nathan oyó la voz aguda de su madre y se tensó. Por la manera en la que chillaba estaba bastante seguro de que estaba en uno de sus episodios maníacos. Su madre sufría de un trastorno Bipolar de tipo Esquizoafectivo. Lo que básicamente significaba que no le bastaba con ser bipolar, también presumía sintomas psicóticos del espectro de las esquizofrenias—Necesito que vuelvas a casa. Mandé a comprar ese pastel que tanto te gusta, el de las fresas, y...

Otra vez con eso.

Nathan suspiró resignado. Como si no tuviera suficiente con lo que lidiar, tenía que armarse de paciencia para tratar con su madre loca.

—No puedo, mamá...

—¿Por qué? —Preguntó la mujer de forma caprichosa.

—Nos vimos durante el verano ¿Recuerdas?

—Pero te extraño.

Nathan cerró los ojos y suspiró. Tratar con su madre era como tratar con un buscaminas en el que nunca sabrías si ibas a encontrártela exaltada a más no poder o tirada y llorando en una cama.

—También yo mamá,  solo... solo no puedo y ya. Lo siento.

—Siempre es lo mismo. —se quejó la mujer. —Siempre estoy sola.—Nathan no respondió. Dijera lo que dijera la mujer se enfadaría. —Debí ahogarte cuando naciste, todo esto fue tu culpa.—Ahí estaba.—¡Tu nos hiciste esto!

Nathan, apretó los labios en una línea, no era la primera vez que oía algo de eso venir de su boca.

A lo largo de los años le había dejado muy en claro que se arrepentía de haberlo tenído y como ese error había arruinado su vida. Que si él no hubiera existido ella tendría la familia que siempre había querido. Nathan llegó a estar bastante seguro de que su madre lo odiaba, y el que no hiciera lo que ella quería  hacía que sus palabras fueran más crueles.

Y joder, dolía.

No importaba cuanto intentara convencerse de lo contrario. Le dolía saber que había sido solo un error en la vida de sus padres.  Uno que las había arruinado por completo.

Nathan la oyó llorar al otro lado de la línea de teléfono y eso hizo que prestara atención de nuevo a la conversación. — Debiste haber sido tu...si no lo hubieras hecho...—Iba diciendo—Charly...

—Mamá...—Nathan la cortó, no soportaba oir ese nombre.

—Tu me lo quitaste. Lo hice por ti, si no fuera por ti. —Elisa lloró—lo di todo por ti pero tu y tu padre, siempre prefieren a ese...

—Mamá, no se trata de Bill, yo solo no puedo ir, yo...—Nathan suspiró cansado, no quería que empezara a insultar a Bill, de sus padres era con el único que de verdad se llevaba bien. —Tendría que hablarlo con papá. —dijo pasando una de sus manos por su rostro. Por dios, no quería seguir discutiendo con ella.

—Siempre lo quisiste más a él, yo te tuve en mi panza 9 meses, pateándome los riñones, hice de todo para que nacieras y así me lo pagas... ¡lo único que quería era una familia y tu me la quitaste!

Nathan quería decirle un montón de cosas, pero se mordió para no hacerlo.

Joder era su madre, y oírla llorar a un océano de distancia le dolía.

—Mamá...ya basta, por favor

—Lo único que quería era un esposo, un esposo que me ayudara a cuidarte...Debí saberlo. —se rio con amargura—Debí saberlo desde el momento en que me sugirió que te abortara. Yo no quería...Debí hacerle caso... Si lo hubiera hecho...

Se oyó un golpe seco al otro lado de la línea y el pitido rítmico anunciando que la llamada se había cortado.

—¡Mamá! ¿Estás bien? ¡mamá!

Con desesperación comenzó a marcar el número de su madre.

Una sola vez había dejado que le cortara antes de que se calmara, estaba tan furioso con su madre que le gritó que lo dejara en paz de una buena vez y horas después habían llamado del hospital que su madre había intentado suicidarse.

Definitivamente no se perdonaría si algo le pasara,  no otra vez, necesitaba que llorara en el teléfono hasta que se calmara, le prometería que iría a verla, lo que sea, pero necesitaba escucharla de nuevo hasta que viera que estaba bien. Por mucho que quisiera odiarla, seguía siendo su madre.

—¡Maldita sea mamá atiende el maldito teléfono!

Al quinto tono al fin contestaron.

—¿Mamá?— preguntó con la voz estrangulada.

—Nathanielito...¿ya me extrañas? Porque yo sí que te extraño...—Dijo una voz masculina y socarrona al otro lado de la línea.

Claude.

Nathan apretó los puños furioso y cortó la llamada antes de que siguiera hablando.

No quería escucharlo.  No a él.

Observó sus propias manos sobre su movil. Temblaban. Pestañeó para aclarar su vista sintiendo la opresión en su pecho.

No quería escuchar esa voz en su puta vida. Se había prometido a si mismo que no volvería a pisar Liverpool, ese verano había   cumplido la mayoría de edad. Ese había sido su ultimo verano allí.

Ya no podían obligarlo a ir.

Claude ya no podría...

Caminó hasta la bodega de su padre y se sirvió un whisky sin hielo.

Se lo bebió de un solo sorbo, su garganta ardió un poco pero no le importó, observó de nuevo sus manos, aún  temblaban, se sirvió otros dos más.

En ese momento lo único que le importaba era olvidarse de todo lo que había dejado en Liverpool.

No quería recordarlo.

No podía.

Esa noche Nathan acabó en la zona rosa.

Conocía el sitio y a un proveedor de confianza.

Necesitaba distraerse y no iría a pedirle a Asher que le vendiera.

El cretino no era malo, pero Zack...

A Zack quería partirle la cara cada vez que se lo cruzaba. El tipo estaba obsesionado con su Joie. Si alguien iba a joderlo solo iba a ser él. No dejaría que el gorila con excesos de anabólicos se metiera con su mejor amigo.

Siempre había tenido ese estúpido sentido de propiedad hacia el ojiazul, el chico era suyo, punto, ni él lo entendía del todo pero desde el primer día que lo vio lo había decidido así.

Era SU mejor amigo, solo suyo.

Miró las calles.

Para ser día entre semana estaba bastante lleno.

Vio a un par de chicos besándose en un callejón, algunos metros más allá, un grupo de borrachos y tal vez algo más, reían como si no hubiera un mañana.

Se puso las manos en los bolsillos y caminó hasta un viejo edificio de ladrillos donde el segurata lo saludó y lo hizo pasar recibiendo varias quejas de la fila que se encontraba a la entrada.

Que se jodieran, pensó.

Adentro la música sonaba fuerte y las luces estroboscópicas dificultaban el paso.

Había algo en las discos gay que le gustaba.

Eran alegres.

La música era una mierda, el DJ parecía un aficionado con cuenta premium de Spotify pero de todos modos, las personas saltaban, reían y se tocaban.

Jodidamente alegres, pensó.

Se dirigió hasta la barra y se pidió un tequila.

Sabía que Eric pronto lo encontraría.

El hombre tenía un radar para sus clientes. Ni siquiera hacía falta llamarlo, el tipo estaba en todos lados. No tenía idea de cómo lo hacía, pero lo hacía.

Si no era él, seguro alguno de sus camellos debía de recorrer la zona, pero por norma general, el hombre siempre estaba en aquella disco, era como su oficina central si eso era posible.

—¡Pero mira que ha traído la marea! —El muchacho alzó la vista de su trago.

Frente a él tenía a un hombre en sus treinta.

Eric.

Ese día llevaba una camisa de flores de un amarillo chillón y aquellos ojos agatunados que conocía demasiado bien, delineados de un azul metalizado que los hacía  resplandecer entre las luces del local.

El hombre iba con pantalones ajustados y la camisa medio desprendida dejando a la vista parte de un torso finamente torneado  donde descanzaba una cadena dorada de la que colgaban  dos alianzas matrimoniales engarzadas.

Romántico.

A Nathan aquello le había parecido extravagantemente romántico para alguien que se dedicaba al submundillo de las drogas.

Dejó el dinero de la consumición sobre la barra y se levantó seguido por el recién llegado.

Sin mediar palabras se dirigieron hasta el centro de la pista donde la densidad de cuerpos llegaba a su máximo esplendor y allí se pusieron a bailar lo suficientemente cerca el uno del otro para susurrarse al oído sin que nadie más pudiera oírlos.

Lo cierto era que bailar con el hombre mayor no le disgustaba en lo absoluto.

—¿Que tienes? —Preguntó apretando su cuerpo contra el de su acompañante.

—Depende que quieras. —El hombre movió sus caderas y sin apartar los ojos del castaño apoyó sus manos en los hombros del chico para seguir con su baile.

—Algo fuerte y barato.

—Sabes—Eric bajó una de sus brazos  por el pecho de Nathan descansando su mano en el borde de su clavícula donde acarició sin apartar los ojo del chico. —Podrías conseguir algo mejor por menos, cuido bien de mis amigos...

Las intenciones del hombre siempre habían estado más que claras desde que se habían cruzado una vez en una fiesta blanca.

Nathan lo sabía muy bien y controlándose de no ser demasiado rudo, lo agarró por la muñeca y tiró del mayor  en su dirección haciendo que chocara con su pecho para luego guiar la mano juguetona del hombre hasta su cintura y apartarla de sus bajos.

Para ser honestos, no le molestaba que  lo tocara, hasta cierto punto le gustaba sentir el calor de su cuerpo apretándose con el suyo tanto como le hubiera gustado sentir el cuerpo caliente de cualquier mujer en una situación similar.

—No hago esos favores. —Le dijo sin apartar la vista de los ojos del otro. —No a hombres al menos.

—Bien—El  mayor dejó el coqueteo de lado y volvió al asunto con tono profesional. O bueno, todo lo profesional que se podía ser mientras seguía frotando su cuerpo contra el del chico de los tatuajes. —¿cuánto has bebido?

—Nada. —Mintió.

Eric lo escrutó de pies a cabeza evaluando el estado del chico frente a él.

El castaño odiaba que hiciera eso, aquellos ojos felinos eran demasiado astutos, detrás de la coquetería y su actitud desenfadada era como un zorro viejo que leía a las personas como a libros abiertos.

Conocía bien al tipo frente a él, o al menos había oído lo suficiente de él como para no querer problemas, era de esa clase de personas con las que era mejor no meterse.

Al menos eso decían y no estaba dispuesto a comprobarlo.

Solo quería perderse un poco y ya.

—Recién llegué—Insistió cediendo a la presión—apenas y tomé un tequila. Lo prometo.

Eric aprovechó un cambio en el ritmo de la canción para rodearlo, se movía como una fiera acorralando a su presa, tenía esa manera tan particular de moverse que recordaba a un gran felino, salvajes, peligrosa y astuta.

Nathan no podía evitar sentirse levemente intimidado por aquella mirada.

Bajó la vista al suelo por un momento hasta que el hombre frente a él le sujetó por la barbilla y lo obligó a mirarlo de nuevo.
Nathan podría jurar que el tipo parecía querer memorizar cada uno de sus poros, ni siquiera parpadeaba mientras estudiaba su rostro.

Al final el hombre pareció decidirse y se acercó a besarlo.

Nathan aceptó con docilidad, conocía el precio de sus transacciones y no se opondía a ello. 

No era la primera vez que lo hacía de todos modos.

Las manos del hombre  mayor fueron bajando por su espalda hasta detenerse en el trasero de
Nathan, quién esperó sumiso hasta que sintió como deslizaba algo en el interior de sus bolsillos traseros demorándose más de lo necesario en sus pantalones.

—Sabes que tú y yo podríamos pasarla muy bien. —Dijo Eric apretandole el trasero de forma obscena.

De lejos lo que cualquiera veía era una pareja acaramelada con las manos en los bolsillos traseros del otro.

—Depende de ti.—Le dijo Nathan e imitando la posición de Eric le devolvió el apretón.

El  mayor le sonrió con diversión y volvió a besarlo profundo antes de apartarlo.

—Ya cederás. Eres de los que ceden.

Nathan se  encogió de hombros. Llevó la mano a sus pantalones y encontró un pequeño sobrecito con una pastilla azul brillante en su interior.

—¿Que es?

—El hada azul. Es nuevo.

—¿Solo una?

El hombre asintió.

—¿Cuánto?

—Lo hablaremos luego. No lo mezcles con alcohol.—Le dijo apartándose.—No con más al menos. Si te gusta ya sabes...

Si te gusta llámame, era lo que significaba, siempre decía lo mismo.

Le había dado incontables veces su número al castaño, pero en lo personal Nathan prefería no hacerlo. Si necesitaba consumir iba y lo buscaba en persona. No quería que su numero estuviera registrado en la agenda de un narco.

Miró de nuevo la pastilla en sus manos y tuvo la sospecha de que el Hada azul no era nada barato. ¿Pero quién se resiste a una dosis cuando se encontraba tan tentadora en sus dedos? Tan... accesible.

—Oye... —Lo detuvo por el brazo antes del que mayor se largara a atender a otro cliente.

—¿Qué?

—¿Hará que no piense?

—Hará más que eso.


Oh love Eric para los que leyeron  una parte de mi, lo peor de mi y el legado de Caín ya conocen a mi bebé Eric

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