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10

—Sé que estás despierto. —Nathan abrió los ojos de golpe llevándose la sorpresa de su vida al tener a Eric McGraw parado frente a su cama con una bata de... ¡¿Dr.?!

Tenía una pantalla en la mano con el número de habitación que iba revisando con atención. Parecía una persona completamente distinta a la que había conocido hasta entonces. No había nada del Eric de las camisas floreadas, pero esos ojos astutos eran difíciles de confundir.

—¿Eric?

—Dr. McGraw, lo ves, lo dice aquí. —Dijo el hombre indicándose el nombre bordado en su bolsillo. Se inclinó y sacándose una pequeña linternita comenzó a controlarle los reflejos. —Conocí a tu padre hace unos momentos, un hombre de pocas palabras...—Comenzó, pero fue interrumpido de inmediato por el joven castaño.

—¿Por qué estás aquí?—Definitivamente Nathan pensó que debía de seguir alucinado. ¿Qué demonios hacía ese hombre ahí? Él... él era un dealer ¿No? pestañeó un par de veces, pero el hombre seguía ahí y al darse cuenta de que no desaparecería intentó apartarlo.

—oye, oye, trabajo aquí soy del equipo de salud mental—Dijo en tono calmado mientras lo sujetaba para que no se hiciera daño. —Sí haces escándalo tendré que sedarte de nuevo y tú y yo nos debemos una charla.

—No sé de qué estás hablando.

—¿Amnesia? No decía nada de que te metieras K. —Dijo distraídamente pegándole una segunda revisada a la pantalla buscando los resultados del toxicológico del chico —Como sea.—Apartó los análisis  y volvió sus ojos a Nathan —yo te traje hasta este hospital, ahora tú me debes un favor, y los favores siempre tienes que pagarlos.

—No te debo una mierda.

—Vaya, no debes morder la mano que te ayuda. ¿Qué no te han enseñado nada tus padres? Como sea,  volveremos a eso más tarde. —Se encogió de hombros y siguió con su revisión de rutina.

—Pero,¿ Qué? ¿qué haces?—Nathan intentó sacárselo de encima sin mucho resultado. -Aparta. No me toques.

Eric lo ignoró y anotó un par de datos en la planilla, agarró un vaso que estaba junto a la cabecera de la cama del chico, lo llenó de agua y sacó un frasco marrón de pastillas de su bolsillo.

—Abre la boca— Le dijo sacando una de las píldoras del frasco, pero el castaño apretó aún más los labios en una fina línea. Fuera del bar todo en Eric lo ponía en alerta. 

Podía estar delirando, pero sentía como si todo su instinto de supervivencia le gritara que se apartara de aquél hombre—si te quisiera muerto no me hubiera molestado en traerte hasta aquí. ¿Te das una idea de la cantidad de jovencitos que llegan a la morgue por sobredosis? Nadie hace demasiadas preguntas. Abre la boca Nathaniel —Al final cedió y abrió la boca dejando que le diera la pastilla y le acercara el vaso a los labios.—Bébe.

Nathan lo hizo.

—¿Qué era eso?

—Algo que te ayudará con la desintoxicación

—¿Y por qué no me lo dio la enfermera?

—Porque en tu historia clínica no dice nada de que lo necesites. Considéralo ...otro favorcito personal de mi parte. Lo malo no es meterse, lo malo es cuando te atrapan ¿ A qué no?

Dicho eso se quitó la bata con parsimonia y la dejó doblada a un costado antes de sentarse junto a la cama del chico que lo miraba con los ojos como platos sin entender una mierda de lo que estaba pasando. Probablemente su mente anduviera más lento de lo normal por la trollera de tranquilizantes que le metieron para que duerma pero aquello ni aunque estuviera en sus cinco sentidos lo hubiera terminado de procesar con facilidad.

—¿Por qué ...?—Nathan miraba la bata.

—Ahn esto. Se acabó el Dr. Mc Graw —Dijo el hombre encogiéndose de hombros y luego clavó aquella mirada penetrante en el confundido castaño. —Ahora a nuestros asuntos. Probemos de nuevo—Le dijo en un falso tono de camaradería—Tus padres parecen buena gente, Trabajan en una constructora. ¿No? 16 años de casados, unos cuantos más de noviazgo, créeme que para un matrimonio eso es una eternidad. —Nathan tragó saliva ¿Cómo demonios sabía todo eso?—y el chico de los ojazos azules que se pasó 3 noches en el pasillo, bonita familia, bonitas calificaciones, tiene ganada media beca en Northwestern, bonita universidad si me lo preguntas... Sería terrible si algo les pasara. ¿no crees?

—Aléjate de ellos.—Gruñó intentando ir contra el mayor que lo detuvo perdiendo toda la paciencia que le quedaba. Lo agarró por los hombros y lo volvió a hundir en la cama por la fuerza haciendo que el castaño soltara un gruñido de dolor.

—No lo hagas más difícil. —Apretó los dientes acercándose peligrosamente al rostro de Nathan—Me debes, está en ti si quieres pagarme o no, pero te aconsejo que lo hagas, no soy mal tipo, no me obligues a serlo. No tienes idea de quién soy o lo que soy capaz de hacer y si quieres mi consejo, no quieres descubrirlo ¿Entiendes lo que digo?

Nathan maldijo a su suerte y se quedó en silencio.

—Te pregunté si entiendes ¿Lo entiendes o tendré que darte una muestra de lo que soy capaz de hacer? —Le dijo apretando su agarre sobre el chico. Le dejaría marcas, eso seguro, pero entre los moretones de los pinchazos no habría demasiada diferencia.

—Lo entiendo. Lo entiendo. Ya, dime de una vez que quieres ¿quieres que te la chupe o qué?

—ohh, algo que adoro es ese fuego que hay en ti, chico. —Cerró los ojos como si saboreara la idea en su cabeza con una sonrisa—Pero ¿sabes? Prefiero a los chicos buenos,  esas caritas tan inocentes, con boquitas suaves y  redondas, hechas para corromper, angelicales ¿Conoces a alguien así?—Nathan se tensó consiguiendo que Eric sonriera.—Bien, me encanta que nos entendamos.  Ahora lo que necesito que hagas por mi es bastante sencillo,  solo quiero que me digas de donde sacaste la mierda que te metiste después de que te dejé. ¿lo ves? Es bastante fácil. 

—No lo sé.

—Vamos Nathaniel, colabora, no quiero hacerte daño, pero lo haré si no me ayudas y ojazos...¡dios!  es demasiado bonito por su propio bien, todo un dulce encanto, hace unos momentos me preguntó por tí, se veía tan preocupado y tierno,  sería una buena mascota. Puede que hasta lo conserve, ÉL es justo mi tipo.

—¡No te le acerques! No te atrevas...

—Oh, eso depende de ti, en paz descanse mi esposo cuando pienso en otro hombre, pero ya sabes, La carne es débil, y probablemente ahora él se lo esté montando con Kurt Cobain, así que... Canta pajarito, porque si no me gusta lo que escucho puede que me consuele con ojazos, soy un hombre sensible, ¿sabes?

—Una chica—Comenzó a balbucear con desesperación haciendo que la sonrisa del mayor se ampliara. No había perdido su toque, definitivamente que no, puede que estuviera un poco oxidado pero no lo había perdido. — Dos chicas, de hecho, no lo sé. Estaba drogado no me acuerdo mucho.Te pagaré todo lo que te debo, Lo juro. Carajo. Aléjate de ellos, por favor... tu problema es conmigo, no con ellos, déjalos fuera. Por favor.—Suplicaba el chico con desesperación. En todos los años que llevaba consumiendo jamás en se le había pasado por la cabeza que su familia pudiera estar en riesgo por su culpa.—Por favor...

—Shh... no llores.—Eric se acercó y acarició la mejilla del castaño limpiando las lágrimas de ella, Nathan corrió por instinto su rostro.—Aun no les hice nada, aunque no lo creas puedo ser un buen hombre ¿Puedes ser tú un buen chico?

Nathan se apresuró a asentir.

—Asi me gusta. ah...Y recuerda.  De esto.—Hizo un gesto de cierre sobre su boca.—Créeme, hablo en serio cuando digo que lo sé todo.

¡No! No. No.

Definitivamente no pensaba ir a terapia y menos con ese hijo de puta. Su padre lo había apuntado a terapia con un Dealer, uno que para colmo lo tenía cogido de los huevos, casi quiso reírse de su mala suerte.

Un Dealer especialista en adicciones era como la mejor broma del mundo y a Nathan nunca le había gustado que le hicieran bromas. El muy cabrón de Eric había planeado toda una agenda junto a su padre y el hecho de verlo al menos una vez por semana, no le parecía nada casual.

No lo haría.

No. Arreglaría el asunto con aquel hombre y luego se perdería, no lo quería ver de nuevo en su vida, menos metiéndose en su cabeza.

Hacía dos días le habían dado el alta y llevaba desde entonces peleando con su padre.

Jack no lo entendía. Jack nunca lo entendía, ni siquiera lo intentaba.

—Si no vas a terapia te juro que...

—¡¿Que?!—Le gritó harto de su insistencia—¿Qué vas a hacer? Dejame adivinar, ¿vas a enviarme a un internado de nuevo? Que miedo, Jack. ¡Haré que me expulsen!

—¡No vas a conseguir que te expulsen de una clínica, Nathaniel!  

—¿Una clínica? —La mandíbula de Nathan cayó antes de soltar una risa amarga—Al fin la gran mentira del buen padre fue demasiado para ti ¿no? vas a botarme como hiciste con mamá... Es lo que quieres ¿no? Siempre lo has querido. ¿Por qué no te deshaces de mi de una buena vez? ¡vamos!

—No tienes idea de lo que estás hablando.— Le dijo Jack.

—¿No? Yo estaba ahí! ¡Tu eres el que no sabe nada! ¡Tu solo estabas caliente y te fuiste detrás de...— No pudo terminar de hablar que la mano abierta de Jack se aplastó en su mejilla dejándole una marca roja.

—¡JACK!—El gritó alarmado de Billy intentando interponerse entre sus dos hombres fue ignorado por los dos castaños que se seguían fulminando el uno al otro con las miradas. 

Nathan se llevó la mano al rostro más sorprendido que adolorido. Le había pegado. Sentía la mitad de la cara adormecida y caliente. En su vida sus padres le habían levantado la mano. Aquello se sentía tan humillante que sus ojos se le llenaron de lágrimas de furia.

—Soy tu padre,  me respetas y respetas la casa donde vives—Gruñó Jack entre dientes.—y nunca, nunca vuelvas a ofender lo que siento por tu padre, tu no tienes idea de...

—no Jack, no tengo idea, pero tu tampoco. Ojalá no fueras mi padre.—Espetó el castaño con odio y antes de que pudiera añadir otra cosa un histérico Billy se interpuso entre ambos.

—¡Basta, los dos! ¡Son familia!—Se quejó —Basta de comportarse como si fueran enemigos. ¡NO van a hacer esto! ¡Se acabó, no van a hacer esto! No en esta casa. ¡NO!

—Díselo a él—Le espetó Nathan viendo a su padre con molestia mientras masajeaba su mejilla. Por un momento agradeció que Jack lo hubiera interrumpido, vamos, estuvo a nada de decir una estupidez. Viendo a Billy interponiendo su pequeño cuerpo para cubrirlo de su padre se dio cuenta de lo horrible que se hubiera sentido si las palabras que habían estado a punto de decir hubieran salido de su boca. Malditamente él quería a Billy. Probablemente mucho más de lo que quería a su padre en ese momento.

—Basta, por favor. Jack, basta.—Le rogó Billy a su esposo antes de que contestara a la provocación de su hijo y luego se volvió a Nathan—Ve a tu cuarto, Nate. —El castaño no se movió, seguía mirando a su padre directo a los ojos listo para seguir peleando. —por favor...

De mal humor bufó, pero terminó haciéndole caso, por el rabillo del ojo vio que el joven arquitecto le susurraba algo al oído del mayor que sonaba mucho como un "Tú no eres así, Jack" Nathan no se quedó a escuchar como Billy consolaba a su padre. 

Subió al primer piso golpeando con frustración la pared de camino a su cuarto y se encerró en su habitación dando un portazo que hizo vibrar los vidrios de toda la casa. Demonios. Eso solo haría que Jack se enfadara más. 

Le valía madres. 

Estaba tan molesto que ni siquiera se dio cuenta de que estaba llorando de rabia. Mordió sus labios y rebuscó en el botiquín del baño hasta que encontró el tubo de píldoras que le habían dado al salir del hospital. Se llevó un par a la boca, hizo hueco con sus manos y juntó un poco del agua del grifo para tragarlas, no pensaba volver hasta la cocina.

Al rato comenzó a sentir la tranquilidad recorriéndole el cuerpo y se dejó seducir por ella hasta que el ruido de unos nudillos golpeando en su puerta lo despertaron de su serenidad narcótica.

—Traigo un sándwich de mantequilla y gominolas—Dijo la voz de Bill al otro lado de la puerta.

Nathan se levantó, fue hasta la puerta y abrió cruzándose de brazos en el marco para impedirle el paso.

—Ya no soy un niño.—Gruñó.

Bill frunció el ceño.

—A mí no, jovencito. —Le advirtió el hombre con una de sus manos en jarra.

Nathan rodó los ojos con fastidio y le dejó pasar.

Bill se sentó con cuidado en la cama del muchacho mirando a todos lados, Nathan nunca fue demasiado entusiasta con lo de que sus padres entraran a su cuarto, por lo que en parte se sentía como entrar en la dimensión desconocida para el joven arquitecto.

Apartó algunas de sus mantas para hacerse sitio e hizo una mueca de disgusto por las colillas en el suelo pero no dijo nada, se limitó a agarrar una almohadón y ponerlo sobre sus piernas.

—Ven aquí. —Dijo palmeando sobre la almohada.

—No haré eso. No tengo 5 años.—Se quejó Nathan acercándose más a su papá, pero guardando las distancias como un animalito desconfiado. Bill sin mediar palabras volvió a palmear la almohada con parsimonia.

Nathan bufó resignado, conociéndolo, el pelirrojo se quedaría ahí sentado hasta que consiguiera lo que quería, sin más remedio se tumbó de mala gana apoyando su cabeza en el regazo de Bill, quien comenzó a acariciarle el cabello.

Nathan cerró los ojos y suspiró. Agarró el sándwich y lo estudió, mantequilla de maní y gominolas sin bordes.

 Su favorito.

—Si no fueras el esposo de mi padre saldría contigo. —Le dijo ganándose una mirada indignada del mayor.

—Cochino. —Le dijo dio un golpecito en la nariz que lo hizo sonreír.

Bill rodó los ojos y se limitó a seguir acariciándole el cabello mientras veía como el chico comía su sándwich. En cuanto terminó apartó los restos y cerró los ojos solo para disfrutar el momento.

—Tu padre te ama. —Le dijo hablando por fin. —Siente mucho lo que pasó hoy.

—Lo disimula muy bien. —Gruñó Nathan antes de encogerse de hombros.

Bill suspiró conociendo lo suficiente a ese niño como para saber que seguiría enfurruñado sin importar lo que dijera. Se limitó a acariciarlo hasta que un adormilado Nathan volvió a abrir la boca.

—Lo siento. Lo que dije...

—Se que sí. Pero tienes que aceptar la terapia. Por favor. —Nathan abrió la boca para protestar, pero Bill lo interrumpió—No voy a obligarte, pero solo inténtalo.

—Bien. —Gruñó de mala gana.

El chico se quedó dormido al rato sin decir nada más.

No podía creer que de verdad ese era el niño que había tenido una vez en sus brazos ¿En qué momento había crecido tan rápido? Cada vez que veía al muchacho ya casi un hombre, se daba cuenta de que el mismo ya no era un crío.

Cuando él conoció a Jack, tenía la misma edad que su hijo en ese momento.

Estaba pensando en eso cuando vio a su esposo acercándose, iba completamente envalentonado a abrir la puerta de su hijo, para arrastrarlo a la fuerza si era necesario a la terapia, pero como que se llamaba John William Harrel que no dejaría que su hijo se matara de una sobredosis.

 Hasta había llevado la caja de herramientas de la cochera para forzar la cerradura, pero para su sorpresa la puerta estaba entreabierta. Y en cuanto entró al cuarto (con el cuidado con el que entrarías al cuarto de un león salvaje) se encontró con aquella puesta en escena.

Su hijo y su esposo.

Hacía tiempo no veía Nathan tan tranquilo, durmiendo. No recordaba la última vez que lo había visto así, relajado, sin aquel ceño fruncido de adolescente furioso con la vida. Se parecía mucho al niño que había sido. Y no pudo menos que odiarse a sí mismo por golpear a su propio hijo ¿Acaso era un monstruo como su propio padre? Si cuando lo tuvo por primera vez entre sus brazos y lo miró con aquellos ojitos negros y desenfocados se prometió que lo protegería de todo. Tenía que pedirle perdón, diablos, pero es que desde que su hijo había entrado en la adolescencia que no paraban de gritarse el uno al otro.

Sin saber que hacer, dejó las herramientas junto a la puerta y se cruzó de  brazos en el marco de la puerta disfrutando de la imagen. Porque vamos, que de escenas como esa, la vida escaseaba.

El pelirrojo alzó la vista y le sonrió a su esposo invitándolo a pasar. Jack se acercó dubitativo, aun sentía la culpa en cada poro de su cuerpo, pero en cuanto vio las migas en el plato sonrió divertido. A veces Nathanan parecía no haber crecido ni un solo instante, otras estaba tan grande que apenas si lo reconocía.

—¿Gominola y mantequilla?

—¿Cómo crees que me compré su amor?

Jack se acercó y observó a su hijo sobre el hombro de su esposo

—Siempre has sabido cómo calmarlo. —Reconoció el mayor.

Bill alzó la vista y le sonrió.

—Tengo experiencia con Ingleses necios.

Jack soltó un gruñido antes de rodar los ojos en un gesto muy parecido al de su hijo que hizo que Bill tuviera que contenerse de no reír para no despertar al niño que dormía en su regazo. Definitivamente el problema de esos dos, no eran las diferencias, sino el parecido.
Bill no conocía a la madre de Nathan salvo por lo que Jack le había contado de ella, pero estaba bastante seguro de que de haberlo intentado, ese niño no se parecería tanto a su padre como lo hacía.

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