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•6•


Pueblo de Sans Soley 

Hotel Gregory Park. 

01:45 

Tambaleando llego al hotel sola,mi despreciable esposo me despachó cuando notó mi estado de ebriedad luego de esos martinis.
A esta altura no sé si necesito beber para tolerar esas reuniones o a él. 
Subo por las escaleras hasta el segundo piso dificultosamente.
Tratando de encontrar la tarjeta,me detengo frente a mi puerta en el oscurecido pasillo, hurgando a través de mi bolso lleno. 

Cuando finalmente sostengo entre mis dedos el delgado plástico de la tarjeta, cae al suelo.Soplo para despejar de mi rostro un mechón de mi cabello debido a la  frustración.
Suspiro. —Mierda.Estoy envejeciendo para emborracharme así.

Pero ni siquiera tuve que agacharme.
Porque alguien más levantó la tarjeta por mí. Desde atrás.

Mi corazón latía más rápidamente, aun así, me quedé quieta, sintiendo el calor de otro cuerpo presionado contra el mío. 

El aire pulsaba con la vitalidad de una fantasía no permitida que estaba a punto de ser cumplida.

Miedo y lujuria llenaron mis venas con adrenalina . Los sentimientos superpuestos me marearon, emocionada y excitada.

No podría resistirme a él en mi estado actual. Podría meterme su erección hasta la garganta si así lo deseaba.
Tragué al observar su mano abrir mi puerta desde atrás. Sus calientes labios susurraron en mi oído:

—Entra y desnúdate. 

Era una orden.

La puerta se abrió con un pequeño empujón de su mano. Entré sin resistencia.
Alcohol y un pedazo de hombre de veintitres años harían feliz a cualquier mujer. Pero él lo era aún más, me volvió loca, largas noches me venía duro en mis dedos al pensar solo en él.

Me quité mi vestido y lo lancé al suelo. Dándome la vuelta, lo miré por primera vez, sonriendo bajo mis pestañas. 
Pero no regresó la juguetona sonrisa. De hecho, sus cejas estaban juntas y su mandíbula tan tensa. 

Caminé en su dirección, mis ojos saliendo de sus cuencas ante la emoción. Llevaba unos vaqueros oscuros y una camisa negra. Su cabello negro espectacularmente desordenado llegaban hasta sus cejas.

—Quítate las bragas—sus ojos se oscurecen aún más.

Obedezco.

Me bajo las bragas lentamente por los muslos y las pantorrillas. Primero un pie, luego el otro. Me quito también los zapatos. No traigo sostén.

Estoy desnuda.

Lo miro a la cara y consigo hablar.

—Te deseo tanto— mojo mis labios. 

Aprieta la mandíbula y se acerca muy lentamente. 

—No. ¡Espera! ¿Por qué ahora? Aquella noche,te di entender lo que quería y ... me rechazaste.

Su mirada dice algo que no logro decifrar.
Sigue andando hasta estar pegado a mi pecho. Me echa el aliento delicioso a la cara.

—Vamos a ver qué podemos hacer para remediarlo.

No me da tiempo a responder. Me empuja hacia la cama hasta que mis muslos chocan con el borde y no puedo ir más allá. Estoy desesperada por sentirlo. 

Levanto el brazo y enrosco los dedos en su pelo con caricias circulares. 

—Quítame las manos de encima—exige.

Me sorprende la severidad de su orden, y me llevo los brazos a la espalda en el acto. 

Aprieta uno de mis pezones con fuerza y grito del dolor pero siento una punzada de placer en mi entrepierna.

—Me deseas, eh. 

—Mucho— respondo exitada. 

—Levanta las manos hacia la barra—ordena.

Miro hacia arriba a la barra de madera que va de un poste a otro del dosel.

Lo pierdo de vista unos segundos para colocarme mejor y veo que él también está desnudo de la cintura para arriba. 

La belleza de su torso me ciega por completo. Cada musculo que compone su cuerpo está firme y trabajado. 

No tengo palabras para describirlo,  se quita despacio los pantalones,luego el bóxer. Suspiro entreabriendo la boca para intentar tomar aire. 

Tira la ropa a un lado sin el menor cuidado pero en sus manos noto su cinturón, me mira a través de sus pestañas negras mientras se pone un condón.

—Levantalas.

Las levanto pero no llego. 

—No llego... 

—Súbete a la cama —dice con brusquedad, impaciente.

Su estatura le permite llegar a la barra con facilidad. Entrelaza el cuero entre mis muñecas y alrededor del palo sin esfuerzo, sabe lo que hace. 

¿Lo ha hecho antes?

—No intentes soltarte —me espeta cuando empiezo a revolverme. 

El cuero me corta la circulación en las muñecas.

—¿A qué juegas niño?

—Tengo mis reglas —dice despacio, metiéndome los dedos y dejándome sin aliento.

—No puedes tocarme. 

Los saca y los refriega contra mi labio inferior.

—Y tampoco besarme.

Asimilo su mirada de acero y sus duras palabras. Tengo las manos atadas y eso me impide acariciarlo, pero su boca está tan cerca que intento capturarla.

Se aparta y niega con la cabeza.

—Agárrate a la barra para que te moleste menos.

Consigo obedecer y me sujeto a la madera con los dedos. Eso alivia la presión del cinturón en mi piel y estoy un poco más cómoda. 

Sin embargo, no me gusta nada el tono severo de él, ni la mirada tan dura que me lanza. A mí siempre me han tratado con dulzura.Ahora veo claramente que ya puedo ir olvidándome de esas cosas. 

Recorre con la mirada mi cuerpo desnudo y suspendido de la barra, intentando decidir por dónde empezar. 

Se queda mirando un instante mi entrepierna. Me acaricia el muslo y asciende lentamente hasta que me roza apenas.

Tira de mis piernas para sacarlas de la cama y quedo suspendida de la barra de madera. Al instante, el cuero se me clava en los huesos y noto que va a cortarme las muñecas. 

Me clava los dedos en las caderas y las agarra con fuerza para levantarme el cuerpo. 

No tiene piedad. 

Entra en un trance brutal, me embiste una y otra vez, sin parar, gritando y gruñendo con cada terrible arremetida,sin darme tiempo para que me acostumbre, sin palabras dulces que acompañen su entrada. Grito por lo brusco que ha sido todo. No me da tiempo para que lo asimile.

Me ataca con una última ráfaga de arremetidas, me levanta un poco más para ponerme donde me quiere.

—¡Mierda! —grito forcejeando con el cinturón, quiero soltarme.

Necesito tocarlo, pero él me ignora. Me agarra con más fuerza y me embiste implacable hasta que me corro.

Mis piernas están inertes a su alrededor pero el placer le da paso al miedo cuando me agarra por el cuello comprimiendo.

—¿Q-que haces?

Separa mis piernas de sus caderas y sale de mí a toda velocidad, pero no me desata.

—Pregúntame que quiero , Elena— forcejeo con el cinturón, para soltarme.

— Me ... lastimas.

—¡Pregúntame!— gruñe y me aprieta con más fuerza.

—¿Que ... qui...eres?

Enarca las cejas y la victoria brilla en sus ojos oscuros.

—Dejarle un mensaje al cerdo de Park —me suelta girándose desnudo. 

Toma sus pantalones y extrae su celular, una mirada gratificante se asoma en sus facciones.

—Mi contacto me dice que está en camino hacia aquí.

—¡No! ¡Desatame! —. Doy patadas en el aire intentando que el cuero se rompa. 

—¡Cierra ya la puta boca! 

No entiendo un carajo.

Se viste con prisa pero veo que levanta mis bragas del suelo.

—Esto se va conmigo— dice guardando mi ropa interior de encaje.

—¿Que ha sido todo esto? ¡Pedazo de mierda!

No responde, camina hacia la salida, escucho la puerta abrirse.

Compenso toda la emoción que le ha faltado a nuestro encuentro cuando empiezo a sollozar. 

No puedo mantener la cabeza erguida ni un segundo más, y la barbilla me toca el pecho. Ni siquiera tengo fuerzas para subirme a la cama e Intentar aliviar el dolor que siento en las muñecas. Soy un cuerpo sin vida que se retuerce entre sollozos.

Levanto mi cabeza con pudor, siento mi mandíbula trabada pero logro formular mis palabras.

—¿Cuál ... cuál, es el mensaje?

Sonríe mirando fijamente el techo en un satisfecho silencio.

Luego de unos segundos inclina la cabeza y me mira. Alza sus hombros y dice:

—Dile que te ha follado, Daimon

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