•40•
Nuestro vuelo aterriza justo después de las doce y hay un auto azul común —se parece a algo que mi madre solía conducir— esperando por nosotros en el frente. JungKook agarra los tres bolsos y los oculta en el interior del maletero. La mujer que conduce estoy asumiendo que es el contacto. Pero luce tan común y corriente, al igual que su auto.
Esperaba más sofisticación, como JungKook con su traje negro y zapatos caros, pero en realidad ella se parece más a mí.
—No te he visto en años —dice la mujer después de que JungKook consigue instalarse en el asiento delantero.
Me siento en la parte trasera, justo detrás de él.
—Sí, ha pasado un tiempo —responde JungKook.
Cuando la mujer le sonríe, unas líneas se forman alrededor de las comisuras de su boca.
Me recuerda a Hoseok.
Ella tiene el cabello castaño oscuro. Y es mayor que JungKook, por lo menos unos seis o tal vez siete años. Pero es muy bonita y decente y me siento avergonzada comparándome con ella en mi estado actual.
Nos alejamos del edificio cerca de la pista de aterrizaje privada y nos dirigimos a la autopista.
—Me pregunto qué te trajo por estos aquí —añade. Entonces brevemente echa un vistazo atrás hacia mí—. ¿Y a quién trajiste? Linda chica. Tengo la sensación de que ella no es...
—No, no lo es. Su nombre es Beth—interrumpe JungKook.
¿No soy qué, exactamente?
La mujer me echa un vistazo por el espejo un par de veces, con una pequeña sonrisa de complicidad tirando las comisuras de sus labios.
—Es un placer conocerte, Beth —dice ella.
Le sonrío escasamente y decido que lo mejor es no hablar mucho para no contradecir la historia que le haya inventado JungKook.
Muchos minutos más tarde paramos en la entrada de una pequeña casa humilde situada junto a otras casas similares. Dos muchachos pasan a toda velocidad por la calle en sus bicicletas cuando salimos.
Justo al otro lado de la calle un hombre lava su auto en el camino de entrada. La mujer con la que estamos levanta la mano y lo saluda y él la saluda también. Es un vecindario muy típico, de esos en los que vivían todos mis amigos de la escuela cuando yo era niña y era más respetado por las chicas populares que un camping para casas rodantes.
La mujer abre el maletero con un botón en el interior del auto y me uno a JungKook en la parte de atrás mientras él agarra sus bolsos. Pero no tengo la oportunidad de preguntarle en privado sobre lo que podría haberle dicho cuando ella se nos une
segundos más tarde.
—Tendrán que disculpar el desorden —dice ella, toqueteando sus llaves; un bolso cuelga del otro hombro—. La limpié, pero si tuviera un par de días más para prepararlo habría contratado a una agencia de limpieza. —Nos hace señas para que la
sigamos—. Vamos a entrar. El pobre Mickey va a romper las persianas cuanto más tiempo estemos aquí.
Escucho el ladrido de un perro pequeño amortiguado por una ventana lateral mientras nos acercamos a la puerta debajo del estacionamiento techado. La persiana
se mueve erráticamente detrás de la cortina. Hay otro auto estacionado en la entrada, bajo la cubierta del estacionamiento techado, pero es viejo y parece que ha estado parado así durante varios años. Cuando ella abre la puerta, el olor a comida, comida deliciosa, instantáneamente hace que mi estómago suene y duela.
—El almuerzo está listo —dice la mujer conduciéndonos a la cocina. Ella pone su bolso sobre la encimera; Mickey está haciendo sus rondas, decidiendo la pierna de quien olfatear más tiempo, la mía o la de Jungkook.
—Tomen asiento —dice señalando hacia la mesa de la cocina.
Sin tener que decírmelo dos veces, me siento en la silla más cercana, donde un plato vacío me espera.
JungKook toma la silla junto a mí.La mujer se pasea con un tazón de cerámica lleno de puré de patatas en una mano y un plato lleno de pollo frito en la otra y los coloca frente a nosotros. Los siguen un tazón más pequeño de maíz y una cesta de panecillos.
Sin sentir correcto el ser la primera, espero a ver si JungKook alcanzará algo antes que yo.
—¿Qué les gustaría beber? —pregunta la mujer—. Tengo refresco, té, leche, limonada.
—Agua está bien —dice JungKook y luego me mira, casualmente asiente con la cabeza hacia la comida, dándome permiso para empezar a llenar mi plato—. Del grifo —añade en el último segundo.
Alcanzo el pollo primero y recojo una pieza con unas tenazas.
—Voy a querer agua, también —le digo, mirándola mientras dejo caer una pata de pollo en mi plato—. Gracias.
Ella sonríe dulcemente y camina alrededor de la barra hacia el refrigerador y comienza la preparación de las bebidas, regañando al perrito verbalmente para sacarlo pavoneándose de la cocina y lejos de nosotros.
En el momento en que ella regresa con nuestros vasos, JungKook y yo ya hemos puesto toda la comida que queremos en nuestros platos.
Ella coloca nuestras bebidas en frente de nosotros.
Le doy las gracias de nuevo y sintiéndome mejor acerca de “ir primero” ahora, recojo mi cuchara y empiezo a comer, pero JungKook me detiene, colocando dos dedos en mi muñeca y bajando mi mano de nuevo sobre la mesa. Mi cara se ruboriza y bajo los ojos, esperando que la mujer no piense que tengo los peores modales en la mesa.
Me imagino que ella debe ser del tipo religioso, que tenemos que mantener las manos alrededor de la mesa con torpeza mientras ella habla con Jesús y le dice lo agradecidos que estamos por esta comida y por la compañía y todas esas cosas.
—¡Oh JungKook!—dice en broma—, no puedes hablar en serio.
Él no dice nada.
Lo miro a mi derecha, frunciendo las cejas. Tal vez él es el que siente la necesidad de agradecer.
Seguramente no....
La mujer suspira y pone los ojos un poco en blanco mientras ella se acerca y desliza el plato lejos de mí.
Estoy completamente confundida ahora. Doblo mis manos en mi regazo por debajo de la mesa, porque no estoy segura de qué más hacer con ellas.
Me volteo hacia JungKook, momentáneamente perdida en las misteriosas profundidades de sus ojos bajo la luz brillante de la lámpara centrada encima de la mesa. Trago saliva con nerviosismo y vuelvo a la realidad cuando oigo la voz de la mujer.
—Él no confía en nadie —me dice mientras toma una cucharada de patatas de mi plato en su boca. Señala con la cuchara hacia mí y continúa con la boca llena—. Nunca lo ha hecho. Pero es de esperar. —Ella traga—. Y completamente comprensible, estando en su línea de trabajo y todo eso.
Sus ojos se desvían a JungKook y de repente cambia el tema como si él le dio alguna mirada de advertencia que me perdí por el momento que me volví la cabeza para verlo, también.
—De todos modos —continua ella, ahora toma un bocado de mi pollo—, ustedes dos pueden quedarse aquí todo el tiempo que necesiten. La habitación está al final del pasillo. —Ella toma un bocado de mi maíz y, finalmente, pasando la comida con su té.
Luego desliza el plato de nuevo hacia mí.
Lo tomo vacilante, tocando el borde del plato y sintiéndome incómoda acerca de comer cualquier cosa donde ella por dos veces hundió la cuchara.
JungKook desliza su plato hacia ella y hace lo mismo con su comida.
Me preocupa que en la casa de uno de sus contactos él sienta la necesidad de tenerla probando la comida primero para demostrarle que no va a envenenarlo.
Me pregunto brevemente sobre nuestra agua, pero debe ser por eso que la solicitó del grifo.
Había estado observando cada movimiento que la mujer hacía todo el tiempo mientras yo estaba metafóricamente babeando sobre mi primera comida hecha en casa.
JungKook me asiente, dejándome saber que está bien comer ahora. Y no doy otro pensamiento al intercambio de gérmenes y voy directo a ello.
La mujer, cuyo nombre me entero que es “Mejiwoo”, hace la mayor parte de la conversación durante los próximos treinta minutos, mientras que comemos. De vez en cuando JungKook agrega algunos comentarios aquí y allá, pero me parece que su buena disposición a la conversación es aún más carente de lo que era conmigo. Pero a ella no parece importarle. De hecho, es más tolerante de lo que yo sería.
Empiezo a mirar objetos al azar dentro de la sala: la colcha color crema, que cubre la cama de tamaño matrimonial, la cómoda a juego y una cómoda colocada contra la pared opuesta, la cajonera de roble situada a los pies de la cama con un caballo tallado en la ladera, la ventana con cortinas blancas igualmente claras con algún collar de cuentas que de algún tipo cuelga de un extremo de la barra de la cortina.
—Muy bien, entonces —dice ella de pie en la puerta con las manos mecidas delante de ella—. Están en su casa. Y JungKook... —ella echa un vistazo por debajo de su cintura—, cuando estés listo para arreglar eso, ya sabes dónde encontrarme.
—Voy a estar allí pronto —dice JungKook y luego sonríe cortésmente a los dos y camina por el pasillo, dejándonos solos en la habitación.
—¿Por qué estamos aquí exactamente?
JungKook abre su maleta de armas en la cama y saca dos elegantes pistolas negras. Pone una debajo del colchón y la otra en una pequeña mesa en la esquina de la habitación.
Luego abre el armario, saca un traje nuevo, después deja caer de nuevo otros varios colgados en las perchas. Pantalones primero, luego una camisa de botones de manga larga, por último, una chaqueta a juego.
—Te vas a quedar aquí —dice—, hasta que mate a Jung. Voy a ir a Woh Hum por la mañana, o donde sea que me digan que Jung fue visto por última vez y luego lo voy a encontrar y lo mataré.
—¿Pero por qué Woh Hum? —le pregunto, sentada en el borde de la cama—. ¿No había una “casa segura”... en un lugar más cerca? Sabes, tal vez deberías utilizarme como cebo, después de todo. Podría ayudarte. Quiero decir, lo más probable es que todo el que me está buscando, que uno de los primeros lugares que van a comprobar es donde yo vivía.
—Tienes razón —dice—. Y es por eso que lo más probable es que voy a volver de regreso a Woh Hum. No hay necesidad de arriesgar tu vida manteniéndote allí.
—Así que tú idea era llevarme de vuelta a casa—le digo, sintiéndome muy pequeña en estos momentos.
JungKook asiente con la cabeza y cierra el cajón superior de la cómoda. Se vuelve hacia mí y algo desconocido es evidente en sus ojos.
Un largo suspiro emite por la nariz.
—Ya no puedes seguir conmigo. —dice y se va a la puerta con todas sus ropas envueltas cuidadosamente en un brazo.
—Te vas a ir, ¿no es así?
Se detiene en la puerta, de espaldas a mí, con los dedos colocados en el picaporte, listo para abrirlo. Su cabeza se inclina hacia atrás un poco y sus hombros se caen.
—Voy a usar la ducha en la habitación de Mejiwoo —dice y ordena—. Deberías limpiarte y cambiarte de ropa.
Y entonces él se marcha, y me deja aquí sola.
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