ʙᴇꜱᴏ 3: ᴇɴ ᴇʟ ᴄᴜᴇʟʟᴏ
Al pasar dos semanas, estuve contento de no haberme cruzado con el tal YeonJun. Bueno, no dejé que el destino decidiera. Había dejado de salir del salón en el receso y solamente me disponía a almorzar lejos del café en la horas libres. También evitaba tardar mucho en el baño y en estar con Jennie cuando ella trataba de coquetear con la pequeña de cabello rosa.
Me aislé un poco de mi rutina colegial, pero valió la pena. Ni siquiera había logrado contacto visual con aquel chico. Aunque aún no sabía por qué me esforzaba tanto en eso.
Y con tan solo recordarlo, me daban escalofríos. No sabía si eran vómitos o mareos. Algo me incomodaba demasiado al resucitar el recuerdo de sus ojos profundamente marrones, con un gran brillo excepcional que no se veía en cualquier persona corriente.
Mis pensamientos se desvanecieron al escuchar el tono de mi celular, el cual me alertaba que ya había terminado mi hora de trotar.
Con un pequeño revuelto en el estómago, ubiqué el primer banco en el parque y me senté con cuidado de no hacerlo sobre algún regalo de paloma.
En los siguientes minutos, solo me dispuse a observar sin ningún problema.
Entonces, fue cuando la vi.
No parecía ser una chica cualquiera. Tenía el cabello castaño claro y un conjunto que en verdad decía "mírenme, estoy aquí". No fue difícil pegar los ojos en su cuerpo, tampoco. Lo único malo era su pecho plano. Aunque, honestamente, era una de las personas más guapas que había visto en el parque en un fin de semana. Había grandes probabilidades de que los weekends se convirtieran en mis mejores días desde hoy.
No me levanté del banco, sino que seguí curioseando su persona... y su mascota.
Al final de todo, me había percatado de su... ¿zarigüeya? No supe realmente. Era una especie de rata alargada con cuatro patas y no me interesó más. Es decir, ¿a quién le importa la mascota? ¡Las chicas valen oro!
En cuanto despegué mis ojos de su perro-rata, noté que ella también me estaba examinando.
Sonreí como Jennie me había aconsejado y la saludé con la mano.
Ella me devolvió la sonrisa y caminó hacia mí. Comencé a sentirme nervioso mientras más se aproximaba. ¿Tal vez era demasiado bonita para mí?
― Hola ― saludó.
― Hey. ¿Qué tal? ― pregunté. Miré a su mascota tratando de parecer interesado―. ¿Es tuya?
― Sí. Es mi hurón. Se llama Soobinie.
¿Eso había sido una pura coincidencia? Esperaba que sí. Es decir, ¿Yo como perro-rata de alguien? ¡Por favor!
― Vaya. Igual que yo ― Comenté.
― Q...Qué coincidencia.
― ¿Cómo te llamas?
― Shin-Hye ― Respondió. Se sentó a mi lado en el banco y volvió a sonreírme.
― ¿Puedo ponerle a mi mascota Shin-Hye? ― Bromeé.
Sus mejillas se volvieron rojas. Negó con la cabeza y colocó al hurón entre sus brazos, como un pequeño bebé.
Me pregunté si todas las chicas de su clase eran así. No llegué a conocer con detalle a mis damas, por así decir. Lo máximo que logré con una chica fueron solo cinco días. Todas ellas me dejaban con la simple excusa de que era demasiado bruto y celoso para su gusto. ¿Acaso a las chicas no les gustaba que sus novios les celaran?
En el pequeño silencio que se sostuvo en el aire, me di el gusto de notar más sus cualidades, hasta tal punto de fijarme en un pequeño lunar en su cuello y en el color de sus ojos.
Se parecían a los del chico gay, pero con una gran diferencia entre brillos. Los de ella parecían más frescos y felices, como si estuviera libre de todo problema.
― No eres algún familiar de un tal Yeonjun, ¿verdad? ― dudé antes que todo
Ella parpadeó, aparentemente confundida.
― ¿YeonJun? No, no conozco ninguno.
― Oh, gracias al cielo ― Mi comentario salió directamente del alma ―. Porque en verdad eres muy guapa y, al principio te me hiciste tan parecida a él que me asusté un poco.
Sus mejillas, junto con sus orejas, se volvieron rojas.
― ¿En... serio? ― preguntó.
Asentí varias veces, para dejarle claro que pensaba que era guapa.
De reojo pude ver que había un vendedor de algodones de azúcar. Mi antojo subió de nivel y me levanté del banco enseguida. Tomando del brazo a Shin-Hye, caminé a paso rápido hasta allí.
¡Oh, vamos! ¿No podía caminar más rápido? Tenía que arrastrarla y ni siquiera parecía moverse.
― Patas cortas ― comenté.
Al llegar, pedí dos algodones y los pagué. No había visto su rostro hasta entonces, así que me sorprendí de ver lo desconcertada que estaba. Tenía los ojos abiertos como platos y las mejillas medias sonrojadas por lo anterior.
Por suerte, dejó de tener ojos de sapo al darle uno de los algodones de azúcar.
―G-Gracias ― Murmuró. Quiso agregar algo más, pero su celular la interrumpió. El sonido irritable de aquel se me hizo conocido, aunque no le di importancia―. Oh, es mi papá
― Pues, atiende ― le aconsejé, mordisqueando la sabrosa azúcar con forma de nieve.
No pareció querer hablar mucho con él, por lo que cortó enseguida. Una mueca había invadido su rostro, al igual que un ceño fruncido. Era... adorable. Demasiado adorable.
― Ugh, ¡cómo lo odio! ― exclamó―. Es un tonto, ¡Tonto! Nunca está conmigo y apenas me habla. ¡Soy su hija! ¿Cómo puede hacerme eso? ¡Lo detesto, lo detesto! ¿A que tengo razón, verdad? ¡Sí que la tengo!
Abrí la boca para responder, pero como siguió hablando, me pareció perfecto seguir comiendo mi dulce.
― ¡Todos los días está fuera de casa! Ni siquiera puedo decir si en verdad me reconoce. Yo podría estar muerta, andando por allí, y él solo me llama para decirme que no toque sus cosas y blah, blah. ¡Qué desperdicio!
―¿Y por qué anda ocu...?
― ¡Trabajo, trabajo y más trabajo! ― Volvió a interrumpirme. No me quejé. La escuché con atención ―. ¡Deja a su familia por trabajo! ¡Bravo, señores! Tiene una gran casa, un gran dinero y él prefiere tener más y más. ¿Sabes que la ambición siempre lleva a la perdición, verdad? ¡Será un viejo tonto y estará en la ruina! ¡Aparte, él no me acepta como soy! ¡¿Qué clase de padre hace esa estúpida tontería?
― Quizás uno que...
― ¡Nadie! ¡Ninguno! ¡Es un idiota!
Asentí con lentitud y me mantuve callado hasta que, luego de un gran rato de argumentos suyos sobre la misma cosa, me atreví a comentar. No era el mejor para decir algo al respecto sobre un padre, ya que yo ni veía al mío por razones... particulares.
― ¿Nunca le dijiste que querías pasar más tiempo con él?
― ¡Él lo sabe! ― contestó ―. Sabe la mayoría.
— Cuando vuelva, tal vez deberías dejárselo claro. Los padres son de tomar las palabras de sus hijos como una pequeña etapa. ¿Te duele la cabeza? Es una etapa. ¿Tienes diarrea? Es una e...
― ¡Qué asco!
― Bueno, ya me entiendes.
Ella asintió varias veces, pareciendo una ardilla con café. Tal vez no debí haberle dado un algodón de azúcar...
― Tú debes de entenderme, ¿no? La mayoría de chicos se llevan mal con sus padres.
― Solo es un po...
― Es una teoría dada por un psicólogo muy importante.
― Oh, claro. Es raro, nunca escuché de ello.
― Debes ser un antisocial ― concluyó―. Y, adivino. ¡Solo tienes una amiga!
Reí en voz baja, encogiéndome de hombros. ¿Era psicoanalista o algo por así?
― Probablemente.
― ¿Ves? No entiendo el por qué mi padre no me acepta. Y tampoco entiendo el porqué estás tan solo.
Hubiera sentido mis mejillas rojas de no ser por sus ojos curiosos. Era como una pequeña niña repleta de curiosidad. Me sentí algo inimidado..., pero intrigado.
― Aún no he dado con la indicada ― expliqué.
― ¿O el indicado...?
Hice una mueca.
― No, por favor. Muerto antes que ello.
Hizo un pequeño puchero, ladeando la cabeza. Sentí la necesidad de besarla, aunque no podía hacerlo. Apenas la conocía. Solo sabía su nombre y el de su mascota. ¡Jah! ¿Cómo olvidar mi propio nombre en una mascota?
―¿Me das tu teléfono? ―pregunté.
―¡Oh, claro! ¿Tienes para anotar?
Saqué mi celular y esperé a que me lo dictara. Minutos después, ya tenía el número de una chica guapa entre mis contactos.
― Debo irme ― Dijo luego de que terminara de poner el último dígito ―. Mándame un mensaje más tarde para agendarte, ¿sí?
― Por supuesto. Hasta luego.
― ¡Hasta luego!
Me incliné y le besé la mejilla a modo de despedida. Acto seguido, se puso como tomate y dio la media vuelta yéndose de allí.
Eso había sido rápido. Muy rápido. ¿Debía preocuparme?
Nah, en las películas así comenzaba el romance. O eso... espero.
Al día siguiente, ya había entablado una gran conversación por móvil con la chica más bonita que encontré en mi vida. Mi madre estaría muy orgullosa de mí. Y, al parecer, yo no era el único que estaba pensando en una relación futura. Shin-Hye, por su lado, me coqueteaba como la mejor.
― ¡Whoa! Esta chica sí sabe halagar ― comentó Jennie. Ambos estábamos en mi casa, comportándonos como cuando éramos pequeños―. Shin-Hye... nombre raro, ¿verdad?
― No le envíes ningún mensaje ― avisé al ver que mi celular estaba entre sus manos.
Como acababa de salir de la ducha, no podía moverme como un ninja para quitarle el celular. Por lo tanto, intenté confiar en ella lo más que pude.
― ¡Dí whiskey! ― Exclamó.
No me percaté de que me estaba apuntando con la cámara de mi móvil. Segundos después, me había sacado una foto solo con ropa interior.
― ¿Qué demonios haces? ― me quejé, terminando de cambiarme.
Con Jennie no tenía problema con eso de mostrarme enfrente suyo mientras no sean mis partes inferiores, ya que los bultos no le atraían. Y menos los grandes.
― Enviándole la foto a la chica. Es un regalo de parte mía.
Me coloqué la última prenda y le arrebaté el celular con rapidez.
― Ups. Creo que debo irme. Nos vemos mañana en clases. Recuerda pasarme los deberes, por favor.
"Regalo de Jennie" Leí en el mensaje que había enviado ella.
No supe como desviar la imagen, así que, en menos de lo que pude contar, aquella ya le había llegado.
― ¡Ahora pensará que soy un pervertido! ― protesté, algo alterado ―. ¿Eres idiota? ¡Tonta!
― Oye, si está interesada, se le caerá la baba.
Gruñí. Le mandé otro mensaje, explicándole la situación. Lo que más me sorprendió de todo, fue su sencilla respuesta:
"Qué guapo! :) Dile a Jennie muchas gracias de mi parte"
― ¿Ves? Ya le caigo bien ― comentó la responsable. Salió de la habitación y luego corrió hasta la puerta de salida.
Qué suerte que tenía ella de tener a un amigo tan paciente y pacífico como yo. Es decir, cualquiera le hubiera roto el celular en la cabeza.
Mi estómago sonó y decidí salir de compras. Como era de noche, debía apresurarme. Mi madre aún no volvía, por lo que tenía que salir por mi cuenta.
No tardé, pero, al salir de la tienda, me molestó mucho lo que me encontré.
De nuevo, como si tuviera un imán en el jodido trasero, YeonJun estaba caminando hacia la misma ruta que llevaba a mi casa. Mis esfuerzos por no verlo se habían esfumado en un mini cerrar de ojos. ¿Acaso adivinó mi calle y quería secuestrarme...?
Le ignoré mientras caminaba. Si hacía como que no le veía, no importaba, ¿verdad? Tal vez ni siquiera él me había notado.
― ¡Deja de seguirme! ― Error mío ―. ¡Llamaré a la policía, Soobin!
― Es el camino que tomo para ir a mi casa ― expliqué manteniendo distancias ―. Lo que es raro, ya que nunca te vi por aquí. ¿No serás tú el que me siguió?
― ¡N...no!
Aguanté una carcajada e imploré que algún silencio se prolongara. Iba a dejar que siguiera su trayecto, hasta que mi bondad percibió cómo él miraba cada negocio y persona como si fuera algo nuevo.
― ¿Estás perdido? ― Pregunté en voz alta.
Se quedó callado. Como estaba a varios metros delante mío, no pude notar su reacción por completo.
― Sí, estás perdido ― Respondí solo.
Caminé más rápido y me coloqué a su lado.
― ¿Dónde vives?
― N-No... no lo sé... ―respondió. Se notaba nervioso.
― Dime la dirección, tonto.
Negó con la cabeza y yo imité su movimiento. Aceptaba que los gays fueran tan idiotas como para no bloquear una llamada, pero... ¿perderse? ¡Por favor! Alguien debería escribir un manual para ser sus amigos. Aunque yo no lo necesitaba, ni lo quería.
― Dime la dirección ― repetí.
― No quiero.
― Seguirás perdido.
― S...solo ayúdame a buscar una parada de autobús o taxi ― Susurró.
Seguía desviando la mirada, cosa que empezaba a molestarme de a poco.
― No hay taxis o autobuses a esta hora. Por si no lo notas, ya son más de las 10. ¿No tienes tu móvil?
― No. Iré caminando.
― Estás perdido. ¿Cómo caminarás hasta tu casa si ni siquiera sabes en donde estás parado?
― Pues... caminando.
Me mordí el interior de la mejilla.
― Solo quiero ayudarte ― comenté―. Sabes de mi fobia. ¿Para qué querría entrar en la casa de un gay?
Al parecer él no lo había tomado en cuenta, ya que se quedó pensando al aire libre como si tuviera todo el tiempo hermoso del universo. ¿En verdad mi padre era así de joven? ¡Qué horror!
Sentí unas pequeñas náuseas al recordarlo. Luché con mis recuerdos y pude ganar durante unos minutos.
En cuanto me dijo la dirección en un susurro, sonreí con victoria. Sin embargo, no duró mucho. Conocía donde él decía, si. El problema era... que estaba a tres kilómetros de aquí.
¿Cómo se perdió en un lugar tan lejano?
― Muy lejos — dije ―. Tardarás una hora y media en llegar a pie.
― Tardaré lo que sea. Solo dime por dónde ir. Iré solo.
Le indiqué cómo era el trayecto. No me observó a pesar de que le estuviera hablando. Era como hablar con una especie de pared muda.
― Gracias.
― No puedes ir ― insistí ―. Es muy peligroso.
Y como si el cielo me ayudara en mis palabras, la pandilla que siempre me cruzaba observaba a YeonJun como carnada nueva. No era como si me importara, pero aquellos tipos, a los que no conocieran, se los comían como si fueran unos snacks de la noche.
― Iré igual ― contraatacó, aumentando el ritmo de sus pisadas y alejándose de mí lo más rápido.
Traté de seguir su paso lo más disimulado posible.
― Idiota ― dije ―. Van a robarte. Ya estás en su mira.
― ¿Quiénes? ― preguntó ―. No me importa. No tengo nada.
En verdad, los gays eran tercos. Muy tercos.
Escuché como los de la pandilla murmuraban y reían entre ellos. Los saludé, ya que me veían la cara conocida y recibí un saludo amable de vuelta. En cambio, con el de pequeña estatura, era lo contrario.
Me mordí el labio e intenté pensar alternativas. No podía dejar que alguien fuera atacado aún cuando podía evitarlo. Al menos no estaba en mi lista de cosas para hacer. Yeonjun seguía siendo una persona pese a sus gustos.
Quizás... debía sacrificarme un poco.
― YeonJun, quédate en mi casa.
― ¿Qué? Ni loco.
― Por favor ― susurré, poniéndome a su lado de nuevo―. Te lo ruego.
― ¿Por qué? ― Preguntó. Esta vez había volteado a verme. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos un poco cristalinos.
¿Había estado mal? ¿Qué le pasó como para que terminara de ese modo? Bueno, técnicamente estaba en un lugar desconocido, solo y perdido. Creo que yo me hubiera orinado encima en su lugar.
― No quiero que te pase algo malo ― contesté.
Volví a escuchar más murmullos y percibí que aquella pandilla nos seguía.
Sin poder hacer más, le rodeé los hombros con mi brazo y lo atraje hacia mi cuerpo. Estaba frío, aunque no mucho. Tenía el mismo aroma que distinguí en la primera vez que lo vi. Probablemente, había salido corriendo del lugar en donde estaba y se había perdido minutos después.
Me incliné y, esperando que la pandilla nos observara, le besé el cuello como si fuera mi pareja de verdad.
― Por favor... ― Volví a susurrar.
YeonJun parecía de gelatina.
―E-Está bien ― dijo finalmente.
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