c ɷ ɭ ɷ ɾ ʆ ų l
Tus manos se aferran a mis hombros, entierras tus uñas en mi piel bronceada y me pregunto si lo haces con intención de dejar marca.
Empiezas a temblar y me obligo a expulsar todo aquello que no sea este momento de mi mente.
Lloras, lloras demasiado. Lo que al principio era llovizna ahora es una tormenta con todo y truenos, temo que de la nada se origine un huracán y me quede ahí, petrificado del miedo, lentamente siendo absorbido hasta quedar danzando en medio de ruinas.
—W-Will—tu voz es un ligero hilo que amenaza con quebrarse a cualquier momento y me rompe el corazón escucharte así.
Despegas tu cara de mi hombro, tus ojos teñidos de rojo y tus mejillas completamente empapadas. Hermosos orbes avellana que alguna vez centellaron felicidad ahora son incapaces de demostrar algo más allá de la tristeza infinita y, danzando tras bambalinas, la miseria hace su espectáculo de luces.
—Will...—murmuras nuevamente, y esta vez suena como si fuese la última vez que lo dirías.
Tus labios se estampan contra los míos y esta vez soy incapaz de detectar ese dulce sabor a menta en tu boca, esta vez sabe metálica. Sabe a plomo, a humo y a oscuridad. Sabe exactamente como a degustar una sombra.
Clavas tus uñas más profundo en mis hombros, esta vez más de deseo que para estabilizarte, cierro mis ojos y mis manos vagan a tus mejillas, intentando eliminar cualquier rastro de tristeza en ellas.
Nos separamos brevemente, ambos jadeantes de aire, vuelves a estrellar tus labios contra los míos pero esta vez sueltas un suspiro. Tu labio inferior vacila y pronto te encuentras llorando contra mi boca, tu cabeza descendiendo lentamente hasta volver a encontrar su lugar en la curvatura de mi cuello y enterrarse ahí, como si ese fuese su hábitat natural, como si ahí perteneciera.
Como si nos perteneciéramos el uno al otro.
Mis manos encuentran las tuyas y decido con cuidado retirarlas de mis hombros para proveerlas con el calor de mis palmas. Naturalmente encajan perfectamente con las mías y las observo, anonadado, un sentimiento completamente natural de seguridad y calor anidando en mi pecho.
Y entonces decido que, aún con los truenos martillando fuera de nuestra ventana y la única luz provista por las velas, aquí es donde me gusta estar.
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