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34-Todo en contra

La zona amplia del desierto, hundido bajo el arado de la niebla estatizada en aquel especial lugar del bosque, además de sus altos médanos de arena revuelta con calurosa atmósfera, y de su sendero hacia la institución educativa, había una franja apartada, casi perdida, de difícil acceso subterráneo. Se trataba de un conducto al que se bajaba por amplios portones acostados y tupidos de piedras molidas, y se llegaba a una edificación en subsuelo, constituida por amplias galerías y celdas vidriadas como jaulas ovales colgando del techo a lo avisperos, redondeadas de un lado y aguzadas del otro. 

Las cárceles de Seráfica, excavadas en la roca sólida debajo del arenal, conformaban un sitio inquietante y aislado donde depositaban y contenían a todos los pecaminosos maleantes que atentaban contra el bienestar del reino y sus leyes, así como los incumplidores de misiones específicas. Era un lugar vergonzoso y despreciable para los habitantes dignos. Allí, no se podía decir que los canallas recibieran un trato de cautiverio, en realidad estaba diseñado para el confinamiento en una estancia básica, con dos comidas al día y salidas al salón central, una cámara cuyo techo iluminado con haces de luz artificial creaban un efecto de café con leche cósmico que simulaba la naturalidad exterior.

Desde cubículos de vigilancia, siempre había guardias armados que, además, se encargaban del bloqueo de las puertas. Si algo había de atormentarlos, o en todo caso, aleccionarlos, era la interminable invariabilidad en un sitio hermético. Algunos lo resistían y salían sin secuelas logrando encauzarse en alguna misión noble, otros se volvían dementes y terminaban siendo llevados a zonas de marginados.

A Unriam Lambert le resultaba muy confuso el edificio y se había desorientado más de una vez desde que había recibido su condena de un año por aquel primer gran incendio. Aparte de ser desposeído de su reliquia, después de los primeros cuatro meses, el aire viciado y sin ventilación hacía que la temperatura de su cuerpo seráfico fuera constantemente febril, sin embargo, aún tenía sus tramoyas trabajando por las sombras con aquellos a los que podía deshonrosamente manipular. Inimaginable el suceso distinto que estaba por protagonizar.

—Hazte a un lado, Lambert, tienes un compañero —dijo el guardia arribando su celda con otro prisionero.

La perilla se acomodó sobre la sorpresa de sus ojos cejudos cuando se enteró del asunto. No deseaba tener que compartir su espacio, siendo que él era un miembro del castillo.

—No lo traigas aquí, Rudolf, ¿te olvidas quién soy yo? —dijo quejándose, pero fue ignorado.

—Cierra la boca —el guardia desterraba cualquier intento de creerse preferencial.

El prisionero entró y, detrás de él, la puerta de vidrio cromado blindó cualquier esperanza. Era un humano. Primero llegó al segundo catre sin quitarle la vista de encima al ángel; su expresión era secuaz, pero también amenazante.

—Ni te acomodes, humano... —bramó el rubio—. Haré que te saquen.

—Hola, Unriam Lambert... —dijo el hombre restando su falta de ética—. Pensé que después de tus actos te parecerías más a un líder... Pero veo que sigues siendo un niñato... —se burló.

—¿Y tú quién eres? —su tono bravucón cambió a cauteloso—. ¿Por qué estás aquí?—. ¡Guardias! —gritó posicionándose en la puerta, con piel acalorada.

—Silencio, niño llorón —lo tomó rodeándolo por la espalda y éste no llegó a defenderse—. No estoy aquí para dañarte, sólo quiero hablar... —lo empujó hacia el otro lado.

—¿Hablar? —se soltó de mala gana.

—Exactamente, soy Calimba, un guardián desertor del palacio con convicciones férreas —explicó el corpulento humano—. No estoy en este lugar por casualidad. Mi arresto fue planeado.

—Ah, desertor... Un Traidor —murmuró—. ¿Así que hiciste algo para llegar hasta mí? Qué astuto... No imagino qué podrías hacer para arriesgarte de esta manera —fue despreciativo.

—Casi atrapo a la princesa.

—¡¿Atrapar a Lurian?! —se le lanzó encima agarrándolo del cuello—. ¡¿Cómo se te ocurre, imbécil?!

—¡Calmado, angelito! —se rio de su arrebato infantil que tenía más sobreactuación que fuerza—. No pensaba dañarla, el trato era capturarla. Si lo lograba, la vía para llegar a ti sería otra, tu premio a cambio de una condición, pero si no, sólo me quedaba esto... 

—Es interesante lo que dices... —escuchó atentamente pensativo—. Continúa...

—No pude capturarla, de no ser por su infalible protector, ese joven oscuro... —se lamentó despreciable—. Es más poderoso de lo que imaginé...

—Sobrevalorado por demás... ¿Quién te envía? —Unriam fue arrogante.

—¿Te suena el nombre Thalu?

—¿Thalu, la rebelde más temible? —no esperaba escuchar eso—. ¿Existe?...

—No es un nombre nada más... Ella es real.

—No me digas... ¿Tú la viste? —dudó.

—Bueno, no, pero sé que lo es, prefiero creer que sí, pues ella lidera a los rebeldes más preparados. 

—¿Y qué quiere conmigo? 

—Su gente me envía, quiere proponerte un trato.

—¿A mí? —fingió solvencia.

—¿Eres o no eres el líder de los incendiarios?

—Eso se dice... —carraspeó levantando su ceja—. Puede que lo sea, y puede que no.

—Ella sabía que no serías digno de esta propuesta —se decepcionó Calimba—. Me lo advirtieron, pero yo quise arriesgarme...

—Habla, ¿qué es lo que quiere? —pareció confirmar astutamente su rol.

—Unirnos, claro. El modus operandi de tus seguidores no es muy respetable que digamos. Fuego por doquier sin calcular el daño, ¿en serio? Deseamos darte táctica... 

—Ah... ya entiendo —dijo caminando por la celda—. Lo dice un grupo de vándalos que secuestran, asesinan, violan y piratean el reino, bravísimo.

—No pensarías lo mismo si consideraras que con nosotros lograrías tu objetivo...

—Anda, dime. ¿Qué pide a cambio?

—Que cuando te cases con la princesa como deseas y te conviertas en rey, permitas hacer de Seráfica una República.

—¿Una República, baby? —sus ojos nogales parecieron contraerse en el origen de una siembra—. Lo que tengo que decir es que me alegra que estés aquí.

—¿Entonces podemos contar con eso? —se convenció el hombre. Unriam continuó dando pasos lentos asegurándose de llegar, casi de forma casual, a la puerta—. Asegúramelo y saldré de aquí a comunicarlo.

—Digo que me alegra porque eso significa que no pudiste capturar a mi querida prometida... —lo hizo levantar una mirada confusa—. En su lugar, acabas de compartirme las intenciones directas de la enemiga más buscada del reino: los rebeldes pretendiendo unirse a los incendiarios... —aplaudió provocador y lo hizo contraer la respiración advertido—. Lástima que en esta ocasión yo no sea el líder que buscas, pero por suerte aún pertenezco al lado bueno... —sonrió indeseablemente desleal—. ¡Guardias, tengo información de Thalu para Joe! 

—¡Maldito, me engañaste, no se puede confiar en ti! ¡Lo admites y desmientes a tu conveniencia! —Los guardias llegaron antes de que Calimba pudiera atacarlo; podría haber recibido una paliza—. ¡Esta es una traición directa a mi ama, tu gente se ganó un nuevo enemigo, queda sellado, Unriam Lambert, no lo olvides, estás muerto! ¡Muerto! —sentenció mientras lo sacaban.

—Ay, pero qué desagradable sujeto, dime, baby, ¿te pagó para estar aquí? —le preguntó falsamente amable al guardia.

—Sí, lo hizo, lo siento, Lambert, creí que podría interesarte, además soy como tú, voy con el mejor postor... 

—¿Pero qué dices? No te preocupes, no te castigaré por eso —dijo aplacado, manteniendo la amistosidad que le convenía para hacer de las suyas—. Ahora, hazme el favor, tráeme un transmisor, necesito hablar con Joe.

—No puedo hacer eso, una cosa es dejarte hablar con tus aliados, pero si te comunicas con el rey, se sabría y ya podrías despedirte de tus beneficios... 

—En serio, Rudolf, es importante, él no querrá venir a visitarme, y lo que tengo que decirle podría sacarme de aquí, y ya no tendrías que lidiar conmigo...

—La respuesta es no, pero puedes enviarle una carta, me aseguraré de que le llegue. 

—¿Y qué esperas para traerme con qué escribirla? —demandó con aborrecible tono.

Mientras tanto, los meses volaban y, en la parcela de la zona no rebelde, la guerrera no pretendía esclavizar al humano mundano, pero sí ser ruda. Quería hacerlo bravar con un sentimiento consistente. Al igual que los demás protectores, Brisa le mostraba a su discípulo a cargo cómo ejecutar los golpes y los desplazamientos en secuencias memorizadas, para luego dejarlo improvisar. Su trato era militar, no conocía otra manera. Las espadas de madera chocaban cada vez con más potencia en insufribles entrenamientos, a veces sobre la inestabilidad de una balsa, a veces dentro del agua, otras por los límites verdosos de la cabaña. Luego, comenzaron a reemplazarlas por caños de plástico, e incluso de acero. También corrían maratones, saltaban vallas, exploraban la fronda con rocas y saltos, le tomaba exámenes de la lectura indicada y le enseñaba a nadar, cosa que él no acostumbraba.

Dylan tenía las manos tan lastimadas como lo que las vendas cubrían en sus rodillas, por tanto esfuerzo bajo presión. Convivir con una chica inflexible, tener que en paralelo hacer tareas hogareñas, y ver diariamente los suministros que llegaban con algún extraño por encomienda, era igual a estar en un campo militar, como se había insinuado a sus padres con el supuesto proyecto Phantasos. De a poco se le iban fortificando el flaco cuerpo y la mente. Los desacuerdos eran constantes, y él comenzó a preocuparse por cómo la estaría pasando su hermana. Le solicitó a Brisa verla, pero ella se negó rotundamente, hasta no recibir esa orden.

—Pero al menos podrías averiguar con Joe o con... Luna... tampoco sé nada de ella...

—Lo lamento, niño, las cosas andan muy pesadas en el reino, no puedo andar con peticiones, primero deberás demostrar avances, al menos para recién entonces considerar galardonarte —fue antipática.

—No me podés decir que no estoy avanzando... Dale, estoy haciendo todo al pie de la letra, me siento el típico soldado ahora —intentó ser lógico.

—Y lo que te falta... —le soltó una mirada corajuda—. No lo haces mal, debo admitir, pero aún tengo dudas sobre ti, no te he visto en algo real, simplemente hemos estado ensayando, así que no puedo determinar qué tan bien vamos.

Dylan hubiese querido insultarla con su respuesta, sin embargo, sabía que eso sólo podría traerle más problemas.

—Entiendo, dejalo así... —dijo aflojando sus grandes ojos—. Si llegás a hablar con el Major, por favor preguntale, lo mismo si... hablás con tu hermano... —se aseguró de mostrarse afligido.

Y un día Dylan propuso que le diera un peligro real. Sentados a la mesa, pidió salir de la parcela, que lo llevara donde hubiese disturbios. No perdía nada con intentarlo.

—Yo sé lo que te tiene mal, no es sólo por lo de tu papá...

—¡No te atrevas a hablar de eso, niño! ¿Me escuchaste? —su enojo denotaba sufrimiento.

—Ya, ya, esperá un segundo, creo que estás mal con esto que te tocó hacer, tener que entrenarme y no poder seguir siendo una guerrera como tanto te gusta. Sí, al principio demostraste que estabas dispuesta a obedecer, incluso empezar con el pie derecho conmigo, pero... Lo detestas...

—¿Qué insinúas? —lo apuntó con un tenedor.

—No sé, pensaba que si quisieras, podrías encargarte de los malos, y yo puedo acompañarte —dijo sin temerle.

—¿Tú sueñas o qué? —preguntó picante.

—Sí, es un sueño espectacular, pensalo.

—Eso no es lo que me encargó Joe, y yo sigo sus órdenes —hamacó la cabeza aflojando su brazo armado.

—Vamos, seguro que debe estar necesitando de ustedes cuatro con todo el quilombo que hay, y si no se los pide es porque, no sé, tendrá vergüenza después de semejante cosa que les puso en el camino —dijo con una dicción que parecía estudiada, y Brisa trató de disimular, pero no pudo ocultar su reacción de interés.

—Si alguien te pone un dedo encima, lo lamentaremos, Dylan, ¿no lo has contemplado?

—Entiendo, pero para eso, también sos mi protectora, ¿no? Yo vi cuando firmaste —se inclinó sobre la mesa hacia ella—. Acá, en tu parcela, no hay nada de qué protegerme, parece que únicamente tengo que cuidarme de vos... —La hizo contraer los ojos en una caída en cuenta de cuánta razón tenía.

En una trama paralela, convivir en una cueva aislada con un ser más frío que el propio invierno eterno del clima, no estaba resultando como deseaba. Desde que no contaba con la compañía de Zohar hacía meses, el trato con el líder Minor se mantuvo durante el primer período en el más obsoleto intento de persuadirlo. Milena podía darse cuenta de que el apuesto pelirrojo de ojos grises nunca había entrenado a alguien, sin embargo, aborrecía admitir que se las ingeniaba con ardid para dejarle, en cada ocasión, una enseñanza de vida.

El personal servil que acudía diariamente a este sitio perdido, se reducía a cinco personas con las que casi no interactuaba, pues, sometidos a la obediencia de sus tareas, parecían volverse todos cubitos de hielo a tono con el ambiente. Le llevaban comida y limpieza a su habitación, y desaparecían sin más palabras que las que implicaban realizar sus labores, casi como si su amo se los hubiese prohibido. Si de casualidad a la mundana se le ocurría acercarse a otras partes de las bifurcaciones que conformaban la morada, solamente encontraría una helada soledad.

Los momentos más apreciados del día eran los que se encontraba con su protector para entrenar, puesto que, a pesar de ser una escarcha viviente, ella disfrutaba de sólo verlo proponerle desafíos. Milena, tan temperamental, se arriesgaba a todo en lo que implicaba poner el cuerpo. Aunque bastante buena alumna, la lectura no era su fuerte, ni aún había logrado nada con la reliquia portada en su oreja, pero no podía ignorarse que estaba destacando en las lecciones de combate, las cuales, por supuesto, él le mostraba, pero que había decidido hacerle practicar con un contrincante hecho de hielo, manejado por su poder mientras no se le movía un pelo, excepto cuando explicaba.

—Ahora mi soldado te sorprenderá de frente, muévete y haz el contra agarre frontal. 

—Sí... —Ella ya estaba adoptando las formas de paradas aguerridas, lista para el despliegue de las defensas.

El cuerpo de completo congelado en una armadura de textura cristalina y brillante con ojos como estrellas de hielo azul y pelo helado con mechones rígidos, le extendió su brazo, y Milena le entrecruzó el suyo, lo cambió de dirección llevándole la cabeza hacia abajo y le dio un rodillazo en la cara. El soldado, voluntad imaginaria del líder, en ese agache inducido de ella, se le fue entonces contra las piernas y, a pesar de que la joven tiró lanzadas de manos, terminó en el suelo.

—Me distraje, va de nuevo... —se paró de golpe.

—No, no fue distracción, lo que te falta es coordinación y alternancia en tu simetría corporal —dijo el Minor acercándose al centro de los combatientes—. Mira, cuando estés atacando del plano superior de ti, el inferior debe estar preparado para accionarse. —Le mostró cómo moverse utilizando de compañero al mismo soldado cobrando vida por su voluntad—. Cuando des este golpe gacho y él se encargue de tus piernas, le contraatacas con un patada hacia arriba que lo obligue a levantar sus brazos perdiendo espacio sobre ti, entonces vuelves a atacar sobre su cara —mostró en cámara lenta lo que describía—. De esa manera, le debilitarás los brazos y podrás liberarte.

—¿Vos decís? Pero, si el contrincante tiene un perfecto dominio de su simetría, y no afloja los brazos, ¿qué hago? —le retrucó.

—Bien, en ese caso, haces una vertical apoyándote con tus manos, girando sobre tu pierna dentro del agarre de él, y te impulsas para llegar con tu pierna contraria sobre su cabeza —explicó mientras mostraba lento con su soldado de hielo, y lo enseñó una vez más con rapidez. 

—Necesito tu misma fuerza de brazos para eso —lo admiró de cómo pasó de ser un hombre inamovible a estar ejecutando una maniobra fluida como todo un guerrero.

—Intenta... —se apartó dejándola nuevamente con su soldado.

Milena lo realizó varias veces antes de obtener éxito, pero al final, en uno de los intentos, le salió. Contraatacó de frente, le dio un golpe en la cara. El Minor provocó la situación planteada para que ella practicara liberar su pierna, y así lo hizo con la vertical y la patada contraria en un giro alto.

—Bien, Milena... —contempló, pero en ese momento ella sintió un gran desacuerdo.

—No, no estoy segura... —se quejó descansando en el piso—. ¿Sabés lo que pasa? Me resbalo mucho con este hielo que creaste...

—Eres la elegida del fuego, mi soldado es un contrincante digno de ti.

—No, no lo es... No importa de qué esté hecho, quiero pelear con vos, que me enseñes cuerpo a cuerpo... —exteriorizó sin detenerse lo que la apremiaba.

—¿Conmigo? —la miró fríamente—. No...

—¡¿Por qué?! —Se acongojó Milena sosteniendo sus ojos con un brillo de rezongue que perpetuaban sus deseos de no pasar desapercibida.

El Minor mantuvo su mirada de cosmos fallecido sobre ella y no le facilitó una respuesta, simplemente deshizo al soldado, se acomodó su reliquia de doble estrella cristalina y aportó desvinculado de cualquier interés: 

—Tu siguiente prueba implicará fuego... Comenzaremos la semana próxima.

Sin nada más que agregar, desapareció del salón dejándola con las ánimas más bajas que su frustración, y ese rechazo, para alguien como ella, no era fácil de asimilar. «Qué frialdad, no soporto que no se me quiera siquiera acercar. Extraño el contacto humano», pensó. «Él ni siquiera lo es».

Los años de abundancia habían quedado atrás, el equilibrio, peligrando en una grieta cada vez más extensa. Así lo sintió el rey Joe cuando recibió la carta de Unriam y se apropió de la información como un botín sangriento que le acrecentaba la negrura de sus visiones y lo alejaba de la meta lumínica que alguna vez creyó ver. Ante semejantes oraciones plasmadas acudió a su consejera mayor, la deidad de la Justicia. La entidad de luz lo recibió en su atrio. Leyó el contenido escrito. Sin ojos lo miró.

—Es una información muy valiosa, rey Joseph, y debemos estar agradecidos con el señor Lambert por proporcionarla —le habló mentalmente—, pero no puedo acceder a deshacer su condena, él debe pagar por los daños causados, los testigos lo señalaron como líder de los nuevos rebeldes incendiarios, y la deidad de la Verdad luchó con su desvergonzada astucia para sacarle a medias su autenticidad. Me temo que incluso no le he dado el suficiente castigo, no he sido digna de mis facultades justas, y eso se debe a que...

—Lo sé, lo sé, señora Justicia, el reino está pasando por un mal momento, estamos amenazados de todos lados, es entendible que todo esté desmoronándose, pero no es admisible, pronto lo resolveré, usted no se altere —se rascó la frente para atajar su preocupación.

—De acuerdo, rey, confío en sus planes como soberano. ¿Qué hará con esta información?

—Duplicaré la seguridad, le avisaré a mis nietos y al ejército, impartiré la importancia de nuestras leyes legendarias para que a nadie se le olvide, o para que al menos lo piensen antes de desertar hacia la rebeldía.

—Bien pensado, rey...

—Además, tengo a los científicos dedicados al proyecto Tabula Rasa. Si logro borrarles la memoria permanentemente, entonces los desterraré a su mundo para siempre. Los humanos han sido un problema después de todo, corrompieron el plan de Ridan, cada vez nos queda menos gente en quien confiar.

—Así es, rey, y dígame, ¿confía en los cuatro mundanos? —preguntó, y a Joe se le volvió el pelo fosco, al tiempo que la menta de sus ojos pareció impactar a efecto de golpe.

—Eso no está en discusión... —aseguró.

El conflicto entre rebeldes e incendiarios estaba comenzando, los disturbios se estaban multiplicando en las zonas parcelares. El rey no quería creer que tanta maldad, apoderándose en demasía de sus leales, fuera producto de la presencia de los cuatro mundanos en esta tierra, pero la posibilidad era viable, ya que, desde su llegada y permanencia, las situaciones desleales eran cada vez más notables. De cualquier manera, mantendría a flote su plan, ya que ellos estaban conectados espiritualmente con el alma seráfica de su nieta. Si bien Joe había decidido redoblar la seguridad, sus fieles combatientes, no parecían ser suficientes como para reducirlos. De esta manera, reorganizó a su gente en los lugares prioritarios: las Islas Nuestras, los campos y fábricas de Corporación Humanoide, el Templo Divino, la entrada a la Ciudad de los ángeles, la escuela, Flores del Conocimiento, y por supuesto, la entrada al Castillo. 

—¡Señor, hay problemas! —Elisa, la servil mano derecha del rey llegó a su oficina con aterramiento en sus ojos.

—De eso no tengo dudas, dime qué pasa ahora... 

—¡Me llamó mi sobrina, fuego en la biblioteca! ¡Por favor mande ayuda!

—¡¿Cómo?! ¡Santa tierra! Desgraciados incendiarios... No pensé en poner protección ahí. Estos rebeldes harán estragos en cada sitio que puedan. No te preocupes, avisaré a Ánker.

—No olvide que lo envió a las Islas Neutras, señor, tardará mucho en llegar hasta la parcela.

—Tienes razón, lo envié a probar un nuevo invento con guerreros flotantes.

—Envíe a alguien que esté más cerca, se lo pido —lagrimeó con pecho turbulento.

El rey pensó rápidamente, mientras podría enviar a la policía parcelar, se arriesgó a solicitar los servicios guerreros de quien podía llegar antes que nadie. No perdió tiempo en anunciar lo que haría. A través de su transmisor acudió a digitar el contacto de alguien a quien había decidido no molestar hacía tiempo.

—Guerrera Kemblast, ¿me copias? Aquí Joe.

—¿Joe? ¿Es usted? —respondió Brisa de inmediato.

Enseguida le comunicó lo que pasaba. Al colgar, el rey se dio cuenta de que durante todo el tiempo que los elegidos se habían ido con sus respectivos protectores, no había indagado en el proceso, ni enviado a Ethan a supervisar como se había dictaminado, y eso era algo que sí o sí debía gestionarse sin importar cuántos disturbios hubiese en el medio.

Esa misma tarde, Dylan golpeaba el saco de boxeo colgado del soporte que estaba dispuesto afuera de la cabaña, después de haber realizado su rutina de ejercicios en los demás aparatos gimnásticos de los que disponía la dueña de casa.

—Niño, ven aquí —lo llamó Brisa.

—¿Qué pasó?

—Tengo que irme a atender un asunto para Joe, hazme el favor de quedarte adentro y traba la puerta —la aceleración de sus palabras retrataban su ánimo de volver a sus andanzas.

—¿Un asunto para Joe? —Dylan dilató las pupilas—. ¿Hablaste con él? ¿Le preguntaste por mi hermana? 

—¿De qué hablas, Dylan? Hay un incendio en la biblioteca y debo encargarme —fue cortante.

—¿Incendio? 

—Sí, incendiarios causando estragos a nuestros edificios, ¡lo que nos faltaba! No salgas hasta que regrese, aquí es seguro, pero... nunca se sabe —dijo mientras terminaba de colocarse sus armas, ajustar su anillo reliquia, y envolverse en una túnica—. Adiós...

—¡Esperá, voy con vos!

—¿Qué dices? —disparó el turquesa de sus ojos.

—Es la oportunidad que estábamos esperando desde hace meses.

—¡¿No entiendes que no estás listo?! —rugió.

—¿Cómo lo sabés, si no me viste en una situación real? —le estampó las ideas que ella misma había formulado.

—Ni de chiste te pondría en este riesgo a costa del rey... —reprendió Brisa con gesto hosco.

—No se lo digas, dale, dejame ir, prometo que si no puedo enfrentarlo, me voy a esconder, no te voy a estorbar, te lo pido, yo puedo serte de ayuda, ya sé cómo... —le brilló su mirada suplicante de un modo conmovedor.

—Ayyy, niño. Toma tu túnica y alguno de mis cuchillos, salimos en cinco minutos —resolvió provocando un cambio de rostro en Dylan con una sonrisa de oreja a oreja.

La nube crepitante que llenó de hollín parduzco al vidrio reforzado en cristal de la nave en la que volaron al siniestro, los ondeó en el cielo hacia los árboles de aspecto enfermizo que se hallaban contorneando la parcela "Lis", lugar central del establecimiento de la biblioteca. Ante tanta plomiza humareda, La guerrera Kemblat encendió el parabrisas, mientras Dylan limpió con su manga un poco del costado, sólo para ver un edificio cilíndrico de varios pisos revestido con escaleras alicatadas, destellando llamaradas mordaces. Había infames gritos apropiándose de la desamparada atmósfera. 

—Ahora que bajemos, cúbrete la boca y quédate detrás de mí, no vayas a alejarte, ¿entendiste? —dio instrucciones Brisa.

—Sí, entendido —se preparó Dylan.

—Ahuyentaré todo el fuego que pueda, pero el humo no será fácil de roer. 

—¿De verdad vas a hacer eso? ¡Qué genia! —se cruzaron una mirada de arrobo.

—Vamos, es hora —parpadeó volviendo a conectar con el cometido.

Estacionaron en la copa de un pino. Desde lo alto de éste, se asomaron para descubrir un tumulto de rebeldes dispersados y causando atrocidades en la entrada. Brisa extendió sus manos y, mientras un brillo interesante salía de su anillo, con algún poder extraño aún para su discípulo, fue haciendo desaparecer gran parte del fuego, aunque no todo, con la intención de caerles desprevenidos.

—Ya te mostré cómo atacar y defenderte, tienes lo básico, con un poco de suerte estos tipos no tienen entrenamiento, pero no lo hagas a menos que sea necesario, sólo quédate aquí y espera a que regrese... derribaré a esos malditos.

—¿Estás loca? No vas a ir sola. Yo te sigo...

—Ay, niño, si te pasa algo no te lo perdonaré...

—Voy a estar bien, confiá... —le dijo decidido, e inesperadamente, los empujó a ambos en un salto hacia el núcleo de la cuestión. 

—¡Atrevido! ¡Detrás de mí, niño! —gritó Brisa al llegar abajo—. ¡Agáchate, escóndete! —le preocupaba tener que defenderlo en medio de una lucha.

El fuego estaba controlado, pero enseguida, cuando comenzó a dar batalla con algunos, otros encendieron más antorchas que lanzaron directo a las ventanas y puertas del edificio con estruendosas explosiones. La guerrera enseguida fue notada por todos, tenía una destacable destreza con su hacha de tres cuchillas. Se movía velozmente entre los incendiarios hiriéndolos a gran escala.

—¡Atrapen a esa mujer! —gritaron los maleantes. Había decenas camuflados entre el humo.

Pero Brisa era muy audaz y continuó derribando a todo contrincante que se le cruzara. Estaba realizando un trabajo tan impecable que Dylan entendió cuánto le apasionaba hacer esto, y que no necesitaba de su intervención. Sin embargo, procuró ser útil con su acompañamiento, de modo que pensó en lo más apremiante: el interior del edificio. En medio de la trifulca, se escabulló por las escaleras rumbo a alguna puerta disponible.

—¡Dylan! ¡¿Dónde te metiste, niño?! —Brisa, salpicada en sangre, percibió por primera vez su ausencia—. Resolvió abandonar su combate e impulsarse a lo alto del árbol nuevamente, pero no veía nada. Sacó su transmisor.

—Ánker, ¿me copias? —La señal no era buena, ni ahí ni en las cercanías a las Islas Neutras de donde el jefe acababa de salir. Una bocha de fuego se dirigía directo a ella. Le percibió el sonido, la evadió con una onda expansiva de aire que le despejó la panorámica sorprendiéndola en unos segundos de caída en cuenta. Era un hormigueo de rebeldes—. ¡Santa tierra, ¿dónde estás, Dylan?! —rugió con ganas de abofetearlo. Probó nuevamente la comunicación—. ¡Ánker!

—B—Brisa... —lo escuchó por fin.

—¡Ánker, necesito refuerzos, incendio en parcela Lis! 

—Joe me avisó, voy en camino, ¿estás en problemas?

—¡Más o menos, ven rápido! 

—Parpadea y estaré ahí...

Brisa apretó los puños y decidió provocar una lluvia ventosa que resolviera este hervor. Mientras tanto, Dylan encontró una ventana por la que meterse a la construcción. En medio de las llamas sintió los primeros olores a sustancias en combustión. Estantes completos siendo talados por el fuego, haciéndole sentir desesperanza ante tanto libro destruído. Decidió no temerle. Recorrió un poco pasillos y andamios, tapándose nariz y boca; procuraba ser cuidadoso al mismo tiempo que veloz. Pensó que con tanto fuego, los maleantes no se quedarían por esos lugares, pero debía asegurarse de que no hubiera nadie inocente necesitando auxilio. De repente, una señal, tos al fondo del camino, entonces obligó a sus piernas a correr. La encontró detrás de un escritorio caído, su cabello anaranjado hacía una irónica combinación con los colores ambientales. Era Carleth, estaba casi desmayada.

—Ey, arriba, ¡despertate! —la subió por los hombros para sacudirla, pero estaba perdiendo la conciencia. 

—Mu... muchachito Che, ¿eres tú? —dijo en su último aliento.

—¡Te voy a sacar!

Una viga en llamas cayó sobre ellos, pero Dylan movió a la chica antes de que los alcanzara. La alzó y salió atravesando todo el fuego sin importarle si se quemaba. Estaba dispuesto a salvarla. El piso y las paredes estaban derritiéndose, casi no se podía respirar, todo el lugar era una verdadera trampa sin escape. «¿Cómo voy a salir de esta?», temió al ver explotar los vidrios bajo las cortinas rojas de ignición. «No puedo fallar, yo me lo busqué». Se permitió frenar un momento para recargarse de fuerzas y agudizó su instinto de concentración deseando invocar al agua. No había hecho más que meditación bajo las enseñanzas de Brisa, pero ahora, al encontrarse en verdadero peligro mientras resbalaba sus ojos reflejantes de lumbre por el desvanecimiento indefenso de la persona que en sus brazos esperaba oportunidad, creyó ver un brillo salir de su reliquia.

Tal vez fue sólo un espejismo, pero le dio ánimos al tiempo que la respuesta. Resulta que el mismo efecto lumínico molestó a la vista chocando contra la rotura de un vidrio en diagonal lejana. Era una vía potable. No la desperdició, corrió hacia aquella ventana dejando que sus huellas de goma derretida se propagaran por el destello del sendero. Cubriendo a su amiga con la túnica, con su codo rompió más vidrio para hacer espacio y salir. Era un reconfortante balcón. Respiró a ritmo de toses bajo la suave lluvia provocada por Brisa, y le palmeó nuevamente la cara a Carleth, pero ella no reaccionaba. De repente, dos maleantes llegaron trepando por la baranda.

—¡Atrás, imbéciles! —se enfureció aterrado por la situación.

—Ja, ja, tan desvalidos... —se burlaron despreciablemente—. ¡A ellos! 

Dylan no atacó, decidió pegar un grito con la mirada de horror hacia el cielo simulando que veía algo peor detrás de ellos. Los incendiarios por inercia voltearon, así que Dylan empezó a correr, con su desmayada, por lo largo del balcón hasta llegar a una escalinata que subía a una terraza. Los sujetos, sintiéndose humillados, los persiguieron.

Mientras tanto, Brisa utilizando su energía para la lluvia que calmara el humo, e intentando al mismo tiempo controlar el elemento combustible, continuó derribando a cada maleante que podía. En un segundo levantó la vista percatada de movimiento, y vio a su discípulo siendo perseguido en lo alto de la biblioteca.

—¡Dylan! —bramó, pero entonces, un despreciable rebelde le golpeó la cabeza por detrás. Cayó rendida, la lluvia se frenó aunque no soltó su hacha.

—¡Ahhh! ¡Malditos! —suspiró lentamente atontada.

En su parpadeo de zumbido interno, observó cómo el fuego que salía inquieto por lo alto de la edificación proliferó por el bosque a escala incalculable volviendo a llenar rápidamente la atmósfera de dióxido de carbono, y en simultáneo, vio cómo los tipos se venían sobre ella, pero cuando estaba a punto de sacar una fuerza sobrenatural que la defendiera, tuvo la suerte de que Ánker y su equipo llegaran. El corpulento jefe, le disparó a cada vándalo que rodeaba a su guerrera favorita.

—¡Brisa! —se agachó para socorrerla.

—Estoy bien —dijo quejosa.

—Ya extrañabas un poco de acción, ¿verdad, nena?... —La tomó de la mano para, de un envión, ponerla de pie. 

—No vivo para otra cosa, jefe... —contestó agarrándose la cabeza. Él sonrió negando con una mascada de goma—. ¡Dylan! —gritó volviendo a mirar arriba, pero no lo visualizó.

—¿Trajiste a tu protegido?

—¡Está en el edificio! —se impulsó a correr.

—Te acompaño.

—¡No, esperá! —se detuvo—. ¡Es una plaga de rebeldes y hay mucho fuego!

—Traje a la policía parcelar junto con mis guerreros para detener a los incendiarios, mira por ti misma... —le dijo, y se esforzó por mirar a través del humo.

—Qué bien, ¿y el fuego?

—Lo detendrán mis escuadrones, pero también solicité la ayuda de alguien más... Vamos por tu protegido.

Así fue que tanto los policías, humanos preparados y los guerreros entrenados en físico y poderes, llegaron en tropas para detener a todo rebelde que pudieran mientras controlaban el fuego, sin embargo, se expandía rápido. Ánker pensó que había sido acertado avisar a quien dominara al fuego con el llamado, para cualquier conocedor, "primer movimiento", incluso mejor que sus guerreros. Brisa y Ánker volaron hacia la terraza, justo llegaron para ver cómo Dylan estaba derribando a los dos rebeldes. Después de ir a lo práctico dándole una trompada a cada uno, con brazos y patadas les bloqueó el avance. Esquivó sus intentos de golpe, y los derribó con agarre frontal y rodillazo en sus caras, una vuelta en el aire y dos lanzadas de pie sobre sus cabezas que los noqueó. 

—¡Dylan! Wow. ¿Estás bien, niño? —Brisa le observó quemaduras de ropa y heridas superficiales.

—Parece que estaba mejor que nadie... —comentó Ánker.

—¡Es Carleth, no reacciona! —les avisó.

—¡Camilleros, en la terraza, pronto! —solicitó el jefe por transmisor alejándose a la cornisa.

—Quédate cerca de ella —le pidió Brisa, pero entonces se pausó para dejarse acaparar por el atroz paisaje rojo, y luego se fue junto a su jefe—. El fuego no para, ¿a quién llamaste?

—Bueno, a... —quiso decirle, pero justo arribó en una nave el personal de salud—. ¡Camilleros, por aquí rápido! —Los guió hacia Carleth.

—Ven, Dylan... —lo llamó su protectora—. Has estado brillante, pero no vuelvas a asustarme de esta manera. Cuando aprendas a dominar el poder de la reliquia, dominarás el agua... —le señaló la perspectiva—. Observa a los guerreros, ve cómo la utilizan al tiempo que le ordenan al fuego desaparecer. 

El joven Maciel enfocó los ojos en los colores chillones del paisaje esforzándose por sobresalir ante semejante humareda. Al descubrir a hombres y mujeres de ambas especies, humana y seráfica, encargarse del fuego con un esfuerzo descomunal, creyó por un momento que el caos no sería fácil de roer.

—No entiendo algo, ¿dijiste dominar?

—Sí, niño. Existen cinco fórmulas que llamamos movimientos, dominar es el primero, te permitirá darle órdenes —Brisa mostró una pizca de empatía al explicarle.

—O sea... ¿El agua me va a obedecer?

—¡Eso espero!... —Fue terminante y amagó sus ojos al tiempo que su habla—. Con tu reliquia. 

—Eso es lo que intentabas hacer, ordenarle al fuego que parara... —se dijo para sí impresionado—. Veo lo difícil que es... 

—Requiere tu concentración en un sentimiento poderoso, pero... el segundo movimiento, hacer surgir al elemento, es la verdadera complicación.

—¿Cómo? 

—Mira... —exhaló—. Si un enemigo lo hace surgir, no podrás dominarlo como si fuera puro. —Ante sus ojos confusos e interesados, ella apretó una mueca de fastidio y sintió que merecía aclararlo de una vez—. Una cosa es que te ataquen con el agua que haya a la vista y al alcance del lugar en el que estés, y tú, con el primer movimiento lo controles para que no te atrape, pero si el contrincante hace surgir el agua, extraída de su propio poder, entonces no te será fácil darle órdenes. 

—Ah... Entiendo, no es lo mismo utilizarlo que hacerlo aparecer... por eso el fuego...

—Por eso el fuego de los incendiarios es más fácil de frenar, cuando es natural, porque la mayoría son humanos o ángeles que no poseen reliquias.

—No en este caso... —se les metió Ánker en la conversación llegando junto a ellos—. Últimamente hay seráficos con reliquias que se están poniendo de su lado. Al principio no lo creí posible, pero aquí mismo pude reconocer a algunos guerreros de mis tropas, e incluso estudiantes. ¿Por qué creen que está costando tanto frenarlos? ¿Les parece normal que, a pesar de las barreras, estén encontrando acceso a tantos lugares?

—¿Has tenido desertores de la fuerza? —preguntó Brisa—. No me digas...

—Me temo que muchos, nena... tanto para incendiarios de Lambert como para rebeldes de Thalu —contestó rascándose la ceja.

—Encima ahora ellos están enfrentados... Me lo dijo Joe, ¡un desastre! —contó Brisa. Ánker negó con indignación.

—Ah, claro, y es así como tienen ventaja para hacer surgir los elementos entre desleales. ¡Qué gran problema! —le cayó la ficha a Dylan.

—Paciencia, muchacho. La verdadera ayuda ya está por llegar —Ánker les guiñó un ojo a ambos.

El diálogo que le aclaró detalles a Dylan, lo hizo cavilar, y mientras desosegar su vista sobre la nave que se llevaba a Carleth lo distrajo a cadencia de tos, a sus espaldas ocurrió lo que tanto se anunciaba. Una imponente figura encapuchada con aterciopelada túnica, se alzó sobre el cielo de nubarrones. En pocos minutos expandió su poder sobre el fuego impartiendo agua, arena y una dosis de dominación alojada en el fuego surgido por los desertores enemigos. Con su magia barrió la tempestad, aportando alivio e inspiración para los luchadores del lado del reino. 

Brisa y Ánker aprovecharon el oasis para tomarse un descanso en posición de espectadores, mientras Dylan, apenas alcanzó a percibir la presencia que rápidamente se diseminó entre el humo sobrante. Enseguida, los tres bajaron de la terraza del edificio. El jefe se ocupó de comandar el arresto de todos los que pudo. La guerrera guió a su aprendiz por el camino hacia su nave estacionada en el primer árbol que los había recibido. Lo encontraron un poco desestabilizado, pero en pie. 

—Acompañemos a Carleth al hospital —dijo Brisa, y Dylan pudo notar un cambio de actitud en su habitual ceño de furia facial.

Mientras volaban alejándose de la zona afectada, por la ventanilla ofreció su contemplación hacia el resto del operativo. Le pareció fascinante el modo en que los guerreros leales actuaban habilidosos para interceptar y llevarse en grandes camiones y naves a varias decenas de maleantes. Los imaginó no cabiendo en las celdas. Junto con ellos, pudo ver a otro tipo de autoridad, un escuadrón de gente que, por sus trajes azules con chalecos inflados, se parecían más a humanos policías, y de pronto, lo alcanzó a percibir. Un inusual cabecilla entre ellos; su traje era gris translúcido, estrambótico en su chaqueta puesta sobre los hombros como capa. Le descubrió también las botas altas y el distintivo sombrero de fieltro sobre su rostro con mascarilla. Le vio el rifle colgado en cruce sobre su llamativo torso. Estaba seguro, era aquel supuesto agente del FBI que los había reclutado. Pensativo, no fue capaz de preguntar nada, pero, en pocos segundos, entendió que manejaba a los grupos con un porte de liderazgo.

Carleth levantó los párpados con pesadumbre y sus ojos miel la hallaron en un cuarto de nosocomio, en la central de la parcela "Peonía". Reconoció en las dos figuras del fondo a una erguida de prenda oscura, y otra más alta, con terciopelo, pero cívica. Mientras se acostumbraba al ruido de su propia nariz a través del respirador entubado, y entraba en consciencia de su posición tendida, tosió ahogadamente. 

—Carleth, despertaste —habló Brisa trotando hacia ella —llama al médico —le indicó a Dylan—. ¿Cómo te sientes? 

—Grandiosa Brisa, qué dicha despertar y encontrarte... ¿Seré digna de tu preocupación? —tenía afectada la voz—. Estoy un poco mareada.

—Esos desgraciados... —La enaltecida gruñó con el gesto de su rostro.

—Ya vienen a atenderla —dijo Dylan, llegando hacia el inerme estado de la chica.

—Muchachito Che, ¿eres tú? —La joven bibliotecaria levantó el cuello—. Acércate, por favor. Cuando quedé atrapada creí que era mi fin, pero te vi llegar entre las llamas, sos mi héroe... por segunda vez. 

—Je, no es nada... —se incomodó picándole su ego.

—¿Nada? Pude morir hoy... tenías que ser tú... te debo la vida —intencionó sus palabras haciendo que ambos orientaran los ojos.

—Bueno, bueno... no te esfuerces —interrumpió Brisa.

Los médicos llegaron y, con un círculo alrededor de ella, la revisaron. Protectora y protegido se apartaron de la camilla dejando espacio.

—¿Cómo es que... existen médicos en este lugar, en el reino? —observó Dylan y, aprovechando que Brisa venía bajando algunos sumos, se arriesgó a colocarle un tono interrogativo al molde con su curiosidad.

—¿Qué tiene de raro? —condenó ella.

—En realidad, lo raro es que... se siente como estar en casa, en la ciudad, viendo a gente con trabajos comunes 

—Sí, aquí, en el lado parcelario, habitan muchos humanos con diferentes profesiones u oficios.

—¿O sea que... si no sos guerrero?

—Si no te unes a la fuerza real, como guerrero, protector o guardia, entonces puedes elegir otro tipo de categoría. Asistente/servil, con todas las facetas que conlleva, es lo más común, pero también hay ciencia, medicina, ingeniería, agricultura, es un mundo complejo... No creas que todo está dado por sí solo. 

—Claro, la complejidad del ser humano... ¿Y todo eso es lo que creó la tal Ridan? —soltó sin reparo.

—No te dirijas así a ella, es un símbolo de respeto —Brisa oscureció el turquesa de sus pupilas—. Pero sí, todo fue su plan, desde que trajo a los humanos... 

—Si yo hubiera sido reclutado por ella, me hubiera ido con los científicos... —comentó él.

—¿En serio? Eso sí es raro... —le hecho una mirada completa—. Te gustará la tecnología y todo pero... Yo sí creo que tú estás hecho para la guerra, niño... —sorpresivamente lo ensalzó.

—Guerrera Kemblast —habló el médico—. La señorita Dempsey necesita quedarse esta noche para revisión, es probable que mañana le demos el alta. 

—¿Entonces está bien? —se interesó Dylan.

—Tuvo suerte. Deberá estar hidratada y hacer reposo. 

—Bien, gracias, doctor —dijo la guerrera.

El personal de salud abandonó la sala y ellos dos volvieron a acercarse a la camilla de su amiga.

—Mi hogar y mi lugar de trabajo han quedado destruidos —se lamentó Carleth.

—Ya se le está dando aviso a Joe, pronto recompondrá los daños... —le avisó Brisa.

—¿Será posible que mientras lo reconstruyen me quede en tu casa? —Carleth se lo preguntó a ella, pero dirigió su mirada a Dylan.

—No, no es conveniente... —resolvió Brisa—. Hay mucho revuelo en las parcelas.

—Tienes razón, es una locura pedir residencia en tu morada, grandiosa guerrera. Iré con mi tía al castillo.

—¿Vas a ir al castillo? ¿Podrías...? —Dylan tuvo la torpe idea de mechar sus anhelos, pero antes de que pudiera terminar la idea, vio la mímica de su protectora negando rotundamente la intención—. Saluda al rey de mi parte... —se contuvo.

—Con gusto, muchachito Che... —dijo la bibliotecaria y extendió su mano para tomar la suya que colgaba a su alcance. Si bien él reaccionó con sorpresa, le correspondió el agarre. Su gratitud la invadió como tributo eterno.

Brisa salió de la habitación recibiendo señal de un mensaje. Buscó los jardines del sanatorio esperando encontrarse nuevamente con quien solicitaba su apersonamiento. Parecían estar imantados al honor de la lealtad para con el reino, pero también entre ellos, algo especial que no podía disimularse.

—¿Ya redoblaste la seguridad en las fronteras parcelares? —preguntó a su superior.

—Ya... —confirmó el jefe—. Espero no perder a más gente... —le echó una mirada referente.

—¿Desertores? —con dureza, ella lo rehuyó.

—Desertores y víctimas. Casi perdemos al viejo Jalil, pero acabo de averiguar que mañana le dan el alta.

—Al menos...

—¿Cómo se encuentra la chica Dempsey? 

—La estabilizaron, vivirá... —afirmó aplacada—. La rescató mi mundano, ¿puedes creerlo?

—Lo vi luchar un momento, noté su interés por los poderes y pude verte en él... —quitó los ojos cafés de las flores para redireccionarlos a ella—. Bien hecho, mi aguerrida Brisa.

—No me halagues que no me gusta... —se molestó esquivamente aprehendida. Ánker rio.

—Creo que los chicos están listos para recibir sus armamentos —dijo—. Hablé con Joe, me ha dado autorización.

Brisa parpadeó absorta. En el fondo se alegró de que sus esfuerzos en su última misión hubiesen comenzado a motorizar resultados, y de paso, reconoció que la hazaña de su discípulo había contribuido. Desconocía cómo le estaba yendo al resto de ellos, pero Dylan tenía razón, el peligro real era un escenario adecuado, aunque aventurado y riesgoso, netamente factible. La amortiguación de la usual barrera entre ella y el mundano, empezaba a hacer mella.

Los eventos dieron marcha para que el camino de Carleth continuara con una estancia en el castillo Seráfica. Llegó después de dos días. Un miembro del ejército la acompañó. Joe no había dado demasiados detalles de lo ocurrido a su nieta, simplemente le bastó un pequeño anuncio para que en el salón principal la recibieran con respeto y hospitalidad. Sin embargo, Luna, cautelosamente curiosa y circunstancialmente lanzada, hizo algunas preguntas.

—¿Entonces, ya no es secreto para nadie que yo estoy acá, verdad, abuelo? —lo cuestionó en la sala de Consejo, oficina de Juntas, momentos antes—. Digo, con todo lo que viene pasando, desertores, y ahora esto de recibir a una sobreviviente, supongo que tengo que tomarlo como anuncio para no achicarme.

—Ay, hija, tienes toda la razón —dijo Joe entregado a la idoneidad de su nieta, pero con el insomnio que implicaba el contexto—. Al principio quería que fuese un secreto entre leales, hasta hicimos una ceremonia para ello, pero ya ves, nada está saliendo como lo esperaba... 

—¿Nada? ¿A qué te referís? ¿Acaso mis amigos...? —amagó a preguntar Luna, pues en el tiempo transcurrido, casi no habían hablado sobre ellos.

—El plan de entrenar a tus amigos seguirá en pie, es solo que sus protectores... —apretó los párpados sobre la inquietud de la joven princesa—. Bueno, antes de tener esta misión, se dedicaban en grande a mantener el orden, eran mis cuatro mayores contribuyentes, pero ahora que les he encomendado esto... Le dejé todo al jefe y no da a basto...

—Entiendo... Hay mucho caos allá afuera, no te preocupes, abuelo, yo ya estoy acá, y no voy a permitir que se destruya este reino —se aseguró de mostrar honor señalando su vincha, con el llamado de la tierra al borde de su lengua.

—Hija, admiro tu valor. Te he invitado a mi oficina porque quiero decirte esto, dado como están las cosas, he determinado no ser conveniente que continúes tu entrenamiento en el bosque, es mejor aquí dentro del castillo, no quiero que te pase nada, ya lo discutí con tu protector.

—¿Qué? Pero, abuelo, ya puedo volar, ¿no supiste? —y subrayó—: Me dejé secuestrar a propósito. Fui estratégica, ¿lo olvidaste? 

—Sí, lo sé, y es grandioso, pero recién hace pocos meses que estás familiarizándote con los poderes, y el entrenamiento de un guerrero conlleva años, tú tienes tres por delante todavía, como tus amigos.

—Está bien, abuelo, eso te lo entiendo —se paseó por la sala, atándose el cabello nuez con contundente desacuerdo—, pero si progreso más rápido de lo esperado, no me pidas que me quede atrás de estos muros...

—Ya veremos, hija, ya veremos... —la miró enajenado de la jovencita indefensa y aniñada que solía recordar corretear con travesuras por los pasillos.

—Es que ya se está viendo... Nos pusiste a entrenar con los mejores, eso no me parece mal, y si yo estoy teniendo éxito, ellos... —pausó—. ¿Có—cómo les está yendo? ¿Cómo están? No sé nada realmente, ni siquiera les pude hablar desde que llegaron, no los vi desde aquel incendio.

—Es lógica tu preocupación. Sinceramente, ocupándome de los rebeldes, no he podido hacerles seguimiento —sinceró dejando en su nieta una estela de inquietud que ni él mismo fue capaz de soportar—. Los separé un tiempo por seguridad, lo sabes, pero arreglaré todo para que Ethan supervise y además para que puedan verse regularmente.

—Gracias, gracias por eso... Me muero por saber de ellos y sus avances... —expresó una sonrisita nerviosa y, en el paréntesis silencioso de ambos, se refregó la cara recordando un asunto que aprovechó para sacar a relucir, pero que resultó ser problemático a oídos de Joe—. ¿Qué pasa con Nacho y Cristian? En estos meses tampoco he sabido nada, se voló el tiempo entrenando y...

—¿Te refieres a Alan y Eleazar Caramés? —se encargó de resaltar sus verdaderos nombres, ella asintió privada del habla—. Temía que preguntaras... Es tiempo de decirte la verdad sobre eso... —Se paró de su asiento y caminó hacia la ventana dándole la espalda—. Fueron a buscarlos como dictaminó la Justicia, para que te visitaran, pero no fueron encontrados, desaparecieron.

—¿Qué? No, ¿por qué me mentís? —avanzó junto a él.

—Hija, no te miento —la miró—, por la autoridad que me confiere esta tierra, te lo juro.

—Pero, alguien tiene que saber algo de ellos, ¿no?

—Al parecer... se perdieron entre marginados, por vergüenza.

—¿Vergüenza?

—Fueron señalados. 

—Ya veo que en este lugar no hay privacidad de nada.

—Ellos no supieron cuidarte, tú lo sabes...

—Ellos fueron obligados a acompañarme, no entrenaron, se necesita tiempo para eso, vos lo sabés... —le replicó en su amoldado dialecto y abandonó la oficina con gran afectación.

Más tarde, ese mismo día, Luna, peinada con su vincha reliquia y vestida con elegante palazzo y blusa con soporte en la parte escapular, se terminaba de acomodar una capita de terciopelo azul que se ataba al cuello. Sus ojos estatizados en los pensamientos se expandieron por el largo del salón principal delante de las escalinatas que llevaban al trono de utilería.

—¿Meditas? —la invadió la instigadora voz de su protector que apareció saltando de las vigas como de costumbre y, confirmando una vez más, que la observaba desde antes de que ella lo notara.

—¿Qué? —volteó apartándose unos metros—. ¿Por... por qué lo decís?

—Pareces pensativa, y no creo que sea por mí —asomó hundiendo sus manos en los bolsillos de su gótico traje. 

—Muy gracioso, tonto, hay muchas cosas en qué pensar.

—Sin duda... ¿Quieres...? —cortó la frase apropiándose los pasos que ella desocupaba en reversa. De no ser por los zapatos con algo de plataforma que traía puestos, Luna hubiese quedado muy por debajo de su acercamiento.

—¿Contarte? Vos ni siquiera me contaste lo que hablaste con mi abuelo... —se oyó molesta.

—Hablo muchas cosas con tu abuelo, Luna, es el rey, dime cuál de ellas te aflige... —él se mantuvo calmo, pero muy interesado en resolverle sus pesadumbres.

—Bueno... yo... mi abuelo...

Luna, aunque ruborizada, hubiese querido descargar todas sus preocupaciones en la oferta que Ethan le traída incondicionalmente, sin embargo, la conversación debía esperar, porque justo en ese momento, las puertas principales le dieron entrada a Elisa, acompañada de su sobrina y dos guardias.

—No puedes juzgar las decisiones de tu abuelo, por algo ocupa el lugar que ocupa —dijo él.

—¿Estás conmigo, o en mi contra? —preguntó abriendo un océano de implicación.

—Bienvenida, hija —apareció Joe del fondo del pasadizo vistiendo habitualmente de blanco.

Luna irguió su espalda amalgamada al dolor, aclaró su garganta frente a su compañero y adoptó su mejor cara amigable, mientras a él aún le sobresalían chispazos de aflicción.

—Rey Joe, qué honor que me reciba, se lo agradezco enormemente —Carleth hizo una sutil reverencia.

—Jovencita, no hace falta tanta formalidad, sabes que no es mi estilo —dijo el anciano y bajó unos escalones con los brazos abiertos. Elisa sonrió congraciada mientras reconocía tanta amabilidad en su soberano—. Recordarás a mi nieta, Lurian Seráfica —lo dijo sin recato.

—"Luna" está bien —aclaró la princesa. Joe soportó una refutación en el apriete de sus ojos que simulaban acuerdo.

—Oh, señorita... —Toparse con tal presencia no estaba en las previsiones de Carleth—. Qué grato honor, no esperaba verla... —también se inclinó, Luna no la detuvo, pues se quedó hipnotizada en el naranja de su cabellera en combinación con sus leves heridas de quemaduras.

—Es bueno recibirte, espero que te sientas cómoda —le dijo.

—Sin duda, es bueno saber que no es un fantasma como se rumoreaba —opinó dejando a Luna metabolizando sus palabras—. Un saludo para usted también, grandioso joven Kemblast —hizo lo propio sobre Ethan. Él le devolvió el gesto.

—Gracias por traerla aquí, Joe, no sabe la tranquilidad que me da —resaltó Elisa.

—Calma, no hay problema, el castillo tiene mucho espacio para que se quede el tiempo que necesite mientras mis arquitectos reconstruyen la biblioteca.

—Lo importante es que estás bien —le dijo Luna—. ¿Hubo muchas pérdidas? 

—Ay, señorita Luna, no sabe lo que fue este incendio, ya le contaré... 

—Con prudencia, nos contarás con tiempo este otro ataque de los incendiarios —dijo Joe.

—Oh, benévolo rey Joe, me temo que este ataque no fue solo de incendiarios —reveló con voz paposa—. Mis contactos me dijeron que el objetivo era de rebeldes contra el reino, pero los incendiarios quisieron ganarles la partida, esto es una guerra contra ellos y entre ellos, ¿me entiende?

—¡¿Qué?! —se sorprendió Luna mirando directo a su abuelo con cara de "¿por qué me entero última?".

—No quería asustarte con esto, hija, pero sí, Carleth tiene razón, ahora también están enfrentados entre sí... 

—¿Ya lo supo, señor? —preguntó la huésped, pero Joe no fue capaz de responder.

—Cortesía de Lambert... —le hizo el favor Ethan, anunciando su conocimiento del asunto por encima de su protegida, quien lo miró indignada.

—Bueno, bueno, de cualquier manera, ya estamos en marcha para mantener el control.

—¡¿Control?! ¡Abuelo, la chica casi muere, y como ella, un montón más!—gritó Luna explotando a causa de que la considerasen indefensa y no le compartieran asuntos enemigos. Exigía confianza.

—¡Hija! ¡Te pido que te controles, recibamos a nuestra querida bibliotecaria como se merece! Vamos al comedor, la mesa nos espera. —El silencio les dio recepción por el camino hacia la cena.

La calma céltica del bosque que anticipaba la hacienda laberíntica, era producto de un tumulto de enramados que abundaban y se perdían más allá de la vista y el horizonte. Tupían en retorcidas formas y floridos colores la entrada a la morada de un ser despiadado para muchos. Pero allí, bajo las sombras de las hojas más extensas, había un ancho árbol, parecido a un bonsái, que le daba la confianza suficiente a Ámbar, cada vez que pasaba cerca durante los entrenamientos de caminatas y combates, para apropiárselo. El primer día que llegó se había perdido en aquella masa indescifrable, pero, siendo ahora también su hogar, con el paso del tiempo, comenzó a fortalecer su espíritu en un sitio al que le temía tanto como a su dueño.

Era hora del asomo crepuscular, entre la luz y la oscuridad bajo el respaldo de aquel tronco al que decidió acudir para que, el decimocuarto libro que la acompañaba aquel atardecer y hablaba sobre espíritus ancestrales rodeando la naturaleza, no fuese profanado por otra intromisión que le hiciera peticiones alocadas como la última vez hacía semanas. Sobre las últimas páginas le agotó la vista y, junto al perfume arrullador del clima y la vegetación, la hizo quedarse dormida. Su calza tres cuartos y su camisa larga de lino no bastaron para el viento que la rodeó acunando su plácida respiración. El desfile de estrellas arriba suyo podía verse también desde la ventana apenas entreabierta de la habitación del Major.

Miraba el cielo demolerse en esferas brillantes mientras su rostro, un muro derruido por las recientes noticias de los conflictos entre bandos, que acababa de recibir, le retiraba de sí cualquier intento de optimismo. Una semana después del desafortunado episodio con Cassandra, se había ausentado por tres días para atender una misión en las parcelas y el consecuente Templo Divino. Como venía ágil en lectura, le había dejado otras altas pilas de libros a su discípula con capítulos señalados. Pandora estaba detrás suyo terminando algún quehacer rutinario, cuando, notando la relevancia de su presencia, le preguntó:

—¿Cómo anduvo todo por aquí?

—Muy tranquilo, amo, más que de costumbre —sonrió al decirlo como si la ausencia de su cuestionable compañera fuese un motivo.

—¿Ámbar ya duerme?

—No, señor, aún no regresa del bosque —enunció distraídamente.

—¡¿Qué?! —volteó para casi trotar sobre su servil aterrada—. ¡¿Cómo que del bosque?!

—Sí, señor, se... se fue por la tarde, la señorita quería leer en la tranquilidad de los árboles, para que ninguno de nosotros la molestara —se resguardó contra la pared. 

—¡¿Se fue sola?! ¡¿Y por qué no me avisas?! —descolocó las pestañas.

—Lo siento, Major, creí que usted sabía.

—¡Pero qué tonta eres!... ¿No ves que acabo de llegar? —Su bronca era más de preocupación que de nocivo—. ¡Quédate aquí!

En un santiamén desapareció, dejando a la visión el efecto a vuelo de su imponente capa. Estaba en el punto justo de hervor como para desbordarse. «Esta niña y sus brillantes ideas, sólo me trae problemas», pensó. «No es más que una chica indefensa con un supuesto poder otorgado, su marca es igual a la de un gatito indefenso, ¿cómo puede ser tan obstinada? Necesita disciplina antes de que la devoren», rio enojado para sus adentros. «Esta vez haré que entienda».

Sin embargo, lo que no esperaba, incluso un ser intuitivo como él, era recibir, en su colérico andar, un penoso silbo pronunciando su nombre de autoridad. Era un llamado de auxilio que lo alertó de una forma inusualmente palpitante. Supo de inmediato que era la voz de ella, inconfundible susurro retraído, siendo forzado por la desesperación. "¡Major! ¡Major!" Lo convocaba. En ese momento no habría podido explicarlo, pero sintió la necesidad de acudir en su bienestar más allá de cualquier responsabilidad sellada. Todo lo sucedido en el reino estaba en su contra, excepto el viento de su adorable pronunciación.


Espero que te esté gustando.

Te invito a continuar---->

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