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29-Enervados (parte 1)

EMPÍREOS

El sol quemaba los ojos al intentar levantar la vista. La contaminación del aire, residuo del incendio forestal, volvió al horizonte postremo de un color crúor cual herida cicatrizando entre medio de la sideral fronda, resaltando, de alguna forma simbólica, la importancia de mantener la belleza y esperanza aún en momentos difíciles. Los binoculares especializados del capitán del navío comandante de una caravana de embarcaciones, que se deslizaban por las aguas quietas convertidas en mar adentro, se acomodaron hacia el panorama que mostraba cercanas a las Islas Neutras, archipiélagos plagados de espiritualidades en época propicia para una recolección.

Al flameo de las velas en forma de alas angeladas, plantillas sensoras de sílice de alta pureza en fibra óptica, obtenido por los procesos de las manos científicas que laboraban pertinaces los propicios minerales del cristal seráfico, conectadas con la sobrecogedora ambientación para albergar y transportar a las deidades del bien, anclaron en primera fila a "Aurora de las esencias", el barco principal que continuaba con su misión pese a toda eventualidad.

El ceremonioso y espiritual proceso de recolección comenzó con los tripulantes especializados algunas veces llamados por el rey como "guardianes empíreos", vestidos con túnicas blancas, formando varios parapetos en posiciones circulares de retroalimentación, ya que coordinaban el encendido de sus reliquias adeptas en ofrenda al mismo religioso momento. Las figuras de luz, sin formas definidas y errantes por todo el diámetro de la zona boscosa eran atraídas por el magnetismo sensitivo y psíquico que el mismo organismo de la tierra seráfica hacía latir como una invocación. El evento era pacífico, proveído de armonía y concentración en el interior de la tierra nívea cerca del núcleo, de la línea divisoria de la purificación y demonización. Así cultivaban la atracción de emociones desde las más tiernas y compasivas hasta las más sagradas y sabias.

—¡Jalil! —El tripulante al mando de la guardia costera que hacía custodia en la zona, le habló por el transmisor al servil capitán quien esperaba dentro de su cabina el regreso de los encargados para abordar a las emociones atraídas.

—Te copio. ¿Qué origina tu grito en medio de un ritual de recolección? —se preocupó el humano de barba.

—¡Piratas, capitán, robando piedras de la playa!

—¡¿Qué?! ¡¿Otra vez?! —salió a cubierta con apremio. Solamente pudo ver a los guardias aferrados a sus armas replegarse por los espacios arbóreos ya asumiendo el espionaje—. ¿Ubicación?

—Sudoeste. Ordene y actuaremos —se oyó la onda amplificada como un cadalso en medio de su regordete pecho forajido.

Jalil pensó un momento observando con sus prismáticos desde estribor próximo a la popa. Lo congelaba la sensación de peligro avanzando por tan sagrado lugar.

—¿Me recibe, capitán? —rechinaba la radiofonía del comandante.

—¡Atrápenlos, no dejen que lleguen a la ceremonia, no queremos corromper a las deidades! Daré aviso al rey.

—Enredado, señor.

ALAS

Los pasillos de pedruscos revestimientos albergaban amplias y cómodas habitaciones entre pasajes con antiguos tapices y escaleras brillantes. La altura de las ventanas en hileras le permitían la entrada al firmamento incinerado chocando contra los antiguos objetos de arte como candelabros o vasijas. Luna contenía en cada paso un peso interno que se acompasaba con los pinchazos de su espalda torturándola a quema ropa. Ethan la observaba como si tuviese rayos equis y pudiese compungirse por la supuesta herida que su propia naturaleza, como sabia de rosal, la consumía al dar pétalos. Ella le ofreció el segundo cupcake que trasladaba y, en el momento en que él, pausadamente se lo recibió, ella le dio un mordisco desesperado al otro. Sus ansias demostraban en cada masticada una simulación de martirio.

Protegerla era su honor por pedido divino, pero el joven Kemblast también lo elegía como deseo personal, pues la estimaba más de lo que él hubiese predecido. Al tener el rol que le correspondía debía tratar de no demostrar fragilidad y, aunque querría acurrucarse a sufrir con ella, acompañarla en la expresión de dolor por todo lo que aquella punción dorsal significaba, se veía obligado a convertir cualquier malestar en restauración.

Ingresaron a la alcoba de ella. De la amplia cama caía una frazada pesada y suave que Luna casi se enreda en sus acelerados pies. Las cortinas se arrinconaban con la leve ventisca que se entrometía por el balcón, estirándolas hasta el espejo con espacioso mueble de madera labrada y banquitos afelpados. Se apresuró a ocupar uno de ellos y reclinarse contra la mesa del tocador con ojos apretados de soporte.

—¡Ay, no puedo más! —realmente el disimulo la traicionó.

—¿Dónde te duele exactamente?

—Acá en los omóplatos... Es terrible, no aguanto —estaba casi llorando.

—A ver... —él llegó por detrás—. Quédate quieta un segundo —le dijo condescendiente, y le apoyó sus manos anunciando la intención de masajearla.

—No, no, te agradezco, es peor —se movilizó para rechazar su amabilidad.

—No te muevas, déjame... —su voz de muchacho protector le ató cualquier atisbo de rezongue. Las palabras de ella se detuvieron, pero no el vaivén de su cuerpo—. ¡Quieta! —Le gritó cortándole la voluntad de resistirse. Esta vez, en lugar de intentar dar masaje, con el movimiento circular de sus manos le bajó el elástico de la blusa lo suficientemente cuidadoso para que sólo se exhibiera su espalda. Por un momento su acción se volvió acogedora y estimulante.

—¡Qué vergüenza que me veas así! ¡No me mires!

—¡Qué dramática! No es para tanto... —sonó tiernamente comprensivo—. ¿Entiendes lo que está pasando, no?

—¡Sí lo sé! ¡Soy horrible! —sollozó evitando disfrutar del deleite que le ofrecía la temperatura de su tacto.

—¿Te parece? Yo no lo creo —expulsó en un siseo que contenía su goce por darle alivio.

—Ethan, dejame... —esta vez lo pidió en un abandono de aire entregado.

—Jamás te dejaría... —aclaró—... en algo como esto... Lo de tu espalda es normal que suceda... —dijo adoptando un tono desavenido, pero de pronto se maquilló de uno humorístico—. Y por el resto de ti no debes preocuparte en lo más mínimo...

—¿Qué estás insinuando?

—Bueno, yo no te veo tan horrible, si físicamente eres un cupcake todo esponjoso y dulce...

—¿Qué? Ah, sé que estoy algo fofa, no tenías que recordarlo... Pero voy a hacer ejercicio muy pronto... —jugó entre jadeos de dolor.

—¿Fofa? No, lo decía por tu medida, lo cual te hace un tierno postrecito de harina... aunque aún no sé si dulce o amargo...

—Ahh, ¿te burlás otra vez de mi estatura? No estoy para bromas en este momento... —rio soportando los pinchazos.

—¿Bromear? No... —Fue rotundo mientras expandía más el calor de sus manos.

—¿Entonces sólo te gusta fastidiarme?

—¿Yo? No, princesa... Solamente me preguntaba qué sabor tienes, aunque ya me hago una idea, tierno pastelito de taza —le dijo soltándola, rodeando el diámetro que ocupaba su asiento.

—Ya, ya, mirá quién lo dice... cubanito con patas... —soltó volteando sobre él.

—Ah no, con piernas, querrás decir con piernas... No es como si fuese un animal contigo, aunque sí puedo ser tu perro si lo deseas... —comentó atractivamente travieso.

—Ah... mi perrito faldero, vos y tus largas piernas... —enrojeció sus mofletes agerridos—. Igualito a mis hermanos, los privilegiados con los dotes seráficos —otra puzanza la embistió casi cortando la cavidad respiratoria—. Mejor ya no digas nada de mí, no te refieras a mí de ninguna forma...

—Te enfadas y sólo estaba halagándote, me gustas así... bajita y tierna... —Ethan continuaba el juego de palabras con el fin de distraerla.

—Sí, tú y tus bromas... ¿Por qué seré así? Mi padre también era alto y mi madre es... bastante normal... —escupió en el soporte del ardor.

De repente, ella ahgachó mucho más la espalda, y Ethan, aprovechando sus sobresalidos omóplatos por la joroba que la agonía le hacía adoptar, volvió a colocarle sus manos y le dio una definitoria caricia de palmas intensas que la hizo erigirse de la sorpresa.

—¿No lo entiendes, Lurian? —mientras le habló—. Cuando tomaste aquella poción para convertirte en humana mundana, inhibieron tus cualidades de ángel seráfica, sobre todo para evitar que tus alas crecieran, pero eso también inhibió tu desarrollo natural y quedaste algo bajita, aunque adorable. Ahora que el efecto se ha ido, pronto recuperarás algo, al menos tus alas...

—Sí, recuperarlas para tener que ocultarlas... —dijo ella sin frenarle su roce.

—Te ayudaré a hacerlo, aprenderás...

—Igual mejor, no estoy segura de quererlas, no me acostumbro a ser yo misma... —agregó súbitamente echando una mirada sobre el espejo. Los miró a ambos. Él detuvo el movimiento.

—Lo sé, Lurian —la soltó una vez más para apartarse—. Pero ya estás de regreso, princesa... y esta eres ahora.

—Sí, sí, igual... Te pido un favor... no me llames Lurian, y mucho menos Lurianbella.

—Pensé que te gustaba, te vi sonreír al escucharlo...

—En el momento me agradó que algo incluyera a mi gemela, pero realmente me entristece. Es raro, prefiero seguir siendo Luna, después de todo es el nombre que tuve la mayor parte de mi vida.

—Como tú quieras, Luna... —dijo, procuró un paréntesis y continuó—. Es algo muy curioso.

—¿Qué cosa es curioso?

—Qué hayas elegido entre los manjares de la mesa un carbohidrato de alimento humano, de esos que para los ángeles seráficos no soy muy nutritivos...

—Ah, sí, ¿y?

—Me agrada que desees ser humana... —confesó divertido y algo sonrojado.

—Bueno, no sé si lo deseo, sólo me cuesta arrancármelo de las venas.

—Sí, de alguna forma eso te asimila más a mí... —se atrevió a desembuchar.

—¡Ay, no, no, ahh, qué dolor! —gritó Luna de repente.

—¡Tranquila, no desesperes, intenta no moverte y respira hondo! —llegó sobre ella.

—¡Ahhh, duele, arde mucho, decime qué se ve! —descomprimió su deseo de que aquel padecimiento acabase—. ¡No esperá, mejor no me veas, no me veas...!

—Cálmate, cálmate, aquí estoy, no te dejaré sola, respira hondo y al exhalar aflójate, ya están saliendo, se están asomando, Luna —describió él justo detrás de ella observando el épico acontecimiento, la mutación en el cuerpo de su estimada.

—¡Ah parece que las estoy pariendo!

—Sí, pastelito, así es... —pese a su afectuoso apodo, no sonó entusiasta.

—No me llames así... ya no me mires... —el rostro de ella estaba todo apretado.

—Calma, calma, Luna... son unas hermosas alitas.

—No me importa, no las quiero, no sé si las quiero... no las mires —suplicó bajo.

—¿Pero qué dices? Claro que sí, es tu naturaleza...

—Me siento monstruosa... Esto es horrible... ¡ya, no me veas, te lo ordeno!

—Está bien, ya no miraré...

—Por favor, Ethan, ayúdame a ocultarlas... —comenzó a llorar.

—Pero, Luna, no tienes que sentir pena por mí, y ahora estás en privado... Déjalas que respiren libremente, acaban de nacer... —comentó con sumisión desplazándose hacia el costado de ella—. Si quieres que el dolor pare, sólo déjalas esta noche al aire libre...

—No me gustan...

—Ni siquiera las has visto...

—No quiero verlas nunca... quisiera extirparlas, quisiera ser una simple humana... tenés razón, preferiría serlo —manifestó afligida.

—Eres como humana, para nada simple... un ángel, con mucha humanidad, una superhumana...

—Repulsivo...

—Fascinante... diría yo...

Luna corrió la cara hacia el lado contrario, desplomó su cabeza acompañada de su espalda sobre el recuadro de sus brazos que oprimieron sus párpados. Ethan, comprometido a reparar su afectación, decidió llevar a cabo un acto de humanidad que le sobrevino repentino. Primero se quitó la chaqueta negra y la acomodó alrededor de una silla. Luego comenzó lentamente a desabrocharse la camisa mirándola en dirección a ella en todo momento, deseando que no lo notara antes de concluir su cometido para no recibir evasiva objeción. Sin embargo, cuando estaba a mitad de camino de sus botones, ella levantó los ojos sobre su silencio.

—¿Qué...? ¿Ethan, qué hacés? —balanceó los ojos sobre su impertinente acción.

—Calma, estoy aquí contigo... —dijo acelerando el despojo de los ojales sin importarle nada.

—¡Detente! —le dijo en neutro pudiendo ya visualizar la piel de pecho y abdomen.

—No tienes que mirarme, ni escandalizarse... —ofreció un criterio desuniendo el último hoyuelo. A Luna le fue difícil no molestarse por su acción al mismo tiempo que evidenciar una mirada curiosa sobre él. A pesar de su momento adolorido, al vuelo de vista pasajera no pudo evitar notar su atractivo, marcado y escandaloso, tan predecible.

—¡Basta!... ¡¿Qué pretendés?! —Se volteó avergonzada.

—Acompañarte, igualar las condiciones, eso es todo... —dijo calmado, involucrado con su padecimiento. Ella amagó la cabeza justo en el momento en que se deslizaba la tela hacia atrás por sus pectorales. Se permitió recorrerlo una milésima de segundo.

—¿Acompa...? ¿Qué? —ella entonces llevó los ojos a cualquier lado menos a él.

—Acompañarte... —repitió Ethan.

Ella no entendía cómo podía sumarle más incomodidad a la que ya sentía. Exhibirse por puro alarde de sus bellos dotes, esto no era digno de él, ¿o sí? Acto seguido, Ethan tomó la camisa, la giró y se vistió con ésta metiendo los brazos en reversa, de manera que su torso quedara cubierto y su espalda al aire. Inmediatamente procedió a acercar el otro banquito disponible y sentarse junto a ella.

—Ahora estamos en igualdad de condiciones, ya no tienes que sentir ninguna vergüenza alguna —dijo encorbándose sobre la madera del mueble.

Luna elevó la cabeza observando su accionar como si contemplara a un extraño ser. Su espalda también era marcada y llamativa. Sólo entonces, al comprender su cometido, le resultó halagador, pero no quería demostrárselo tan amenamente, por lo que resistió las ganas de sonreir. Él tampoco demostraba pretender una devolución de su hazaña, así que se reservó las ganas de enterarse de su expresión.

—Ethan, no...

—No digas nada, sólo respira y relájate...

—No puedo, no es sólo por las alas, mis amigos... —Cambió astutamente el tema—. ¿Qué pensarán de mí, de todo esto?

—Ahora tienen problemas mayores en los que pensar...

—¿Sus protectores, verdad? —interpretó—. Sé que dijiste creer que no los van a dañar, pero... recuerdo cómo enfrentaste a mi hermano el primer día, y cómo te dirigiste a él, lo llamaste prepotente...

—¿Y eso es una preocupación particular por tu amiga o te disconforma mi trato con él?

—¿Eh? —la mareó—. No, por todos me preocupo...

—Mira, Brisa es ruda, pero es mi hermana y la conozco, no desobedecería una orden dada, así que no temas por tu amigovio... —le dijo provocando que ella accionara su intención de refutar, pero le ganó el turno continuando—. Tyame es divina, no tengo nada que decir de ella, y en cuanto al Minor... bueno, al menos Zohar anda cerca...

—Sí... No hay de qué preocuparse entonces, supongo... —Su dolor era tal que no quiso discutir, en su lugar, se permitió mirarlo. Ambos sentados frente al espejo con las espaldas descubiertas era algo inolvidable, realmente un gesto de hermandad—. No tenías que... —entrecortó el aire—. Gracias por esto... es lindo... pero innecesario —soltó tartamuda.

—Nada es innecesario si puedo aliviarte, mi querida Luna... —La miró profundo acercándole estas palabras. Ella inhaló por la abertura de su sorpresiva boca. Una sensación cosquillosa en su estómago reemplazó la punción de su doliente, ahora alada, espalda.

Las diferencias de especies quedaron desnudas en una complicidad, aunque a ella le pareció que él, desprovisto de su condición angelada, era un verdadero ángel guardián. Ethan debió sentirse afectado por la contemplación de ella sobre su cuerpo, así que tomó su cupcake y, como si saciara su ansiedad, le dio un sentido mordisco que a Luna le infundió una risita sonrojada.

LA HACIENDA LABERÍNTICA

Lejos, traspasando el lago, en algún lugar entremedio de los altos acantilados, Ámbar caminó y caminó aumentando en cada pisada los antónimos de su sosiego. Algo en el ambiente daba una escalofriante sensación de soledad que enfriaba los huesos; comenzó a asustarse cuando pasó rato andando y no encontró a su protector. Plantas enormes, ramas enredadas, raíces gruesas, rocas puntiagudas, sonido de chirridos célticos, sombras que formaban figuras extrañas y, sumado a su miedo invasor, se le dificultaba un andar erguido. De pronto, un poco de alivio; el bosque la condujo hacia su límite dándole paso al inicio de un amplio y firme puente de roca brillante con balaustre minuciosamente trabajado, sobre un arroyo calmo y de colores violáceos con apenas un oleaje suave. Avanzó deslumbrándose de la imagen y con pies lentos, balanceantes, para una mejor vista panorámica. El viento apareció juguetón como si limpiara toda mala sensación previa.

Supo que era el camino correcto cuando vio al final del puente alzarse una arquitectura imponente más monumental que cualquiera que recordara en su mundo. Se hallaba sobre un fondo lejano, una enorme casa blanca con techos a dos aguas llenos de flores coloridas, de la cual se notaba su amplitud por la cantidad de pisos y torres que le nacían de su base. Lo anticipaban unos altos y verdosos setos colocados como muralla en posiciones estratégicamente pensadas para formar distintos caminos y jardines al mejor estilo laberinto. Ámbar llegó hasta allí, miró hacia todos lados, se alzó en puntas de pie, vio las calles floridas que se entrecruzaban, de forma que era difícil reconocer la salida. Aunque muy bellos y ornamentados, era evidente que no se atrevería a meterse sola por esos sitios. La inseguridad la perturbó, de modo que se lanzó a la búsqueda.

—Major... —esbozó estirando el cuello hacia un lado. Tener que llamarlo la incomodó notablemente.

—Major, ¿estás por acá? —subió un poquito el timbre de voz estirándose hacia el otro lado. El simple hecho de pronunciar su apodo la hacía sentirse opacada.

—¡Major! —Esta vez, cansada, gritó fuerte y decidida.

—El líder Major no se encuentra... —dijo una voz computarizada saliendo de la nada.

—¡Ay, qué susto! —ella pegó un grito al descubrir a su interlocutor.

Resulta que era un hombrecito, no llegaría al metro de altura, su cuerpo era un aparato con aspecto metálico, algo robusto y pintada su ropa de pantaloncillos y chaleco medieval como una mamushka de estante o un gnomo de pastizal residencial.

—Oh, lo siento, no quise asustarla —dijo, y Ámbar vio que su cara, robótica y todo, movía las facciones.

—Está bien, no es nada... —se tomó el pecho mientras respiraba y reía de lo absurdo que significaba un ser así, pues ahora lo apreció con aspecto de madera.

Pensó que asustarse de lo insólito después de las cosas que venía presenciando, no tenía relevancia. Hubiese recaído en la teatralidad.

—Le decía que el líder Major no se encuentra en este momento...

—No, es que yo... —intentó explicarle pero el hombrecito se adelantó.

—Vienen muchas jovencitas iguales a usted por aquí, buscando al Major...

—Ah... —pensó—. ¿Enserio?

—Ajá... sí, bueno, no exactamente iguales a usted —la inspeccionó con una lupa de bolsillo que traía enganchada a su chaleco pintado, con una cadena— pero claro que la mayoría de las veces no las recibe ni aunque se encuentre...

—Ah, ¿no?

—No, solamente a algunas por motivo que él sólo conoce. Ajá...

—Ah, entiendo... —creyó en lo evidente.

—Pero mirándola bien, con usted puede que haga una excepción... —dijo extendiendo sus anchos labios artificiales de muñeco y subiendo y bajando las cejas que serían de plástico.

—No, es que no vine a buscarlo, bueno, aunque sí lo estoy buscando... quiero decir...

—Sí, sí, sí, yo entiendo, ajá, no tiene que explicar nada...

—No me mal entienda, lo que quiero decir es... ¿Lo ha visto pasar por estos jardines?

—Ah, ¿así que quiere hacer un recorrido a sus espaldas? Estos caminos no son fáciles de descifrar —interpretó lo que quiso y ella comenzó a negar con la cabeza—. Yo puedo darle un paseo amistoso, si quiere... —y la tomó de la mano tirándola hacia abajo, ella no pudo evitar ser jalada—. ¿Quiere?

Los ojos y los labios se le abrieron a ella como cuando se despierta de una pesadilla al ver su caricaturesco rostro sonriéndole descaradamente. Pero de pronto, apareció él con toda su potencia...

—¡Quítale tus sucias manos de encima, Lázaro!

—Oh, líder Major... —la soltó tan rápido como pudo—. Qué agradable sorpresa, no lo esperaba por aquí... —De arrojado y resuelto, se transformó en desvalido, más petizo.

—¿Qué intentabas hacer? —dijo censurante, acercándose majestuoso.

—Yo solamente estaba diciéndole a esta jovencita que usted no la recibiría... como lo hago cada vez, señor... Ajá. —Su voz pareció cobrar una entonación sumisa.

—Sí, claro... Dile eso a tus rosas, a ver si te hacen caso... —humilló su coquetería—. Mantente alejado de ella, ni siquiera la mires, ¿me entendiste?

—Oh, no, no, yo jamás la miraría, mi señor... —retrocedió agachando la cabeza.

Ámbar estiró las pupilas de forma indefinida entre el personaje y su protector. No sabía si sentir gloria o pena.

—Ahora, presta atención —dijo elevando el cuello—. Ella es Ámbar, mi protegida.

—¿Su prometida, señor? —levantó despacio los ojos artificiales.

—¡Protegida! ¡Necio! —lo recalcó de inmediato viralizando un pinchazo de vergüenza.

—Uh, lo siento señor... —esbozó y, sin premeditarlo, Ámbar y el Major chocaron miradas pasajeras—. ¿Protegida? No comprendo, señor.

—No se te pide que comprendas, sino que obedezcas. —Lo empujó con su vara.

—Ajá, ajá... obedeceré, por supuesto...

—Ahora dime... —Se paró solemne y apartó lentamente su empuje—. ¿No han sabido por aquí sobre el incendio de esta noche?

—¿Incendio, incendio? No recuerdo un incendio, sí algo de humo a lo lejos... ajá, el horizonte anaranjado, pero nadie tiene orden de salir de estas tierras... así que...

—Bien, escucha, ahora ve adentro y reúne a todos, diles que vayan a la recepción y que me esperen. ¿Está claro? —sonó como un líder sin escrúpulos.

—Claro, claro... Ajá —aceptó envuelto de miedo.

El Major guardó su vara esperando que el gnomo obedeciera, pero entonces, en cuanto terminó su ensamble, meció su rostro entre su enfoque y la sorpresa de descubrir que el artificial Lázaro había extendido una vez más su lupa para despedir sus ojos como láser sobre la total fisonomía de su pequeña protegida. Eso lo enfureció.

—¡¿Qué estás mirando?! ¡Ve a hacer lo que te pedí, pedazo de chatarra podrida!...

—Eh sí, señor, claro que sí, señor... —repitió tomando velocidad con sus cortas piernas que se difuminaron por los setos y jardines.

Por unos segundos, se quedaron viendo la concreción de esa obediencia mientras el sonido matutino de naturales espacios abiertos crecía a sus alrededores. Ella predijo que algo incómodo se avecinaría de sus palabras en cuanto él acotara comentario, de manera que se animó a adelantarse con algo que probablemente resultara peor.

—Tampoco tenías que ser grosero... —opinó desde el alma.

—Créeme... —dijo sobrador—... a Lázaro le encanta coquetear con las chicas que vienen a buscar... me... —pausó las sílabas cambiando de parecer—... las que pasan por aquí... —reformuló ajustándose un guante y se dispuso a caminar por un costado de la ancha pared de pastizal, como si se hubiese molestado de verse obligado a decir aquello.

—Me imagino... —esbozó suave ella.

—Él pierde la razón, es algo muy serio... —Entonces detuvo el paso y volteó acomodando su extensa capa—. Aunque no imagino por qué la perdería contigo —agrandó su desigual mirada— me pregunto qué tanto podría mirarte una inteligencia artificial... —rio regocijándose de su amarga ocurrencia en un estimulante bajar y levantar de ojos.

Ella apretó los párpados en una pausa profunda, y al abrirlos, él ya estaba alejándose para decirle:

—¿Vendrás o tendré que jalarte?

Trotó como séquito obligada por el poder de su tono. Frente a la preponderante dimensión de la cerca compuesta de bardas que crecían espesas, elevó su cuello visualizando una vez más los lejanos tejados cubiertos de flores coloridas. El Major, con una mueca burlona, observó su cara curiosa y empezó a explicar calmo e instruido.

—Verás, esta entrada laberíntica es una especie de acertijo, no cualquiera puede resolverlo, eso es gracias a que yo mismo lo inventé... —se jactó de su poder.

—Ah... ok. —A ella le llegó como espina de fanfarronería.

—Ahora, sería tan fácil mostrarte los atajos de los sirvientes, que por supuesto he creado para ellos, pero... no, tómalo como primera lección que pondrá a prueba tu fuerza de voluntad, a pesar del cansancio. Voy a enseñarte el camino, presta atención porque no pienso repetirlo...

—Bueno... —dijo abrazándose así misma.

—Primero debes entrar por esta sección, donde las hojas son más verdes en sus bordes —se las señaló y avanzaron por ese espacio entre las cercas enramadas y, una vez allí dentro, varias calles entrecruzadas aparecieron ensombreciendo la luz del lugar—. Luego, te adentrarás, no por el primero, ni el segundo, sino por el tercer camino hacia tu izquierda y caminarás derecho, el línea recta. —La ventaja de detallar minuciosamente, al mismo tiempo, despertaba el esfuerzo de su memoria—. Ahora, frente a estas ocho curvas, debes elegir la quinta, hacia la derecha, y entonces, caminarás firme por la senda diagonal...

—Ok, bordes de hojas, tercer camino hacia la izquierda, quinta curva hacia la derecha en línea recta, no, digo, en diagonal —repasó en voz bajita para sí misma.

—¿Terminaste? —preguntó amable y entretenido— porque ahora viene lo interesante —dijo soberanamente, y siguió avanzando por la diagonal, hasta que de pronto, Ámbar sintió que el sitio comenzó a girar como si tuviese vida.

—¿Qué pasa? ¿Nos movemos? —Sintió que podría caerse, el movimiento era lento pero pronunciado; se sostuvo de una barda.

—Ja, ja... Divertido, ¿no crees? —aludió riendo con elegancia en su perfecto equilibrio—. El suelo va rotando una vez que estás dentro, aunque no su forma, así que debes ser inteligente para no confundir las direcciones. —Ella escuchó lo que decía, pero estaba preocupada por no poder sostenerse; miraba hacia abajo y costados. Sintió que los tacos de su calzado podrían quebrarse. De pronto, la mano enguantada de él llegó amarrando su muñeca—. Mantén la mirada al frente sobre la línea diagonal y no sentirás la rotación. —Le dijo mirándola; ojos cercanos que ella sólo fue capaz de espiar.

—De acuerdo... —susurró mientras se soltaban.

Llegaron a una intersección triangular. El movimiento continuaba.

—Ahora vendrán estas curvas más extensas, debes elegir la que no parezca tan obvia y al mismo tiempo la que más llame tu atención... Así que dime, ¿cuál elegirías tú de las tres? —decidió ponerla a prueba con una sonrisa taimada.

—Bueno... yo... —intentó no percibir el movimiento y sólo observar las curvas. Vio que una hacia la izquierda, presentaba un camino de neblina oscura; otra, hacia la derecha, flores hermosas con la luz de un día soleado; y la última, más amplia doblando contraria, era simple y normal, imitando la vegetación que predominaba en los anteriores caminos—. Creo que las tres son obvias...

—Ah, ¿eso crees? —le brilló su diminuto colmillo en su provocadora sonrisa.

—Sí, pero al mismo tiempo... las tres me llaman la atención... —encogió los hombros.

—¿Entonces qué harás? Debes tomar una decisión. —Él la desafiaba con su entonación subestimante, lo que ciertamente la molestó y quiso demostrarle lo contrario.

—Bueno... —pensó y dilucidó en voz bajita—... a ver, con la pista que me das, si hay tres caminos que son obvios y llamativos, tengo un doble problema... —Él elevó una ceja al tiempo que su mentón, intentando escucharla; hablaba muy bajito—. Significa que si tengo que elegir una entre tres, y teniendo en cuenta la forma que venimos recorriendo... la respuesta ¿debe ser "dos"? —Se tomó la cabeza afirmando lo que ya venía suponiendo en su gran esfuerzo por no equivocarse—. ¡Es un dos!... Claro, y la curva final que lo forma es la de... —se acercó para observar por dónde iniciaba cada una— tiene que ser la de neblina. ¿O, no? —lo miró tímidamente.

—Me sorprendes... —la observó por encima de su nariz—. Sí que has prestado atención... Pero es una pena que hayas obviado un detalle que en este punto podría haberte dado la respuesta para lo que sigue, porque aún no es el final...

—Perdón... estoy algo cansada...

—Ya veo... Te lo diré, sólo porque ambos venimos de una larga y agotadora noche... En otras circunstancias, deberás demostrar mayor habilidad; este fallo no te lo perdonaría —dijo y la invitó a introducirse por la curva de neblina—. Después de ti, pequeña... —Ella avanzó lenta, él llegó por detrás de su hombro—. El detalle está en lo simbólico... —explicó con un tono de voz secreto que erizaba los poros—. La neblina indica que hay más desafíos por recorrer, las flores nos dicen a dónde queremos llegar —señaló a las que se podían ver en los techos de la lejana hacienda— y el camino normal, ubicado contrario a los otros, representa eso... más camino similar... lo cual significa que hay otra forma de "dos", pero invertida.

—Ah... eso sí estaba difícil...

—Claro, es la idea... —se adelantó—. Como verás, no me gusta que me molesten, sea que me encuentre aquí o no... Yo soy el único que decide quién entra y sale... así que ten cuidado —volteó para mirarla a los ojos una vez más—. Este pequeño laberinto es un secreto entre tú y yo... ¿Entendiste?

—Sí...

—Así lo espero... No puedes decírselo a nadie —insistió con entereza incitándola a su habitual silencio—. Tú que eres calladita, confío en que no lo harás...

Recorrieron entonces la segunda forma hasta que por fin salieron hacia un amplio y esplendoroso parque con caminos escalonados y monumentales columnas. Al fondo, por fin se alzaba la imponente hacienda de techos floreados. Ámbar estaba impresionada por la hermosura de los detalles arquitectónicos y los fuertes colores que el precioso día se empecinaba en iluminar con grandeza. Todo se veía tan prolijo, claro y reluciente que no podía evitar respirar por la boca y perderse en la inmensidad del panorama.

De repente, volvió la vista al frente para encontrarse con que el Major no estaba por ningún lado. Otra vez había desaparecido para revolver su ánimo. Vio el movimiento de unos arbustos cercanos que podría ser producido por el viento o por el paso de alguien. Se dispuso a dirigirse por allí rápidamente, casi corriendo para alcanzarlo, pero sin querer, se chocó con un recipiente de mármol. Era en realidad una fuente, de la que una delicada cascada caía entre dos amantes. Era tan brillante y arcaica que se volvió difícil no frenar el paso para observarla, incluso dar tacto a sus curvas tan bien talladas, pero entonces, una vez más la mano enguantada apareció de improviso para detenerla.

—¡No toques nada! —Ámbar se corrió hacia atrás con su muñeca encastrada—. No sea que arruines mis adornos con tu torpeza... —dijo el Major y la soltó de mala gana—. Mira, jovencita, no estamos aquí porque yo lo quiera, es lo que dispuso el rey y tendremos que adaptarnos. ¿Lo entiendes? —Sus ojos desiguales se endiablaron mientras ella asentía temblorosa—. Presta atención y no me vuelvas a perder de vista... —Se lanzó a caminar.

Ella unió sus párpados con deshonra, frustrada e incomprendida. Ya había sido suficiente disturbio interno. Lo expandió de su centro gritando inesperadamente:

—¡Perdón, perdón, por favor no te enojes! —Al oírla, él se detuvo, procuró verla por encima de sus clavículas y contraer una mueca infartante.

—No te gustaría verme enojado en verdad... —Su sonrisa pícara volvió a importunarla—. Pero entiendo que sólo eres una chiquilla asustada. —Comenzó a caminar a su alrededor mientras ella mantuvo su prensada parada—. Siempre disculpándote por todo, me pregunto cuál será la razón... Tendré que educar tu temperamento... ¿Te dejarás? —preguntó insinuante, alevoso.

—Sí... —dijo rendida, envolviéndose fuerte con sus propios brazos y hundiendo el cuello en la manifestación de su pánico.

—¿Segura? —insistió con su manera provocativa y calma. Se aproximó buscando su cara, la que ella se esforzó por mantener baja mientras asentía—. ¡Vamos a entrar!

Se apartó recuperando el camino, aliviando la tensión de su protegida, entonces anduvieron en silencio hasta la entrada principal, entre columnas, adornos y ornamentos florales. Atravesaron aquella primera puerta y apareció entonces algo alucinante cuyo sonido se anticipó a la vista, y la vista lo recibió como postal de ensueño.

Una extensa cascada de arena tornasolada caía suave por los bordes de una montaña rocosa hacia un suelo pastoso. Nubes difusas cubrían el cielo y alrededores. Los zapatos de Ámbar comenzaron a perderse en el grosor de la arena que ocupaba el suelo, obligándola a arrastrar sus tobillos hundidos. Se sentía suave como el bicarbonato pero espeso como el engrudo. El Major, manteniéndose en superficie, volteó para anunciar algo más:

—Hemos llegado ya, estarán esperándonos. —Miró docto su infortunado tropiezo pero, fingiendo que lo ignoraba, enseguida anunció—: que no te intimiden, para eso me tienes a mí. —Ella no supo si se lo dijo como protector de la situación o porque ya era él quien la intimidaba...

Abrió entonces un espacio entre la regular caída de la arena para pasar. Utilizó el fantástico movimiento de sus manos. Ella buscó alentar sus músculos para no perderse. Por suerte, lo consiguió, aunque no evitó hundirse hasta las rodillas. Tras portones plegados, y un techo bajo que expandía una sombra perpendicular, un amplia recepción con pisos cuadriculados en blanco y negro se hallaba ocupada por unos diez servidores, entre ellos, humanos y ángeles, al pie de una respetable escalera que subía a distintos ambientes. De la penumbra, el Major salió lento y majestuoso para provocar el silencio repentino y las caras entubadas en el escalofrío. Ámbar permaneció escondida en la sombra, no se animó a acercarse. Nadie la notó.

—Buenos días... —dijo soberanamente retumbando su voz bravía.

—¡Buenos días, Major! —contestaron, procurando quedarse quietos y atentos.

—Sé que he estado fuera por semanas... pero he vuelto, y al parecer encuentro todo en orden... Buen trabajo —expresó seriamente amable rotando su mirada entre unos y otros—. Ahora, escuchen, he venido para quedarme algún tiempo —su afirmación activó los comentarios en un barullo de los hombres y algunas risas esperanzadas en las mujeres—. ¡Silencio! —los calló de inmediato—. Conmigo viene una invitada...

Esta vez, no hubo dicción, el asombro los invadió dejándolos perplejos y expectantes por descubrir de quién se trataba. El hecho de que el Major los reuniera por motivo de una compañía personal, no debía ser algo insignificante, y pensaron lo obvio.

—¡Acércate, por favor! —su petición más que cortés fue persuasiva.

Ámbar sólo se dejó llevar por lo inevitable pues, aunque sentía miedo escénico, debía salir hacia la luz. Con un paso lento, espalda encorvada y cabeza baja, llegó detrás del Major. Cuando la vieron, interjecciones espontáneas salieron a relucir entre los presentes; posiblemente la identificaran como humana, pero quizá no agudizaran la intuición como para reconocer su cualidad no cylarina, a causa de priorizar su atención en unir conjeturas y concluir que su anuncio iba de la mano con una compañía de importancia para él, lo cual, siendo de otra especie, estaba prohibido desde lo más profundo de sus conciencias. Ámbar los descubrió muy bien vestidos, con telas gruesas y abultadas, pulcros, obedientes. Se preocupó por el desarreglo que traería encima después de las andanzas.

—¿Otra servil, tal vez? —le preguntó bajito una a otra del grupo en medio del barullo iniciante.

—No, él nunca anuncia a los servidores de esta manera —le contestó.

—Pero tampoco anuncia a sus invitadas así, ella debe ser especial...

—No, imposible, es humana... —aludió en un volumen que pudieron oírla, y de forma imperceptible, él y su invitada coincidieron miradas.

—¡Silencio! —gritó el Major una vez más—. Escuchen con atención mi anuncio... Su nombre es Ámbar, lo único que diré es que es importante para asuntos del reino y, por otros asuntos que sólo competen al rey, ella vivirá aquí, porque es mi protegida. —No parecía tener miedo de decirlo a pesar de lo que aquello conllevaba.

—¡Protegida! —repitieron en un desbarajuste de voces.

—¡¡Silencio!! —los calló por tercera vez—. A partir de ahora, no quiero quejas, ni comentarios, ni preguntas, pero sobre todo, no quiero murmullos por los rincones de ningún tipo, ¿queda claro? Tampoco quiero que la molesten, ni la cuestionen, y todo lo que ella requiera, deberán cumplirlo como si fuera yo quien se los pide, porque si alguien desobedece esto, me veré obligado a desatar mi enojo, y no les gustará... —No pudieron decir palabras, se guardaron la incertidumbre. Ámbar se sorprendió de la importancia que le estaba dando, pero muy incómoda ante los pensamientos de ellos—. Por último, cuando ella y yo nos reunamos con motivos privados, no quiero que nadie nos interrumpa. ¿Han entendido? —Eso les dio mucho en qué pensar—. Bien, ya están avisados... No me obliguen a repetirlo o no será nada bueno. Ahora, vuelvan a sus tareas y tengan un buen día. —No quedaba claro si era amable o irónico.

Ámbar exhaló sabiendo que lo peor ya había pasado, soslayando compararlo con las cosas que estaría por vivir. Se mantuvo quieta esperando indicaciones. Los servidores se fueron alejando.

—¡Pandora! —El Major se dirigió a una humana servidora, de las que habían murmurado, joven, bajita y regordeta, de cabello canela y pómulos pecosos, quien volvió a su llamado—. Quiero que abras una habitación para mi invitada.

—Por supuesto, señor, la de huéspedes queda en planta baja...

—No... Vamos a darle la habitación del balcón, queremos que se sienta cómoda ¿no es así?

—¿La del balcón? —se sorprendió como si aquello fuese algo muy especial. —Claro, Major, como usted diga. Síganme hacia la planta alta.

Ascendieron por la imponente escalera y llegaron al fondo del pasillo. La temerosa Ámbar desgastaba la energía de su cuello mirando hacia uno y otro sitio. Finalmente, la habitación mencionada apareció. Una puerta alta y blanca con manija dorada fue abierta por Pandora al mismo tiempo que la contemplaba, no como si fuese una invitada al pasar, sino como un bicho raro que le generaba más preguntas de las que ella podía tener en este sitio. Pronto pudo dejar de preocuparse por ello, pues, el interior de la habitación no dejaba cabida al desapercibimiento. Suelo, paredes y techo eran relucientes de un material indescubrible.

Un enorme living con sillones afelpados y alfombras estampadas los recibió en primer término, anticipándose a un destacable ventanal de puertas cortinadas que conducían hacia un balcón aterrazado. Éste presentaba sus telas colgantes abiertas hasta la mitad y permitía deleitarse con la panorámica del bosque lejano, el puente balaustrado, los jardines laberínticos y el parque de la entrada con un lejano paisaje de colinas con copas brillosas. Al otro lado de la sala, bajando por dos escalones redondeados y finos, se encontraba una cama de doble colchón con densidad, frazadas de terciopelo celeste y muchos almohadones detrás de un lienzo que se desplomaba de un techo que encuadraba como corona. Junto al otro extremo, un mueble tocador de fina madera trabajada, con espejo y utensilios; y finalmente, más hacia el fondo, un ropero acicalador y un cuarto de baño.

—¿Usted querrá su habitación de siempre? —Pandora se aseguró de preguntar.

—La de siempre... —respondió él—. Ahora, entrégame las llaves de ésta.

—¿Las llaves? Pero, señor... —por un segundo se sumió en el pensamiento de lo inapropiado que implicaba aquello.

—Sin peros, Pandora... —dijo con el liderazgo que expandía su mirada desigual.

—Está bien, Major, como usted diga... —Procedió a entregárselas y él las perdió rápidamente entre sus ropas.

Ámbar ni se dio cuenta de lo que ellos hablaban, sino que se dejó envolver por la maravilla ambiental. Recorría despacio cada rincón, sintiéndose como dentro de un mundo medieval, victoriano, vetusto y futurista al mismo tiempo, cósmico. No podía creerlo.

—Pandora, prepárale algo adecuado para que coma dentro de una hora...

—¿Qué le gustaría? ¿Algo en específico? —preguntó y el Major lentamente giró su cuello hacia Ámbar para observar el contento de sus sentidos.

—Sí... leche con chocolate y lo demás... —dijo evocando una sonrisa despiadada—. ¿Podrás?

—Sí, señor... Sabe que puede pedirme lo que usted quiera... —recalcó con un tono anheloso.

—Y espero que siempre sea así... —dijo mirando al techo—. Ahora vete, ve a dar el ejemplo.

—¿Cómo?, ¿usted no quiere ir a su habitación? Puedo acompañarlo ahora mismo... —Con eso se ganó unos ojos látigo—. En el sentido de... mostrarle que todo está en orden...

—Iré cuando me plazca, eso no debe preocuparte... Ve a hacer lo que te pedí, ¿o debo repetirlo? —Agrandó las pupilas irradiando dardos de poder.

—No, iré de inmediato, señor...

Caminó rápido hacia la salida con la sensación de que estorbaba, se adentró por el pasillo, titubeando de si entornar o no la puerta, pero finalmente decidió no tocarla.

—Y tú, Ámbar... —dijo acercándose, interrumpiendo su anonadada contemplación y forzando una mirada cercana de la que no sería fácil escabullirse—. ¿Qué te parece mi hacienda? —Escondió sus manos entre su espalda y su capa.

—Inverosímil... —expresó ella en un suspiro apretado.

—Sí... Por supuesto... —Le generó una mueca agradable hasta que se apartó un poco—. ¿Sabes? Esta habitación la decoré pensando en mi hermana. Mientras no estuvo, imaginé un lugar apropiado para cuando pudiera invitarla. Supongo que ahora será tuya... ¿Está bien para ti?

—Es más de lo que podría pedir... gracias... —dijo tímida frotando sus manos como asqueada de opulencia.

—Disfruta, es gratis... —le guiñó un ojo indescifrable y, tras una pausa, añadió—: por ahora... —entonces se permitió reír atrevido.

En cuanto lo vio irse, Ámbar vislumbró la llave entre sus dedos a punto de ser introducida del lado extremo, lo cual la preocupó de inmediato.

—¿Vas a encerrarme? —ella se arrepintió internamente de haberlo preguntado así.

—No eres mi prisionera... —detuvo la puerta—... ya te gustaría, pero... no... —dijo y ella se encogió de hombros—. La llave se queda conmigo, no quiero que te molesten... así solamente seré yo, tu protector, quien pueda entrar... —probablemente él no se arrepintiera de decirlo así.

—¿Sólo vos? —la escuchó susurrar con un tono aterrado, entonces decidió volver a ingresar, esta vez entornando la puerta. Ella retrocedió al descubrir su acercamiento.

—Dime, niña Ámbar, ¿tú me temes?

Sus pupilas anisocóricas la colisionaron en una encrucijada de la que no quiso perecer a la obviedad, de manera que, alzando rápido la mirada y esforzándose por mantenerla segundos ininterrumpidos, preguntó:

—¿Debería?

Aunque ansiaba una afirmación, esa respuesta a él pareció gustarle, pues le sonrió solemne, expresando múltiples significados posibles.

—¿Sabes por qué estaban todos alborotados al verte? —dijo mientras lentamente volvió hacia la puerta—. Un seráfico miembro del reino no debería andar acompañado de... un humano, si no es un servil, y menos aún quedarse a solas... —explicó por gusto propio—. Un líder no debería tener el trabajo de protector, de manera que si alguien te interroga, haz lo que mejor sabes hacer, guarda silencio y me lo cuentas de inmediato...

—Entiendo, las leyes...

—¡Ámbar, debes señalarme a quién te moleste!

—¿Señalarlos? Es normal que tengan curiosidad por esto... —aminoró su timbre.

—No te apiades de ellos, no trates de comprenderlos, ni seas ingenua. Debes permanecer con los ojos bien abiertos, en cualquiera puede surgir la rebeldía contra nuestro reino... ¿Lo entiendes, o quieres desafiarme?

—Para nada... —dijo temblando.

Luego de divertirse con el temblor de sus facciones, recuperó el lado del pasillo.

—Puedes descansar por el resto del día, aunque cierre con llave, la puerta se abre por dentro... —le enseñó—. Imagino que no me extrañarás, pero si algo de importancia se te ofreciera de mí, mi habitación está en el último piso, la reconocerás... Sólo, piénsatelo dos veces antes de venir a molestarme por nimiedades...porque podría cobrártelo caro —rio de su propia bravura.

—¿Cuándo vamos a empezar con...? —lanzó una pregunta ella para ventilar el descarado de sus advertencias, además de que era la duda principal que guardaba y que ni por asomo la utilizaría para ir a tocar su puerta.

—Prepárate —su ansiedad lo hizo sonreír— arrancaremos mañana mismo...

Tras el sonido de la llave girando del otro lado, y los pasos alejándose, por fin pudo aflojar su alma.

REBELDES

En la oficina del rey, sala del Consejo Real, Joe salió del interior de la estantería de la biblioteca con su transmisor colocado en su oreja. Acababa de sonarle. Ese pitido últimamente parecía advertir con antelación sucesos desafortunados.

—Joe, ¿me escuchas? —le hablaron ajetreadamente del otro lado.

—Jalil, te copio, ¿no me digas que hay malas noticias?

—Vándalos, señor, en las Islas Neutras.

—¡¿Qué?! ¡Otra vez?! Creí que después de la última captura y las amenazas a Flores del Conocimiento, habíamos llegado a un buen acuerdo.

—Yo creí lo mismo, señor, pero ya ve... ¡Además el incendio...! ¡Son muchas cosas!

—Jalil, escúchame, debes detenerlos, si esto sigue así, tarde o temprano profanarán las deidades y no podemos permitirlo. ¿Te imaginas las consecuencias? Seremos presa fácil para el reino Fatídica, los acuerdos legendarios de paz no tendrán estabilidad —se desesperó—. Jalil, viejo amigo, encárgate y te recompensaré muy bien a ti y a tu hijo Zohar.

—No necesitamos recompensa señor, acepté comandar esta flota por la confianza que me ha dado y porque queremos bienestar. ¿Ha considerado mi proyecto de naves voladoras para acelerar la recolección y al mismo tiempo procurar seguridad en el aire sobre las Islas Neutras?

—Claro que lo he considerado, pero aún no le he podido dar curso, recuerda que tengo a los científicos trabajando en el proyecto "Tabula Rasa", eso es prioridad de base —explicó quejoso—. Jalil, tú y la guardia costera, ¿pueden encargarse? No quiero llamar al ejército, sería un gran disturbio para una zona tan delicada.

—¡Capitán! ¡Necesitamos refuerzos! ¡Venga pronto! —lo llamó en una segunda línea el anterior guardia a Jalil.

—Lo mantendré al tanto, rey —cortó la comunicación dejando un rastro de preocupación en Joe—. ¿Qué sucede? ¿Los atraparon?

—Sí, pero otra contienda de humanos rebeldes está llegando —anunció el guardia costero.

—¡¿Cómo pueden haber llegado a estas islas sin un curso de navegación?!

—Paracaídas, capitán...

—Desgraciados... —bramó rascándose la barba—. Voy para allá.

—¿Le avisará a Ánker?

—No por ahora.

—¿Al agente Costanzo Bambic?

—No lo creo...

—¿Al Major? —preguntó acrecentando su temor a no poder combatirlos.

—Está en otra misión ahora...

—No tenemos ninguna autoridad entonces, es usted quien debe tomar decisiones —concluyó lógicamente.

—No alarguemos la espera, vamos a interceptarlos nosotros. Separa a tus hombres posicionados en Alfa para cuidar a empíreos y deidades, y en Beta, que se queden a detenerlos...


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