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14-Invicto

—Iremos cuesta arriba, súbete bien la capucha y mantente en silencio —exigió Joseph provocando que Luna obedeciera.

Apresurados los pasos por el musgo terso de los caminos del bosque, las dos presencias con gruesas túnicas se desdibujaban en la inmensidad sideral del paisaje nocturno. Las expresiones que alguna vez fueron fuertes, parecían haberse amoldado a la oscuridad de un corazón desvanecido. Como un eco en medio de la espesura exuberante, contempló los detalles paisajísticos de la boscosa naturaleza de sus orígenes, sin más reacción que suspiros de nostálgica ansiedad.

Dejando un rastro de duda sobre el dictamen, se preguntaba sobre la calidad del plan entre manos de su abuelo y si sería lo suficientemente propicio para salvar al reino. El sendero lleno de jaspes brillosos y enredadas cortezas lumínicas los llevó hasta una elevación terrosa donde el sonido de las hojas susurrantes se remplazaba por un silencio bendito.

—Ya casi llegamos —vocalizó por primera vez.

—Está bien, abuelo...

—Shh, no te me dirijas así, nadie puede saber aún que... —musitó precavido—. Hay que ser discretos.

—¿Cómo? Pero la Justicia me convocó...

—Ella sabe por sabia... —aceleró sus palabras.

—Ah... ¿Por eso nos pusimos estas vestiduras?

—Sí, sí. El bosque no es del todo seguro, puede haber oídos en todas partes —le comunicó lo más bajo que pudo.

—¿Rebeldes?

—Rebeldes y criaturas impredecibles aliadas de... ya sabes quién —sobreentendió furtivo.

—¿Entonces, por qué quisiste que mis amigos vinieran por el bosque? —indagó astutamente.

—Shh —la calló—. Tu hermano, el Major, creó una bruma soñolienta para asegurar el camino.

—Ah, claro, porque él... —se contuvo—. Buena idea... Con eso todos los caminos podrían ser seguros.

—¡Habla más bajo! —alarmó la desobediencia—. No puede hacerlo siempre, no es bueno para nuestro hábitat.

—Sí... —pensó Luna—. Después de esto, ¿me vas a contar sobre el plan?

—Shh, ¡silencio! —se preocupó.

—¿Por qué trajiste a mis amigos? ¿Es por las reliquias que les dí? —no pudo detenerse a sondear algún dato que le calmara el aplanamiento de su alma—. ¿Qué voy a hacer hasta mi mayoría de edad?

—¡Shh, shhh, por clemencia, no hables! ¡No menciones eso fuera de las paredes del castillo, es muy peligroso! ¡¿No entiendes, hija?! —le gritó descolocado con una voz siseada.

—Perdón, perdón...

Joe se arrepintió al instante de su reto, entendió su natural curiosidad.

—Compórtate, hay mucho que no sabes, te lo explicaré luego, ya vamos a entrar.

Traspasando el acople de enramadas, sobre la cima de una duna, las escaleras alcanzaban una imponente estructura con columnas de mármol blancuzcas que se elevaban hacia el cielo con intrincados grabados de piedras obsidianas representantes de escenas de honradez y equilibrio. Llegaron a la puerta principal y Luna admiró la fachada flanqueada por dos estatuas aladas que simbolizaban la fuerza del lugar. Al entrar, se encontraron con un largo corredor que se perdía por dos secciones. Una conducía a las mazmorras de espera para los procesados, y la otra, a la sala principal de conferencias. Luna lo supo por las inscripciones que lo indicaban en letras cylarinas, las cuales se desencriptaban ante la vista del leyente para su entendimiento.

—Abuelo, ¿podría hablar con ellos antes? —preguntó Luna al llegar.

—No creo que eso sea posible, hija, la audiencia ya va a empezar —le respondió.

Ella entendió que ni siquiera el rey podía tomar decisiones en terreno de la Justicia seráfica. Cuando se dirigieron a la sala, una entidad de luz sin género, de cualidad muy atenta, apareció personificada frente a ellos. Luna azaró los músculos manifestando su sorpresa. La figura presentaba un rostro guardián y determinado, con una frente despejada y unos ojos cuencos capaces de ver más allá de las sombras. Su capa de luz la vestía cual escudo metafórico de su condición defensora.

—No te asustes, es la Seguridad —le aclaró el abuelo.

La deidad corrió hacia ellos haciéndose aire de colores rodeándolos de un lado al otro. Luna se atajó sobre sí afectada por la fosforescencia que les dejó.

—Tranquila, está verificando que seamos seguros —le aclaró el abuelo, y ella asintió.

A continuación volvió a formarse y les dio paso. Los envolvió la amplitud del espacio. El atrio era una gran paloma de cuarzo con sus alas expandidas; a los costados se hallaban peldaños aterciopelados en blanco con forma de herradura. Luna elevó su cuello hacia el techo que estaba compuesto por hiedras de distintos verdes, de cuyos espacios informales se asomaba el mercurio de las estrellas.

—Hija, hay que entrar descalzos, es la condición pura para estar frente a la Justicia, quítate los zapatos —procedieron a hacerlo, mientras ella descubrió la salinidad del suelo.

Al ingresar al corazón del templo, sintieron la frescura de una rojiza tierra entre sus talones, suave como arena límpida. Inspeccionando el sigilo relajador que el ambiente convidaba en solitario, cuyo aroma natural le daba paz a los sentidos. Avanzaron hacia las gradas cóncavas dispuestas en fila como en un anfiteatro. A Luna se le comprimieron los huesos ante la sensación de blindaje que englobaba cada centímetro. Los minutos no se hicieron impacientes, detrás del ave estrado, apareció una figura lumínica majestuosa con párpados celestiales de una expresión serena y erudita.

Aplacándose como imagen personificada, llevaba una balanza en una mano y un libro negro en la otra, tan inmenso que ocupó todo el apoyo de la plataforma. Levantó su postura mostrando un rostro con reflejo de sabiduría e imparcialidad que llegó hasta Luna y la hizo parpadear de conmoción. De pronto, alzándose tras el libro, adoptó una forma joven y fémina con espirales cósmicas de luz y astros saliendo de su cabeza, como si construyeran su cabello. Mantenía los ojos cerrados cual ceguera. El rey Joe se mantuvo sereno, sin embargo, su nieta luchaba por volver a acostumbrarse a las maravillas del universo.

Inmediatamente en los peldaños, de igual modo se personificó el honorable jurado. El Valor, un ser de luz, que inspiraba respeto y admiración, se mantuvo de pie con ojos como el acero templado, sin podérsele distinguir manto alguno; la Esperanza y la Fe, dos seres siameses de incandescencia que se multiplicaron por todos los rincones del lugar con sus mantillas de optimismo; el Perdón, espíritu sentado de rodillas mirando al suelo con destellos reflexivos; la Verdad, sonriente y de una irradiación más transparente que los demás, sentada sin preocupación; y por último, la Libertad, flotando por donde más le gustara con su capa fulgurante.

—Que pasen los acusados, Eleazar y Alan Caramés —expuso la Justicia con una tonalidad en eco que a Luna le costó un poco distinguir, pues el sonido no le llegaba por sus tímpanos sino por una parte de sus neuronas.

Las puertas se abrieron y entraron los dos hombres, escoltados por la Seguridad, y los acompañó a sus respectivos asientos colocándoles las carcasas cristalinas adaptables de los auriculares diadema que estaban colgados delante sobre una propiedad magnética. Luna los siguió con vista intranquila, casi queriendo ponerse de pie. Especuló sobre sus presencias allí, seguramente los habrían trasladado por otro pasaje. El caso comenzó, la Justicia abrió el libro en páginas avanzadas y exteriorizó las causas de los procesados.

—Se acusa a los señores presentes de los siguientes cargos...

Cuando comenzó, a Luna se le hacía un balbuceo con pocas palabras reconocibles y entendió que la alteración de su genética seráfica aún perduraba en ella, por lo tanto, también se colgó el auricular, recubierto de malla fina de nanotubos que regulaban el amplificado, colgados sobre una imantada viga al frente. Se permitió sorprenderse por la combinación de tecnología y naturaleza cósmica que aquel artefacto mostraba. Miró a su abuelo, quien asintió, y entonces escuchó la traducción que de allí salía:

—Corrupción del designio indicado por la máxima autoridad del reino Seráfica bajo la titulación de los papeles 'padre, Cristian Devríes' y 'hermano, Ignacio Devríes', en el otro mundo; desatención e incumplimiento de los trabajos de protectores transitorios relativo Géntila, reina de Seráfica, y su hija Lurian, princesa de Seráfica,

"Rayos, es cierto", pensó Luna, "pero suena muy grave si lo dice así".

—Según lo corroborado por la Verdad, el señor Cristian, a los doce años de Luna Devríes, concibió abandono de hogar, haciendo presencia de forma inestable, creando vacío y abatimiento en las concernientes, y traicionando su cuidado diario; en efecto, el veredicto: su labor asignada, no fue respetada, ni cumplida, ya que la reina y la princesa quedaron desguarnecidas de cualquier suceso anómalo, tanto del mundo mundano, como de Cylareos.

"Pero, pero, nosotras pudimos solas", Luna se perdía en sus pensamientos escuchando atentamente.

—Según lo corroborado por la Verdad, el señor Alan, durante los años acordados para la estadía en la humanidad, cometió vulgaridad con su persona, actos vandálicos, infiltrándose en malas influencias, y por lo tanto, dando una imagen insustancial nada significativa para el bien; de esta manera, desorientó su tarea de estricta cautela y defensa; en efecto, su labor asignada, no fue respetada, ni cumplida, ya que la reina y la princesa quedaron desguarnecidas de cualquier suceso anómalo repentino tanto del mundo mundano, como de Cylareos.

—Yo no sabía eso, ¿vandálico? ¿Qué está diciendo, abuelo?

—Shhh, no se puede hablar durante la sesión.

Los dos acusados miraban al piso con una expresión de culpa contenida de impotencia; Luna intercalaba su mirada nerviosa con ellos y la Justicia; el rey observaba a los testigos mientras escuchaba—. Ahora bien, le concedemos la palabra a cada uno. Señor Alan, comience—. Y la joven de luz quitó sus ojos cerrados de las páginas para dirigirlos a ellos.

—¿Ellos mismos se tienen que defender? ¿Y sus abogados? —Luna ignoraba las reglas tratando de comprender.

—Aquí no existe ese tipo de profesiones, puede haber testigos, pero cada uno debe enfrentarse por sí mismo ante los ojos de la Justicia —le respondió rápidamente su abuelo—. Ahora, guarda silencio.

—Su señoría, le explicaré... —Alan se puso de pie—. Sé que hice una imagen horrible de mi persona, con ello logré que, tanto Luna como Génesis, lo menospreciaran y que jamás me tomaran de ejemplo —aspiró—. Yo no estaba entrenado para lo que se me impuso. Viajar a un nuevo mundo lleno de vicios y miserias, me fue difícil sobrevivir a ello, sobre todo porque no supe cómo crear un vínculo afectivo con ellas; sabiendo quienes eran, no era digno de mi persona. Le recuerdo que soy un simple humano cylarino que trabajaba en los jardines. ¿Cómo pretendía usted que yo actuara un papel de hermano comprometido? Temía por las consecuencias cuando el plazo terminara, por eso me alejé e hice cosas malas para sobrevivir. De cualquier manera, imploro sus disculpas, y me retracto de mis errores.

Alan —Ignacio para Luna— se sentó y abrazó a su padre con gran afección. La joven de luz y cabello espiralado mantuvo su postura circunspecta y flameante. Enseguida continuó:

—Señor Eleazar, usted sigue.

—Señora Justicia, luego de escuchar las razones de mi hijo, yo también sé lo que hice, desvalorizar la tarea que se me dio, pero créame que sólo lo efectué en los términos, no en el objetivo. Aunque mi presencia no fuese diaria, siempre estuve a la mira de que nada les pasara, mi intención al alejarme, fue que tanto Génesis como Luna no se acostumbraran a mí como la imagen del padre de su familia, ya que en realidad no lo soy, pensé que eso les evitaría un disgusto cuando llegara la hora de que supieran la verdad y recordaran quiénes eran. Es lo mismo que le pasó a Alan, imagínese si nos encariñábamos de más, eso no estaba contemplado, es decir, sus genes fueron manipulados, ¿no? para convertirlas casi en humanas, entonces ya no hay más nada que decir al respecto. Todos sabemos las consecuencias que han traído las uniones incorrectas. —Un escalofrío atravesó la espalda de Joe—. Yo también le suplico que me disculpe por obrar de esta manera, y estoy dispuesto a aceptar las consecuencias que se dispongan por mis errores, pero no cambiaré de opinión, sigo siendo un jardinero que no podía concebir involucrarse sentimentalmente con la reina y la princesa...

"Tiene bastante razón", pensó Luna. "Si con todas sus fallas igual nos encariñamos, ¿qué hubiera pasado si eran más comprometidos?"

—A continuación, se le concede la palabra a la señorita Lurian Seráfica, en defensa o contrariedad de los acusados —dijo la Justicia, pero Luna no reaccionó enseguida, parpadeó dejando atrás su ardua cavilación de pensamientos encontrados.

—Vamos, hija, ponte de pie —señaló su abuelo. Luna entonces accedió, tomó aire en un minúsculo preparativo y comenzó a hablar.

—Justicia... —pensó un poco lo que diría—. No lo niego, es cierto cada cosa de la que se los acusa, pero déjeme decirle que yo no sabía cuáles habían sido las razones que tuvieron o decidieron ellos para desobedecer lo que se les había asignado, y ahora que los escuché, me doy cuenta de que acertaron —afirmó y el rey Joe tambaleó su cabeza sobre ella—. Si bien mi mamá y yo sufrimos en su momento, eso nos evitó un sufrimiento futuro, así que, si me pregunta, yo los perdono, porque además, les tengo afecto, son mi familia ahora —apuntaló y se sentó dando por cerrada su participación.

La Esperanza y la Fe se hicieron uno, la Libertad se allegó a los asientos y, de esta manera, se unieron al Valor, al Perdón y a la Verdad, pareciendo discutir mientras Luna y su abuelo esperaron con nervios crispados, hasta que el Valor le alcanzó un documento a la Justicia, ella lo depositó en sus manos radiantes y leyó:

—Señores Alan y Cristian Devríes, de pie, por favor. Este jurado seráfico ha decretado por acuerdo unánime un veredicto. —Los corazones corrieron maratón mientras se erguían sobre sus plantas—. En el cargo de corrupción del designio indicado por la máxima autoridad del reino Seráfica en sus respectivos roles de padre y hermano, este jurado los declara... culpables.

—¡Ay, no, Abuelo! —Luna no pudo contenerse.

—Shh, sosiégate, hija.

—En cuanto a los cargos de desatención e incumplimiento de los trabajos transitorios de protectores que pusieron en juego el cuidado de la reina y la princesa, este jurado, teniendo en cuenta sus buenas intenciones de no perjudicar sus orígenes y futuros, los declara... inocentes.

—Uff, qué alivio... —expresó Luna—. ¿Y entonces abuelo?

—Espera, aún no termina —le indicó para que prestara atención.

—Por el veredicto de culpabilidad, la condena consecuente para ambos será la imposibilidad de ser aceptados con trabajos de protectores en lo que resta de sus vidas. Serán trasladados a las parcelas donde podrán conservar sus labores de jardinería sólo para usuarios humanos, en ningún término para seráficos. Nunca podrán volver a pasar al otro mundo bajo ninguna autorización seráfica —anunciaba la justicia—. Por último, dado el vínculo de afecto creado con la princesa Lurian y la ex reina Géntila, podrán visitar el castillo una vez cada dos meses siempre en presencia de guardias y/o protectores. Esperamos que hayan aprendido la lección sobre esto, ¡así damos por concluida esta sesión! —Los dos se abrazaron y le sonrieron a Luna, quien se quedó tranquila de que el castigo no fuera tan severo.

—Abuelo, ¿puedo despedirme de ellos? —soportó el latente pesar.

—No, no creo que puedas, hija. De todas maneras los volverás a ver, te lo aseguro.

—Sí, me quedó claro —musitó y de un impulso espontáneo, mientras la Seguridad se los llevaba, les gritó—: ¡Papá, hermano, nos vemos pronto, ánimo!

Alan y Eleazar asintieron con ojos vidriosos agitando sus manos, sabiendo que no podían ahora, en tierra natal, agravar el asunto con una muestra de empatía.

—Ya, hija, compórtate —su abuelo le tironeó el brazo.

Lo extraño para Luna fue ver que la jueza Justicia y los abstractos jurados personificados aún no desalojaban la sala, permanecían ahí como si esperaran algo y bien listos como al principio de la sesión.

—¿Nos vamos, abuelo?

—Espera, Luna, todavía no podemos irnos... —él parecía inquieto por ella.

—¿Por qué?

—Habrá... otra sentencia...

—¿Otra sentencia? —No le agradó—. ¿De quién? —Y su abuelo apretó sus ojos menta y no le contestó.

Del otro lado del camino frondoso, donde las murallas del castillo albergaban a cuatro incrédulos humanos del mundo, las generalidades invadieron sus conversaciones retozando la imparidad entre delirantes suposiciones de las maravillas, e insólitas hipótesis sobre un escenario artificial. Cada palabra destilaba un dejo de cansancio y voluntades enclenques. Después de convivir con la pureza del aire, con la pulcritud del entorno, con el estrés orgánico por la confusión y el miedo, les resultaba difícil no sentirse débiles. Las estructuras, los personajes, los enigmas de las frases dichas a medias, nada más cabía en sus tolerancias.

—Definitivamente las manzanitas me sorprendieron —dijo Dylan apreciando el dulzor mientras la sobremesa se volvía un rígido círculo distendido en el que Ámbar se imaginó siendo un Eloi a punto de ser devorada por los Morlocks.

—A mí me sorprendieron muchas otras cosas —desmejoró Milena paseando los ojos por todo el lugar—. Cómo me gustaría tener mi celular... Debí llevarlo encima.

—No te preocupes por la hora, todavía no deben ser las dos de la mañana —supuso Joel frotando los dedos en su pulsera cristalina.

—No, si no es por la hora... —continuó ella—. Tal vez alguno de mis pretendientes me dejó un mensaje —aclaró coqueta exagerando en broma. Los cuatro se entregaron al divertimento que ofrecía una simpleza rutinaria ante la falta de familiaridad con el entorno.

—Olviden eso... —interrumpió Ethan al escucharlos—. Acá no lo van a necesitar.

—¿Cómo? ¿Por qué lo decís? —consultó Milena—. ¿Cuánto tiempo vamos a...? —no pudo terminar la frase por la crudeza de la idea.

—Mejor no contestes a eso... —intervino Dylan—. Me da miedo la respuesta.

Ámbar comprimió los ojos desmaquillados por transpiración y escondió en su mano la grulla cristalina que conformaba el dije de su collar. Ethan batió su flequillo para exhibir el impacto de información presuntuosa en sus ojos.

De pronto se oyeron duplicados pasos provenientes del camino. La sala se silenció cuando giraron sus torsos hacia la puerta para enterarse de quiénes llegaban.

—No, ¿más visitas? —rechinó Milena.

—O más problemas... —supuso Dylan.

Les brotaron cosquillas epidérmicas cuando se enteraron que se trataba de algunos conocidos de momentos anteriores, cada uno con su postura bien definida y colocados al andar según sus roles.

—Ethan...

—Minor —respondió el muchacho alzándose de su silla.

—Estás con ellos —distinguió Zadquiel con su habitual tono relajado—. ¿Y mi hermano?

El joven austero levantó los hombros negando con la cabeza.

—Sus habitaciones están listas —enunció Zohar con su tono de leal servil detrás de la capa de su líder.

—Hemos venido a llevarlos —expuso el Minor adoptando un rostro de escultura inmóvil.

Escuchar aquella afirmación fue un remanso para los amigos, pues sus espaldas estresadas pedían consuelo inmediato. En cuanto Ethan realizó un cortés asentamiento de cabeza, los cuatro chicos lo tomaron como autorización para levantarse. Descubrieron que las sillas de pana dorada estaban compuestas por un peso considerable que les costó mover, lo cual los hizo confundirse con respecto a cómo podrían haber sido empujadas en presencia del enigmático Major cuando habían llegado. Al mismo tiempo, la luz del salón les permitió apreciar la intensidad del rojizo cabello del Minor brillando con su pendiente de estrellas en su oreja en combinación con sus ojos grises, muertos en un rostro marmóreo que, sin moverse de su erguida parada, les regaló un sutil direccionamiento. Milena se permitió contemplarlo de pies a cabeza.

—Hmm, este es bonito también —murmuró entre dientes, ganándose un codazo de su hermano.

—Por favor, vengan detrás de mí —indicó muy amablemente Zohar.

Cuando los cuatro obedecieron, Ethan también se dispuso a seguirlos.

—No tan rápido, Kemblast —lo detuvo el Minor anteponiéndose—. Tengo algo para ti—. Sacó del interior de su túnica una carta doblada como pergamino, o al menos eso les pareció a los chicos cuando amagaron sus cabezas curiosas—. De parte del rey.

Ethan aceptó el escrito, lo desenrolló de inmediato y lo leyó para sí. Su mirada turquesa extendió más de una expresión agobiada que enseguida se apaciguó en aceptación.

—Entiendo... Iré de inmediato —refirió envolviendo el papel.

—Jalil te escoltará —estableció el Minor sin desarmar su postura de atril.

El servil adulto de barba larga se acercó a Ethan.

—Vamos, muchacho, es hora.

—¿A dónde...? —Milena arrimó su inquisición pero su hermano le hizo una mímica de silencio.

Cuando Jalil se llevó a Ethan de regreso a la sala principal, los demás salieron del comedor para movilizar sus pies hacia otro de los caminos que ofrecía la zona boscosa, uno que, pudieron notar, los conducía hacia la parte posterior del castillo. Los árboles del zigzagueante sendero por el que arribaron volvieron a aparecer, elevándose como centinelas de la naturaleza cósmica. La acuarela que los componía maravillaron el criterio de sus apreciaciones. Se mantuvieron inaudibles de dicción mientras invadían sus tímpanos con los susurros y crujidos de los ramajes de hojas jaspeadas creando una sinfonía compañera de sus pasos.

Sumergidos en la atmósfera mágica, Zohar comandaba la fila, mientras el Minor atrincheraba sus espaldas, no sólo por venir detrás, sino por su impronta de íntegro muro. Eran como marcianos que habían aterrizado en medio de los cuatro, sin intención de interactuar. De repente, el brillo de las plantas reverberó en el pavimento de una pasarela como si la luz misma hubiera tomado forma por su longitud. Cuando sus piernas se extendieron por aquella alargada superficie de un granito fortificado, pudieron descubrir las flores y arbustos, dispuestos en armonía, que parecían crear un patrón de movimiento y color hipnotizante.

Al pasar por la vía, los lados eternizaban un escenario palaciego, donde las torres internas del castillo, con sus copas como sombreros merlinescos, que parecían vigilar desde todas direcciones, les agolpaban la perspectiva como una conexión entre la tierra y el cielo. Se alejaron de la estructura hacia el final del puentecillo, accediendo por una parte adjunta de la fortaleza donde una importante escalera de unos treinta peldaños terminaba en lo que se veía como la plataforma amplia de una terraza, rodeada de una balaustrada piedra. Era la entrada a lo alto de una torre.

—No me digas que vamos a tener que subir todo eso... —se quejó Milena dirigiéndose a Zohar que lo tenía al frente consecutivamente a voltear sobre la diplomacia del Minor.

—Jodeme... —expresó Dylan con ojos agrandados.

—Arriba están sus habitaciones —explicó Zohar.

—Bueno, es suficiente para mí, no puedo más de cansancio —reconoció Joel, mientras Ámbar acompañó su idea con un gesto de conformidad.

—Esperen... —habló el Minor moviendo sólo sus ojos—. No veo a las guerreras... ¿Sabes algo, Zohar?

—Es cierto, señor —observó el servil— deberían estar...

—No rujas antes de tiempo, mi lord... —dijo una voz de mujer ruda despeñando de lo alto de un árbol, y las miradas se ubicaron sobre su procedencia sin llegar a terminar de descubrirla ya que, de inmediato, sintieron el repercutir del golpe de plantas cayendo al suelo con habilidad de acróbata—. Aquí seguimos, pero tenemos problemas, Minor —dijo elevándose.

Cuando se acercó con decididos y toscos pasos, la vieron cubierta con una oscura túnica de capucha. Pudo vérsele el rostro blanco contrastando con un cabello negro azabache al estilo carré, y unos ojos turquesa muy familiares. Milena asomó el fruncido de sus cejas intentando visualizarla, aunque la tenuidad de las sombras lo dificultaba. Dylan recorrió su corpulenta altura, mientras Joel admiró el anillo cristalino que se pudo vislumbrar en su mano, y Ámbar se quedó esperando atentamente lo que diría.

—¿Problemas, Brisa? —la inquirió el Minor.

—Disturbios de rebeldes en el Centro... —afirmó sin mirar a ninguno de los chicos.

—Eso no es más que lo de todos los días.

—No —dijo la fornida chica—. Se están aglutinando por los recientes piratas encarcelados, planean atacar Flores del conocimiento.

—¿Cómo dices? —se alertó Zohar—. Eso es grave, señor.

—Sí que lo es... —el Minor movió sus grises pupilas—. Así que es por esos contrabandistas... Gracias por informarme, imagino que... el agente Constanzo Bambic está al tanto —mencionó dejando baches de interpretación.

—Sí, sus hombres requieren apoyo, el jefe Ánker me necesita allí —informó, sin embargo, los amigos continuaban siendo ajenos a la conversación—. Yo me encargaré y Tyame se quedará aquí para custodiarlos... —sin detenerse a mirarlos aún, señaló a los chicos con su cabeza. Con aquello demostró saber sobre ellos y tomarlo con total naturalidad.

—No, si el ejército está interviniendo es mejor que también vaya —resolvió el Minor.

—Entonces le diré al jefe que te envíe a otros guerreros para cuidar la torre.

—No, despreocúpate, pondremos guardias del castillo.

Los amigos no sabían qué sentir, una parte suya negaba todo el escenario y sus dramas, mientras que otra, lo asimilaba en la lentitud de un trance.

—¿Estás seguro?

—Sí, vayan ahora... —pausó su habla unos segundos—. ¿Por cierto, dónde está...?

—¡Tyame! —la llamó Brisa subiendo unos escalones de la gran escalera—. ¡Apresúrate, nos vamos al Centro a divertirnos un rato con rebeldes! —Volvió sobre los presentes mirando por primera vez a los chicos. Ámbar notó aquel parecido evidente de sus facciones.

—¿Diversión? —llegó una voz femenina y refinada desde la presencia que apareció de repente por los últimos escalones—. Esa denominación es un infortunio que constipa los designios de mi señor rey —utilizó una prosa tan elegante como su tono.

—Tranquila, rubia, aquí está tu lord para darte permiso de ir a cazar a unos cuántos inadaptados, justo lo que deseabas —Brisa, por el contrario, le habló ducha y de forma confianzuda bromeando sobre el asunto.

La dama llevaba también un traje encapuchado, aunque más llamativo, en colores celestes y dorados, por lo que podía vérsele fácilmente el rostro de brillantina angelado cubierto por un abundante cabello rubio, casi platinado, largo hasta el inicio de sus piernas, que ondeaba junto con la tela al descender. Bajó con un temperamento de valentía que contrastaba con sus etéreos rasgos. Tenía toda la impronta de una guerrera a pesar de que traía puesto un vestido claro hasta los tobillos, estilo medieval, con enrevesados adornos como armadura de oro, y unos zapatos de taco que no llegaban a ser botas.

—Me complace conocerlos, me ha generado expectativas la implicancia de su presencia —su forma de saludar a los chicos pasó de amabilidad a exquisitez.

Ámbar agitó tímidamente su mano.

—Wow, qué bombón —murmuró Joel.

—Amo su outfit —le cuchicheó Milena a su hermano—. Qué buenos disfraces tienen acá.

—Al menos ésta saluda —dijo Dylan en voz alta. Brisa sobró lo dicho pinchando con su mirada.

—Brisa, ¿no has tenido el volitivo potencial de ser cordial? —preguntó Tyame exponiendo sus ojos amarillos lumínicos llenos de modalidad protocolar.

—Sí, por supuesto. Hola, novatos —reparó Brisa antipática.

—¿Y quién se supone que sos? —le habló Dylan amargamente, pero antes de que la ruda chica pudiera darle una contestación que, por el grabado de su gesto adversario, no prometía consideración, el Minor se interpuso.

—Agradecemos tu compromiso, guerrera Kemblast... —su modismo fue adrede.

—¿Kemblast? —los cuatro no pudieron evitar susurrar aquel apellido.

—Claro, mírenla, tiene los mismos ojos. ¿Su hermana? —planteó Milena. Brisa desplegó la primera sonrisa arrogante.

—Lord, voy ahora mismo a encargarme del Centro —le dijo y ambos se asintieron—. Que tengan dulces sueños, humanitos —les deseó malamente a los chicos.

—Otra malhumorada... —calificó Milena copartícipe del tono bajo con los demás chicos.

—Yo no diría malhumorada, más bien está enojada —discernió Dylan viéndola marcharse.

—¡Vamos, rubia! —Brisa, perdiéndose por el camino, pareció darle una orden evasiva al zumbido que le llegaba como mosca.

Tyame se reverenció levemente ante los amigos como si exagerara un respeto hacia ellos que no merecían. Hasta el momento los cuatro habían coincidido en que el Minor mantenía su compostura como si observara las escenas desde fuera de su cuerpo, sin embargo, cuando la despampanante chica caminó detrás de Brisa, él la retrasó tomándole el antebrazo, y pareció adquirir color en sus mejillas.

—Ten cuidado... —dijo moviendo lentamente su mirada de robot sobre ella y, mientras sus tintineantes ojos cósmicos conectaron a gusto, él la soltó suavemente dándole un último apretón a sus muñecas, justo donde unos guanteletes de tela adornados con muchas pulseras brillantes le daban un toque más a su distinguida apariencia femenina.

—Ay, Cupido anda de estreno —opinó Milena alegrándose repentinamente. Extendió, sin pensar, su sonrisa hacia Zohar, pero él no le correspondió, en su lugar, circundó los ojos embarazoso.

—Si les parece, vamos a subir —dijo el servil aclarándose la garganta.

—Acompáñalos —dijo el Minor dejando ir a la guerrera—. Voy a solicitar a los guardias —y sin agregar nada más, dio media vuelta y también se perdió por los caminos.

—Las chicas pueden quitarse los zapatos, arriba podrán asearse y cambiarse —sugirió Zohar.

—Una chica no se saca los tacos por algo como esto, ¿verdad, Ámbar? —tonteó Milena. La chica Maciel no contestó, se cruzó de brazos importunada.

—Está bien, como sea, allá vamos —dijo Dylan aspirando aire con resignación.

En el Templo Divino, nervios indeseables ocuparon la atmósfera venerable. Luna estaba segura, lo que vendría no tenía vuelta atrás; era mejor serenarse y enfrentar esto con sabiduría.

—Abrimos el siguiente caso —continuó exponiendo la Justicia con su voz en eco—. ¡Qué pase el acusado! ¡Ethan Kemblast!

Luna no dudó en voltearse nerviosa y preocupada al escuchar ese nombre, en verdad le importaba lo que pudiera pasarle, Joe la miraba entendiendo su pena. Tras las puertas apareció su protector, escoltado por la Seguridad. Su cara era reservada, le arrojó una mirada a ella sin ninguna sonrisa, él no quería verla preocupada y no le agradaba que tuviese que estar presente. Le colocaron los parlantes auditivos.

—Se acusa al señor Ethan Maquir Kemblast de los siguientes cargos: en primer lugar, corrupción del designio indicado fraternalmente por la máxima autoridad del reino Seráfica, pertinentes a la absoluta protección de la señorita, princesa, futura reina, Lurian, y todo lo que la atañía, durante sus años en el otro mundo como humana, la misión de mantener absoluta discreción de su identidad protectora. En segundo lugar, corrompimiento a la prohibición de hacer presencia de su imagen, y/o de compartir información referente a su pasado y nuestro mundo, con la referente — expuso y Luna pensó "cuánto palabrerío"—. Según lo corroborado por la Verdad, el señor Kemblast, hizo presencia en más de una oportunidad frente a la señorita; en secreto y, de manera consciente, le dio indicios y pistas de la información pasada de su tierra natal; con el propósito de que recordara su verdadera identidad, la transportó a círculos de confianza utilizando sus poderes en plena exposición, y finalmente, frecuentó su cotidianeidad con falsa identidad. En efecto, las condiciones de su labor asignada, no fueron respetadas, ya que la princesa conoció la información antes del período establecido por el plan de la máxima autoridad. —Luna notó cómo Ethan mantenía la compostura—. Simplificando lo cometido, su protección no fue cumplida bajo los términos acordados, y no respetó lo decidido y planeado para el futuro de la princesa. Ahora bien, le concedemos la palabra en su defensa al infiltrado –y la joven de luz quitó sus ojos de las páginas para dirigirlos a él.

—Su señoría... —Habló Ethan con la figura inquietada de Luna en sus espaldas—. No tengo nada que decir en mi defensa, soy enteramente culpable por no querer que Lurian olvidara quién era... —pareció decirlo con orgullo y calma, como si hubiera hecho lo correcto y se sintiera satisfecho por ello. Nació de pronto el balbuceo de los testigos—. Pero si me lo permite, me gustaría poder seguir protegiendo a la princesa, ya que no he dejado de hacerlo en ningún momento... Sin más, le agradezco por escucharme...

—¿Ha tenido cómplices en sus decisiones? —preguntó la Justicia bajo la tensión provocada.

—No... Todo lo he decidido por mí mismo.

—¿Y aún así pretende que se le conceda el privilegio de protector?

—¡Señora Justicia! —Se alzó Luna. Su abuelo, sorprendido, no la detuvo—. ¿Me permite la palabra ahora?

—Se la concedo, señorita.

—Justicia, ya que usted es realmente justa, espero que tome en cuenta lo que voy a decirle. Ethan tenía la misión de ser discreto, de protegerme en secreto, y entiendo que lo más importante de un trabajo así es el absoluto bienestar del protegido, ¿no? Entonces, si tuvo que romper esas condiciones, no fue con intención de ofender a la autoridad, él se vio obligado a hacerlo para cumplirme una promesa—. Él no volteó, sólo la escuchaba admirado.

—Explíquese. ¿Insinúa que alguien lo obligó a quebrantar las condiciones?

—No, no exactamente, por favor, no me malinterprete, déjeme que le cuente la historia... Sucedió que en el otro mundo cuando yo era chiquita, una vez empecé a tener un sueño, uno en el que me veía a mí misma correr, escapando por un bosque fantasioso, queriendo huir de algo, para que me entienda, de una enorme sombra humeante y oscura. —El murmullo alarmado del jurado se esclareció—. Al principio lo consideraba una pesadilla como cualquier otra, pero resultó ser frecuente, y más que un sueño parecía una realidad, eso me intranquilizaba, me hizo dudar de mis propios cabales, casi pensé que estaba volviéndome loca, y no le niego que vivía atemorizada, tenía mucha incertidumbre.

—Esto no estaba contemplado —se escuchó debatir al jurado.

—¡Silencio, honorables deidades! —pidió la Justicia ante la desprolijidad de la sesión.

—Yo quería, necesitaba saber qué significaba, y por qué me atormentaba, ¿creen que eso era un bien para mí? ¿Creen que eso era sentirme protegida? No tenía una vida normal. Fue entonces que un día apareció Ethan con la intención de librarme, para que yo entendiera lo que me estaba pasando, pero no crean que me lo dijo de su propia boca. ¡No!. Él fue muy discreto, solamente me lo insinuó con pistas para que yo pudiera recordarlo todo por mí misma y estar tranquila, me dio esa tarea a mí, planeando que practicara el hecho de proponerme conseguir algo, para que aprendiera a luchar y deducir por mí misma las cosas, y cuando después de años por fin lo conseguí, logré quitarme todas las dudas que me hacían considerarme loca.

—¡Dije, silencio, deidades! —Su eco fue un reto.

—Le rogamos nos disculpe —dijo el Perdón.

—Lurian, continúe...

—Por fin descubrí la paz al recordarlo, es cierto que me entristecí al recordar lo que sucedió con mi familia, con mi mundo y la razón de mi traslado allá, pero lo que importaba era que al fin sabía lo que me pasaba, así que, su señoría, aunque lo tuviese prohibido, fue una forma de protegerme del sufrimiento y desesperación que sentía por no entender. ¿Entienden ustedes ahora por qué él se vio obligado a violar las condiciones? Si querían que me protegiera con lo acordado, jamás lo hubiese conseguido, porque a mí me quedó una parte de ese pasado que debió ser borrado. ¡Lo que veía en mi sueño fue lo único que no llegaron a quitarme de la mente cuando me transportaron, así que la próxima vez que quieran borrarme la memoria, asegúrense de que sea completamente! —La determinación con la que narraba los hechos la llevaron a exaltarse. Su abuelo se paró junto a ella para contenerla—. Además, considero que su objetivo de protegerme lo cumplió, y no sólo eso, hizo trabajos extra, extrajo mi energía para dársela a mis amigos, acudió cada vez que lo necesité, me ayudó a crecer... —Ethan no se contuvo a voltear esta vez sobre ella—. Espero que lo considere y perdone a mi protector, porque eso es lo que es, y mucho más... Un castigo no sería justo. ¿No les parece que en vez de eso, se merece una premiación? —cruzó sus brazos con gesto de lógica.

Todos se quedaron mudos y analizando, Ethan expandió una sonrisa vivaz, y el abuelo asentía dándole la razón. De repente, Luna, como si reaccionara, no podía entender de dónde había sacado tanta fluidez para dar sus argumentos;

—Rey Joshep, ¿usted estaba al tanto de esto? —La justicia estaba desconcertada.

—No realmente, su señoría, pero, si pide mi opinión, le diré que las palabras de mi nieta me fueron más que convincentes para saber que el error es nuestro, la culpa recae en nosotros al pasar por alto la irresponsabilidad en la anulación de su memoria. El muchacho hizo lo correcto resolviendo la situación que perjudicaba el bienestar de mi nieta —reconoció el anciano.

La justicia entonces salió de su atrio, eso era muy inusual, y, llevándose el libro negro, se reunió con el personificado jurado por delante de las gradas; debatieron unos minutos hasta que volvieron todos a sus correspondientes lugares. Unos instantes después, la Justicia caminó arrastrando su vestidura de luz y llegó delante de Ethan. Del libro salió la reciente página y se evaporó en el aire como si no hubiese existido; recién entonces le dijo:

—Señor Kemblast, este jurado Cylarino ha concordado por decreto unánime, nombrarlo... inocente de todos los cargos y acusaciones adjudicados en su contra, estamos a su favor, y le ofrecemos nuestras gratas disculpas, también esperamos que acepte nuestras felicitaciones por su impecable trabajo de protección, seguirá efectuando su labor con nuestra princesa por tiempo indeterminado, pues queda usted absuelto de una condena. —Ethan consintió pestañeando sin aportar dicciones. Luna y su abuelo festejaron procurando no hacer escándalo—. ¡Y así finaliza esta sesión!—. La Justicia le extendió la rutilante mano, y él, con entusiasmo le dio la suya, sintiendo divinidad en todo su ser, hasta que las imágenes, tanto de ella como las de todo el jurado, se fueron desvaneciendo.

—Gracias por tu ayuda, abuelo.

—Yo no hice nada —le guiñó el ojo, y ella, luego de sonreírle, miró hacia el lugar de Ethan, pero ya no estaba ahí, así que miró a la salida, pero tampoco lo encontró.

—Disculpame, abuelo, me voy a adelantar al castillo, ya me sé el camino —le dijo temiendo su desaprobación—. Los chicos deben estar inquietos.

El rey Joe antes de dar una respuesta corrió la manga de su traje y observó lo que parecía un aparato tecnológico que ella no alcanzó a distinguir. Algo en su mirada le aseguró una corroboración.

—¡Justo a tiempo! —expresó—. ¡Anda, ve con él, es decir, con ellos! —corrigió—. Pero ten cuidado, cúbrete bien, yo voy justo detrás de ti —contestó saliendo de entre medio de los asientos.

Luna corrió por la pura tierra hasta dejar la sección, se calzó rápidamente y abandonó el Templo. Por esos rumbos, iniciaba una vez más el bosque, y Luna, con la intención de regresar al castillo, a la vez lo buscaba con la mirada entre los lados, sin importar que fuesen claros u oscuros, pero de pronto, escuchó un ruido de hojas pisándose por entre los árboles y abundantes arbustos cerca del camino, así que siguió el sonido por fuera del sendero adentrándose al follaje. Casi no veía nada por donde iba, y sin saber lo que estaba haciendo, traspasó el ramaje, llegando a un interior más espacioso. El sonido de alguien caminando ya no la distraía y se quedó viendo el paisaje fantástico. No tuvo miedo de las advertencias, estaba feliz por lo que acababa de ocurrir. Se sentía invicta.

—¿No te dijo tu abuelo que el bosque es peligroso?... —Luna volteó sin saltar pero asustándose por dentro al escuchar esa aserción.

—¡Ethan... acá estás! —Involuntariamente se alegró. Sintió ganas de abrazarlo, pero no lo hizo.

—Sano y salvo gracias a ti... No sabía que te importaba tanto —dijo jugando.

—Tonto, era lo justo —contestó evitando que él la gastara por lo ocurrido—. Sólo dije lo que tenía que decir, ni siquiera sé de dónde me salió todo eso —se miraron profundo—. Bueno, hubiera sido injusto que te castigaran por algo que no tuviste la culpa.

—Tus deducciones parecieron ensayadas con tiempo, fue lindo que me defendieras —apreció serio y fascinante—. Ahora sé que el asunto te quitaba el sueño.

—Yo, yo no te defendí, sólo quería que... que aceptaran su... error... equivocación. —Se agachó para tomar una piedra y tener entretenida su incomodidad.

—No te excuses, noté tu cara de desesperación por mí —insistió en molestarla mientras hundía sus manos en los bolsillos.

—Me preocupé... como... por... cualquier otra persona... —comentó mirando hacia el cielo.

—¿Y por qué tartamudeas tanto ahora? —comenzó a acercársele.

—No estoy tartamudeando —retrocedió ella.

—Estás nerviosa —Insistía él en aproximarse.

—¡No lo estoy!... —gritó con ojos disconformes.

—Sea como sea —se calmó él—. Te lo agradezco, princesa —volvió a ser cortés mientras se dirigía hacia los arbustos.

—Esperá, ¿a dónde vas?

—De vuelta al castillo... ¿O acaso querés que nos quedemos un rato más aquí? —volvió el estilo sugerente.

—¡Por supuesto que no! —Y se adelantó mostrando que quería irse. Ethan la miró batiendo su flequillo pensando que a veces no podía evitar ser travieso con ella.

—¡Vamos! No es para tanto —indicó yéndose, no obstante, tornando el sendero, conversaron plácidamente.

—Ethan... —Su voz encerraba misterio.

—¿Sí? —Le susurró levantando sus ojos turquesas.

—Decime, ¿cómo supo la Justicia todo lo que hiciste? ¿Lo que hicieron Cristian y Nacho? ¿Será que tiene ojos en todos lados?

—No en todos lados, Luna, sólo si se trata de asuntos con el otro mundo.

—¿Cómo?

—Ya sabes, como aquí todo lo que existe es la representación del bien y el mal del otro mundo, el mundo humano, la Justicia sabe cuándo y cómo interfieres, sobre todo si se te ha dado una misión específica como las que nos dieron.

—Ahh... entiendo...

—Pero no estoy seguro de lo que pasa cuando se trata de una misión aquí.

—¿Entonces?

–Claro, si por ejemplo a alguien le asignan una tarea y no la cumple con responsabilidad, o si comete actos ilícitos, supongo que sólo se entera si es atrapado, sino, no creo que pueda tener ojos para eso... De no ser así, tu abuelo no hubiese inventado a Pockly.

—Mi ave amiga registradora... La recuerdo —ruborizó su tez cobriza—. Y siendo así, ¿no es más probable que se cometan atrocidades? —Luna se sintió bien sabiendo que, por primera vez, Ethan le respondía preguntas.

—Sí, aunque no, porque no olvides que pertenecemos al lado del bien, realmente no debería pasar, pero después de los hechos que ya conoces, Seráfica viene corrompiéndose, y el equilibrio está en peligro; es lo que intenta salvar Joe —explicó seriamente.

—Entiendo... —Ella estuvo a punto de preguntarle por el papel que jugarían sus amigos, sin embargo, le había quedado otra duda—. ¿Pero habrá problemas con esto? Es decir, la Justicia salió de su lugar para disculparse, la pusiste en una especie de aprieto, revelaste que no siempre lo sabe todo.

—No debe ser la primera vez que le pasa, Luna, la Justicia no siempre lo sabe todo, en la tierra humana, las personas la manejan y aún así muchas veces se equivocan. Viven rodeados en una sociedad mezclada de valores buenos y malos, que son los que representamos y protegemos aquí.

—Sí, el mundo humano tiene sus contradicciones, fue interesante vivirlo de cerca. Pero también creo que son geniales... —Lo miró sonriendo, lo cual la hizo sonrojarse al ver su expresión denotativa.

—No olvides que soy humano, y los humanos no son considerados los más dignos de la espiritualidad de seráfica...

—Lo tengo claro, sos un cylarino para mí —se regalaron un momento de miradas—. Pero entonces, ¿por qué aceptarían a cuatro humanos? —se refirió al tema crucial.

—Porque confían en ti, Luna, en tu poder. Jamás lo pondrían en duda, y yo tampoco —su voz en la oscuridad la contuvo, pero, siendo que podía tomarlo de consultor, no desperdició un segundo.

—Una consulta más, en el momento en que sentí la profunda necesidad de expandir mi interior, ¿cómo hiciste para que el lago creara reliquias para mis amigos?... ¿Ellos no tenían que sumergirse?

—No olvides que... —tomó aire, y Luna temió que le respondiera con travesuras o enigmas—. Nuestro gran lago espejo tiene un agua muy pura. La composición de sus geodas se da con una precisión que no es posible en el otro mundo, sólo aquí, creando los cristales en formas que la sabia naturaleza del cosmos talla a la medida de los seres, o eso sé... —Luna se quedó absorta, jamás lo había escuchado explicarle tantos detalles—. Como tus amigos tienen una conexión especial contigo, yo sólo transmití eso por medio de mi reliquia.

—Sí, me pediste que la sostuviera... —se sonrojó.

—No estaba seguro de si iba a funcionar, pero había que intentarlo. Tu abuelo estuvo de acuerdo. Dijo que si funcionaba, si el lago les daba reliquias a partir de tu sentimiento desesperado de naturalidad, ellos serían elegidos como parte de esta naturaleza, serían el arma que necesitamos para lo que vendría.

—Sí, eso... Mi abuelo tiene un plan entre manos que aún no me cuenta...

—Así es, Luna, por tal razón él decidió traerlos. Ahora entiendo que, por estar pronta mi causa, no pudo compartirme la información. Yo no sabía que sería el día de tu fiesta de cumpleaños. Lamento eso. Tus hermanos se me adelantaron —dijo con impotencia.

—Está bien... Olvida eso... Mi abuelo confía en vos, no tuvo alternativa —Luna sintió por fin que podía cerrar un ciclo, pero que estaba a punto de iniciar otro, uno realmente complejo—. Vayamos a ver qué dice, tal vez ya pueda contarme el plan —se detuvo—. Ay no, no me di ni cuenta de que estamos hablando cosas importantes y el bosque puede tener oídos.

—No te preocupes, hija —llegó Joe justo detrás de ellos.

—¿Abuelo? Perdón, yo...

—Vamos adentro... —señaló las puertas postreras del castillo próximo—. Tus amigos ya están atendidos.

—¿Vas a explicarles el plan?

—No, tengo una mejor idea, necesitamos que crean en esto, de manera que todo está preparado para que ellos lo descubran por sí solos —esa frase le sonó conocida.

—¿Cómo, qué vas a hacer?

—Shhh, aprovecharemos la bruma soñolienta que acaba de crear el Major.

—Ahh... —se quedó asombrada sobre el rostro ecuánime de su protector—. ¿No me dijiste que no podía hacerlo siempre? —A Luna aún le costaba desacelerar su curiosidad por todo.

—Y es cierto —dijo el rey Joe— pero esta es una excepción...  


MUCHAS GRACIAS POR CONTINUAR LEYENDO ESTA FANTASÍA. 

ESPERO QUE TE ESTÉ FASCINANDO

NO TE PIERDAS LO QUE SIGUE, LOS AMIGOS REVELARÁN EL PASADO Y SABRÁN POR QUÉ FUERON ELEGIDOS.

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