13-En las puertas de Cylareos (parte 2)
EL CASTILLO SERÁFICA
Allí estaban todos ingresando al mismo salón. Mientras daban pasos de variadas intensidades, Luna sentía unas cosquillas punzantes en todo su interior por saber que, en cuestión de segundos, sus amigos conocerían la verdad sobre quién era ella y de dónde venía. Al mismo tiempo, los cuatro amigos no pudieron evitar amoldarse al pensamiento de que si los príncipes líderes y sus sirvientes eran así de severos, cómo sería el tal rey a quien hasta el más temible se acataba a sus disposiciones; no podía sino generarles pavor en la imaginación. En la cúspide del interior, había una órbita de oro colgada de una columna adjunta y sonó como una escudilla ante la llegada del particular grupo.
—¡Ya están aquí! —anunció una voz proveniente de algún rincón sobre el que se veían senderos y largos pasillos.
A los amigos ya no les quedaban expresiones para mostrar lo que sentían, y menos cuando descubrieron cómo era el cristalino castillo por dentro. Los tonos pasteles pintaron sus retinas en modo acuarela fantasiosa. El salón principal presentaba un techo abovedado de colores nocturnos, con estrellas, espirales y astros suspendidos sin horizonte, englobando el fondo como paredes infinitas. Con vistas dilatadas observaron las pilastras de un radiante sólido vestidas con enredaderas de flores; eran columnas enfrentadas flanqueando los costados de un sendero con dibujos estelares que parecían ser creados con maquinaria de ciencia ficción.
Alzaron la mirada con deslumbre y descendieron por los árboles de grandes proporciones que crecían a los lados, con unos tornasoles brillantes, creando un ambiente natural apacible como una floresta fantasiosa. Sobre el final se alzaba la cumbre, una sede imperial digna de la majestuosidad concretada en un asiento trono, rodeado por una aureola de luz azulada y un principal sendero por detrás del que no se llegaba a ver su final.
Ethan, yendo adelante, caminó libremente por el curso vertical iluminado. Luna tenía cierta detención, había olvidado todo eso, se lo habían borrado dándole otra vida, otra historia, pero luego de recuperarlo y verlo nuevamente, recordaba cada rincón como si fuera ayer, sólo que la esencia había cambiado, parecía faltar plenitud en el bien que representaba el lugar, como si tuviesen una profunda herida difícil de sanar, desangrándose a cada paso, y luego de haber vivido con una identidad y una especie distinta, se sentía muy extraña.
Detrás venían los amigos pegados unos a otros algo inseguros de pisar firmemente y sin poder despistarse de los refulgentes contenidos que no cabían en palabras. Después del primer intento de voltear, ya no lo volvieron a hacer, pues los escoltaban los extraños líderes, el Major Kemuel y el Minor Zadquiel, lo cual resultaba amenazador. Una vez más, los cuatro coincidieron en un pensamiento, el lugar estaba vacío, no era el típico encuentro o presentación ante un supuesto rey, faltaban en todo caso, público, sirvientes, bufones, vasallos, y todos los personajes medievales típicos que se esperan ver en un castillo semejante; el lugar entre quimérico y futurista los obligaba a querer decodificar zonas conocibles, de confort, de libros o películas.
—¡¿Abuelo?! —Luna lo avistó desde la mitad del camino, esperó un momento, y comenzó a subir hasta el trono para nuevamente encontrarse con quien aparecía detrás de éste. Los demás, esperaron al pie de la escalonada.
—¡Mi niña, aquí estás otra vez! —su voz era realmente amigable—. La dicha de poder volver a verte, escucharte... es una alegría que tal vez no merezca —dijo mientras la miraba directo con cara sufrida.
—No digas eso, abuelo, ya, tranquilo...
Los amigos interconectaron miradas.
—Es que sabes que me vi obligado a tomar decisiones en el pasado que en realidad no quise, como alejarte a ti y a tu madre de mi lado... —agachó la cabeza casi queriendo llorar.
—Hiciste lo que había que hacer, pero ya olvidemos eso, ya estoy acá, y eso es lo que importa...
—¡Qué bueno que ya estés de regreso! —le dijo y se acercó para abrazarla. De inmediato, miró por su hombro al protector de su nieta—. ¡Ethan! También me da gusto verte otra vez... —Y con un gesto le indicó que subiera. Él lentamente caminó hacia el señor—. ¡Oh, muchacho! Siempre yendo y viniendo! ¡Cuántos devaneos tuviste que soportar, sólo déjame verte! —Le palmeó el hombro mientras lo contemplaba. Ethan permaneció serio—. Qué radiante estás... ya como todo un hombre... —Él se incomodó, esperaba que le dijera algo sobre lo sucedido.
—Gracias, señor, usted se ve genial, si me permite, yo quisiera decir que...
—No digas nada, muchacho, "nada" está bien por ahora -resolvió muy de cerca—. Oh, ¡Kemuel! ¡Zadquiel!, mis queridos y radiantes nietos, gracias por ocuparse de mi pedido, un excelente trabajo como siempre —reconoció contento y exagerado.
—Para servirte, abuelo —verbalizó el Minor desinteresado.
—Sí, lo que tú digas, abuelo —vocalizó el Major con algo de apatía.
—Soy un ser afortunado, ¿viste qué grandes están tus hermanos, mi niña? Ya deberíamos estar festejando sus bodas... —dijo el rey con más de una intención en sus palabras, y los gemelos se miraron serios mientras Luna sonrió divertida.
—¿Hermanos? —Dylan sorprendido, esbozó con voz baja a los demás.
—Sí, sí, dijo "hermanos"... —afirmó Milena.
—¿Pero qué tenemos aquí? —El señor miró a los cuatro modestos en el medio del camino—. ¡Acérquense sin pudor! —Los invitó amablemente.
Ellos de forma lenta se asomaron al pedestal y, como si algo les hubiese pasado al mismo tiempo, se impulsaron a arrodillarse como una respetuosa reverencia. No se sabe si por cansancio, si por mareo o por aceptación, pero pareció que asumían la situación aunque no tenían ni idea de lo que estaba pasando, ni dónde se hallaban.
Ellos nunca habían estado frente a un rey, pero conocían las modalidades obvias y no pudieron resistirse. Él se quedó unos segundos viendo lo que hacían, mientras descendía por los escalones hasta el suelo tecnológico. Sincrónicos, Luna y Ethan se miraron, él le dio una suave coreespondencia y ella desertó entrecortada. Los líderes hermanos se codearon.
—¡Por favor, ¿qué están haciendo?! —les dijo con su gruesa voz adulta y un español sin acento, pegando su semblante, por lo que ellos espiaron quedadamente...
—¡Levántense! ¡De pie! ¡No quiero que hagan eso!
Dudosos de lo que escuchaban, no se animaban a abandonar su tendencia.
—Pero... nos dijeron que usted es un rey —se dispuso a afirmar Milena sin mirarlo directo, entendiendo parcialmente el significado de todo aquello.
—Sí, soy el rey, ¿pero y qué? Con esa postura no puedo verles las caras, ¿y tendría algún sentido? Claro que no, ustedes no necesitan hacer eso, son mis invitados.
Más convencidos se fueron parando para animarse a mirarlo totalmente.
—Mi nombre es Joseph Cándido Seráfica, pero pueden llamarme Joe, o rey Joe, o como prefieran dirigirse a mí sin que suene demasiado formal —les guiñó uno de sus ojos color menta, arrugando su pómulo, infundiendo confianza.
Los amigos vieron al abuelo de Luna, un hombre anciano, algo robusto, de canoso cabello medianamente largo. Mientras lo escuchaban presentarse y desenrollaban sus posturas, contemplaron su traje blanco con un chaleco azul, y notaron que no llevaba ninguna corona sobre su cabeza, ni joyas, ni nada suntuoso, sólo un rostro agradable de bigote y barba, que infundía bondad al sonreírles. En definitiva, no lucía como un rey de castillo, parecía el administrador de una embajada por su pulcra presencia. Cuando por fin los tuvo parados de frente, ellos experimentaron la sensación de una esencia pacífica y agradable, de manera que se fueron calmando y dejándose llevar por lo que pasaba, aunque no lo entendieran todavía, pero les dio cierta calma descubrir su hospitalidad sincera en cada gesto facial.
—Ahora sí, ¿cómo están? —les dijo y le tendió la mano al primero de su izquierda—. ¡Dime tu nombre, muchacho!
—Soy Dylan... —le dijo respondiendo con la suya y con una atenta mirada.
—Hola, Dylan... ¡Tienes fuerza en esa mano! —consideró, e indudablemente, Luna se sonrojó. El abuelo siguió hacia la derecha—. ¿Y tu nombre, joven?
—Me llamo Joel, señor Joe —dijo apresuradamente reconfortado en la bienaventuranza que impartía su aura, y sonrió con sus braquest al darle la mano.
—¡Joel, me gusta esa confianza! Y qué divertido, tu nombre y mi abreviación sólo se diferencian por una L —comentó con humor y siguió.
—Tu turno muchacha...
—Milena... Me llamo Milena —forzó una sonrisa invadida de decepción por no comprender la situación.
—¡Pero qué pedazo de jovencita temperamental! —opinó, y el Minor y su sirviente Zohar echaron una mirada—. Por último preguntó—: ¿Y cuál es tu nombre, pequeña? —Le tendió la mano.
Ella, que parecía estar observando algo llamativo del asiento trono de la tarima, descruzando sus brazos para corresponderle, casi forzando su dialecto, aguda afirmó:
—Ámbar... Maciel... —Entonces le dio la mano con apriete.
—¡Pero qué criatura más delicada! —dijo encantado, y esta vez, Ethan y el Major arrojaron su mirada por instinto. Ella sonrió incómoda.
Por unos segundos nadie acotó nada. Los cuatro se quedaron expectantes de una resolución certera. Debía ser este el momento en que se aclarara algo.
—Impresionante, simplemente impresionante —apreció Joe—. Espero que el trono no los intimide, sólo es parte del doctorado y le sirve a mis dolores de cintura -alegó confianzudo, y volviendo a su atrio, colocó una mano en el hombro de Luna, y la otra, en el de Ethan, anunciando—: ¡Dylan, Joel, Milena, Ámbar! ¡Bienvenidos al reino Seráfica, y al mundo de Cylareos por cierto, la tierra del bien y el mal!
—¿Tierra? ¿Pero...? ¿En qué país estamos? —preguntó Dylan.
—¡País! Ja —le causó gracia al rey, y mirándola a su nieta, investigó—: ¿Aún no les cuentas que ya no están en...?
—¡No, abuelo! —tosió Luna llenándose de nervios—. Aún no les pude explicar nada... Como me dijiste, esperaba que vos lo hicieras.
—Es cierto, es cierto. Eso dije, ya quedó claro... Sabia decisión... —frenó para pensar—. Muchachos, ¿saben qué? Descansen por hoy, relájense, mañana al salir el sol les contaremos lo que sucede...
—¡¿Mañana?! ¡No, cuéntenos ahora!... —Milena ya estaba empezando a enojarse.
—Amigos, por favor, tienen que estar descansados y bien despiertos para eso, será por la mañana, no hay discusión. La paciencia es el primer paso para obtener lo que se desea... —dijo tan pacífico que parecía un párroco dando un sermón, lo cual provocó un silencio largo como si se quedaran apreciando el eco.
—¿Mañana, abuelo? ¿Y por qué no ahora? —Luna, apiadándose de la desorientación de sus amigos, le preguntó en secreto, pero él no le respondió, solamente se dirigió al primer hermano.
—Mi magnífico Major Kemuel, ¿puedes llevar a los muchachos al Salón Degustación?
Y el líder dibujó su típica hendidura soberbia al tiempo que se direccionó para guiarlos.
—Será un placer... —murmuró siniestro.
—Les pido que lo sigan —indicó el rey Joe. Parecía que no habían hecho otra cosa durante toda la noche. Resignados, sin oponerse, avanzaron tras él adentrándose por un largo corredor, mientras el anciano les gritó una frase inspiradora—: ¡Que el bien vaya en su camino!
Tenían ganas de patalear pero no tenían la energía para hacerlo, estaban agotados y hambrientos, escuchar el calificativo de un salón que incluía alimento, fue suficiente para convencerlos de no perder más tiempo y dejarse guiar allí.
—Mi brillante Minor Zadquiel, ve con tus asistentes a vigilar que sus habitaciones sean adecuadas y tengan el guardián correspondiente —le indicó el abuelo rey, y el segundo hermano asintió para marcharse con Zohar y Jalil—. Por lo que respecta a ti, estimado Ethan, acompaña a Luna a cambiarse de atuendo. —Esa afirmación provocó que ellos se lanzaran una mirada engorrosa para luego evadirla. —Aunque pensándolo bien... —continuó diciendo—... Hija, tú vendrás conmigo, y tú, mi fiel Ethan, luego te daré novedades, pero ahora mejor ve a supervisar a los invitados, no quiero que se asusten de más..., tú ya sabes, sólo ve con ellos, asegúrate de que estén bien atendidos.
—De acuerdo, Joe, así lo haré, y esperaré sus novedades —recalcó, y le regaló una mirada más a Luna para luego irse por el pasillo entre medio de los árboles del lugar, con la sensación resguardada de que el rey aún lo consideraba digno de confianza.
Por aquel camino, el enigmático líder y los cuatro amigos ya iban unos cuantos pasos adelante, rumbo a una nueva sala. Ninguno decía nada, calladitos lo seguían como perros dependientes. Sin embargo, Milena no aguantó más la situación, apartó el cansancio que traía de abrigo y se plantó.
—Ey... vos, Kemul, Kemuel, o como te llames...
—Major, hermana, lo dejó bien claro... —la corrigió Joel.
—Sí, sí, como sea. ¿Piensan que podemos esperar hasta mañana? —preguntó decidida, y su hermano le hizo un gesto para que se callara, pero ella lo ignoró. El enigmático frenó al instante y se volteó con la mirada vuelta un peligro.
—Ahí vamos de nuevo... —susurró Ámbar.
—¿Milena, verdad? —La miró formando su mueca atractiva y maligna—. ¿No puedes mantener la boca cerrada, cierto? —le dijo sereno con tono de burla y ojos entrecerrados.
—¿Pero qué te pasa? ¿Siempre sos así de malhumorado? —le contestó desafiante ella.
—Ya, hermana... Quedate en el molde aunque sea por esta vez —intentó sosegarla Joel, mientras Kemuel se le aproximó.
—¿En verdad te parezco malhumorado? —le preguntó lento al mismo tiempo que le clavó sus distintivas pupilas, tan de cerca que llegó a invadir su espacio personal de forma hipnótica—. No tienes idea... —expresó una mirada seductora y maléfica.
Ella, una vez más, no pudo contestar nada, sólo se quedó como tonta viéndolo hasta rendirse y bajar la cabeza. Su excentricidad no podía asimilarse de un solo vistazo. Joel y Dylan se miraron entre sí inconclusos, mientras que Ámbar observó la escena con oprobio. Luego, el Major comenzó a regodearse de su avasallante temperamento.
—Ya dejémonos de tonterías y avancemos —indicó.
—Tan lindo para nada —se quejó por lo bajo Milena.
Entraron por una puerta cuyo marco dibujada dos alas angelicales, las paredes seguían siendo de cielo estrellado; era un salón que perpetuaba los pulcros lúcidos, pero aquí había una larga mesa con sillas doradas, colgantes arañas del peculiar cristal, ventanales sobre los ilusorios muros con cortinajes afelpados en azul marino, y un mármol en los suelos tan limpios que hacían reflejo. Sobre los delicados manteles añiles de algodón, había vajillas metálicas con lo que parecían ser frutos de extrañas formas, de colores fuertes y transparentes como gelatina.
—¿Sorprendidos? —se regocijó el Major—. Les presento el comedor real. A Joe le divierte llamarlo "salón degustación", no sé qué obsesión tiene con describirlo todo... Me dará igual como quieran llamarlo ustedes. Ahora, adelante, ubíquense donde prefieran... —Esta vez fue cautivador con su tono.
Cuando los cuatro tomaron el ánimo de alcanzar la mesa, el exótico líder, con sólo mirar unos segundos fijo al centro y extender uno de sus brazos, hizo que las sillas retrocedieran solas, corriéndose para darles paso a sentarse. El acto lo realizó sin previo aviso, y aunque los amigos no podían creerlo y se retuvieron con impresión, para esa altura la percepción de las cosas estaba tan fuera de lugar en sus cabales que no podían huir despavoridos, por el contrario, era pura confusión lo que sentían sobre la cual intentaban dilucidar el supuesto truco.
—¡Vamos, siéntense! —volvió a sugerir el enigmático.
Así le fueron dando auxilio al cansancio de sus caderas, quedando todos de un lado cerca de la punta, pues en el instante en que se registraron en la pana dorada, una fuerza invisible salió de los ojos del personaje tras hacer miradas rápidas, y empujó a sus sillas arrinconándolos a la mesa. Ellos se asustaron dando pequeños sobresaltos y se miraron entre sí atónitos. Disimuladamente palparon los bordes para ver si podían descubrir el ardid de aquella morada. El responsable de los eventos mágicos se sentó de frente y no les quitaba la vista de encima; demasiado incómodo como para poder levantar la cara del suelo. De pronto, llegó Ethan.
—¿Otra vez contamos con tu presencia, Kemblast? —se solazó el Major, sereno y sobrador.
—¿Por qué no me dejas con ellos? Ya han tenido suficiente de ti por hoy —contestó insondable, y el excéntrico príncipe pensó por un momento.
—Oh, ya veo... Así que el abuelito soberano te envió, ¿no es cierto? Cree que contigo estarán mejor atendidos... Es increíble que aún confíe en ti... —infirió huraño, descruzando sus largas piernas y levantándose—. Bueno... reconozco el impacto que suelo originar, sé que mi compañía puede desatar aludes -comprendió arrogante.
Ámbar se importunó con aquello bajando los párpados al suelo, Milena hizo un gesto de burla para sí misma.
—Qué bueno que lo notes, si te parece, podrías retirarte ya y vigilar los alrededores —le sugirió Ethan con una pizca notable de prescripción. Los amigos sobresaltaron los ojos temiendo otra reacción combativa por parte del líder.
—Me resulta atolondrado el modo en que quieres darme órdenes esta noche, estimadísimo Ethan —habló elevando el cuello y los corazones de todos latieron de ansiedad—. Pero debo admitir que me ha gustado el ímpetu con el que has defendido tus convicciones... Bien hecho —le sonrió con un guiño de ojo controversialmente amigable, cuyo carácter socarrón impactó de modo entrañable en los chicos, principalmente cuando al pasar caminando junto a él, le palmeó la espalda.
A ninguno le sobró tiempo para entender su relación fluctuante entre rival y amical, pero Ethan apartó la mirada a una diagonal baja como un relámpago a punto de tronar; su gesto era la evidencia del coraje embarazoso en exposición, aguantando con estoicismo todo lo que se lo zarandeaba a su antojo.
—¿Qué onda con estos dos? —cuchicheó Milena a los demás quienes hicieron pliegues faciales de incomprensión.
—Si tanto te interesa su compañía, te la cedo, a ver si tú puedes cambiarles las caras de horror -continuó pícaro el Major, mientras caminaba aceptando lo propuesto sin contrariedades—. Pero cuidado con lo que les dices, Ethan, no te atrevas a faltarme el respeto otra vez... Ahora tienes la información —dijo con puntos suspensivos vibrando en la falta de vocablo alguno.
Verlo caminar asomando la impertinencia de sus ojos bravíos cambió el aura santificada del lugar por la sensación de un sueño lejano y perdido, casi como si asentara una melodía con acordes melancólicos a cada paso. Era tan idílico como misterioso. Pero de pronto, culminó su contradictoria esencia dirigiéndose a Milena:
—Espero que no me extrañes, presumida —y se rio de su propia provocación mientras se alejaba. Ella lo siguió con la vista.
—Uy... hermana, ¿qué pasó ahí? Parece que alguien te echó el ojo... —La cargó Joel.
—Ay, qué cosas decís... —fingió molestia, al tiempo que sonrió adrede-. No voy a negar que me agrada un poco su actitud de malote —los hizo reír a todos.
—Como sea, ¿por qué no comen un poco? —interrumpió Ethan—. Disculpas por estos alimentos, nosotros estamos acostumbrados a lo que crecen en esta tierra, pero si no les gusta o no pueden tolerarlo, lo resolveremos para mañana -comentó con amabilidad-. Traerlos aquí fue improvisado.
Ninguno contestó, los cuatro se quedaron observando los cuencos.
—¿Manzanas con forma de mariposas? -le llamó la atención a Dylan al ver que parecían palomillas.
—Las aladas, las más dulces del universo —dijo Ethan.
—¿Y estos cuadrados? —preguntó tímidamente Ámbar mientras señalaba un recipiente lleno de transparencias gelatinosas.
—Cubos del paraíso, demasiado agrios para mi gusto —comentó viéndola directamente, lo que provocó que ella tuviese una regresión erizante y mirara hacia el lado contrario.
—Se mataron con el nombre —le comentó Dylan a su hermana.
—¿Uvas mostaza? —preguntó también Milena.
—Las más impredecibles —le contestó Ethan.
—Como tus ojos... —respondió ella con un piropo, pero él miró al techo—. ¿Qué onda vos con el malhumorado? ¿Tan mal se llevan? —curioseó repentina.
—No es eso realmente...
—¿No? Pero bien que te tiró al piso... —recordó Dylan.
—Shhh, hermano —le susurró Ámbar procurando tacto.
—Sucede que es un ser... particular... —explicó Ethan ignorando el comentario—. No siempre puedes fiarte de su elegancia, y como yo no estaba al tanto de esto, sólo no confié, intenté ser cauteloso... —explicó desahogándose con quejumbrosa expresión tras su flequillo.
—Sí que lo fuiste... —se metió Joel—. ¡Te preocupaste por nosotros y le hiciste frente como todo un valiente!
—Sí, muy valiente... —protestó Dylan—. ¿Nos podes decir qué caraj* está pasando?
—¡Lo lamento, niño, no puedo! —fue cortante.
—Pero antes en la entrada estabas dispuesto a contarnos —dijo Milena, y Ámbar la acompañó con un asentimiento pronunciado—. Yo te escuché.
—Ya lo sé, pero acabo de descubrir que la orden de traerlos sí había sido del rey, y lo que Joe dispone no puede contradecirse, así que no soy yo el responsable de aclararles algo.
—Qué bárbaro, ya me imaginaba que vos no tenías ninguna autoridad en este lugar... —comentó Dylan con desdeño, pero Ethan lo desestimó, no tenía intención de discutir.
—Sólo... cálmense, quédense tranquilos, no es nada malo en realidad... —añadió compasivo en una sonrisa evocadora.
—Claro, los objetos se mueven solos, tenemos frutas raras para comer y estamos dentro de un gigantesco castillo cuando, hasta donde recuerdo, estábamos en un cumpleaños. Creo que no hay nada de qué preocuparse —le respondió irónico Dylan. Ethan le clavó una mirada táctica indoblegable.
—Dale, respondenos al menos unas preguntas, sólo algunas —hostigó Milena apoyando su mano sobre la suya.
—¡Ya! —se la apartó por debajo—. De acuerdo, será una pregunta para cada uno, y no más... —En su hastío, intentó tomarlo como un juego.
—Empiezo yo, empiezo yo —se lanzó Milena—. ¿Quién sos vos? —intentó gustarle con su pregunta.
—Ethan Kemblast... —respondió sin rodeos-. Siguiente pregunta.
—Ey, así no vale... —protestó ella.
—Ah, estuvo bien igual —reconoció Dylan divertido en una mirada con su hermana-. Ahora yo. El rey dijo que este lugar se llama... "Cyla... Cylareos", pero... ¿Qué es este lugar?
—Ingenioso, Dylan. Éste es un mundo diferente al que ustedes conocen. Siguiente pregunta —se rio Ethan en su afán de vencedor.
—Rayos, me jodió —el joven Maciel frunció el ceño con risa.
—Ah, pero no olvides que dijo que era la tierra del bien y del mal —se burló Milena desacreditando las características. Ethan levantó una ceja gozando un segundo de su descreencia.
—Bueno, voy yo —pidió turno Joel.
—Hacé una buena pregunta, hermano —recomendó Milena.
—¿Por qué nos trajeron acá?
—Bien, es fácil. Porque son los amigos de Luna, y Luna es... importante... es la nieta del rey, lo supieron más temprano —respondió ingeniosamente Ethan.
—Pero eso no explica... —murmuró Joel.
—Última pregunta —volvió a hablar Ethan llevando la mirada de auténtico Apolo hacia Ámbar.
—Nuestras familias —preguntó retraídamente— ¿saben dónde estamos?
Su interesante pregunta con tono afligido lo dejó perplejo. Tardó unos segundos antes de dar contestación.
—Lo saben, no te preocupes por ellos —dijo mientras le sonreía con ternura y batía su grueso cabello negro.
—¿Y qué pasa en este lugar? Está algo... solitario, y es enorme. ¿No tienen personal? —metió otra pregunta Dylan—. Dale, contestanos esto aunque sea...
—Está bien, esta va de bonus, sólo porque tienes una hermana muy... inteligente —observó comprimiendo los párpados.
Milena y Joel cruzaron ojos histriónicos de chisme.
—¿Qué dijiste? —por un segundo activó los celos de Dylan pintando de incomodidad los pómulos de Ámbar.
—Claro que hay serviles —prosiguió el joven de rasgada mirada azul— pero en ocasiones se pide exclusiva privacidad y discreción —explicó con reserva, entonces ninguno más hizo preguntas, simplemente comenzaron a quejarse del cansancio que traían encima.
La noche se acrecentó y los amigos aún no caían en dónde estaban ni para qué, pero intentaron sosegarse. Entre el silencio, las imágenes de todo lo reciente vivido parecía aturdirlos y provocarles cierto mareo, tanto que tuvieron que quedarse un rato sentados poniéndose a prueba para degustar la comida frutal, sin tener la intención de levantarse.
Mientras tanto, Luna y su abuelo estaban conversando de vuelta en la oficina del Consejo Real. Ella intentó hacerle un resumen de sus años como humana sin memoria, de cómo había conocido a sus amigos, las pesadillas del pasado y cómo había sido interrumpida su fiesta de quince años. Por alguna razón, evitó momentáneamente mencionarle la ayuda de Ethan con sus recuerdos. De pronto tocaron la puerta y el anciano se dirigió a atenderla. Era Elisa, la asistente y mano derecha del rey, una señora muy pulcra y diplomática, cuyo cabello blanco lo traía atado en un rodete y arrastraba la tela de un largo vestido verde.
—¡Joe, rey Joseph! —se le dirigió.
—¡Elisa! ¿Qué sucede?
—Señor, acaban de informarme que la audiencia con la justicia, referente al castigo de los señores Caramés, se llevará a cabo en veinte minutos.
—¿Veinte minutos?
—Así es, y pidieron la presencia de la señorita, ¿cree que podría facilitarles su requisito?
—Estoy seguro de que no habrá inconveniente, dales aviso, por favor.
—Sí, señor, como disponga —respondió, y el rey volvió con Luna, esta vez sin su sonrisa frecuente.
—¡Hija, acércate! —la inquirió. En el silencio acontecido, ella se paró para averiguar qué sucedía.
—¿Abuelo? ¿Qué pasa? —le preguntó nerviosa.
—Escucha, mi niña, tienes que acompañarme ahora mismo al Templo Divino...
—¿Para qué?
—Van a dar la sentencia de Eleasar y Alan Caramés, a quienes conocés como Cristian e Ignacio Devríes.
—¿Sentencia? ¿De qué me hablás, abuelo?
—Consideraron que... sus trabajos designados para protegerte en el otro mundo como padre y hermano, no fueron cumplidos, sino corrompidos...
—¡Ay no puede ser!... ¡Sus castigos!... Pero ellos no... —intentó en vano explicar.
—Sé a lo que te refieres, ellos no eran los designados originalmente, pero cuando se te asigna un trabajo del reino, debes esforzarte por cumplirlo, no importa su índole.
—Sí... lo entiendo —comentó afligida e inmediatamente pensó en Ethan preocupada, que por cierto también estaba pensando en ella desde que se fue.
—¿Ahora entiendes por qué preferí evitar hoy una explicación a tus amigos? Porque esta misma noche es el juicio y no podemos atender dos asuntos tan complejos a la vez —explicó Joe.
—Está bien, abuelo, pero entonces, ¿por qué los trajiste precisamente esta noche?
—Bueno, traían puestas las reliquias al mismo tiempo... Por otro lado... se cumplió el plazo y tu madre debía ser asistida, no podíamos esperar más...
—Tiene bastante lógica. —A pesar de que sentía una herida principal en su interior sin saturar, no quiso contradecirlo.
—Me temo que, cuando tus amigos reciban una explicación, no será nada fácil contenerlos. Por hoy ha sido suficiente. La incertidumbre los dejará expectantes; el deseo de saber, la no objeción de quedarse. Al menos por esta noche.
—Lo comprendo, Abuelo. Entonces vamos —dijo con un junte de sus cejas.
La noche entre la confusión y la ajenidad comenzó a perpetuarse flemática y hastiosa para los trémulos amigos que no tenían idea de lo que les esperaba, pero podían empezar a intuirlo en el ambiente; algo importante debía significar toda esta densa fantasía que los había atrapado. La idea de que esto fuera real comenzó a parecerles ciertamente improbable puesto que los cuatro lo palpaban al mismo tiempo, y en ese caso se preguntaban: "¿quién de ellos podría estar soñando incluyendo a los demás?"
Mientras tanto, por sugerencia de su abuelo, Luna se había cambiado de ropa, remera y calza cómoda, para colocarse una capa y cubrirse el rostro. Luego, ambos atravesaron el parque posterior del castillo dirigiéndose a una salida que llevaba directamente al Templo Divino.
—¿Crees que los van a castigar mucho, abuelo? —preguntó.
—Yo no puedo cerciorarte eso, mi niña.
De pronto, por un atajo que pocos conocían, entre los caminos del jardín Real, alguien marchaba aproximándose al interior del castillo con mucha libertad, y al escuchar susurros por lo íntimo sobre un sendero adjunto, decidió esconderse tras un árbol en la oscuridad, pues su afán de enterarse lo venció de apartarse. Descubrió al rey Joe Cándido en una de las dos identidades, pero a la otra no la decodificó claramente, sólo obtuvo una sospecha obstinada. Así fue que este sujeto ingresó a la parte cubierta del castillo, tenía una incertidumbre que deseaba revelar, lo impacientaba, lo consumía como si no pudiera dominarse a sí mismo, puesto que se apresuró a llegar al salón principal donde se topó con la tutela de la autoridad.
—¡Elisa!... ¿Cómo le va? —saludó reservado remangándose la ensamblada camisa blanca de bolados.
—Señor Lambert, ¿otra vez paseando por aquí? —intentó de alguna manera detenerle el paso.
—Eventualmente. ¿Dónde están todos? ¿Y las deidades? —Su tono correcto era notablemente falso.
—Resguardadas, pero no puedo decirle el motivo.
—Ajá... ¿Se encuentra el rey? —se hizo el que no sabía.
—No... en este momento está atendiendo un asunto...
—Muy bien, entonces lo esperaré en el comedor, ¿qué le parece, baby?
—No es conveniente. No regresará hasta mañana —comunicó evadiéndolo.
—¿Y los gemelitos dónde están?
—Si te refieres a tus líderes, también... atienden un asunto... —añadió girando la tela pesada de su vestido.
—¿Qué está pasando? ¿Tan importante es ese asunto?
—Lo es, así que por la autoridad que me confiere mi puesto, voy a pedirle que regrese a su residencia y vuelva en otro momento. Conoce el atajo, ¿no?
—Comprendo... —dijo terminante—. Por supuesto —y se fue con una forzada sonrisa.
Al regresar por los jardines se escondió un momento, y en cuanto espió que Elisa se había ido, corrió por el salón y, pareciendo buscar a alguien específico, traía una mala cara que no demostraba pasividad. Husmeó por todos los salones que pudo, y cuando estaba llegando al comedor real, pudo ver de lejos que había un vigilante encapuchado cuidando la entrada, cosa que lo forzó a detener su idea de curiosear e hizo lo que hasta ahora le venía funcionando, esconderse detrás de un árbol. Si estaban custodiando este sitio, debía haber algo realmente valioso del otro lado.
De pronto se le ocurrió un plan, convocar a dos figuras de luz, las deidades de la Curiosidad y Hospitalidad para que se apersonaran; dedujo que, si debían estar resguardadas y aparecían allí, sería una buena distracción para alejar al vigilante del ingreso. Al instante, se colocó unos nudillos cristalinos en su mano derecha y, cerrando los ojos, convocó a las deidades, pero no estaban respondiendo con facilidad, lo cual le extrañó, sin embargo, al rato sólo la Curiosidad acudió a su llamado. Una silueta luminosa sin género apareció ante él.
—¿Qué deseas, Lambert? Acudo a ti por mi naturaleza curiosa, pero no puedo responder por mucho tiempo, es orden del rey mantenernos a resguardo —explicó mentalmente con su rostro intrigado y cambiante—. ¿Por qué desatas una petición formal y arriesgas mi bienestar de esta forma? —Las deidades podían emitirles voz a través del pensamiento.
—Lo sé, lo sé, sólo será un momento, necesito que curiosees por mí al guardia de la entrada del Comedor Real, pero no vayas a delatarme, no olvides que soy importante, y si quiero, puedo dañarte —le contestó mentalmente cruel.
—Intuyo que lo que me pides no será nada bueno, supongo que no puedo negarme, ni resistirme, mi condición no me lo permite. Lo haré, pero ten en cuenta que me corrompes —manifestó alejándose con su manto resplandeciente de signos interrogantes.
De inmediato, la deidad de la Curiosidad se dirigió al sitio. El tal Lambert observó que el vigilante encapuchado, apenas la vio llegar y volar como si hubiera perdido el rumbo, la siguió por los senderos frondosos, entonces, viendo que su plan parecía haber dado frutos, se apresuró a filtrarse sigiloso por la entrada. Una vez que atravesó las columnas incipientes, tumbó las puertas desquitándose la intriga que traía encima, pero al entrar y ver que no estaba vacío, detuvo su lanzada actitud terca y se acercó a la mesa lento, mientras los presentes lo recibieron desconcertados.
—¡Pero miren quién está aquí! ¡Miren nada más qué espectáculo! —vociferó intolerable desde sus labios finos dilatados de un estilo voraz, y con unas gruesas cejas negras que se turnaban para elevarse.
Los amigos lo miraron sin comprender; Ethan, con ganas de callarlo. Era un muchacho casi de la edad de él, tenía el pelo amarillo corto y muy lacio. Traía muchos colgantes y su nudillo de cristal entrelazado en una mano, la camisa dentro del pantalón por delante y suelta del lado dorsal.
—¡Ethan, viejo amigo! ¿Qué me cuentas? —acercó fanfarrón, agrandando sus ojos miel.
—¡Unriam! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué esa manía de entrar así a un salón sagrado? —se paró el joven Kemblast sacudiendo su flequillo, y los trémulos amigos se agarraron fuerte de sus asientos-. Hoy no tengo ganas de soportarte.
—Lamento importunarte, pero soy amigo de la familia y tengo permitido entrar cuando me plazca...
—¡Al menos podrías tener un poco de respeto!
—¡Oh sorry, baby, se me olvidaba que mi viejo amigo Ethan, el famoso Ethan Kemblast, tiene privilegiadas atribuciones! —dijo burlándose.
—Ay no, otro que lo cargosea —consideró Milena.
—Oh, es bonito para tener esos modales tan feos —apreció Joel.
—¡No permitiré que me insultes, ángel del demonio! —por primera vez lo vieron enojarse de verdad a Ethan, lo cual enfatizaba su atractivo.
—Siento que no te agrade mi presencia, y es una lástima porque no me iré hasta ver al rey, aunque eso interrumpa tu velada con... —Y ahora prestó atención a los restantes—. Ay, no es cierto...
Era algo inesperado así que bordeó la mesa para acercarse a los cuatro amigos, hasta pararse detrás de ellos, Ethan lo seguía con la mirada listo para detenerlo en cualquier momento.
—¡Apártate! —le gritó.
El joven lo ignoró, y luego de su registro, respirando profundo, añadió:
—¡Humanos! —Y los cuatro se sobrecogieron—. Sí... pero no cualquier clase de humanos, sino ¡humanos naturales, mundanos! —los calificó de un solo respiro.
—¡Cierra la boca, Unriam!
—¡¿Qué hacen aquí?! ¡¿Quiénes son?! ¡¿Cómo puede tener el castillo de Seráfica esta clase de invitados?! -se ennegreció su mirada.
—¡Eso es algo que no te importa! —le contestó Ethan.
—¿Qué traes entre manos, qué tramas? ¿Esto es obra tuya? O quizá... —pensó en una espontánea prendida de lamparita—... Que estos humanos estén aquí no sea una casualidad.
—¡Unriam! No he olvidado tus delirios de grandeza, pero en verdad no me gusta recordarlo, así que, voy a pedirte encarecidamente que te retires—. Ethan estaba a punto de saltar sobre él.
—No te equivoques, mi grandeza me la he ganado... En cambio tú, la obtuviste de regalado, pero si hay algo que yo no puedo olvidar de ti es tu linda honestidad, ¡así que no puedes mentirme! —argumentó mientras los cuatro chicos con sequedad en sus fauces observaban la situación como en una película, intentando desentrañar alguna pista—. La princesa ha vuelto, ¿verdad? —pronunció y a todos se les grabaron arrugas en sus rostros ingenuos de escalofríos.
—¿Princesa? —murmuraron los amigos.
—¡No vuelvas a mencionar eso! —dictaminó Ethan.
—Perdón, ¿qué dijiste? —Puso cara de loco levantando una ceja—. ¡Está bien, imagino que es un secreto, pero tarde o temprano lo averiguaré, el rey no podrá mentirme!
—Entonces deberías preguntárselo a él.
—Descuida, ten por seguro que lo haré -y volvió a acercarse a los humanos del otro lado, mientras al pasar tomó una copa de la mesa. Ethan estaba a punto de sacar su arma—. Ya lo dije, no es casualidad que estos humanos estén de visita, lo cual en cierto modo me alegra —y especialmente se acercó a Milena y Ámbar observando sus cualidades—. Para ser humanas, no están nada mal—. Y las dos chicas se contrajeron hacia atrás importunadas.
—¡Aléjate de ellas! —exclamó Ethan—. ¡Unriam, te lo advierto!
—¡Ahí está la respuesta, si son importantes para Ethan, es porque tienen que ver con Lurian!
—¡No te atrevas a mencionarla! —le gritó Ethan con un rostro vuelto hostil.
—Otra vez ese nombre —se dijeron los amigos.
—Mañana veremos si tendré que mencionarla o no... —Bebió el agua, con furia dejó la copa y se marchó en la misma condición bravucona.
—¿Quién es este? —curioseó Joel.
—¿Por qué nos llamó mundanos? Ni que fuéramos tan promiscuos —Milena no entendía.
—¿Por qué te trata así? —se animó a preguntar Ámbar.
—Es Unriam Lambert, un amigo de la familia —dijo Ethan mientras, más calmado, volvía a sentarse.
—¿Amigo? ¿Cómo sería si fuese enemigo? —discernió Dylan—. Nos trató como se le antojó, claro, después de vos, Ethan —le sonrió sarcástico.
—Che, Ethan nos trata bastante bien, es el otro, el malhumorado líder ese el que... —comentó Milena y se atajó—. Lo prefiero, al menos tiene fundamento, éste chico es un idiota.
—Créanme... —interrumpió Ethan—. Unriam no siempre fue así, nació en él un resentimiento por quedar huérfano, y se volvió un engreído cuando lo convirtieron en... protector de... alguien importante, pero lo peor vino cuando Luna se fue...
—¿De qué hablás? ¿Protector? —preguntaron los hermanos Piedrabuena.
—¡¿Cómo que Luna se fue?! ¡¿A dónde?! —consultó Dylan mientras Ámbar abrió los ojos esperando la misma respuesta.
—A su mundo, claro —respondió Ethan con toda naturalidad.
—Bue, bue, hace un momento no nos respondiste nada, y ahora nos decís esto, mejor ya no digas más porque me estás asustando, enserio —referenció Dylan.
Ethan dibujó una pequeña sonrisa erudita y descansó todo su cuerpo sobre el asiento. Los demás querían preguntarle sobre lo que acababa de aflorar, pero al mismo tiempo, resolvieron que no era una buena idea, pues si aclaraba, oscurecería más la desagradable sensación que tenían.
Del otro lado de la entrada, el importuno Unriam caminaba libremente para adentrarse a los caminos frondosos, su mente estaba metida en la reciente escena, se preguntaba si esos cuatro humanos tendrían que ver con un posible regreso de la princesa Lurian. Férrea distracción la de sus pensamientos y crédula viveza que no le advirtieron el susto que estaba a punto de llevarse.
Sobre un tronco yacía una sombra que lo vio pasar y quedó a sus espaldas, de ella se iluminaron unos verdes ojos esmeralda, pero entonces la figura pegó un brinco que lo traspasó por encima y se hizo presente frente a él. El imprudente Unriam retrocedió en posición de ataque sosteniendo sus nudillos, pero entonces, la figura sacó un brazo para destaparse la tela hacia un lado y develar que se trataba del enigmático líder Major Kemuel.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —Su sola presencia sumada a su tono astral le provocaba pavor, por lo que Unriam no pudo mantener su postura de embestida, sino que tropezó cayendo al suelo terroso, ridiculizándose.
—Major, qué... agradable sorpresa... —dijo tembloroso pareciendo borrársele toda la reciente fanfarronería.
—Ya veo... siempre excusándote... —Y sus asimétricos ojos parecieron agrandarse—. ¿Qué crees que estás haciendo, Unriam Lambert?
—Yo... yo no... no hago nada... ¿A qué te refieres, Major? —Se hizo el desentendido.
—No lo sé, por ejemplo, ¿te suena que importunaste a una deidad para distraerme y molestar a nuestros invitados? —Se le aproximó agachándose cruzando sus brazos con toda majestuosidad—. ¿Y me creíste tan ingenuo como para que no lo notara?
—¡Lo siento! —Se cubrió la cara con los brazos—. ¡No sabía que eras tú, Major!
—Es una lástima, de haberme saludado, te hubiese invitado a pasar. Pero por supuesto que observé tu acto, esperando que fueras más amable, o más apropiado tu motivo de intromisión... Me fallaste...
—¡Yo no quería molestarlos, sólo... sólo saludar!... ¡Sí, eso, saludar!
—¿Saludar, eh? —Y asomó su risa jactanciosa mientras se acuclillaba—. Oh, pobre Unriam, creyendo que puede llevarse el mundo por delante —se burló, y el tembloroso sonrió con miedo—. ¿Acaso no sabes que puedo romper tu frágil cuello con un solo movimiento? —Y lo agarró del borde de la camisa para levantarlo y mantenerlo en el aire; era realmente poderoso.
—¡Por favor, no puedes lastimarme, no olvides que soy hijo de la protectora de tu madre Géntila! —murmuró entre dientes.
—¡Qué tontería!... —lo apoyó en el suelo sin soltarlo—. ¿Crees que eso te exime de tus actos? ¡Ya invéntate otra excusa!
—Lo sé, lo sé, Major. ¡Lo siento! —gritó como pudo casi sollozando, sosteniéndose de su antebrazo, y entonces Kemuel comenzó a soltarlo a lo que el joven respiró profundo.
—Escúchame bien, Lambert —desenfundó su vara cristalina y le apuntó al pecho— si vuelvo a verte molestando a cualquiera de nuestros invitados, y si tienes la brillante idea de difundir lo que has visto aquí, yo te mataré... —le dijo entrecerrando los ojos y sonriendo triunfante—. ¿Lo has entendido?
—Sí, sí, sí... Major, clarísimo. —Se arrodilló para tomarle una mano y besarla, pero el líder lo apartó.
—¡Ya basta de lloriqueos! ¿No que tan hombre? ¡Compórtate como un ser seráfico y no te metas en lo que no te importa! —Y guardó su vara—. Ahora, ¡largo de aquí! —le gritó y se dirigió nuevamente hacia la entrada del comedor mientras el tembloroso joven caminaba en sentido contrario masajeando su cuello—. ¡Ah, y Unriam! —volvió a llamarlo y el tembloroso volteó—. Si al final encuentras a la princesa, como siempre has querido, será tuya...
—¿Enserio? —se esperanzó.
—Tuya será mi vara atravesándote por el pecho... —Y carcajeó malicioso, congratulándose de su propio chiste.
El insolente Unriam pareció aprender la lección, pero no se quedaría tan tranquilo. Después de lo que acababa de descubrir, estaba seguro de que aquello que intentaron ocultarle desde hacía nueve años, ahora estaba por salir a la superficie. A pesar de que realmente le temía a sus superiores, estaba dispuesto a generar una revolución de ser necesario, con tal de conocer el paradero de quien, por causas del pasado, se había convertido en significativa promesa para él, la princesa Lurian Seráfica, recientemente conocida para todos como Luna Devríes.
—Desgraciado Major... No me quedaré quieto —rezongó para sí en la oscuridad de la espesura—. Le guste a quien le guste, Lurian es mi prometida ahora...
MUCHAS GRACIAS POR LEER.
ESPERO QUE CADA VEZ TE GUSTE MÁS.
NO TE PIERDAS EL JUICIO EN LA SIGUIENTE PARTE.
NO TE PIERDAS LO QUE LES ESPERA A LOS CUATRO AMIGOS; ESTÁN A PUNTO DE REVELAR EL PASADO DE LUNA Y EL MOTIVO POR EL QUE FUERON CONVOCADOS.
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