10-Las cuatro reliquias
—¡Milena! ¡¿A dónde creés que vas con esa ropa tan apretada?! —el grito de Gonzalo Piedrabuena eslabonó el hall de entrada perforando con mala energía el fervor de su adolescente hija—. ¡Vení para acá ya mismo! —la llamó con un tono tan despreciable que sirvió de inductor para la rebeldía más pura. Ella hizo oídos sordos y salió corriendo a pesar de saber que más tarde recibiría una paliza.
En paralelo a aquel desquite de machismo disfrazado de disciplina, cual premonición, Luna apretó su estómago con una repentina acidez quemándola, mientras veía colocar a su madre en el vidrio de la entrada del restaurante "Blanco y Negro", un cartel que promocionaba el día del amigo.
—No, no puedo aceptarte. Se trata de fútbol, cosa de hombres, vos entenderás —le decía el capitán del club atlético en la audición.
—Pero ni siquiera me viste jugar, soy bueno, practiqué mucho en la primaria —explicó Joel.
—Seguro que sí, pero... ¿Cómo decirlo? Tus compañeros me hablaron sobre tus ademanes, no sería una buena imagen —lo humillaron—. Tal vez en unos años cuando las reglas cambien...
Luna sintió la punción en su cabeza como martillo a la madera, mientras leía "vení a festejar el 20 de julio" siendo enclavado en la viga.
—Dale, es el sábado a la noche, vienen las chicas, animate, seguro podemos debutar —lo incitaba su compañero de quinto. "No, no puedo", pensaba Dylan como respuesta a lo que quedó resonando en su cabeza mientras el vaivén del colectivo amortiguaba con brusquedad la brutalidad de la pelea entre un pasajero y el chofer, por dos pesos de más.
Luna sostuvo su pecho con unos latidos involuntarios como raudales en deshielo al ver la saliva de su madre mojando su pulgar para pegar la hoja.
—A ella no la voy a invitar, si ni hablamos, además es muy aburrida -decía una estudiante a otra en el aula de segundo año mientras repartía sus tarjetas de invitación de cumpleaños a todos los compañeros.
Ámbar corrió la cara hacia la ventana que daba al patio, suspiró resistiendo el disgusto que destemplaba su eje mientras de sus dedos se rascaba las láminas débiles de epidermis. Luna soportó el dolor de sus omóplatos arqueando sus hombros hacia atrás cuando las hojas urbanísticas trajeron una ventisca que sacudió el cartel.
—No, no va a resistir, le voy a poner otro clavo —comentó Génesis sosteniéndolo.
La acumulación de energía negativa, que de forma inexplicable se concentró en Luna, le produjo una sensación extraña con la necesidad desbordante de hacer o dar algo especial.
—Ya me voy a clases, má. —Tomó su mochila y caminó contraria al local.
—Cuidate, hija.
Ese día, el último antes del receso invernal, entraba más tarde, un profesor había faltado. Iba al mismo bachiller que su mejor amiga, pero no estaban en la misma división. En lugar de dirigirse al colegio, cruzó la avenida. Las hojas caían de lo alto y dibujaban cilindros en el fresco aire de invierno sobre los rojizos caminos circundantes de aquella plaza con bancos cementados, de los cuales en uno se instaló con brazos cruzados, apretando su saco de paño azul contra su cuerpo.
Solía concurrir al parque, el contacto con aquella porción natural la reconfortaba, sin embargo, en esta oportunidad, estaba más sensible que nunca, quizás por un motivo más importante, algo que significaba mucho para su destino y que, sin saberlo, sería un deber esencial. Exhaló sentidamente desgajando cada insolvencia. De repente, el peso de su espalda pareció desencajar de su cuerpo y adoptar forma de presencia abrazadora.
—¿Por qué suspiras? No me digas que estás enamorada... —escuchó detrás de su oreja y sintió dos manos sobre sus hombros que la estrechaban de repente, lo que provocó que se alzara asustada—. ¡Sos vos! No puede ser —saltó de su asiento para descubrir su lóbrega imagen.
—Hola, Luna... ¿Me extrañaste?
—Ethan... —murmuró en el asombro de topárselo nuevamente. No necesitó esforzar la vista bajo las sombras del árbol para verlo completo y reconocer su estampa—. ¿Qué hacés acá a plena luz del día? —se molestó.
—Llámame Thomas, por favor —dijo serio y batiendo su mollera color chocolate que se asomaba tras su boina.
—Te voy a llamar Maquir si volvés a hacer eso... —Ella no se recuperaba de su mala energía y se cruzó ofendida de brazos dando su dorso, cuando sin notarlo, él bordeó el asiento justo detrás de ella.
—¿Algo como esto? —y volvió a tomarle con estrujón los hombros muy cerca, provocándole nuevamente un susto.
—¡Ey, ya basta! —sacudió su torso para esquivarle las manos y, sin invertirse aún, le dijo—: Me refería a que no vuelvas a asustarme —se tomó la cabeza disgustada.
—Ah... —dijo él y, del arco del brazo que ella tenía natural, la agarró para voltearla de frente muy pegada a su torso—. Entonces lo que te molesta no es que me acerque, ¿verdad? —jugó.
En la estampida que Luna dio contra su cuerpo compuso una cara de nervios incómodos imaginando la traviesa de él por detrás de los lentes oscuros que la amurallaron.
—¡Tonto, ¿qué hacés?! —insistió ella en evadir su contacto porfiado, empujándolo para quitarlo, entonces lo descubrió entregado a la luz.
Alucinó los ojos al ver lo crecido que estaba. Era todo un muchacho, alto, apuesto, con su estilo elegante y oscuro, atrevido y dadivoso frente a una señorita que ya no era tan niña.
—No pensaba presentarme tan pronto, pero te he estado vigilando, puedo sentir tu inquietud.
—¿Cómo es que podés? —desertó la mirada importunada.
—Después te explico, pero lo importante es que lo sé —escondió sus manos en los infaltables bolsillos de su chaqueta negra.
—¿Y qué con eso? ¿Sos mi hada madrina? —se molestó por tanto misterio.
—Pues como si fuera tu ángel guardián... —añadió él sobrentendido. Esas palabras convencieron su ánimo.
—Perdoname, no estoy de humor, no me siento bien... —reconoció ella la gran labor que le confería—. Vengo soportando todo como puedo, pero hay momentos de crisis...
—Han pasado más de dos años, Luna, lo has hecho excelente —opinó estirando su esmirriado cuello—. Ahora dime, ¿qué es lo que te aqueja? Entiendo que no es lo de siempre...
—Tenés razón, esto es diferente... No creo que puedas ayudarme.
—Ponme a prueba... —expresó con su barítono tono emblemático haciendo efecto instantáneo en ella.
—Está bien, siento una necesidad interior de... —intentó formular la difícil idea—. No sé cómo decirlo, de expandirme, de salir de mí misma —imitó la idea con sus brazos—. A la vez que pienso demasiado en mis amigos...
—Dylan es más que tu amigo, ¿no? —la descolocó él.
—Bueno... es mi amigovio —afirmó excusándose—. Y te recuerdo que yo no tengo la culpa de que me trajeran a vivir entre humanos, pero lo que cuenta es que es importante para mí, como Milena, como Joel, como Ámbar...
—Recuerdo a Ámbar... aún no me la presentas... —descontracturó su pesar.
—Ja, ja, qué chistoso, podrías dedicarte a la comedia...
—¿Quién dijo que estoy bromeando? —bajó las gafas con un movimiento gallardo para echarle sus ojos, los cuales no traía transformados, sino en crudo de un turquesa despampanante—. Si te ruborizas así por Dylan, su hermana debe ser...
—¡Ya no me estés cambiando de tema! —Se enojó mirándolo en un parpadeo que intentaba salir del bochorno—. ¿Vas a ayudarme o no?
—Claro que lo haré, Luna, siempre te ayudaré... —Subió sus lentes recuperando su actitud austera—. Dices que es algo especial, una sensación por tus amigos... Estoy pensando en algo, averiguaré si tengo razón, pero... tendrás que concentrarte...
—¿Traducido eso sería?
Por unos segundos no respondió. Su compostura se compenetró con los colores de la plaza y el balanceo de su despampanante cabello, como una intrigante entidad extranjera. Ella dudó los gestos faciales al ritmo de su revuelo interno. Sin poder zafarse, después de calcular algo desconocido, puso en marcha la acción que esperaba por ser atendida, y sin previo aviso, fue hacia ella para agarrarla del brazo y traerla contra él mientras buscaba apoyo sobre el tronco del árbol más cercano.
—Ven aquí... —le indicó en el esfuerzo de ella porque no se le notase su estremecimiento, y tomó su mano para llevarla dentro de su bolsillo, el de la prenda oscura que calzaba sus largas piernas.
—¿Qué hacés? —Ella se incomodó naturalmente por su pretensión poco oportuna y puso fuerza contraria para no acceder a su atrevimiento, mientras miraba a los costados.
—No seas mal pensada... Confía en mí... —dijo serio en la cercanía, como si su idea fuera determinante. La persuadió.
Aflojó la mano aunque no del todo la tensión de estar dentro de su agarre y esperó a ver qué hacía, entonces sintió cómo se la escondía en el hueco de la tela reversa de su pantalón hasta reunirla con algo rígido de bordes bien pulidos. Luna desapareció sus párpados con la impresión de tocar aquello.
—¿Lo sientes?
—No me digas que es...
—Sí, Luna, es mi reliquia, ¿la recuerdas? —sonó místico y presuntuoso.
—La recuerdo... Tu espada relámpago... —confirmó bajito.
Él sacó una sonrisita regocijada.
—Ahora escucha —le dijo cerca de su oreja—. Concéntrate en el sentimiento especial, intenta sacarlo de ti y transmitirlo a mi arma.
—Pe... pero...
—Créeme, funcionará... —sonó confiable.
En el momento en que se dispuso a hacerle caso, una señora pasó por el sendero y los vio en aquella embarazosa posición.
—Hmm. Insolentes... —le pareció escuchar a ella, lo cual la distrajo de lo que parecía una buena idea.
En consecuencia, sin quitarla de sí, cambió de lado, la volteó para que quedara oculta entre el árbol y la altura de su torso.
—No te distraigas, Luna, hazlo, continúa... —insistió sugestivo.
Complicado prestar atención teniendo a Thomas/Ethan sobre ella con músculos faciales invariables y su mano dentro de su ropa, pero hizo un nuevo intento, se concentró en la reliquia, comprimió los dedos en la totalidad de su forma; era una brújula con un montículo cuyo filo de espada en miniatura tenía un encuerado, entonces dejó que aquel malestar especial la amordazada con toda su potencia.
Tras el entrecierro de ojos que hizo por pudor y meditación, pudo notar un pequeño brillo, cual luminiscencia, destellar. Lo asemejó a una linterna a punto de quedarse sin pilas, y entonces sintió desgarrarse de aquella inquietud, sintió alivio sobreviniéndole un ataque de tos que provocó un despojo inmediato del acto.
—Bien hecho, Luna.
—¿Funcionó? —preguntó recuperándose.
—Es difícil decirlo aún, pero no te preocupes, si hace falta otro encuentro con tu mano me aseguraré de crearlo —le dijo travieso—. Nos veremos pronto, amiga mía...
—¿A dónde vas? —alzó la mirada viendo cómo se alejaba sin ser muy concreto. Él sólo giró su cara, la miró con una sonrisa y comenzó a caminar.
—Ten paciencia y espera para verlo...
"Me pregunto qué va a hacer", se dijo a sí misma.
Los días pasaron y Luna había sentido liviandad en su alma, como si se hubiese purificado. Comenzaron las vacaciones de invierno y había estado ayudando mucho a su madre en el negocio, el cual hacía tiempo había logrado su derecho de piso en el barrio y su clientela.
—Hija, ¿cómo vas con la lista?
—¿Cuál lista?
—La lista de invitados, para tus quince —recordó Génesis—. Ay, ¿dónde andará esa cabecita?
—Perdón, má, no te había entendido... —respondió habitualmente distraída—. El finde la termino, igual falta —agregó. La idea de hacer una fiesta de cumpleaños la entusiasmaba a medias, pero no podía abrir sospechas, tenía que fingir normalidad.
—Sí, pero cuando te quieras acordar, marzo llega.
Su madre estaba organizando el festejo para el próximo otoño. Su padre estaba colaborando con una cuarta parte.
La tarde anterior al día del amigo, Luna estaba sola en casa terminando una tarea de biología que le habían dejado. Aún eran las cuatro de la tarde, Génesis estaba trabajando en el negocio. De repente sonó el timbre. Se asomó por la ventana para echar un vistazo. Sin reparar en detalles, contempló la negrura de la pilcha. ¡Era él! "¡Qué pendejo!", pensó molestándose por su descaro.
—¡¿Cómo venís así a mi casa?! ¡¿Estás loco?! —Le llamó la atención asomándose por la puerta.
—Cálmate, Luna, estás sola y no te robaré más de veinte minutos... ¿Me invitas a pasar?
—Si alguien te ve, no sé qué voy a decir —abrió y lo empujó hacia adentro con tanto apremio que casi le hace caer su boina-. Antes eras más cuidadoso.
—Bueno, la vez que entré por la ventana no estabas muy contenta que digamos —comentó acomodándose la chaqueta—. ¿No te parece que tocar el timbre es más civilizado?
—¿Qué querés?
—¿Seguimos con el mal genio?
—Rápido, no tengo todo el día...
—Vamos a tu habitación, esto es un asunto serio... —y caminó hacia las escaleras sin pedir permiso. Luna contrajo una queja y lo siguió.
—¿Trajiste la solución que espero?
—Por supuesto que la traje...
—¿Me decís de una vez? —Luna estaba impaciente.
—Si me lo pedís bien, tal vez me dan ganas de contarte —dijo jugando y se sentó en la punta de la cama cruzando los brazos.
—Te lo estoy pidiendo bien —cerró la puerta del cuarto—. ¡¿Por qué tantas vueltas?!
—¡Shh, silencio! Te enseñaré... —y palmeó el colchón para invitarla a sentarse. Ella revoleó los ojos y aceptó, pero se aseguró de sentarse en la otra punta—. Presta mucha atención.
Lo que hizo fue meter su mano en un bolsillo interno de su chaqueta con cierto preámbulo, y al sacarla con el puño cerrado, se describió por las aberturas una luz brillante de ensueños, entonces abrió los dedos con un movimiento de arrojo a la nada, y al instante esa claridad dejó su palma para depositarse en el aire, la cual se convirtió en cuatro cajitas cerradas de madera impecable como bocote levitando. Luna suspiró de asombro sobresaltándose de pie.
—¿Sorprendida? —preguntó ante su estupefacción.
—Increíble... Hacía tanto que... no veía algo así de cerca —dijo impresionada, tomándose la sien como si le doliera—. ¿Qué son?
—¿No vas a abrirlas? —Las cajitas aguardaban suspendidas, y Luna se acercó a ellas, pero antes de que comenzara a descubrir sus contenidos, él adicionó—: Míralas bien y decide minuciosamente a quién le vas a entregar cada una, tu elección es esencial.
—¿De qué estás hablando?
Él no contestó, la invitó con su mano a averiguar por sí misma. Luna manifestó todo con su mirada de incertidumbre desde que comenzó de izquierda a derecha a abrir cada cajita. Descubrió los pequeños cofres revestidos de la textura de un terciopelo inexplicable que hacía mansas cosquillas al tacto.
La primera cajita, traía el color violeta y contenía una hermosa cadena plateada con un dije de un cristal transparente, que parecía ser el aire encerrado en una grulla. La segunda cajita azul, guardaba un anillo también del mismo material cristalino, el cual increíblemente parecía contener agua en el acutángulo aspecto de una gota. La tercera, era verde, y en su interior posaba una pulsera con una forma arbórea como ombligo de sauce, que destellaba una índole terrosa. La última era roja, y contenía un arete con trazo de flor flamante como fuego, del mismo extraño cristal.
—¡Qué hermoso! —dijo sin sonido—. ¿Cómo pueden encerrar los elementos así? Es muy original y llamativo, ¿son del lago espejo?
—Exactamente genuinos de allá... Tú los creaste...
—¿Cómo?
—Moví algunos cables con... ya sabes quién y... bueno, sumergiendo mi reliquia en las aguas esparcí la energía que me proporcionaste... —explicó ante sus ojos incrédulos—. Yo tenía razón, nunca dejaste de ser una seráfica —agravó la seriedad como si aquello no lo contentara—. Pero lo que importa es que de aquella luz nacieron estas reliquias.
—¿Qué tengo que hacer con ellas? —puntualizó sin hurgar en los detalles que simplemente le harían perder tiempo.
—¿No es obvio, Luna? Dijiste que esa especialidad de tu sentir provenía de tu amistad con cuatro humanos.
—Ah... sí —analizó afectada—. ¿Estás sugiriendo que se los regale? ¿Para qué?
—No lo sé, pero él estuvo de acuerdo, dijo que te haría sentir mejor, recuerda que es pitoniso.
—Sí, entiendo... —caviló con ojos perdidos—. ¿Pero no sería algo extraño regalarles algo así?
—Te las arreglarás... Hoy en día se inventan todo tipo de cosas. Mira, Luna, esto no es un juego, cuando te inhibieron tu condición natural, corrompieron tu genética, no eres del todo tú y lo sabes. —Se puso de pie—. Sólo dáselos, es la concreción de lo que sientes por ellos, solamente así te sentirás reconstruida.
—Suena bastante bien, lo voy a hacer. Será algo especial para ellos, lo merecen por ser mis amigos.
En el momento en que se quedaron viendo con aplomo de incomodidad, el timbre sonó.
—¡Maldición! —Luna corrió hacia la ventana y corrió apenas la cortina—. ¡Es Dylan, te dije que te apuraras!
—¿A qué viene?
—Quedamos en que me iba a formatear la computadora... ¡Tenés que irte ahora, no puede verte acá!
—Le diremos que soy tu amigo del viaje —enunció circunspecto, y Luna comenzó a detestar que estuviera tan tranquilo cuando ella no podía reprimir los nervios.
—¡No, no, de ninguna manera, esto no lo va a ver nada bien! ¡Andate, por favor! ¡Desaparecete con el panorama como vos sabés hacer! —lo empujó hacia la ventana.
—Me muevo con la fuerza del viento, pero sabes que no puedo atravesar paredes —le dijo con tranquilidad.
—Ay, es verdad... ¡Escondete en la pieza de mi mamá, vení! —salieron hacia las escaleras.
—¿Luna? —escucharon a Dylan ingresar a la casa. Entonces ella se dio cuenta de que había olvidado girar la llave de la entrada-. ¡No, no, vení! ¡A mi ropero! —gritó en susurro.
—¿No esperarás que me esconda ahí mientras tu amiguito te formatea...?
—¿Tenés una mejor idea? ¡Metete ahora! —Luna estaba tan preocupada que Ethan, inducido por su alteración, accedió a ingresar al armario y agacharse entre las colgaduras de los abrigos. La puerta falseaba así que la cerró lo mejor que pudo.
—Luna... —la llamó Ethan desde el interior del mueble—. ¡Las reliquias!
Ella volteó en dirección a los objetos antigravitacionales y los tomó ágil de un manotazo para guardarlos en un cajón.
—¿Luna, estás en casa?
—No hagas ruido —le dijo y apretó la madera. Acá estoy —dijo simulando el agite del momento.
—Che, Lu, tené cuidado, mirá que tenías la puerta abierta —le advirtió llegando.
—Uh, ¿enserio? Gracias por avisar, qué descuido —se rio nerviosa—. ¿La cerraste?
—Sí, sí. Ya la cerré.
Dylan se acercó para saludarla, sin embargo, ella lo evitó yéndose para el escritorio donde tenía la computadora.
—Tengo mucha tarea, ¿querés venir otro día mejor?
—No, tranqui, hacé tu tarea que yo te hago esto en un toque... —la notó inquieta.
—Bueno... —empezó a transpirar. Temía ser descubierta.
Dylan encendió la máquina, metió un CD al gabinete y empezó a usar el mouse. Luna simuló escribir sentada en la cama mientras espiaba hacia el armario. Deseaba que la puerta no rechinara.
—Parece que esto va a tardar una media hora... —comentó.
—Ah, bueno, si querés dejala trabajar que yo cierro todo cuando termine —sonrió forzada.
—Sí, puedo esperar... —Dylan se levantó de la silla y fue a buscarla—. Dejá la tarea un poco, casi nunca estamos solos... —le agarró la mano tensa de ella.
—Em... No, la verdad es que... mi mamá va a llegar en cualquier momento...
—¿Y? Ya sabe que andamos, ¿o no?
—Masomenos... —le tembló la voz.
—Dale, dame un beso... —le dijo inclinándose sobre ella—. Para mantenerlo distraído le correspondió. Ambos cerraron los ojos.
Con las caricias de manito sudada Dylan se fue acomodando sobre ella recostándose en el ancho del colchón.
—Esperá, esperá... mi mamá ya viene... —mencionó Luna evasiva.
—¿Por qué tan reacia? —le dijo pasando su boca cerca de su escote volviendo predispuesta a su piel y provocando que poco a poco se aflojara hacia atrás.
De pronto, una ráfaga violenta entró por la ventana trayendo restos de ramajes y haciendo golpear el vidrio.
—Faaa, qué clima... —se distrajo Dylan y ella aprovechó para sentarse sintiéndose en falta como si tuviera escondido a su amante en el armario—. Justo para este momento... —entreveró él y continuó descargando su ansias sobre el cuello de Luna.
—Esperá, Dy, no es buena idea —empezó a hacer fuerza para quitarlo.
—¿Qué pasa? ¿No querés? —le susurró tocando sus piernas sin salirse.
—Quiero esperar a cumplir los quince... —se le ocurrió decir a ella. Él se inhibió regalándole sus ojos saltones—. ¿Podés respetar eso? -se apartó.
—Sí... —contestó pausadamente—. Sí puedo.
Luna respiró de agrado por su comprensión. No es que no quisiera estar así con él, pero era inaceptable teniendo a semejante espectador, qué vergüenza.
—Gracias, Dy.
—Creo que ya me voy, cuando termine reiniciá la máquina —él no sonó molesto, más bien desilusionado.
Luna lo acompañó abajo y lo despidió. Él le dio un beso en la frente.
—No digas nada... por favor... —dijo regresando al cuarto, sin embargo, descubrió que Ethan ya se había ido sin dejar rastro, excepto por los cuatro obsequios guardados en el cajón.
Luna meditó toda esa tarde y gran parte de la noche sobre cómo repartirlos. El viernes de fines de julio, iniciaba con un frío refulgente y seco, invadido en las calles con incontables acumulaciones por los jóvenes debido al acontecimiento de amistad. A Luna se le ocurrió acordar con sus amigos verse en la plaza frente al shopping por la tarde, Milena, Joel, y Ámbar, no tuvieron problema en aceptar, pero Dylan jamás se vio saliendo para un día del amigo con ellos, y le pareció inusual de parte de su enamorada, sin embargo, sintió que después de lo ocurrido en su casa, era mejor ser amistoso con ella y no presionarla.
Llegaba la hora, por lo tanto buscó una bolsa de esas de papel madera y puso las cajitas dentro. No paraba de ver el reloj, con sus latidos al máximo, esos minutos parecían eternos, debía salir cuatro y media para estar allá a las cinco, pues finalmente no pudo esperar más y despacio fue dirigiéndose a la calle. Caminó pausada bajo ese cielo nublado a punto de estallar, hasta que llegó a la plaza quince minutos antes de lo pactado, ensayó nuevamente lo que diría y cómo lo entregaría, por lo que su mirada en un punto indeterminado, no avistaba los alrededores. Miró hacia la vereda opuesta y vio llegar a sus amigos casi al mismo tiempo. En pocas ocasiones los pares de hermanos se habían juntado, cumpleaños principalmente, pero nunca habían hecho una salida propuesta por Luna.
El interior estaba lleno de chicos, hacer fila en los puestos de comida aseguraban un buen rato de espera, así que solamente buscaron una mesa, y encontrar una vacía fue un milagro.
—Me parece que le erramos en el lugar —dijo Dylan.
—¿No te gusta la multitud, galán? —preguntó Milena molestándolo.
—La detesto... —le contestó.
—¿Y si vamos a la plaza, bombón? —sugirió Joel.
—No, no, quedémonos un rato, charlemos... —Luna pensó que un lugar distractor podría aplacar sofisticación de lo que estaban a punto de recibir—. Después podemos ir al cine.
—Me encanta la idea —dijo Ámbar. Luna puso las bolsas sobre la mesa.
—Bueno, el motivo por el que les propuse juntarnos en este día simbólico es porque quiero darles algo. Antes me gustaría explicarles. Por favor no se rían... Va a sonar un poco cursi tal vez —se miraron entre sí—. No sé bien cómo decirlo, es algo difícil, pero sincero—. Se la notó nerviosa—. Bueno, estos regalos son algo más que especiales, aclarando que son únicos en su especie, les pido que lo lleven siempre con ustedes o al menos cuando se sientan solos o en problemas, ya que son las cuatro personas más importantes para mí.
—Ay, tan linda —dijo Milena mascando chicle. Luna continuó.
—Éste es para alguien con mucha energía, la primera vez que te vi fuiste flameante, decidida a avanzar y bien viva como el fuego... —Sacó el paquete con la cajita roja—. Milena, éste es para vos.
Su morena amiga agudizó los ojos mientras se acomodaba el pelo.
—El siguiente es para el más tierno, que va con su propia corriente arrastrando al alrededor con sus convicciones, sos como ola de mar para mí, humedad que arrasa, pero da calma... —Luna sacó el paquete azul—. Dylan, éste es para vos.
—Wow, buena esa, tigre —metió púa Milena.
—Gracias, Lu —él se sintió apenado.
—El que sigue es para alguien dócil y franco, siempre me pareciste alguien centrado, con los pies sobre la tierra... —Luna sacó el paquete con la caja verde y dijo—: Joel, este es para vos.
—Qué reina, muchas gracias.
—Y por último, pero no menos importante... —sonrió—. Éste es para una persona tranquila como una brisa e inteligente para volar con su imaginación como un huracán... —Luna sacó el último paquete, el violeta, y dijo—: Ámbar, ésta es para vos.
Era grandioso, ninguno pudo decir nada, estaban absortos y más que conmovidos.
—Bueno... ¿Qué esperan? ¡Ábranlos! —les dijo alegre y nerviosa, entonces lo hicieron.
La cara de los cuatro cambió al instante al ver el contenido de cada uno, a Ámbar le dio el collar, a Milena el aro, a Dylan el anillo, y a Joel la pulsera. El cristal era ficticio, el elemento integrado en cada dije era inexplicable, y en conjunto con cada descripción que dio, resultaba todo muy misterioso y fantástico.
—¿Dónde los conseguiste, esto te debió salir una fortuna? —preguntó Joel.
—¿Acaso robaste un banco? —Se hizo el gracioso Dylan, muy sorprendido también.
—Ja, ja, tuve mis contactos... —fingió con un chiste.
Los cuatro quedaron impresionados, de eso no había duda, y si bien Luna temía que pudiese parecerles imposible, también se sintió satisfecha por haberles dado algo tan especial como deseaba, y sació a ese sentimiento de entrega de amistad profunda. Luego de aquel especial momento, fueron al cine.
Los cuatro, que parecían polos opuesto, parecieron unirse. Milena se impresionó cuando Ámbar, que casi no hablaba, señaló a varios actores indicando en qué otras películas habían sido vistos. Joel se sintió muy bien de que Dylan, al que Luna siempre había descrito como un poco egocéntrico, no lo mirara con ojos despreciativos. Terminaron la tarde en el restaurante de Génesis festejando con una merienda. Fue una agradable tarde sin duda en la que se complementaron.
Lo que no sabían en realidad era que aquellas reliquias contenían un poder único proveniente de un lugar maravillosamente desconocido y crucial para el equilibrio mundial, pero que pronto, los haría parte, los arrastraría por un destino que ninguno esperaba, les pondría la vida en un vuelco hacia aventuras de ensoñación.
—Sí, llévaselas, que Luna se las dé... Si el lago las ofreció es por algo... —dijo una voz anciana y benévola en medio de una profundidad frondosa—. No me lo explico, es increíble.
—¿Qué podría significar, señor? —preguntó Ethan Maquir Kemblast.
—Algo que no teníamos previsto... El alma de mi nieta fragmentada, buscando su origen desesperadamente... —se afligió—. Ahora ellos están conectados espiritualmente, pertenecen aquí... —aseveró preocupado—. Idearé lo necesario, te avisaré en su momento. Vuelve allá y hazlo, muchacho, asegúrate de que todo siga su curso y que entregue esos obsequios a sus cuatro amigos lo antes posible...
MUCHAS GRACIAS POR LEER, YA CASI LLEGA LO MEJOR DE LO MEJOR.
PRONTO VIAJAREMOS POR UNA ESPIRAL...
PRONTO VERÁS LOS RECUERDOS DE LUNA...
TE INVITO A CONTINUAR---->
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