𝙵𝙸𝙽𝙳𝙸𝙽𝙶 𝙷𝙾𝙼𝙴
Adrian Toomes y su compañero de trabajo, Phineas Mason, estudiaron el dibujo de los Vengadores peleando contra los Chitauris de un niño. Toomes con curiosidad y Mason con desinterés.
—Las cosas nunca volverán a ser iguales ahora. Quiero decir, mira esto —le dijo, agitando el dibujo en papel—. Tienes extraterrestres. Tienes grandes tipos verdes derribando edificios. Cuando era niño, solía dibujar indios y vaqueros.
—En realidad, es nativo americano —le corrigió Mason—, pero da igual.
—Sí. Sin embargo, te diré una cosa —dijo, examinando detrás de sus gafas con aumento, entrecerrando los ojos—. No está mal, ¿verdad?
Mason asintió.
—No. Sí. El chico tiene futuro.
—Sí, bueno... Ya veremos, supongo.
Toomes miró hacia la Torre de los Vengadores dañada. Los helicópteros pasaban por encima. Los andamios cubrían los pisos inferiores de la torre. Al otro lado de la calle había un edificio en ruinas.
El equipo de limpieza trabajaba alrededor de una criatura alienígena Chitauri muerta y gigante con dientes puntiagudos. Los artefactos extraterrestres yacían entre los escombros. Caminando por el sitio, Toomes le dio a un trabajador un pulgar hacia arriba.
Se volvió hacia Herman Schultz, otro de sus trabajadores.
—¡No, oye! ¡Uh-uh! No puedes ver a través de esas cosas. Estos bastardos alienígenas son duros. Tienes que usar las cosas que usan.
Recogió un objeto alienígena del suelo y lo usó como herramienta para derribar el carro Chitauri.
—¿Ves?
—Está bien —respondió Schultz.
—Muy bien —le dijo, dándole una palmada en el hombro. Entonces, al voltearse, se encontró con otro de sus trabajadores: Jackson Brice—. ¡Oh, oye! Me alegro de que puedas unirte a nosotros... tarde.
—Sí. Mi alarma no sonó —intentó excusarse.
—Sí, sí, sí, tu alarma. Mira, sólo ve a apilar las corazas como te pedí. Esto es muy importante para nosotros —le recordó Toomes.
Jackson asintió y se retiró.
Anne Marie Hoag, la directora del Departamento de Control de Daños, entró al sitio de salvamento con su tripulación
—¡Atención, por favor! —habló fuerte al personal de Adrian Toomes— De acuerdo con la Orden Ejecutiva 396B, todas las operaciones de limpieza posteriores a la batalla están ahora bajo nuestra jurisdicción. Gracias por su servicio. Nos encargaremos de aquí.
—¿Quién diablos son ustedes? —cuestionó Toomes.
—Personal calificado —contestó un agente del DODC.
—Miren, tengo un contrato con la ciudad para salvar todo esto, ¿está bien?, con la ciudad, así que...
—Le pido disculpas, señor Toomes —le interrumpió Anne Marie Hoag—, pero todas las operaciones de salvamento están ahora bajo nuestra jurisdicción. Entregue todos los materiales exóticos que haya recopilado o será procesado.
Los trabajadores miraban perplejos. Sin meditarlo, Jackson Brice deslizó un artefacto alienígena, una clase de esfera de metal casi negro, que parecía una fuente de energía, en su bolsillo sin que nadie se diera cuenta. Sería su garantía. Si este trabajo terminaba o lo despedían, tendría con qué sostenerse por un largo tiempo. Sin duda cualquier listo en el mercado negro le compraría esa roca chitauri.
Anne Marie Hoag comenzó a darse la vuelta, pero Toomes rápidamente la alcanzó.
—Señora, ¿qué quiere...? Por favor. Un momento. Señora, vamos. Mire, compré camiones para este trabajo. Traje un equipo completamente nuevo. Estos chicos tienen familia. Yo tengo una familia. Estoy comprometí en esto. Podría perder mi casa.
—Lo siento, señor. No hay nada que pueda hacer —se disculpó Anne Marie Hoag.
Toomes se quedó mirando la espalda de la directora mientras se iba. Detrás de él, un agente de Control de Daños habló:
—Quizás la próxima vez, no se exceda.
Toomes miró a su alrededor y sonrió.
—¿Qué dijiste?
Miró a su equipo de trabajadores. Jackson Brice silbó.
—Sí, tiene razón. Me extralimité.
Y de repente, golpeó al agente en la cara. Los agentes rápidamente le apuntaron con sus armas que, hasta ahora, habían llevado ocultas. Anne Marie Hoag interfirió al instante, ordenando a sus agentes bajar las armas, que obedecieron lentamente.
—Si tiene una queja, puede hablar con mis superiores —le dijo a Toomes, terminando con la discusión y marchándose.
—Sus superiores. ¿Quién demonios son ellos?
Una pantalla de televisión mostraba las noticias sobre Tony Stark y su contrato con Control de Daños. Toomes miró la televisión con una mirada de enojo en su rostro.
—Una empresa conjunta entre Industrias Stark y el gobierno federal, el Departamento de Control de Daños supervisará la recolección y almacenamiento de materiales extraterrestres y otros materiales exóticos —explicó el presentador de noticias.
—Así que ahora se les paga a los imbéciles que hicieron este lío para que lo limpien —comentó Schultz.
—Sí, es pura corrupción —concordó Mason, jugando con la fuente de energía alienígena que uno de los trabajadores había robado del sitio de salvamento ese mismo día.
—Los expertos estiman que hay más de mil quinientas toneladas de material exótico esparcidas por el área de los tres estados.
Mason había conectado el artefacto alienígena brillante a un motor con cables. Las cuchillas del motor comenzaron a girar y la máquina flotó fuera de la mesa. Uno de los trabajadores levantó una lona que cubría una gran pieza de artefacto Chitauri, revelando una docena de núcleos de energía Chitauri brillantes.
—¡Oiga, jefe! Todavía tenemos otra carga de ayer. Se supone que debemos entregar esto, ¿verdad?
—No lo voy a transportar —se negó Jackson Brice.
—Es una lástima —dijo Mason—. Podríamos haber hecho algunas cosas geniales con toda esa basura alienígena.
Toomes miró fijamente el camión lleno de objetos extraterrestres... y tomó una decisión.
—Les diré una cosa: dejémoslo. El mundo está cambiando.
Mason levantó sus lentes de aumento y miró a su jefe.
—Es hora de que cambiemos también —concluyó Toomes.
Ocho años después, "Can't You Hear Me Knocking" de los Rolling Stones sonaba en el mismo almacén. Los trabajadores movían montones de tecnología alienígena y jugaban con máquinas.
Mason trabajaba en una elaborada pistola de rifle. Otro trabajador disparaba una ráfaga de neón con un arma exótica. La explosión cortó un objeto grande por la mitad. Otros trabajadores cargaron montones de armas de alta tecnología en una camioneta.
El efectivo se vertía a través de una máquina contadora de dinero.
Una figura vestida con un traje de vuelo con alas de metal se elevó hacia el almacén. Las puertas del techo se abrieron y la figura dejó caer cajas de tecnología alienígena de las patas en forma de garra de los trajes. El buitre entró por el techo y aterrizó en la plataforma.
Se quitó el traje de alas y se enfrentó a Mason.
—Ahí tienes, Mason.
El casco se abrió, revelando a Toomes. Mason sonrió.
—El negocio va bien —celebró Toomes.
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