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9. Roca alienígena

Mi primera semana en Midtown pasó más rápido de lo que esperé. Todo se volvió diferente desde que conocí a Ned y a Peter. Al día siguiente de conocerlos, el martes, me invitaron a sentarme con ellos durante el almuerzo. También fue ese día cuando Ned me dio todas sus películas de la Guerra de las Galaxias en DVD.

En las clases, Michelle se volvió mi compañera oficial de mesa para Química y Física, ya que Cindy Moon se notaba poco segura conmigo a su lado. La pobre seguía creyendo firmemente que yo peleaba en peleas callejeras. Ned y Peter se reían de eso, porque de verdad no podían imaginarme matando ni una mosca (yo decidí no contradecirlos todavía).

Estar en el Decatlón también resultó ser más divertido de lo que pensé. Abraham siempre hacía bromas, Michelle y yo disfrutábamos de estudiar juntas, Liz se veía graciosa cuando se estresaba, el profesor daba un poco de lástima y a Michelle y a mí nos gustaba burlarnos de eso; Cindy era tan competitiva que se jalaba el pelo y Ned me distraía con conversaciones de temas extraños y al azar, sobretodo de la Guerra de las Galaxias.

Peter... oh, Peter era mi favorito hasta ahora. Rápidamente me había agarrado confianza y le gustaba pedirme consejos sobre Liz. Era todo un caballero y tenía un humor que congeniaba con el mío. Me gustaba qué él pensara que yo era inofensiva, incluso se burlaba de que yo no decía malas palabras.

Aunque a veces tenía conductas extrañas. De repente estaba demasiado sumido en sus pensamientos o parecía apurado por irse de la escuela o simplemente desaparecía. El viernes me atreví a preguntarle qué le pasaba y comprendí por qué:

—Es que tengo una pasantía con Stark. Está un poco lejos, así que tengo que irme rápido para llegar a tiempo —me explicó.

—¿Tienes una pasantía en Industrias Stark? ¡Eso es asombroso! —exclamé— ¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Sabías que Cindy cree que eres un caballero de compañía?

—¿Qué? No soy un caballero de compañía —dijo espantado.

Me reí.

—Eso ya lo sé, pero es gracioso que lo piense. Ya sabes que le gusta inventar rumores —le recordé, y él asintió de acuerdo—. Al menos debió inventar que soy la descendiente perdida de Rocky Balboa, o algo así, o que tú eres un espía encubierto.

—Rory "Rocky" Hudson, eso sería genial —opinó Peter pensativo.

—¡Lo sé! —exclamé emocionada— Oye, ¿te vas a comer tus zanahorias?

La única desventaja de Midtown es que dejaban mucha tarea. Pasaba casi todas las tardes resolviendo ecuaciones y escribiendo ensayos o reportes de lectura, si no estudiando para el Decatlón. Sólo me dejaba tiempo para ir al gimnasio, de cuatro a cinco de la tarde.

Así es, Emma y Terry aprobaron mis deseos de practicar boxeo. Emma sólo accedió porque Terry prometió ser el único que me entrenaría, y siempre y cuando no participara en ninguna pelea hasta que Terry dijera que estaba absoluta y completamente lista. Oh, y también le había pedido a Terry que le prohibiera a todos sus alumnos acercarse a hablarme. Emma era toda una mamá oso, pero Terry tampoco estuvo en desacuerdo con esa regla.

Era una principiante, así que por ahora estaba aprendiendo los conceptos y movimientos básicos, y mejorando mi condición física.

Mi entrenamiento comenzaba con un calentamiento de al menos un cuarto de hora, a veces treinta minutos: corriendo, calentando las articulaciones y realizando algunos movimientos de boxeo sin forzarme, a modo de boxeo sombra.

—Todo esto contribuirá a que tus músculos comiencen a acostumbrarse poco a poco a que realizarán deporte, evitando posibles lesiones o molestias posteriores, y te será más fácil realizar los ejercicios del entrenamiento —me explicó Terry en la primera clase.

Entonces empezó lo interesante: me mostró los movimientos básicos de boxeo, que tuve que reproducir y repetir un gran número de veces al aire, en velocidad real y más despacio para asimilarlos mejor. Una vez que los dominara, me enseñaría a combinarlos entre sí, haciendo secuencias.

El dolor muscular estuvo presente desde el día uno y todavía no desaparecía. Mis piernas temblaban al querer sentarme incluso para sentarme. Mis brazos ardían cuando levantaba algo tan ligero como un libro. Por suerte, tenía dos amigos hombres muy caballerosos. Ned y Peter se burlaban de mi sufrimiento, pero jamás se negaban a ayudarme cuando mi mochila estaba muy pesada.

—¿En serio tengo que usar esto? —le susurré a Terry, mientras acomodábamos la mesa elegantemente para nuestra futura visita.

—Es importante para Emma, sólo es por esta noche —me susurró de vuelta—. Sé amable.

—Soy amable.

—Te será difícil, créeme, así que recuérdalo —me dijo con mirada significativa.

—¿Tan malo es?

Abrió la boca para responder, pero el timbre lo interrumpió.

—¡Ah! Ya llegó —celebró Emma, corriendo a presionar el botón junto a la puerta, que abriría la entrada del edificio— Pasa, hermanito —le dijo desde el comunicador.

El hermano menor de Emma, Jackson Brice, vendría a cenar para conocerme y visitarla. Emma lo invitó el lunes, y nos avisó que vendría el domingo. Ese día era hoy.

Terry había me había advertido sobre Jackson, pidiéndome que no perdiera el temple y me comportara. Él sufría de dificultad para tolerar a su cuñado y sospechaba que yo no me quedaría atrás.

Al parecer, Jackson había sido un irresponsable desde niño, se metía mucho en problemas de adolescente y no mejoró al llegar a la adultez. Emma, queriéndolo incondicionalmente desde que sus padres murieron cuando tenía veintidós años, lo protegía y lo sacaba de líos. Siempre lo perdonaba y lo recibía de nuevo con los brazos abiertos.

Terry veía a través de él, sin embargo. Y yo estaba por descubrir qué tan malo era Jackson Brice para Emma. No me gustaba la idea de que su propio hermano se aprovechara de su dinero y sus habilidades como abogada para sacarlo de la cárcel más de una vez.

—¡Emma! —gritó Jackson al entrar, sin tocar la puerta.

—¡Jackie! —gritó Emma de vuelta, y se lanzó a sus brazos.

Jackson no venía vestido como yo esperé. Emma nos había hecho arreglarnos para la cena. Incluso me había comprado un vestido blanco con estampado de flores y unas balerinas color lila.

Él usaba unos vaqueros manchados y rasgados, unas botas de trabajo, un gorro de invierno y una chaqueta café de mangas amarillas. Su barba y bigote no le ayudaban a lucir más presentable. Nunca me hubiera imaginado al hermano de Emma, una mujer tan cuidadosa con su aspecto, viéndose así. Claramente eran agua y aceite.

—Pasa, pasa. Hay alguien que tienes que conocer —le dijo sonriente, cerrando la puerta a sus espaldas después de romper el abrazo—. Jackson, ella es Lorelay. Rory, él es mi hermano, Jackson.

Jackson, masticando chicle, avanzó hacia mí con ojos que trataban de verse amables, pero me dieron mala vibra. Aún así, forcé mi sonrisa más cortés.

—Así que tú eres la niña que mi hermana adoptó.

Y tú eres el tarado con el que no tuvo más opción que ser su hermana mayor, pensé, mordiéndome la lengua.

—Esa soy yo —dije en cambio.

—Creí que sería más pequeña —comentó, mirando a Emma.

Me llevé las manos a la espalda, mostrándole mi dedo anular a través de mí.

—No. Rory tiene quince años, pero hemos querido adoptarla desde que tenía trece —dijo Emma dulcemente, sin captar el cuchillo de doble filo en las palabras de Jackson—. Fue un sueño cuando llegó, ¿verdad, cielo?

—Claro que sí —concordó Terry—. ¿Cómo estás, Jackson?

—Excelente, me está yendo muy bien —se jactó—. ¿Cómo te va a ti en el gimnasio? Sabes que, si va mal, siempre puedo conseguirte trabajo conmigo.

Oh, así que a eso se refería Terry con esforzarse.

—Gracias por la oferta, pero no te preocupes, todo va grandioso —respondió Terry, sin perder el tono cortés—. Amo mi trabajo, y ahora que tengo a Rory en el gimnasio, no podría ser mejor.

—¿En serio? —cuestionó, y me miró con una sonrisa divertida— Te imaginaba más haciendo ballet.

Terry me rodeó los hombros con su brazo rápidamente, aunque de forma muy sutil. Ahora que era mi entrenador y pasábamos mucho tiempo juntos, predecía fácilmente mi siguiente movimiento.

—Oh, no. Tiene mucho talento, hasta podría tumbarte los dientes —dijo Terry sonriente, con el mismo veneno que Jackson usaba (y que parecía indetectable para Emma).

—Sí, claro —dijo Jackson, sin darle importancia—. Emma, ¿ya está la cena? Tengo hambre.

—Ya casi, pero siéntense. Cariño, ¿podrías ir sirviendo el vino y la limonada de Rory? —habló desde la cocina, moviéndose de un lado a otro—. Rory, ¿podrías guardar la mochila y la chaqueta de Jackson en el cuarto de servicio?

—Claro.

Junto a mi baño había un cuarto pequeño con la lavadora, la secadora y los instrumentos de limpieza que usaba Erica (la señora que venía a limpiar tres días a la semana por la mañana). También era donde se guardaban las sombrillas, las botas de lluvia y las maletas de viaje.

—Con cuidado, Ray —me dijo Jackson, tomando asiento en el comedor junto a la silla vacía que sería para Emma.

Simplemente le sonreí, sin darme la molestia de corregirle mi nombre, y me encaminé hacia la entrada para recoger la mochila y la chaqueta que él había dejado caer sin cuidado.

Entré al cuarto de servicio y colgué la chaqueta en uno de los ganchos en la pared. La mochila, cuando estuve por dejarla en el piso, me dio una idea. Cerré la puerta sin hacer ruido. Me incliné y abrí la mochila. Boqueé, asqueada por el golpe de olor a tierra y sudor.

Encontré su cartera, pero no tenía nada interesante: licencia de conducir, identificación, un billete de veinte dólares, un cupón de McDonald's, el paquete de un condón y el recibo por un paquete de cervezas. Dejé de vuelta la cartera con el pellizco de mis dedos, disgustada con el encuentro del condón.

En otra bolsa sólo había calcetines sucios (ahora sabía por qué apestaba ahí dentro), una botella de agua casi vacía y un cargador de celular. Estuve por rendirme, hasta que en la última bolsa encontré algo extraño.

Saqué el objeto y descubrí que era una roca del tamaño de una pelota de béisbol, sólo que no se veía como una simple piedra. Parecía un compuesto de varias rocas unidas. El color era casi negro carbón, hasta que la giré y vi que relucía tonos purpúreos y azulados, como tornasol. Aunque la textura parecía rugosa, en realidad era suave al tacto. Lucía pesada también, pero no lo era en absoluto.

—Wow —solté en voz baja.

Intenté quitar un pedazo de roca, y casi se me cayó de las manos cuando un haz de luz violeta iluminó el cuarto, opacando la luz amarilla del foco. Parpadeé hasta que me acostumbré al brillo. Entonces, la roca comenzó a temblar entre mis manos y piedra por piedra empezaron a separarse.

Sólo que, al separarse, las piedras no cayeron, quedaron flotando en el aire. Observé maravillada la piedra de diferente materia, que era lo que brillaba con tanta intensidad. Lucía como una gema, una piedra preciosa con forma irregular. Se veía inofensiva y era demasiado hipnótica.

Sin pensarlo, acerqué mi mano a la piedra, y estiré mis dedos entre los pedazos de roca flotantes para alcanzar la gema. Cuando la toqué, todo se volvió negro y luego... una explosión.

Igual a una supernova, la gema desapareció entre todo el brillo. Todo lo que pude ver fue miles de estrellas, chispas y luces. Sentí frío, un abrazo helado, pero no había nada tocándome. Entonces, en la profundidad de la oscuridad, una figura se acercó con los brazos extendidos. No tenía rostro, sólo era una silueta. La silueta de una mujer.

Y así de rápido como mi vista fue nublada por el estallido de una estrella, se desvaneció. Aturdida, miré mi entorno. De nuevo estaba en el cuarto de servicio bajo la iluminación del foco amarillo. La roca, que ahora estaba segura de que no era de este planeta, estaba de nuevo unida y apagada, ni siquiera brillaba tornasol. Me pregunté si había alucinado todo. Tal vez era una roca alucinógena al tacto.

Sonaba ridículo.

Intenté volver a abrirla, pero fue imposible. Definitivamente lo imaginé todo. Devolví la roca a su lugar y cerré la mochila. Apagué la luz y salí al pasillo como si nada, aunque la parte de atrás de mi mente no podía dejar de reproducir lo que imaginé, o soñé.

—¿Qué pasó? ¿Te perdiste? —preguntó Jackson con sarcasmo, metiéndose un pedazo de pan a la boca.

—Saqué la ropa de la secadora.

Ahora tendría que ir a sacar la ropa antes de que se dieran cuenta de que mentía.

—Gracias, cielo —me dijo Emma—. Siéntate, ya está todo listo.

Asentí y me senté junto a Terry. Emma se sentó a mi lado poco después. La cena transcurrió tranquila, prácticamente la plática fue entre los hermanos y la mínima participación de Terry. Mi participación fue menor, casi nula. Todo el tiempo tuve que morderme la lengua para no contestarle a Jackson sus comentarios (desde misóginos hasta ignorantes).

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