5. Madre e hija
—¿Qué te parece? —preguntó Emma.
Sonreí con obviedad. Emma y Terry habían propuesto que más tarde fuéramos al centro comercial por una nieve.
—No voy a rechazar un cono de nive. Suena bien —acepté, y me llevé la última rebanada de pan tostado a la boca. Sacudí las morusas de pan de los dedos sobre el plato y me levanté a la cocina.
El pitido de un teléfono hizo a todos voltear. Terry suspiró con cansancio y atendió la llamada.
—¿Diga? —saludó— Wow, wow. Habla más lento, no te entiendo —se quedó callado un momento. Por la expresión que adoptó, supe que no estaba recibiendo buenas noticias—. ¿Y ya llamaste al plomero? Bien. Iré para allá ahora.
—¿Qué ocurrió?
—Una tubería se rompió —explicó, levantándose de la mesa. Rápidamente tomó sus llaves y cartera—. Lo siento, pero tendremos que dejar la nieve para otro día.
—Está bien —respondí, encogiéndome de hombros—. Iré a ver televisión. Hoy pasarán un documental sobre delfines.
—O podrían tener un día de chicas —sugirió Terry, a punto de abrir la puerta principal para salir.
Esperé en silencio que esa idea se fuera con el tiempo y el aire, pero no sucedió. Miré por encima de mi hombro, con las manos llenas de espuma por la esponja para trastes, y los vi expectantes de mi respuesta. Abrí la boca para decir que prefería quedarme a ver el documental, pero la cara de Emma me ganó. Tenía ojos de cachorro y una sonrisa de emoción. Me sentí mal por ella.
—Está bien —acepté, forzando una sonrisa.
—¡Sí! —celebró Emma— Iré por mi bolso.
Emma corrió a su habitación. Seguí lavando los platos, incluyendo los de Terry, quien se acercó sutilmente y me habló en voz baja.
—Sé amable, ¿sí? Emma nunca tenido una tarde de chicas —me explicó.
—¿Crees que yo sí he tenido una tarde chicas? —inquirí, arqueando mi ceja izquierda— No tengo ni idea de qué decir o hacer.
Terry comprendió y asintió una vez.
—Sólo déjala consentirte.
—Tampoco tengo experiencia en esa área —puntialicé, y me señalé con el dedo índice—. Niña de acogida, ¿recuerdas?
—Te acostumbrarás —dijo calmadamente, intentando ocultar el tono triste, aunque en vano—. Diviértante —gritó antes de salir del departamento.
Cuando terminé de lavar los platos, Emma salió de su cuarto con bolso al hombro y lentes de sol sobre la cabeza.
—Andando.
—Aquí hacen la mejor manicura de Queens —dijo alegremente, cerrando la puerta del coche.
Me bajé del auto, observando el "Salón de Neptuno, uñas y cabello". La seguí al interior del lugar y me quedé observando mientras ella se dirigía a la recepcionista. El lugar era colorido, dominado por el azul y el rosa, con temática de océano. Un lado del lugar estaba destinado para el cuidado de cabello y otro para el de las uñas. Había música relajante de fondo, pero casi no se oía con las risas y voces de las mujeres platicando entres ellas o con sus estilistas. Realmente era como en las películas.
—¿Lista? Tori te atenderá.
—¿Atenderá qué? —pregunté confundida.
Emma sonrió.
—Tu pelo.
Inmediatamente me cubrí el pelo con ambas manos. ¿Qué iban a hacerme?
—Rory, sólo van a cortarlo. Está largo, y tu color es muy bonito, pero está algo maltratado.
Bajé la mirada a las puntas de mi pelo, confirmando lo que Emma decía. ¿Qué podía hacerle? Toda mi vida había usado champús tres en uno para princesas con olor a chicle de frambuesa. En la portada tenía a Ariel, Cenicienta y Blancanieves. Los padres de acogida solían saber cortar el pelo así se ahorraban unos dólares.
—Está bien —cedí, recordando las palabras de Terry.
Emma sonrió y me dio un empujoncito hacia una chica de cabello rojizo y pixie, con gafas de botella. Era bonita, y la apariencia brillante y suave de su pelo me infundó confianza para sentarme en la silla que me señalaba.
A mi lado, Emma se sentó y le atendió un hombre con cabello trenzado. La vi relajarse y tomar una revista. Yo sólo pude mirarme al espejo y tratar de ver lo que Tori hacía con esas normes tijeras y peine. Después, ni siquiera pude verme porque me llevó a lavarme el pelo. En esa fase casi me quedé dormida, entre los masajes en mi cuero cabelludo y el olor a coco en el champú, fue imposible no relajarme.
Al volver a la silla, me dio vuelta para que no me viera en el espejo y comenzó a secarme el pelo con pistola y cepillo. Esa parte la odié, pero valió la pena cuando me giró y me vi en el espejo.
—¡Voilà! —se jactó Tori, quitándome la capa de peluquería—¿Te gusta?
Parpadeé varias veces, impresionada. Tal vez exageraba, pero me veía diferente. Mi cabello lucía más suave y brillante, las puntas maltratadas se habían ido, el corte llegaba a una altura entre mi mandíbula y mis hombros, estaba peinado en suaves bucles y mi fleco estaba oculto detrás de mis orejas.
—Te hice un tratamiento hidratante, como tu mamá pidió, por eso está tan suave. ¿No se ve linda? —le preguntó a Emma, girando mi silla para que la encarara.
Emma miró instantáneamente a Tori y de vuelta a mí. Nos quedamos mirando por lo que parecieron largos segundos. Tenía pedazos de aluminio en muchas partes del cabello, algo de lo que me hubiera reído si sus ojos no hubieran adquirido una ligera capa de lágrimas y Tori no hubiera dicho esa palabra.
"Mamá".
Esperé que negara la asunción de Tori sobre nuestra relación, pero no lo hizo, y eso hizo que mi corazón se moviera de una forma extraña y casi dolorosa. No sé si por la idea de que alguien como ella fuera mi mamá, por no dar explicaciones a una extraña o porque me dejó experimentar un momento madre-hija, pero sentí calidez en el pecho.
—Hermosa —asintió, formando una sonrisa melancólica.
—Te sienta bien el aluminio —le dije, señalando su cabello.
Emma sonrió divertida.
—Espera a que George termine y no te burlarás.
—Vamos a hacerte las uñas —dijo Tori, señalándome una mesa del otro lado del salón.
Esa parte también tuvo sus momentos relajantes y estresantes, pero igualmente valieron todos la pena. Removió toda la cutícula, limó mis uñas y las pintó del tono de morado que elegí. Emma se hizo las uñas francesas, y su cabello estaba pintado en un tono más dorado, peinado con ondas y largo hasta la mitad de su espalda. Era una mujer muy guapa.
Lo único que no me dejaba disfrutar completamente del día que estaba yendo tan bien, era el recordatorio de que yo sólo era su hija temporal. Pronto me echarían o me asignarían con otra familia. La palabra clave era temporal. Nada era real.
Cuando nos acercamos al mostrador para retirarnos, Emma pagó sin dejarme ver la cantidad del cargo. En ese momento, pude ver la libreta del salón, con los nombres de los clientes y las horas asignadas a su cita. Al principio creí ver mal, pero luego estuve segura: el nombre de Emma Sanders estaba escrito junto a la hora exacta en que habíamos llegado.
¿Habían planeado este día?
—Muero por un café. ¿Quieres uno?
—No tomo café.
Emma cerró los ojos y se dio un golpe suave en la frente.
—Claro que no. Lo siento. Bueno, ¿qué te parece un frappé descafeínado?
—Está bien —acepté—. Podríamos llevarle uno a Terry. Debe estar estresado con todo lo de la tubería.
La observé con atención, buscando un indicio de que el asunto de la tubería fuera una mentira.
—No lo sé, no creo que tenga tiempo ni para tomar café.
—Creo que lo apreciaría —presioné—. Además, me gustaría conocer el gimnasio.
Apretó los labios, dudosa, pero finalmente asintióp.
—Sí, está bien.
Emma se introdujo en el tráfico y no se detuvo hasta que llegamos a una cafetería con auto servicio. Pidió mi frappé de caramelo con chispas de chocolate sobre la crema batida, su capuchino y un café negro con dos shots de expreso para Terry.
Habían pasado tres horas desde que llegamos al salón, lo suficiente para que hubieran arreglado "la tubería", pero aún podría encontrar a alguien trapeando el piso o algo parecido.
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