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14. El Hombre-Araña

En la siguiente clase, Peter miró por última vez el reloj y, un segundo después, el ansiado sonido del timbre lo hizo saltar del asiento y salir corriendo del aula. Siempre le preocupaba llegar tarde a la pasantía Stark. Ni siquiera se despedía.

Cerré mi libro y lo guardé en la mochila. Michelle me acompañó hasta la salida mientras platicábamos sobre la tarea de Química. Nos despedimos a la mitad de las escaleras cuando distinguí el coche de Terry. Esperaba con las luces intermitentes y hablando por teléfono. Parecía cansado.

—¿Está todo bien? —le pregunté en cuanto cortó la llamada.

El semáforo se puso en rojo en la avenida, permitiéndole echarme una mirada.

—Sí, sólo que el gimnasio está teniendo unos problemas. Tendré que llamar a un electricista. Volvimos a quedarnos sin luz esta tarde. La gente se está volviendo loca sin los ventiladores —explicó—. No importa. Lo solucionaré. ¿Cómo te fue hoy?

—Bien —respondí, pero la mueca de preocupación no se desvaneció fácilmente de mi cara. Terry se veía mortificado, nunca lo había visto así—. Sólo tengo un par de tareas para mañana, y me saqué un diez en la prueba de Lengua.

—Me alegro por ti —sonrió orgulloso—. Estudiaste mucho.

—Sí, fue un alivio.

Al llegar a casa, Terry se dirigió a la cocina y yo a mi habitación. Me cambié la ropa por un conjunto más cómodo. Unos tenis deportivos, unas licras cortas y una sudadera vieja. Trencé mi cabello en dos trenzas y mi mochila para el box. Durante la comida, Terry continuó comunicándose por el teléfono con una expresión de estrés. Por lo que leí en sus mensajes (sin su permiso), ahora tenía otro problema: uno de los entrenadores había renunciado por una mejor oferta de trabajo en Seattle. Se veía cansado.

Terry no soltó el celular ni se levantó de la mesa mientras yo lavaba los platos y guardaba las sobras en recipientes.

En el camino al gimnasio, Terry finalmente dejó el teléfono y me platicó que Emma llegaría tarde esta noche, pero con buenas noticias.

Con cada salto que hacía con la cuerda, cada gota que corría por cuello, me pregunté qué pasaba con Terry. No podía evitarlo. Tenía hallar la manera de ayudarlo. Al menos quería hacerlo sentir un poco mejor.

Recogí mi botella de agua y me sequé el sudor camino a la oficina de Terry para ofrecerle ir por algo a la tienda para él. Una golosina o snack podría disparar un poco de dopamina.

—Bueno —suspiró rendido—. Me encantaría un café. No hay luz, así que la cafetera no funciona —señaló la máquina sucia sobre el archivero junto a su escritorio.

Consideré por un milisegundo tratar de hacerme cargo del problema eléctrico, pero tan rápido como se me ocurrió, lo descarté. Mi falta de control en la tecnopatía podría desatar un apagón en toda la cuadra. Ni siquiera sabía si sería posible influir en la electricidad.

Tal vez tendría que hacer algunas pruebas pronto. Mientras mejor me conociera, más rápido me controlaría.

—Yo me encargo.

Terry me tendió un billete de veinte dólares.

—Ve con cuidado. ¿Llevas tu teléfono?

Rodé los ojos.

—El Seven Eleven está a sólo dos cuadras.

—Lo sé, pero... Tal vez deba decirle a Gianni que te acompañe...

—Estaré bien —enfaticé—. Volveré enseguida.

No parecía muy seguro, pero terminó dejándome ir.

Caminé sin darme cuenta de que, conforme el sol se iba ocultando, los faroles y semáforos iluminaban el camino casi tanto como los carteles de los locales y las luces de los edificios. El Seven Eleven seguía en servicio, pero cuando quise poner la mano en la puerta para empujarla, sentí una fuerza a mis espaldas. Una energía... fuera de lo común y, sin embargo, tan familiar como mi propio ser.

La roca alienígena.

Me volteé y dejé la puerta del Seven. Busqué con la mirada en la calle, pero estaba casi totalmente solitaria. No había más que un simple vagabundo dormido en el suelo y un señor llevando su cena a casa del restaurante Chen's.

Entonces, escuché risas. La presencia de la energía extraterrestre se fortaleció, metiéndose bajo mi piel, llamándome. Estaba ahí, podía sentirla. Sólo debía seguirla.

El sonido de risas estridentes, pisadas y cuchicheos me obligaron a detenerme. Había un grupo de hombres en la vuelta de la esquina. Me quedé escondida y sólo asomé una parte de mi cara para echar un vistazo.

—¡Cállate! —le gritó en un susurro uno de ellos a otro— ¿Quieres que nos arresten antes de tiempo?

—Nadie va a arrestarnos —le contestó despreocupado—. Nadie puede hacernos nada, ahora que tenemos estos bebés —dijo contento, moviendo con énfasis la maleta de mano que cargaba.

Mi vista bajó a esa maleta. Una extraña aura purpúrea imanaba de ella. De ahí provenía la energía. ¿Cargaban con la roca alienígena?

—Cállense los dos, imbéciles. ¿No quieren llamar más la atención? —les reclamó un tercero— Pónganse las máscaras.

El cuarto hombre fue el primero en sacar una cosa de plástico de su espalda, metida en su pantalón. Era una máscara de Hulk.

Me pegué rápidamente al muro, ocultándome por completo. Tenía razón: esos tipos no prometían nada bueno, y cargaban con la roca alienígena, e iban a usarla como arma. Debía recuperarla. No podía dejarlos ir. ¿Y si herían a alguien? Me negaba a cargar con esa culpa.

Pero... ¿cómo?

Cuando volví a asomarme, los cuatro hombres corrían. Los seguí sin hacer ruido y a paso lento. Giraron en la primera cuadra a la derecha, y entendí lo que planeaban. Justo en aquella esquina, frente a un negocio llamado Delmar's Deli & Grill, había un cajero vacío. Iban a robar. Mi corazón se aceleró cuando vi que sacaban armas de las maletas.

La comprensión me golpeó con la impresión y la confusión. No llevaban consigo la roca alienígena, pero sí armas hechas con la misma energía. El núcleo tenía que ser de otro planeta.

Observé con la cara en blanco, oculta en la esquina contraria, cómo el enmascarado de Hulk sostenía un arma grande y extraña frente al cajero, fundiendo el hierro sin hacer mucho ruido ni esfuerzo. El disfrazado de Capitán América usó otra arma para agarrar y arrancar el frente del cajero automático. El enorme trozo de metal estaba suspendido en el aire.

¿Quién y cómo había obtenido... o construido esas armas? ¿De dónde las consiguieron? No se veían muy inteligentes como para crear algo así. ¿Habría utilizado la roca quien las haya construido? ¿De dónde venían todas esas cosas extraterrestres?

La respuesta me llegó con el recuerdo de la batalla de Nueva York y la cena familiar con Jackson. De alguna manera, el hermano de Emma estaba involucrado. Mi mejor oportunidad para averiguar sobre la roca y estas armas alienígenas era Jackson Brice.

—Oye, estas cosas de alta tecnología lo hacen demasiado fácil.

—Te dije que valía la pena.

—Podemos robar cinco lugares más esta noche.

Después de usar armas avanzadas para abrir los cajeros, los ladrones comenzaron a meter el dinero a las maletas. "Iron Man" vigilaba con una escopeta, nada alienígena. Una parte de mí quería entrar y quitarles las armas, dejándolos encerrados en el banco bajo las cámaras. Y justo cuando estuve por dar un paso al frente, una figura roja y azul, delgada y caminando casi de puntillas, cruzó la calle y atravesó la entrada del banco como si nada.

El Hombre-Araña.

Rápidamente me eché hacia atrás. Si el Hombre-Araña estaba ahí, no tenía que preocuparme. Sin embargo, aún debía encargarme de las armas. Eran pruebas, una fuente de información que me ayudaría a entender lo que me estaba pasando. Sólo tenía que hallar la manera.

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