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13. A-Bohr-rido

—Bien, ¿y cómo calculamos la aceleración lineal entre los puntos A y B? —preguntó la profesora— ¿Flash?

—Producto del seno del ángulo y la gravedad dividida por la masa —respondió seguro de sí mismo.

—No.

Alguien más alzó la mano, pero la profesora Warren llamó a un estudiante que claramente estaba teniendo dificultades para concentrarse en la lección.

—Peter. ¿Sigues con nosotros?

Peter, en lugar de poner atención (cosa que no necesitaba hacer para sacar diez en un examen), estaba viendo un video del Hombre-Araña en YouTube. No es que fuera una metida, pero lo había visto en mi cabeza fugaz y accidentalmente. A veces formaba conexiones telepáticas con electrónicos inteligentes sin querer. ¿O eran las máquinas las que formaban un puente conmigo?

—Uh... Uh... Sí, sí.

Cerró su computadora portátil y analizó el diagrama de un péndulo de gravedad simple en el pizarrón.

—Uh... La masa se cancela, por lo que es sólo la gravedad multiplicada por el seno.

—Correcto. ¿Lo ves, Flash? Ser el más rápido no siempre es lo mejor, si te equivocas.

La clase estalló en risas; yo tuve que cubrirme la boca para no ser tan descarada. Flash volvió en su asiento y se quedó mirando a Peter.

—Estás muerto —susurró.

Como todos los días, Peter se volvió para mirar el reloj.

—¿Tienes el ejercicio número cinco? —me preguntó Michelle a mi lado.

—¿Eh? Oh, sí. Toma —le dije, pasándole mi libreta para que viera mi respuesta.

—Se te está cayendo la baba.

La miré con los ojos en blanco. Michelle se rio en silencio. Adoraba burlarse de mí. Siempre decía que miraba a Peter embobada. No había día que no hiciera algún comentario burlón al respecto.

—¿Quieres mi libreta o no?

La siguiente clase fue la de Química, donde el profesor nos puso a hacer un experimento y describirlo en nuestras libretas.

—Hoy hablaremos sobre el físico danés, Niels Bohr, pero créanme, no hay nada de a-Bohr-rido en sus descubrimientos con respecto a la teoría cuántica —bromeó el profesor Cobbwell.

Michelle me miró raro cuando me reí del chiste del profesor.

—¿Qué? —la miré inocente— Fue gracioso.

El profesor Cobbwell se acercó sonriente a nuestra mesa.

—¿Cómo va mi alumna favorita? —dijo en secreto, bajando la voz.

Michelle rodó los ojos. El profesor Cobbwell decía que yo era su favorita. Yo sabía que sólo era porque era la única a la que le daban risa sus chistes, pero me daba igual. Yo no era difícil de hacer reír. Me gustaban las bromas tontas.

—Bien —respondí—. Me gustó el chiste de hoy, profesor.

—Gracias, estuve esperando desde ayer para decirlo.

Le puse el puño y él torpemente lo chocó con la mano abierta, confundiendo el saludo.

Mientras el profesor Cobbwell continuaba con su introducción sobre Bohr, Michelle y yo pasamos a hacer el segundo experimento.

Al otro lado de la cafetería, Liz estaba parada sobre una escalera y colgando una pancarta del baile de bienvenida sobre el reloj de la pared. Peter y Ned estaban sentados uno al lado del otro, mirándola embobados por encima de mí.

—¿Liz tiene una blusa nueva? —preguntó Peter soñadoramente.

—No. La hemos visto antes, pero nunca con esa falda.

Puse los ojos en blanco sin que se dieran cuenta, ya que estaba cabizbaja y jugando con las uvas en mi plato.

—Deberíamos dejar de mirarla fijamente, antes de que se vuelva espeluznante.

—Demasiado tarde —dijo Michelle. Me volví para ver a Michelle sentada en el otro extremo de la mesa—. Son unos perdedores.

—¿Entonces por qué te sientas con nosotros?

—Porque Rory me agrada.

Peter y Ned me miraron. Les arqueé una ceja.

—¿Con quién creen que estoy cuando se le quedan viendo a Liz como dos perritos con lengua de fuera?

Michelle se rio.

—Les dijo perros.

—Dije perritos.

Se encogió de hombros, aún divertida.

—Es lo mismo.

La práctica del Decatlón estaba comenzando. Parada en el podio, Liz leía las tarjetas de estudio. Ned, Charles, Abraham y Cindy estaban sentados en el escenario con las campanas frente a ellos.

—Pasemos a la siguiente pregunta. ¿Cuál es el elemento natural más pesado?

—El hidrógeno es el más ligero —respondió Charles. Me reí por lo bajo, el pobre chico se equivocaba cuando se ponía muy nervioso en las prácticas—. Esa no era la pregunta.

—Uranio.

Cindy, que estaba buscando frenéticamente los libros, miró a Abraham.

—Eso es correcto. Gracias, Abraham.

—Sí —celebró, levantando el puño en el aire.

—Por favor, abran sus libros en la página diez —pidió Liz.

Michelle y yo hojeamos el libro hasta llegar a la página. Estábamos sentadas en el suelo del escenario, recargadas contra la pared. A unos metros de distancia, Peter estaba conversando con el profesor Harrington, el maestro a cargo del equipo.

—Peter, son las nacionales. ¿No hay forma de que puedas tomarte un fin de semana libre?

—No puedo ir a Washington porque si el señor Stark me necesita, tengo que asegurarme de estar aquí.

Ya sabía que no iría, lo había discutido conmigo y con Ned unos días atrás. Estaba abandonando todo lo que le gustaba por esa pasantía, y me preocupaba. La banda, robótica... y ahora el Decatlón.

—Ni siquiera has estado en la misma habitación que Tony Stark —se burló Flash detrás de ellos, leyendo el libro con los pies apoyados en una silla.

—Espera, ¿qué está pasando? —preguntó Cindy.

—Peter no va a ir a Washington —respondí casualmente.

—No. No, no, no, no, no. No, no —se negó Cindy, estresada.

Abaraham tocó el timbre a su lado.

—¿Por qué no?

—¿De verdad? —le cuestionó Liz a Peter— ¿Justo antes de las nacionales?

Esperaba que al menos Liz pudiera convencerlo de no faltar. Peter estaba tan loquito por ella que tal vez le haría caso.

—Ya dejó la banda de música y el laboratorio de robótica.

Todos miraron a Michelle con una mirada de sospecha en sus rostros. Michelle agregó rápidamente:

—No estoy obsesionada con él. Rory me lo dijo.

—¡Oye!

Enrojecí de las mejillas al ver que todos me miraban, así que inmediatamente me cubrí con el libro abierto y miré mal a Michelle.

—Flash, irás en lugar de Peter.

—Oh, no lo sé. Primero tengo que consultar mi calendario. Tengo una cita caliente con Wolverine próximamente.

Abraham volvió a tocar el timbre.

—Eso es falso.

Bajé el libro, descubriéndome la cara, para mirar a Flash con burla.

—Me encantaría oírte decir eso frente al Capitán América —le reté.

—¿Qué les dije sobre el uso de la campana con fines cómicos? —regañó el profesor.

Peter se volvió para ver el reloj. Todavía era 1:18 p.m.

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