11. Aceptación
A la mañana siguiente nada ocurrió cuando bostecé o me acerqué a alguna máquina. Las luces funcionaron bien, el horno no enloqueció y el reloj de la pared de la sala estaba con la hora correcta. Además de eso, me sentía como nueva.
Aún así, Emma me mandó un suero y mucha fruta para la merienda. En el camino a la escuela, Terry me pidió que tomara las cosas con calma y le diera mi comprobante médico al profesor de gimnasia, el entrenador Wilson. Aprovecharía esa hora de clase para sentarme en las gradas y pasar los apuntes de Michelle a mi cuaderno.
En la clase de Lengua, el profesor York estaba haciendo que me quedara dormida. Nos había puesto a Romeo y Julieta, y no la versión con el guapo Leonardo DiCaprio, sino la de 1968.
Betty Brant, otra chica de la clase y la mejor amiga de Liz, estaba llorando junto con Cindy. Jason roncaba y Ned estaba muy entretenido con la película. Volteé a ver a Peter. Él miraba la pantalla, pero claramente estaba pensando en otras cosas.
No me gustaba la clase de Lengua, pero sí la de Química. Miré el reloj. Todavía faltaban veinte minutos para que sonara la...
Me sobresalté cuando el timbre sonó con fuerza y no se detuvo. Todos comenzaron a taparse los oídos. Cerré los ojos de inmediato. Si eso había sido mi culpa, ¿mis ojos estarían brillando?
Para, pensé. ¡Para, por favor, para, para!
Y por fin se detuvo. Todos gritaron y suspiraron de alivio.
—Debe haber alguna falla —dijo el profesor York—, pero todavía faltan veinte minutos. No se levanten. Ya viene la escena del suicidio.
Ay, no, pensé dramáticamente. Esa escena me parecía tan estúpida. Romeo hizo que Julieta se suicidara por pura estupidez.
¡Zap!
La pantalla se apagó. Unos corearon alegría y otros objetaron. Me cubrí los ojos con la mano, en caso de que estuvieran brillando otra vez. Si esto se salía de control, necesitaría gafas oscuras.
El profesor intentó volver a encender la televisión, pero nada funcionó. La desconecto y conectó, agitó el control, cambió las baterías... y se rindió.
—Lo siento, clase, creo que tendremos que continuarla mañana.
Me sentí mal.
Miré fijamente la pantalla oscura, viendo mi reflejo en ella. Me removí en mi asiento, asustada, cuando pude sentirla. Sentí la energía erizándome los vellos de la nuca, los circuitos corriendo bajo mi piel. Nunca había averiguado cómo funcionaba una televisión, pero ahora lo sabía.
¡Zap!
La televisión volvió a encenderse, pero antes de que lo hiciera, vi que mis ojos no cambiaron de color. La película continuó donde se había quedado.
—Qué extraño —murmuró Michelle.
—Sí, extraño —concordé con ella, aunque no sobre lo mismo.
Era oficial. La roca alienígena me había hecho algo extraño.
El resto del día procuré no pensar en cambiar nada. Ni siquiera sabía qué era lo qué hacía o cómo lo hacía. A veces era con mi mano, a veces con mi voz y otras con la mente.
—Profesor, ¿puedo ir al baño? —pregunté, levantando la mano.
—Claro. No olvides tomar el pase —me dijo, señalando la tabla con las palabras "PASE PARA PASILLO" pintadas en rojo.
Llegué al baño y revisé que no hubiera nadie. Me miré en el largo espejo sobre los lavabos, inhalé y exhalé.
—Concéntrate —me dije.
Levanté el brazo y con la palma de la mano apunté el grifo del lavamanos frente a mí. Sentí los tornillos, la mecánica y la función de la simple manija para abrir la llave y dejar pasar el agua.
Sonreí emocionada cuando la manija giró y el agua cayó. Mis ojos no brillaron violetas.
—¡Sí! —celebré con un brinco.
Entonces, todas las manijas de los lavabos se abrieron y las palancas de los baños bajaron, desechando el agua. Por el espejo, el brillo púrpura llamó mi atención. Ahora sí brillaban.
Corrí a cerrar todas las llaves de dos en dos y suspiré cuando el calvario finalmente terminó. Me miré en el espejo. El color de mis ojos se había ido, y algunas de mis dudas también.
Mis ojos brillaban al hacer cosas grandes, como ayer, cuando encendí todo lo electrónico en la casa. Pero no sólo tenía control sobre lo electrónico, también lo mecánico. Y no requería de electricidad. El tostador seguía funcionando cuando lo desconecté. Y no sólo era controlarla, la asimilaba... la entendía, había una conexión.
—Es una locura —murmuré.
En el almuerzo, cuando Ned quiso enseñarnos un video del Hombre-Araña a Peter y a mí, me sentí terrible. Su celular se trabó y no volvió a encenderse.
—Oh, rayos. Era nuevo —se quejó, presionando varias veces el control de encendido y apagado—. Mis papás van a matarme.
—¿Puedo intentarlo? —le pregunté, estirando la mano.
Ned, con una mueca triste, me lo dio. No dejé de observarlo hasta que de nuevo la sentí: una conexión. Pude verlo en mi cabeza. El sistema operativo y el contenido, los bucles, el programa, los datos.
—¡Lo hiciste! —agradeció Ned, tomando el celular de vuelta cuando se lo di en el proceso de encendido— ¿Cómo lo hiciste?
Me encogí de hombros.
—Sólo presioné el botón más tiempo. ¿Qué decías del video?
—Ah, sí —dijo Ned, haciendo memoria—. Es asombroso. Hubo un accidente en el puente Brooklyn ¡y el Hombre-Araña evitó que cinco autos cayeran al agua!
—Es increíble lo que hace —opiné.
Peter me miró.
—¿E-en serio? ¿Crees que es increíble?
—¡Claro! —dije con tono obvio— Sobretodo desde que su traje mejoró, se ve mucho mejor y creo que la gente lo toma más en serio. Es un héroe.
—Sí, supongo que es un héroe —consideró Peter, sonriendo.
—Y... algo me dice que es lindo —añadí, moviendo mis cejas de arriba abajo.
—Yo me lo imagino pelirrojo —dijo Ned, mirando a la nada.
—¿Qué t-te hace creer que es... lindo? —me preguntó Peter confuso, frunciendo levemente el ceño.
—No lo sé —admití, y le di un sorbo a mi suero de uva—. ¿Intuición femenina?
—Y judío —continuó Ned, dándole una cara al Hombre-Araña en su imaginación.
—Peter, ¿podrías pasarme los ejercicios de Física de ayer? Michelle no encuentra su cuaderno. Es lo único que me falta —le expliqué.
—Sí —dijo rápidamente, y buscó la libreta en su mochila. La sacó y me la entregó—. Lamento que te sintieras tan mal ayer.
—Está bien, ya estoy mejor.
—Debiste avisarnos, Peter estaba súper preocupado —comentó Ned, dándole un mordisco a su sándwich de mermelada.
—No estaba súper preocupado —le corrigió Peter, fulminándolo con los ojos. Me miró y captó lo que acababa de decir—. Es que, quise decir que sí, sí estaba preocupado, sólo... sólo no demasiado preocupado. Sí me preocupas, nada más...
—¡Peter! —lo detuve de golpe, y empecé a reírme— Calma. Entiendo a qué te refieres. Ned tiende a exagerar.
—Sí, lo hace —dijo Peter, asintiendo.
—Lamento no poder llamarlos, chicos, pero en serio me sentía mal. Apenas hoy le dije a Michelle en la primera hora. A ustedes les dije anoche —dije divertida. Ned sonrió orgulloso—. Tuve que hacerlo. Me dejaron millones de mensajes preguntándome dónde estaba.
—No fueron millones —dijo Peter, avergonzado.
—Tú quince —lo señalé, y luego a Ned—. Tú doce.
—Te lo dije: súper preocupado —repitió Ned, burlándose.
—Viejo, me metiste ideas a la cabeza con los peores escenarios, ¿qué esperabas?
Me reí. Me imaginaba perfectamente a Ned creando las peores teorías sobre por qué falté a clases y por qué no les respondía los mensajes.
—¿Cómo te sentiste?
—Bien —respondí, cerrando la puerta del auto—. Me muero de hambre. Ya me cansé de tanta fruta y suero.
—Eso es buena señal —sonrió Terry—. Vamos a casa entonces. Hice fajitas.
Soltó el pedal del freno y avanzó. Casi salivé de imaginarme las fajitas. Tanto Terry como Emma eran buenos cocineros. Mi estómago rugió. No podía esperar a llegar a casa.
—¿Qué está pasando? —dijo Terry, su tono impregnado con preocupación. Bajó la mirada a los pedales— ¡Rory, agárrate! —vociferó.
Obedecí, aferrándome al cinturón de seguridad.
La manecilla del velocímetro no dejaba de subir. Terry trataba de frenar, pero el auto no respondía. Y era mi culpa.
Tragué, aterrada, cuando no fui capaz de detener el auto. El estrés y la presión no me permitían concentrarme lo suficiente. Levanté la mirada y, en su lugar, me enfoqué en los semáforos. Uno a uno, fueron cambiando a verde en nuestro beneficio.
Íbamos a ochenta kilómetros por hora, y no podíamos parar. Vi por la ventanilla que una patrulla encendió las sirenas y arrancó para seguirnos. Pegué la mano en el cristal, apuntando al coche patrulla, y éste se detuvo de golpe, pareciendo como si hubiera chocado con una pared. Si hacía eso con nuestro coche, nos volcaríamos. Necesitaba bajar la velocidad primero.
Terry estuvo por tomar el freno de mano y activarlo, pero antes de que lo hiciera, puse todo mi esfuerzo. La manecilla del velocímetro finalmente descendió y dejé ir la conexión. Terry recuperó el control del auto e inmediatamente se estacionó en el primer lugar disponible que encontró.
Ambos respirábamos agitadamente.
—¿Estás bien?
—Sí —respondí—. ¿Y tú?
Terry asintió.
—Tengo que llevarlo al taller. No puede ser, no entiendo qué pasó —maldijo en voz baja—. ¿Segura que estás bien?
—Intacta y calmada —le aseguré. La culpa me estaba dando dolor de estómago, ya no tenía hambre—. Lo siento mucho, Terry.
—No es tu culpa —dijo negando con la cabeza—. Tendremos que irnos lento. Ya casi llegamos.
—Sí, está bien —asentí.
—No te quites el cinturón —me ordenó.
Una vez que la adrenalina se fue, la culpa llenó todos los espacios vacíos. Terry podría haber salido lastimado. Alguien más podría haberse herido si causaba un accidente. Por suerte, el policía apenas iba a diez kilómetros por hora, la bolsa de aire ni siquiera se había activado. Sólo esperaba que lo que le hubiera hecho fuera reparable.
Llegando a casa comí rápido y me encerré en mi habitación. Investigué en mi celular todo acerca de los Chitauri, Loki y el Teseracto, pero la información era escasa. Al menos sabía que no era el Teseracto, Thor se lo había llevado a Asgard, y ni siquiera se parecían.
¿Por qué Jackson tenía esa roca? ¿De dónde la sacó? Tenía empezar por averiguar más sobre el hermano de Emma, el origen de todo esto.
—Oye, Terry, ¿en dónde dijo Jackson que trabajaba? —le pregunté casualmente, mientras le ayudaba a preparar la ensalada.
Emma todavía no llegaba a casa, había avisado que llegaría a la hora de la cena.
—Por más que me parezca insoportable, tengo que admitir que tiene un buen empleo. Transporta cargamento para el Departamento de Control de Daños. Y lo que más me sorprende es que lo ha mantenido por ocho años —se burló.
Control de Daños era una organización creada por SHIELD que se especializaba en la recolección y almacenamiento de artefactos únicos. Después de la batalla de Nueva York, esta fue comprada por Tony Stark y el gobierno de los Estados Unidos, siendo renombrada oficialmente como el Departamento de Control de Daños de los Estados Unidos. Ahí llevaban todas las sobras de la posguerra, como las armas, transportes y cuerpos Chitauri.
Así que de ahí sacó la roca alienígena... Control de Daños.
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