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1. Familias temporales

Los Thomas no eran una mala familia de acogida. A pesar de compartir una casa pequeña con siete niños menores a mí, en un barrio poco seguro, había cierto grado de comodidad. Esta debía ser mi octava (¿tal vez décima?) familia de acogida. La señora Thomas no cocinaba mal, y el señor Thomas casi nunca estaba en casa. Los niños eran mucho más agradables de lo que otros habían sido en mis familias anteriores.

—¡Rory! Mira lo que hice hoy en la escuela.

Respondía al nombre de Rory desde que era una niña, era más corto. Tomé la hoja con una pintura de pulgares de la mano de Olivia, y sonreí al entender la distorsionada forma de un conejo café con moño rojo y ojos negros. Había pintado a su peluche, Botones.

—Te quedó muy bonito. ¿Vas a pegarlo arriba de tu cama?

Olivia rio y negó con la cabeza tiernamente, reluciendo su inocencia de cinco años.

—¡No! Es para ti.

—Oh. Entonces lo pegaré arriba de mi cama.

Le estiré la mano y ella la tomó sin dudar. Caminamos al sur, alejándonos del kínder 52 de El Bronx, donde Olivia asistía a clases. Se había vuelto mi deber recogerla al salir de la secundaria, ya que me quedaba de camino a la casa.

Olivia me platicó todo su día en la escuela, incluso lo que la señora Thomas le puso en su lonchera para el almuerzo. Sólo se detuvo y suspiró cuando entramos a la casa 193 de la calle Jefferson, la casa que acogía temporalmente a ocho huérfanos.

Estuve por subir con ella, ignorando las risas y los gritos de los demás niños haciendo la tarea en el comedor..., cuando la señora Thomas me llamó desde la sala.

—Rory, ¿puedes venir un momento?

Pasé de largo las escaleras y crucé el pasillo a la sala. Arqueé las cejas, confundida, cuando vi a la señorita Ming sentada frente a la mesa de café con su portafolio junto a sus pies.

Melissa Ming era mi trabajadora social asignada, llevaba mi caso desde que cumplí ocho años. Era amable, pero ningún huérfano quería a su trabajador social. Era casi una regla.

—Hola, Lorelay —me saludó con una sonrisa cordial—. ¿Cómo te fue en la escuela?

—Bien, gracias —respondí con recelo, insegura sobre por qué había venido. Miré por el rabillo del ojo a la señora Thomas y de vuelta a Ming—. No sabía que vendría hoy.

Como sospeché, su visita no era una cita rutinaria para asegurar que estuviera siendo alimentada y cuidada. La señorita Ming formó una sonrisa tensa y cerrada que le dirigió a la señora Thomas.

—¿Podría darme un momento a solas con Lorelay, señora Thomas?

La señora Thomas asintió y se fue sin decir nada. No era una mujer de muchas palabras. Ming la vio irse y me señaló el sofá frente a ella, del otro lado de la mesa central. Tomé asiento y la miré expectante.

—Vine porque te tengo noticias —me explicó, sentándose más derecha. Era la mujer más rígida que había visto en mi vida. Nunca se encorvaba o se sentaba relajada.

—¿De acuerdo...? —respondí, sin una idea sobre lo que podía ser— ¿Qué ocurre?

—Hay una familia —comenzó, enviándome una mirada significativa—. Es perfecta para ti, Lorelay. Han querido una niña desde hace mucho. Les hablé de ti y aceptaron de inmediato. Claramente, aprobaron todos los requisitos y superan las expectativas.

—Oh —comprendí, sorprendida. Me acomodé en mi asiento, observé mi entorno y me encogí de hombros—. De hecho, estoy bien aquí. Me gustan los Thomas, señorita Ming.

Su sonrisa motivadora tambaleó un segundo, y sus hombros bajaron. Carraspeó.

—No creí que fueras a oponerte —murmuró, arqueando una ceja brevemente. Reconocí la expresión de su rostro. Rara vez la veía expresar emociones. Algo que me gustaba de Ming, además de su amabilidad, era su franqueza, pero esta vez parecía tener dificultad para decirme algo que yo estaba pasando por alto—. Lo siento, pero esta es una de las veces en que no es opcional.

Levanté las cejas.

—¿Cómo? ¿Los Thomas ya no me quieren?

—Se han dado cuenta de que ocho niños se está volviendo demasiado para manejar, y más si uno de ellos es una adolescente de quince años. No es que no te quieran, ellos...

—¿Esto es por lo del mes pasado? —la interrumpí— ¡Las cosas no fueron como parecían!

—Calma, Lorelay —me pidió con voz suave—. Ese asunto está en el pasado, es sólo que los Thomas ya no se sentían cómodos. A veces, las familias que acostumbran a tener niños y reciben un adolescente, se dan cuenta de que es diferente. Conseguí que dejaran que te quedaras mientras yo te encontraba una buena familia. Y lo hice. Van a agradarte, lo prometo. Son buenas personas, los entrevisté más de una vez. Viven en un vecindario más seguro y tienen mejores escuelas alrededor.

Ignoré sus intentos de hacerme ver el lado positivo. Me recargué en el respaldo del sofá con pesadez y sonreí con ironía. Ming simpatizó y me dejó asimilarlo en silencio. No era la primera familia de acogida que se arrepentía de recibirme, pero seguía doliendo ser regresada como un producto defectuoso.

—¿Cuándo me voy? —murmuré, sin mirarla.

—En cuanto tengas tu maleta lista.

Maleta. Como si tuviera las suficientes pertenencias como para llenar una maleta de mano. Me levanté y salí de la cocina. Pasé junto al comedor y me detuve abruptamente al ver a Johnny, Gina y Clay haciendo la tarea con ayuda de la señora Thomas, quien se percató de mi presencia un segundo después, pero actuó como si nada y volvió a prestarle atención a los niños. No iba a explicarse, despedirse ni desearme suerte. Ningún padre temporal lo hacía al pedir la relocalización de algún niño. Como siempre, no lo tomé personal. ¿Qué bien me haría hacerlo?

Subí las escaleras acariciando el barandal y giré a la derecha en el pasillo. La segunda puerta, con dibujos y pegatinas de princesas en la puerta, era del cuarto donde dormía con las demás niñas. Olivia estaba ahí, pegando su pintura de Botones arriba de mi cama individual. Se me estrujó el corazón.

—Ya lo pegué por ti —me dijo al verme entrar, y bajó de mi cama en un brinco.

Olivia era dulce e inocente, pero no ingenua. Entendió muy bien cuando le dije que estaba siendo relocalizada a otra familia, y me ayudó a empacar mi mochila. Los huérfanos en hogares temporales nos endurecíamos desde esa edad; aprender a no encariñarse se volvía una forma de autodefensa. Olivia no era la excepción, por más que mereciera a la mejor familia del mundo.

—Voy a extrañarte, Rory —sollozó en mis brazos.

Sin embargo, seguía siendo una niña con la capacidad de soñar y un corazón enorme. Acaricié sus coletas rizadas y azabaches.

—Yo también, Oli.

Despedirme de Olivia era algo que debía hacer, o nunca me lo hubiera perdonado, pero los demás no tenían que saberlo hasta que yo estuviera lejos de aquí. Ninguno se dio cuenta cuando salí de la casa con la señorita Ming, lo que lo hizo más fácil.

Subí al sedán plateado con la mochila en las piernas.

Ming me miró con una sonrisa que intentaba ser alentadora. Aprecié que fuera considerada. Otros trabajadores sociales no tomaban mucho en cuenta los sentimientos de los huérfanos. Estaban acostumbrados a ver a infante tras infante ser abandonado o desplazado, deshumanizados.

—¿Lista?

No respondí, sólo pude asentir con la cabeza.

Al menos ya no tendría que hacer el ensayo de Literatura.

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