El destino de Jeon Jungkook había sido sellado desde el momento en que su vida se entrelazó con la oscuridad. Nacido bajo la luna llena, su esencia estaba destinada a sufrir, a ser desgarrada por el dolor que corría por sus venas. La libertad que alguna vez había soñado era ahora un eco lejano, una sombra de lo que podría haber sido. Sus ojos, que alguna vez reflejaron esperanza y vida, ahora estaban vacíos, apagados por la desesperación que lo consumía día a día.

Un alfa era conocido por su fuerza, su poder, su naturaleza salvaje e indomable. Jimin encarnaba todo eso, y más. Pero lo que lo distinguía no era su ferocidad, sino su capacidad de amar con una intensidad que superaba su propia comprensión. Su luna, esa luna que lo llamaba en sus sueños, que lo quemaba desde dentro, le había sido arrebatada. La ira y la desesperación se mezclaban en su pecho, porque sabía que en algún lugar, esa luna sufría. La marca de su mordida, que debería haber sido símbolo de protección y unión, se había convertido en una herida abierta, una fuente de dolor tanto para él como para el ser que amaba.

Jungkook estaba muriendo por dentro, pero no había caído en el olvido. Jimin lo sentía en cada latido de su corazón, en cada suspiro que escapaba de sus labios. Y aunque el mundo estaba decidido a separarlos, él estaba dispuesto a luchar contra cualquier fuerza, incluso contra el destino mismo, para salvar a su luna.

Porque no importaba cuán cruel fuera el destino, un alfa como Jimin jamás abandonaría a quien amaba. Y mientras hubiera un solo aliento en su cuerpo, él lo utilizaría para encontrar a Jungkook, para traerlo de vuelta a la vida y devolverle la libertad que tanto merecía.