CAPÍTULO 48
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LOGAN
Cruzo las grandes puertas de cristal que separan el bullicio del paddock de la calma de las oficinas en el circuito de Países Bajos. Las luces fluorescentes del techo iluminan el suelo pulido, creando un resplandor uniforme que refleja mi figura mientras avanzo con determinación. Cada paso que doy resuena en el pasillo vacío, un eco que amplifica mi creciente frustración. Mi mente, sumida en la estrategia para la clasificación que se viene en un par de horas más, pero una figura familiar se interpone en mi camino.
Lorenzo está allí, con una presencia que impone respeto. Sus ojos, normalmente serenos, arden con una ira palpable. La tensión en sus hombros y la forma en que se cruza de brazos indican claramente su descontento. Su postura rígida y el ceño fruncido me hacen saber que está a punto de desatar una tormenta.
—Logan, necesitamos hablar —ordena Lorenzo, su voz es un filo cortante, desprovista de amabilidad.
Siento cómo una ola de frustración se despliega en mi interior, tensionando mi mandíbula involuntariamente. Intento calmarme, pero las palabras que se me escapan son más tensas de lo que esperaba.
—Tengo que ver a Christian, me llamó urgente. Luego paso por tu oficina —digo, tratando de suavizar la tensión con una voz que traiciona mi nerviosismo.
—Ahora, Logan —exclama Lorenzo, su tono inflexible y cargado de urgencia—. Lo que tengas que hacer no me importa.
El aire entre nosotros se torna denso, como una niebla que envuelve el espacio y refuerza el peso de la conversación inminente. Lorenzo me guía hacia su oficina. Cada paso que damos amplifica el eco en el pasillo, creando una sinfonía de tensión que nos acompaña. Las paredes de la sala están decoradas con fotografías en blanco y negro de carreras antiguas, un recordatorio sombrío de la historia y la tradición que ahora parece estar en juego.
Al llegar, Lorenzo cierra la puerta con un golpe seco que reverbera en mis oídos, sacudiendo el suelo bajo mis pies. La oficina es mediana y austera. Un escritorio rectangular de madera oscura ocupa una esquina del espacio, con dos sillas frente al mueble de manera ordenada. Las paredes están decoradas con fotografías en blanco y negro de carreras antiguas, una irónica representación de la historia del automovilismo que contrasta con la intensidad del momento. Lorenzo cierra la puerta con un golpe seco que reverbera en mis oídos, sacudiendo el suelo bajo mis pies.
Lorenzo se detiene al borde del escritorio, sus brazos cruzados sobre el pecho. La postura rígida y autoritaria subraya la seriedad de la situación. Su mirada es un torrente de furia y desdén.
—¿Qué pasa? —le respondo, tratando de no dejar que mi irritación se manifieste completamente. La formalidad en mi tono contrasta con la creciente inquietud en mi pecho.
Lorenzo avanza un paso, su mirada fija en mí como si intentara perforar mis pensamientos. El silencio se vuelve denso, cargado de una tensión que se siente casi física.
—He oído rumores —dice, su tono lleno de una amenaza apenas velada—. Rumores sobre tu situación personal.
El corazón me da un salto. Mi mente corre a mil por hora, intentando conectar los puntos, buscando alguna explicación que pueda suavizar la tormenta inminente. La preocupación en su mirada, evidente en el fruncimiento de su ceño, se dirige directamente a mi vida privada. Me esfuerzo por mantener la compostura.
—¿A qué rumores te refieres? —pregunto, mi voz forzada a sonar neutral. La preocupación por lo que pueda suceder a continuación es casi abrumadora.
Lorenzo se acerca más, y su presencia cercana intensifica la sensación de confrontación. La textura fría y dura del aire parece aumentar la presión en el ambiente. La luz fluorescente acentúa la dureza de su expresión, creando una atmósfera casi intimidante.
—No te hagas el desentendido, Logan —continúa Lorenzo, sus palabras cargadas de resentimiento—. Te exigí que no te involucraras con mi hija, y lo hiciste a la primera oportunidad —dice, su voz es una descarga de tensión que casi puedo sentir en el aire. Sus ojos, oscuros y penetrantes, parecen escudriñarme con una intensidad que me hace sentir como si estuviera bajo un microscopio.
Intento mantener el control, pero el desafío en su voz es una presión constante. Respiro hondo, buscando la calma en medio del torbellino de emociones que me embarga. El sonido distante de los motores de los coches de carrera se convierte en un murmullo lejano, casi inaudible en comparación con el estrépito de esta confrontación.
—Nicki y yo hemos tenido nuestra propia historia, Lorenzo. Nos conocemos desde pequeños, no fue mi intención que pasara todo lo que pasó; simplemente se fue dando entre nosotros. —Mis palabras suenan firmes, pero mi interior está lleno de incertidumbre—. Lo que sucede entre nosotros no debería afectar mi desempeño profesional ni al equipo.
Lorenzo niega con la cabeza, sus labios apretados en una línea de desaprobación. La luz fluorescente resalta las arrugas de su rostro, mostrando la dureza de su expresión. El sonido de un ventilador en el techo añade una nota monótona a la atmósfera cargada.
—Esto no es solo una cuestión de desempeño, Logan. Es una cuestión de lealtad y respeto. Te prohibí estar con Nicki, te dije que su relación tenía que ser estrictamente profesional y tú te involucraste con ¡mi hija!
Sus palabras son como un golpe seco, cada sílaba cargada de enojo. Puedo sentir la tensión en el aire, como si el espacio entre nosotros estuviera cargado de una electricidad palpable. Su furia no parece estar dirigida a mi rendimiento como piloto, sino a la violación directa de una orden personal.
—¿Y qué si me involucré con Nicki? —repliqué, mi voz tensa y llena de desafío—. ¿Es que no puedo tener una vida fuera del trabajo? ¿O es que el hecho de que me haya enamorado de ella significa que debo perder todo lo que he trabajado para conseguir?
Lorenzo se aproxima, la distancia entre nosotros se acorta con cada paso que da. Su rostro está enrojecido, sus ojos chisporrotean con una mezcla de furia y dolor.
—No se trata solo de tu vida personal, Logan. Nicki no es una de tus conquistas pasajeras. Es mi hija, y yo sé lo que eres capaz de hacer. Tu pasado es una lista interminable de errores y desilusiones. No quiero que ella sea solo otro nombre en esa lista.
La frialdad en su voz es como un cuchillo afilado, cortando el aire entre nosotros. El golpe en mis entrañas es fuerte. Siento que el suelo se tambalea bajo mis pies. La visión de Lorenzo, y la idea de que mi relación con Nicki está siendo minimizada a una simple conquista, me hiere profundamente.
—Eso no es justo, Lorenzo —digo, mis palabras saliendo con dificultad—. Mi pasado no define mi futuro. No es justo que juzgues mi valor como persona y profesional basándote únicamente en mi pasado. No soy el mismo de antes —respondo con firmeza—. Lo que tengo con Nicki es real, y estoy dispuesto a luchar por ella, a pesar de las dificultades.
Lorenzo respira profundamente, su respiración es pesada y su mirada se suaviza brevemente, pero la determinación en sus ojos sigue siendo inquebrantable.
—¿Así que estás dispuesto a sacrificar tu carrera por ella? —pregunta Lorenzo, su tono cargado de escepticismo—. Estás en la cima, Logan. Ganar el campeonato está al alcance de la mano. Y tú estás dispuesto a tirar todo por la borda por una relación que, a pesar de tu pasado, nunca ha demostrado ser realmente estable. Siempre has tenido una reputación de cambiar de mujeres y de buscar aventuras pasajeras. ¿Cómo puedo confiar en que esta vez sea diferente?
La pregunta se clava como un puñal, y mi mente se tambalea entre la desesperación y la determinación. Me esfuerzo por no dejar que la duda me desmorone. He luchado demasiado para llegar hasta aquí, pero mi amor por Nicki también es algo que no estoy dispuesto a sacrificar.
—Sí, estoy dispuesto a luchar por ella —respondo, mi voz firme a pesar del nudo en mi estómago—. No porque sea una relación que deba salvar a toda costa, sino porque es algo que realmente quiero y en lo que creo. No estoy dispuesto a sacrificar a Nicki y a mi futuro con ella solo porque piensas que no es sólido. Lo que siento por ella es real y auténtico. Estoy dispuesto a empezar de nuevo, a demostrar que mi compromiso con ella es verdadero.
—¿Qué vas a hacer cuando llegue otra que te llame más la atención que Nicki? —pregunta Lorenzo, su voz cargada de escepticismo y una sombra de resentimiento—. ¿La dejarás tirada?
Sus palabras golpean como un puñetazo en el estómago. Mi respiración se detiene un instante, mientras mi mente se tambalea entre la ira y el dolor. La acusación es directa y cruel, como si intentara desgarrar el compromiso que siento por Nicki con una sola pregunta. Lorenzo no sólo cuestiona mi fidelidad, sino que también pone en duda la sinceridad de mis sentimientos.
Levanto la vista, mi mandíbula tensa, y me esfuerzo por mantener mi voz firme y controlada. Cada palabra parece un desafío a la duda que Lorenzo intenta sembrar.
—¿Cómo puedes dudar de esto? —digo, mi voz temblando, pero cargada de una firmeza decidida—. No estoy buscando a nadie más, Lorenzo. Lo que tengo con Nicki no es una fantasía pasajera. Estoy aquí, enfrentando todo esto por ella. No es cuestión de si llegará otra persona; es cuestión de que mi amor por Nicki es real y sólido.
Mientras hablo, mis manos se ciñen en puños a mis costados, el dolor y la frustración reflejándose en mi postura rígida. Mi mirada se encuentra con la de Lorenzo, buscando transmitir la profundidad de mis sentimientos. La intensidad en sus ojos refleja su propia batalla interna, una mezcla de preocupación paternal y decepción.
—Tu duda —continúo— solo demuestra lo difícil que es para ti aceptar que alguien pueda amar a tu hija con toda su alma. No estoy aquí para jugar con sus sentimientos. Estoy aquí para demostrarle que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Si eso no es suficiente para ti, entonces tendrás que despedirme, porque no la voy a dejar. No ahora.
Lorenzo cruza los brazos, su postura rígida y su mirada distante. La tensión en el aire es casi palpable, una barrera invisible que separa nuestras perspectivas y convicciones. El ceño fruncido y la mandíbula apretada de Lorenzo revelan su lucha interna, su desilusión y su incapacidad para ver más allá de sus temores.
—Tienes razón en que no puedo controlar lo que sientes —admite Lorenzo, su voz más suave, pero aún cargada de tensión—. Pero también debes entender que no puedo permitir que pongas en riesgo la reputación y el futuro de mi hija. Mi prioridad es protegerla, y no estoy dispuesto a arriesgar su bienestar por nada.
—Sé que no puedo prometerte que nunca la lastimaré —admito, mi voz temblando ligeramente—. Pero lo que puedo prometerte es que haré todo lo posible por ser el hombre que ella necesita. Estoy dispuesto a cambiar, a mejorar, a luchar por ella todos los días de mi vida.
Lorenzo me mira con una mezcla de incredulidad y frustración. La dureza en su rostro se suaviza un poco, pero sigue siendo evidente que no está convencido.
—Te diré esto una vez más, Logan —dice Lorenzo lentamente, su voz firme—. Aprecio que estés aquí y que hayas demostrado compromiso. Sin embargo, quiero que sepas que la felicidad de Nicki es mi prioridad. Si alguna vez la haces sufrir o la pones en una situación en la que tenga que elegir entre tú y su bienestar, haré todo lo que esté a mi alcance para protegerla. Espero que eso no sea necesario y que demuestres ser el hombre que ella merece.
Sus palabras se sienten como un peso en el aire, una advertencia que resuena con claridad. Lorenzo inclina la cabeza ligeramente, sus ojos aún fijos en los míos, evaluando cada palabra que he dicho. El ceño de Lorenzo, que antes estaba fruncido, parece relajarse un poco, aunque no completamente. Su expresión refleja un conflicto interno, una lucha entre el deseo de proteger a su hija y el reconocimiento de mi sinceridad.
—Intenta no estrellar el monoplaza producto de las lluvias —añade con un tono que mezcla el desafío con una advertencia última. Aunque su voz sigue siendo dura, hay una nota de resignación que indica que, en el fondo, está dispuesto a aceptar mi compromiso, al menos por ahora.
Asiento lentamente, comprendiendo la gravedad de sus palabras. Me vuelvo para salir de la oficina, mi mente abrumada por la tensión y la incertidumbre. Mis pasos son pesados, el sonido de mis botas resonando en el pasillo vacío. El suelo pulido refleja mi figura en movimiento, un eco visual de la lucha interna que llevo conmigo.
Mientras me alejo, la conversación con Lorenzo se siente como una mezcla de derrota y desafío, pero también de resolución. La puerta se cierra detrás de mí con un suave clic, y el silencio del pasillo se siente como un alivio momentáneo.
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