CAPÍTULO 45
LOGAN
El motor de mi coche murmura suavemente, su sonido constante creando una calma tensa en el aire. La carretera se extiende frente a nosotros como un interminable camino hacia lo desconocido. Nicki está a mi lado, su silencio cargado de una distancia palpable. La luz de la mañana filtra a través de la ventana, proyectando suaves sombras sobre su rostro, que parece sereno pero distante, como si estuviera atrapada en sus propios pensamientos.
Hemos pasado una semana intentando retomar la normalidad, un intento casi desesperado de encontrar un equilibrio en medio de esta nueva realidad. La conversación ha sido más fácil, pero cada palabra parece cargada de una fragilidad que apenas disimulamos. No hemos dado el paso de besarnos ni de reconectar de manera romántica; en su lugar, estamos navegando con cuidado, tratando de no tropezar en cada pequeño gesto.
Mis manos se aferran al volante con una fuerza que no sabía que tenía. La anticipación y los nervios me aprietan el pecho, haciendo que mi respiración sea irregular. Hoy es el día del primer ultrasonido. El peso de la ocasión pesa en cada rincón del coche, y me embarga una mezcla de entusiasmo y ansiedad. La idea de ver a nuestro hijo por primera vez me llena de una emoción cruda, casi dolorosa.
Mientras conduzco, mi mente es un torbellino de dudas y esperanzas. La posibilidad de ser padre me asusta y me emociona a partes iguales. ¿Seré lo suficientemente bueno? ¿Podré manejar todo esto? En un impulso subconsciente, coloco mi mano sobre el abdomen de Nicki, buscando una conexión, un ancla en esta tormenta emocional.
Nicki se tensa de inmediato. Su cuerpo se vuelve rígido, y puedo ver cómo su respiración se vuelve entrecortada. El contacto involuntario me llena de culpa y preocupación. Me doy cuenta de mi error en el mismo instante en que ocurre.
—Perdona —digo, mi voz grave pero suavemente temblorosa—. No debí haber hecho eso.
El silencio que sigue es denso, cargado de un mar de emociones no expresadas. Nicki no dice nada de inmediato. Puedo ver el conflicto en sus ojos, una tormenta de sentimientos que lucha por salir a la superficie. Luego, con un gesto inesperado, ella coloca su mano sobre la mía, deteniéndome antes de que pueda alejarme por completo. Su toque es suave, pero hay una firmeza en su movimiento que me sorprende.
—No... —dice en voz baja, su tono cargado de una vulnerabilidad cruda—. No lo retires. Déjala ahí.
Su toque, a pesar de ser suave, está cargado de una tensión palpable. La verdad del embarazo y las emociones que esto despierta están presentes en cada acción, en cada palabra no dicha. Cada gesto y mirada entre nosotros lleva consigo el peso de nuestras experiencias compartidas y nuestras dudas sobre el futuro.
—¿Cómo te sientes? —pregunto finalmente, rompiendo el silencio con una pregunta que ha estado rondando en mi mente desde que entramos al coche. Mi mirada se clava en la suya, buscando una conexión más allá de las palabras, intentando comprender lo que está pasando dentro de ella.
Nicki parece considerar la pregunta durante un momento. Su expresión es una mezcla de reflexión y vulnerabilidad. Finalmente, suelta un suspiro tembloroso y empieza a hablar con una voz que tiembla ligeramente, como si cada palabra estuviera cargada de su propia batalla interna.
—He estado sintiendo tantas cosas —dice, sus ojos fijos en el paisaje que pasa a través de la ventana—. Hay días en los que me siento exhausta, como si hubiera corrido una maratón sin detenerme. Y luego están los momentos en los que me mareo y tengo náuseas, especialmente por las mañanas. Es como si algo dentro de mí estuviera cambiando constantemente. Y mis antojos... esos sí que son algo. —Levanta la vista para mirarme, y puedo ver un destello de timidez en sus ojos. —Últimamente, he tenido estos antojos tan intensos que es difícil ignorarlos. Como si mi cuerpo estuviera pidiendo algo que no entiendo del todo.
Mientras habla, su tono revela una mezcla de incomodidad y aceptación. La manera en que se mueve en el asiento, el leve temblor en sus manos, todo me dice que está lidiando con mucho más de lo que dice. El ambiente en el coche se siente denso, cargado de una mezcla de esperanza e incertidumbre.
A medida que escucho sus palabras, un pequeño local de comida a lo lejos llama su atención, con una señal que anuncia hamburguesas y batidos.
—¿Podemos parar allí? —pregunta, señalando el local con un gesto ansioso. Su voz tiene un toque de desesperación que no puedo ignorar.
La idea de hacerla sentir un poco mejor, de aliviárala aunque sea en algo tan simple como un antojo, me llena de una gratitud silenciosa. Sonrío, notando cómo se relaja un poco al ver mi reacción positiva.
—Claro, vamos a parar —digo, con una sonrisa que no puedo contener—. ¿Qué te gustaría?
Nicki se ilumina al escuchar mi respuesta. —Me encantaría un batido de fresa. No estoy segura de qué más, pero eso suena increíble en este momento.
Detengo el coche junto al pequeño local, y el aroma a comida rápida se filtra a través de las ventanas abiertas, mezclándose con el aire fresco de la mañana. Salgo del coche y me dirijo hacia el lugar, el suelo de asfalto calentado por el sol que empieza a elevarse en el cielo. A medida que entro, el timbre de la puerta suena y el aroma de carne asada y pan recién horneado se intensifica.
La pequeña tienda está decorada con colores vivos y una atmósfera acogedora. Los empleados detrás del mostrador me reciben con una sonrisa, y hago mi pedido rápidamente, asegurándome de que todo esté perfecto para Nicki. Mientras espero, el olor de la comida me envuelve, y veo cómo las luces del local parpadean suavemente en el ambiente cálido y acogedor.
Regreso al coche con el batido en la mano, y Nicki ya está esperando con una expresión ansiosa en el rostro. Veo cómo sus ojos brillan de emoción mientras le entrego su malteada. Su rostro se ilumina al primer sorbo del batido, y puedo ver cómo un pequeño suspiro de satisfacción escapa de sus labios.
—Gracias, es exactamente lo que necesitaba —dice, su voz llena de gratitud y alivio.
Me acomodo en el asiento del conductor, observando cómo disfruta cada bocado. La vista de su felicidad, aunque simple, es reconfortante. Me doy cuenta de lo importante que es para mí ser parte de este proceso, de estar aquí en cada pequeño momento, ya sea grande o pequeño.
Mientras el coche se reanuda su marcha hacia el consultorio del médico, el ambiente entre nosotros se siente más relajado. Hay una sensación de complicidad en el aire, un entendimiento mutuo de que estamos enfrentando este viaje juntos. Aunque el futuro sigue siendo incierto y lleno de desafíos, en este momento, compartimos una pequeña victoria: el simple acto de cuidar uno del otro en medio del caos.
Nicki, aun disfrutando de su batido, se inclina hacia mí con una sonrisa juguetona. Con una mano que sostiene el vaso de malteada, me ofrece un sorbo. Su gesto es tierno y vulnerable, y su expresión refleja una mezcla de confianza y anticipación.
—¿Quieres probar? —pregunta, sus ojos brillando con una chispa de travesura.
Acepto el vaso con una sonrisa, sintiendo el suave roce de sus dedos al entregármelo. La conexión, aunque fugaz, es suficiente para encender una chispa de calidez en mi pecho. Tomo un sorbo del batido, disfrutando del frescor de la fresa que estalla en mi boca, un contraste refrescante frente a la tormenta que tengo en mente.
—Es delicioso —digo, con una sonrisa que revela mi alivio y aprecio.
Nicki me mira con una mezcla de satisfacción y ternura, sus labios curvados en una sonrisa que me hace sentir que, por un momento, estamos exactamente donde necesitamos estar. Entrelaza sus dedos con los míos, el contacto físico creando un vínculo tangible en medio de nuestra incertidumbre.
Finalmente llegamos a la clínica. Aparco el coche y me apresuro a abrir la puerta del copiloto con cuidado. Nicki me ofrece una sonrisa agradecida mientras salimos. Caminamos tomados de la mano hacia la entrada del edificio, el sol matutino calentando nuestras espaldas y arrojando largas sombras en el suelo.
—¿Estás nerviosa? —le pregunto, intentando romper el silencio con una conversación ligera mientras cruzamos la puerta del consultorio.
Nicki aprieta mi mano con suavidad, su mirada fija en el pasillo que se adentra en la clínica. —Un poco. Es solo que... es el primer ultrasonido. No sé qué esperar.
Cada paso que damos juntos en esta mañana soleada parece un pequeño triunfo. A pesar de la incertidumbre que nos rodea, el simple hecho de estar juntos en esto nos da fuerza. Cada gesto, cada apretón de mano, nos acerca más a enfrentar lo que venga.
Entramos en el vestíbulo de la clínica, donde el aire fresco y el diseño acogedor del lugar contrasta con la nerviosa anticipación que sentimos. La recepcionista, con una sonrisa cálida y profesional, nos recibe con amabilidad.
—Hola, tengo una cita para el ultrasonido —dice Nicki, su voz apenas un susurro cargado de nerviosismo. Su rostro refleja una mezcla de esperanza y ansiedad.
La recepcionista confirma los detalles y nos indica que tomemos asiento en la sala de espera. La sala está decorada en tonos neutros, con sillas cómodas y una iluminación suave que envuelve el espacio en una atmósfera tranquilizadora. Me siento junto a Nicki, notando cómo se acomoda en su asiento con un pequeño suspiro, su mano aun firmemente entrelazada con la mía.
Nicki se aferra a mi mano con una presión ligera, una petición silenciosa de consuelo. Sus ojos recorren la sala con inquietud, deteniéndose en los cuadros y folletos de información, pero evitando fijar la vista en un solo lugar por mucho tiempo.
—Todo va a salir bien —le digo, mi voz tratando de ser un ancla en medio de su tormenta interna. Acaricio suavemente el dorso de su mano con mi pulgar, un gesto instintivo para infundirle calma, aunque mis propias dudas burbujean bajo la superficie.
El técnico, con una sonrisa reconfortante, nos recibe en la sala de ultrasonido. El espacio es un blanco neutro, iluminado por una luz suave que emite un resplandor sereno. La máquina de ultrasonido, moderna y equipada con una pantalla grande, está en una esquina, mientras que una camilla ajustable ocupa el centro de la habitación. Las paredes están adornadas con imágenes de bebés y conceptos relacionados con el embarazo, intentando suavizar el ambiente clínico.
—Hola, soy Dominik. Vamos a hacer una revisión rápida hoy para ver cómo está todo en el primer ultrasonido —dice el técnico, su tono amable y profesional. Se dirige a Nicki con una sonrisa cálida—. ¿Cómo te has sentido?
Nicki me mira de reojo, su mano aún en la mía, y yo aprieto suavemente su dedo en un gesto de apoyo. —He estado lidiando con algunos síntomas. Me siento muy cansada y he tenido náuseas, especialmente por las mañanas. A veces también tengo antojos extraños.
El técnico asiente con comprensión. —Es bastante común en esta etapa del embarazo. Los síntomas como el cansancio y las náuseas son normales. Con el tiempo, a medida que avance el embarazo, estos síntomas deberían empezar a disminuir.
Nicki respira hondo, su mano en la mía apretándose de vez en cuando. —Es un poco abrumador, pero estoy manejando lo mejor que puedo —dice con un susurro, su mirada se dirige al suelo antes de volver a encontrarme—. No me acostumbro a todos estos cambios.
—Es una etapa de adaptación —explica el técnico—. El cuerpo está pasando por muchas modificaciones para apoyar el crecimiento del bebé. Es importante que te cuides y descanses cuando puedas. —Mientras ajusta la máquina de ultrasonido, continúa—. Como están en las primeras semanas, el bebé es aún muy pequeño. Lo que veremos en la pantalla puede ser un poco difuso, pero es suficiente para asegurarnos de que todo esté en orden.
Nicki se recuesta en la camilla, y yo me siento a su lado. Ella ajusta una almohadilla para mayor comodidad, y veo cómo su respiración se acelera ligeramente. Su abdomen está expuesto, y el técnico aplica un gel frío sobre su piel, provocando un pequeño temblor en su cuerpo. Su mirada sigue a las manos del técnico mientras él mueve el transductor sobre su abdomen. La pantalla frente a nosotros parpadea, mostrando una imagen en blanco y negro que inicialmente parece una masa borrosa.
El técnico maneja el transductor con cuidado, moviéndolo lentamente. —Ahora vamos a buscar al bebé —dice con voz calmada—. Puede tomar un momento para obtener una imagen clara, así que tengan paciencia.
Nicki aprieta mi mano aún más, sus dedos entrelazados con los míos en un agarre fuerte y tembloroso. Su mirada está fija en la pantalla, y puedo ver el parpadeo de sus ojos a medida que observa la imagen que comienza a aclararse. Sus músculos faciales se tensan y relajan, un reflejo de su creciente ansiedad y expectativa.
La imagen en la pantalla comienza a aclararse gradualmente, revelando una pequeña figura en medio del espacio oscuro. La forma es apenas perceptible al principio, pero el técnico señala un pequeño punto en la pantalla.
—Aquí está —dice Dominik, señalando un pequeño punto parpadeante—. Pueden escuchar el latido del corazón. Es un signo de que todo está funcionando bien.
Nicki suelta un suspiro tembloroso, y sus ojos se llenan de lágrimas. Me inclino hacia ella, limpiando con cuidado las lágrimas que amenazan con derramarse. Mi pulgar se mueve con delicadeza, secando cada lágrima mientras mi mirada se mantiene fija en la suya. En ese instante, nuestras emociones se entrelazan, y el silencio de la sala se llena de una profunda conexión.
—¿Lo escuchas? —pregunta Nicki, su voz temblando mientras intenta procesar lo que está viendo. Sus ojos están llenos de asombro y esperanza.
—Sí, lo escucho —respondo, con una voz suave y emocionada. Mi mano sigue entrelazada con la suya, y la presión de sus dedos me recuerda la profundidad de este momento para ambos.
David señala la imagen en la pantalla, explicando lo que estamos viendo. —El pequeño parpadeo que ven en la pantalla es el latido del corazón. A esta etapa, el bebé es del tamaño de una frambuesa, así que la imagen es bastante básica. Pero eso es completamente normal.
Nicki gira su rostro hacia mí, sus ojos brillan con lágrimas que apenas se contienen. Su voz, cargada de emoción y ternura, apenas es un susurro. —Es nuestro hijo.
—Sí, es nuestro hijo —afirmo con una sonrisa que nace desde el corazón. Me inclino hacia ella lentamente, mi mano libre se desliza suavemente hasta su mejilla. El roce de mi pulgar acaricia su piel, sintiendo la textura cálida y suave. Su respiración se entrecorta mientras me acerco, y sus párpados bajan ligeramente, como si estuviera anticipando el contacto.
Nuestros labios se encuentran en un beso suave y tentador. Es un beso que lleva consigo todo el peso de nuestras emociones, una mezcla de alivio, ternura y esperanza. La calidez de sus labios contra los míos es un recordatorio tangible de lo que hemos reconstruido y de lo que aún está por venir. Siento cómo su cuerpo se relaja ligeramente, respondiendo a la conexión que compartimos en este momento, y mi corazón late con una intensidad renovada.
Cuando finalmente nos separamos, nuestras frentes se tocan, y nuestros ojos se encuentran de nuevo, compartiendo una mirada cargada de complicidad y amor. El mundo fuera de esta sala parece desvanecerse, dejándonos solo a nosotros dos y al latido del corazón que hemos escuchado, un símbolo de nuestro futuro juntos.
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