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CAPÍTULO 40

NICKI

Estoy sentada en la encimera de la cocina, el peso de mis pensamientos se siente más agobiante que el de mi propio cuerpo. La taza de café en mis manos no es más que un triste intento de encontrar consuelo, su calor es un alivio momentáneo en medio de la tormenta interna que me desgarra. La luz dorada de la tarde entra por las ventanas, extendiendo su cálido resplandor sobre el suelo, pero ni siquiera su calidez puede ahogar la fría vacuidad que siento por dentro.

La cocina está envuelta en un silencio casi absoluto, interrumpido solo por el tic-tac constante del reloj de pared, que marca el paso del tiempo con una precisión casi cruel. Cada segundo se estira, convirtiendo la espera en una agonía silenciosa. La tranquilidad de este lugar parece burlarse de mi caos emocional, amplificando mi sensación de aislamiento.

Miro hacia un punto indefinido en la pared frente a mí, mis ojos desenfocados, incapaces de fijarse en algo concreto. La pared blanca, antes un simple telón de fondo, ahora se siente como una barrera impenetrable. Cada rincón de la cocina, desde los gabinetes meticulosamente organizados hasta las pequeñas decoraciones en las estanterías, parece observarme en un silencio acusador, como si esperaran que encontrara una solución a mi desesperación.

Alana está sentada frente a mí, su presencia es una constante fuente de apoyo. Aunque su mirada está cargada de preocupación, también hay una chispa de curiosidad en sus ojos. Está claramente interesada en la planificación de mi cumpleaños, que se celebra mañana, pero su preocupación por mi estado de ánimo es palpable.

—¿Qué quieres hacer mañana? —pregunta, su voz es suave pero cargada de un interés genuino. Está tratando de animarme, de darle un giro positivo a un día que debería ser festivo, pero que para mí se siente más bien sombrío.

Tomo un sorbo de café, sintiendo el líquido caliente deslizarse por mi garganta, un pequeño consuelo en medio de mi malestar. Dejo la taza en la encimera con un golpe sordo y hago una mueca, el gesto de frustración claramente visible. La idea de celebrar no me entusiasma en lo más mínimo; simplemente no tengo el ánimo para ello.

—No sé... —mi voz suena cansada, con una nota de apatía evidente. —Quizás no debería hacer nada especial. Además, mi madre llega esta noche y quiero aprovechar el tiempo con ella.

Alana arquea una ceja, claramente sorprendida por mi falta de entusiasmo. —¿Nada especial? Vamos, Nicki. Es tu cumpleaños. ¿No te gustaría salir y disfrutar un poco? —su tono se vuelve más animado, como si esperara que su entusiasmo fuera suficiente para levantar mi ánimo. —Podríamos ir a una discoteca. Hace tiempo que no salimos a bailar. Sería una forma divertida de celebrar. No creo que a tu madre le moleste que salgas un rato en la noche.

Sacudo la cabeza lentamente, mi cabello cae en cascada a ambos lados de mi rostro. La sensación de pesadez se acentúa con cada movimiento, y el mareo que me ha estado afectando estos días parece hacer que cada gesto sea más laborioso. Esta mañana ha sido particularmente difícil; la náusea en mi estómago es persistente, y el cansancio es una sombra constante.

—No lo sé. Esta mañana no me he sentido bien —mi voz tiembla ligeramente, y me esfuerzo por mantenerla firme. —Siento como si tuviera un nudo en el estómago que no se va.

Alana me observa con una mezcla de preocupación y empatía, sus ojos transmiten una comprensión profunda. Se inclina aún más cerca, su cercanía es un intento silencioso de ofrecerme consuelo.

—¿Estás segura de que estás bien? —pregunta suavemente, sus ojos llenos de una preocupación que va más allá de lo superficial. —¿No deberías ir al médico?

—No, no creo que sea necesario. Es el estrés... todo lo que ha pasado con Logan. —mi tono es una mezcla de resignación y tristeza, como si hubiera aceptado que mi malestar es una consecuencia inevitable de los eventos recientes.

La ansiedad de no saber de él, sumada al dolor de su traición y el peso de las decisiones que he tomado, me ha dejado exhausta. En este pequeño rincón de la cocina, rodeada por la calma aparente de mi hogar, el desasosiego me envuelve. Los intentos de mis amigos por animarme solo resaltan lo lejos que estoy de sentirme bien, y el vacío en mi interior parece amplificarse.

Alana observa en silencio, entendiendo que mis palabras son solo una fracción de lo que realmente siento. A pesar de su esfuerzo por alentarme, la tristeza sigue siendo mi compañera constante. Siento un nudo en la garganta que amenaza con estallar, la opresión emocional es tan intensa que ni siquiera las palabras parecen suficientes para describirlo.

Me levanto de la encimera, el movimiento es lento, casi pesado. Milu se acerca, frotándose contra mis piernas como si percibiera mi angustia. Su compañía es un consuelo inesperado en medio de mi tormenta interna. Me agacho para acariciarla, y el gesto me da un breve respiro.

—Bueno, si no te apetece salir, podríamos hacer algo tranquilo en casa. Podemos ver una película, preparar algo rico para comer y disfrutar con tu mamá.

Sus palabras, simples y reconfortantes, son un bálsamo para mi agitación. La idea de no tener que lidiar con una celebración grande y en su lugar simplemente disfrutar de una noche tranquila con alguien que se preocupa por mí me resulta tentadora. Asiento lentamente, el gesto es una pequeña victoria sobre mi estado de ánimo.

—Sí, me parece bien. Prefiero algo tranquilo.

El alivio es casi palpable mientras me acomodo en el sofá, sintiendo el apoyo incondicional de Alana a mi lado. La presencia de mi amiga y la suavidad de Milu acurrucada junto a mí son un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, no estoy sola.

Alana permanece en silencio, su apoyo silencioso es palpable. La tarde avanza y yo me siento atrapada entre la necesidad de hacer frente a mi propio desasosiego y el deseo de hallar un poco de paz en la compañía de quienes me rodean. En este momento, con el nudo en mi garganta y el corazón en pedazos, lo único que puedo hacer es tratar de encontrar un pequeño respiro antes de enfrentar lo que venga.

—Tengo que ir por mí bendición. —dice Alana, su voz suave pero cargada de afecto. —Llama si necesitas algo, ¿de acuerdo?

Asiento en silencio, mi mirada fija en el suelo mientras ella se dirige hacia la puerta. La escucho abrir y cerrar suavemente, y el sonido de sus pasos se aleja, dejándome sola en el apartamento. El silencio que queda es denso, casi palpable, un eco de mi propio desasosiego. Milu se acurruca en el sofá, observándome con curiosidad, como si percibiera mi estado de ánimo.

Asiento en silencio, mi mirada fija en el suelo mientras ella se dirige hacia la puerta. La veo abrirla y cerrarla suavemente, y el sonido de sus pasos se aleja, dejándome sola en el apartamento. El silencio que queda es denso, casi palpable, como un manto que acentúa mi propio desasosiego. Milu se acurruca en el sofá, sus ojos verdes me observan con curiosidad, como si percibiera el tormento en mi interior.

Me levanto del sofá, el movimiento es lento y pesado. La tarde se ha convertido en una noche tranquila y estrellada. El vacío en la habitación parece hacerse más grande a medida que me preparo para salir. Me pongo una chaqueta ligera y me apresuro a salir del apartamento, sintiendo la fría brisa nocturna en mi rostro al abrir la puerta. El contraste con el calor de mi hogar me resulta refrescante y al mismo tiempo inquietante.

Conduzco hasta el aeropuerto, el trayecto me da tiempo para intentar ordenar mis pensamientos. El tráfico es ligero, y la carretera se desliza bajo las ruedas del coche con una monotonía reconfortante. La luz de los faros ilumina la carretera, y la distancia entre mi apartamento y el aeropuerto se acorta mientras la ansiedad y la anticipación se entrelazan en mi mente.

Finalmente, llego al aeropuerto. La amplia terminal está iluminada y bulliciosa, un contraste marcado con el silencio que acabo de dejar atrás. Las luces fluorescentes reflejan un brillo artificial en los rostros de los viajeros y el personal. La gente se mueve con un propósito definido, mientras que yo me siento desorientada en medio de la multitud.

Me dirijo hacia el área de llegadas, donde mi madre debería aparecer pronto. Mis pasos resuenan en el suelo de mármol, y el sonido de maletas rodantes y conversaciones animadas llena el aire. La ansiedad me aprieta el estómago, y la sensación de desasosiego regresa con fuerza. La espera se siente interminable, cada minuto que pasa parece una eternidad.

Finalmente, la veo. Mi madre aparece a través de las puertas automáticas, su figura familiar entre la multitud. Lleva un abrigo oscuro y arrastra una pequeña maleta con ruedas. Sus ojos, al encontrarme, se iluminan con una mezcla de alegría y sorpresa. Sin embargo, al acercarse, su mirada se vuelve más atenta, notando la palidez en mi rostro y la falta de brillo en mis ojos.

—Nicki, cariño —dice, su voz llena de ternura y preocupación. Se acerca a mí con los brazos abiertos, y la abrazo con fuerza, sintiendo el consuelo de su presencia. —Te ves... diferente. ¿Estás bien?

Cierro los ojos por un momento, inhalando el aroma familiar de su perfume y el calor de su abrazo. Me suelto lentamente, observando la preocupación en su rostro.

—Sí, mamá, solo... he estado un poco cansada —respondo, mi voz es un susurro cansado. Intento forzar una sonrisa, pero el esfuerzo es evidente.

Ella parece no estar completamente convencida, pero asiente, envolviéndome en un abrazo fuerte y cariñoso. Su perfume a lavanda y el calor de su abrazo son una ancla en medio de mi tormenta interna.

—Vamos a casa —dice mi madre, tomando mi mano con firmeza. —Necesitas descansar, y yo estoy aquí para ti.

Salimos del aeropuerto, y el aire fresco de la noche nos envuelve con su abrazo frío y revitalizante. La brisa nocturna acaricia mi rostro, y por un momento, me siento libre de la presión que he estado cargando. A medida que avanzamos hacia el coche, la luz de las farolas parpadea suavemente sobre nosotros, proyectando sombras que bailan en el asfalto.

Mi madre, con su maleta en una mano y la otra libre, camina a mi lado. Su presencia es un ancla en medio de mi caos interno. La veo de reojo, y noto cómo su expresión se suaviza al verme más relajada, aunque sus ojos aún reflejan una preocupación palpable. Su caminar es pausado, y cada paso parece ser un intento consciente de ofrecerme estabilidad y consuelo.

—¿Cómo ha sido el viaje? —le pregunto, tratando de desviar la conversación hacia algo menos doloroso. Mi voz es más suave ahora, casi temerosa de romper la burbuja de calma que se ha formado entre nosotras.

Ella sonríe ligeramente, sus labios curvándose en una expresión de ternura. —El viaje fue largo, pero estoy feliz de estar aquí contigo. —Su tono es cálido y reconfortante, y su mirada se posa en mí con una mezcla de amor y curiosidad.

Al llegar al coche, me esfuerzo por abrir la puerta del conductor, pero mi mano tiembla ligeramente, y mi madre nota el gesto. Sin decir una palabra, se adelanta y me ayuda a abrir la puerta, su mano firme sobre la mía, dándome un toque tranquilizador. La sensación de su apoyo es casi tangible.

Nos acomodamos en el coche, y mientras me deslizo en el asiento del conductor, mi madre se sienta a mi lado. Coloco la llave en el encendido con movimientos automáticos, sintiendo cómo el volante y el asiento parecen ofrecerme una pequeña burbuja de normalidad en medio del torbellino de mis emociones. La suavidad del cuero bajo mis manos me brinda un respiro momentáneo de confort.

En el trayecto de regreso a casa, está lleno de charlas. El sonido del motor y el susurro del viento a través de las ventanas abiertas son los únicos ruidos que rompen la calma. Mi madre observa el paisaje que pasa rápidamente a través de la ventana, su mirada fija en la carretera. Puedo sentir su presencia sin necesidad de palabras, una presencia tranquilizadora que me recuerda que no tengo que enfrentar mis problemas sola.

La luz de los faros ilumina su rostro en intervalos, y veo cómo sus ojos reflejan la preocupación y el amor que siente por mí. De vez en cuando, la veo mirar hacia mi dirección, como si intentara descifrar lo que sucede en mi mente sin que yo lo diga. Su mano descansa en su regazo, y el pequeño movimiento de sus dedos revela una ligera inquietud, una preocupación que trata de ocultar por mí.

Finalmente llegamos a casa. El aire de la noche, ahora más fresco, nos envuelve mientras salimos del coche. Mi madre se apresura a tomar mi brazo en un gesto protector y solidario. Abre la puerta de la entrada con un gesto familiar, y al entrar, el cálido resplandor de las luces interiores me recibe, contrastando con la frialdad de la noche.

Nos dirigimos al salón, y el ambiente acogedor de mi hogar parece contrastar con el tumulto emocional que llevo dentro. Mi madre se sienta en el sofá y me hace un gesto para que me una a ella. Mientras me siento a su lado, siento el alivio de tener a alguien en quien confiar.

—Vamos a tomar un té —dice mi madre, levantándose con una calma que me tranquiliza. Su movimiento es fluido, casi elegante, y su tono sugiere un intento de normalidad en medio del caos.

La sigo hasta la cocina, donde empieza a preparar la tetera. La calma de sus movimientos, el sonido de los utensilios y el aroma del té que empieza a hervir me envuelven en una sensación de paz. La cocina, con sus luces cálidas y su aroma reconfortante, parece ofrecer un pequeño refugio de calma.

Mientras la miro, pienso en cómo, a pesar de todo lo que está pasando, su amor y apoyo son un faro constante en medio de la tormenta. Me siento a la mesa, con Milu acurrucada a mis pies, observando con curiosidad. La presencia de mi madre y mi gata es un recordatorio constante de que, aunque los problemas parecen abrumadores, siempre hay algo a lo que aferrarse.


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