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CAPÍTULO 39

LOGAN

El aire en el paddock está cargado, pesado con la tensión que se despliega entre nosotros. Nicki está allí, sus ojos destilando una mezcla de dolor y determinación, y yo, parado frente a ella, siento que cada palabra que pronuncio es un intento desesperado de mantener a flote algo que ya parece irremediablemente roto.

—Si eso es lo que necesitas... —musito, con voz apenas audible, tratando de sostenerme en medio de la tormenta emocional. Mi garganta está seca, mi corazón golpeando contra las costillas, como si quisiera escapar. —No voy a detenerte. Pero quiero que sepas que... Da igual lo que sienta ahora, ya no importa. —Las palabras salen de mi boca como si estuvieran hechas de plomo. Me doy media vuelta, sintiendo el peso de la decepción y la tristeza colapsando sobre mis hombros.

Mis pasos son pesados mientras me dirijo a mi auto, la sensación de derrota y desolación me arrastra. Cada uno de mis movimientos parece ralentizado, como si el dolor se hubiera convertido en un ancla, inmovilizándome en el momento.

Miro hacia atrás por encima del hombro, solo para ver a Nicki girando en dirección opuesta, alejándose de mí con una determinación quebrada. La imagen de su figura encorvada, su caminar lento y doloroso, es una herida abierta que no puedo sanar.

Cuando alcanzo mi auto, mis manos tiemblan al tocar la puerta. La noto fría y metálica, un contraste cruel con el calor que siento dentro de mí. Me apoyo contra el auto un momento, con la cabeza inclinada, intentando controlar la agitación en mi pecho. Cada palabra, cada gesto de Nicki retumba en mi mente, como ecos de una conversación que ya parece inalcanzable.

Con esfuerzo, abro la puerta del auto y me siento en el asiento del conductor. El interior está en silencio, pero mi mente es un torbellino de pensamientos. Las palabras de Nicki, su dolor y su furia, se entrelazan con mi propio arrepentimiento. Me paso una mano por el rostro, tratando de disipar la sensación de derrota que me ahoga.

Arranco el motor, el rugido del auto llena el silencio que antes nos envolvía. Mis manos tiemblan ligeramente al girar el volante, y trato de concentrarme en la carretera, en el camino que se extiende frente a mí, tratando de ahogar el dolor que me invade. Cada giro, cada aceleración, es un intento por escapar de la tristeza que me consume. No puedo sacudirme la imagen de Nicki, su rostro enmarcado por las lágrimas que se negó a dejar caer frente a mí. Esa imagen me persigue, sus ojos que se llenan de dolor y luego se llenan de resolución cuando decidió alejarse. Mi pecho se siente como una olla a presión, la presión interna sube, casi ahogándome.

El recuerdo de su voz quebrada, el temblor en sus palabras, resuena en mis oídos. Me cuesta concentrarme en la carretera, y cada vez que intento empujar ese pensamiento fuera de mi mente, vuelve con más intensidad. La desesperación que siento ahora es un eco constante de sus palabras, una constante recordatorio de lo que hemos perdido y las palabras no dichas. Quería decirle que la quiero, que me había enamorado de ella pero eso no iba a cambiar nada, el dolor ya estaba instalado, y ahora no hay forma de que me escuche.

La última carrera antes del receso de verano en Bélgica, en el icónico circuito de Spa-Francorchamps, uno de mis favoritos, se desarrolla en medio de un ambiente cargado de tensión. La lluvia fina empieza a caer, haciendo que el asfalto se vuelva traicionero. El rugido de los motores llena el aire, pero el sonido se vuelve casi ensordecedor frente al tumulto en mi mente. Mi cuerpo está aquí, en la pista, pero mi mente sigue atrapada en el dolor y la confusión que dejó la confrontación con Nicki en Budapest.

—Logan, concéntrate —la voz de Christian suena por la radio, cortando mis pensamientos.

—Lo intento —respondo, mi voz carente de la confianza habitual.

Arranco desde la línea de salida con una sincronía que me parece casi ajena. Cada curva y aceleración, que deberían ser automáticas, se sienten como si estuvieran fuera de mi control. La lluvia se intensifica, convirtiendo la pista en un patino infernal. En lugar de sentirme en casa, me siento atrapado en una pesadilla. La comunicación por radio con mi equipo es tensa. Christian, me da instrucciones que llegan distantes, como si estuvieran envueltas en una nube de confusión. Todo lo que puedo pensar es en Nicki: su mirada fría, su distancia implacable. Cada vez que nos cruzamos en el paddock, su indiferencia es como una bofetada. Me habla solo cuando es estrictamente necesario, y esas palabras carecen de la calidez que alguna vez tuvieron. No la culpo; entiendo que lo que vio en Budapest fue devastador, aunque no fue lo que ella cree. No me acosté con Aitana, pero si estuve apunto de acostarme con ella.

—Logan, estamos detectando algo extraño en el sistema de enfriamiento del motor. Reduce la velocidad.

Mi corazón se hunde. Esto no puede estar pasando. No hoy. Ignoro la advertencia de Christhian, empujando el monoplaza al límite como si pudiera controlar el caos que me rodea. Cada giro del volante es una batalla, cada aceleración, un grito desesperado por recuperar el control.

—Logan, baja la velocidad. Es una orden. —La voz de Christian suena más firme. Autoritaria.

Respiro hondo, sintiendo el sudor frío en mis palmas. Finalmente, cedo y reduzco la velocidad, pero ya es demasiado tarde. El motor comienza a fallar, y sé que mi carrera ha terminado. La frustración y la desesperación se mezclan en mi pecho mientras el monoplaza se desliza hacia los boxes, su motor tosido y apagado. Golpeo el volante con furia, el sonido de mi rabia retumba en la cabina.

Cuando me bajo del monoplaza, el casco permanece en mi cabeza. Ignoro las miradas preocupadas de mi equipo y me dirijo a mi suite, cada paso resuena con una intensidad dolorosa en mis oídos. La rabia hierve en mi interior, un fuego que no encuentro cómo extinguir.

En la suite, finalmente me quito el casco, arrojándolo con fuerza contra la pared. El casco rebota y cae al suelo con un estruendo, pero no me importa. Me desplomo en una silla, mis manos temblando mientras intento controlar mi respiración. El silencio en la habitación es un grito en sí mismo, solo interrumpido por mi respiración agitada y el eco distante de la actividad en el circuito.

Cierro los ojos y me esfuerzo por calmarme, pero mi mente sigue arremolinada en pensamientos caóticos. La carrera, el fallo del motor, y sobre todo, Nicki. Su frialdad es casi peor que cualquier problema en la pista. Cada interacción con ella es un doloroso recordatorio de lo que perdí y arruiné.

Apoyo la cabeza en mis manos, sintiendo el sudor enfriarse en mi piel. La presión de la carrera, el calor del monoplaza y el peso de mis errores me aplastan. La última semana, Budapest, esa conversación que lo cambió todo, se repiten en mi mente como un eco implacable.

—Maldita sea —murmuro para mí mismo, la frustración ardiendo en cada palabra. Quiero gritar, golpear algo, liberar esta tensión, pero sé que nada cambiará.

Respiro profundamente y me obligo a levantarme, a enfrentar el resto del día. Me cambio rápidamente, dejando la ropa de carrera en un desordenado montón. Me dirijo al baño, salpicándome la cara con agua fría, buscando claridad. El agua fría me da un breve alivio, pero no puede disipar la nube oscura que sigue colgando sobre mí.

De repente, escucho dos pequeños golpecitos en la puerta, el mismo tipo de toques que Nicki solía dar cuando quería hablar conmigo. Mi corazón da un vuelco, una chispa de esperanza se enciende en mi pecho. ¿Será ella?

Me acerco a la puerta con pasos pesados, cada movimiento es un esfuerzo. Al abrirla, me encuentro con Carla al otro lado. La decepción y la realidad de mi situación apagan la chispa de esperanza.

—Logan, debes ir a hablar con los periodistas —dice Carla, su voz firme pero con un matiz de compasión.

Asiento lentamente, sintiendo el peso de la jornada sobre mis hombros. Ni siquiera pregunto por qué fue Carla y no Nicki. Tal vez es mejor así, mantener la distancia y evitar más dolor.

Camino junto a Carla por los pasillos del circuito, mi cuerpo funcionando en piloto automático. La atmósfera está cargada de tensión palpable, el zumbido de los equipos trabajando y los murmullos de las conversaciones a mi alrededor son un telón de fondo constante. Mis pensamientos vuelven una y otra vez a Nicki, a sus miradas frías y palabras escuetas.

Al llegar al pasillo de prensa, me detengo un momento, tomando aire para prepararme. Los flashes de las cámaras y las miradas inquisitivas de los periodistas me reciben, listos para desgarrar cualquier respuesta que dé.

—Logan, ¿qué pasó hoy en la pista? —pregunta un periodista, su voz rompiendo el silencio expectante.

—Tuvimos un problema con el sistema de enfriamiento del motor —respondo, mi voz apagada, sin energía—. Fue un día difícil.

Las preguntas siguen llegando, cada una más incisiva que la anterior. Mis respuestas son cortas, concisas, intentando mantener una fachada de profesionalidad mientras la tormenta interna sigue consumiéndome.


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