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CAPÍTULO 27

NICKI

El bullicio de la cafetería del paddock me envuelve mientras busco un respiro entre la agitación de la jornada. El aroma del café recién hecho se mezcla con el murmullo de conversaciones animadas. Las luces colgantes proyectan sombras cálidas sobre los muebles de madera oscura, creando un refugio acogedor en medio del caos. Los pilotos y mecánicos entran y salen, aportando una energía vibrante que palpita en cada rincón.

—¿De verdad no has echado el ojo a ninguno de los pilotos? —pregunta Gia, su mirada traviesa se ilumina mientras remueve su café con un gesto juguetón. La luz suave de la cafetería acentúa sus ojos brillantes y su sonrisa pícara. —Yo, por mi parte, tengo mis ojos puestos en Ian, pero si mi hermano se entera, ¡adiós libertad! —añade, dramatizando con una mano en la frente como si estuviera en una comedia de época.

No puedo evitar sonreír al recordar la conversación con Logan de ayer. La emoción me envuelve, una sensación cálida que recorre mi pecho y llega a mis dedos. Miro a Gia a través del vapor de mi café, disfrutando del calor del líquido y el reconfortante sabor que contrasta con la agitación exterior.

—Ian también tiene los ojos puestos en ti —respondo con una sonrisa juguetona, asomando mi mirada por encima del borde de mi taza.

Gia se sonroja levemente, el tono rosado de sus mejillas es un contraste encantador con su cabello oscuro. Aunque intenta mantener una expresión desafiante, su sonrisa se ensancha, revelando una mezcla de timidez y diversión.

—Son solo miradas, no ha pasado nada —dice, con una mueca que es a la vez resignada y coqueta. —Mi hermano siempre anda cerca.

—Pero en la fiesta postcarrera no va a estar —digo, con un toque de picardía en mi voz mientras juego con mis cejas.

—Mi hermano tiene una habilidad para enterarse de todo, no sé cómo lo hace —se encoge de hombros. —Corro el riesgo de que me compre un pasaje de vuelta a Roma —murmura Gia, pensativa. —Bueno, no es como si necesitara la aprobación de mi hermano para todo... pero es su compañero y amigo.

Suspiro, comprendiendo sus palabras. Imaginar a mi padre descubriendo algo entre Logan y yo añade una capa de complicación a nuestra situación, impactando directamente en la carrera de Logan.

—Pero no puedo evitarlo. Hay algo en Ian que me atrae, es... no sé, diferente —dice Gia, sacándome de mis pensamientos.

La observo con atención, notando la sinceridad en sus ojos. Sé que no se enamora fácilmente.

—Entonces, ve por ello. —digo, con una sonrisa alentadora. —La vida es demasiado corta para no seguir lo que realmente queremos —susurro, reconociendo que estas palabras también se aplican a mi propia situación con Logan.

Gia asiente lentamente, como si mis palabras resonaran en ella. Luego, cambia de tema con un brillo juguetón en sus ojos.

—¿Y tú, qué hay de Logan? He visto cómo te mira. —dice, levantando una ceja inquisitiva.

Río suavemente y, justo antes de poder responder, veo a Ian levantar la mano desde una mesa cercana, llamándonos. Le doy un codazo juguetón a Gia, quien aún no ha notado la presencia de Ian.

—Chicas... —grita Ian, su voz rompe el ambiente animado de la cafetería.

—Mira, tu Romeo está por allí. —Miro a Gia con una sonrisa burlona, antes de dirigirnos hacia la mesa.

—Hola —saludo con una sonrisa, sentándome en el puesto vacío al lado de Matthew, mientras Gia se acomoda junto a Ian.

—¿Qué planes tienen para el receso de temporada? —pregunta Matthew con interés, su mirada fija en mí.

—Falta más de un mes aún. —respondo, sintiendo una ligera tensión que se mezcla con el aroma del café.

—Pues hay que planear con tiempo, es un mes completo de descanso y relajación —responde Matthew, recostándose en el respaldo de su silla con un gesto relajado.

—Matthew tiene razón —contesta Ian—. Yo, por mi parte, tengo todo planeado. Haré un tour por los viñedos en la Toscana. —Ian mira fugazmente a Gia, quien lo observa con ojos brillantes de interés.

—Yo no lo tengo claro —responde Gia, intentando sonar despreocupada.

—Quizás vaya a broncearme en la Riviera Francesa, o me quede en mi yate de Mónaco. ¿Y tú? —me pregunta Matthew, su mirada expectante.

—No lo sé aún. Tenía pensado pasar unos días con mi madre, pero se irá a Miami con su esposo, y creo que mi padre viajará con Simone. —respondo, pensando en la incertidumbre de mi receso.

La conversación continúa, moviéndose hacia la carrera de esta tarde.

—¿Cómo van con los preparativos para la carrera? ¿Preparados para ver el alerón trasero de Aether? —pregunto, intentando mantener el tono ligero.

Matthew suelta una risa sarcástica. —Más bien deberías preguntarle a Logan o Rémi si están preparados para ver mi alerón trasero. —comenta, mientras apoya su brazo en el respaldo de mi silla con un gesto casual. Gia me mira, jugando con sus cejas, como si esperara mi reacción.

Le doy un suave golpecito en el brazo. —Claro que sí, campeón.

Matthew aprovecha el momento para deslizar su brazo desde el respaldo de mi silla hasta mis hombros. Siento una leve incomodidad, una falta de mariposas en mi estómago o latidos acelerados. Gia observa con una sonrisa juguetona, captando cada detalle.

Ian, centrado en Gia, se inclina hacia ella, su complicidad evidente en cada gesto. Sus ojos brillan con emoción mientras conversan, creando una burbuja de intimidad a su alrededor.

—¿Dónde estudiaste? —Matthew me pregunta, su tono casual pero con una chispa de interés genuino.

Una sonrisa se forma en mis labios mientras respondo. —Estudié Relaciones Públicas en la Universidad de Syracuse en Nueva York.

Matthew asiente, mostrando interés genuino. —Interesante elección. ¿Qué te llevó a estudiar eso?

Me inclino ligeramente hacia la mesa para quitar el brazo de Matthew de mis hombros antes de responder. —Siempre me ha fascinado la forma en que las personas se conectan y comunican entre sí, la dinámica de las relaciones humanas y cómo las empresas construyen su imagen pública. Además, el entorno creativo siempre me atrajo. ¿Y tú? ¿Qué te atrajo al mundo del automovilismo?

Sus ojos se iluminan con entusiasmo mientras comparte su historia. Nos sumergimos en una conversación animada, intercambiando historias sobre nuestras pasiones y compartiendo risas mientras el bullicio de la cafetería se desvanece a nuestro alrededor.

—Es la hora del café y el chisme, ¿y no me invitaron? Qué malos amigos son —interrumpe Logan, su voz baja pero penetrante mientras se apoya en mi silla, desviando mi atención de la conversación.

—Siéntate —le dice Ian con una sonrisa.

Logan lanza una mirada desafiante a Matthew. —Podrías moverte a ese asiento —dice, señalando la silla a su izquierda.

—¿Y por qué no te sientas tú ahí? —pregunta Matthew, frunciendo el ceño.

Gia me observa con una sonrisa pícara, disfrutando del intercambio tenso entre Logan y Matthew.

—Porque tú estás más cerca.

Matthew suelta un suspiro exasperado y se levanta para ocupar la silla vacía cercana a Ian. Mientras tanto, observo a Logan, notando cómo su mirada se centra en mí con una intensidad que no puedo ignorar.

A pesar de la conversación animada con Matthew, no puedo evitar sentir el peso de la mirada de Logan. Cada vez que nuestros ojos se encuentran, un escalofrío recorre mi espalda, intensificando la tensión entre nosotros.

—Así que, desde niño soñabas con estar en la F1 —comento, intentando mantener la conversación con Matthew en marcha.

—Sí, exactamente. Mi padre era piloto de Rally y crecí viendo sus carreras y todas las carreras en general. Siempre supe que quería ser corredor —responde Matthew con una sonrisa nostálgica.

La mano de Logan comienza a hacer pequeños círculos en mi muslo, y mi concentración se dispersa. La sensación de su tacto es una mezcla de calor y nerviosismo, dificultando mi enfoque en la conversación con Matthew. Cada movimiento de sus dedos parece cargar el aire con una tensión palpable.

Finalmente, incapaz de soportar más esta distracción, miro mi reloj y finjo sorpresa.

—Oh, se me ha hecho tarde. Necesito volver a trabajar —digo, levantándome rápidamente de la silla.

Logan se pone de pie junto a mí, su mano deslizándose de mi muslo. La presión de su contacto es inusualmente firme, y noto cómo su respiración se vuelve más rápida. —Yo también debo prepararme para ganar esta carrera —dice con una voz desafiante, mirando a Matthew con una intensidad que no puedo ignorar. Sus ojos, antes cálidos, ahora son fríos y calculadores, como si evaluaran una amenaza.

Matthew levanta una ceja, claramente sorprendido por el tono de Logan, pero no dice nada. Me despido de Matthew con una sonrisa forzada.

—Hablamos luego, Matthew. Fue un placer conocer más sobre ti —le digo, mi voz temblando ligeramente bajo la presión de la tensión en el aire.

Logan y yo nos alejamos de la mesa. La mezcla de alivio y tensión es palpable entre nosotros. Cada paso que damos hacia el área de trabajo está cargado de una energía eléctrica que hace que mi corazón lata más rápido. El bullicio del paddock se vuelve un eco distante, eclipsado por la intensidad entre nosotros.

Cuando llegamos a una esquina menos concurrida, me detengo y miro a Logan. Su mirada está llena de una mezcla de determinación y una frustración apenas contenida. Siento un escalofrío recorrer mi espalda al ver cómo su mandíbula se tensa y su mirada se clava en la mía.

—Logan, ¿qué fue eso? —pregunto, intentando mantener mi voz firme, pero mi tono tiembla con la incertidumbre de su reacción.

Él se encoge de hombros, pero su mirada no se aparta de la mía, como si tratara de medir mi reacción. —Nada —responde con una evasión que solo intensifica la tensión entre nosotros.

≪•◦ ❈ ◦•≫

LOGAN

El rugido de los motores llena el aire, reverberando en mis huesos mientras me preparo para la carrera más importante de mi vida. Estoy en la pole position en el Gran Premio de España, un momento que ha estado en mi mente desde el primer día que me subí a un coche de carreras. Mi mente se tambalea entre la determinación y el miedo. Cada vez que cierro los ojos, veo el rostro de mi madre, su sonrisa cálida y sus palabras de aliento resonando en mis oídos. Esta carrera no es solo una oportunidad para demostrar mi habilidad, es una forma de rendir homenaje a ella, mi verdadera inspiración.

El calor del asfalto se mezcla con el olor intenso de gasolina y goma quemada que se filtra a través de las aberturas del coche. El equipo ajusta los últimos detalles en los autos, mientras el sol de la tarde se refleja en el asfalto, creando destellos cegadores. Cada segundo que pasa antes de la señal de partida se siente como una eternidad. Los nervios son palpables, el peso de las expectativas es casi tangible. Siento la presión en el pecho y el pulso acelerado. El ruido ensordecedor de los motores, el grito de la multitud y el latido de mi corazón forman una cacofonía que amenaza con ahogar mis pensamientos.

—Logan, recuerda mantener la calma en las primeras vueltas. La clave es conservar los neumáticos y atacar en el momento adecuado —me dice Christian, su voz firme pero serena, una ancla en medio del caos.

—Lo tengo claro, Christian. Gracias por todo —respondo, intentando que mi voz suene más segura de lo que me siento en realidad.

Las luces del semáforo se encienden, una a una, como una cuenta regresiva para el destino. Mis manos están firmemente sujetas al volante, y la vibración del motor recorre todo mi cuerpo. El mundo exterior desaparece, dejándome solo con el rugido del motor y la pista que se extiende ante mí. Las luces se apagan y, con un estruendo, todos los autos salen disparados. El calor del motor y el olor a gasolina se vuelven casi asfixiantes. La primera curva se aproxima y la vibración del asfalto se siente a través de los pedales. La velocidad es vertiginosa y cada curva, cada recta, está calculada con precisión milimétrica. La adrenalina corre por mis venas, impulsada por el recuerdo de las palabras de mi madre: "El verdadero desafío no es la velocidad, sino mantener la calma en medio del caos."

En la vuelta 10, un error en la curva 5 me hace perder el liderato. Matthew aprovecha la oportunidad y me adelanta. La frustración se siente como una punzada en el pecho, pero me obligo a concentrarme. Recuerdo a mi madre, a lo que significaba para ella este momento, y me reafirmo en mi objetivo.

—Tranquilo, Logan. Tienes tiempo. Enfócate en tu estrategia —me dice Christian a través de la radio, su tono es un ancla en mi tormenta interna.

—Vamos, Logan, mantén la calma. Puedes recuperarlo —me repito, buscando fuerza en mis recuerdos, en las palabras de mi madre.

Me mantengo pegado a Ian, buscando cualquier debilidad. La estrategia en la pista es tan crucial como la velocidad. Mido cada movimiento con precisión, calculando el momento perfecto para atacar. Cada vuelta es una oportunidad para recuperar mi posición. Poco a poco, empiezo a cerrar la brecha con el líder. La recta principal se aproxima de nuevo, y utilizo el DRS para ganar velocidad adicional. La adrenalina bombea en mis venas mientras me acerco, buscando cualquier grieta en su defensa.

En la vuelta 18, en una maniobra arriesgada, recupero el liderato en la curva 10. La emoción es indescriptible, pero no puedo relajarme ni un segundo. El camino hacia la victoria aún es largo y cualquier error podría costarme la carrera. Las siguientes vueltas son una lucha constante, un tira y afloja que mantiene mi concentración al límite. Matthew no se rinde fácilmente; sus intentos por adelantarme son constantes, y cada vez que paso por la recta principal, las banderas españolas ondean como un recordatorio constante de lo que estoy luchando por conseguir.

En la vuelta 30, el desgaste de los neumáticos y el calor del motor empiezan a hacer mella en mi concentración. Christian me informan sobre el estado de la carrera, los tiempos de vuelta y me dan consejos sobre la gestión del combustible y los neumáticos. Cada palabra es un recordatorio de que esto es un esfuerzo colectivo, no solo mío.

Box box —escucho la voz de Christian a través de la radio.

Mi equipo me llama para un pit stop. Cada segundo cuenta, y el pit stop es rápido y eficiente. Salgo justo detrás de Rémi en el quinto puesto, quien había entrado una vuelta antes. Ahora es cuestión de mantener la presión y adelantar en los momentos precisos para volver a liderar la carrera.

En la vuelta 50, alcanzo a Matthew de nuevo. Sus neumáticos empiezan a mostrar signos de desgaste, y veo mi oportunidad. En una maniobra arriesgada, lo adelanto en la recta principal, tomando de nuevo el liderazgo. La emoción me inunda, pero me obligo a mantener la concentración. El corazón me late con fuerza, el sudor me recorre la frente y el sonido del público se vuelve un rugido de fondo mientras la última vuelta se acerca.

Cada vuelta se siente como una eternidad. La carrera está llegando a su fin, y la tensión es palpable. La recta final se convierte en un campo de batalla. Matthew está justo detrás de mí, cada segundo cuenta, cada curva es crucial. La última curva es crítica. Matthew intenta una maniobra desesperada, pero consigo bloquearlo justo a tiempo. Salgo de la curva y veo la línea de meta acercándose rápidamente. La emoción es tan intensa que parece que el tiempo se ralentiza.

Cruzo la línea de meta y un estallido de alegría me inunda. El júbilo es abrumador, las lágrimas llenan mis ojos mientras levanto los brazos en señal de victoria. Esta victoria no es solo mía; es un homenaje a mi madre, una promesa cumplida, un sueño hecho realidad.

—¡He ganado! ¡He ganado en España, en mi casa! —grito, la emoción desbordante y genuina.

—¡Lo lograste, Logan! ¡Lo lograste! —grita Lorenzo por la radio, su alegría es palpable. —Felicitaciones, Logan. No ganaste el Gran Premio de España, sino que ganaste el Gran Premio de tu casa.

Bajo del coche, sintiendo las piernas temblorosas, pero la adrenalina me mantiene de pie. La multitud aplaude y vitorea, y veo a mi equipo detrás de las vallas contenedoras. Corro hacia ellos, envolviéndome en abrazos, felicitaciones y lágrimas de alegría. Cada abrazo es una confirmación de lo que hemos logrado juntos.

—¡Increíble, Logan! —exclama Christian, con los puños en alto.

Los abrazos de mi equipo son reconfortantes, llenos de camaradería y orgullo compartido. Cada uno ha contribuido a este triunfo, y eso se siente en el aire. Me siento envuelto en una ola de gratitud y orgullo, un sentimiento que trasciende las palabras.

—¡Logan, increíble carrera! —dice Matthew, acercándose a mí con una sonrisa amplia, pero en sus ojos noto una chispa de envidia oculta.

—Gracias, Matthew —le devuelvo el apretón de manos con una sonrisa, aunque siento una ligera tensión en el aire, un recordatorio de las complejidades de nuestras relaciones.

Los flashes de las cámaras parpadean a mi alrededor, capturando este momento épico. Cierro los ojos por un instante, dejando que la magnitud de lo que acaba de suceder se asiente. La sensación es una mezcla abrumadora de euforia y gratitud.

—¡Vamos a celebrar esta noche, amigo! —exclama Ian, con una mirada llena de complicidad acercándose a nosotros.

Asiento con entusiasmo, sabiendo que esta noche será inolvidable. Después de todo, las victorias se disfrutan mejor en compañía de buenos amigos.

Cuando mi nombre resuena por los altavoces, la multitud estalla en un clamor ensordecedor. Escucho sus voces como un tributo a todo lo que he logrado, pero también como un eco de los sueños que mi madre tenía para mí. Recuerdo su sonrisa, su apoyo inquebrantable, incluso cuando la enfermedad la debilitaba. Ahora, en este podio, puedo sentir su presencia, su amor incondicional que siempre me acompañará.

El himno nacional de España comienza a llenar el aire y cierro los ojos, dejando que la melodía me envuelva. Elevo la cabeza hacia el cielo, sintiendo una gratitud profunda por este momento, pero también por todo lo que mi madre hizo por mí. Antes de que el himno llegue a su fin, bajo la cabeza y abro los ojos, encontrando en la multitud la imagen de Nicki. Su sonrisa resplandeciente parece reflejar la misma alegría que siento en mi corazón, y sé que mi madre estaría feliz de verme así, victorioso en casa. Nuestros ojos se encuentran en un instante de conexión, compartiendo un momento que trasciende el tiempo y el espacio. Aunque mi madre ya no esté físicamente conmigo, sé que su espíritu está aquí, celebrando esta victoria junto a nosotros.

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