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📖Capítulo 23: Secretos de dos no son de Dios (suerte que la mayoría son ateos)📖

Lo primero que pensó Bruno fue que tenía que contarles a sus hermanos. Para su desgracia, Ornella y Franco habían regresado a Italia poco después de que él viajara a Coma, así que no le quedó otra opción más que recurrir a su mamá. Rara vez le pedía ayuda a ella, no porque no la amase o algo parecido, sino porque había sido criado por sus hermanos y el lazo que compartían era mucho más fuerte. A ellos les confiaría el más oscuro secreto, mientras que a su madre evitaba molestarla a toda costa. Desde pequeño le habían enseñado a perturbarla lo menos posible; ella cuidaba a su esposo y sus hijos mayores cuidaban de Bruno. Siempre había sido así. Ahora que él ya no estaba, Maggie pasaba gran parte de su día con la mirada perdida. A veces Bruno la sorprendía viendo televisión, pero sin ningún canal puesto, solo motas grisáceas que se agitaban como pequeños insectos atrapados en un frasco de vidrio.

Esta vez no fue muy diferente. La encontró en la cocina, sentada en uno de los taburetes frente a la isla de granito. Sostenía una copa de vino tinto con ambas manos y tenía la mirada clavada en un punto fijo en el suelo. Había un libro abierto sobre la mesada, el cual, a juzgar por sus manchas de color bermellón, había sido olvidado por completo.

Bruno se acercó sigiloso y le tomó ambas manos. Maggie pareció despertar de una especie de trance.

—Brunito, tesoro, creí que estarías en casa de Lauren.

Quiso invitarla a la sala de estar a jugar una partida de carioca. Siempre le entristecía verla en ese estado y se enfadaba consigo mismo por ser incapaz de reconfortarla. Había descubierto que se le daba muy bien aliviar la pena de sus amigos, pero cuando se trataba de sus familiares, de personas mayores que él, le incomodaba a tal grado su pena que huía lo más lejos posible. Ahora que solo eran su mamá y él, intentaba no actuar como un cobarde cuando la aflicción podía distinguirse a través de sus ojos grises.

Parecía no estar en el mismo mundo que Bruno. Este no tuvo agallas para despertarla de su ensueño.

—Me cambió por Grace —respondió su hijo con una sonrisa divertida—, pero está bien. Entiendo que la amistad es más importante que un noviazgo.

—¿Quieres hacer algo juntos? —inquirió Maggie.

Bruno sacudió la cabeza en señal negativa.

—Saldré a una fiesta con Eli.

Su mamá hizo una mueca.

—Irán amigos de la escuela —aseguró él. Eso pareció calmar a su madre.

—Ten tu celular encendido en todo momento —pidió Maggie—. Llámame cuando se devuelvan o avísame si deciden quedarse a dormir. No importa la hora. —Le dio un beso en la frente.

Bruno regresó a su habitación incluso más nervioso que antes. Mientras recorría el dormitorio en círculos, ideaba una forma de conseguir la dirección de Eli e ir tras ella lo más pronto posible. Sabía que ya no estaría en casa, por lo que era inútil intentar alcanzarla. Pateó una de las tantas cajas que habían quedado vacías luego de la mudanza. Cada segundo que él perdía elaborando un plan, Eli se bebía un shot de Tequila. La conocía lo suficiente.

Primero le envió un mensaje a Sasha: no hubo respuesta. Les escribió a Mark, Xavier, Nicolette y Lucy sin muchas esperanzas. No les había vuelto a hablar en meses y comprendía si sus antiguos amigos habían decido mandarlo a freír espárragos al otro lado del continente. Esperó ocho minutos, en los cuales solo Mark le contestó.

¿Por qué no has ido a la escuela?

Inútil. Bruno resopló y se guardó el teléfono en el bolsillo. Sabía que estaba siendo un amigo terrible con él, pero la ansiedad había comenzado a apoderarse de su cuerpo; sentía las manos húmedas, el pulso acelerado y la sangre estancada. Suspiró, obligándose a recuperar el control. Sabía de solo una persona que podría ayudarlo, y por cómo iban las cosas, existía la posibilidad de que no lo matase lenta y dolorosamente.

Corrió con el corazón en la mano hasta la cochera, se montó en la bici y partió como un rayo a la casa de su primo.

A medio camino lamentó no haber traído consigo su inhalador.


*******


Lauren y Grace aparecieron a unas quince cuadras de la discoteca que Kevin les había enviado por mensaje de texto. Le habría gustado que las acompañara, pero entendía que su familia era su prioridad en ese momento. Le gustaba pensar en un Kevin agradecido por los padres que tenía. A decir verdad, le gustaba pensar en Kevin y punto. Con solo evocar su imagen se le dibujaba una sonrisa en el rostro difícil de borrar.

El cielo estaba pintado de tonalidades anaranjadas. Las farolas a lo largo de la gran avenida destellaban una tenue luz amarillenta. Era la hora en que la noche y el día batallaban por la supremacía del cielo. Ese diminuto limbo en que el sol todavía brilla y las sombras comienzan a dominar cada rincón de la ciudad.

De a poco la calle se fue congestionando de autos hasta que el tránsito se estancó por completo y las bocinas comenzaron a resonar. La jornada de laburo había concluido y de seguro todos esos vehículos eran conducidos por personas deseosas de regresar a su casa.

A medida que la noche reclamaba la victoria, el viento otoñal se volvía más despiadado, aunque ninguna de las dos se percató de ello. Ambas habían crecido en lugares fríos y nublados. Lo único diferente con este aire era el olor a océano que tenía impregnado, una combinación de agua salada y algas.

Siguieron el camino que les indicaba Google Maps, alejándose cada vez más de las palmeras que decoraban la calzada, del sonido de las olas chocando contra las rocas y del bullicio de un típico martes en hora punta en Los Ángeles. Doblaron en una gasolinera atestada de autos y caminaron cuatro calles más hasta su destino final: un local a medio morir oculto tras una doble fila de contenedores de basura que desprendían un hedor nauseabundo. Se ubicaba en un callejón a trasmano con escasa iluminación y paredes pintadas de grafiti urbano. En cualquier momento pasaría una rata corriendo por delante de ellas.

Lauren le dio un codazo que la sobresaltó. Había demasiada quietud en ese lugar.

—Para ser niños ricos escogen muy mal donde parrandear —opinó su amiga—. Creí que sería algún pub súper exclusivo y moderno, con una larga fila de espera y una entrada custodiaba por un guardia gordo y negro con lentes oscuros. Le diríamos que estamos en la lista, pero como obviamente no nos encontraría, nos echaría a la calle. Entonces yo diría algo como: ¡ja, ja, ja!, pobre iluso. Chocaríamos los cinco y Canalizaríamos para entrar. —Se llevó las manos al pecho y respiró profundo—. Pero no, qué decepción.

—Jamás, ni en un millón de años, dirías "pobre iluso" —respondió Grace, medio aturdida por la verborrea de su amiga. Había olvidado lo parlanchina que podía llegar a ser.

Lauren se encogió de hombros.

—Y ahora nunca lo sabremos.

Grace le dio un último vistazo a la entrada del local. Sobre la puerta colgaba un cartel con luces de neón que decía: CLUB DEMON. Tanto la E como la N estaban apagadas y la C relumbraba de manera intermitente, anunciando que no tardaría en unírseles. Lauren tenía razón: ese lugar parecía el último sitio en el que un puñado de malcriados querría emborracharse y bailar.

Por eso era perfecto.

—Quédate aquí —le ordenó Grace—. Entraré y buscaré a Lisa.

—Ni loca. ¿Siquiera vez televisión? Este es el perfecto lugar para que un criminal me encuentre y asesine. —Señaló un montón de basura junto a los contenedores y negó con la cabeza—. Apuesto mi brazo derecho a que entro perfecto en una de esas bolsas.

—Si viene alguien, Canalizas de vuelta a tu casa o qué se yo. Pero no puedes entrar, eres menor de edad.

—También tú —protestó Lauren de brazos cruzados.

—Ya, pero tú eres menor menor.

—¡Y eso qué rayos significa!

—Que te quedas aquí porque lo digo yo. —Grace la apuntó con el dedo índice—. No me obligues a contarle a tu papá.

Lauren suspiró.

—¿Al menos podemos chocar los cinco? —pidió en señal de rendición.

Grace le concedió el favor. Luego visualizó a Lisa en su mente y pidió que la magia comatosa se encargara del resto.


*******


Se veía bastante tranquilo, considerando que acababa de terminar una relación de siete meses con su novia. Estaba sentado en la orilla de la cama, con las piernas cruzadas y los ojos metidos en su teléfono celular. A pesar de que traía los auriculares puestos, se escuchaba a un chico con acento japonés gritando y maldiciendo a la par con Bruno, aunque este se obligaba a controlarse, mordiéndose la lengua, empuñando la mano que no sostenía el aparato o, cuando la emoción sobrepasaba todas las barreras, tapándose la boca a la vez que pegaba un brinquito. Daisy no le encontraba sentido a los livestreams de videojuegos. ¿Por qué escogerías ser el espectador de tu propia diversión?

El lado bueno era que podía contemplarlo sin ser tildada de acosadora. Le gustaba observarlo cuando se embebía en una actividad que le apasionara. Sus ojos adquirían un brillo particular; pasaban de personificar un cielo tranquilo y despejado a encarnar una tormenta eléctrica lista para arrasar con todo a su paso. Las pestañas oscuras se le veían más largas y ondeadas en su nueva mirada, y su piel clara se teñía de un ligero carmesí en las mejillas y en las orejas.

En ese momento no podía apreciar en detalle cada uno de sus rasgos, debido a que lo tenía frente a ella, con la cabeza gacha y cada uno de los sentidos concentrados en el teléfono que ahora sujetaba con ambas manos. Pero eso no la detuvo y continuó examinándolo como si estuvieran en el Louvre y Bruno fuera un cuadro lleno de símbolos y detalles que nadie se detenía apreciar. Se preguntó si alguna vez Lauren se dio el tiempo. Si existía una persona, además de ella, que había descubierto semejante obra de arte.

Algo se sacudió de manera vertiginosa sobre su nariz, despertándola de su ensimismamiento con abrupto. Echó la cabeza hacia atrás y parpadeó varias veces hasta que vio que se trataba de la mano de su amigo, quien la contemplaba con una sonrisa entre curiosa y burlona.

—Te quedaste mirándome como por cinco minutos —dijo Bruno. Daisy notó que se había sacado los audífonos y dejado el teléfono sobre la cama—. ¿En qué pensabas?

La chica estiró el brazo y cogió el aparato. Lo agitó frente a él.

—Que los centenialls tenemos pasatiempos muy extraños. —Y que eres precioso.

Por supuesto eso no se lo dices a tu mejor amigo en voz alta. Nunca. Tu mejor amigo siempre será un montón de estiércol de vaca puesto a secar bajo el sol. Tu mejor amiga, por el contrario, destronará a Afrodita por la eternidad.

Era usual que Daisy se estancara en un punto fijo, con su mente en otro planeta, divagando sobre lo humano y lo divino. Algunas veces Bruno la sorprendía en el acto, mientras que otras dejaba que su imaginación flotara libre hasta que volvía por su cuenta a la realidad. De seguro asumió que se había quedado pegada con los ojos puestos en él, pero sin verlo de verdad, pues pareció conforme con su respuesta.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Bruno—. Pensaba hacer una crema de verduras. Mientras tanto tú...

—Bruno —lo cortó Daisy. Se acercó y le tomó la mano.

—¿Qué pasa? —Su amigo la miró confundido.

—Me llamaste diciéndome que tú y Lauren habían terminado —comenzó a recapitular Daisy—. Preguntaste si podías venir a quedarte el fin de semana, y yo, cortésmente, acepté.

—Me dijiste "claro que sí, tarado" —protestó Bruno.

—Bueno, eso fue porque esas cosas no se preguntan. La respuesta siempre será que sí... ¿En qué iba...? ¡Ya me perdí por tu culpa! —Daisy resopló molesta mientras que su amigó no paraba de reírse. Por supuesto, le llegó una almohada en la cara—. El punto es que acabas pasar por muchas emociones, ¿no quieres hablar de eso?

Bruno tiró la almohada al suelo. Entrelazó sus manos, dejando los pulgares libres para hacerlos girar uno por encima del otro.

—No lo sé, ¿quiero? —inquirió nervioso. Formó una diminuta sonrisa que le derritió el corazón de la misma manera que lo hacía una recopilación de vídeos de gatitos.

Daisy asintió.

—De lo contrario habrías ido donde Sasha, cuya casa está a escasos metros de la tuya. Si cruzaste todo el país hasta acá es porque quieres hablar, o solo desahogarte. ¿Me equivoco? Cuatro horas en avión no son poca cosa.

—¿Quién te dio permiso para entrar a mi mente y ordenar mis pensamientos?

—Debería empezar a cobrar la hora —dijo Daisy con una sonrisa de suficiencia.

Se frotó las manos y acomodó su espalda contra el respaldo. Con una mano, señaló a Bruno y le dio golpecitos al espacio vacío que había junto a ella para que se le acercara. Su amigo no lo pensó dos veces y saltó a su lado. Le quitó el cojín con el que se tapaba la barriga y lo estampó contra su rostro sin la menor compasión, provocando que la castaña se cayera de la cama con la conmoción viva en sus ojos.

Daisy se levantó adolorida y furiosa. Estaba lista para regañarlo por actuar como un simio salvaje, pero entonces vio la cara de preocupación de su mejor amigo y aprovechó la oportunidad de tomarlo desprevenido; se lanzó sobre él y comenzó a hacerle cosquillas en los pies descalzos y debajo del mentón: sus puntos débiles.

—¡Alto al fuego! ¡Para! ¡Para! —suplicó Bruno.

Daisy escogió la amabilidad y el perdón, y se apartó de él.

—Tú atacaste y yo respondí —explicó la chica.

Bruno, entre jadeos y con el cabello desordenado, respondió:

—No, tú atacaste y yo respondí.

—Oh. —Recordó haberle lanzado una almohada varios minutos atrás—. Bueno, lo hecho, hecho está. Y ahora que estamos en paz, puedes proceder.

—¿Sabes? Creo que prefiero no hablar.

—Tonterías, te mueres por contarme algo, pero no sabes cómo. Lo veo en tus ojitos.

En cuanto pronunció aquellas palabras, se arrepintió de inmediato de haber abierto la boca. Bruno pareció haber visto a un fantasma; su expresión era de horror puro y el poco color de su piel se había desvanecido.

—No, o sea, sí... Pero sé que tú no... Y eso está mal..., ¡digo bien! Sí, está bien, porque... —Se calló. Buscó los ojos de Daisy, quien la observaba medio confundida y completamente enternecida. Cerró los ojos, inspiró profundo y reveló—: Ya estaba harto de Lauren.

—¿Qué dices?

—Está bien, eso sonó terrible. No estaba harto de ella, digo sí, pero no... Quiero decir...

—¿Estabas cansado de la relación? —propuso Daisy con gentileza.

—¡Eso, eso! Lauren es genial, asombrosa, increíble...

—¿Pero...?

—Somos total y absolutamente incompatibles. Sí, tenemos los mismos gustos raros y geeks, pero ella es muy... —Hizo una mímica con las manos que a Daisy le causo gracia; fue parecida a un volcán haciendo erupción—. Y yo soy más bien... —Junto ambas manos y luego las extendió con delicadeza en el aire—. ¿Entiendes?

Quizás era porque charlaban demasiado tiempo por el teléfono o porque se veían tanto como era posible, pero Daisy comprendió a la perfección lo que lo condujo a cortar la relación. El problema era que, para Lauren, esas diferencias que terminaron por saturar a Bruno, eran las mismas que la habían llevado a quererlo más cada día, según ella les decía a Daisy y Sasha cada vez que se reunían las tres.

—¿Y no había manera de conversarlo? —preguntó Daisy. Le destrozaba el alma imaginarse a una Lauren con el corazón roto. Era algo casi antinatural.

Como una Elizabeth simpática. Se preguntó qué estaría haciendo en ese momento y apartó de inmediato la imagen que siempre se formaba en su cabeza cuando pensaba en la pelirroja: a ella y a Patrick juntos.

Se ordenó llamar a Sebas la semana siguiente y cobrarle la cita que habían dejado pendiente. Le gustaba pasar tiempo con él. Era inteligente, gracioso y, sobre todo, le hacía olvidar a Patrick. Le daba esperanzas para el amor.

Sacudió la cabeza y volvió a prestarle atención a Bruno.

—No —aseguró este—. No es algo que podamos resolver conversando, o de ningún otro modo. Uno es cómo es, y resultó que a mí no me gusta cómo es Lauren. Creí que sí, pero en realidad no la conocía lo suficiente. Me encantaba charlar con ella acerca de las miles de cosas que nos gustan, pero fuera de eso somos muy distintos. Sería injusto para ella pedirle que cambiara e insano para mí adaptarme a su forma de ser.

Daisy le sonrió.

—Eres muy inteligente cuando te atreves a soltar la lengua, ¿lo sabes, cierto?

—Me gusta que me lo recuerdes —confesó Bruno con una sonrisa—. Siempre dicen que los opuestos se atraen y puede que hasta cierto punto tengan razón, pero en algún momento esa atracción se gasta y se necesita de algo más para mantenerlos unidos.

—¿Crees que las personas que se parecen son más propensas a permanecer juntas?

—Exacto. Y no hablo de que les gusten las mismas cosas o de que compartan los mismos pasatiempos, sino de que miren la vida de forma similar. No le entiendo el sentido a buscar a alguien que piense por completo distinto a ti. Suena agotador. Al final del día, uno quiere estar tranquilo y en paz junto a la persona que ama, no discutiendo sobre cuál punto de vista es más acertado. No con un fuerte dolor de cabeza porque no logras comprenderla. La vida ya es bastante difícil por sí sola, no la compliquemos más.

Si Daisy hubiera estado en la posición de Lauren, habría optado por morir, porque no podía imaginarse cómo sería perder a un chico que decía esas cosas tan maravillosas, que pensaba de forma bella sobre el amor.

—Nada mal para un bilingüe, ¿eh? —se vanaglorió Bruno.

—Espero que tengas razón —fue la respuesta de Daisy. Su amigo alzó las cejas—. Si tu teoría sobre las parejas es cierta, entonces Patrick y Eli no durarán.

—¿Y entonces tú podrás ir tras él como si la dignidad y el amor propio fueran una invención del malvado capitalismo? —Bruno siempre se molestaba cuando salía Patrick al baile, y su ceño fruncido decía que en ese momento lo estaba.

—Tienes que entenderme, Bruno.

—Y tú tienes que respetarte un poquito más. No. Te. Merece.

—¡Ni me ama tampoco! Ya lo sé —exclamó desesperanzada—. Pero eso no apaga automáticamente lo que siento por él. Solo vuelve el sentimiento tóxico y corrosivo, y termino peor.

—Es curioso. Ambos terminamos nuestras relaciones con quien creíamos que era la persona indicada.

—Es distinto. Tú terminaste tu relación porque ya no la amabas. Yo terminé mi relación porque lo amaba demasiado.

—Yo nunca amé a Lauren. Sí la quise un montón —añadió al ver la expresión de asombro de su amiga—. Todavía la quiero, es por eso que preferí ser honesto y cortar por lo sano. ¿Y sabes cómo me sentí luego de ser sincero?

—No me interesa saberlo, ya sé hacia dónde quieres llegar con esto.

Bruno bufó.

—En algún momento tienes que decirle. Es su derecho.

—Claro que no.

—Claro que sí.

—¿De qué serviría que le dijera? —quiso saber Daisy—. Lo único que conseguiría es que me odie de por vida y de paso lo lastimaría un montón. La verdad no siempre es la solución, a veces tienes que optar por la mentira cuando no quieres herir a los que amas.

—Eres una cobarde.

Daisy se recostó sobre su regazo y le sonrió hasta que sus miradas se encontraron y Bruno terminó por relajarse y sonreírle de vuelta. Se acomodó más y dejó que Bruno le acariciara el cabello un buen rato. No supo cuánto tiempo estuvieron así, pero finalmente su amigo se levantó y le dio un beso en la frente. Daisy abrió apenas los ojos y lo vio parado en la puerta.

—Tu mamá llegó y necesita ayuda con la cena. Quédate aquí y te traeré la mejor crema de verduras que jamás hayas probado.

Daisy miró a su alrededor y se dio cuenta que le había cambiado las medias corrientes por las moradas que usaba para dormir. Estaba arropada dentro de la cama y, su pijama, doblado frente a ella, esperando ser usado.

Fue en ese momento en que se dijo que Bruno no solo era el mejor amigo del mundo, sino que además era la mejor persona que hubiera podido conocer. Y quien fuera que se ganase su corazón, jamás sería suficientemente digna de su amor. Una rabia inexplicable le recorrió por debajo de la piel y le hirvió la sangre. La idea de que se enamorase de alguien y que esta lo correspondiera le sabía amarga. Podrida. No quería pasar a segundo plano. No quería volver a amar alguien que no la amase con la misma intensidad.

Justo cuando estuvo por agradecerle por el simple hecho de existir, notó que ya había bajado a la cocina.

Sí lo soy, le respondió en su mente.


*******


Los primeros días sin Dylan fueron casi tan duros como la vez que recordó toda su Vida Terrestre y deseó nunca haberlo hecho. Fue, sin embargo, una ruptura sana hasta donde puede llegar a serlo una ruptura que es causada por un acto de infidelidad. Con ayuda de Crystal y Bernard, había logrado sobrellevar la pérdida de su mejor amigo y primer amor de una manera casi envidiable. Por supuesto que es necesario destacar la increíble labor de su psiquiatra y de su psicóloga, quienes dieron todo de sí para ayudar a que John no volviera a enfermar por aquel traumático suceso.

Había transcurrido alrededor de un mes desde entonces, en el cual se podría decir que había pasado mucho como nada en realidad. Por ejemplo: Dylan se había ido por dos años a un país en quién sabe dónde; Lisa y Amy seguían infiltrándose en fiestas con universitarios, aunque al parecer algo había ocurrido, porque Grace no dejaba de decirle a él lo terrible que eran esos lugares. Y lo estúpida que era Lisa al, y cito: "seguir yendo pese a todo".

No se habían vuelto a reunir todos juntos, ni siquiera para el cumpleaños de Lisa (y otro), quien al parecer no había estado con ánimos de celebrar sus dieciocho años. Esto se debía a varias razones. La primera: nadie quería compartir oxígeno con Dominic. La segunda: Bruno le había roto el corazón a Lauren y resultaría extraño que ambos estuvieran en la misma habitación. La tercera: Kevin estaba muy ocupado siendo un hijo decente y un novio ejemplar. Y la cuarta, y más importante: eran estudiantes que, de hecho, sí estudiaban. Nadie tenía tiempo para una reunión entre amigos cuando las pruebas les llovían por encima sin piedad.

John nunca había sido un alumno aplicado, pero desde que había empezado a estudiar con Sasha sus calificaciones habían mejorado con notoriedad. O quizá se debía al hecho de que ahora su mente estaba sana y el entorno en donde vivía era propicio para un buen aprendizaje. Vaya a saber uno.

La primera vez que estudiaron juntos fue el día que regresó de Coma. Había estado llorando en el hombro de Crystal desde que llegó cuando el timbre de la mansión sonó y el mayordomo les dijo que se trataba de Sasha. John le había abierto y esta le había dicho que la mejor manera de pasar la pena era concentrar la atención en otra cosa, algo que pudiera llenarte orgullo. Le había traído galletas de chocolate y recordaba haber manchado sus apuntes con migajas y aceite que le había quedado en los dedos.

Cuando él le preguntó porque había ido hasta allí, Sasha le había respondido únicamente: "porque eres una buena persona, y las buenas personas merecen que alguien les lleve galletas y les enseñe a dibujar diagramas de fuerza libre". Desde ese día, las visitas habían sido prácticamente diarias. Y no le habían dicho a nadie más por miedo a que se les unieran. Había algo mágico en compartir un secreto. Los unía.

En ese momento, ambos estaban en la sala de estudio, sentados frente a frente en un gran escritorio atestado de cuadernos y libros de texto. Lo que más le llamó la atención fue la bellísima letra que tenía Sasha. Parecía sacada de una imprenta. No le prestó atención a lo que escribía, sino a cómo. Entonces, su atención se desvió a su lápiz, y luego, a la mano que lo sostenía. ¿Cómo se sentiría tomarla?

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