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📖Capítulo 20: Anaranjado📖

Dominic se cruzó de brazos y lo miró como alguien que no tenía tiempo para charlar acerca de lo maravillosa que era la vida si te detenías un segundo a reflexionar.

—Sé breve —le exigió, alzando la barbilla—. Estaba en medio de una bellísima diligencia.

—Lamento haber interrumpido tu baile de apareamiento con esa inocente muchacha que de seguro no tenía idea lo poco que te atraía.

—Era hermosa —insistió Dominic.

—Los girasoles son hermosos y no me interesa pasarles la lengua o frotármelos contra el cuerpo —puntualizó Dylan.

De pronto recordó las semillas que había sembrado en la jardinera que colgaba del balcón de su departamento. Ojalá que su mamá las haya regado; odiaría volver a casa y toparse con un cementerio indio en lugar de pequeños brotes. Claro que su preocupación habría sido innecesaria si las niñas no lo hubieran obligado a permanecer lejos de casa, en un mundo alterno donde había flores de los más exóticas, pero también uno que otro animal capaz de devorarlo a él y a sus amigos (más a ellos en realidad. Por lo general la fauna se llevaba bien con Dylan).

En un principio había coincidido con el plan de Lisa y Daisy. ¿Lograr que todos se hicieran amigos? ¡Cuenten con él! Nunca se hubiera imaginado que se tardarían casi un mes en conseguirlo; y eso que ni siquiera lo habían logrado del todo, aunque al menos ya no intentaban arrancarse los ojos cada cinco minutos. Dylan no comprendía por qué ciertas personas no se llevaban bien con otras. A él le caían estupendo todos los integrantes del grupo. Sobre todo Dominic, quien se había ganado el odio de varios miembros, y que ahora lo estaba mirando con hastío. Qué grosero.

—He venido en son de paz. —Dylan flexionó los codos y extendió los brazos hasta la altura de la cabeza—. No quiero discutir.

Dominic juntó las cejas; su expresión era severa.

—Nosotros no discutimos —le contestó ceñudo. Se escuchó molestó, como si la sola idea de que ambos discutieran fuera insultante.

Dylan no le rebatió. Dominic estaba en su derecho de ofenderse; ellos no peleaban a menos que fuera de broma. A veces tenían charlas que se tornaban acaloradas, pero estas siempre terminaban de buena manera, con Dominic dándole la razón a Dylan a regañadientes; este último le tomaba las manos durante unos segundos y ambos pasaban a otro tema, ahora más unidos y cercanos que cuando iniciaron la conversación.

A Dylan le agradaba pasar tiempo con Dominic, y por lo mismo lamentaba que viviera tan lejos de él, prácticamente al otro lado del país. El que pasaran tanto tiempo juntos se debía a Patrick, quien visitaba a Lisa con una frecuencia que espantaría a cualquiera que no supiera lo que significaba estar enamorado. Dylan no solo conocía el sentimiento, sino que este llegaba a abrumarlo en ciertas ocasiones; el amor que experimentaba por sus amigos y familiares, por los animales y sus flores, por la vida en general lo ahogaba más de lo que se admitiría a sí mismo. Prefería consolarse con el hecho de que amar a los demás estaba bien, pero muy en el fondo, sabía que debía existir un límite. Un límite que a él nunca le habían enseñado, y por lo tanto se le hacía imposible de distinguir. Fue criado bajo el concepto que debemos amar al prójimo más que a nosotros mismos, y si bien sonaba algo soso y anticuado, a Dylan le parecía hermoso.

Ojalá su padre hubiera puesto en práctica sus propias palabras.

Decidió no ahondar en recuerdos que lo entristecieran, pues solía decir que quien vive en el pasado ya está muerto. Además, un pasado trágico solo podía traducirse a un presente descarriado y Dylan tenía muy claro dónde estaba parado y el rumbo que quería para su vida.

Concentró su atención en la persona que lo miraba con la frente arrugada y deseó que la brújula que todos llevamos dentro todavía no se le hubiese descompuesto. Dudaba ser capaz de arreglarla sin lastimarse en el proceso, y sin embargo no había nada más fascinante para él que inmiscuirse en el interior de una persona rota y recomponerla.

—¿En la escala de uno a diez, qué tan cliché sería preguntarte cómo estás? —inquirió Dylan.

Eso pareció relajar a Dominic. Las expresiones de su rostro se suavizaron, e incluso se tomó la libertad de sonreír. A Dylan le encantaba que las personas sonrieran después de que él les hablara. Como si fuera el responsable de aquella breve alegría. Como si lograse que, por un fugaz periodo de tiempo, la aflicción que atormentaba a quien tenía en frente se disipara.

—¿Seguro que quieres usar esa frase para iniciar una conversación? —La sonrisa animada de Dominic se tornó burlesca—. Sé que puedes hacerlo mejor, Dylan. No hagas que me arrepienta de calificarte como un conocido cercano.

—Prefiero el término amigo, si es que tu léxico lo reconoce.

—En lo absoluto.

Dylan se acercó a Dominic lo suficiente para distinguir ese azul oscuro que pocos tenían el privilegio de contemplar. Su mirada, como lo es el mar por la noche, era fría, salvaje y gritaba soledad.

—En ese caso puedo ilustrarte —ofreció Dylan—: un amigo es alguien que se ríe de tus chistes malos, escucha tus dramas sacados de una telenovela mexicana, te aconseja aun sabiendo que harás lo que quieras y volverás lloriqueando; te cuenta sus sueños, y no me refiero a esos sueños aburridos que puedes buscar en Google y encontrar un significado, sino a los bizarros que ponen en duda tu estabilidad mental. Esos que tienen ninjas, serpientes con sombreros, limones explosivos, una boda entre zombis y girasoles escupe-fuegos.

—Deberías cambiar tu dieta a la hora de cenar —le aconsejó Dominic.

—Un amigo también se preocupa de que te alimentes bien.

—¿En serio?

—No en realidad —confesó Dylan con una sonrisita—, pero debería.

—¿Y, según tú, es correcto que un amigo te interrumpa cuando te la estás pasando de maravilla con una chica?

Dylan tamborileó su mentón con los dedos.

—Una pregunta complicada, mi querido. Opino que es la interrupción solo es válida, y hasta elogiable, si tu amigo en cuestión nada más planea jugar con las ilusiones de la antes mencionada porque tiene miedo de bajar las salvaguardias que el mismo levantó para proteger su corazón.

—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

—Ah, esa es más sencilla de responder. Tu amigo tiene un enorme corazón hecho de cristal, la clase de corazón que caracteriza a los poetas y los borrachos. Pero su familia, sin duda bondadosa, no le enseñó a cuidarlo, quizá porque pensaron que serían capaces de resguardarlo de todo mal. Así que él tuvo que ideárselas para evitar que se le quebrara. Una de ellas, consiste en alejarse de cualquiera capaz de penetrar en su muro de contención, y relacionarse con personas tan volátiles que nunca podrían destruir nada.

—Pero alguien entró de todos modos. Entró, rompió todo y se desvaneció como si nunca hubiese existido.

Las palabras de Dominic estaban teñidas de dolor. Dylan, que siempre se preocupaba de no lastimarlo, medito qué sería lo más sensato de hacer. Lo vio cansado pero dispuesto, y entendió que estaba esperando que retomara la idea.

—No es culpa de su familia —aseguró Dylan—. Ellos no conocían el tipo de corazón que latía dentro de su pecho.

—¿Y de quién es la culpa entonces?

—De nadie. Buscar culpables es una tarea exhausta e inútil.

Permanecieron callados un instante; la música había cambiado y ahora sonaba un lento que Dylan habría suplicado por bailar de tener a John cerca. Si bien le gustaba todo tipo de música (el pop en especial), le encantaba disfrutar de las canciones que Lauren clasificaba como "música de madre en sus cincuenta".

Una vez que comenzó a sonar otra, dejó que la melodía se perdiera en sus oídos y volvió a disponer su atención en Dominic que le sonreía divertido.

—Eres una anciana.

—Y tu gay.

Dominic echó la cabeza hacia atrás; tenía el rostro blanco y una mirada turbada, como si alguien hubiese tocado un claxon frente a él mientras dormía. ¿Por qué le había contestado eso? ¿Es que acaso no podía sacarse de la cabeza que lo fuera?

Reflexionó. Rebuscó en sus pensamientos una respuesta lógica que no lo dejara como un total hipócrita. Y, una vez que la encontró, anheló nunca haberlo hecho. Pidió, con la vehemencia de un cristiano arrodillado frente a la imagen de Jesús, que no fueran más que exageraciones suyas. Especulaciones que intentaran explicar por qué sentía un nudo en la garganta y un yunque en el pecho cada vez que lo veía a los ojos y se encontraba con una infinita desolación. Con aullidos lastimeros de un lobo herido.

Se ordenó volver con el grupo, mas permaneció inmóvil; sus pies se hallaban adheridos a la superficie en donde estaba parado. Abrió la boca para despedirse, pero las palabras quedaron atascadas en su lengua y le produjeron un leve cosquilleó que disimuló con una sonrisa incómoda. Sin embargo, no estaba para nada incómodo.

Admiró cómo las olas chocaban contra las piedras de la costa y comprendió que nunca había estado tan cómodo antes.

Seattle era gélido, ventoso y húmedo. Los Ángeles, por su parte, resplandecía de nuevas oportunidades; su mar, tranquilo de día y arrasador por la noche, le salpicaba en justa medida el cabello rubio. Le gustaba el aroma a piedras mojadas, bruma costera y arena.

Todo eso, en una mirada.

Concéntrate, Dylan. Patrick te pidió que fueras a hablar con su hermano para rescatar su relación que se hundió por falta de confianza y comunicación.

En su cabeza sonó como una excelente introducción a lo que en realidad había ido hasta allá, pero en su lugar, y por completo fuera de su control, articuló:

—¿Quieres irte a otro lado?

Fue igual que invocar un tsunami.

—Llevo esperando esa pregunta desde que apareciste —contestó Dominic. Giró la cabeza en todas las direcciones y, una vez que estuvo seguro que nadie los observaba, tomó a Dylan de la mano y lo condujo hacia la espesa vegetación de la jungla.



*******



No supo qué fue con exactitud lo que gatilló la sugerente propuesta de su amigo.

En ese momento ambos se encontraban en el interior de una pequeña casa en el árbol alejada del centro de la Isla. Estaban sentados, frente a frente, gozando del silencio, e interrumpiéndolo solo cuando era necesario; intercambiaban una que otra palabra y volvían a disfrutar de la quietud que los envolvía. Era en momentos como esos que Dominic aprovechaba de escrutarlo con la mirada, esperando hallar una respuesta en sus ojos azul grisáceo, iguales que el cielo cuando llovía por la mañana.

No había encontrado ningún cambio en sus expresiones fáciles, nada que le proporcionase una respuesta. Lo único que había conseguido, además de llamar la atención de Dylan por mirarlo de forma prolongado, era reafirmar la opinión que tenía sobre su amigo. O más bien, sobre el rostro de su amigo. ¿Sabría Dylan de su atractivo? Dudaba que alguno de sus amigos se lo hubiese comentado jamás, y la opinión de Johnatan o de sus estúpidos e inhumanos padres era inválida. Todos sabemos que la belleza es subjetiva, pero lo es todavía más —hasta un punto descarado— cuando es evaluada por tu pareja o familia. Dominic no entraba en ninguna de las dos categorías antes mencionadas y por ende tenía voz y voto en cuanto a la apariencia física de su amigo. No tenía el tipo de atractivo varonil; su contextura era delgada, su piel clara, apenas sí llegaba al metro setenta de estatura, y eso que Dominic estaba siendo generoso. Sus pestañas se enroscaban debido a su extensión y acentuaban el color de sus ojos, ya destacables por sí mismos.

Su belleza, concluyó Dominic, aunque genérica hasta cierto punto, conseguía diferenciarse del común de los mortales. No sabía por qué, y no le interesaba averiguarlo. Se contentaba con tener el privilegio de admirarlo.

—Si sigues mirándome tan fijamente voy a pensar que tengo una legaña —dijo Dylan de pronto.

Dominic sonrió de medio lado.

—¿Piensas que ese es el único motivo por el que alguien no te quitaría los ojos de encima?

Ruborizar a Dylan se había vuelto uno de sus pasatiempos favoritos. En especial porque arrugaba la frente casi al instante, como si de ese modo ocultara sus mejillas rojas. Se veía adorable. Su cuello también se había teñido del clásico color de la vergüenza. Bajó hasta la clavícula, se detuvo un segundo, y siguió bajando, más abajo, más...

Basta.

Solo un poco más abajo.

Que no.

Suspiró. Decidió acabar con el silencio.

—Decidí que voy a estudiar periodismo.

Dylan soltó una risita. Era la misma risa que utilizaba cuando algo le parecía ridículo, completamente fuera de lugar, pero tierno de una extraña manera. Muchas veces usaba esa risa cuando estaba con Dominic. Se preguntó qué opinaría de él, y se sintió incómodo con la idea de que le importaba lo que Dylan pensaba acerca de él; no era usual que le importase la imagen que proyectaba sobre sí mismo a los demás. O, mejor dicho, estaba acostumbrado a que el resto se conformara con la personalidad que fingía tener y no se interesara en escarbar más allá. ¿Qué haría si alguien llegase a encontrarlo?

¿Acaso tú me encontraste?

—Me alegra oír eso, Dom, aunque me parece un poco extraño que te tomaras tantas molestias para decírmelo.

—Solo quería romper el hielo.

Y lo hice de la peor manera posible. Parecía ser que él y su hermano habían intercambiado habilidades sociales.

—No es que crea que haya hielo entre nosotros —añadió Dominic con la rapidez de quien está desesperado por arreglar la metedura de pata del siglo.

—Jamás creería que crees eso —respondió Dylan entre risas.

Ya, hazlo.

No.

Bé...

¡Que no!

¿Y si lo introducía con sutileza?

—Es curioso que justo antes de que Eli y las demás nos trajeran aquí, tú me comentaste que ibas a terminar con John.

Muy sutil.

—No veo la curiosidad en todo eso —replicó Dylan, reacio a indagar más sobre el asunto. Para su desgracia, Dominic no tenía un pelo de empatía cuando se trataba de conseguir una respuesta. O lo que sea.

—No te has separado de él desde que llegamos.

—¿Es esta una escena de celos, Dominic Sommer?

Si Dylan no se lo hubiese comentado con los ojos llorosos por la risa, Dom le habría contestado con sinceridad. Se rio a carcajadas y hasta se afirmó el estómago para aparentar que no podía más de la risa. Dylan pareció creérselo.

—Para alguien que tiene una familia tan numerosa como tú, estás bastante necesitado de atención —añadió su amigo, burlesco—. Creí que eso era algo de los hijos únicos.

Me interesa tú atención.

—Ja, ja, ja. Tienes razón.

Patético.

—Pero hablando en serio, Dom, yo no dije que iba terminar con él...

—Sí, sí lo hiciste —lo interrumpió el pelirrojo con seriedad.

Dylan juntó las cejas.

—Dije que necesito un respiro —insistió—, son cosas muy distintas.

—Yo no le veo la diferencia.

—¿Por qué te interesa tanto?

—Porque me importas, idiota. Somos amigos.

—Creí que no conocías lo que significaba esa palabra —comentó Dylan sonriente.

—Alguien se dio el trabajo de explicármela.

Permanecieron en silencio un momento, pero este fue uno distinto, no era cómodo ni envolvente. Se asemejaba más bien al tipo de silencio que se crea cuando dos desconocidos están charlando sobre lo que sea y de pronto se les acaba el tema de conversación y se ven obligados a aceptar el silencio ensordecedor, ese que no para de susurrar que no son más que dos extraños intentando conocerse a la fuerza. De pronto Dominic se enfadó: él no era eso para Dylan, ni Dylan era eso para él. Se preguntó si su amigo y John tendrían esa clase de silencios y la rabia le tensó los músculos de la mandíbula al concluir que no, que ellos eran novios y amigos desde hacía años y por ende sería hasta ridículo pensar eso.

Notó que Dylan lo estaba mirando con ojos curiosos. Tal vez Dom no se lo merecía, pero John tampoco. Es más, no se le ocurría una sola persona que fuera digna de él, y puede que por eso no sintió culpa cuando se acercó precipitadamente a su rostro. Dylan echó la cabeza hacia atrás con la suficiente vehemencia para que Dominic retrocediera. Lo vio con los ojos abiertos, destellantes; todo en él gritaba terror.

Qué grosero.

—No —pronunció Dylan, todavía jadeante. Casi se podía ver su corazón palpitante a través de su camisa.

Necesitaba con desesperación ver debajo de ella.

—¿Me vas a decir que me ofreciste irnos a otro lado para charlar? —preguntó Dominic a la defensiva. No acostumbraba a que alguien lo rechazara y la sensación se le hacía ajena, desagradable.

—Patrick... me pidió que hablara... contigo. —Sacudió la cabeza. Se reincorporó de golpe y se puso de pie—. Pero ya veo que fue un error.

Dominic se apresuró en detenerlo. Lo tomó de la mano y consiguió que lo mirase de frente. Se veía más tranquilo, aunque ahora molesto. Quiso tomar un cuchillo y clavárselo al metiche de Patrick. ¿Por qué insistía con inmiscuirse en su vida? ¡Que ya no eran niños, por Dios! No necesitaba un guardaespaldas que vigilara todos sus movimientos y que se dedicara a transcribir cada emoción que sintiera a lo largo del día.

No necesitaba a Patrick. No quería necesitarlo, porque sabía que ya no era necesitado por él y eso le quemaba como si tuviera una fogata encendida en el interior de su pecho. Sí, Patrick seguía con los ojos puestos en él, pero eso era por cortesía, por costumbre. A quien realmente tenía en la mira ahora era a John. Le resultaba intolerable solo pensarlo. Patrick era su hermano. Su mejor amigo. De nadie más. Menos de él.

—Suéltame, Dominic. Hablo en serio.

—¿Por qué me dijiste que ibas a terminar con John entonces?

Dylan abrió los ojos de forma desmesurada, como si no creyera que la persona que tenía en frente fuera la misma que hacía unos minutos atrás. Y tenía razón. Dominic ya no estaba interesado en lo atractivo que era Dylan, o en su bondadosa alma, tal vez demasiado bondadosa para su propio bien. Lo que Dom ansiaba en ese momento consistía en despedazar cada pequeño trozo de felicidad que John había conseguido en ese estúpido sanatorio que Cystal y Bernard costearon. Todos lo veían como un santo, como la rencarnación del ángel más puro de la biblia. Pero Dominic lo veía con ojos rencorosos, inyectados de venganza.

Apartó la imagen de John de su cabeza y volvió la atención a su amigo, quien ya había desistido de soltarse de su agarre pero que continuaba observándolo con desaprobación.

—Mi relación con John no es de tu incumbencia.

—Él no te merece ni un poco y tú insistes con negarlo —añadió Dominic en voz baja.

Dylan se zafó de su mano y cruzó la puerta al exterior; Dominic lo siguió por detrás y lo tomó del codo al ver que tenía intenciones de bajar por la escalera. Nuevamente sus miradas se encontraron, pero no pudo descifrar qué decía el rostro de Dylan.

—Eres una increíble persona, la mejor persona que he conocido en realidad —continuó el pelirrojo. En la voz se le notaba la desesperación, el anhelo fortuito de que le correspondiese el sentimiento en lo más mínimo—. Sin importar qué, tú escoges lo mejor para los demás. Elijes hacer el bien. Te esfuerzas por quitarles el dolor a las personas, por hacerlas reír y por mostrarles el lado feliz de la vida. —Las ideas se le mezclaban en la lengua, y las pronunciaba de forma golpeada—. Pero nadie te lo agradece, y eso me incluye. He estado tan ocupado sintiendo pena de mí mismo que ni siquiera me he detenido un segundo a preguntarte cómo estás tú. Sé que te molesta que hable mal de tus padres, pero es que no me cabe en la cabeza cómo alguien que te crio, que te enseñó a amar, te eche como si de pronto fueras una enfermedad. Nadie en su sano juicio haría nada que te lastimara. Y lo siento si yo alguna vez lo he hecho, ¿de acuerdo? Sé que lo he hecho. Pero también John, te he visto llorar por su culpa, te he consolado por su culpa, así que no me pidas que no me meta porque estoy dentro desde el día que tomé tus manos y sequé cada una de tus lágrimas. John no aprecia todo lo que haces por él, no le interesa. Se excusa en su enfermedad y termina lastimando a todos los que lo aman. —Cerró los ojos y, como siempre, escuchó los bocinazos de esa noche; vio las luces y se estremeció con sus gritos desgarradores—. Se intentó matar la noche de graduación de Zack y no pensó ni por un segundo cómo eso le afectaría.

Y por eso, no podía perdonarlo jamás. Por eso, antes de que Dylan tuviera tiempo de procesar todo lo que le había sido revelado, Dominic agregó:

—Su padre casi te mata. Todo lo que lo rodea te lastima.

—Si te lo conté no fue para que me lo sacaras en cara.

—Me lo contaste porque confías en mí, más de lo que te gustaría. Solo yo sé que te irás de campaña a Chile por dos años. Solo yo sé que estuviste inconsciente varias horas por una golpiza y que es por eso que puedes Canalizar a lugares que impliquen poco gasto de Energía. Solo yo sé que John te tiene harto... ¿Por qué solo yo sé todas esas cosas, Dylan? ¿Por qué insistes con bajarle el perfil a esto que tenemos?

Sintió la brisa del exterior y los vellos rojizos de sus brazos se le erizaron. Debía actuar. Tenía que actuar. Deseaba con todo su ser actuar.

Seguro que Dylan no se atrevería, volvió a acercarse a su rostro con la esperanza de que no lo rechazara una segunda vez. Sus frentes chocaron. Sus respiraciones se mezclaron y toda esa mierda cliché que siempre aparecía en los libros cuando dos personajes estaban a punto de besarse. Dominic había leído demasiadas novelas de ese estilo por culpa de Daisy, más de las que admitiría.

Dylan no se apartó; permaneció quito cual estatua griega. Era un muñeco de porcelana antiguo, capaz de hacerse añicos al menor roce.

—No... está... bien —susurró.

—Has buscado el bien por demasiado tiempo, Dylan. Déjate seducir por el mal aunque sea una vez.

Dios santo, ¿estaba coqueteándole o parafraseando una novela erótica para adolescentes?

—Esto sería más sencillo si no fueras tan bonito.

Dominic rio ante el adjetivo. Por un breve instante, se le vino a la cabeza el recuerdo que siempre terminaba escociéndole la piel. El recuerdo de un amor que no pudo ser.

—¿Siempre tendré que tomar la iniciativa yo o...?

La oración quedó suspendida en el aire apenas sintió los labios de Dylan sobre los suyos. Dejó que la pregunta se alejara flotando, y le correspondió el osado gesto que llevaba días esperando. Sí, Dylan era una persona maravillosa; era hermoso frente a un espejo y frente a las puertas del Cielo. Y si bien el corazón de Dom estaba enterrado junto a alguien más, el beso le avivó el alma que creía ya apagada; a medida que los segundos pasaban y la intensidad de las caricias aumentaba, también lo hacía la llama en su interior.

Su cuerpo le exigía más.

Cuando estuvo encima de él, sosteniéndole las muñecas a la altura de la cabeza, apartó una mano y la llevó hasta el cierre de su pantalón.

Patrick le había dicho que debía dejar a las chicas a un lado, y eso era justo lo que estaba haciendo.

¿No querías que saliera del clóset, hermanito? Pues ahí tienes.

John lo volvería a pensar dos veces antes de quitarle lo que le pertenecía.



*******



Dylan se despertó de golpe. Sentía el cuerpo adolorido, en especial las piernas, como si hubiese ido al gimnasio el día anterior. Exploró la habitación y pegó un brinco al ver una figura pequeña de pie junto a la puerta. Por su mirada, parecía llevar ahí mucho tiempo, el suficiente para que la escena no le afectara.

La chica clavó la mirada en el suelo.

—Todos los estás buscando como locos.

—Yo...

—No tienes por qué darme explicaciones. Les dije a los demás que estuviste todo este tiempo con Bruno y conmigo, y que vimos a Dominic yéndose con una chica a otra parte. No me gusta mentir, pero todos hemos sufrido suficiente. No necesitamos más dolor. John no merece más pérdida en su vida.

Dylan nunca se sintió más sucio. Fue como si una persona distinta hubiera tomado control de su cuerpo y se hubiera ido a revolcar en el barro.

Sasha, todavía sin mirarlo de frente, se dio vuelta y se dispuso a salir.

—Quizá sea mejor que te vistas primero —añadió con un ligero tono de reproche.



*******



—¿Es que alguna vez tu hermano no se acuesta con la primera mujer guapa que se le cruza? —preguntó Grace de brazos cruzados.

—En realidad no salgo mucho con él —admitió Patrick.

—Yo me preocuparía —terció Sebas, sin indicios de estar jugando—. Quiero decir, sí, el sexo es genial y todo eso... El VIH, no mucho.

—Eh, ahí vienen —anunció Samu señalando unos matorrales que se sacudían.

En efecto, aparecieron Sasha, Bruno y Dylan. John esperó paciente a que su novio se acercara, y cuando este se unió al grupo, lo recibió con una cálida sonrisa y un abrazo que cualquier soltero enviaría. Patrick rodeó a Elizabeth de forma automática con un brazo y permitió que reposara su cabeza en su hombro.

—Ya estamos todos, ¿nos vamos al fin? —inquirió Kevin hastiado.

Patrick le frunció el ceño.

—Falta Dominic.

—Perfecto entonces. Vámonos antes de que sobre.

Sebas le dio un codazo. Daisy se lo celebró apretándole la mejilla.

—¿Dónde andabas que tienes la camisa mal abrochada? —le preguntó John a su novio.

Entre risas, se la desabotonó para acomodársela. Patrick estuvo por soltar una broma cuando notó que a Dylan le tembló el labio. Entonces, antes de que cualquiera le preguntara qué andaba mal, Dylan se apartó de John y, cubriéndose los ojos, se echó a llorar desconsoladamente.

Elizabeth se separó de Patrick y se aventuró a consolarlo, mas Lauren la atajó de la muñeca y sacudió la cabeza en señal negativa.

—Hijo de puta —soltó su amiga; tenía los ojos inyectados en sangre. Patrick nunca la había visto así.

Dylan trató de acercarse a John, pero este último dio un paso hacia atrás y apartó los brazos como si de pronto su novio se hubiese convertido en un leproso.

—No lo hiciste —rogó con la voz entrecortada. Dylan asintió avergonzado. El llanto se hizo presente con el ímpetu de una presa agujereada—. Tú no...

—John...

—¡Cállate! ¡No te me acerques! —rugió el muchacho—. Yo sabía... ¡Yo sabía que no estaba siendo paranoico!

—Déjame explicarte...

—¿Explicarme qué, Dylan? ¿Cómo se la chupaste al viudo para que se sintiera mejor?

Recién en ese momento, Patrick comprendió lo que ocurría.

John se alejó todavía más de quien, por obvios motivos que Patrick tardó en averiguar, ya no era su novio, y extendió ambos brazos, preparado para Canalizar. Ninguno de los presentes fue capaz de pronunciar palabra; la conmoción era demasiada.

—¡Maldigo el día en que te conocí! —chilló molesto. Y así sin más, se desvaneció en una bruma.

Dylan corrió hacia él, intentando atajarlo, pero todo lo que consiguió fue atrapar el humo que se escapó de sus dedos de inmediato. Se tiró de rodillas al suelo y se agarró la cabeza. Elizabeth corrió a socorrerlo, pero se detuvo en cuanto vio la mirada acusadora de todos. Patrick no sabía qué hacer. Finalmente Sasha ignoró al resto y se hincó junto al chico.

—¡No vuelvas a hablarme, maldito! —exclamó Lauren.

Bruno se acercó a ella y apoyó una mano en su hombro.

—No creo que sea tu asunto, Laury —le dijo amablemente—. Solo...

—¡Es mi asunto! ¡John es mi mejor amigo!

—¿Y yo no? —preguntó Dylan de pronto. Había alzado la cabeza y podían verse sus ojos hinchados por el llanto.

—¡Nunca más!

Fue la segunda en desaparecer, lo más probable que para consolar a su amigo.

—O me afirmas o lo mato, Patrick —le advirtió Grace con la mirada clavada al frente.

—¿He dicho lo mucho que te amo? —comentó Kevin en tono de pregunta.

Dominic venía caminando con los hombros tensos y la mirada gacha; Patrick no recordaba haberlo visto así alguna vez. Era obvio que había oído los gritos desde lejos, y ya sabía a lo que venía. Fue directamente hasta Patrick, y cuando lo tuvo a pocos metros de distancia, tuvo el descaro de sonreírle.

Ese no era Dominic. Patrick comprendió que Dominic había dejado de ser quien era hacía tiempo, y ya no había vuelta atrás. Ya no existía.

—Ya se enteraron, al parecer.

—Cierra el pico —rugió Amy—. Tú en serio no tienes límites.

Dominic pasó de su comentario.

—¿Nos vamos a casa, hermanito? —inquirió con una sonrisa que Patrick le borró de un golpe lo bastante fuerte para botarlo al suelo y dejarle la boca sangrando.

—Tú ya no eres mi hermano.

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